Occidente, o el islam, ¿cuál ‘se construyó sobre sangre, lágrimas, masacres y explotación’?

RAYMOND IBRAHIM





El mundo acaba de asistir a una extravagante proyección freudiana por parte del presidente de Turquía, el autodenominado sultán, Recep Tayyip Erdogan. Durante un reciente consejo celebrado en Ankara, afirmó: «El progreso de Occidente, construido a base de sangre, lágrimas, masacres y explotación, ha superado temporalmente a la civilización de Oriente centrada en el ser humano».


Para cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la historia de la interacción entre Occidente y los musulmanes, la afirmación de Erdogan es la antítesis perfecta de la realidad. Nada está «construido sobre sangre, lágrimas, masacres y explotación» en mayor grado que el «progreso» del islam.


El islam, que nació en el siglo VII en la Península Arábiga, se extendió y conquistó por la espada lo que hoy se llama «mundo musulmán». La mayoría de las tierras que conquistó, incluido todo Oriente Próximo y el norte de África, eran antes cristianas. Tanto las fuentes musulmanas como las no musulmanas dejan inequívocamente claro que las conquistas del islam fueron sangrientas, salvajes y sádicas. A lo largo de los siglos, muchos millones de no musulmanes fueron masacrados o esclavizados; miles de iglesias y templos no musulmanes fueron destruidos o convertidos en mezquitas.


Basta con mirar a la nación que gobierna Erdogan, Turquía (Asia Menor), para confirmarlo. Antaño antiguo bastión del cristianismo (y destinatario de muchas de las epístolas de san Pablo), los antepasados turcos de Erdogan comenzaron a conquistarla en el siglo XI d.C.



Los turcos toman Armenia


Así, en 1019, «la primera aparición de las bestias sedientas de sangre... la salvaje nación de los turcos entró en Armenia... y masacró sin piedad a los fieles cristianos con la espada», escribe Mateo de Edesa (m.1144). En 1049, los turcos llegaron a la ciudad no amurallada de Ardesen y «pasaron a cuchillo a todos sus habitantes, causando una espantosa matanza, hasta ciento cincuenta mil personas». Otro testigo ocular griego, Aristakes, señala que «sin piedad, [los turcos] incineraron a los que se habían escondido en casas e iglesias». Se necesitaron ochocientos bueyes y cuarenta camellos para acarrear el inmenso botín, en su mayor parte tomado de las iglesias de Ardesen, todas las cuales fueron incendiadas.


Durante el asedio turco a Sebastia (actual Sivas) en 1060, fueron destruidas 600 iglesias y «muchas [más] doncellas, novias y damas fueron llevadas al cautiverio». En otra incursión en territorio armenio, «innumerables personas fueron quemadas vivas [hasta morir]».


Entre 1064 y 1065, el sultán Muhammad bin Dawud Chaghri, conocido en la posteridad como Alp Arslan, uno de los héroes preferidos por Erdogan, asedió Ani, la capital de Armenia. Una vez tomada, los turcos –al parecer armados con dos cuchillos en cada mano y otro más en la boca– «empezaron a masacrar sin piedad a todos los habitantes de la ciudad... y a amontonar sus cadáveres unos sobre otros... Innumerables e incontables niños con caras inocentes y niñas preciosas fueron arrastrados junto con sus madres».


No son solo distintas fuentes cristianas las que documentan el saqueo de la capital de Armenia (un contemporáneo señala sucintamente que Muhammad «convirtió Ani en un desierto a base de masacres e incendios»), sino que también lo narran las fuentes musulmanas, a menudo en términos apocalípticos: «Quería entrar en la ciudad y verla con mis propios ojos», explica un turco. «Intenté encontrar una calle donde no tuviera que pasar por encima de cadáveres. Pero fue imposible».



Objetivo: destruir el cristianismo


Tampoco había muchas dudas acerca de lo que alimentaba la animadversión de los turcos musulmanes: «Esta nación de infieles viene contra nosotros a causa de nuestra fe cristiana y se proponen destruir los preceptos de los adoradores de la cruz y exterminar a los fieles cristianos», explicaba a sus compatriotas un tal David, jefe de una región armenia. Por tanto, «es apropiado y justo que todos los fieles salgan con sus espadas y mueran por la fe cristiana». Muchos pensaban lo mismo. Las fuentes hablan de monjes y sacerdotes, padres, esposas e hijos, todos mal armados, pero deseosos de proteger su modo de vida, que salieron a enfrentarse a los invasores, en vano.


A medida que los turcos se adentraban en Asia Menor, continuaron haciendo lo mismo con los griegos del Imperio Romano de Oriente (o «bizantino»). «A lo largo y ancho, [los turcos] arrasaron ciudades y fortalezas junto con sus asentamientos», escribió un testigo franco. «Las iglesias fueron arrasadas. De los clérigos y monjes que capturaron, algunos fueron masacrados, mientras que otros fueron entregados con indecible maldad, incluidos los sacerdotes, a su funesto dominio, y las monjas –¡lo más lamentable!– fueron sometidas a su lujuria».


El emperador Alejo I Comneno lo describió en una carta al conde Roberto de Flandes:


«Los lugares santos son profanados y destruidos de innumerables maneras. ... Nobles matronas y sus hijas, despojadas de todo, son violadas una tras otra, como animales. Algunos [de sus atacantes] colocan descaradamente a vírgenes delante de sus propias madres y las obligan a cantar canciones perversas y obscenas hasta que han terminado de hacer de las suyas con ellas ... hombres de todas las edades y tipos, niños, jóvenes, ancianos, nobles, campesinos y lo que es peor y aún más penoso, clérigos y monjes y, ay aflicción sin precedentes, incluso obispos son mancillados con el pecado de la sodomía [lo que significa que fueron violados].»



No saben mucho de historia


De hecho, no escasean los escritos coetáneos que documentan las atrocidades que sufrieron los cristianos orientales cuando los turcos impusieron el islam en Asia Menor. Un cronista georgiano anónimo cuenta cómo «las iglesias sagradas sirvieron de establos para sus caballos», los «sacerdotes fueron inmolados durante la misma santa Comunión», las «vírgenes profanadas, los jóvenes circuncidados y los niños arrebatados». La princesa de Constantinopla narra cómo «las ciudades fueron arrasadas, las tierras saqueadas y toda la tierra de los romanos [Anatolia] se tiñó de sangre cristiana». Una misma espantosa historia de aflicción.


No obstante, ahí está Erdogan, el heredero de los turcos que cometieron estas atrocidades, quejándose de que «el progreso de Occidente, construido a base de sangre, lágrimas, masacres y explotación, ha superado temporalmente a la civilización de Oriente centrada en el ser humano».


¿Cómo se puede razonar con una mentalidad tan retorcida y desquiciada?



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