El Dios del Corán. El carácter de Alá

SEMINARIO SOBRE ISLAM




Nota epistemológica


No olvidemos el enfoque histórico-crítico y la aspiración científica de los métodos de análisis textual, filológico, semiótico, etc. En consecuencia, no pensemos en ningún momento que aquí estamos hablando de Dios como de una realidad que está ahí, ante la que se adoptan los diferentes puntos de vista, islámico, judío, cristiano. No. Solamente hay puntos de vista. Dios no es, ni puede ser, un referente empírico con el que contrastar lo adecuado de una descripción, una creencia o una metáfora. A nuestro alcance, solo tenemos relatos e imágenes descritas por los textos correspondientes: textos pertenecientes siempre a contextos históricos humanos, sobre los que, por medio de sus seguidores, producen efectos indudables.


Nota. En la forma de citar el Corán, la primera cifra indica el orden cronológico del capítulo según la Universidad de Al-Azhar. Tras la barra oblicua, aparece la numeración convencional del capítulo y los versículos citados.



La revelación no es un concepto histórico


Hay numerosos sistemas religiosos que presentan sus textos sagrados como una revelación divina. Pero no existe una única manera de explicar qué sea eso de la "revelación". Es preciso aclararlo, porque el modo de entender el concepto de revelación divina será determinante a la hora de considerar qué significado damos a las mediaciones en que se afirma que está plasmada tal revelación, ya sean textos, personas, objetos o acontecimientos.


Conforme a la dogmática del islam, los musulmanes creen que el libro del Corán constituye literalmente la palabra de Dios descendida a Mahoma, es decir, que Dios es el autor del libro y que él lo ha "revelado" al profeta árabe. Los musulmanes creen, pues, que Dios habla en lengua árabe. Pretenden que las aleyas no serían palabras humanas e históricas, sino divinas y eternas. El divino texto coránico habría sido transmitido de parte de Dios, revelado mediante un dictado literal efectuado por un ángel en distintas ocasiones, a lo largo de veinte años. El ángel y el profeta son meros transmisores. Desde que el califa Al-Mutawakkil (hacia 859) declaró el dogma del Corán increado, pocos han cuestionado esa creencia.


En el propio Corán, la idea no está tan clara. A la luz de una lectura atenta del libro, no podemos creer que sea una obra que tiene por autor a Dios, como si fuera un discurso que sale de él en cuanto sujeto hablante. La pretensión de que sea Dios el sujeto de toda la narración del Corán es algo que se ve cuestionado internamente en muchos de sus versículos. Por ejemplo, cuando, más que hablar Dios en primera persona, se habla sobre Dios en tercera persona. Los pronombres personales que se utilizan para Dios son "yo", "nosotros" o "él" con escasa coherencia. Esto era tan evidente para los comentadores musulmanes que, muy temprano, obviaron la dificultad anteponiendo a algunas aleyas el imperativo "Di" (en 300 casos, añadido a principios del siglo IX). Con ello, lo dicho por Mahoma se ponía indirectamente en boca de Dios (cfr. la sura 72). A pesar de todo, este recurso no remedió todos los casos: sigue habiendo muchos pasajes en los que, formalmente, se habla acerca de Dios en tercera persona, y no es Dios quien habla, o bien se identifican locuciones de varios hablantes. En general, ni siquiera se sabe con certeza cuándo es Mahoma el interlocutor. Otro ejemplo: la sura 59 es un discurso que menciona reiteradamente a Dios, y que resultaría absurdo entenderlo como pronunciado por él.


En cuanto a los evangelios, por contraste, no comportan la pretensión de ser palabra divina, sino que siempre se atribuyen a un autor humano. En las pocas ocasiones en que el relato hace intervenir una "voz" del cielo, por ejemplo, diciendo "Este es mi hijo, escuchadlo", no cabe duda de que el enunciado posee un sentido simbólico, no literal, y está expresado con un lenguaje mítico. Los autores de los textos evangélicos son personas humanas, a las que se da el nombre de Marcos, Mateo, Lucas, etc. Por mucho que la iglesia los considere inspirados por Dios de alguna manera, el concepto está muy lejos de la idea islámica de "revelación".


En todo caso, sea cual sea el modo de apelar a Dios al hablar de revelación, habrá que tener en cuenta que tal consideración es siempre y necesariamente un postulado de una comunidad creyente. Lo cual implica tanto el determinar qué contenido se tiene por "revelado", como optar, de forma tácita o expresa, por un significado del vocablo "revelación". Los motivos que conducen a estas convicciones, tanto antaño como hoy, por su propia naturaleza, nunca pueden aportar una demostración apodíctica. La historia podrá constatar el hecho de que se habla de revelación, pero no podrá contrastar históricamente ninguno de sus contenidos.


Cuando el Corán menciona a "Dios" o la "voluntad de Dios", nunca cabe esperar evidencia alguna de su procedencia divina. Los preceptos coránicos, la charía, la yihad o el velo femenino son realidades sociales, pero decir que son lo que Dios manda no pasa de ser un postulado indemostrable, una verdad de índole subjetiva que se admite sin pruebas, una afirmación gratuita que cualquiera puede rechazar sin necesidad de esgrimir un solo argumento en contra. Esto no quiere decir que los humanos no estemos constantemente arguyendo sobre la base de ese tipo de mitos y postulados últimos; lo que importa es caer en la cuenta de que no se trata de un discurso demostrable o científico.


Por consiguiente, desde el punto de vista del análisis, la pretensión de que un texto sea revelado constituye un dato irrelevante. No digo que no se le deba atribuir importancia, sino que, para el estudio, carece absolutamente de significación. Pertenece al ámbito de la fe o la teología, no al de las ciencias del hombre. Para estas, solo hay dichos humanos sobre Dios, ideas humanas, significados míticos o metáforas, recogidos a veces en libros que los adeptos consideran sagrados.


¿De qué hablamos, cuando hablamos de Dios? Hablamos de ideas acerca de Dios, codificadas en lenguajes culturales de signos. Nos referimos a signos de distinto tipo, narrativos, litúrgicos y axiológicos, que confieren sentido a la vida de una comunidad, en coherencia con unos postulados sagrados últimos, que son categorizados como divinos.

 


El Corán describe el carácter del Dios islámico


Es evidente que la creencia monoteísta en la unidad y unicidad de Dios la adopta Mahoma de la tradición hebrea. Esto lo confirma el Corán, con las referencias que hace al libro de Moisés y a numerosos personajes y profetas bíblicos, así como las incontables alusiones y adaptaciones de pasajes de la literatura judía y cristiana.


No existe ningún libro sagrado árabe anterior, que pudiera ser una fuente independiente. Las referencias existentes a la "religión de Abrahán" (Corán 92/4,125), en cuanto postulación de una religión anterior, son tardías y no pasan de ser fantasiosas, un vano intento de crear una genealogía alternativa, que no derivara del judaísmo.


Pero tomemos como punto de partida el texto del Corán tal como está. Al realizar búsquedas en el Corán, encontramos algunos datos significativos sobre el lugar que ocupa la mención de Dios, y la caracterización con la que es descrito el Dios islámico. Los siguientes términos o expresiones:


- "Dios": 3.100 veces.

- "Señor": 1.000 veces.

- "Padre" referido a Dios: nunca (en cambio, en el Nuevo Testamento 266 veces).

- "No hay más dios que Dios": 34 veces.


La mención de la divinidad resulta, en el Corán, absolutamente abrumadora, obsesiva, casi desesperada, en vista de esa necesidad compulsiva de evocarlo sin cesar. Por ejemplo, solo en el capítulo 3, de doscientos versículos, la palabra "dios" aparece 211 veces. Ahora bien, ¿qué idea se hacen de Dios los que lo predican, o los que oyen la predicación? El contexto era una región por la que pululaban iglesias, sectas, monasterios, sinagogas. Eran conocidas las escrituras judías y cristianas, la Biblia, los evangelios, el Talmud, libros extracanónicos, homilías e himnos siríacos. Y los que redactaron el Corán dejaron constancia de ello. No obstante, aquí nos interesa el resultado del sincretismo islámico (89/3,64), compendiado en el Corán. Dar cuenta al detalle de su concepción de Dios requeriría desmenuzar el libro entero, cosa harto desmedida. Por tanto, me limitaré a filtrar una serie de atributos sobresalientes y actuaciones sintomáticas, que puedan desvelarnos los rasgos de carácter del Dios coránico, siempre a sabiendas de que solo cabe una aproximación.

 


El Dios coránico no es Dios Padre


Cuando examinamos los capítulos del Corán, descubrimos numerosos atributos, epítetos o calificativos concernientes a lo que es Dios. A continuación, vamos a recopilar una apretada estadística, en la que se pone entre paréntesis el número de veces de cada incidencia.


Ante todo, Dios es el creador de todo. El sustantivo "creador" aparece 18 veces, casi todas antes de la hégira. Pero la mención de la creación, de "los cielos y la tierra", con variantes en la frase, se repite unas 160 veces (100 antes y 60 después de la hégira). A diferencia de la noción bíblica del creador que crea por amor, en el Corán la evocación es siempre para recalcar y extremar su soberanía como dueño absoluto. Él ha creado como muestra de su poder (30 veces), todo le pertenece en los cielos y la tierra (27 veces), suyo es el reino o la soberanía de cielos y tierra (20 veces), solo él conoce el secreto de los cielos y la tierra (20 veces), él sustenta el orden natural en los cielos y la tierra (18 veces), es el amo o señor de cielos y tierra (15 veces), lo que está en los cielos y la tierra alaba su grandeza (15 veces), en cielos y tierra hay signos (6 veces) para los humanos, que son sus siervos, a los que pedirá cuentas el último día.  


"Todos los que están en el cielo y en la tierra van ante el clemente como siervos" (Corán 44/19,93).


"De Dios es el reino de los cielos y de la tierra, y lo que hay entre ellos" (Corán 112/5,18).


Aparte de ser creador y señor, el Dios del Corán recibe una gran variedad de atributos, mediante los cuales se describe su personalidad: Dios es conocedor de todo (94 veces), perdonador (59 veces), misericordioso (57), sabio (43), todo lo ve (40), todopoderoso (31), informado de todo (29), orgulloso (27), todo lo oye (24), independiente (15), fuerte en el castigo (14), verídico en su promesa (13), indulgente (12), laudable (10), compasivo con los que lo sirven (10), uno solo (10), el mejor (9), dispensador del favor a los creyentes (9), magnánimo (9), inmenso (8), retribuidor (8), rápido en ajustar cuentas (7), aliado de los creyentes (7), fuerte (7), el grande (6), el altísimo (5), persistente (5), garante (4), el señor (4), la verdad (4), vengador (4), creador de todo (3), el mejor conspirador (3), socorredor (2), guardián (2), la dirección (2), la luz de los cielos y la tierra (1), enemigo de los no creyentes (1), firme (1), vencedor (1).


Si discriminamos entre los períodos antehegírico y poshegírico, observamos cambios que se producen después de la hégira:


- Desaparecen el calificativo "garante" de los profetas, así como la afirmación "su promesa es verdadera".


- Destaca el incremento en gran proporción de los siguientes calificativos: todo lo conoce (de 9 a 85), misericordioso (de 4 a 53), perdonador (de 7 a 52), sabio (de 2 a 41), todo lo ve (de 5 a 35), todopoderoso (de 5 a 26), todo lo oye (de 2 a 22), informado de todo (de 5 a 24), orgulloso (de 4 a 23), fuerte (de 1 a 6), aliado de los creyentes (de 1 a 6) y rápido en ajustar cuentas (de 2 a 5).


- Al mismo tiempo, se introducen nuevas expresiones, que solo constan en los capítulos llamados mediníes: enemigo de los no creyentes (1), inmenso (8), magnánimo (9), dispensador del favor a los creyentes (9), compasivo con los que lo sirven (10), indulgente (12) y fuerte en el castigo (14).


En esta evolución, no se da una ruptura, pero sí se produce una transformación de la idea del Dios coránico, en consonancia con las circunstancias existentes tras la hégira, es decir, con la necesidad de incorporar creyentes o, en otras palabras, reclutar tropas para la yihad, sea mediante la seducción o el miedo, la promesa de favores o la amenaza del castigo.


La descripción del ser divino concita cuantos atributos excelsos se han acuñado para el poder soberano imperial. Porque la expresión "él es Dios" viene complementada explicitando que es: el único, no hay más dios que él, en los cielos y la tierra, el señor, el rey, el santo, el creador, el inventor, el formador, el subyugador (Corán 59/39,4). Aunque él ordena a los que creen que obren con justicia, que juzguen con justicia y que sean justos (Corán 70/16,90; 112/5,8), nunca se dice que Dios es justo, ni se menciona la justicia de Dios.


El credo islámico está tomado de la religión de Moisés y la tradición judía: hay un único Dios, omnipotente, creador del cielo y la tierra, que se ha revelado a Moisés en el monte Sinaí. Reitera que dio a Moisés su ley para regir a su pueblo y que, en ella, según el Corán, está la buena dirección. Narra que Dios interviene en la historia de los distintos pueblos suscitando en ellos a sus enviados, ungidos y profetas, para liberar y castigar. Mahoma se formó en el marco de la fe monoteísta judía, y tradujo sus escrituras a los árabes. Entre ellos instauró la ley mosaica, adaptada, junto a una versión radical del mesianismo apocalíptico nazareno. No encontramos ahí ningún elemento nuevo, excepto cierto expresionismo en la descripción de los castigos infernales y los placeres del paraíso. El esquema básico es simple y, una vez que se produjo la apropiación, se desplegaría fractalmente a lo largo de la historia.


Pero el punto de partida no garantiza la fidelidad a la tradición, ni la continuidad de un mismo monoteísmo. El Dios coránico, retratado en las suras, no debe entenderse como si fuera un Dios indiferenciado, válido para cualquier religión. Como hemos señalado, su rasgos de carácter y sus actuaciones presentan un perfil único. Ha creado el universo, pero es para ejercer su poder como amo absoluto y omnímodo.


La ruptura teológica del Dios islámico con respecto al bíblico viene marcada por dos diferencias específicas. La primera es que no cabe analogía alguna entre lo divino y lo humano. Queda muy claro cuando el Corán, al hacerse eco de la creación del hombre del Génesis y decir que "Él ha creado, el macho y la hembra" (Corán 9/92,3), calla y oblitera completamente la afirmación bíblica de que los creó a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26-27).


La segunda diferencia estriba en que el Dios islámico rechaza cualquier metáfora de relación familiar con la humanidad. No admite ninguna intimidad como la expresada con la idea poética de un amor conyugal, al modo de Yahveh y el pueblo hebreo. Pero, sobre todo, le repugna cualquier implicación de paternidad con los humanos. La teología coránica sostiene tajantemente que no se puede considerar a Dios como Padre. No hay Hijo de Dios, ni hijos de Dios.


"Porque no está bien que el Clemente tome un hijo " (Corán 44/19,92).


"Los judíos y los nazarenos dijeron: 'Nosotros somos los hijos de Dios y sus predilectos'. Di: '¿Por qué entonces os castiga por vuestras faltas?' Más bien sois humanos entre los que él ha creado" (Corán 112/5,18).


"Los judíos dijeron: 'Esdras es hijo de Dios'. Y los cristianos dijeron: 'El Mesías es hijo de Dios'. (…) Que Dios combata contra ellos" (Corán 113/9,30).


El Dios islámico es descrito como amo que solo reconoce esclavos que lo teman y obedezcan. En definitiva, el Dios islámico se yergue como el enemigo declarado del Dios Padre cristiano, a quien teológicamente busca arrebatarle el trono.


Como reflexionaba un musulmán marroquí que se hizo cristiano hace un tiempo, existe un gran contraste entre en la imagen de Dios del islamismo y la que ofrece el cristianismo. En sus propias palabras:


"La base del cristianismo es el amor de Dios. Dios ha creado al hombre a su imagen. Quiere ayudarlo a vencer el mal, a salvarse, porque Él lo ama de modo indescriptible. Por eso a los cristianos les incumbe difundir el mensaje del amor, tanto de palabra como por la acción, en el mundo entero. En cuanto al islam, parte de una idea de que un dios, llamado Alá, es el gobernador absoluto. No ha creado a los seres humanos más que para adorarlo. Por esta razón, deben obedecer lo que Él ordena y evitar lo que prohíbe, con la intención de otorgarles el poder de gobernar la tierra, de imponer, se quiera o no, su religión, de combatir a las otras religiones, a fin de evitar la sedición" (Rachid 2017).


La cercanía de Dios nunca se concibe como una relación personal directa, sino que es sustituida por el sometimiento al profeta, al libro y sus prescripciones de todo orden. No hay que dejarse confundir por una aleya, muy citada, que expresa la cercanía con una metáfora enormemente gráfica: "Hemos creado al hombre, y sabemos lo que su alma le susurra. Estamos más cerca de él que su vena yugular" (Corán 34/50,16). Una expresión como esa resulta inquietante. Primero, no es que el hombre pueda acercarse al creador, sino solo al revés. Y luego, ¿qué es lo que evoca esa imagen?, ¿qué se suele acercar a la yugular? En la práctica cotidiana, el cuchillo del matarife, que la secciona. Y en el fragor de la batalla, la daga o el sable del enemigo…


En última instancia, se impone la conclusión de que el islam no es una religión bíblica. Llevó a cabo un saqueo cultural de la Biblia, para luego rechazarla. Durante un tiempo, el mahometismo primitivo sostuvo que solo venía a confirmar lo que habían transmitido los profetas anteriores, los libros de Moisés y de Jesús, pero, finalmente, acusó a los judíos y los cristianos de haber falsificado sus escrituras. Al final del recorrido, la ruptura fue completa y el islam no reconoce otro libro que el Corán. Al revés que los cristianos, que conservan como propio el Antiguo Testamento.


Desde un punto de vista pragmático e histórico, los conceptos determinan lo que acaba siendo la realidad de las cosas. En este sentido, la concepción coránica de Dios codifica el programa de una civilización anclada en el medievo. El nombre de Alá no es el del Dios de cualquier fe. Opera como clave de un proyecto de Estado teocrático, en forma de dictadura política totalitaria, que sacraliza la violencia y el terror contra toda oposición. Está asociado a un proyecto mesiánico de conquista y dominación mundial. Su ethos manda odiar al enemigo, perseguir el disidente y matar al descreído. Y no se puede decir que no sea lo que siempre han llevado a cabo sus más fieles, invocando el nombre de su Dios. Para ello, como trasunto de Alá en este mundo, Mahoma constituye, sin duda, el mejor modelo.

 


El Dios coránico hace lo que quiere


Más allá de lo que se dice acerca de cómo es, en el Corán leemos cómo obra Dios: lo que dice, lo que hace, lo que manda; lo que dijo, hizo o mandó en otros tiempos; lo que hará en un futuro escatológico.


Aunque seguramente la diferencia entre lo que uno es y lo que uno hace parece más gramatical que real, vamos a examinar ahora por separado lo que el Corán presenta como el obrar de Dios.


La expresión "Dios hace" no cuenta con muchas incidencias: él es el creador y, respecto a la naturaleza, hace caer la noche y venir el día y salir el sol, soplar los vientos y volar las nubes, hace descender agua del cielo y renacer la tierra que da frutos. Con respecto a los humanos, envía mensajes a sus siervos, hace temer a sus siervos, les manda una desgracia, hace revivir a los muertos, hace entrar en los jardines a los que salva. Pero, por encima de todo, lo que destaca es su soberana e irrestricta voluntad: concede su favor a quien él desea (Corán 94/57,29; 110/62,4). No está sujeto a ningún compromiso con el mundo ni con la humanidad, ni se debe buscar en él una racionalidad, porque taxativamente:


"Dios hace lo que él desea" (Corán 72/14,27; 89/3,40; 103/22,18).

"Dios hace lo que él quiere" (Corán 87/2,254; 103/22,14).


Ahí, Dios es pura voluntad, por encima de cualquier Logos. Hasta el punto de que, si lo desea, puede borrar unas aleyas (Corán 96/13,39). O podría, si quisiera, destruir al Mesías y a su madre, y a todos los que están en la tierra (Corán 112/5,17). Dios es perdonador, pero nadie tiene garantía de su perdón:


"Dios perdona a quien él quiere y castiga a quien él quiere" (Corán 87/2,284. Repetido en 89/3,129; 111/48,14; 112/5,18; 112/5,40).


Desde el punto de vista islámico, se supone que la voluntad de que Dios es todo lo que recopila el libro del Corán. Pero la expresión "Dios quiere", referida a algo concreto, no se prodiga mucho en las páginas del Corán. La primera aparición es para afirmar que a quien quiere dirigir le abre la mente y a quien quiere extraviar se la cierra (Corán 55/6,125). Las restantes pertenecen al período posterior a la hégira. Dios quiere ponérselo fácil a sus servidores (60/40,31; 87/2,185). Les impone las antiguas leyes de los judíos. Y su voluntad es inapelable.


"Dios quiere manifestaros e indicaros las leyes de los de antes de vosotros, y volver a vosotros" (Corán 92/4,26).


"Cuando Dios quiere el mal para unas gentes, nada puede detenerlo. No tienen, fuera de él, ningún aliado" (Corán 96/13,11).


"Cuando Dios quiere probar a alguien, tú no podrás hacer nada por él contra Dios" (Corán 112/5,41).


"Sabe que Dios quiere afligirlos por una parte de sus faltas. Muchos humanos son perversos" (Corán 112/5,49).


"Dios quiere castigarlos con eso y que sus almas perezcan siendo no creyentes" (Corán 113/9,55). Lo mismo en 113/9,85.


En términos muy generales, la voluntad soberana de Dios encuentra su cauce a través de todo el sistema de mandatos de su ley. A partir de ahí, sin que su arbitrio absoluto quede comprometido, la función divina por antonomasia estriba en juzgar y retribuir mediante premios y castigos. En el texto, la balanza se inclina claramente hacia el castigo:


- Se dice que Dios premia con el "paraíso" (139 veces), con la victoria y con el "botín" (10 veces, todas poshegíricas).


- Se dice que Dios "castiga" (415 veces). De ellas, con un "castigo doloroso" (62 veces); con un "castigo terrible" (12 veces); con el "infierno" o la gehena (121 veces); con el "fuego" (182 veces, de las que 26 concreta el "fuego de la gehena").


Sin entrar en el tema, dejamos constancia solamente de que, en el orden social coránico, el castigo se traduce en un durísimo régimen de penas corporales. Pero, prosigamos nuestras búsquedas a través del texto coránico con mayor detenimiento, con el fin de continuar poniendo de manifiesto los rasgos de carácter del Dios islámico.

 


El Dios coránico sacraliza un orden social


El Dios de Mahoma, Alá, parece resultar de una combinación del mesianismo de Yahveh, el dualismo de Ahúra Mazda y la sed de sangre de Moloc. Como las futuras teologías revolucionarias, exige sacrificios humanos, porque hay que acabar con toda disidencia.


El sistema islámico fue instaurando un orden social sacralizado, que nació en medio de la violencia, se expandió y sobrevivió generando violencia permanente. Las suras poshegíricas con sus disposiciones respecto a la organización social, política, económica y religiosa, establecieron la trama básica sobre la que, luego, se desarrollaría el derecho islámico, la charía. Según la concepción islámica, su fundamento reside no en unos principios jurídicos, sino única y exclusivamente en la voluntad divina revelada.


Es imposible concebir un orden social y legal diferente, una vez que se he creído que es la Ley establecida por Dios, lo que implica que solo puede ser perfecta e inobjetable. En este contexto, ¿quién pedirá cuentas a Dios? Sería una blasfemia.

 


Dios jura por su creación


Encontramos un rasgo extraño de la imagen coránica de Dios en el hecho de que, al principio de varias suras, se lo presente profiriendo juramentos por diversos fenómenos de la creación o por elementos sacrosantos de la tradición judía. Debe resultar tan raro que ciertos traductores (por ejemplo, Muhammad Asad) tratan de disimularlo anteponiendo "considera" a la frase exclamativa, mientras que otros (como Raúl González) optan por explicitar "juro" por delante del juramento. Leámoslos en el orden cronológico convenido:


"¡Por la noche cuando cubre! ¡Por el día cuando se manifiesta! ¡Por lo que ha creado, el macho y la hembra!" (Corán 9/92,1-3).


"¡Por el tiempo!" (Corán 13/103,1).


"¡Por el astro, cuando declina!" (Corán 23/53,1).


"¡Por el sol y su claridad! ¡Por la luna cuando lo sigue! ¡Por el día cuando lo manifiesta! ¡Por la noche cuando lo cubre! ¡Por el cielo y el que lo ha edificado! ¡Por la tierra y el que la ha aplanado! ¡Por el alma y el que la ha formado!" (Corán 26/91,1-7).


"¡Por las higueras y los olivos! ¡Por el monte Sinaí! ¡Por esta comarca segura!" (Corán 28/95,1-3).


"¡Por el pacto de los curaisíes!" (Corán 29/106,1).


"¡Por el monte! ¡Por un Libro escrito en pergamino desenrollado! ¡Por el templo visitado! ¡Por la bóveda elevada! ¡Por el mar enardecido! El castigo de tu Señor caerá" (Corán 76/52,1-7).


Estos juramentos puestos en boca de Alá, en el Corán, curiosamente siempre en capítulos catalogados como del primer período de predicación en La Meca, tal vez sirvan para infundir temor de Dios. Pero no tienen mucho sentido, pues parece absurdo que Dios jure por su creación, evidentemente inferior a él. Según algunos investigadores, quizá reflejen una fórmula de juramento o conjuro procedente de tradiciones preislámicas, desde luego poco congruentes con el monoteísmo (Cfr. Laila Qadr, 2019: 347). Quizá se trate de textos anteriores adaptados para la comunidad de Mahoma. Y, desde luego, la interpretación se simplifica si admitimos que es Mahoma el que habla.

 


Dios exige temor y obediencia al poder


Lo que reclama el Dios islámico es que crean en él y en su enviado, y que los creyentes se integren en el nuevo orden. A los creyentes les pide fundamentalmente que teman y que obedezcan los mandatos del profeta. En sintomático que Mahoma nunca predique el amor a Dios, que solo menciona en una aleya, absolutamente excepcional, y es para reconducirlo a que lo sigan a él:


"Si amáis a Dios, seguidme. Dios os amará y os perdonará vuestras faltas" (Corán 89/3,31).


En cambio, a todo lo largo de las suras, se apremia constantemente al temor y la obediencia ciega, a la sumisión de las creaturas respecto a su creador y su profeta.


- La exhortación al "temor" a Dios se repite 350 veces.

- El término obediencia y derivados lo hallamos 122 veces.


La locución imperativa "temed a Dios" aparece 55 veces en el Corán (11 en suras anteriores a la hégira, y aumenta hasta 44 en suras posteriores). Luego, se establece un nexo entre el temor a Dios y la obediencia a su enviado, que articula la referencia al plano mítico con el plano fáctico donde el poder político instaura las normas del orden social.


"Temed a Dios y obedecedme" (Corán 89/3,50).


"Temed a Dios como debe ser temido, hasta que muráis como sumisos" (Corán 89/3,102).


"Cuando Dios y su enviado han decidido sobre un asunto, ni el creyente ni la creyente tienen opción en ese asunto. El que desobedece a Dios y a su enviado está extraviado con un extravío manifiesto" (Corán 90/33,36).


Al final de este desarrollo, se consuma una especie de asociación total de Dios y su enviado, de modo que conjuntamente anuncian su palabra (Corán 113/9,3), prohíben (113/9,29), dan su favor (113/9,59), juzgan las obras (113/9,94) y castigan. El enviado se describe tan completamente identificado con Dios que en la acción resulta imposible distinguirlos.


Se repite una y otra vez el llamamiento a obedecer a Dios y a su enviado, que en la práctica se reduce a obedecer a Mahoma, y así de claro se dice. Siempre en la época de la organización subsiguiente a la hégira:


"Obedeced a Dios y a su enviado" (Corán 88/8,1; 88/8,20; 88/8,46; 89/3,32; 89/3,132; 90/33,33; 95/47,33; 102/24,54; 105/58,13; 106/49,14; 108/64,12; 112/5,92).


"Obedeced a Dios, obedeced al enviado y a aquellos entre vosotros que tienen autoridad" (Corán 92/4,59).


"Quien obedece al enviado, ha obedecido a Dios" (Corán 92/4,80).


Parece como si uno hubiera reemplazado al otro o se hubiera fusionado con él. Por esta vía, en el mismo Corán, se ha ido avanzando hacia una especie de divinización del profeta. Hasta el punto de que los creyentes que acuden a él y se comprometen a acatar las normas establecidas deben prestar juramento de lealtad a Mahoma (Corán 91/60,12).


Por lo demás, ante tales exigencias de sumisión y obediencia, queda poco espacio para la libertad humana, y ninguno para la libertad religiosa. No hay clemencia para el no creyente. Todo disidente se enfrenta al exterminio. Uno podría imaginar fácilmente que un Dios con el carácter descrito en el Corán jamás aguardaría el regreso del hijo pródigo, sino que mandaría al hermano mayor con un grupo de mercenarios para eliminarlo.

 


Dios hace al hombre superior a la mujer


Una característica estructural del orden fundado en el Corán es el estatuto de inferioridad de la mujer. No es que el Dios coránico sea misógino, pues otorga su perdón y sus recompensas, e impone sus castigos, por igual a hombres y mujeres, a los creyentes y a las creyentes (cfr. Corán 27/85,10; 71/71,28; 90/33,35; 90/33,58 y 73; 94/57,12; 95/47,19; 102/24,12; 111/48,5-6; 113/9,71-72). Pero no es menos cierto que, al crearlos, estableció la supremacía masculina y que no hay nada que hacer cuando Dios ha decidido algo. En su adaptación del mito de Adán y Eva, el Corán asevera que la mujer ha sido creada por Dios para solaz del hombre:


"Es él quien os ha creado de una sola alma, y de ella ha hecho a su esposa para que él halle reposo en ella" (Corán 39/7,189).


Porque el creador lo ha querido así, en casi todos los asuntos tratados, la mujer está en función del varón y en inferioridad de condiciones. Nunca a la inversa. En el Corán, y consiguientemente en el islam, la mujeres tienen un estatuto subordinado con fundamento teológico, pues ha sido conferido por el mismo Dios. Por mucho que algunos traductores se esfuercen en almibararlo, está bien claro, y no solo por la célebre aleya:


"Los hombres tienen preeminencia sobre las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos con respecto a otras y por lo que ellos gastan de sus fortunas" (Corán 92/4,34).


Si la inferioridad es consustancial con el ser dado a la mujer en la creación, el Corán es consecuente cuando estipula el conjunto de las disposiciones discriminatorias hacia la mujer: desigualdad de derechos entre hombres y mujeres en el matrimonio, el divorcio, la herencia, el testimonio, las sanciones y el empleo, y el matrimonio de niñas preadolescentes. En la medida en que el comportamiento de Mahoma trasluce la voluntad divina, su relación con las mujeres también representa el "buen modelo" (Corán 90/33,21). Y difícilmente podemos negar que sea un paradigma de supremacía masculina y de privilegios sobre las mujeres (Corán 90/33,50-51).


El estatuto de inferioridad femenina es solo una de las instituciones legales de tipo despótico oriental que el Corán manda y su Dios ratifica: la circuncisión que mutila a niños y niñas; la desigualdad jurídica entre musulmanes y no musulmanes en múltiples asuntos; la prohibición de abandonar la religión islámica; el sometimiento de judíos y cristianos a un oneroso régimen de dimmitud; la autorización para asesinar a los no monoteístas o reducirlos a la esclavitud; la imposición de castigos crueles como la pena de muerte para el apóstata, la lapidación para la adultera, la amputación de manos para el ladrón, la crucifixión, la flagelación, y la aplicación de la ley del talión; la destrucción de estatuas, pinturas e instrumentos musicales, y la prohibición de las artes figurativas (cfr. Aldeeb 2016: 3).

 


El Dios coránico llama a la guerra de conquista


El carácter del Dios coránico no hay que entenderlo en abstracto, ni solo a partir del texto. Está inscrito en un contexto histórico en el que se manifiesta, inicialmente, marcado por dos factores: las campañas militares y la formación de una estructura de poder de signo teocrático y mahometocéntrico, basado en el despotismo absoluto del profeta rey. Aunque no se dan indicaciones precisas de tiempo y lugar, sabemos que se trata de una situación de ataque en dirección a Palestina y Siria. Sabemos que los seguidores de Mahoma sufren una derrota en Muta (año 629), que obtienen una gran victoria en Gaza (en 634), y que luego tomarán Jerusalén (en 637).


La disciplina se vuelve crucial, la obediencia y el temor. En ese contexto mesiánico de sacralización de la guerra es donde se insiste en que Dios lo ve todo, lo oye todo, conoce los pensamientos de los creyentes y las maquinaciones de los enemigos no creyentes. Dios es el más grande y poderoso, el aliado de los árabes que han creído, su auxilio en la conquista. Si temen y obedecen, él será perdonador, misericordioso e indulgente con ellos, les dispensará sus favores, las recompensas de la victoria y los jardines del paraíso. De lo contrario, el castigo será tremendo. Todo gira en torno al sometimiento a la ley y en torno a la eficacia de la yihad en el camino de Dios, que legitima la lucha contra los no musulmanes y la ocupación de sus países.


"Combate en el camino de Dios. (…) Incita a los creyentes. Quizá Dios contenga el rigor de los que no han creído. Dios es más fuerte en rigor y más fuerte en intimidación" (Corán 92/4,84).


"Dios ha prescrito: 'Yo venceré, yo y mis enviados'. Dios es fuerte, orgulloso" (Corán 105/58,21).


"Cuando hayan pasado los meses prohibidos, matad a los asociadores allí donde los encontréis. Capturadlos, asediadlos, tendedles toda clase de emboscadas. Pero si se rinden, hacen el rezo y pagan el tributo, dejadlos. Dios es perdonador, misericordioso" (Corán 113/9,5).


"Si no os movilizáis, os castigará con un castigo doloroso, os sustituirá por otro pueblo, y no le haréis ningún daño. Dios es todopoderoso" (Corán 113/9,39).

 


Dios está con los creyentes


Una vez conocida la voluntad de poder transmitida a Mahoma y su movimiento mesiánico escatológico, prosigamos el rastreo de la actuación divina desde perspectivas más particulares. ¿Con quién está Dios? Antes de la hégira, con los que lo temen y obran bien. Después, el significado se reconvierte y especifica con toda claridad: Dios está con los creyentes, con los que temen y los que obran bien, que son los que se entregan al combate y los que muestran su aguante en la adversidad de la lucha. Veamos unas citas en las que se dice "Dios está con":


"Si buscáis conquistar, la conquista os vendrá. Y si renunciáis, es mejor para vosotros. Pero si reanudáis la lucha, nosotros la reanudaremos. Vuestra tropa no os servirá de nada, por mucha que sea. Dios está con los creyentes" (Corán 88/8,19).


"¡Vosotros que habéis creído! Cuando encontréis una tropa, estad firmes y acordaos mucho de Dios. Quizá venzáis. Obedeced a Dios y a su enviado, y no discutáis, si no fallaréis y vuestro ímpetu desaparecerá. Y aguantad. Dios está con los que aguantan" (Corán 88/8,45-46).


"Si se encuentran entre vosotros cien que aguantan, vencerán a doscientos. Y si se encuentran entre vosotros mil, vencerán a dos mil, con permiso de Dios. Dios está con los que aguantan" (Corán 88/8,66).


"No os debilitéis y no apeléis a la paz, cuando vosotros sois superiores y Dios está con vosotros" (Corán 95/47,35).


"Combatid todos contra los asociadores, como ellos combaten todos contra vosotros. Y sabed que Dios está con los que temen" (Corán 113/9,36).


"¡Vosotros que habéis creído! Combatid contra los no creyentes que tengáis alrededor, y que encuentren rudeza en vosotros. Sabed que Dios está con los que temen" (Corán 113/9,123).


No hay que efectuar grandes elucubraciones para caer en la cuenta de que los que creen y los que temen y los que aguantan son los soldados de la yihad. Es con ellos con quienes está Dios preferentemente. Los únicos que, si mueren en combate, tienen asegurado el paraíso.

 


Dios ama a los que combaten


El Corán traza un retrato del personaje de Dios en el que aparece, ante todo, movido por su absoluto poder, pero unas cuantas veces lo mueve el amor o, por el contrario, la cólera, quizá con rasgos demasiado humanos o antropomórficos. Comenzando por el amor, nunca se tematiza "el amor de Dios" a los humanos. Y solo hallamos un único versículo, extraño y sin eco en todo el texto del Corán, que alude al amor de Dios:


"A los que han creído y han hecho las buenas obras, el clemente los colmará de amor" (Corán 44/19,96).


En cambio, la locución "Dios ama" se emplea en 18 ocasiones y "Dios no ama" 17 veces. Pero la cuestión es ¿qué o a quién ama Dios? En resumidas cuentas, literalmente a los que obran bien (5 veces), a los que temen (3 veces), a los que son equitativos (3 veces), a los que se purifican, a los que se arrepienten, a los que aguantan, a los que confían en él, a los que combaten en su camino, a ciertas gentes. Tengamos en cuenta que todas estas alusiones son de época poshegírica, cuando se ha dado el paso al combate armado, por lo que las más significativas van referidas a los que marchan a la guerra o la financian.


"Gastad en el camino de Dios, y no os arrojéis por vuestra propia mano a la perdición. Obrad bien. Dios ama a los que obran bien" (Corán 87/2,195).


"Cuántos profetas combatieron (…) No se desanimaron a causa de lo que les afligió en el camino de Dios, no se desanimaron, y no cedieron. Dios ama a los que aguantan" (Corán 89/3,146).


"Dios no os prohíbe, respecto a los que no han combatido contra vosotros por la religión, ni os han echado de vuestros hogares, que seáis buenos y equitativos. Dios ama a los que son equitativos" (Corán 91/60,8).


"Dios ama a los que combaten en su camino, en fila, como si fueran un edificio de plomo" (Corán 109/61,4).


"De Dios son los soldados de los cielos y de la tierra" (Corán 111/48,4).


Volviendo la frase en negativo, si buscamos en el texto qué o a quien no ama Dios, hallaremos que no ama a los corruptores, los presuntuosos, los transgresores, los no creyentes, los pecadores, los traidores, los opresores, los arrogantes, los ingratos. La mayoría de estas incidencias pertenecen al contexto posterior a la hégira. Dios no ama a los que pretenden escapar de la guerra.


"Combatid en el camino de Dios a los que combaten contra vosotros, y no transgredáis. Dios no ama a los transgresores" (Corán 87/2,190).


"Obedeced a Dios y al enviado. Y si vuelven la espalda, Dios no ama a los no creyentes" (Corán 89/3,32).

 


Dios entra en cólera y castiga


El amor y el desamor divinos no se sitúan en el plano de los arcanos sentimientos, sino que cumplen una función precisa para la institución y la orientación de los valores, así como en la determinación de las sanciones correspondientes en esta vida y en la otra. El desamor se puede traducir más concretamente en términos de la cólera de Dios y el castigo divino.


En cuanto a las menciones de la cólera de Dios (una veintena de veces), antes de la hégira predomina la fórmula que dice que la cólera de Señor caerá sobre ellos, generalmente en relatos de historia sagrada. En cambio, después de la hégira, abundan más las invectivas directas contra los que incurren en la cólera de Dios, o contra los que Dios está en cólera.


"El que no cree en Dios después de haber creído (…), el que abre el pecho a la increencia, una cólera de Dios caerá sobre ellos. Y tendrán un gran castigo" (Corán 70/16,106).


"No creen en lo que Dios ha hecho descender (…) Han incurrido en su cólera una y otra vez. Los que no creen tendrán un castigo humillante" (Corán 87/2,90).


"El que mate a un creyente deliberadamente, su retribución será la gehena donde estará eternamente. Dios está en cólera contra él y lo maldice. Y le ha preparado un gran castigo" (Corán 92/4,93).


La imagen islámica de Dios lo describe como alguien muy proclive a la amenaza y al castigo, infligido a través de la naturaleza, o de las gentes, en particular por medio de sus profetas y su pueblo llamado a dominar. En un momento, el Corán nos desvela que, en el fondo, es Dios el verdadero sujeto agente de la guerra que les ha impuesto como misión. No deben tener ningún remordimiento.


"No sois vosotros los que los habéis matado, sino que es Dios quien los ha matado" (Corán 88/8,17).


"A fin de que Dios castigue a los hipócritas y las hipócritas, a los asociadores y las asociadoras, y que Dios se vuelva a los creyentes y las creyentes" (Corán 90/33,73). Lo mismo en 111/48,6.


El Dios coránico aporta la plena justificación de la guerra en su nombre. Santifica el "camino" expeditivo de las razias y las batallas, a las que él y su profeta llaman a los creyentes con insistencia. Su significado real y nada metafórico del combate queda de manifiesto cuando se afirma que los "emigrados" cuentan con la expresa autorización de Dios para matar, para desterrar, para talar las palmeras, para dominar la tierra, para repartirse el botín del saqueo de las ciudades (cfr. Corán 101/59,3-9).


La gente del libro que no cree en la revelación de Mahoma o, en general, los que no acatan las normas divinas, los que se han desviado del camino recto, son vistos con una mirada tan hostil que no solo son tratados como humanos de inferior o ínfima categoría, y despojados de los derechos fundamentales, sino que el Corán proyecta sobre ellos una completa deshumanización.


"Cuando transgredieron lo que se les había prohibido, les dijimos: 'Convertíos en monos despreciables' (Corán 39/7,166).  También en 87/2,65.


"Los que Dios ha maldecido, contra los que está en cólera, él los ha convertido en monos y en cerdos" (Corán 112/5,60).


De manera que, como se dice ahí en el plano narrativo, acaban siendo expulsados de la especie humana, cuando Dios, contraviniendo el orden de su creación, los transforma en animales, en monos y en cerdos. Así queda expedito el camino para toda clase de exacciones, atropellos y asesinatos.


En conclusión, en la concepción islámica, queda desterrada la razón crítica y todaracionalidad humana,  por sospechosas de rivalizar con la inescrutable e irrestrictavoluntad divina. Alá es el absoluto señor de los cielos y la tierra, el señor del trono, el señor de los siglos, el amo de la creación, que reclama de sus siervos adoración, temor y obediencia. Porque solo Dios tiene derechos. Y, por ello, solo Dios es fuente de derecho, lo que implica que una sociedad islámica consecuente no podría reconocer más régimen que el teocrático. Esto significa a la vez dos cosas. Primera,  que el Dios del Corán resulta incompatible con los derechos humanos, con las libertades políticas y la democracia, esto es, con los valores laicos. Y segunda,  no menos importante, que, al plasmar la concepción de Dios como un autócrata inexorable,  obstruye el simbolismode Dios como Padre que ama y salva, conforme al evangelio cristiano, propenso a desarmar la violencia y promover la libertad de los hijos de Dios.

 


El cuento de los tres monoteísmos


¿Es el mismo Dios el del islamismo y el del cristianismo? ¿Es el mismo el Dios de Jesús y el de Mahoma? Sobre la realidad divina en sí misma, cae fuera del alcance humano dar una respuesta concluyente. Solo contamos con ideas de Dios pensadas por humanos. Pero podemos analizar la idea de Dios, la imagen de Dios, tal como la describe cada tradición, en sus textos determinados y en su contexto histórico. Hay un excelente artículo de Rémi Brague, filósofo e historiador de la religión, que ayuda a clarificar el embeleco de "los tres monoteísmos", "las tres religiones abrahánicas" y "las tres religiones del libro", expresiones tan corrientes.


"Se utilizan estas expresiones por motivos nobles: representan un lugar común o, eventualmente, un terreno de entendimiento. Sin embargo, esas expresiones son a la vez falsas (porque cada una oculta un grave error sobre la naturaleza de las tres religiones a las que se pretende colocar en un mismo plano) y peligrosas (porque favorecen una pereza mental que nos dispensa de examinar de cerca la realidad" (Brague, "Para acabar de una vez con los tres monoteísmos", 2007: 393).


En cualquier caso, más allá de unas coincidencias genéricas y abstractas, las divergencias entre la imagen divina expresada en los textos canónicos de los musulmanes y la de los textos cristianos resultan enormemente significativas. Aunque tenga sus orígenes en la misma tradición hebrea, el Dios del islam, el Dios de Mahoma tal como lo describe el Corán, no se corresponde en su concepto con el Dios bíblico y cristiano, ni en el plano histórico-crítico, ni en el plano teológico, por más que en el plano puramente especulativo se afirme un monoteísmo.


Hay discrepancia en el entendimiento de la profecía y, por tanto, de la "revelación". En la tradición cristiana, propiamente no es Dios quien habla, sino profetas inspirados por él, cuya palabra es humana, si bien referida a Dios. En la tradición islámica, se cree que es Dios quien transmite su palabra, directa y literalmente a Mahoma como enviado suyo. Las intervenciones o interacciones divinas escenificadas en los textos evangélicos (por ejemplo, "Este es mi hijo, escuchadlo", u otras epifanías) solo significan la fe en que Dios confirma al profeta, pero no pretenden transmitir otro contenido concreto de revelación sobrenatural.


Es difícilmente conciliable la imagen de un Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mateo 5,45) y la imagen de un Dios que manda matar sin piedad a los idólatras y los no creyentes (Corán 5,33; 9,5; 9,133). El mismo mensaje de tolerancia y no violencia lo transmite la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13,25-31), o cuando Santiago y Juan deseaban que bajara fuego del cielo sobre una aldea samaritana que no los acogió, y Jesús los reprendió (Lucas 9,54-55); o el episodio en el huerto de los Olivos, cuando Jesús mandó a Pedro: "Vuelve la espada a la vaina" (Juan 18,10-11).


Todos los atributos de Dios, su unidad y todos sus nombres, descritos por el Corán, se asemejan demasiado a una traslación de los atributos de un déspota oriental absoluto, que Mahoma no solo concibió, sino que él mismo encarnó en la práctica.


La exégesis y la teología islámica presentan un sola y única divinidad, como un Dios amo todopoderoso que demanda sumisión total, que perdona, pero sobre todo castiga a los que no creen. Inspira temor y exige obediencia ciega. Se diría que el Corán de Mahoma con sus estipulaciones contrarias a la racionalidad degrada al ser humano, a la mujer, al increyente y, en último término, también al propio Dios. Pues, al describir a Alá como un dios que, por su implacable cólera con aquellos a los que castiga y que él mismo, en su arbitrio, ha predestinado a perderse (pues él guía a quien quiere y extravía a quien quiere), sin duda se desdice de la clemencia y la misericordia con la que tan rutinariamente lo invoca.


El musulmán tiene un miedo cerval a incurrir en la cólera de ese Dios. No en vano una mayoría de las suras abunda en amenazas de terribles castigos divinos. La versión del sufismo solamente cambia el matiz, como si dijera algo así: Vamos a amar al Amo, ya que no podemos zafarnos de él. Porque ese amor "místico", un tanto al margen de la ley, se tolera solo en la medida en que el sufí se somete a ella, a la charía, y moviliza internamente todo el ser para su cumplimiento a rajatabla. De hecho, las cofradías sufíes formaban grupos de militantes armados, muy eficaces el servicio de los ulemas y del califa.


Uno percibe que el Corán no transmite la alegría del reino de Dios, ya presente, y la esperanza de reconciliación y salvación. El tono de su mensaje se manifiesta más bien amenazador: urge el sometimiento a un sistema insoportable de normas, sustentado  en el miedo al castigo y al infierno, al tiempo que impone la misión de combatir con la espada contra las demás religiones, hasta que reine la hegemonía de la religión de Alá.



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