Yarmuk:
inspiración del ISIS y la batalla 'más trascendental' entre el islam y
Occidente
RAYMOND IBRAHIM
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El 20 de agosto de 636, tuvo lugar probablemente
la batalla más trascendental entre el islam y Occidente: la de Yarmuk.
Aconteció apenas cuatro años después de la muerte del profeta musulmán
Mahoma. Aquella confrontación militar no solo decidió si el credo árabe
prosperaba o moría, sino que se convirtió en fuente principal de
inspiración e instrucción para los yihadistas a lo largo de los siglos,
hasta llegar al Estado Islámico. Y, sin embargo, muy pocos en Occidente
son siquiera conscientes de la existencia de la batalla de Yarmuk, y mucho menos de cómo motiva a
los terroristas islámicos contemporáneos.
Los contendientes fueron el Imperio Romano de Oriente, bajo el
emperador Heraclio, y el califato árabe recién nacido, bajo el segundo
califa, Omar. Después de un par de años de depredaciones musulmanas en
la entonces Siria cristiana / romana, las dos fuerzas se encontraron a
lo largo del río Yarmuk. El intercambio previo a la batalla entre los
dos generales, el romano-armenio Vahan y Jalid bin Al-Walid, la muy
venerada (y casi caníbal) "Espada de Alá" del islam, es
instructivo:
El comandante cristiano comenzó diplomáticamente culpando a las duras
condiciones de Arabia y su economía empobrecida por no dar a los árabes
otra opción que atacar las tierras romanas. En consecuencia, el imperio
se complacía en proporcionarles comida y monedas con la condición de
que regresaran a casa. "No fue el hambre lo que nos trajo aquí",
respondió Jalid con frialdad, "sino que los árabes tenemos la costumbre
de beber sangre, y nos han dicho que la sangre de los romanos es la más
dulce de su tipo, así que venimos a derramar vuestra sangre y beberla".
La máscara diplomática de Vahan cayó al instante
y lanzó una
diatriba contra el insolente árabe: "Entonces, pensamos que has venido
en busca de lo que tus hermanos siempre han buscado", el saqueo, la
extorsión o el
empleo mercenario. "Por desgracia, estábamos equivocados.
Habéis venido matando a los hombres, esclavizando a las mujeres,
saqueando las riquezas,
destruyendo los edificios y tratando de expulsarnos de nuestras propias
tierras". Pueblos mejores trataron de hacer lo mismo, pero
siempre terminaron derrotados, agregó Vahan en referencia a las
recientes guerras persas, y continuó diciendo:
"En
cuanto a vosotros, no hay gente más baja y
despreciable: beduinos miserables y empobrecidos... Cometéis
injusticias en vuestra propia nación y ahora en la nuestra... ¡Cuántos
estragos habéis cometido! Montáis caballos que no son vuestros y vestís
ropa
que tampoco es vuestra. Os complacéis con las jóvenes muchachas blancas
de Roma
y las esclavizáis. Coméis alimentos que no son vuestros y llenáis
vuestras manos
con oro, plata y valiosos bienes [tampoco vuestros]. Ahora os
encontramos
con todas nuestras posesiones y lo que habéis arrebatado a nuestros
correligionarios, y os lo dejamos todo a vosotros, sin pedir su
devolución y sin reprenderos. Lo único que pedimos es que salgáis de
nuestras tierras. Pero si os negáis, ¡os aniquilaremos!"
La Espada de Alá no se impresionó. Empezó a
salmodiar el Corán y
a hablar de un tal Mahoma. Vahan escuchaba con tranquila exasperación.
Jalid emplazó al general cristiano a que pronunciara la shahada [profesión de fe islámica]
y que,
así, abrazara el islam, a cambio de la paz. Y agregó: "También
debes rezar el azalá, pagar el azaque, hacer la peregrinación a la casa
sagrada [en La
Meca], librar la yihad contra aquellos que rechazan a Alá, ... estar de
parte de los partidarios de Alá y oponerte a los que se
oponen a Alá", una referencia a la doctrina divisiva de al-wala wa
al-bara". "Si te niegas, solo puede haber guerra entre
nosotros...
Y os enfrentaréis a hombres que aman la muerte como vosotros amáis la
vida".
"Haced lo que queráis", respondió Vahan. "Nunca abandonaremos nuestra
religión ni os pagaremos la yizia". Las negociaciones habían concluido.
Las cosas llegaron a un punto crítico, literalmente, cuando 8.000
musulmanes aparecieron marchando delante del campamento romano y
exhibiendo sobre sus lanzas las
cabezas cortadas de 4.000 cristianos. Eran los
despojos de 5.000 refuerzos que habían llegado de Amman para unirse al
ejército principal en Yarmuk. Los musulmanes les habían tendido una
emboscada y los habían matado. Luego, mientras resonaban los alaridos
de "Allahu
akbar"
que llenaban el campamento musulmán, los musulmanes que custodiaban a
los restantes 1.000 cristianos cautivos los derribaron y
se pusieron a cortarles la cabeza ante los ojos de sus
correligionarios,
a quienes las fuentes árabes describen como observando "absolutamente
atónitos".
Así, pues, habría guerra: 30.000 cristianos romanos contra 24.000
árabes musulmanes a lo largo del río Yarmuk en Siria. En la víspera de
la
batalla, escribe el
historiador A. I. Akram, "los musulmanes pasaron la noche rezando y
salmodiando el Corán, y se recordaban mutuamente las dos bendiciones
que les aguardaban: victoria y vida, o martirio y paraíso".
Tal excitación no se daba en los cristianos.
Ellos luchaban por la
vida, la
familia y la fe. Durante su discurso previo a la batalla, Vahan explicó
que "estos árabes que están ante vosotros pretenden...
esclavizar a vuestros hijos y vuestras mujeres". Otro general advirtió
a los hombres
que lucharan duro o de lo contrario los árabes "conquistarán vuestras
tierras y violarán a vuestras mujeres". Tales temores no eran
injustificados. Incluso mientras los romanos estaban arrodillados en
oración antes de la batalla, el general árabe Abu Sufyan se encabritaba
en su corcel de guerra, agitando su lanza y exhortando a los musulmanes
a la "yihad en el camino de Alá", para poder apoderarse de las tierras
y las ciudades de los
cristianos, y esclavizar a sus hijos y sus mujeres".
La batalla tuvo lugar en el transcurso de seis días. El 20 de agosto de
636, el sexto y último día, estalló una tormenta de polvo, algo a lo
que los
árabes estaban acostumbrados, sus oponentes menos, y provocó un
caos masivo, particularmente entre los romanos, cuyo gran número de
infantería resultó contraproducente. Cayó la noche. Entonces, según el
historiador Antonio Santosuosso:
"Pronto el terreno resonaba con el estruendo
aterrador de los aullidos
y los gritos de batalla musulmanes. Las sombras de repente se
transformaban en cuchillas que se clavaban en la carne. El viento traía
los gritos de los camaradas, mientras el enemigo penetraba
sigilosamente
en las filas entre el infernal ruido de platillos, tambores y gritos de
batalla. Debió ser aún más aterrador, porque no habían imaginado
que los
musulmanes atacaran en medio de la oscuridad."
La caballería musulmana continuó presionando a la
infantería romana amontonada y cegada, usando los cascos y las rodillas
de sus corceles para derribar a los agotados combatientes. Empujados
finalmente al borde del barranco, fila tras fila de las restantes
fuerzas del ejército imperial, incluidos todos los "hombres
encadenados", fueron cayendo por los abruptos precipicios para morir.
Algunos soldados se arrodillaban, pronunciaban una oración, hacían la
señal de la cruz y
aguardaban que los atacantes musulmanes los derribaran. No se
tomaron prisioneros aquel día. "El ejército bizantino, que Heraclio
había
reunido durante todo un año de inmenso esfuerzo, había dejado de
existir por completo", escribe el teniente general e historiador
británico John Bagot Glubb. "No hubo retirada, ni acción de
retaguardia, ni núcleo de supervivientes. No quedó nada."
Mientras la luna iluminaba el cielo nocturno y
los vencedores
despojaban
a los muertos, los alaridos de "¡Allahu
akbar!" y "No hay más dios que
Alá y Mahoma es su enviado" resonaban por todo el valle de Yarmuk,
según el
cronista árabe.
Apenas unas décadas después de Yarmuk, todas las
antiguas
tierras
cristianas entre la Gran Siria al este y la Mauritania romana (que
abarcaba partes
de la actual Argelia y Marruecos) al oeste, casi 6.500 kilómetros,
habían
sido conquistadas por el islam. Dicho de otra manera: dos tercios del
territorio original de la cristiandad, el más antiguo y más rico,
fueron
arrebatados permanentemente por la cimitarra de la yihad. (Finalmente,
y
con la posterior expansión turca, "los ejércitos musulmanes
conquistaron las tres cuartas partes del mundo cristiano", por citar
al historiador Thomas Madden.)
Pero, a diferencia de los bárbaros germanos que invadieron y
conquistaron Europa en siglos anteriores, pero se asimilaron a
la religión, la cultura y la civilización cristiana y adoptaron sus
lenguas, el
latín y el griego, los árabes impusieron su credo y su lengua a los
pueblos conquistados, de modo que, mientras que los "árabes" estaban al
principio limitados a la Península Arábiga, hoy el "mundo árabe"
abarca unas 22 naciones por todo Oriente Medio y África del
Norte.
Este no sería el caso, y el mundo se habría
desarrollado de una manera
radicalmente diferente, si el Imperio Romano de Oriente hubiera
derrotado
a los invasores y los hubiera enviado de vuelta a Arabia. No es de
extrañar que
historiadores como Francesco Gabrieli sostengan que "la batalla de
Yarmuk tuvo, sin duda, consecuencias más importantes que casi cualquier
otra en toda la historia mundial".
Como el lector despierto habrá notado, la
continuidad entre las
palabras y los hechos del Estado Islámico (ISIS) y los de sus
predecesores de hace casi 1.400 años son inquietantemente similares.
Esto, por supuesto, es intencionado. Cuando el ISIS proclama que "la
sangre
norteamericana es la mejor y la probaremos pronto", o "Amamos la muerte
como vosotros amáis la vida", o "Romperemos vuestras cruces y
esclavizaremos a vuestras mujeres", están citando textualmente y, por
lo tanto, siguen los pasos de Jalid Ibn Al-Walid y sus compañeros, los
primitivos conquistadores islámicos de Siria.
Del mismo modo, la bandera negra del ISIS está
diseñada
a propósito
igual que la bandera negra de Jalid. Su evocación de las huríes, las
paradisíacas esclavas sexuales del islam, prometidas a los que mueren
en combate, se
basa en anécdotas de musulmanes que murieron junto al río Yarmuk y
fueron
recibidos en el paraíso por las huríes. Y la matanza ritual de
"infieles" coreografiada, la más infame de 21 cristianos coptos en
las costas de Libia, sigue el modelo de la matanza ritual de los 1.000
soldados romanos capturados en vísperas de la batalla de Yarmuk.
Aquí tenemos, pues, un recordatorio de que,
cuando se trata de la
historia militar del islam y Occidente, las lecciones impartidas están
lejos de ser solo académicas y tienen gran importancia hasta el día de
hoy, como mínimo para entender a los yihadistas, cuya mentalidad muchos
occidentales todavía se niegan a
reconocer.
Nota: El relato anterior está extraído de La espada y la cimitarra. Catorce siglos
de guerra entre el Islam y Occidente.
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