Cuando la
cristiandad tenía músculo
TERRY GANT
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Reseña de Defenders of the West, de
Raymond Ibrahim, en American Reformer.
Los cristianos occidentales han olvidado el significado de la palabra
persecución. También han olvidado que hubo un tiempo en que los
cristianos, cuando tenían el poder, el prestigio y la riqueza para
poner fin a la persecución, resistieron a la persecución con fuerza
violenta y militar. Raymond Ibrahim quiere recordarnos estas dos
verdades olvidadas.
En su libro Defenders of the West (Los defensores de
Occidente), Ibrahim continúa la labor que iniciara en su libro
anterior, Sword and Scimitar (La espada y la cimitarra). En Sword
and Scimitar,
Ibrahim optó por centrarse en los acontecimientos, concretamente en las
batallas que dieron forma a las Cruzadas y al conflicto que, en su
opinión, tiene que ser continuo entre los musulmanes y los cristianos.
En Los defensores de Occidente, ha optado por seguir un camino
diferente, centrándose en los propios hombres. Cada capítulo es una
biografía sucinta de uno de los héroes de las Cruzadas.
Tras un excelente prólogo de Victor Davis Hanson (con quien Ibrahim
estudió), el autor se adentra en su introducción para sentar las bases
de la obra. Su introducción adopta desde el principio una postura
militante y se propone corregir el error de tergiversar
intencionadamente las Cruzadas, a los cruzados y a sus homólogos
islámicos. Ibrahim ya se ha consolidado como un experto histórico y
contemporáneo del islam. En Los defensores, expone el verdadero
relato histórico de las fechorías de los musulmanes de la época para
aclarar las apuestas y motivaciones de los cruzados. También tiene el
objetivo secundario de aclarar las verdaderas creencias islámicas
acerca de cómo deben ser tratados los no musulmanes según sus
escrituras. Los malentendidos de los medios de comunicación modernos
respecto a la doctrina islámica son tan omnipresentes que incluso
algunos autoproclamados musulmanes creen que son una "religión de paz",
en clara oposición a su historia y a sus enseñanzas.
Ibrahim tiene el firme deseo de lograr una imagen completa de cada uno
de los hombres que destaca en su libro, por lo que examina fuentes
tanto favorables como contrarias para cada tema. Esto se ve
recompensado más adelante, cuando se hacen afirmaciones históricas
aparentemente extravagantes sobre el aspecto, la piedad o la destreza
en la lucha de uno de los cruzados, solo para que luego sus enemigos
confirmen a regañadientes esas afirmaciones hiperbólicas en comunicados
privados o registros oficiales.
Los grandes hombres
La obra de Ibrahim es como una versión medieval cristiana de Las
vidas de Plutarco. Un libro en el que Plutarco se propuso reforzar
el ethos
romano vinculando a los héroes de Roma con un homólogo héroe griego.
Los estadounidenses lo entienden en cierto modo por el manido recurso
en política de apelar a los fundadores. A veces esto está justificado y
es acertado, y a veces es absolutamente falso. Una inversión de esto es
acusar a los enemigos de ser "nazis" o "literalmente hitlerianos".
Estas cosas son casi universales en la forma de considerarse. La
mayoría de los estadounidenses están, al menos de boquilla, de acuerdo
con los Fundadores, o consideran a Hitler un malvado. Relacionar una
causa con ellos es tener una postura ética al instante. Así veían
muchos romanos a sus predecesores griegos. Plutarco se propuso escribir
las biografías definitivas de aquellos hombres y demostrar por qué los
romanos igualaban y superaban sus hazañas.
Ibrahim no pretende equiparar a cada cruzado con otro, o con un
predecesor, de forma tan directa. Pero en el libro es fácil establecer
muchas comparaciones entre los hombres sobre los que ha elegido
escribir y, en algunos casos, sus adversarios islámicos. Se les puede
agrupar por regiones y proximidad temporal con el útil propósito de
comparar y contrastar, y ofrecer una amplia gama de personalidades y
tipos físicos. Si Ibrahim se propuso presentar a los hombres de su
libro como figuras dignas de imitación, lo ha conseguido
brillantemente. Si no se propuso ese objetivo, entonces estas figuras
tan inmensamente grandes han eclipsado cualquier otro objetivo que
tuviera. A diferencia de los romanos, que apelaban a la grandeza de sus
antepasados de la civilización helenística, cuando los cruzados
caminaban por la Tierra, consideraban que todos los grandes hombres de
su tiempo ya habían doblado la rodilla ante la cruz de Cristo. Eran de
un solo Reino. Trataban de imitar a los reyes guerreros bíblicos, a los
antepasados piadosos y al propio Cristo.
Después de contarle a mi hijo de cinco años algunas anécdotas sobre
Ricardo Corazón de León, sitió nuestro sofá y empezó a ordenar a sus
animales de peluche que se convirtieran al cristianismo. (Está claro
que son necesarios debates continuos sobre soteriología.) Es muy
difícil para uno leer este libro y no sentirse inspirado por los
hombres que aparecen en él. El niño quería celebrar una fiesta de
cumpleaños de los cruzados. Encontró un caparazón de tortuga cerca de
un arroyo y quería que yo le hiciera un escudo y pintara en él un león.
Ibrahim sabe que el estudio de la vida de los grandes hombres recuerda
una antigua forma de estudiar la historia que ya se ha perdido. Las
personas con formación y educación clásicas suelen ser más conscientes
de la historiografía centrada en los individuos gracias a su
familiaridad con obras históricas antiguas (como Plutarco) que giran en
torno a la vida de las personas y no en una mera serie de
acontecimientos. Una historia árida de meros acontecimientos puede ser
lo bastante atractiva si uno está interesado en el periodo, pero hay
una razón por la que nuestras mejores historias tienen personajes como
protagonistas. Para profundizar en la historia, hay que hacerlo a
través de la vida de un personaje que la vivió. De este modo, incluso
los periodos más aburridos de la historia cautivan a los lectores.
Explorando el terreno
Salvo la introducción y la conclusión, cada
capítulo trata de un
cruzado concreto. Ibrahim elige destacar a los cruzados de cada uno de
los principales frentes de guerra con el islam en la Edad Media y los
presenta en orden cronológico, aunque algunos se solapan entre sí.
Tierra Santa en la guerra con los sarracenos y los egipcios, España y
la guerra con los moros norteafricanos, y los Balcanes en la guerra con
el Imperio otomano. Los cruzados que aparecen son Godofredo de Buillón
(francés/franco), Rodrigo Díaz de Vivar "El Cid Campeador" (español),
Ricardo Corazón de León (inglés), Fernando III el Santo (español), Luis
IX (francés), Juan Hunyadi (húngaro), Jorge Castriota "Skanderbeg"
(albanés) y Vlad Drácula (rumano).
Los capítulos tienen una fórmula que no pasa de moda aunque sea
repetida. Primero se explica la situación. En casi todos los casos, los
musulmanes se han impuesto políticamente y utilizan su poder para
extorsionar a los cristianos, esclavizarlos, robarles a sus hijos y
asesinarlos. Esta es una parte sombría de cada capítulo. Las
atrocidades cometidas por los musulmanes contra sus súbditos cristianos
son casi demasiado atroces para mencionarlas. Asesinatos en masa,
esclavitud, lavado de cerebro, conversión forzada y circuncisión
forzada, violaciones pedófilas en masa, ruptura rutinaria de los
pactos, destrucción de iglesias y lugares sagrados, y obligar a los
cautivos a luchar contra su propio pueblo. Es importante comprender la
época a la que nos referimos. Los cruzados cristianos siempre se
propusieron reconquistar tierras cristianas y poner fin al abuso y la
persecución de otros cristianos, o defender activamente territorios que
estaban bajo amenaza de invasión musulmana. Los cruzados no invadieron
tierras musulmanas sin ser provocados.
Como comentario al margen, es probable que esta constatación suponga
por sí sola una revolución para algunas personas. Todos nosotros,
incluso amigos míos que fueron educados en casa por padres de familia y
yo mismo (educado en una escuela cristiana privada), creemos que, en el
mejor de los casos, las Cruzadas fueron una guerra convencional por
tierra destinada a expandir el control sobre el islam o el poder de la
Iglesia Romana. Creen que el Papa envió tropas a Tierra Santa para
ampliar su influencia personal y que si los cristianos no iban eran
excomulgados o desacreditados. Aunque no cabe duda de que en aquella
época de la historia había algunas doctrinas cuestionables, como las
indulgencias para los cruzados, esa no era la realidad. El Papa pedía
ayuda a los reyes cristianos en respuesta a los incontables ultrajes
sufridos. En algunas situaciones los reyes lo ignoraron. Las peticiones
del Papa servían para explicar la opinión de la Iglesia católica sobre
la rectitud de una intervención militar. Esto dio a los reyes una clara
autorización de las Escrituras para pasar a la ofensiva con el fin de
salvar a sus hermanos cristianos sometidos a esclavitud.
Tras contextualizar el conflicto exponiendo la posición musulmana, se
narra la historia de los cruzados con todas las vicisitudes de sus
respectivas campañas. También se expone el nuevo statu quo que
consiguieron gracias a su acción y, por último, se relatan las muertes
y las consecuencias inmediatas. También es importante señalar que, en
muchos casos, se dedica un tiempo considerable a detallar la piedad
personal de cada personaje. Unos más que otros porque, al parecer, unos
eran más piadosos que otros. Algunos parecen contar con menos fuentes
relevantes que informen de su piedad. Es probable que muchos cruzados
tuvieran creencias lejos de lo que los lectores de American Reformer
considerarían ortodoxo. Se habrían considerado sujetos al Papa y a la
Iglesia de Roma y, por tanto, una versión de lo que ahora llamamos
"católico". Aunque la Iglesia romana ha visto evolucionar su dogma a lo
largo del tiempo transcurrido. Cabe destacar que, o bien Ibrahim ha
omitido las referencias a María o a la veneración de otros santos que
los católicos modernos subrayan tanto, o bien los cruzados no los
mencionaban tanto como cabría esperar de los católicos modernos (los
españoles son la excepción más notable con su veneración a Santiago).
Por el contrario, parecen insistir fuertemente en Jesucristo, solo, y
se consideran sus súbditos y guerreros para su gloria, mencionándolo a
menudo y apelando a Él como rey victorioso.
No todas las historias tienen un final feliz, por lo que el libro es
una auténtica montaña rusa emocional. Desde la rabia al leer sobre los
abusos cometidos contra nuestros hermanos medievales, pasando por la
alegría de los rescates y las cargas, victoriosas contra todo
pronóstico, hasta la triste desolación de un rey cruzado que fracasa en
su intento de liberar a sus súbditos y amigos capturados. La habilidad
de Ibrahim como escritor es significativa. No es un tomo de historia al
uso, capaz de suscitar en mí verdadera emoción. Más de una vez en esta
lectura se me saltaron las lágrimas, pero nunca lloré porque llorar es
de débiles y los cruzados se burlarían de mí si lo supieran... a menos
que sea por ver Jerusalén por primera vez, después de haber caminado
desde Francia a través de campos de batalla cubiertos de sangre y
ceniza.
Lecciones aprendidas
Aunque se pueden extraer muchas enseñanzas de la lectura de esta obra
de Ibrahim, destacaré algunas que sobresalen de sus las páginas.
El islam y cristianismo estarán en conflicto hasta que el islam
se extinga o hasta la segunda venida de Cristo, lo que ocurra primero.
Los cristianos saben quién será el vencedor en última instancia, pero
el islam es la religión que más se opone al cristianismo, y los
principios islámicos la pondrán repetidamente en conflicto con otras
religiones siempre, debido a su énfasis en extenderse principalmente
mediante la conquista y la yihad en todas sus límites geográficos. Las
enseñanzas musulmanas los animan a mentir a los infieles con el fin de
vencerlos más tarde. Esto incluye falsas conversiones, falsos tratados,
falsa fidelidad y falsa lealtad a la nación. Los cruzados que realmente
tuvieron un impacto significativo en la guerra entendieron la forma de
pensar del enemigo. Haz la paz con la mano izquierda con una daga en la
mano derecha. Sed prudentes como las serpientes.
Los cristianos necesitan reexaminar y redescubrir la "teoría de la
guerra justa" y una comprensión correcta de la distinción entre "poner
la otra mejilla" y permitir que niños y niñas sean secuestrados y
convertidos en esclavos sexuales. Pensar coherentemente es un reto para
muchos y es importante comprender la diferencia entre la venganza
personal y la administración de justicia por parte de la autoridad
legítima. Utilizar el concepto de "poner la otra mejilla" aplicándolo
al Estado tendría como resultado que nadie obtendría nunca justicia por
sus actos o cuando es víctima. En el caso de las Cruzadas, Ibrahim
argumenta con firmeza que el conflicto estaría justificado por razones
meramente humanitarias, dejando a un lado la religión. El número de
cristianos europeos asesinados era asombroso. El número de esclavos era
incontable, superando el comercio de esclavos africanos desde el siglo
XVII al XX. Una respuesta defensiva de las autoridades gobernantes se
propuso, con toda justicia, poner fin a las atrocidades. Ibrahim
explica todo esto en su introducción y en el primer capítulo.
Los cruzados son dignos de admiración. Todos menos uno o posiblemente
dos de aquellos cruzados eran excepcionalmente fuertes desde el punto
de vista físico. Los dos "débiles" tenían un carácter tan fuerte que, a
pesar de padecer alguna dolencia o tener unas capacidades físicas
medias, consiguieron librar una campaña militar eficaz y sobrevivir a
muchas penalidades. Aun así, los fuertes eran más eficaces en el campo
de batalla y como jefes en un entorno de combate que fue su mundo
durante un tiempo. Aunque no es probable que los lectores de esta
publicación tengan que enfrentarse físicamente a los musulmanes, sigue
siendo un rasgo muy valioso que debe apreciarse. Los fuertes son
inspiradores y carismáticos. Resulta que Ibrahim es probablemente de la
misma opinión. La Iglesia concedió a algunos de
estos caballeros el honorífico athleta Christi,
o "campeón de Cristo". Este título estaba reservado a los mártires
militares o conquistadores. Intentaban estar a la altura del nombre
tanto física como espiritualmente; algunos de ellos se entrenaban desde
niños para la batalla.
Las Cruzadas de mayor éxito fueron las que contaron con gran cantidad
de participantes. La victoria no reside únicamente en el número de
soldados, sino en los que se comprometen a llevarla a cabo hasta el
amargo final. Godofredo y los primeros cruzados pudieron tomar
Jerusalén, contra todo pronóstico, en parte porque muchos nobles de
Francia y Alemania se comprometieron a llevar la guerra hasta el final.
Las cruzadas posteriores fracasaron cuando un jefe carismático se vio
obligado a luchar en solitario. Aún así se lograron muchas cosas, pero,
en general, esas Cruzadas se consideraron fracasadas y rara vez
alcanzaron la mayor parte de sus objetivos. En algunos casos, la
traición hundió una cruzada, o la falta de cohesión regional entre los
jefes cristianos dificultó gravemente la respuesta defensiva a los
ataques de los musulmanes. La lección es que hay que forjar amistades
con hombres que literalmente te seguirán en guerras
aparentemente imposibles de ganar. Porque muchas cargas desesperadas
acabaron en una victoria aplastante gracias a la fidelidad de los
hermanos de armas.
Necesitamos una élite de los nuestros que sepa dirigir. Las cruzadas
llevadas a cabo por movimientos populares condujeron a la ruina en casi
todos los casos. Los cruzados obtuvieron éxito cuando la nobleza reunió
fondos, proporcionó equipamiento de alta calidad y utilizó todos sus
recursos para luchar por sus creencias. Algunos cruzados, Skanderbeg en
particular, se las arreglaron con un ejército improvisado de campesinos
entusiastas y furiosos, hartos de entregar a sus hijos para que se
convirtieran en jenízaros y esclavos sexuales de los otomanos. Pero
estos campesinos necesitaron a Skanderbeg para que los entrenara y los
dirigiera en la batalla. Recemos para que surjan dirigentes con medios
para defender la Cristiandad. Esfuérzate por alcanzar ese objetivo tú
mismo, si eres una persona con capacidad para ello. Si no lo eres,
busca a quienes sí lo son y trabajad juntos. Nos necesitamos mutuamente.
La deportación masiva es necesaria para defender la identidad de una
nación. En un contexto moderno, esto no significa necesariamente la
deportación de los musulmanes. Cualquier grupo de personas con una
visión del mundo que entra en conflicto con la nación de acogida no
puede quedarse y esperar que haya paz a largo plazo. España trató de
ser extremadamente complaciente con los musulmanes que conquistó,
permitiendo incluso que algunas circunscripciones se gestionaran
mediante un la ley islámica, la saría, a condición de ser
leales a la corona española. Pero, inevitablemente, los musulmanes de
España traicionaron a los cristianos y se rebelaron contra los
gobernantes cristianos. Finalmente, el rey hubo de cambiar la política
de tolerancia por la deportación. Se permitió a los musulmanes llevarse
las pertenencias que pudieran transportar y se les envió al norte de
África. No importaban los efectos negativos que ocasionaría la medida.
Reivindicar la verdad
Debemos amar a nuestros antepasados. Si Los defensores de Occidente
son nuestras nuevas Vidas de Plutarco
cristianas, entonces reconozcamos la verdad de la grandeza y la piedad
de nuestros antepasados, valoremos su sacrificio e imitémoslos. Las
Cruzadas fueron buenas y correctas. Los mitos han sido reescritos
poniendo a nuestras gentes como malvados porque los poderes del demonio
temen a una Cristiandad con músculo.
En algún momento, todos debemos decidir si creeremos las historias
sobre nuestros antepasados contadas por gente que nos odia a nosotros y
a nuestro Rey, Jesús, o si creeremos lo que nuestros antepasados
dijeron de sí mismos.
Aunque muchos de los cruzados se interesaron personalmente por los
pertrechos y las habilidades de guerra, creo que se harían eco de J. R.
R. Tolkein a través de su personaje Faramir en Las dos torres
al decir: "No amo la espada brillante por su filo, ni la flecha
por su rapidez, ni al guerrero por su gloria. Amo solo aquello que
defienden". Lo que defendían era la Cristiandad. Defendían la paz y la
civilización de los pueblos de la Tierra que adoran al único Dios
Verdadero y a su Hijo Jesucristo. Los cruzados lucharon para establecer
la paz y la tranquilidad. Lucharon por el bien común.
Defendamos a los defensores
Ibrahim concluye su libro con un lamento por el legado de los cruzados.
Todos ellos aparecen irremediablemente como degenerados a los ojos de
la izquierda moderna, que odia a las gentes blancas, masculinas y,
sobre todo, cristianas. Mientras que se puede demostrar que el islam es
realmente culpable de todos los pecados que se imputan a los cristianos
(misoginia, intolerancia, fanatismo, racismo, persecución, etc.), la
izquierda se levanta para defender al islam y allanar el camino para su
propagación restringiendo los derechos de los cristianos y trabajando
para abrir las fronteras a una inmigración musulmana ilimitada hacia
las naciones cristianas. No harán películas de estas historias a menos
que sean como El reino de los cielos de Ridley Scott, es decir,
llenas de críticas a las fuerzas cristianas y con una visión de color
de rosa de Saladino y el islam, insistiendo en el mal comportamiento
cristiano e ignorando por completo las atrocidades musulmanas.
Ibrahim reconoce que la verdad es que toda la civilización occidental
está siendo atacada. En el caso de las Cruzadas, esto adopta varias
formas. En primer lugar, se dice que las Cruzadas fueron intolerancia
religiosa racista y colonialismo. En segundo lugar, que los cruzados
eran mercenarios y matones ávidos de poder, y la caballerosidad era un
mero manto de nobleza para cubrir sus ruines acciones inmorales en las
guerras. En tercer lugar, y como era de esperar, que algunos de los
cruzados eran homosexuales. La afirmación de que Ricardo I era
homosexual parece basarse principalmente en el hecho de que no tuvo
hijos con su esposa, aunque sí tuvo un hijo ilegítimo. Esto es poco
convincente, por supuesto, ya que la izquierda es reacia a atribuir
ningún rasgo malicioso
a una de sus clases privilegiadas favoritas, como los homosexuales,
pero nos lleva a plantear una pregunta, ¿era Ricardo un malvado
por ser un cruzado colonizador heterosexual, o era un héroe por ser un
cruzado colonizador secretamente homosexual?
El esfuerzo por socavar la civilización occidental gira en torno a la
destrucción de los grandes hombres de Occidente. (La izquierda entiende
la importancia de los grandes hombres.) Los cruzados están entre los
más grandes y por eso quieren destruirlos. A algunos se les tacha de
malvados, a otros se les trata con negligencia maligna y a otros se les
califica directamente de vampiros. Si sois cristianos, estos hombres
son vuestros antepasados. Merecen ser defendidos. Una manera de hacerlo
es leer sus historias y estudiarlas bien. Contad a vuestros hijos e
hijas sus historias. Apreciadlos. Imitadlos en su dedicación a la
cristiandad y en su santidad personal. Dejad atrás sus defectos y
abrazad sus virtudes. Y, por el amor de la cristiandad, comprad este
libro y encontrad personas de ideas afines con las que comentarlo.
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