Otro genocidio, otro yihadista, otro aliado de Estados Unidos: la historia de siempre
RAYMOND IBRAHIM
|
Una de las cosas más extrañas que me suelen pasar
es que, cuando surge lo que parece ser una «noticia de última hora» en
mi campo, normalmente tengo muy poco que decir.
¿Por qué? Porque no es una noticia, al menos no
para mí. Es la misma historia de siempre que expliqué hace dos décadas
y que desde entonces he repetido innumerables veces.
Y es que no cambia absolutamente nada.
Tomemos como ejemplo lo que está sucediendo en Siria.
En los últimos días, la minoría drusa de Siria ha
sido objeto de una ola de terror inspirado en el yihadismo que ha
dejado más de mil muertos, pueblos enteros desiertos y a muchos drusos
preguntándose si están presenciando el exterminio definitivo de su
pueblo.
La violencia comenzó en serio cuando tribus
beduinas suníes, con el pleno respaldo de unidades del ejército sirio,
asaltaron varias aldeas drusas en la provincia de Sweida. Lo que siguió
fueron atrocidades que reflejaban la barbarie del ISIS. En al-Mazraa,
hombres armados gritando «¡Alahú Akbar!» incendiaron casas con
familias todavía dentro. En Sahwat al-Khudr, varios drusos fueron
decapitados, sus cadáveres mutilados y exhibidos en la plaza del
pueblo. Las imágenes de vídeo que circularon en los canales de Telegram
favorables al régimen muestran a los atacantes recitando versículos del
Corán que justifican la matanza de los no suníes.
Más de 262 civiles, entre ellos mujeres y niños,
fueron masacrados, algunos a tiros, otros quemados vivos o ejecutados
sumariamente. En Suwara al-Kubra, varias niñas drusas fueron
secuestradas, violadas y abandonadas, una de ellas con la lengua
cortada y un versículo del Corán escrito con sangre sobre el pecho.
Testigos locales afirman que las tropas del
régimen se mantuvieron al margen o, más a menudo, colaboraron
activamente en las redadas, proporcionando vigilancia aérea y munición.
El llamado presidente «reformista» de Siria,
Ahmad al-Sharaa, él mismo un «antiguo» yihadista y miembro de Al Qaeda
en Siria (Al-Nusra), culpó a los drusos de «incitar a los disturbios»,
repitiendo la misma lógica yihadista utilizada por el ISIS y Al Qaeda
cuando matan a sus víctimas.
Más de 79.000 drusos han huido, muchos de los
cuales se esconden ahora en bosques, cuevas o campamentos improvisados.
El clérigo local jeque Hikmat al-Hijri condenó las acciones del régimen
como una «guerra yihadista de exterminio» y declaró: «Ellos [el nuevo
«Gobierno» sirio] vienen con tanques y alfombras de oración. Nos matan
en nombre de su dios, y el mundo los aplaude como moderados».
Si se pregunta de dónde viene todo este odio, no
hay más que mirar al propio «jeque del Islam»: Ibn Taymiyya
(1263-1328), uno de los teólogos más destacados del islam suní, cuyas
obras siguen difundiéndose ampliamente en las escuelas y mezquitas
islámicas. La siguiente es mi traducción de una fetua que escribió
específicamente dirigida contra los drusos. No solo llama
explícitamente a su matanza, sino que fíjémonos en el escalofriante
decreto final: cualquier gobernante musulmán que no les inflija la ira
de Alá no es musulmán en absoluto. (De ahí que el nuevo «presidente» de
Siria, al-Sharaa, antiguo miembro de Al Qaeda, esté totalmente de
acuerdo).
«Todos los musulmanes están de acuerdo en que ellos [los drusos] son infieles [kuffār].
De hecho, quien dude de que son infieles se convierte en infiel como
ellos. No están al nivel del Pueblo del Libro, ni de los politeístas [mushrikīn];
más bien, están más descarriados que ambos. Ni siquiera está permitido
comer su comida. Esclavizad a sus mujeres, confiscad sus riquezas, pues
son hipócritas y apóstatas, y no se acepta su arrepentimiento. Matadlos
dondequiera que los encontréis y que sean maldecidos como se ha
descrito. Apuntad especialmente a sus líderes y maestros, para que no
desvíen a otros. Está prohibido dormir en sus casas, entablar amistad
con ellos de cualquier forma o incluso caminar a su lado, ni siquiera
en sus funerales. Y cualquier gobernante musulmán que no los persiga
como ordena Alá es un pecador.»
Tengamos en cuenta que lo que acabamos de leer es
un texto fundamental de una de las autoridades más citadas del islam,
cuyas obras se enseñan en todo el mundo musulmán.
El mensaje está claro: bajo la bandera de la
«reforma» post-Assad, el régimen sirio está llevando a cabo una purga
yihadista de una de las últimas minorías religiosas independientes de
la región. Y lo están haciendo al grito de «Alahú Akbar» y en nombre de la «unidad nacional».
Aun así, ¿dónde está la novedad de la noticia? ¿Dónde está la sorpresa? Esto es exactamente lo que debe suceder cuando se mezclan juntos los ingredientes habituales.
¿Y cuáles son esos ingredientes? Sencillo: pon a
los fundamentalistas musulmanes en el mismo recipiente que un grupo
vulnerable de «infieles» —solo asegúrate de que los primeros (en este
caso, el «presidente» sirio y su régimen yihadista) sean el sabor
dominante— y ahí está ya: la yihad y el genocidio.
Después de todo, ¿no ha ocurrido esto una vez y
otra vez? ¿Recuerdas las grotescas y genocidas atrocidades cometidas
por el ISIS contra los yazidíes hace exactamente una década? Lo mismo
está ocurriendo ahora bajo la última encarnación del «islam radical»,
es decir, el nuevo Gobierno sirio. Ni los yazidíes ni los drusos son
considerados «gente del libro», por lo que no hay tolerancia ni estatus
de dimmí de segunda clase para ellos. Deben convertirse o enfrentarse al exterminio. No hay yizia. No hay sumisión. Solo esclavitud, violación, asesinato... en una palabra, la aniquilación.
Muammar al-Sharaa, primo del presidente sirio
Ahmad al-Sharaa, ha llegado a publicar en su cuenta de Facebook que
«está permitido esclavizar a sus mujeres [drusas]».
Así que aquí estamos de nuevo. No hemos aprendido
nada. No hemos avanzado nada. Es el mismo ciclo de siempre, una y otra
vez, hasta la saciedad.
Pero ojalá toda esta redundancia se limitara a
los fundamentalistas musulmanes que se comportan como tales. La
podredumbre es mucho más profunda, y mucho más cercana a nosotros.
Los dirigentes estadounidenses, ya sean
republicanos o demócratas, desde Reagan y los Bush hasta Clinton y
Obama, se han alineado sistemáticamente con los yihadistas, incluso mientras afirmaban defender la libertad religiosa y los derechos humanos en todo el mundo.
Esto fue especialmente evidente bajo el mandato de Obama, y yo escribí extensamente sobre ello (véase aquí, aquí y aquí). En palabras del propio Donald Trump, Obama fue «el fundador del ISIS».
Y, sin embargo, el propio Trump ha sido uno de
los primeros en suavizar las sanciones, estrechar la mano e incluso
elogiar al nuevo líder sirio, Ahmad al-Sharaa, la última cara del
terrorismo al estilo del ISIS y el responsable último de la masacre en
curso de los drusos.
«Es un tipo joven y guapo», dijo
Trump sobre este terrorista trajeado. «Un tipo duro. Un pasado fuerte.
Un pasado muy fuerte. Un luchador. Tiene muchas posibilidades de
mantenerlo todo bajo control».
Sí, así es como el presidente de Estados Unidos
se deshizo en elogios hacia un hombre cuya ideología es abiertamente
idéntica a la del ISIS; un hombre que «fue» miembro de Al Qaeda
—¿recuerdan a esos asesinos de 3.000 estadounidenses?— y un hombre que
actualmente está llevando a cabo un genocidio religioso.
Contrasta esto con el trato que recibió el
expresidente sirio Bashar al-Asad, un laico que, a pesar de todos sus
defectos, nunca persiguió a su pueblo por motivos religiosos. Y, sin
embargo, todos los presidentes estadounidenses lo condenaron y le
impusieron una oleada tras otra de sanciones.
Por otro lado, Trump cree que el nuevo dirigente
terrorista, Ahmad al-Sharaa, finalmente le dará a Siria «una
oportunidad de grandeza».
Entonces, si Obama fue «el fundador del ISIS», como dijo Trump, ¿en qué se convierte ahora Trump?
¿Acaso es todo esto solo una coincidencia? ¿Son
los dirigentes estadounidenses, republicanos o demócratas,
indefectiblemente ingenuos? ¿O es algo mucho más oscuro?
Me inclino mucho más por la segunda
interpretación, pero, a estas alturas, ¿acaso importa? El resultado es
siempre el mismo: allá donde Estados Unidos se entromete en el mundo
musulmán, los terroristas que odian a los «infieles» llegan al poder y
las minorías religiosas que están bajo su yugo son masacradas. Y, con
el tiempo, se vuelven contra quienes les han dado de comer (por
ejemplo, atacando a Estados Unidos con el 11-S).
De ahí que nada de esto sea «noticia» novedosa para mí. De arriba abajo, todo sigue igual.
Para que quede claro, no estoy diciendo que no se
deba informar de lo que está ocurriendo en Siria, me alegro de que se
haga (y yo mismo he publicado en X varios vídeos gráficos
de las atrocidades cometidas contra los drusos). Pero no veo la
necesidad de más «análisis», cuando la realidad es dolorosamente obvia
y deprimentemente inmutable. De hecho, la forma en que se consumen
estas historias ha adquirido un carácter inquietantemente voyeurista:
se cometen atrocidades, la gente finge estar conmocionada, las redes
sociales se llenan de comentarios y eslóganes, hasta que el ciclo de
noticias pasa a la siguiente indignación por la que se supone que
debemos emocionarnos. ¿Y las víctimas? Son abandonadas a su suerte.
Olvidadas.
Y vuelta a empezar. Por siempre.
Patético.
Así que comprende por qué cada vez más elijo no participar en estas grotescas farsas.
Y por eso también me he dedicado cada vez más a
escribir sobre historia. Aunque se refiere al pasado, a menudo parece
más fresco y revelador que los titulares de hoy día, porque descubre
cosas que nunca se han enseñado a la gente y se pretendía que nunca supieran.
¿Por qué? Porque la historia de la que me ocupo
gira en torno a una época en la que los hombres actuaban ante el mal,
en lugar de limitarse a tuitear y lamentarse ante todas las «malas
noticias», en espera de que llegue la siguiente distracción.
|
|
|