Historia de la Reconquista: la España cristiana libera Córdoba

RAYMOND IBRAHIM





Gracias a los esfuerzos de Fernando III de Castilla –san Fernando–, Córdoba, ciudad que, tras la conquista musulmana de España en el siglo VIII, se había convertido en una de las más importantes "moradas del islam", según las palabras de un desolado cronista musulmán, "pasó a manos de los malditos cristianos, ¡que Alá los destruya a todos!".


Seis meses antes, en diciembre de 1235, una audaz hueste de cristianos, mandada por unos cuantos caballeros, asaltó y tomó una parte del barrio oriental de Córdoba. La noticia llegó a oídos del rey Fernando en enero de 1236, cuando estaba de luto por la reciente muerte de su esposa de treinta años, a causa de complicaciones en el parto.


A través de un mensajero, los españoles "le imploraron que les ayudara porque se encontraban en gravísimo peligro". Frente a la "multitud musulmana de Córdoba, eran muy pocos" y "estaban separados de los moros tan sólo por una muralla que corría por medio de la ciudad." La situación estaba en tablas, pero el mensajero dejó claro que el tiempo no jugaba a favor de los cristianos.


El rey, que durante años había sido la punta de lanza de la Reconquista –el intento cristiano de liberar a España del islam–, se sintió fuertemente conmovido por tan heroica hazaña; y "el dolor por la pérdida" de su esposa "no suspendió por mucho tiempo sus preparativos bélicos". La misma tarde en que llegó el mensajero, los consejeros de Fernando le advirtieron enérgicamente que no se pusiera en marcha de inmediato, durante el invierno; mencionaron caminos intransitables debido a la nieve, la lluvia y las inundaciones, y posibles emboscadas de la "innumerable multitud de gentes de Córdoba", por no hablar de Ibn Hud, el rey de facto de Al-Ándalus, que ya entonces se dirigía en apoyo de la ciudad musulmana.


Pero Fernando "puso su esperanza en el Señor Jesucristo y cerró los oídos" a todas aquellas advertencias.  Estaba decidido a "ayudar a sus vasallos que se habían expuesto a un peligro tan grande a su servicio y por el honor de la fe cristiana". Tras avisar a los nobles de Castilla y León para que reunieran sus fuerzas, partió hacia Córdoba a la mañana siguiente, con sólo cien caballeros.


A pesar de las terribles condiciones del camino, el rey de 35 años cabalgó intrépidamente bajo la lluvia y el aguanieve y llegó a la gran ciudad mora el 7 de febrero. Ibn Hud había llegado antes que él con una fuerza mucho mayor –según se dice, treinta mil soldados de infantería y cinco mil jinetes–, pero, en lugar de esperar a los castellanos y enfrentarse con ellos, y tal vez porque lo habían derrotado contundentemente en la batalla de Jerez de 1231, se retiró inesperadamente a Sevilla.


Como era de esperar, los cristianos rodeados, "que tan gran peligro corrían en Córdoba", estallaron de júbilo al ver a su rey, aquel hombre "que se había expuesto a tanto peligro para socorrer a su pueblo", afirma el cronista. Tras rescatar a la osada hueste de cristianos, Fernando puso sitio a Córdoba; mientras los combatientes cristianos seguían llegando desde León, Castilla y Galicia, el cerco se estrechaba en torno a la ciudad musulmana. Cinco meses más tarde, el 29 de junio de 1236, Córdoba –durante siglos "ornamento del mundo", antigua sede de los califas omeyas y "el más firme escudo y baluarte de la España musulmana contra los cristianos"– se rindió a Fernando.


Todo el mundo tenía algo que decir sobre este gran acontecimiento. Se puede ver cómo Al-Maqqari, historiador árabe que solía destacar por su objetividad, captó el sentimiento musulmán al lamentar que "aquella sede del califato occidental, depositaria de las ciencias teológicas y morada del islam, pasara a manos de los malditos cristianos: ¡que Alá los destruya a todos!".


Para los cristianos nativos de España, sin embargo, la conquista –como todas las conquistas de la Reconquista– era solo la reparación de un agravio. Como relata la Crónica latina, la "famosa ciudad de Córdoba, dotada de cierto esplendor y rico suelo, que había estado cautiva durante tanto tiempo, es decir, desde el tiempo de Rodrigo, el rey de los visigodos [que fue muerto en 711 en la batalla de Guadalete, al inicio de la invasión islámica de España], fue restaurada a la fe cristiana gracias a la labor y al valor de nuestro señor el Rey Fernando".


Fernando otorgó condiciones indulgentes: a los musulmanes que quisieran marcharse con todos sus bienes muebles se les proporcionó un salvoconducto; los que desearan quedarse y practicar su religión podían hacerlo. De todas formas, Fernando procedió a repoblarla con "nuevos habitantes, seguidores de Cristo".


Antes de entrar y reclamar la realeza de su hasta entonces mayor (re)conquista, Fernando ordenó que el estandarte de la Cruz fuera llevado delante de su propio estandarte y colocado en el minarete más alto de la mezquita mayor, un acontecimiento que "causó inefable confusión y lamento entre los sarracenos y, por otro lado, inefable alegría entre los cristianos".


A continuación, la gran mezquita de Córdoba, que Abd Al-Rahman I (un califa muy celebrado entre los intelectuales occidentales) construyó en el siglo VIII –tras demoler y reutilizar los materiales de San Vicente, una importante iglesia visigoda del siglo VI– fue "purificada de toda la inmundicia de Mahoma", escribió el arzobispo de Toledo, y rociada con agua bendita y sal, de modo que "lo que antes había sido guarida del diablo se convirtió en iglesia de Jesucristo, dedicada al nombre de su gloriosa Madre".


Por último, Fernando encontró las campanas de la catedral de Santiago, el "Matamoros", que habían sido arrebatadas 250 años antes por los ejércitos musulmanes y enviadas a Córdoba a lomos de cautivos cristianos, para adornar la gran mezquita como trofeo de guerra. Con el fin de reparar este antiguo desmán, el rey, que conocía bien los detalles de la historia entre musulmanes y cristianos, hizo que fueran devueltas al santuario de Santiago, llevadas a lomos de combatientes musulmanes cautivos.


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