Algunos 'laicos' explotan el miedo al islam para acabar con el cristianismo

RÉMI BRAGUE





El Consejo de Estado francés decidió retirar la cruz sobre la estatua de Juan Pablo II en Ploërmel en nombre de la laicidad, lo que provocó numerosas reacciones de descontento en toda Francia.

FIGAROVOX / GRAN ENTREVISTA. Tras la polémica suscitada por la decisión del Consejo de Estado de retirar la cruz de Ploërmel, en nombre de la laicidad. Rémi Brague vuelve a esta noción, utilizada regularmente pero pasada por alto con demasiada frecuencia.


Rémi Brague es un filósofo francés, especialista en filosofía medieval árabe y judía. Miembro del Institut de France, es profesor emérito de la Universidad Panthéon-Sorbonne. Autor de numerosas obras, en particular Europa, la calzada romana (Criterion, 1992, reed. NRF, 1999), ha publicado también El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno (Gallimard, 2015) y ¿Hacia dónde va la historia? Entrevistas con Giulio Brotti (Salvator, 2016).

FIGAROVOX. La decisión del Consejo de Estado de ordenar al alcalde del municipio de Ploërmel que retire la cruz que preside la estatua del Papa Juan Pablo II ha despertado el enfado de miles de internautas. ¿Cómo explica la amplitud de estas reacciones espontáneas?


RÉMI BRAGUE. Rara vez navego por las "redes sociales" y, cuando lo hago, a menudo me horroriza la debilidad y la odiosa grosería de lo que allí se dice al amparo del anonimato.


Ahora, para responder a tu pregunta, sospecho dos motivos: por un lado, el hartazgo de que se repitan tanto estas medidas contra las cruces, los belenes, etc.; por otro lado, la irritación por la mezquindad que ponen de manifiesto. En Bretaña no se puede tirar una piedra sin que caiga en un calvario o en un recinto parroquial. ¿Y dónde está más en su lugar una cruz que encima de la estatua de un Papa?


La decisión del Consejo de Estado ¿está de acuerdo con el principio filosófico de la laicidad?


No he leído las pretensiones del Consejo de Estado. Concedo a sus miembros el honor de pensar que están sólidamente argumentadas. En cualquier caso, la laicidad no tiene en absoluto la dignidad de principio filosófico, sino que constituye una noción específicamente francesa. La palabra además es intraducible. Es una categoría mal definida, resultado de una larga serie de conflictos y compromisos. De ahí una gran amplitud en la interpretación.


Pero, ¿cómo hacer cumplir la ley sobre el velo en la escuela y el burka en la calle, si la ley no se aplica de manera estricta a todas las religiones?


¿Cuál es la relación entre un monumento público y una prenda de vestir, que es privada? El verdadero paralelo a la erección de tal monumento sería la construcción de una mezquita. ¿Quién lo prohíbe? Muchos municipios más bien lo favorecen.


De todos modos, a menudo tenemos la impresión de que el cumplimiento efectivo de una ley es, en Francia, más bien una opción. ¿Cuántas leyes han quedado sin decretos para su aplicación? ¿Multamos a las mujeres que usan un disfraz con el que ocultan la cara? ¿Lo hacemos en "los barrios"?


¿Es ilusorio querer aplicar la laicidad de la misma manera para todas las religiones en un país de cultura cristiana?


"Todas las religiones", eso no quiere decir gran cosa. Lo cierto es que la "laicidad" a la francesa –expresión tautológica por otra parte– se diseñó a la medida del cristianismo, por gentes que lo conocían muy bien. No olvidemos que Émile Combes (presidente del Consejo de Ministros que aprobó la ley de la laicidad) había defendido sus tesis en letras, una sobre santo Tomás de Aquino y otra (en latín) sobre san Bernardo.


En otro lugar, he tenido ocasión de explicar que nunca hubo separación de la Iglesia y el Estado, porque tal cosa supondría que habría habido una unidad que luego se habría roto.


Lo que sucedió fue el fin de la cooperación entre dos instancias que siempre se habían distinguido. La pretendida "separación" no hizo más que cortar a lo largo de una línea punteada que tenía casi dos milenios de antigüedad. Y los historiadores nos explicarán que quienes más cuidadosamente evitaron las contaminaciones fueron los papas, más que los emperadores o los reyes.


El problema del islam no es, como se suele decir, que no conoce la separación entre religión y política (de ahí la estúpida expresión de "islam político"). Se trata más bien de que lo que nosotros llamamos "religión" conlleva allí un conjunto de reglas para la vida cotidiana (alimentación, vestido, matrimonio, herencia, etc.), supuestamente de origen divino, y que por ello deben prevalecer sobre la legislación humana.


¿Se puede utilizar la laicidad como un arma frente al islamismo? ¿No es un arma de doble filo?


La laicidad no es y no puede ser un arma. Y, al menos en principio, menos aún dirigirse contra una religión determinada. Digo esto porque se forjó, precisamente, contra una religión muy concreta, a saber, el cristianismo católico, al que se adhería la mayor parte de la población más o menos conscientemente, con más o menos fervor, en la época de la separación.


La laicidad significa la neutralidad del Estado en materia de religión. El Estado no tiene que favorecer a ninguna, ni combatir a ninguna de ellas. El Estado debe ser laico precisamente porque la sociedad no lo es.


Algunos "laicistas" sueñan con liquidar el cristianismo, dándole el golpe de gracia largamente esperado desde el siglo XVIII. Explotan el miedo que mucha gente tiene al islam para intentar expulsar del espacio público todo rastro de la religión cristiana, que es precisamente –cosa un tanto divertida– aquella contra la que el islam, desde el principio, definió sus dogmas.


Ante el problema del islamismo, algunos observadores no dudan en condenar en bloque todas las religiones. Si existen integrismos por doquier, ¿la amenaza es de la misma naturaleza? ¿Existe hoy una amenaza específica vinculada al islam?


Lo que hay que ver sobre todo es que la noción de "religión" está vacía y que, cuando hablamos de "todas las religiones", multiplicamos aún más esa vaciedad.


Oímos decir: "El islam es una religión como las demás" o, por el contrario: “El islam no es una religión como las demás". Pero, ¡por Dios!, ¡ninguna religión es una religión como las demás!


Cada una tiene su especificidad. Querer poner en el mismo cesto, y en este caso en el mismo cubo de basura, cristianismo, budismo, islam, hinduismo, judaísmo, y por qué no las religiones de la América precolombina o de la antigua Grecia, es –lo diré educadamente– hacer alarde de una singular pereza intelectual.


En cuanto a aplicar la noción católica de "integrismo" o la protestante de "fundamentalismo" a fenómenos que nada tienen que ver con estas dos confesiones, eso es echar humo más que otra cosa. Las mayores masacres del siglo XX, el Holodomor en Ucrania y el Holocausto judío, fueron perpetradas por regímenes no solo ateos, sino deseosos de erradicar la religión.


¿Una amenaza ligada al islam? Lo más grave seguramente no es la violencia. Esta es sólo un medio para un fin: el sometimiento de la humanidad entera a la Ley de Dios. Y si se trata del medio más espectacular, ciertamente no es el más eficaz.


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