Mahoma y las
mujeres adúlteras
IBN HISHAM / MUSLIM
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El
comportamiento de Mahoma con
relación a las mujeres adúlteras se refleja con nitidez en la tradición
musulmana. Queda descrito sin paliativos en varios casos que se narran,
tanto
en la primera biografía oficial, La vida del enviado de Dios,
de Ibn
Hisham, como en las compilaciones de hadices llamados auténticos.
A.
En la sira o biografía de Mahoma
En
la biografía oficial, de Ibn Hisham, titulada La vida del enviado
de Dios (Sirat
Rasul
Allah), compuesta por
Ibn Hisham (muerto en 833), podemos leer lo siguiente:
Capítulo
10. Versión
abreviada:
"Al
poco de la estancia de Mahoma
en Medina, se reunieron los rabinos para juzgar a un hombre casado que
había
cometido adulterio con una mujer judía casada también. Ellos dijeron:
'Enviad a este hombre y esta mujer a Mahoma, pedidle que juzgue el caso
y
que prescriba el castigo. Si decide condenarlos a la pena de
flagelación (según
la cual los delincuentes son azotados con un látigo de varas de dátil
mojadas
en resina, luego les pintan la cara de negro y los montan sobre dos
burros con
la cara vuelta hacia la grupa), entonces obedecedle, pues es un
príncipe, y
creed en él. Pero si los condena a ser lapidados, es un profeta,
entonces estad
en guardia contra él, no sea que os despoje de lo que tenéis'.
Pidieron
el juicio del enviado y
este fue a donde estaban los rabinos sentados, y les dijo: 'Traedme a
vuestros sabios'.
Y
le trajeron a Abdullah ben
Suriya, que era el más sabio, pese a ser uno de los más jóvenes. El
enviado
habló a solas con él e hizo que le confirmara bajo juramento que, de
acuerdo
con la Torá, Dios condena a lapidación al hombre que comete adulterio
tras el
matrimonio. Suriya añadió: 'Ellos saben que eres un profeta inspirado,
pero te envidian'.
Entonces
el enviado salió y
ordenó que los culpables fueran apedreados delante de la mezquita.
Cuando el
hombre sintió la primera piedra, se agachó sobre la mujer para
protegerla de
las piedras, hasta que ambos quedaron muertos. Esto es lo que Dios hizo
por su
enviado, exigir el castigo por adulterio de esas dos personas.
El
enviado preguntó a los judíos
qué los había inducido a abandonar la lapidación por adulterio, estando
prescrita en la Torá. Dijeron que ese castigo se había observado hasta
que un
hombre de sangre real cometió adulterio, y el rey no permitió que fuera
lapidado. Cuando, después de esto, otro hombre cometió adulterio y el
rey
quería que fuera apedreado, dijeron: 'No, a menos que permitas que el
primer hombre sea apedreado también'. Entonces todos acordaron recurrir
a
la flagelación, y así se extinguió tanto la memoria como la práctica de
la
lapidación.
Entonces,
el enviado de Dios
dijo: 'Yo he sido hoy el primero en
restaurar el mandato de Dios, su escritura y la obediencia a ella'."
B.
En los hadices de Mahoma
Del
mismo episodio de adulterio y
castigo relatado en la biografía de Ibn Hisham, encontramos otra
versión en la
compilación de hadices de Mahoma que la tradición atribuye a Muslim, el
imán
Muslim Ibn Al-Hayay Al-Naisaburi (muerto en 875), con algunas
diferencias
narrativas.
Muslim, Sahih,
libro 17, número 4211:
"Abdullah
Ibn Umar relató que un
judío y una judía que habían cometido adulterio fueron llevados ante el
enviado
de Alá. Entonces el enviado de Alá fue a ver a los judíos y les
preguntó: '¿Qué encontráis en la Torá (como castigo) para el que comete
adulterio?' Dijeron: 'Ennegrecemos sus rostros y los montamos en un
burro con sus rostros dirigidos hacia direcciones opuestas (espalda con
espalda), y luego son llevados alrededor de la ciudad'. Pidió: 'Traedme
la Torá, si habéis dicho la verdad'. La trajeron y la leyeron,
hasta que al llegar al versículo del apedreamiento, el joven que la
estaba
leyendo puso su mano sobre el versículo del apedreamiento y leyó
solamente lo
que estaba antes de su mano y lo que seguía. Abdullah Ibn Salam, que
estaba con
el enviado de Alá, dijo: 'Ordénale que levante la mano'. Entonces la
levantó y debajo de ella estaba el versículo del apedreamiento.
Entonces el
enviado de Alá dictó sentencia y ambos fueron apedreados. Abdullah Ibn
Umar
dijo: 'Yo fui uno de los que los apedreó y vi cómo él la protegía con
su
cuerpo de las piedras'."
Pero,
además, los hadices de
Muslim describen otros casos de condena por adulterio, en los que
Mahoma mandó
apedrear hasta la muerte a unos adúlteros, ya se trate de una mujer
árabe, de
una mujer judía, o de una pareja de judíos.
Muslim, Sahih,
libro 17, número 4207:
"Imran
Ibn Husain contó que una
mujer de (la tribu de) Yuhaina fue a buscar al enviado de Alá, porque
había
quedado embarazada a consecuencia del adulterio. Ella le dijo: '¡Oh
enviado de Dios! He cometido una falta que lleva un castigo,
impónmelo'.
El enviado de Dios hizo llamar a su tutor y le dijo: 'Trátala bien,
pero
cuando haya dado a luz tráemela'. Él hizo lo que se le había pedido.
Entonces el enviado de Dios dictó la sentencia sobre ella. Ataron a la
mujer,
envolviéndola con sus vestidos, y entonces mandó que la apedrearan
hasta morir.
Luego, pronunció la oración fúnebre."
Muslim, Sahih,
libro 17, número 4208 (aquí
se repite el mismo hadiz
anterior, pero relatado por Yahya ibn Abu Kazir, con la misma cadena de
transmisores).
Muslim, Sahih,
libro 17, número 4209 (condena
a muerte a una beduina
casada, mientras que al cómplice solo lo castiga con cien latigazos y
un exilio
temporal):
"Abu
Hurayrah y Zayd ibn Jalid
Al-Yuhani relataron que un hombre de los árabes del desierto fue a ver
al
enviado de Alá y le dijo: '¡Oh enviado de Alá! Te ruego por Alá que me
des
un juicio de acuerdo con el libro de Alá'. El otro demandante, que era
más
versado, dijo: 'Sí, juzga entre nosotros de acuerdo con el libro de Alá
y
permíteme (decir algo)'. El enviado de Alá dijo: 'Habla'. Dijo: 'Mi
hijo servía en la casa de este y cometió adulterio con su esposa.
Fui
informado de que mi hijo merecía ser apedreado. Entonces di cien cabras
y una
esclava como compensación por ello. Y pregunté a los sabios y ellos me
informaron que mi hijo tenía que recibir cien latigazos y ser exiliado
por un
año y que la mujer tenía que ser apedreada'. Entonces el enviado de Alá
dijo: '¡Por Aquel en cuyas manos está mi vida! Juzgaré entre vosotros
de
acuerdo con el libro de Alá. La esclava y las cabras deben ser
devueltas, a tu
hijo hay que castigarlo con cien latigazos y un año de exilio. Y ¡oh
Unays!
(ibn Zuhaq Al-Aslami), por la mañana ve con esa mujer y, si ella
confiesa,
apedreadla'. Él fue por la mañana y ella confesó. Entonces pronunció la
sentencia y ella fue apedreada."
Muslim, Sahih,
libro 17, número 4210 (se
repite el mismo hadiz
precedente, atribuido a Al-Zuhri y con la misma cadena de
transmisores).
Muslim, Sahih,
libro 17, número 4212 (condena
a muerte por lapidación
a un hombre y una mujer judíos):
"Ibn
Umar relató que el enviado de
Alá mandó apedrear por adulterio a dos judíos. Eran un hombre y una
mujer que
habían cometido adulterio. Los judíos los habían llevado ante el
enviado de
Alá." [El resto del hadiz prosigue exactamente igual que el citado más
arriba,
en el número 4209.]
C.
Contraste entre el comportamiento de Mahoma y el de Jesús
La
diferencia resulta evidente,
si comparamos la actitud de Mahoma, dando curso a la violencia, con la
actitud
de Jesús impidiendo la violencia contra la mujer adúltera. El episodio
lo
recoge el evangelista Juan.
Evangelio
de Juan,
capítulo 8, 1-11:
"Jesús
se fue al monte de los
Olivos.
Al
alba, se presentó de nuevo en
el templo y acudió a él el pueblo en masa; él se sentó y se puso a
enseñarles.
Los
letrados y los fariseos le
llevaron a una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio,
le
dijeron:
—
Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio; en la Ley nos mandó Moisés apedrear
a esta
clase de mujeres; ahora bien, ¿tú qué dices?
Esto
se lo decían con mala idea,
para poder acusarlo. Jesús se agachó y se puso a escribir con el dedo
en el
suelo.
Como
persistían en su pregunta,
se incorporó y les dijo:
—
Aquel de vosotros que no tenga
pecado, sea el primero en tirarle una piedra.
Él,
agachándose de nuevo, siguió
escribiendo en el suelo.
Al
oír aquello, se fueron
saliendo uno a uno, empezando por los ancianos, y lo dejaron solo con
la mujer,
que seguía allí en medio.
Se
incorporó Jesús y le preguntó:
—
Mujer, ¿dónde están?, ¿ninguno
te ha condenado?
Respondió
ella:
—
Ninguno, Señor.
Jesús
le dijo:
—
Tampoco yo te condeno. Vete y,
en adelante, no vuelvas a pecar."
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