¿Cabalgará de nuevo Santiago ‘Matamoros’?
RAYMOND IBRAHIM
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El 25 de julio, España conmemora a su santo
patrón, Santiago, el hijo de Zebedeo. Conocido principalmente como el
hermano mayor del apóstol Juan, durante más de mil años fue mucho más
conocido como Santiago Matamoros (es decir, matador de musulmanes) y fue la encarnación de la guerra santa de España contra el islam.
En este día sobre todo, recordar su historia no solo parece apropiado, sino necesario.
No más tributos
En el año 711, los musulmanes del norte de África
invadieron la España cristiana, una tierra que muchos creen que el
propio Santiago evangelizó en el siglo I. Ya he documentado las
atrocidades que cometieron los musulmanes durante esta invasión (véanse
los capítulos 3 y 6 de mi libro Sword and Scimitar), pero para nuestro propósito actual, hay dos hechos relevantes.
En primer lugar, no toda la península española
fue conquistada; un remanente de cristianos que se negaron a someterse
al dominio musulmán se retiró a la región montañosa de Asturias, al
noroeste. En segundo lugar, la agresión musulmana continuó contra este
enclave cristiano incipiente hasta finales del siglo VIII, cuando se
alcanzó una frágil paz con la humillante condición de que el rey
cristiano de Asturias enviara cada año cien vírgenes al emir de Córdoba.
Este vil acuerdo se mantuvo durante décadas, hasta que el rey Ramiro I (que reinó de 842 a 850) subió al trono y le puso fin.
La represalia musulmana fue rápida y terrible. El
desafío de Ramiro no se consideró simplemente una rebelión política,
sino un insulto blasfemo a la supremacía islámica. En respuesta, el
emir de Córdoba envió un enorme ejército hacia el norte para aplastar
de una vez por todas a los insolentes cristianos.
La visita divina
Según las crónicas, la fuerza musulmana contaba
con unos 60.000 guerreros árabes y bereberes reunidos de todo
Al-Ándalus. Ramiro solo pudo reunir a 5.000, una pequeña fuerza de
guerreros asturianos y gallegos armados más con fe que con acero. Los
dos ejércitos se enfrentaron cerca de la ciudad de Clavijo, en las
escarpadas colinas de La Rioja. Los cristianos se prepararon para la
aniquilación. Al caer la noche, el rey Ramiro se retiró a su tienda y
rezó pidiendo la ayuda divina.
Esa ayuda llegó en forma de visión. Santiago el
Mayor, apóstol de Cristo y evangelizador de Iberia, se le apareció al
rey: radiante, con la espada desenvainada, montado en un caballo
blanco. Le prometió cabalgar con el ejército cristiano a la batalla y
aplastar a los enemigos de Cristo.
Ramiro se despertó transformado.
«¡Santiago lucha por nosotros!», se le oyó gritar
antes del amanecer, mientras sus confundidos hombres comenzaban a
reunirse lentamente. «¡Que los enemigos de Cristo caigan bajo su
espada!».
Un resplandor de gloria
Cuando el sol se elevó sobre las colinas el 23 de
mayo de 844, los soldados cristianos informaron haber visto una figura
deslumbrante a caballo descendiendo de las montañas. Era Santiago,
vestido con una brillante armadura y atravesando las filas musulmanas
como un rayo divino. Con el grito de guerra «¡Santiago, y cierra
España!», los cristianos cargaron, envalentonados por la presencia de
su celestial capitán.
Lo que debería haber sido una masacre de
cristianos se convirtió en todo lo contrario. El ejército cordobés
quedó destrozado y derrotado. Relatos posteriores afirman que todos los
soldados musulmanes fueron exterminados, y que su sangre santificó la
tierra de España.
El rey Ramiro salió victorioso y juró devoción
eterna a Santiago. Prometió levantar iglesias en honor al apóstol,
peregrinar cada año a su tumba en Santiago de Compostela y venerarlo
como patrón y protector de España. El tributo de 100 vírgenes
cristianas quedó relegado al olvido.
Un héroe histórico
Con el tiempo, Santiago Matamoros se convirtió en
el icono divino de la España cristiana, consagrado en innumerables
obras de arte y escultura: espada en alto, conculcando musulmanes bajo
los cascos de su blanco corcel.
«Con Santiago a la cabeza, aplastaremos la media
luna bajo los cascos de nuestros caballos», declaró un noble castellano
antes de lanzarse a la batalla siglos más tarde.
En la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa,
en 1212, otro cronista exultaba: «¡Santiago, destructor de los moros,
ha descendido del cielo con una espada flameante! ¡Alabado sea Dios,
que nos ha mostrado a su campeón!».
Los cronistas musulmanes también tomaron nota de
esta aterradora «aparición» y de la ferviente devoción que inspiraba
entre los cristianos. «Los francos invocan a un apóstol muerto», se
quejaba Ibn Al-Jatib 500 años después, «y sin embargo sus estandartes
avanzan mientras los nuestros retroceden».
Hoy día, por supuesto, los historiadores modernos
—a partir de 1968— han llegado a la conclusión de que la batalla de
Clavijo nunca tuvo lugar y que es una ficción piadosa. Sea como fuere,
lo cierto es que durante más de mil años, la España cristiana creyó que
había ocurrido. Y esta creencia moldeó su alma. La Reconquista se vio
envuelta en una luz divina: Santiago Matamoros como santo vengador
contra los perseguidores musulmanes de la cristiandad. Esto era más que
una guerra: era un castigo divino.
El lector puede reflexionar sobre la entrada litúrgica de Dom Prosper Guéranger (1805-1875) referida a Santiago Matamoros:
«Casi ocho siglos, que para los ciudadanos
celestiales no son más que un día, habían pasado sobre aquella tumba en
el norte de España, donde dos discípulos habían depositado en secreto
el cuerpo del apóstol. Durante ese tiempo, la tierra de su herencia,
que había atravesado tan rápidamente, había sido invadida... por la
Media Luna. Un día se vieron luces brillando sobre las zarzas que
cubrían el monumento abandonado. La atención se centró en el lugar, que
a partir de entonces pasó a llamarse Compostela, campo de estrellas.
Pero ¿qué son esos gritos repentinos que bajan de las montañas y
resuenan en los valles? ¿Quién es este capitán desconocido que reúne
contra un inmenso ejército a la pequeña tropa agotada, cuyo heroico
valor no pudo salvarla ayer de la derrota? Rápido como un rayo, y
llevando en una mano un estandarte blanco con una cruz roja, se lanza
con la espada desenvainada sobre el enemigo presa del pánico y tiñe las
patas de su corcel con la sangre de 70.000 muertos. ¡Salve al capitán
de la guerra santa! ¡Santiago! ¡Santiago! ¡Adelante, España! [La
batalla de Clavijo] Es la reaparición del pescador galileo, a quien el
Hombre-Dios llamó una vez junto a la barca donde remendaba sus redes;
del mayor hijo del trueno, ahora libre para lanzar el rayo sobre estos
nuevos samaritanos, que pretenden honrar la unidad de Dios reduciendo a
Cristo a un simple profeta. De ahora en adelante, Santiago será para la
España cristiana la antorcha que vio el Profeta, devorando a todos los
pueblos del contorno, a derecha e izquierda, hasta que Jerusalén sea de
nuevo habitada en su lugar» (Zacarías 12,5-6).
Eso es lo que, hasta hace poco, se conmemoraba el 25 de julio en España.
Están traicionando sus raíces
Hoy, sin embargo, las élites «progresistas» de la
nación se arrastran ante la sensibilidad islámica, despojando a su
civilización de los símbolos que la definían, entre los que destaca
Santiago Matamoros, el audaz defensor de la fe, que durante siglos fue
la encarnación viva de la resistencia cristiana. En nombre de la
sedicente «inclusión» y la «diversidad», están reescribiendo la
historia y borrando la memoria del sacrificio cristiano.
No nos equivoquemos: esto no es coexistencia, es
traición. Es marginar al santo que una vez inspiró a una nación para
liberarse del yugo islámico.
Y en consonancia con la eliminación del santo de
la memoria nacional española por parte de las indignas élites, los
inmigrantes musulmanes están cometiendo una vez más actos salvajes de
violencia anticristiana: profanando iglesias, destrozando cruces y
atacando a las comunidades que en su día fueron cristianas y cuya
historia está siendo sistemáticamente borrada.
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