El Dios del
Corán. El carácter de Alá
SEMINARIO SOBRE ISLAM
|
Nota
epistemológica
No olvidemos
el enfoque histórico-crítico y la aspiración científica de los métodos
de
análisis textual, filológico, semiótico, etc. En consecuencia, no
pensemos en
ningún momento que aquí estamos hablando de Dios como de una realidad
que está
ahí, ante la que se adoptan los diferentes puntos de vista, islámico,
judío,
cristiano. No. Solamente hay puntos de vista. Dios no es, ni puede ser,
un
referente empírico con el que contrastar lo adecuado de una
descripción, una creencia
o una metáfora. A nuestro alcance, solo tenemos relatos e imágenes
descritas
por los textos correspondientes: textos pertenecientes siempre a
contextos
históricos humanos, sobre los que, por medio de sus seguidores,
producen
efectos indudables.
Nota.
En la forma de citar el Corán, la primera cifra indica el orden
cronológico del capítulo según la Universidad de Al-Azhar. Tras la
barra oblicua, aparece la numeración convencional del capítulo y los
versículos citados.
Hay numerosos
sistemas religiosos que
presentan sus textos sagrados como una revelación divina. Pero no
existe una
única manera de explicar qué sea eso de la "revelación". Es preciso
aclararlo, porque el modo de entender el concepto de revelación divina
será
determinante a la hora de considerar qué significado damos a las
mediaciones en
que se afirma que está plasmada tal revelación, ya
sean
textos, personas, objetos o acontecimientos.
Conforme
a la dogmática del islam, los musulmanes creen que el libro
del Corán constituye literalmente la palabra de Dios descendida a
Mahoma, es
decir, que Dios es el autor del libro y que él lo ha "revelado" al
profeta árabe. Los musulmanes creen, pues, que Dios habla en lengua
árabe. Pretenden
que las aleyas no serían palabras humanas e históricas, sino divinas y
eternas.
El divino texto coránico habría sido transmitido de parte de Dios,
revelado
mediante un dictado literal efectuado por un ángel en distintas
ocasiones, a lo
largo de veinte años. El ángel y el profeta son meros transmisores.
Desde que
el califa Al-Mutawakkil (hacia 859) declaró el dogma del Corán
increado, pocos
han cuestionado esa creencia.
En el
propio Corán, la idea no está tan clara. A la luz de una
lectura atenta del libro, no podemos creer que sea una obra que tiene
por autor
a Dios, como si fuera un discurso que sale de él en cuanto sujeto
hablante. La
pretensión de que sea Dios el sujeto de
toda la narración del Corán
es algo que se ve cuestionado internamente en muchos de sus versículos.
Por
ejemplo, cuando, más que hablar Dios en primera persona, se habla sobre
Dios en
tercera persona. Los pronombres personales que se utilizan para Dios
son
"yo", "nosotros" o "él" con escasa coherencia. Esto
era tan evidente para los comentadores musulmanes que, muy temprano,
obviaron la
dificultad anteponiendo a algunas aleyas el imperativo "Di" (en 300
casos,
añadido a principios del siglo IX). Con ello, lo dicho por
Mahoma se ponía indirectamente
en boca de Dios (cfr. la
sura 72). A pesar de todo, este recurso no remedió todos los casos:
sigue
habiendo muchos pasajes en los que, formalmente, se habla acerca de
Dios en
tercera persona, y no es Dios quien habla, o bien se identifican
locuciones de
varios hablantes. En general, ni siquiera se sabe con certeza cuándo es
Mahoma el
interlocutor. Otro ejemplo: la sura 59 es un discurso que menciona
reiteradamente a Dios, y que resultaría absurdo entenderlo como
pronunciado por
él.
En
cuanto a los evangelios, por contraste, no comportan la pretensión de
ser palabra
divina, sino que siempre se atribuyen a un autor humano. En las pocas
ocasiones
en que el relato hace intervenir una "voz" del cielo, por ejemplo,
diciendo
"Este es mi hijo, escuchadlo", no cabe duda de que el enunciado posee
un sentido simbólico, no literal, y está expresado con un lenguaje
mítico. Los
autores de los textos evangélicos son personas humanas, a las que se da
el
nombre de Marcos, Mateo, Lucas, etc. Por mucho que la iglesia los
considere
inspirados por Dios de alguna manera, el concepto está muy lejos de la
idea
islámica de "revelación".
En
todo caso, sea cual sea el modo de apelar a Dios al hablar de
revelación, habrá que tener en cuenta que tal consideración es siempre
y
necesariamente un postulado de una comunidad creyente. Lo cual implica
tanto el
determinar qué contenido se tiene por "revelado", como optar, de
forma tácita o expresa, por un significado del vocablo "revelación".
Los
motivos que conducen a estas convicciones, tanto antaño como hoy, por
su propia
naturaleza, nunca pueden aportar una demostración apodíctica. La
historia podrá
constatar el hecho de que se habla de revelación, pero no podrá
contrastar
históricamente ninguno de sus contenidos.
Cuando
el Corán menciona a "Dios" o la "voluntad de
Dios", nunca cabe esperar evidencia alguna de su procedencia divina.
Los
preceptos coránicos, la charía, la yihad o el velo femenino son
realidades
sociales, pero decir que son lo que Dios manda no pasa de ser un
postulado
indemostrable, una verdad de índole subjetiva que se admite sin
pruebas, una
afirmación gratuita que cualquiera puede rechazar sin necesidad de
esgrimir un
solo argumento en contra. Esto no quiere decir que los humanos no
estemos
constantemente arguyendo sobre la base de ese tipo de mitos y
postulados
últimos; lo que importa es caer en la cuenta de que no se trata de un
discurso demostrable
o científico.
Por
consiguiente, desde el punto de vista del análisis, la pretensión
de que un texto sea revelado constituye un dato irrelevante. No digo
que no se
le deba atribuir importancia, sino que, para el estudio, carece
absolutamente
de significación. Pertenece al ámbito de la fe o la teología, no al de
las
ciencias del hombre. Para estas, solo hay dichos humanos sobre Dios,
ideas
humanas, significados míticos o metáforas, recogidos a veces en libros
que los
adeptos consideran sagrados.
¿De
qué hablamos, cuando hablamos de Dios? Hablamos de ideas acerca de
Dios, codificadas en lenguajes culturales de signos. Nos referimos a
signos de
distinto tipo, narrativos, litúrgicos y axiológicos, que confieren
sentido a la
vida de una comunidad, en coherencia con unos postulados sagrados
últimos, que
son categorizados como divinos.
Es
evidente que la creencia monoteísta en la
unidad y unicidad de Dios la adopta Mahoma de la tradición hebrea. Esto
lo
confirma el Corán, con las referencias que hace al libro de Moisés y a
numerosos personajes y profetas bíblicos, así como las incontables
alusiones y
adaptaciones de pasajes de la literatura judía y cristiana.
No
existe
ningún libro sagrado árabe anterior, que pudiera ser una fuente
independiente.
Las referencias existentes a la "religión de Abrahán" (Corán
92/4,125), en cuanto postulación de una religión anterior, son tardías
y no
pasan de ser fantasiosas, un vano intento de crear una genealogía
alternativa,
que no derivara del judaísmo.
Pero
tomemos como punto de partida el texto
del Corán tal como está. Al
realizar búsquedas en el Corán, encontramos algunos datos
significativos sobre
el lugar que ocupa la mención de Dios, y la caracterización con la que
es
descrito el Dios islámico. Los siguientes términos o expresiones:
-
"Dios": 3.100 veces.
-
"Señor": 1.000 veces.
-
"Padre" referido a Dios: nunca (en cambio, en el
Nuevo Testamento 266 veces).
- "No
hay más dios que Dios": 34 veces.
La
mención de la divinidad resulta, en el
Corán, absolutamente abrumadora, obsesiva, casi desesperada, en vista
de esa
necesidad compulsiva de evocarlo sin cesar. Por ejemplo, solo en el
capítulo 3,
de doscientos versículos, la palabra "dios" aparece 211 veces. Ahora
bien, ¿qué idea se hacen de Dios los que lo predican, o los que oyen la
predicación? El contexto era una región por la que pululaban iglesias,
sectas,
monasterios, sinagogas. Eran conocidas las escrituras judías y
cristianas, la
Biblia, los evangelios, el Talmud, libros extracanónicos, homilías e
himnos
siríacos. Y los que redactaron el Corán dejaron constancia de ello. No
obstante, aquí nos interesa el resultado del sincretismo islámico
(89/3,64),
compendiado en el Corán. Dar cuenta al detalle de su concepción de Dios
requeriría
desmenuzar el libro entero, cosa harto desmedida. Por tanto, me
limitaré a
filtrar una serie de atributos sobresalientes y actuaciones
sintomáticas, que
puedan desvelarnos los rasgos de carácter del Dios coránico, siempre a
sabiendas de que solo cabe una aproximación.
Cuando
examinamos los capítulos del Corán,
descubrimos numerosos atributos, epítetos o calificativos concernientes
a lo
que es Dios. A continuación, vamos a recopilar una apretada
estadística, en la
que se pone entre paréntesis el número de veces de cada incidencia.
Ante
todo, Dios es el creador de todo. El
sustantivo "creador" aparece 18 veces, casi todas antes de la hégira.
Pero la mención de la creación, de "los cielos y la tierra", con
variantes
en la frase, se repite unas 160 veces (100 antes y 60 después de la
hégira). A
diferencia de la noción bíblica del creador que crea por amor, en el
Corán la
evocación es siempre para recalcar y extremar su soberanía como dueño
absoluto.
Él ha creado como muestra de su poder (30 veces), todo le pertenece en
los
cielos y la tierra (27 veces), suyo es el reino o la soberanía de
cielos y
tierra (20 veces), solo él conoce el secreto de los cielos y la tierra
(20
veces), él sustenta el orden natural en los cielos y la tierra (18
veces), es
el amo o señor de cielos y tierra (15 veces), lo que está en los cielos
y la
tierra alaba su grandeza (15 veces), en cielos y tierra hay signos (6
veces)
para los humanos, que son sus siervos, a los que pedirá cuentas el
último día.
"Todos
los que están en el cielo y en
la tierra van ante el clemente como siervos" (Corán 44/19,93).
"De
Dios es el reino de los cielos y de
la tierra, y lo que hay entre ellos" (Corán 112/5,18).
Aparte
de ser creador y señor, el Dios del
Corán recibe una gran variedad de atributos, mediante los cuales se
describe su
personalidad: Dios es conocedor de todo (94 veces), perdonador (59
veces),
misericordioso (57), sabio (43), todo lo ve (40), todopoderoso (31),
informado
de todo (29), orgulloso (27), todo lo oye (24), independiente (15),
fuerte en
el castigo (14), verídico en su promesa (13), indulgente (12), laudable
(10),
compasivo con los que lo sirven (10), uno solo (10), el mejor (9),
dispensador
del favor a los creyentes (9), magnánimo (9), inmenso (8), retribuidor
(8), rápido
en ajustar cuentas (7), aliado de los creyentes (7), fuerte (7), el
grande (6),
el altísimo (5), persistente (5), garante (4), el señor (4), la verdad
(4), vengador
(4), creador de todo (3), el mejor conspirador (3), socorredor (2),
guardián
(2), la dirección (2), la luz de los cielos y la tierra (1), enemigo de
los no
creyentes (1), firme (1), vencedor (1).
Si
discriminamos entre los períodos
antehegírico y poshegírico, observamos cambios que se producen después
de la
hégira:
-
Desaparecen el calificativo
"garante" de los profetas, así como la afirmación "su promesa es
verdadera".
-
Destaca el incremento en gran proporción
de los siguientes calificativos: todo lo conoce (de 9 a 85),
misericordioso (de
4 a 53), perdonador (de 7 a 52), sabio (de 2 a 41), todo lo ve (de 5 a
35), todopoderoso
(de 5 a 26), todo lo oye (de 2 a 22), informado de todo (de 5 a 24),
orgulloso
(de 4 a 23), fuerte (de 1 a 6), aliado de los creyentes (de 1 a 6) y
rápido en
ajustar cuentas (de 2 a 5).
-
Al mismo tiempo, se introducen nuevas
expresiones, que solo constan en los capítulos llamados mediníes:
enemigo de
los no creyentes (1), inmenso (8), magnánimo (9), dispensador del favor
a los
creyentes (9), compasivo con los que lo sirven (10), indulgente (12) y
fuerte
en el castigo (14).
En
esta evolución, no se da una ruptura,
pero sí se produce una transformación de la idea del Dios coránico, en
consonancia
con las circunstancias existentes tras la hégira, es decir, con la
necesidad de
incorporar creyentes o, en otras palabras, reclutar tropas para la
yihad, sea mediante la
seducción o
el miedo, la promesa de favores o la amenaza del castigo.
La descripción del
ser divino concita
cuantos atributos excelsos se han acuñado para el poder soberano
imperial.
Porque la expresión "él es Dios" viene complementada explicitando que
es: el único, no hay más dios que él, en los cielos y la tierra, el
señor, el
rey, el santo, el creador, el inventor, el formador, el subyugador
(Corán
59/39,4). Aunque él ordena a los que creen que obren con justicia, que
juzguen
con justicia y que sean justos (Corán 70/16,90; 112/5,8), nunca se dice
que
Dios es justo, ni se menciona la justicia de Dios.
El
credo
islámico está tomado de la religión de Moisés y la tradición judía: hay
un
único Dios, omnipotente, creador del cielo y la tierra, que se ha
revelado a
Moisés en el monte Sinaí. Reitera que dio a Moisés su ley para regir a
su pueblo
y que, en ella, según el Corán, está la buena dirección. Narra que Dios
interviene en la historia de los distintos pueblos suscitando en ellos
a sus
enviados, ungidos y profetas, para liberar y castigar. Mahoma se formó
en el
marco de la fe monoteísta judía, y tradujo sus escrituras a los árabes.
Entre
ellos instauró la ley mosaica, adaptada, junto a una versión radical
del
mesianismo apocalíptico nazareno. No encontramos ahí ningún elemento
nuevo,
excepto cierto expresionismo en la descripción de los castigos
infernales y los
placeres del paraíso. El esquema básico es simple y, una vez que se
produjo la
apropiación, se desplegaría fractalmente a lo largo de la historia.
Pero
el punto de partida no garantiza la
fidelidad a la tradición, ni la continuidad de un mismo monoteísmo. El
Dios
coránico, retratado en las suras, no debe entenderse como si fuera un
Dios
indiferenciado, válido para cualquier religión. Como hemos señalado, su
rasgos
de carácter y sus actuaciones presentan un perfil único. Ha creado el
universo,
pero es para ejercer su poder como amo absoluto y omnímodo.
La
ruptura
teológica del Dios islámico con respecto al bíblico viene marcada por
dos
diferencias específicas. La primera es que no cabe analogía alguna
entre lo
divino y lo humano. Queda muy claro cuando el Corán, al hacerse eco de
la
creación del hombre del Génesis y decir que "Él ha creado, el macho y
la
hembra" (Corán 9/92,3), calla y oblitera completamente la afirmación
bíblica de que los creó a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26-27).
La
segunda
diferencia estriba en que el Dios islámico rechaza cualquier metáfora
de relación
familiar con la humanidad. No admite ninguna intimidad como la
expresada con la
idea poética de un amor conyugal, al modo de Yahveh y el pueblo hebreo.
Pero,
sobre todo, le repugna cualquier implicación de paternidad con los
humanos. La
teología coránica sostiene tajantemente que no se puede considerar a
Dios como
Padre. No hay Hijo de Dios, ni hijos de Dios.
"Porque
no
está bien que el Clemente tome un hijo " (Corán 44/19,92).
"Los
judíos y los nazarenos dijeron: 'Nosotros somos los hijos de Dios y sus
predilectos'. Di: '¿Por qué entonces os castiga por vuestras faltas?'
Más bien
sois humanos entre los que él ha creado" (Corán 112/5,18).
"Los
judíos dijeron: 'Esdras es hijo de Dios'. Y los cristianos dijeron: 'El
Mesías
es hijo de Dios'. (…) Que Dios combata contra ellos" (Corán 113/9,30).
El
Dios islámico es descrito como amo que solo
reconoce esclavos que lo teman y obedezcan. En definitiva, el Dios
islámico se
yergue como el enemigo declarado del Dios Padre cristiano, a quien
teológicamente busca arrebatarle el trono.
Como
reflexionaba un musulmán marroquí
que se hizo cristiano hace un tiempo, existe un gran contraste entre en
la
imagen de Dios del islamismo y la que ofrece el cristianismo. En sus
propias
palabras:
"La
base del cristianismo es el amor
de Dios. Dios ha creado al hombre a su imagen. Quiere ayudarlo a vencer
el mal,
a salvarse, porque Él lo ama de modo indescriptible. Por eso a los
cristianos
les incumbe difundir el mensaje del amor, tanto de palabra como por la
acción,
en el mundo entero. En cuanto al islam, parte de una idea de que un
dios,
llamado Alá, es el gobernador absoluto. No ha creado a los seres
humanos más
que para adorarlo. Por esta razón, deben obedecer lo que Él ordena y
evitar lo
que prohíbe, con la intención de otorgarles el poder de gobernar la
tierra, de
imponer, se quiera o no, su religión, de combatir a las otras
religiones, a fin
de evitar la sedición" (Rachid 2017).
La
cercanía de Dios nunca se concibe como una relación personal
directa, sino que es sustituida por el sometimiento al profeta, al
libro y sus
prescripciones de todo orden. No hay que dejarse confundir por una
aleya, muy
citada, que expresa la cercanía con una metáfora enormemente gráfica:
"Hemos creado al hombre, y sabemos lo que su alma le susurra. Estamos
más
cerca de él que su vena yugular" (Corán 34/50,16). Una expresión como
esa resulta
inquietante. Primero, no es que el hombre pueda
acercarse
al creador, sino solo al revés. Y luego, ¿qué es lo que evoca esa
imagen?, ¿qué
se suele acercar a la yugular? En la práctica cotidiana, el cuchillo
del
matarife, que la secciona. Y en el fragor de la batalla, la daga o el
sable del
enemigo…
En
última instancia, se impone la conclusión
de que el islam no es una religión bíblica. Llevó a cabo un saqueo
cultural de
la Biblia, para luego rechazarla. Durante un tiempo, el mahometismo
primitivo sostuvo
que solo venía a confirmar lo que habían transmitido los profetas
anteriores,
los libros de Moisés y de Jesús, pero, finalmente, acusó a los judíos y
los
cristianos de haber falsificado sus escrituras. Al final del recorrido,
la
ruptura fue completa y el islam no reconoce otro libro que el Corán. Al
revés
que los cristianos, que conservan como propio el Antiguo Testamento.
Desde
un punto de vista pragmático e
histórico, los conceptos determinan lo que acaba siendo la realidad de
las
cosas. En este sentido, la concepción coránica de Dios codifica el
programa de
una civilización anclada en el medievo. El nombre de Alá no es el del
Dios de
cualquier fe. Opera como clave de un proyecto de Estado teocrático, en
forma de
dictadura política totalitaria, que sacraliza la violencia y el terror
contra
toda oposición. Está asociado a un proyecto mesiánico de conquista y
dominación
mundial. Su ethos manda odiar al enemigo, perseguir el disidente y
matar al
descreído. Y no se puede decir que no sea lo que siempre han llevado a
cabo sus
más fieles, invocando el nombre de su Dios. Para ello, como trasunto de
Alá en
este mundo, Mahoma constituye, sin duda, el mejor modelo.
Más
allá de lo
que se dice acerca de cómo es, en el Corán leemos cómo obra Dios: lo
que dice,
lo que hace, lo que manda; lo que dijo, hizo o mandó en otros tiempos;
lo que
hará en un futuro escatológico.
Aunque
seguramente la diferencia entre lo
que uno es y lo que uno hace parece más gramatical que real, vamos a
examinar ahora
por separado lo que el Corán presenta como el obrar de Dios.
La
expresión "Dios hace" no cuenta con muchas incidencias:
él es el creador y, respecto a la naturaleza, hace caer la noche y
venir el día
y salir el sol, soplar los vientos y volar las nubes, hace descender
agua del
cielo y renacer la tierra que da frutos. Con respecto a los humanos,
envía mensajes
a sus siervos, hace temer a sus siervos, les manda una desgracia, hace
revivir
a los muertos, hace entrar en los jardines a los que salva. Pero, por
encima de
todo, lo que destaca es su soberana e irrestricta voluntad: concede su
favor a
quien él desea (Corán 94/57,29; 110/62,4). No está sujeto a ningún
compromiso
con el mundo ni con la humanidad, ni se debe buscar en él una
racionalidad,
porque taxativamente:
"Dios
hace lo que él desea" (Corán 72/14,27; 89/3,40;
103/22,18).
"Dios
hace lo que él quiere" (Corán 87/2,254; 103/22,14).
Ahí,
Dios es pura voluntad, por encima de cualquier Logos. Hasta el
punto de que, si lo desea, puede borrar unas aleyas (Corán 96/13,39). O
podría,
si quisiera, destruir al Mesías y a su madre, y a todos los que están
en la
tierra (Corán 112/5,17). Dios es perdonador, pero nadie tiene garantía
de su
perdón:
"Dios
perdona a quien él quiere y castiga a quien él quiere"
(Corán 87/2,284. Repetido en 89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).
Desde
el punto de vista islámico, se supone que la voluntad de que
Dios es todo lo que recopila el libro del Corán. Pero la expresión
"Dios
quiere", referida a algo concreto, no se prodiga mucho en las páginas
del
Corán. La primera aparición es para afirmar que a quien quiere dirigir
le abre
la mente y a quien quiere extraviar se la cierra (Corán 55/6,125). Las
restantes
pertenecen al período posterior a la hégira. Dios quiere ponérselo
fácil a sus
servidores (60/40,31; 87/2,185). Les impone las antiguas leyes de los
judíos. Y
su voluntad es inapelable.
"Dios
quiere manifestaros e indicaros las leyes de los de antes
de vosotros, y volver a vosotros" (Corán 92/4,26).
"Cuando
Dios quiere el mal para unas gentes, nada puede
detenerlo. No tienen, fuera de él, ningún aliado" (Corán 96/13,11).
"Cuando
Dios quiere probar a alguien, tú no podrás hacer nada por
él contra Dios" (Corán 112/5,41).
"Sabe
que Dios quiere afligirlos por una parte de sus faltas.
Muchos humanos son perversos" (Corán 112/5,49).
"Dios
quiere castigarlos con eso y que sus almas perezcan siendo
no creyentes" (Corán 113/9,55). Lo mismo en 113/9,85.
En
términos muy generales, la voluntad soberana de Dios encuentra su
cauce a través de todo el sistema de mandatos de su ley. A partir de
ahí, sin
que su arbitrio absoluto quede comprometido, la función divina por
antonomasia estriba
en juzgar y retribuir mediante premios y castigos. En el texto, la
balanza se
inclina claramente hacia el castigo:
- Se
dice que Dios premia con el "paraíso" (139 veces), con
la victoria y con el "botín" (10 veces, todas poshegíricas).
- Se
dice que Dios "castiga" (415 veces). De ellas, con un
"castigo doloroso" (62 veces); con un "castigo terrible"
(12 veces); con el "infierno" o la gehena (121 veces); con el
"fuego" (182 veces, de las que 26 concreta el "fuego de la
gehena").
Sin
entrar en el tema, dejamos constancia solamente de que, en el
orden social coránico, el castigo se traduce en un durísimo régimen de
penas
corporales. Pero, prosigamos nuestras búsquedas a través del texto
coránico con
mayor detenimiento, con el fin de continuar poniendo de manifiesto los
rasgos
de carácter del Dios islámico.
El
Dios de Mahoma, Alá, parece resultar de
una combinación del mesianismo de Yahveh, el dualismo de Ahúra Mazda y
la sed
de sangre de Moloc. Como las futuras teologías revolucionarias, exige
sacrificios humanos, porque hay que acabar con toda disidencia.
El
sistema islámico fue instaurando un orden
social sacralizado, que nació en medio de la violencia, se expandió y
sobrevivió generando violencia permanente. Las suras poshegíricas con
sus
disposiciones respecto a la organización social, política, económica y
religiosa, establecieron la trama básica sobre la que, luego, se
desarrollaría
el derecho islámico, la charía. Según la concepción islámica,
su
fundamento reside no en unos principios jurídicos, sino única y
exclusivamente
en la voluntad divina revelada.
Es
imposible concebir un orden social y
legal diferente, una vez que se he creído que es la Ley establecida por
Dios,
lo que implica que solo puede ser perfecta e inobjetable. En este
contexto,
¿quién pedirá cuentas a Dios? Sería una blasfemia.
Encontramos un
rasgo extraño de la imagen
coránica de Dios en el hecho de que, al principio de varias suras, se
lo
presente profiriendo juramentos por diversos fenómenos de la creación o
por elementos
sacrosantos de la tradición judía. Debe resultar tan raro que ciertos
traductores (por ejemplo, Muhammad Asad) tratan de disimularlo
anteponiendo
"considera" a la frase exclamativa, mientras que otros (como Raúl
González) optan por explicitar "juro" por delante del juramento.
Leámoslos en el orden cronológico convenido:
"¡Por la
noche cuando cubre! ¡Por el día cuando se manifiesta! ¡Por lo que ha
creado, el
macho y la hembra!" (Corán 9/92,1-3).
"¡Por el
tiempo!" (Corán 13/103,1).
"¡Por el
astro, cuando declina!" (Corán 23/53,1).
"¡Por el
sol y su claridad! ¡Por la luna cuando lo sigue! ¡Por el día cuando lo
manifiesta! ¡Por la noche cuando lo cubre! ¡Por el cielo y el que lo ha
edificado! ¡Por la tierra y el que la ha aplanado! ¡Por el alma y el
que la ha
formado!" (Corán 26/91,1-7).
"¡Por las
higueras y los olivos! ¡Por el monte Sinaí! ¡Por esta comarca segura!"
(Corán 28/95,1-3).
"¡Por el
pacto de los curaisíes!" (Corán 29/106,1).
"¡Por el
monte! ¡Por un Libro escrito en pergamino desenrollado! ¡Por el templo
visitado! ¡Por la bóveda elevada! ¡Por el mar enardecido! El castigo de
tu
Señor caerá" (Corán 76/52,1-7).
Estos
juramentos puestos en boca de Alá,
en el Corán, curiosamente
siempre en capítulos catalogados como del primer período de predicación
en La
Meca, tal
vez sirvan para infundir temor de Dios.
Pero no tienen mucho sentido, pues parece absurdo que Dios jure por su
creación, evidentemente inferior a él. Según algunos investigadores,
quizá
reflejen una fórmula de juramento o conjuro procedente de tradiciones
preislámicas, desde luego poco congruentes con el monoteísmo (Cfr.
Laila Qadr,
2019: 347). Quizá se trate de textos anteriores adaptados para la
comunidad de
Mahoma. Y, desde luego, la interpretación se simplifica si admitimos
que es
Mahoma el que habla.
Lo
que reclama el Dios islámico es que crean
en él y en su enviado, y que
los creyentes se integren en el nuevo orden. A los creyentes les pide
fundamentalmente que teman y que obedezcan los mandatos del profeta. En
sintomático que Mahoma nunca predique el amor a Dios, que solo menciona
en una
aleya, absolutamente excepcional, y es para reconducirlo a que lo sigan
a él:
"Si
amáis a Dios, seguidme. Dios os amará y
os perdonará vuestras
faltas" (Corán 89/3,31).
En
cambio, a todo lo largo de las suras, se
apremia constantemente al
temor y la obediencia ciega, a la sumisión de las creaturas respecto a
su
creador y su profeta.
-
La exhortación al "temor" a Dios se repite
350 veces.
-
El término obediencia y derivados lo
hallamos 122 veces.
La locución
imperativa "temed a Dios" aparece 55 veces en el Corán (11 en suras
anteriores a la hégira, y aumenta hasta 44 en suras posteriores).
Luego, se
establece un nexo entre el temor a Dios y la obediencia a su enviado,
que
articula la referencia al plano mítico con el plano fáctico donde el
poder
político instaura las normas del orden social.
"Temed a
Dios y obedecedme" (Corán 89/3,50).
"Temed a
Dios como debe ser temido, hasta que muráis como sumisos" (Corán
89/3,102).
"Cuando
Dios y su enviado han
decidido sobre un asunto, ni el creyente ni la creyente tienen opción
en ese
asunto. El que desobedece a Dios y a su enviado está extraviado con un
extravío
manifiesto" (Corán 90/33,36).
Al final de
este desarrollo, se consuma una especie de asociación total de Dios y
su
enviado, de modo que conjuntamente anuncian su palabra (Corán 113/9,3),
prohíben (113/9,29), dan su favor (113/9,59), juzgan las obras
(113/9,94) y
castigan. El enviado se describe tan completamente identificado con
Dios que en
la acción resulta imposible distinguirlos.
Se repite una y
otra vez el llamamiento a obedecer a Dios y a su enviado, que en la
práctica se
reduce a obedecer a Mahoma, y así de claro se dice. Siempre en la época
de la
organización subsiguiente a la hégira:
"Obedeced
a Dios y a su enviado" (Corán 88/8,1; 88/8,20; 88/8,46; 89/3,32;
89/3,132;
90/33,33; 95/47,33; 102/24,54; 105/58,13; 106/49,14; 108/64,12;
112/5,92).
"Obedeced
a Dios, obedeced al enviado y a aquellos entre vosotros que tienen
autoridad" (Corán 92/4,59).
"Quien
obedece al enviado, ha obedecido a Dios" (Corán 92/4,80).
Parece como si
uno hubiera reemplazado al otro o se hubiera fusionado con él. Por esta
vía, en
el mismo Corán, se ha ido avanzando hacia una especie de divinización
del
profeta. Hasta el punto de que los creyentes que acuden a él y se
comprometen a
acatar las normas establecidas deben prestar juramento de lealtad a
Mahoma
(Corán 91/60,12).
Por lo demás, ante
tales exigencias de sumisión y obediencia, queda poco espacio para la
libertad
humana, y ninguno para la libertad religiosa. No hay clemencia para el
no
creyente. Todo disidente se enfrenta al exterminio. Uno podría imaginar
fácilmente que un Dios con el carácter descrito en el Corán jamás
aguardaría el
regreso del hijo pródigo, sino que mandaría al hermano mayor con un
grupo de
mercenarios para eliminarlo.
Una
característica estructural del orden fundado en el Corán es el estatuto
de
inferioridad de la mujer. No es que el Dios coránico sea misógino, pues
otorga
su perdón y sus recompensas, e impone sus castigos, por igual a hombres
y
mujeres, a los creyentes y a las creyentes (cfr.
Corán
27/85,10; 71/71,28; 90/33,35; 90/33,58 y 73; 94/57,12; 95/47,19;
102/24,12;
111/48,5-6; 113/9,71-72). Pero no es menos cierto que, al crearlos,
estableció la supremacía masculina y que no hay nada que hacer cuando
Dios ha
decidido algo. En su adaptación del mito de Adán y Eva, el Corán
asevera que la
mujer ha sido creada por Dios para solaz del hombre:
"Es
él
quien os ha creado de una sola alma, y de ella ha hecho a su esposa
para que él
halle reposo en ella" (Corán 39/7,189).
Porque
el
creador lo ha querido así, en casi todos los asuntos tratados, la mujer
está en
función del varón y en inferioridad de condiciones. Nunca a la inversa.
En el
Corán, y consiguientemente en el islam, la mujeres tienen un estatuto
subordinado con fundamento teológico, pues ha sido conferido por el
mismo Dios.
Por mucho que algunos traductores se esfuercen en almibararlo, está
bien claro,
y no solo por la célebre aleya:
"Los
hombres tienen preeminencia sobre las mujeres, porque Dios ha
favorecido a unos
con respecto a otras y por lo que ellos gastan de sus fortunas" (Corán
92/4,34).
Si
la
inferioridad es consustancial con el ser dado a la mujer en la
creación, el
Corán es consecuente cuando estipula el conjunto de las disposiciones
discriminatorias hacia la mujer: desigualdad de derechos entre hombres
y
mujeres en
el matrimonio, el divorcio, la herencia, el testimonio, las sanciones y
el
empleo, y el matrimonio de niñas preadolescentes.
En la
medida en que el comportamiento de Mahoma trasluce la voluntad divina,
su
relación con las mujeres también representa el "buen modelo" (Corán
90/33,21). Y difícilmente podemos negar que sea un paradigma de
supremacía
masculina y de privilegios sobre las mujeres (Corán 90/33,50-51).
El
estatuto
de inferioridad femenina es solo una de las instituciones legales de
tipo
despótico oriental que el Corán manda y su Dios ratifica: la
circuncisión que
mutila a niños y niñas; la
desigualdad jurídica entre musulmanes y no musulmanes en múltiples
asuntos; la
prohibición de abandonar la religión islámica; el sometimiento de
judíos y
cristianos a un oneroso régimen de dimmitud; la autorización
para
asesinar a los no monoteístas o reducirlos a la esclavitud; la
imposición de
castigos crueles como la pena de muerte para el apóstata, la lapidación
para la
adultera, la amputación de manos para el ladrón, la crucifixión, la
flagelación,
y la aplicación de la ley del talión; la destrucción de estatuas,
pinturas e
instrumentos musicales, y la prohibición de las artes figurativas (cfr.
Aldeeb
2016: 3).
El carácter del
Dios coránico no hay que
entenderlo en abstracto, ni solo a partir del texto. Está inscrito en
un
contexto histórico en el que se manifiesta, inicialmente, marcado por
dos
factores: las campañas militares y la formación de una estructura de
poder de
signo teocrático y mahometocéntrico, basado en el despotismo absoluto
del
profeta rey. Aunque no se dan indicaciones precisas de tiempo y lugar,
sabemos
que se trata de una situación de ataque en dirección a Palestina y
Siria.
Sabemos que los seguidores de Mahoma sufren una derrota en Muta (año
629), que
obtienen una gran victoria en Gaza (en 634), y que luego tomarán
Jerusalén (en
637).
La disciplina
se vuelve crucial, la obediencia y el temor. En ese contexto mesiánico
de
sacralización de la guerra es donde se insiste en que Dios lo ve todo,
lo oye
todo, conoce los pensamientos de los creyentes y las maquinaciones de
los
enemigos no creyentes. Dios es el más grande y poderoso, el aliado de
los
árabes que han creído, su auxilio en la conquista. Si temen y obedecen,
él será
perdonador, misericordioso e indulgente con ellos, les dispensará sus
favores,
las recompensas de la victoria y los jardines del paraíso. De lo
contrario, el
castigo será tremendo. Todo gira en torno al sometimiento a la ley y en
torno a
la eficacia de la yihad en el camino de Dios, que legitima la lucha
contra los
no musulmanes y la ocupación de sus países.
"Combate
en el camino de Dios. (…) Incita a los creyentes. Quizá Dios contenga
el rigor
de los que no han creído. Dios es más fuerte en rigor y más fuerte en
intimidación" (Corán 92/4,84).
"Dios ha
prescrito: 'Yo venceré, yo y mis enviados'. Dios es fuerte, orgulloso"
(Corán 105/58,21).
"Cuando
hayan pasado los meses prohibidos, matad a los asociadores allí donde
los
encontréis. Capturadlos, asediadlos, tendedles toda clase de
emboscadas. Pero
si se rinden, hacen el rezo y pagan el tributo, dejadlos. Dios es
perdonador,
misericordioso" (Corán 113/9,5).
"Si
no
os movilizáis, os castigará con un castigo doloroso, os sustituirá por
otro
pueblo, y no le haréis ningún daño. Dios es todopoderoso" (Corán
113/9,39).
Una vez conocida
la voluntad de poder
transmitida
a Mahoma y su movimiento mesiánico escatológico, prosigamos el rastreo
de la
actuación divina desde perspectivas más particulares. ¿Con quién
está Dios?
Antes de la hégira, con los que lo temen y obran bien. Después, el
significado
se reconvierte y especifica con toda claridad: Dios está con los
creyentes, con
los que temen y los que obran bien, que son los que se entregan al
combate y los
que muestran su aguante en la adversidad de la lucha. Veamos unas citas
en las
que se dice "Dios está con":
"Si
buscáis conquistar, la conquista os vendrá. Y si renunciáis,
es mejor para vosotros. Pero si reanudáis la lucha, nosotros la
reanudaremos.
Vuestra tropa no os servirá de nada, por mucha que sea. Dios está con
los
creyentes" (Corán 88/8,19).
"¡Vosotros
que habéis creído! Cuando encontréis una tropa, estad
firmes y acordaos mucho de Dios. Quizá venzáis. Obedeced a Dios y a su
enviado,
y no discutáis, si no fallaréis y vuestro ímpetu desaparecerá. Y
aguantad. Dios
está con los que aguantan" (Corán 88/8,45-46).
"Si
se encuentran entre vosotros cien que aguantan, vencerán a
doscientos. Y si se encuentran entre vosotros mil, vencerán a dos mil,
con
permiso de Dios. Dios está con los que aguantan" (Corán 88/8,66).
"No
os debilitéis y no apeléis a la paz, cuando vosotros sois
superiores y Dios está con vosotros" (Corán 95/47,35).
"Combatid
todos contra los asociadores, como ellos combaten todos
contra vosotros. Y sabed que Dios está con los que temen" (Corán
113/9,36).
"¡Vosotros
que habéis creído! Combatid contra los no creyentes
que tengáis alrededor, y que encuentren rudeza en vosotros. Sabed que
Dios está
con los que temen" (Corán 113/9,123).
No
hay que efectuar grandes elucubraciones para caer en la cuenta de
que los que creen y los que temen y los que aguantan son los soldados
de la
yihad. Es con ellos con quienes está Dios preferentemente. Los únicos
que, si
mueren en combate, tienen asegurado el paraíso.
"A los que han
creído y han hecho
las buenas obras, el clemente los colmará de amor" (Corán 44/19,96).
En cambio, la
locución "Dios
ama" se emplea en 18 ocasiones y "Dios no ama" 17 veces. Pero la
cuestión es ¿qué o a quién ama Dios? En resumidas cuentas,
literalmente a
los que obran bien (5 veces), a los que temen (3 veces), a los que son
equitativos
(3 veces), a los que se purifican, a los que se arrepienten, a los que
aguantan, a los que confían en él, a los que combaten en su camino, a
ciertas
gentes. Tengamos en cuenta que todas estas alusiones son de época
poshegírica,
cuando se ha dado el paso al combate armado, por lo que las más
significativas van
referidas a los que marchan a la guerra o la financian.
"Gastad
en el camino de Dios, y no os arrojéis por vuestra propia
mano a la perdición. Obrad bien. Dios ama a los que obran bien" (Corán
87/2,195).
"Cuántos
profetas combatieron (…) No se desanimaron a causa de lo
que les afligió en el camino de Dios, no se desanimaron, y no cedieron.
Dios
ama a los que aguantan" (Corán 89/3,146).
"Dios
no os prohíbe, respecto a los que no han combatido contra
vosotros por la religión, ni os han echado de vuestros hogares, que
seáis
buenos y equitativos. Dios ama a los que son equitativos" (Corán
91/60,8).
"Dios
ama a los que combaten en su camino, en fila, como si
fueran un edificio de plomo" (Corán 109/61,4).
"De
Dios son los soldados de los cielos y de la tierra"
(Corán 111/48,4).
Volviendo
la frase en negativo, si buscamos en el texto qué o a
quien no ama Dios, hallaremos que no ama a los corruptores, los
presuntuosos, los transgresores, los no creyentes, los pecadores, los
traidores, los opresores, los arrogantes, los ingratos. La mayoría de
estas
incidencias pertenecen al contexto posterior a la hégira. Dios no ama a
los que
pretenden escapar de la guerra.
"Combatid
en el camino de Dios a los que combaten contra
vosotros, y no transgredáis. Dios no ama a los transgresores" (Corán
87/2,190).
"Obedeced
a Dios y al enviado. Y si vuelven la espalda, Dios no
ama a los no creyentes" (Corán 89/3,32).
El
amor y el desamor divinos no se sitúan en el plano de los arcanos
sentimientos,
sino que cumplen una función precisa para la institución y la
orientación de
los valores, así como en la determinación de las sanciones
correspondientes en
esta vida y en la otra. El desamor se puede traducir más concretamente
en
términos de la cólera de Dios y el castigo divino.
En
cuanto a las menciones de la cólera de Dios (una veintena de
veces), antes de la hégira predomina la fórmula que dice que la cólera
de Señor
caerá sobre ellos, generalmente en relatos de historia sagrada. En
cambio,
después de la hégira, abundan más las invectivas directas contra los
que
incurren en la cólera de Dios, o contra los que Dios está en cólera.
"El
que no cree en Dios después de
haber creído (…), el que abre el pecho a la increencia, una cólera de
Dios
caerá sobre ellos. Y tendrán un gran castigo" (Corán 70/16,106).
"No
creen en lo que Dios ha hecho descender (…) Han incurrido en
su cólera una y otra vez. Los que no creen tendrán un castigo
humillante"
(Corán 87/2,90).
"El
que mate a un creyente deliberadamente, su retribución será
la gehena donde estará eternamente. Dios está en cólera contra él y lo
maldice.
Y le ha preparado un gran castigo" (Corán 92/4,93).
La
imagen islámica de Dios lo describe como alguien muy proclive a la
amenaza y al castigo, infligido a través de la naturaleza, o de las
gentes, en
particular por medio de sus profetas y su pueblo llamado a dominar. En
un
momento, el Corán nos desvela que, en el fondo, es Dios el verdadero
sujeto
agente de la guerra que les ha impuesto como misión. No deben tener
ningún
remordimiento.
"No
sois vosotros los que los habéis matado, sino que es Dios
quien los ha matado" (Corán 88/8,17).
"A
fin de que Dios castigue a los hipócritas y las hipócritas, a
los asociadores y las asociadoras, y que Dios se vuelva a los creyentes
y las
creyentes" (Corán 90/33,73). Lo mismo en 111/48,6.
El
Dios coránico aporta la plena justificación de la guerra en su
nombre. Santifica el "camino" expeditivo de las razias y las batallas,
a las que él y su profeta llaman a los creyentes con insistencia. Su
significado
real y nada metafórico del combate queda de manifiesto cuando se afirma
que los
"emigrados" cuentan con la expresa autorización de Dios para matar,
para desterrar, para talar las palmeras, para dominar la tierra, para
repartirse
el botín del saqueo de las ciudades (cfr. Corán 101/59,3-9).
La
gente del libro que no cree en la revelación de Mahoma o, en
general, los que no acatan las normas divinas, los que se han desviado
del
camino recto, son vistos con una mirada tan hostil que no solo son
tratados
como humanos de inferior o ínfima categoría, y despojados de los
derechos
fundamentales, sino que el Corán proyecta sobre ellos una completa
deshumanización.
"Cuando
transgredieron lo que se les había prohibido, les
dijimos: 'Convertíos en monos despreciables' (Corán 39/7,166). También en 87/2,65.
"Los
que Dios ha maldecido, contra los que está en cólera, él los
ha convertido en monos y en cerdos" (Corán 112/5,60).
De
manera que, como se dice ahí en el plano narrativo, acaban siendo
expulsados de la especie humana, cuando Dios, contraviniendo el orden
de su
creación, los transforma en animales, en monos y en cerdos. Así queda
expedito
el camino para toda clase de exacciones, atropellos y asesinatos.
En conclusión, en la concepción islámica, queda
desterrada la razón crítica y todaracionalidad humana, por
sospechosas de rivalizar con la inescrutable e irrestrictavoluntad
divina. Alá es el absoluto señor de los cielos y la tierra, el señor
del trono, el señor de los siglos, el amo de la creación, que reclama
de sus siervos adoración, temor y obediencia. Porque solo Dios tiene derechos.
Y, por ello, solo Dios es fuente de derecho, lo que implica que una
sociedad islámica consecuente no podría reconocer más régimen que el
teocrático. Esto significa a la vez dos cosas. Primera, que el
Dios del Corán resulta incompatible con los derechos humanos, con las
libertades políticas y la democracia, esto es, con los valores laicos.
Y segunda, no menos importante, que, al plasmar la concepción de
Dios como un autócrata inexorable, obstruye el simbolismode Dios
como Padre que ama y salva, conforme al evangelio cristiano, propenso a
desarmar la violencia y promover la libertad de los hijos de Dios.
¿Es
el mismo Dios el del islamismo y el del cristianismo? ¿Es el mismo
el Dios de Jesús y el de Mahoma? Sobre la realidad divina en sí misma,
cae
fuera del alcance humano dar una respuesta concluyente. Solo contamos
con ideas
de Dios pensadas por humanos. Pero podemos analizar la idea de Dios, la
imagen
de Dios, tal como la describe cada tradición, en sus textos
determinados y en
su contexto histórico. Hay un excelente artículo de Rémi Brague,
filósofo e
historiador de la religión, que ayuda a clarificar el embeleco de "los
tres monoteísmos", "las tres religiones abrahánicas" y "las
tres religiones del libro", expresiones tan corrientes.
"Se
utilizan estas expresiones por motivos nobles: representan un
lugar común o, eventualmente, un terreno de entendimiento. Sin embargo,
esas
expresiones son a la vez falsas (porque cada una oculta un grave error
sobre la
naturaleza de las tres religiones a las que se pretende colocar en un
mismo
plano) y peligrosas (porque favorecen una pereza mental que nos
dispensa de
examinar de cerca la realidad" (Brague, "Para acabar de una vez con
los tres monoteísmos", 2007: 393).
En
cualquier caso, más allá de unas coincidencias genéricas y abstractas,
las divergencias entre la imagen divina expresada en los textos
canónicos de
los musulmanes y la de los textos cristianos resultan enormemente
significativas. Aunque tenga sus orígenes en la misma tradición hebrea,
el Dios
del islam, el Dios de Mahoma tal como lo describe el Corán, no se
corresponde
en su concepto con el Dios bíblico y cristiano, ni en el plano
histórico-crítico, ni en el plano teológico, por más que en el plano
puramente
especulativo se afirme un monoteísmo.
Hay
discrepancia en el entendimiento de la profecía y, por tanto, de
la "revelación". En la tradición cristiana, propiamente no es Dios
quien habla, sino profetas inspirados por él, cuya palabra es humana,
si bien
referida a Dios. En la tradición islámica, se cree que es Dios quien
transmite
su palabra, directa y literalmente a Mahoma como enviado suyo. Las
intervenciones o interacciones divinas escenificadas en los textos
evangélicos
(por ejemplo, "Este es mi hijo, escuchadlo", u otras epifanías) solo
significan la fe en que Dios confirma al profeta, pero no pretenden
transmitir
otro contenido concreto de revelación sobrenatural.
Es
difícilmente conciliable la imagen de un Dios que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mateo 5,45) y
la imagen
de un Dios que manda matar sin piedad a los idólatras y los no
creyentes (Corán
5,33; 9,5; 9,133). El mismo mensaje de tolerancia y no violencia lo
transmite
la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13,25-31), o cuando Santiago y
Juan
deseaban que bajara fuego del cielo sobre una aldea samaritana que no
los
acogió, y Jesús los reprendió (Lucas 9,54-55); o el episodio en el
huerto de
los Olivos, cuando Jesús mandó a Pedro: "Vuelve la espada a la vaina"
(Juan 18,10-11).
Todos
los atributos de Dios, su unidad y
todos sus nombres, descritos por el Corán, se asemejan demasiado a una
traslación de los atributos de un déspota oriental absoluto, que Mahoma
no solo
concibió, sino que él mismo encarnó en la práctica.
La
exégesis y la teología
islámica presentan un sola y única divinidad, como un Dios amo
todopoderoso que
demanda sumisión total, que perdona, pero sobre todo castiga a los que
no creen.
Inspira temor y exige obediencia ciega. Se diría que el Corán de
Mahoma con sus estipulaciones contrarias
a la racionalidad degrada al ser humano, a la mujer, al increyente y,
en último término, también al propio Dios.
Pues, al describir
a Alá como un dios que, por su implacable cólera con aquellos a los que
castiga
y que él mismo, en su arbitrio, ha predestinado a perderse (pues él
guía a
quien quiere y extravía a quien quiere), sin duda se desdice de la
clemencia y
la misericordia con la que tan rutinariamente lo invoca.
El
musulmán tiene un miedo cerval a incurrir
en la cólera de ese Dios. No en vano una mayoría de las suras abunda en
amenazas de terribles castigos divinos. La versión del sufismo
solamente cambia
el matiz, como si dijera algo así: Vamos a amar al Amo, ya que no
podemos
zafarnos de él. Porque ese amor "místico", un tanto al margen de la
ley, se tolera solo en la medida en que el sufí se somete a ella, a la charía,
y moviliza internamente todo el ser para su cumplimiento a rajatabla.
De hecho,
las cofradías sufíes formaban grupos de militantes armados, muy
eficaces el
servicio de los ulemas y del califa.
Uno
percibe que
el Corán no transmite la alegría del reino de Dios, ya presente, y la
esperanza
de reconciliación y salvación. El tono de su mensaje se manifiesta más
bien amenazador:
urge el sometimiento a un sistema insoportable de normas, sustentado en el miedo al castigo y al infierno, al
tiempo que impone la misión de combatir con la espada contra las demás
religiones, hasta que reine la hegemonía de la religión de Alá.
|
|
|