La fea verdad tras el tatuaje ‘kafir’ de Pete Hegseth
RAYMOND IBRAHIM
|
Los tatuajes del Secretario de Defensa Pete Hegseth vuelven a ser noticia. Hace unos meses hablé de sus tatuajes de cruzados, pero ahora es su tatuaje de una palabra árabe (kafir) lo que está creando mucha indignación entre musulmanes.
Antes de proseguir, definamos la palabra kafir, pues es importante, aunque muy mal entendida.
La palabra kafir (forma singular; kuffar o kafara, en plural) se conoce casi exclusivamente por sus connotaciones (todas ellas negativas) más que por su denotación.
La raíz trilateral de la palabra kafara (k-f-r) y sus derivados en el antiguo árabe preislámico significaban literalmente cubrir u ocultar algo. En el uso islámico, kafir
pasó a significar alguien que, después de haber sido invitado o
conminado a las verdades del islam, sigue rechazándolas, sigue
«cubriéndolas» u «ocultándolas».
Por lo tanto, hoy día, kafir es alguien que rechaza el islam o, en lenguaje moderno, un no musulmán.
Sin embargo, al traducir la palabra por «no musulmán» o «incrédulo»,
como hacen casi todos los Coranes modernos, se pasan por alto las
connotaciones totalmente negativas asociadas a la palabra y a su
definición. (Esta es, por cierto, la razón por la que las traducciones
más antiguas traducían la palabra kafir como infiel, como yo hago a menudo. Aunque seguía siendo una traducción imperfecta, intentaba captar el sentido peyorativo del árabe.)
Más tonto que el ganado
Para los oídos musulmanes, kafir (singular) y kuffar (plural) son prácticamente sinónimos de «malhechores» y «enemigos». De hecho, se asocian con la palabra kafir prácticamente todas las características humanas viles –y varias relacionadas con los animales–.
Como de costumbre, acudamos al Corán, que se refiere a los kuffar como:
– «las peores de las bestias» (Corán 8,55; 98,6);
– parecidos al ganado e igual de mudos (Corán 47,12; 8,65);
– son inherentemente «culpables», «injustos» y «criminales» (Corán 10,17; 45,31; 68,35; 39,32);
– son los «enemigos jurados» de los musulmanes (Corán 4,101);
– y son «detestados» y «malditos» por Alá (Corán 2,89; 3,32; 33,64).
– La propia deidad islámica es su enemigo declarado (Corán 2,98)
– y exige que «se infunda el terror en sus corazones» (Corán 3,151).
Una vez más, así es como el Corán describe a todos los no musulmanes, aunque nunca hayan hablado en contra del islam ni le hayan hecho daño.
No es de extrañar, pues, que la ley islámica ordene la hostilidad hacia los kuffar:
la yihad sin tregua, con la consiguiente muerte y destrucción que
siempre la han acompañado, al menos cuando los seguidores de Mahoma son
fuertes. Sin embargo, cuando son débiles y necesitan aguardar un
momento más oportuno, se les permite el engaño y los gestos amistosos
hacia el kafir (la llamada taquiya).
Así, según el Corán 9,5, los musulmanes deben «matar» a quienes
rechazan el islam, «dondequiera que los encontréis: ¡capturadlos,
asediadlos y tendedles emboscadas!»
Sin excepción
Si esto nos suena familiar, tal vez sea porque el embajador musulmán de
Berbería (norte de África) parafraseó ese versículo cuando explicaba a
Thomas Jefferson y John Adams por qué sus compatriotas musulmanes
asaltaban barcos estadounidenses y mataban y esclavizaban a sus
marineros kafir. Según escribió Jefferson en una carta al Congreso en 1786:
«El embajador nos respondió que se basaba en las leyes de su Profeta,
que estaba escrito en su Corán, ... que era su derecho y su deber
hacerles la guerra [a los no musulmanes, kuffar] dondequiera que los encontraran, y convertir en esclavos a todos los que pudieran capturar como prisioneros.»
Pero, ¿qué ocurre con ahl al-kitab, la llamada «gente del libro», una expresión que el Corán aplica a veces a los judíos y los cristianos? ¿Son kuffar o no?
Aunque los apologistas del islam defienden de ordinario esta última opción, ahl al-kitab, aunque mínimamente mejor, es en última instancia una subcategoría de kafir.
El propio Corán lo deja muy claro. Por ejemplo, dice que los que creen
en la Trinidad o creen que Cristo es el Hijo de Dios (dos cosas que
creen todos los cristianos) han cometido kufr, lo que significa que son kuffar (Corán 5,72-73).
Justicia a dos niveles
Por cierto, dado que los kuffar, los infieles, son esencialmente
animales subhumanos en comparación con los musulmanes, la ley islámica
prohíbe la ejecución de musulmanes por cualesquiera de los delitos
–incluido el asesinato– que los musulmanes puedan cometer contra los no
musulmanes, de conformidad con las palabras de Mahoma, quien dijo: «Que
ningún musulmán sea matado a causa de un kafir» (recogido en los hadices de Al-Bujari y en otras colecciones canónicas).
Esta doctrina se invoca constantemente en el mundo musulmán, aunque los
occidentales rara vez oyen hablar de ella (lo que significa que los
medios de comunicación occidentales rara vez informan sobre ella). Por
ejemplo, varios eruditos e institutos musulmanes argumentaron en 2008
que un asesino musulmán convicto no debía ser ejecutado porque su
víctima, John Granville, diplomático estadounidense, era un kafir y, por tanto, sus vidas no podían equipararse.
En una declaración en árabe titulada «Que ningún musulmán sea asesinado a causa de un kafir»,
la Liga Legítima de Eruditos y Predicadores de Sudán (un influyente
organismo de clérigos musulmanes) comenzaba afirmando que:
«Alá ha honrado a los seres humanos por encima de la creación y ha multiplicado el honor del musulmán por encima del kafir,
porque el islam eleva y nada se eleva por encima de él. El valor de la
sangre de los musulmanes es igual, o debería serlo, pero no así el
valor de la sangre de los demás [o sea, los kuffar]».
Del mismo modo, en un sermón grabado en vídeo, el clérigo egipcio Samir Hashish explicaba en una ocasión:
«El profeta dijo: «Que ningún musulmán sea matado a causa de un kafir».
¿Por qué? Porque su sangre no es igual. La sangre del musulmán es
superior. Llamadlo racismo o como queráis, pero por supuesto la sangre
del musulmán es superior. Esto no admite discusión.»
Volvamos ahora a Pete Hegseth y veamos a qué viene tanto alboroto. Los
musulmanes, según numerosos medios de comunicación, están simplemente
indignados porque se ha atrevido a tatuarse la palabra kafir en el brazo.
Pero ¿por qué? Eso es precisamente lo que él es, según las propias
definiciones y usos del islam. Como hemos visto, todos los no
musulmanes son, por defecto, kuffar. Es decir, todos los no
musulmanes son «las peores de las bestias ... ganado ... mudos...
culpables, injustos, criminales ... enemigos jurados de los
musulmanes... malditos de Alá» (por citar el Corán).
La cuestión está completamente clara. La palabra kafir,
altamente ofensiva, debe ser utilizada solo por los musulmanes para
describir a los no musulmanes. Pero, cuando un no musulmán se apropia
voluntariamente de ella y la lleva nada menos que como tatuaje, es
decir, como insignia de honor, se convierte en un acto supremo de
desafío al islam. Se convierte en una declaración que dice: «¡Sí, no
solo soy no musulmán, sino que soy todas las cosas feas que los
musulmanes decís de los no musulmanes y más! ¿Y qué pasa?».
En resumen, la ira musulmana no tiene nada que ver con que Pete Hegseth sea un kafir –tal como el islam lo hace ser–. Tiene todo que ver con que esté orgulloso de ello.
|
|
|