Los medios de comunicación occidentales encubren y permiten la persecución musulmana contra los cristianos
RAYMOND IBRAHIM
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En estos momentos hay una pandemia mundial, pero
no verá nada sobre ella en nuestros medios de comunicación. Se está
cobrando miles de vidas en una docena de países. Me refiero a la
persecución musulmana contra los cristianos. Si la situación es tan
grave, ¿por qué es prácticamente desconocida en Occidente? Allí viven
millones de cristianos, que presumiblemente querrían saberlo.
Pero los poderes fácticos han hecho todo lo posible por ocultarlo.
En este artículo, analizaremos a fondo las numerosas tácticas que
emplean los medios de comunicación para transformar la atrocidad, que
ha provocado la matanza de miles de personas y el abuso sobre cientos
de millones, en una no noticia.
La principal táctica es la supresión completa, como lo demuestra el reciente caso
de un musulmán que apuñaló a un sacerdote cristiano en medio de un
sermón, grabado durante un evento retransmitido en directo. El vídeo,
que se puede ver en X, ha provocado un paroxismo de furia
en la clase dirigente mundial –empezando por Australia, donde se
produjo el ataque– contra el propietario de la plataforma, Elon Musk.
Por el mero hecho de permitir el acceso a un vídeo simple (y para los
normas de Hollywood, muy insulso), los guardianes tradicionales de la
información desean ver a Musk metido en la cárcel y que se tire la llave.
¿Por qué? Porque rompió una regla cardinal aunque tácita: sacó a la luz
algo –la persecución musulmana contra los cristianos– que todos los
medios de comunicación saben que tiene que ser suprimido o
distorsionado cada vez.
Llevo casi dos décadas documentando esa persecución. Así que tengo muchas experiencias con la censura absoluta
y estoy constantemente «bloqueado en la sombra» en las redes sociales.
En algunos países, sobre todo en Canadá, mi sitio web está
completamente prohibido, mientras que otras redes afirman que es «pornográfico» (incluso cuando en los sitios permitidos aparecen mujeres semidesnudas en los anuncios contiguos).
Por lo demás, los medios de comunicación emplean tácticas más sutiles.
En primer lugar, solo informan de los ataques más sensacionales: por
ejemplo, los atentados contra iglesias que dejan decenas de cristianos
muertos o mutilados. (Esto ha ocurrido innumerables veces en todo el
mundo musulmán y, cada vez más, también en el mundo no musulmán).
Incluso entonces, la información es mínima. Los medios de comunicación
estadounidenses informaron seis veces más de la muerte de un gorila que de la decapitación de 21 cristianos egipcios que se negaron a retractarse de su fe.
La estrategia es sencilla: al informar solo de los ataques terroristas
perpetrados por organizaciones prohibidas que son fácil y
rutinariamente descartadas por «no representar al islam», y que solo
ocurren cada pocos meses, en lugar de todos los días, los medios de
comunicación crean una ilusión: que los atentados contra los cristianos
son escasos y nunca perpetrados por verdaderos musulmanes, que son
naturalmente tolerantes, sino solo por «algunos que han secuestrado el
islam».
En realidad, esos espectaculares ataques terroristas que reciben
cobertura son solo la punta del iceberg de la persecución. De hecho, en
julio de 2011, decidí comenzar a recopilar informes mensuales titulados Persecución musulmana de los cristianos.
Al principio me preocupaba la viabilidad de este proyecto; ¿qué tipo de
«informe» podría recopilarse si, digamos, solo se produjeran uno o dos
–o incluso cero– casos de persecución en un mes determinado?
Lamentablemente, nunca ha sido así. Cada uno de mis ya 153 informes
mensuales contiene entre una y dos docenas de atrocidades.
La inmensa mayoría de estas historias nunca aparecen en los grandes
medios de comunicación, sino en sitios web de derechos humanos más
pequeños y en fuentes en lengua extranjera. ¿Merecen ser difundidas?
Pregúntese a sí mismo: ¿Qué pasaría si los cristianos
prohibieran o atacaran mezquitas; atacaran o encarcelaran a musulmanes
por blasfemar contra Jesús; secuestraran, violaran y convirtieran por
la fuerza a niñas musulmanas; y aplicaran innumerables formas de
discriminación abierta contra los musulmanes? Esas historias dominarían la cobertura mediática mundial durante meses, y con razón.
Lo que nos lleva a la segunda estrategia de los medios de comunicación:
relativizar y neutralizar los acontecimientos, tratando siempre de
presentar las atrocidades como «delitos» genéricos que no tienen nada
que ver ni con la identidad religiosa de las víctimas ni con la de los
autores. He leído muchos informes sobre atentados terroristas que se
han cobrado docenas de vidas, solo para descubrir al final (o a veces
leyendo entre líneas e investigando más a fondo) que los asesinados lo
fueron por ser cristianos.
Por ejemplo, cuando los musulmanes atentaron con bombas contra tres iglesias en Sri
Lanka el domingo de Pascua de 2019, matando a unos 300 cristianos, muchos
políticos (incluidos el expresidente Barack Obama y Hilary Clinton) ni
siquiera se atrevieron a identificar a las víctimas como «cristianos».
En vez de eso, condenaron el ataque «terrorista» contra «fieles en la Pascua.
Otras veces, ataques no provocados de musulmanes contra cristianos se
presentan como «lucha sectaria», una frase que sugiere dos adversarios
igualados. Esto difícilmente describe la realidad: son pequeñas
minorías cristianas perseguidas en países de mayoría musulmana. El New York Times tituló así una noticia sobre un atentado terrorista islámico contra una iglesia egipcia en el que murieron 21 fieles en 2011: «Aumentan los enfrentamientos mientras los egipcios siguen enfadados tras un atentado»,
como si los cristianos frustrados y acosados que protestan contra sus
perseguidores fueran la noticia realmente importante y preocupante, y
no la matanza injustificada que acaban de sufrir.
Del mismo modo, la NPR [radiodifusión pública de Estados Unidos]
publicó un informe sobre la «violencia sectaria» en Egipto, acompañado
de una gran foto
de lo que parecía ser una turba cristiana «fanática» agitando un
crucifijo, y no lo que provocó esa particular muestra de solidaridad
cristiana: la persecución incesante contra los coptos en Egipto.
O un reportaje
de la BBC, en 2012, sobre el ataque a una iglesia en Nigeria en el que
murieron tres cristianos, entre ellos un bebé. Expone objetivamente los
hechos básicos antes de saltar a la noticia realmente
importante: «El atentado provocó una revuelta de jóvenes cristianos, y
se informa de que al menos dos musulmanes resultaron muertos en la
violencia. Los dos hombres fueron arrastrados de sus bicicletas tras
ser detenidos en un control de carretera establecido por los
revoltosos, según la policía. También se quemó una hilera de tiendas de
propiedad musulmana».
El informe sigue y sigue –con una sección entera sobre cristianos «muy
enfadados»– hasta que uno confunde a las víctimas con los
perseguidores, olvidando por qué los cristianos están «muy
enfadados» en primer lugar: los incesantes ataques terroristas contra
sus iglesias y las matanzas o la esclavitud que sufren sus mujeres y
niños.
Por cierto, desde ese ataque a la iglesia en 2012, literalmente miles de iglesias más han sido atacadas, incendiadas o bombardeadas por los musulmanes en la genocida Nigeria, donde cada dos horas es asesinado un cristiano. Pero la clase dirigente continúa señalando cualquier cosa (más recientemente, el cambio climático) como el «motivo» que aparentemente está «forzando» a los desventurados musulmanes a asesinar cristianos.
Como debería estar claro a estas alturas, el efecto neto de este tipo
de información pone la verdad patas arriba: las víctimas son los
perseguidores y los perseguidores son las víctimas. No hace falta ir a
buscar ejemplos en el África subsahariana; lo mismo está ocurriendo
aquí, en Estados Unidos.
El pasado mes de marzo, después de que una mujer que decía ser un
hombre irrumpiera en su antigua escuela cristiana de Nashville y
asesinara a tres niños y tres empleados, los medios de comunicación del
sistema se pusieron en modo control de daños (como se documenta aquí).
Insistieron en que el motivo de la mujer era «poco claro» (al tiempo
que se negaron a publicar su manifiesto), e insinuaron que, en todo
caso, los cristianos que han convertido la vida de las personas
transgénero en un infierno se lo merecían. Y, fieles a su estilo,
muchos titulares parecían intencionadamente engañosos, como el de Reuters:
«Un antiguo alumno de una escuela cristiana mata a 3 niños y 3
empleados en un tiroteo en Nashville». Cualquiera que se limite a leer
el titular –como muchos suelen hacer– podría llegar a la conclusión de
que un cristiano atacó a alumnos de una escuela laica.
Una última estrategia, bastante deplorable, consiste en publicar
activamente noticias falsas en un esfuerzo por suprimir el espectro de
la violencia musulmana contra los cristianos. En los días anteriores a
la decapitación de los 21 cristianos egipcios en Libia, la BBC informó falsamente de que la mayoría de ellos habían sido «liberados» (de nuevo, no hay nada que ver aquí; sigan adelante).
Mientras tanto, como los medios de comunicación siguen transmitiendo un
universo alternativo construido a base de mentiras, la persecución
contra los cristianos casi se ha duplicado
en todo el mundo desde 1993 y sigue extendiéndose a naciones no
asociadas anteriormente con la persecución, incluyendo India, Méjico y
Nicaragua.
La mayoría de los occidentales, incluida la mayoría de los
autoproclamados cristianos, desconocen totalmente este fenómeno o no
tienen ni idea de su alcance o importancia. Si la trayectoria actual no
cambia, es probable que permanezcan en la oscuridad hasta que la
persecución comience a golpear mucho más cerca de casa –momento en el
que ya no será necesaria una información precisa, puesto que la
persecución será una experiencia vivida–.
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