Cuando el
‘héroe’ de Turquía decapitó a 800 cristianos por rechazar el islam
RAYMOND IBRAHIM
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La decapitación ritual de 800 cristianos que
rechazaron el islam, el 14 de agosto de 1480, hace 540 años, arroja
mucha luz sobre las cuestiones contemporáneas referentes al conflicto
actual entre el islam y Occidente.
Trasfondo: Cuando saqueó Constantinopla
en 1453, el sultán otomano Mehmet II tenía solo 21 años, lo que
significa que todavía le quedaban por delante muchas décadas para hacer
la yihad. Continuó expandiéndose a los Balcanes y, en su intento por
alimentar a sus caballos sobre el altar de la basílica de San Pedro
(las profecías musulmanas sostenían que "conquistaremos Constantinopla
antes de conquistar Roma"), invadió Italia y capturó la ciudad
de Otranto en 1480. Más de la mitad de sus 22.000 habitantes fueron
masacrados, y se llevó a 5.000 encadenados como cautivos.
Para demostrar su "magnanimidad", el sultán Mehmet ofreció la libertad
a 800 de los cautivos cristianos encadenados, a condición de que todos
abrazaran el islam. Pero ellos eligieron unánimemente actuar de acuerdo
con las palabras
de uno de sus miembros: "Hermanos míos, hemos luchado para salvar
nuestra ciudad. ¡Ahora es el momento de combatir por nuestras almas!"
Indignado porque su invitación era rechazada, el 14 de agosto, Mehmet
ordenó la decapitación ritual de estos 800 desafortunados sobre la cima
de una colina (posteriormente llamada "la Colina de los Mártires"). Su
arzobispo fue cortado lentamente por la mitad entre burlas y gritos
triunfantes de "¡Allah Akbar!".
(Restos de los esqueletos de algunos de estos cristianos desafiantes se
conservaron y todavía se pueden ver en la catedral de Otranto.)
Ahora consideremos cómo se relaciona este acontecimiento con la
realidad actual:
Primero, cada vez que individuos u organizaciones islámicas están
implicados en actos de violencia contra los no musulmanes —invocando el
islam como su motivación—, inmediatamente se nos dice todo lo
contrario, que son meros criminales y psicópatas, y que sus acciones "no tienen nada que ver con el verdadero islam".
Sin embargo, no fueron solo "musulmanes" comunes y corrientes quienes
cometieron aquellas atrocidades en la cima de la Colina de los
Mártires, sino que fue el jefe máximo del islam suní, el propio sultán,
quien además siempre consultaba a un consejo de ulemas musulmanes
—clérigos, jurisconsultos y muftíes— para orientar y confirmar sus
decisiones con respecto a los infieles (incluyendo la masacre de los que rechazan el islam).
Por cierto, Mehmet II es hoy un héroe para Turquía y su presidente,
Erdogan, que recientemente ha transformado Santa Sofía en mezquita, en
parte para honrar a aquel sultán asesino.
La masacre de Otranto tampoco fue una aberración. En el transcurso de casi 14 siglos,
los jefes y portavoces oficiales del islam —desde los sultanes y los
califas hasta los ulemas y los jeques—, siempre hablaron y actuaron
exactamente igual que el Estado Islámico (o más bien viceversa).
También es interesante reflexionar sobre cómo incluso entonces, hace
más de medio milenio, las naciones occidentales preferían decantarse
por la negación y los pensamientos ilusorios, en vez de enfrentarse a
la realidad y ayudar a sus atribulados correligionarios. Poco después
de la masacre de Otranto, el papa Sixto IV reprendía a un Occidente
insensible con estas palabras:
"¡No piensen los que están lejos del teatro de la guerra que están
protegidos contra la invasión! También ellos doblarán el cuello bajo el
yugo y serán abatidos por la espada, a menos que acudan a enfrentarse
con el invasor. Los turcos han jurado que aniquilarán la Cristiandad.
¡Dejad a un lado los sofismas! ¡No es momento de hablar, sino de actuar
y
combatir!"
Tales lamentos no eran infrecuentes. Casi un siglo después, en 1565,
mientras una inmensa armada islámica navegaba para sitiar la pequeña isla de Malta,
el papa Pío IV, que estaba tratando de reunir un ejército, se quejaba
de que el rey de España "se ha ido de cacería, y Francia,
Inglaterra y Escocia [están] gobernadas por mujeres o por niños".
Por último, no muy distinto de lo que ocurre hoy, mientras la mayoría
de los occidentales ignoraban las fechorías del islam, siempre hubo una
minoría plenamente consciente, incluso desde una perspectiva histórica.
Consideremos la obra La nave de los
necios,
de Sebastian Brant (1457-1521), un poema satírico sobre la naturaleza
gradual de los avances del islam frente a una Cristiandad "dormida":
"Nuestra fe era fuerte en Oriente
Gobernaba en toda Asia
En tierras moriscas y
África.
Pero ahora [desde el
siglo VII] hemos perdido estas tierras...
Dormidos perecemos uno
y todos.
El lobo ha entrado en
el redil
Y roba las ovejas de
la Santa Iglesia.
Entretanto el pastor
yace durmiendo.
Cuatro hermanas tiene
nuestra Iglesia
Que son de categoría
patriarcal:
Constantinopla,
Alejandría, Jerusalén, Antioquía.
Pero han sido
usurpadas y saqueadas.
Y pronto la cabeza
[Roma] será atacada."
Como sugiere la continuación del poema, los europeos bien informados
veían el azote otomano como el último episodio de un continuo de terror
islámico. Para citar a un clérigo inglés contemporáneo: si los árabes
fueron "las primeras tropas de langostas" que aparecieron "alrededor
del año 630, los turcos, una camada de víboras, [son] peores que sus
antepasados... los sarracenos".
De manera semejante, las organizaciones yihadistas de hoy —el Estado
Islámico, Al-Qaeda, Boko Haram, Hamas, Hezbolá, Al-Shabab y otros— son
la última "camada de víboras" que ha eclosionado de la perenne yihad.
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