La épica
batalla que liberó del islam a la España cristiana: Las Navas de Tolosa
RAYMOND IBRAHIM
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El 16 de julio de 1212, una batalla épica –por la
que todavía hoy jura venganza el Estado Islámico–
tuvo lugar entre cristianos y musulmanes, y presagió la desaparición
del islam en España, quinientos años después de que los seguidores de
Mahoma invadieran y subyugaran inicialmente este país, a partir del
año 711.
Desde el principio, una pequeña bolsa de resistencia cristiana
permaneció en el noroeste de España. De este "grano de mostaza" comenzó
la Reconquista –la reconquista cristiana de España del islam–. Siglo
tras siglo, los cristianos avanzaron despacio hacia el sur, hasta
recuperar aproximadamente la mitad norte de España.
A principios del siglo XIII, los musulmanes, bajo el califa almohade
Muhámmad Al-Násir, decidieron que ya era suficiente. Organizaron uno de
los ejércitos más grandes que jamás haya marchado por suelo español,
con la intención de extirpar el cristianismo a fuego y espada. En una
carta de amplia circulación atribuida al propio califa, Al-Násir
declaraba que todos los cristianos deben "someterse a nuestro imperio y
convertirse a nuestra ley [saría]".
De lo contrario, "todos los que adoran la señal de la cruz ... probarán
nuestras cimitarras".
Alarmado, el Papa Inocencio III proclamó una cruzada y llamó a los
cristianos de España a unirse y luchar "contra los enemigos de la cruz
del Señor, que no solo aspiran a la destrucción de España, sino que
también han amenazado con descargar su ira sobre los fieles de Cristo
en otros países y, si pueden –Dios no lo quiera–, aplastar el nombre
cristiano".
Por doquier, los trovadores buscaban enardecer a los cristianos:
"Saladino tomó Jerusalén", cantaban en verso, y "ahora el rey de
Marruecos anuncia que luchará contra todos los reyes de los cristianos
con sus traidores andalusíes y árabes", que "en su orgullo creen que el
mundo les pertenece". La división religiosa se vio agravada por otra
racial: "Firmes en la fe, no abandonemos nuestra herencia a los perros
negros de ultramar".
El 14 de julio, el ejército cristiano y el musulmán finalmente llegaron
hasta Las Navas de Tolosa y acamparon allí, donde se iba a decidir el
destino de España. El ejército que encabezaba el califa Al-Násir "era
una fuerza muy grande y heterogénea", escribe Darío Fernández-Morera,
"formada por bereberes, duros guerreros esclavos negros (los imesebelen,
que estaban encadenados como guardia inquebrantable alrededor de la
tienda del califa almohade), árabes, arqueros a caballo turcos, levas
de musulmanes andalusíes ... muyahidines
(combatientes religiosos voluntarios –yihadistas– de todo el mundo
islámico), e incluso mercenarios y desertores cristianos".
Las dos fuerzas no podían parecer más dispares: la mayoría de los
aproximadamente doce mil españoles estaban fuertemente armados; los
caballeros llevaban espadas de doble filo de un metro de largo. En
comparación, la mayoría de los musulmanes africanos iban casi desnudos,
con escudos hechos de pieles de hipopótamo. Pero el número de
musulmanes (treinta mil) y la ferocidad desenfrenada los compensaban.
Los cristianos pasaron el 15 de julio, domingo, recuperándose y
preparándose también espiritualmente. De rodillas, hombres con lágrimas
en los ojos se
daban golpes de pecho e imploraban a Dios que les diera fuerzas.
Clérigos
militares –todos decididos a "arrancar de las manos de los musulmanes
la tierra que poseían para injuria del nombre cristiano"– recorrían
el campamento, administraban la eucaristía, escuchaban las confesiones
y exhortaban a los cruzados a luchar con todo su denuedo. Luego, hacia
medianoche, según escribe uno de los que allí estuvieron, "la voz de
júbilo y confesión resonó en las tiendas cristianas y la voz del
heraldo convocó a todos a armarse para la batalla del Señor".
Alfonso VIII de Castilla, el capitán supremo de la coalición cristiana,
miró a las hordas enemigas que se alineaban frente a ellos, y se
apesadumbró: "Arzobispo", dijo dirigiéndose a Rodrigo de Toledo, que
estaba junto a él, "aquí moriremos", aunque "una muerte en tales
circunstancias no es indigna". "Si place a Dios", respondió Rodrigo,
"que no sea la muerte, sino la corona de la victoria; pero si a Dios le
agrada lo contrario, todos estamos dispuestos a morir a vuestro lado".
Nada más amanecer aquel 16 de julio, comenzó la batalla. Durante mucho
tiempo, la situación permanecía estancada: "Los que se alineaban en las
primeras filas miraban a los moros preparados para la
batalla", escribe un testigo ocular:
"Atacaron, luchando unos contra otros, cuerpo a cuerpo, con lanzas,
espadas y hachas de guerra; no había lugar para los arqueros. Los
cristianos avanzaban; los moros los repelían; se escuchaba el
estrépito y el tumulto de las armas. La batalla seguía, pero ninguno
de los bandos se daba por vencido, aunque a veces hicieran retroceder
al
enemigo, y otras veces fueran rechazados por el enemigo."
Decididos a atravesar la hueste musulmana, escribió Alfonso más tarde,
los cristianos "cortaron muchas líneas del enemigo que estaba
apostado en los promontorios más bajos. Cuando nuestros hombres
llegaron a la última de sus líneas, formada por un enorme número de
soldados, entre los que se encontraba el rey de Cartago [Al-Násir], se
inició
una lucha desesperada entre la caballería, la infantería y los
arqueros, estando nuestra gente en un peligro terrible y apenas capaz
de resistir más".
Por cada línea musulmana que los cristianos rompían, se formaban
instantáneamente otras –tan grandes eran las filas del islam–. "En
cierto momento, algunos cristianos miserables, que se retiraban y
huían,
gritaron que los cristianos estaban vencidos". Cuando el rey Alfonso
"escuchó aquel grito de derrota", él y sus caballeros "se apresuraron a
subir a la colina donde estaba lo más encarnizado de la batalla".
"Entonces nosotros", prosigue Alfonso, "dándonos cuenta de que la lucha
se estaba volviendo imposible para ellos [los españoles en retirada],
lanzamos una carga de caballería, llevando la cruz del Señor por
delante y enarbolando el estandarte con la imagen de la Santísima
Virgen y su Hijo". Los cristianos luchaban valientemente, pero los
africanos continuaban
acometiendo contra ellos.
Entonces sucedió una especie de milagro: "Dado que ya habíamos
resuelto morir por la fe de Cristo, tan pronto como vimos ... que los
sarracenos" atacaban la cruz y las imágenes "con piedras y flechas",
los cruzados enfurecidos "rompieron línea de ellos, pese a su gran
cantidad de hombres, aunque los sarracenos resistieron valerosamente en
la batalla y se mantuvieron firmes en derredor de su señor".
Los cristianos de retaguardia vieron la cruz aparecer como
milagrosamente y permanecer en el aire detrás de las líneas enemigas.
Inspirados más allá de toda esperanza, los hijos nativos de España
irrumpieron en el centro del campamento musulmán, masacrando a "una
gran
multitud de ellos con la espada de la cruz". Sancho VII, el gigante rey
de Navarra, seguido por sus hombres, fue el primero en abrirse paso y
derrotar a los soldados esclavos africanos, encadenados alrededor de la
tienda del califa.
Al instante, montado a caballo, Al-Násir "dio media vuelta y huyó. Sus
hombres fueron muertos y masacrados a mansalva, y aquel sitio del
campamento
y las tiendas de los moros se convirtió en cementerio de los caídos. …
De esta manera, se ganó triunfalmente la batalla del Señor, solo por
Dios y solo gracias a Dios", concluía el victorioso rey Alfonso VIII de
Castilla.
La victoria de Las Navas de Tolosa fue vista como un milagro por el
Papa y por los campesinos. No solo fue diezmado el poderío del hasta
entonces imbatible califato almohade; sino que mientras murieron
decenas de miles de musulmanes, solo perecieron unos dos mil cristianos
–en su mayoría monjes guerreros de las órdenes militares, que siempre
estaban donde la lucha era más intensa–.
Lo más importante de todo es que este triunfo marcó el comienzo de la
liberación de España del
islam, ya que los reinos musulmanes del sur de la península fueron
cayendo
uno a uno, ante la espada de la Reconquista; de modo que, en 1248, solo
permanecía bajo el islam el reino de Granada, en el extremo sur
de España –y era tributario de Castilla–.
Por lo demás, como signo de lo decisiva que fue la batalla de Las Navas
de Tolosa, durante siglos a partir de entonces, el 16 de julio se
celebró
como el "Triunfo de la Santa Cruz" en el calendario litúrgico español,
hasta que
el concilio Vaticano II abolió la festividad –plegándose al espíritu de
esta nueva era de olvido en que vivimos–.
El relato anterior está extraído del libro del autor, Sword and Scimitar: Fourteen Centuries of
War between Islam and the West.
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