Hipocresía histórica: los musulmanes demonizan a Colón mientras exaltan a sus propios malvados

RAYMOND IBRAHIM






En los días previos al Día de Colón, el presidente Trump emitió una proclamación, de la que se recoge a continuación un extracto:


«Hoy nuestra nación honra al legendario Cristóbal Colón, el héroe americano original, un gigante de la civilización occidental y uno de los hombres más valientes y visionarios que jamás haya pisado la faz de la tierra. En este Día de Colón, nos comprometemos a recuperar su extraordinario legado de fe, coraje, perseverancia y virtud de los incendiarios de izquierda que han tratado de destruir su nombre y deshonrar su memoria.


Nacido en 1451, Colón se convirtió rápidamente en un titán de la Era de los Descubrimientos. El 3 de agosto de 1492, Colón emprendió una audaz expedición que la mayoría consideraba imposible. Por encargo de Fernando e Isabel de España, Colón y su tripulación embarcaron en tres pequeños barcos... para zarpar en un peligroso viaje a través del Atlántico. Le guiaba una noble misión: descubrir una nueva ruta comercial hacia Asia, llevar la gloria a España y difundir el Evangelio de Jesucristo por tierras lejanas.


Poco más de dos meses después, el 12 de octubre de 1492, Colón llegó a las costas de las actuales Bahamas. A su llegada, plantó una majestuosa cruz en un poderoso acto de devoción, dedicando la tierra a Dios y poniendo en marcha el orgulloso derecho de nacimiento de la fe de América...


De manera escandalosa, en los últimos años, Cristóbal Colón ha sido el blanco principal de una campaña despiadada y cruel para borrar nuestra historia, difamar a nuestros héroes y atacar nuestro patrimonio. Ante nuestros propios ojos, los radicales de izquierda han derribado sus estatuas, han vandalizado sus monumentos, han mancillado su personaje y han tratado de expulsarlo de nuestros espacios públicos.»


Trump se refiere a la afirmación revisionista y de moda, defendida por «la izquierda», de que Cristóbal Colón era, en realidad, el diablo encarnado, un esclavista en masa y un maníaco genocida.


En realidad, y juzgado según los estándares de su época, nada de lo que hizo Colón fue fuera de lo normal.


Aun así, y sobre todo porque Trump se ha pronunciado a favor de Colón, los que odian a Colón —es decir, aquellos que buscan, en palabras de Trump, «borrar nuestra historia, difamar a nuestros héroes y atacar nuestro patrimonio»— han irrumpido con toda su fuerza.


La ironía es que algunos de los que lanzan piedras viven en casas de cristal muy frágiles.


Tomemos como ejemplo el Yaqeen Institute, un centro de investigación islámico con sede en Texas y vinculado a los Hermanos Musulmanes que, según su propia descripción, trabaja para combatir la «islamofobia».


También en los días anteriores al Día de Colón, publicó un vídeo titulado «La verdadera historia de Cristóbal Colón», narrado por un tal «imán Tom» (aparentemente un estadounidense convertido al islam).


Como era de esperar, el vídeo recurre a todo tipo de difamaciones y propaganda como la que Trump condena en su proclamación. El imán Tom no solo presenta a Cristóbal Colón como el diablo encarnado, sino que parece insinuar que cualquier estadounidense al que le guste Colón es culpable por asociación.


Ahora bien, ¿por qué el imán Tom, que, como musulmán, vive en una casa de cristal muy frágil, lanza piedras a todo el mundo? ¿No es consciente de que prácticamente todos los héroes de la historia islámica son culpables de comportamientos similares, y aun peores, que Colón?


Pensemos en un musulmán que dominó el siglo XV, contemporáneo de Cristóbal Colón: el sultán otomano Mehmed II (1432-1481). Durante sus más de 30 años de reinado, conquistó tantos territorios cristianos que hoy en día es más conocido —y honrado por los musulmanes— como Mehmed el Conquistador.


Su mayor logro se produjo en 1453, cuando él, Mehmed, tenía 21 años y Colón 2: la caída de Constantinopla. Su única razón para conquistar ese antiguo reino cristiano fue que no aceptaba el islam. Una vez conquistada, entró en la basílica de Santa Sofía y la profanó ritualmente, destruyendo su altar, rompiendo sus cruces y quemando las Biblias e iconos, antes de llamar a los fieles a la oración y transformarla en mezquita.


Después, él y sus conquistadores musulmanes cometieron innumerables atrocidades: violaron a mujeres, niños e incluso hombres en las calles, antes de asesinarlos.


Mehmed II, un notorio pederasta, esclavizó y abusó sexualmente de varios niños cristianos, apuñalando a uno hasta la muerte porque el muchacho no se le sometía.


Tres días después de que los musulmanes saciaran sus bárbaros instintos, Mehmed hizo que los «desgraciados nobles de Constantinopla» —según cita un testigo ocular, Riccherio— fueran arrastrados ante sus hombres durante las festividades nocturnas y «ordenó que muchos de ellos fueran descuartizados, como entretenimiento». El resto de la población de la ciudad —unos 50.000 habitantes— fueron arrastrados encadenados para venderlos como esclavos.


Sin duda, Constantinopla fue solo una de las muchas conquistas de este tipo. En 1480, cuando Colón tenía 29 años, el sultán Mehmed envió un ejército para invadir Italia. Al conquistar Otranto, los musulmanes masacraron a más de la mitad de sus 22.000 habitantes y esclavizaron a 5.000, en su mayoría mujeres y niños. A los 813 prisioneros cristianos restantes, en su mayoría hombres sanos, se les dio a elegir: abrazar el islam o morir. Todos eligieron el cristianismo y la muerte y, el 14 de agosto, fueron decapitados ritualmente en la cima de una solitaria colina en Otranto. A su arzobispo lo cortaron por la mitad entre gritos de «Alahú Akbar». (Los restos óseos de algunos de estos cristianos desafiantes aún pueden verse en la catedral de Otranto.)


Podríamos continuar hablando sobre el contemporáneo de Colón, el sultán Mehmed II, y siempre encontraríamos nuevas atrocidades cometidas por él. Por ejemplo, en mi último libro, Las dos espadas de Cristo, refiero otra atrocidad poco conocida.


Después de conquistar otra ciudad griega, le regalaron una esclava muy hermosa, llamada Irene. Mehmed se enamoró de ella y pasaba tanto tiempo con ella que sus hombres comenzaron a quejarse de que estaba perdiendo el espíritu guerrero. Al enterarse de esto, dio dos órdenes: primero, que bañaran a Irene y la vistieran con un hermoso vestido; y segundo, que sus principales hombres y generales se reunieran en el patio del palacio. A continuación, hizo que le llevaran a la hermosa Irene. Tomándola de la mano y exhibiendo a la incómoda esclava ante sus hombres, les preguntó si alguna vez habían visto tanta belleza. Entonces, mientras todos se quedaban boquiabiertos mirando a la joven Irene, Mehmed la agarró del pelo, sacó su espada y le cortó la cabeza, alardeando de lo fácil que le resultaba cortar el cuello a cualquiera que se interpusiera en su camino.


La cuestión aquí es que los musulmanes, precisamente ellos, no deberían lanzar piedras contra Colón, ya que viven en casas de cristal. Al fin y al cabo, este mismo Mehmed tiene estatuas y es ampliamente celebrado en toda Turquía, y se le recuerda y honra cada 29 de mayo, fecha que marca el mencionado y horrible saqueo de Constantinopla, un acontecimiento por lo demás glorioso que los turcos celebran todos los años.


Por cierto, y para que no parezca que Mehmed II fue una especie de anomalía, prácticamente todos los dirigentes musulmanes a lo largo de la historia se comportaron de manera semejante, masacrando y esclavizando a personas simplemente porque no abrazaban el islam. Podemos remontarnos hasta Mahoma, quien, en un hadiz canónico, se jacta diciendo: «He salido victorioso gracias al terror».


Uno de los actos de terror más infames fue la orden que dio Mahoma de decapitar ritualmente a unos 700 hombres judíos delante de sus mujeres y niños, reducidos a esclavitud. Lo mismo que ocurrió con los 813 cristianos de Otranto, Italia, en 1480.


El sultán Mehmed II lo señalamos porque fue contemporáneo de Colón, para dar una idea de cómo se comportaban los musulmanes durante la época de Colón. Si realmente se quiere hablar de genocidios, se puede hablar de cómo los musulmanes masacraron a unos 80 millones de hindúes a lo largo de cinco siglos, todo en nombre del islam, según el historiador indio Kishori Saran Lal.


En resumen, si el imán Tom está realmente preocupado y quiere evitar que la gente admire a los «malvados», tal vez debería empezar por mirar hacia dentro y ayudar a sus compañeros musulmanes a ver la luz, para que dejen de convertir en héroes y tratar de emular a tantos gerifaltes musulmanes —desde tiempos de su profeta hasta la actualidad—, la mayoría de los cuales cometieron horribles atrocidades.


En cambio, el imán Tom se muestra escandalizado y molesto porque los estadounidenses se atreven a celebrar a Cristóbal Colón, un hombre que, en palabras de Trump, «allanó el camino para el triunfo definitivo de la civilización occidental». Una civilización a la que, les guste o no, a los musulmanes les encanta trasladarse y vivir en ella.


A mitad de su presentación, Tom revela su conclusión definitiva sobre Colón: que el explorador era un «islamófobo» que «odiaba a los musulmanes», que incluso «luchó contra ellos en España» y cuyo objetivo final al viajar era ayudar a la cruzada y reconquistar Jerusalén.


Cualquiera que se trague esa historia falsa —es decir, la inmensa mayoría de la gente que ve su vídeo— tomará las palabras y la presentación del imán Tom como una prueba más de que Colón era un hombre malvado que odiaba a los musulmanes sin más motivo que el hecho de ser —como cualquiera que lo celebre— un islamófobo rabioso.


Luego está la realidad. Ya les he dado una pequeña idea de las atrocidades que el sultán Mehmed II y su gigantesco ejército otomano cometieron durante la época de Colón.


De hecho, así había sido durante casi 800 años antes del nacimiento de Colón, cuando los musulmanes, tras conquistar casi tres cuartas partes del territorio original de la cristiandad —incluido todo Oriente Medio y el norte de África—, entraron por primera vez y conquistaron partes de Europa, como España, en el año 711 d. C.


A partir de ese año, Europa y el Islam se enzarzaron en una lucha a muerte, especialmente tras el auge de los turcos, que comenzaron a invadir y conquistar Europa oriental a principios del siglo XIV. Como hemos visto, cuando nació Colón, no solo gran parte de los Balcanes había sido conquistada por los turcos otomanos —y Rusia por los mongoles musulmanes—, sino que las fuentes hablan de millones y millones de europeos esclavizados por los turcos, los tártaros y los musulmanes de Berbería, o el norte de África.


En cuanto a la Reconquista, que el imán Tom descarta como la «supuesta Reconquista», también fue algo muy real. Comenzó poco después de que los musulmanes invadieran, aterrorizaran y conquistaran la península ibérica en 711, y continuó durante siglos, mientras innumerables cristianos españoles y portugueses luchaban y morían en su intento de liberar sus patrias del islam.


En este contexto, los monarcas españoles Fernando e Isabel, declarados cruzados, que pusieron fin a la Reconquista de España, al liberar Granada del islam en 1492, tomaron a Colón a su servicio ese mismo año. Financiaron su ambicioso viaje hacia occidente en un esfuerzo por lanzar, en palabras del historiador Louis Bertrand, «una cruzada final y definitiva contra el Islam por el camino de las Indias» (y esto culminó en el descubrimiento incidental del Nuevo Mundo).


Muchos europeos estaban convencidos de que si lograban llegar a los pueblos al este del islam —que, si no eran cristianos, al menos «aún no estaban infectados por la plaga mahometana», en palabras del papa Nicolás V— juntos podrían aplastar al islam. Pero como viajar hacia el oriente, donde dominaban los otomanos y otros musulmanes, era suicida, había que encontrar una nueva ruta: de ahí la verdadera razón por la que Cristóbal Colón navegó hacia occidente: para continuar la cruzada contra el islam y recuperar Jerusalén.


Todo esto se desprende de las propias cartas de Colón: en una de ellas se refiere a Fernando e Isabel como «enemigos de la miserable secta de Mahoma» que están «decididos a enviarme a las regiones de las Indias, para ver» cómo puede ayudar la gente de allí.


Hay una ironía final en la descripción que hace el imán Tom sobre Colón como «islamófobo»: sí, Colón, Fernando e Isabel —y todos los europeos de entonces— eran islamófobos, pero no en el sentido en que se utiliza hoy esa palabra. Si bien la palabra griega phobos siempre ha significado «miedo», su uso actual implica «miedo irracional».


Sin embargo, teniendo en cuenta que durante casi mil años antes de Colón, el islam había atacado repetidamente a la cristiandad hasta el punto de engullir la mayor parte de su territorio original, incluida España durante siglos; que la última versión del islam, bajo la forma de los turcos otomanos, estaba, durante la época de Colón, devastando los Balcanes y el Mediterráneo, masacrando y esclavizando a cualquier europeo que se atreviera a viajar hacia oriente a través de sus dominios; y que, incluso siglos después de Colón, el islam seguía aterrorizando a Occidente —marchando sobre Viena con 200.000 yihadistas en 1683 y provocando la primera guerra de Estados Unidos como nación en 1800—, la mera sugerencia de que los temores occidentales hacia el islam eran, o son, «irracionales» es en sí misma el colmo del irracionalismo.



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