¿Por qué Saladino? El bajo listón de Occidente para el islam

RAYMOND IBRAHIM





Hace poco analizamos el concepto de falsa historia en el contexto de Saladino (1137-1193), el héroe musulmán que conquistó Jerusalén a los cruzados. Vimos cómo, por un lado, los occidentales lo han presentado durante mucho tiempo como un dechado de virtud, moderación y magnanimidad; por otro –y en realidad– era el «extremista musulmán» por excelencia: Saladino oprimió y persiguió a las minorías cristianas bajo su dominio, alquitranó y destruyó sus iglesias e hizo todo lo que hacen los «radicales» modernos. De hecho, los vídeos coreografiados de miembros del Estado Islámico cortando las cabezas de sus víctimas están sacados directamente del manual de estrategias de Saladino.


En resumen, hemos visto que Saladino es un excelente ejemplo de cómo se utiliza la falsa historia para confundir. Si, como a muchos occidentales se les hace creer, Saladino era moderado y magnánimo, entonces está claro que el Estado Islámico y otros «radicales» son una aberración contra la norma religiosa. (Por el contrario, si se conoce la verdad sobre Saladino, entonces el Estado Islámico parece más bien la corriente dominante del islam, de ahí que se promulgue tanta falsa historia.)


Y todavía queda una pregunta: ¿por qué Saladino? De todos los sultanes musulmanes que Occidente podría haber convertido en héroes, ¿por qué él?


Como veremos, la respuesta a esta pregunta es importante por encima y más allá de la persona de Saladino, ya que revela el desesperado enfoque de Occidente por tratar siempre de encontrar lo bueno en el islam.



Baibars el Bárbaro


En primer lugar, la razón por la que se ensalza a Saladino en Occidente es simplemente porque era mejor que la mayoría de los demás musulmanes. Aunque Saladino tuvo comportamientos «radicales» y «extremistas», también cumplió regularmente su palabra con los cruzados y a veces se comportó magnánimamente (por ejemplo, permitiendo que cristianos viejos y decrépitos quedaran libres sin pagar antes un rescate). Este comportamiento dista mucho del de otros sultanes musulmanes, que incumplían regularmente su palabra y nunca mostraban piedad.


Por ejemplo, Baibars (1223-1277), el sultán mameluco al que la mayoría de los musulmanes consideran un segundo Saladino: ambos popularizaron la causa de la yihad y obtuvieron varias victorias importantes contra los cruzados, estando muy cerca de expulsarlos por completo de Tierra Santa.


Baibars no sólo fue responsable de la mayor atrocidad cometida durante los dos siglos de historia de las Cruzadas en Tierra Santa, el saqueo del reino de Antioquía en 1268, sino que se regodeó de ello en una carta a los cristianos:


«Habríais visto a vuestros caballeros postrados bajo los cascos de los caballos, vuestras casas asaltadas por los saqueadores... ¡vuestras mujeres vendidas de cuatro en cuatro y compradas por un denario de vuestro [propio] dinero! Habríais visto las cruces de vuestras iglesias destrozadas, las páginas de los falsos Testamentos esparcidas, las tumbas de los Patriarcas profanadas. Habríais visto a vuestro enemigo musulmán pisotear el lugar donde celebráis la misa, degollar a monjes, sacerdotes y diáconos sobre los altares... Habríais visto el fuego correr por vuestros palacios, vuestros muertos quemados... [y] vuestras iglesias derribadas y destruidas.»


Como muchos otros sultanes –pero a diferencia de Saladino– Baibars también empleó regularmente la traición contra los cruzados. En múltiples ocasiones, tras asediar las fortalezas cruzadas, ofrecía condiciones pacíficas y luego las incumplía cuando los cristianos aceptaban. Así lo hizo en 1265 y 1266, cuando sitió las fortalezas de Arsuf y Safad, respectivamente. En ambos casos, los caballeros defensores eran muy superiores en número y, para salvar a los civiles que se habían refugiado junto a ellos, aceptaron las condiciones de rendición de Baibars, que incluían la evacuación segura de la población cristiana.


Y en ambos casos, una vez que salieron los cristianos, el traidor sultán les dio una puñalada por la espalda, haciendo que todos fueran masacrados o esclavizados. A continuación se relata lo sucedido en Safad:


«Los caballeros aceptaron [las condiciones de Baibars] y abrieron las puertas del castillo, tras lo cual el sultán los conminó a elegir entre el islam o la muerte. A la mañana siguiente, cuando desfilaron ante las murallas para dar su respuesta, el jefe del castillo se adelantó y rogó a sus hermanos que no apostataran. Baibars hizo que lo despellejaran vivo y que decapitaran a los hermanos en la fe, tras lo cual decoró su nueva posesión con sus cabezas putrefactas.»


En cuanto a los civiles cristianos atrincherados en Safad, Baibars ordenó que sus 2.000 miembros fueran sacrificados ritualmente. El Templario de Tiro ofrece más detalles sobre esta violación de la confianza:


«[Baibars] juró conducirlos de buena fe a Acre, sanos y salvos, así que salieron del castillo... [en ese momento] hizo que los apresaran a todos y los condujeran a cierta distancia de Safad, a una pequeña colina a media legua de distancia, y allí los ejecutó, decapitándolos. Luego hizo levantar un muro circular a su alrededor, y aún pueden verse allí sus huesos y cabezas.»


Tal fue la conducta del «segundo Saladino» del mundo musulmán, del que probablemente nunca hayas oído hablar (por razones obvias).



El listón está por los suelos


Y ahí está la respuesta al enigma de Saladino. Como no se comportó así, sino que cumplió su palabra con los cruzados, Saladino se ha convertido en una especie de anomalía en la conciencia occidental: un dechado de virtud musulmana, un ejemplo de esperanza para el mundo musulmán.


En realidad, por supuesto, y comparado con muchos líderes cristianos, el comportamiento de Saladino no fue tan extraordinario. Innumerables cruzados y otros hicieron –y mantuvieron– pactos con musulmanes y otros, aunque se les recuerda poco por ello. Al fin y al cabo, entre los cristianos, cumplir la palabra dada era de esperar y una norma social.


Pero como tantos musulmanes no cumplieron su palabra, comportándose más como Baibars que como Saladino, este último, aunque seguía siendo «radical», fue exaltado a ojos cristianos, convirtiéndose en algo mucho más grande de lo que realmente era. De hecho, en la imaginación cristiana, desesperada como estaba (y sigue estando) por encontrar musulmanes a los que ensalzar, este mismo Saladino que ordenó decapitar a los cristianos que no abrazaban el islam acabó siendo visto y presentado como un «guerrero caballeresco».


Ahora, consideremos cómo este fenómeno sigue funcionando. Los occidentales señalan regularmente a tal o cual persona o institución musulmana como ejemplo de «moderación», cuando en realidad su supuesta moderación es una cuestión de grado: según las categorías occidentales siguen siendo «radicales»; pero como son menos radicales que, digamos, el Estado Islámico, se han convertido, para el desesperado Occidente, en dechados de moderación.


No hay más que mirar a la más prestigiosa institución de enseñanza del mundo musulmán, Al-Azhar, en Egipto, y a su jeque, Ahmed Al-Tayeb, para ver cómo funciona esto. Aunque esa universidad y su máxima autoridad han dicho y promovido mucho de lo que dice y hace el Estado Islámico, también han hecho algunas insinuaciones diplomáticas, por ejemplo, acogiendo y firmando un documento sobre «fraternidad» con el papa Francisco. Debido a esto, son aclamados como «moderados».


En resumen, el listón se ha puesto tan bajo para los musulmanes que el comportamiento social normal se ha convertido en motivo de celebración.



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