Turquía nació de la yihad

RAYMOND IBRAHIM





El 26 de agosto de 1071, tuvo lugar una de las batallas más decisivas de toda la historia mundial, la de Manzikert, sin la cual no habría ninguna nación moderna de Turquía de la que hablar, mucho menos siglos de conquistas y atrocidades yihadistas en los Balcanes.


De hecho, es una batalla que Turquía celebra actualmente, todos los años. Su héroe, el sultán selyúcida Mehmet bin Dawud, más conocido en Occidente por su apodo turco, Alp Arslan, que significa "León Heroico", es uno de los personajes favoritos del presidente turco Erdogan. Después de todo, como explica la historiadora Carole Hillenbrand, la batalla "simbolizó la subyugación del cristianismo por parte del islam. Manzikert fue percibido como el primer paso en una historia épica en la que las dinastías dirigentes de Turquía derrotarían a los cristianos y proclamarían el triunfo del islam".


Sin duda, es muy conveniente que el lector occidental se familiarice con esa confrontación histórica trascendental.


A mediados del siglo XI, los turcos selyúcidas habían aniquilado prácticamente toda Armenia, masacrando y esclavizando a cientos de miles de sus habitantes, según crónicas de aquel tiempo. Continuaron cabalgando hacia occidente a través de Asia Menor, entonces parte del Imperio Romano de Oriente ("Bizancio"), dejando a su paso un rastro de humo y destrucción.


Varios gobernantes bizantinos se habían equivocado al respecto, pero, al convertirse en emperador, Romano IV Diógenes, en 1068, dio prioridad a la acción contra los turcos. Para 1069, había reunido y puesto en marcha un enorme ejército, que se adentró en Asia Menor, liberando de los turcos numerosas ciudades.


Las dos fuerzas se encontraron finalmente cerca de la ciudad de Manzikert, al norte del lago Van. El sultán Mehmet bin Dawud envió una delegación para parlamentar con Romano, con "el pretexto de la paz", aunque en realidad estaba "ganando tiempo", según explicó Miguel Ataliates, que estaba presente. Esto solo "incitó al emperador a la guerra".


Romano rechazó a los emisarios, los obligó a postrarse ante él y les ordenó que dijeran a su sultán que "no habrá ningún tratado ... y no volverá a casa excepto después de que haya hecho en las tierras del islam lo mismo que ellos habían hecho en las tierras de Roma [Asia Menor]". Luego, después de haber "despedido al embajador con el mayor desprecio", Romano exhortó a sus hombres a la guerra con "palabras de extraordinaria violencia".


Por su parte, Mehmet arengó a sus hombres a la yihad y les recordó la promesa de que ganarían en cualquier caso: "Si se nos da la victoria sobre ellos, [muy bien]. Si no, iremos como mártires al Paraíso". "¡Estamos contigo!" gritaron los hombres al unísono cuando terminó la arenga, a lo que siguió una avalancha de "Alá akbar" que, según se contaba, "estremeció las montañas".


Así, cuando "la música marcial resonó por ambos lados y la polvareda del campo de batalla se elevaba como nubes en el cielo", los dos ejércitos se encontraron en aquel fatídico viernes 26 de agosto de 1071.


La batalla se desarrolló de la forma habitual: los jinetes turcos, en una formación creciente que ocultaba su menor número, se adelantaron y lanzaron descargas de flechas, antes de retirarse rápidamente. Multitud de cristianos y sus caballos cayeron. Algunos incluso rompieron filas y huyeron. Sin desanimarse, Romano mantuvo la línea y marchó con sus fuerzas hacia adelante, pero debido a que los musulmanes tenían un terreno ilimitado donde retroceder, el ejército cristiano nunca lograba arrinconarlos y acabar con ellos, mientras que los turcos continuaban operando con golpes efectivos y huidas tácticas.


Cuando casi había terminado el día, Romano ordenó dar media vuelta y regresar al campamento, único lugar donde alimentar a sus hombres y dar de beber a los caballos. Una vez que dieron la espalda, los turcos lanzaron un ataque total, "arrojándose ferozmente sobre los romanos con aterradores gritos". Se produjo el caos, sobre todo porque algunos generales de Romano lo traicionaron y huyeron. "Todos daban gritos incoherentes y corrían en medio del desorden; nadie sabía decir qué estaba pasando. … Fue como un terremoto con aullidos, sudor, una súbita oleada de miedo, nubes de polvo y, sobre todo, turcos cabalgando a nuestro alrededor", recordaba Ataliates más tarde.


La guardia varega del emperador Romano (la unidad de élite del imperio, formada por guerreros nórdicos que siempre estaban apegados al emperador al que servían) fue rodeada y, a pesar de luchar valientemente, los turcos masacraron hasta el último hombre. Viendo que estaba


"abandonado y completamente desprovisto de ayuda, [Romano] desenvainó su espada y cargó contra sus enemigos, matando a muchos de ellos y haciendo huir a otros. Pero, rodeado por multitud de adversarios, resultó herido en la mano. Lo reconocieron y lo cercaron completamente; una flecha hirió a su caballo, que resbaló y cayó, arrastrando a su jinete al suelo. Así, el emperador de los romanos fue capturado y conducido encadenado ante el sultán."


Peor aún, el otrora orgulloso e arrogante Romano se convirtió en el primer emperador romano, en más de mil años, que experimentó la ignominia de caer prisionero del campo de batalla. En cuanto a sus hombres, un cronista musulmán escribe que los cristianos "fueron asesinados hasta tal punto de que el valle donde se habían encontrado los dos bandos se colmó [con sus cadáveres]".


El sultán Mehmet proclamó la victoria y envió apresuradamente "la cruz y lo que se había arrebatado a los bizantinos" a Bagdad, y "el califa y los musulmanes se regocijaron. Bagdad se adornó de manera sin precedentes y se erigieron cúpulas. Fue una gran victoria como nunca antes había visto el islam", escribe un historiador damasceno.


Como se ve, la batalla abrió la puerta a la conquista permanente de Asia Menor. Antes de ser asesinado un año después, Mehmet había ordenado a los turcos que "fueran como cachorros de león y crías de águila, corriendo por el campo día y noche, matando a los cristianos y sin tener piedad alguna con la nación romana". Así lo hicieron, y "los emires se extendieron como langostas sobre la faz de la tierra", invadiendo todos los rincones de Anatolia, saqueando algunas de las ciudades más importantes del cristianismo antiguo, incluida Antioquía, donde se acuñó la palabra "cristiano", y Nicea, donde se formuló el credo cristiano en 325. "Todo lo que quedó fueron campos devastados, árboles talados, cadáveres mutilados y pueblos enloquecidos por el miedo o en llamas". Según las crónicas, cientos de miles de cristianos de Anatolia fueron masacrados o esclavizados.


A principios de la década de 1090, los turcos habían tomado el último bastión cristiano, Nicomedia, a solo 750 metros de la capital imperial, Constantinopla, en la otra orilla del estrecho del Bósforo. Ests hechos no solo dieron motivo a la Primera Cruzada, sino que, siglos después, el 29 de mayo de 1453, desembocarían en la caída de Constantinopla y gran parte de los Balcanes en poder de los turcos. Pero esa es otra historia, que aún no ha llegado a su final.



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