Los orígenes del islam (parte 2)

HÉLIOS D'ALEXANDRIE




Los verdaderos orígenes del islam y el Corán


La historia de los inicios del islam presenta dificultades aparentemente insuperables, en gran parte derivadas de lo que conviene llamar la historia oficial de los orígenes del islam, tal como fue establecida definitivamente en los siglos IX y X por los califas abasíes. Estos últimos, bien asentados sobre el inmenso imperio que les legaron los omeyas, se mostraron particularmente cuidadosos en asegurarse la estabilidad interna.


Los millones de súbditos sometidos a su poder no eran todos musulmanes, incluso eran mayoritariamente cristianos, zoroástricos y judíos. Al contrario del islam, sus religiones, antiguas e íntimamente vinculadas con las grandes civilizaciones del mundo antiguo, gozaban de una gran ventaja intelectual. Aunque estuvieran sometidos y humillados por los conquistadores árabes, los vencidos no se abstenían de polemizar con los vencedores, demostrándoles el carácter primitivo y la indigencia intelectual del islam.



El fracaso de los mutazilíes


Los vencidos, sin saberlo, casi conquistaron a sus conquistadores. Al movimiento de los mutazilíes le faltó muy poco para cambiar el curso de la historia. Estos árabes, más bien escépticos y curiosos, sostenían que el Corán era creado y de ninguna manera eterno o inmutable como Alá. Se dejaron impregnar por la filosofía clásica de Platón y Aristóteles, y pusieron la razón y el libre albedrío al mismo nivel que la fe. El movimiento de los mutazilíes no habría surgido si no hubiera sido por la pobreza del islam en el plano doctrinal y por la influencia intelectual ejercida por los cristianos. Para los detentadores del poder, era evidente que el islam en cuanto creencia estaba perdido, si persistía en no comparecer en la palestra de las ideas.




De la misma manera que la nada en el plano jurídico fue colmada por el corpus de leyes islámicas, el vacío en el plano doctrinal tenía que ser rellenado. La estabilidad del imperio lo exigía. Los mutazilíes tenían algunas razones para creer en un Corán creado, y por eso mismo contingente y sujeto como los humanos a la necesidad de adaptarse. Siendo contemporáneos de su elaboración, testigos de sus innumerables versiones o escrituras y plenamente conscientes de sus deficiencias, no podían mantener honestamente una larga argumentación con sus interlocutores judíos y cristianos.


Entonces, tomaron nota de la debilidad de sus textos sagrados y, dando pruebas de coraje intelectual, decidieron ir más allá de la letra del Corán y permitir que la razón humana completara la palabra divina. Pero este movimiento de los mutazilíes, aunque de vanguardia, permanecía íntimamente vinculado al islam por la acción violenta. En el poder durante un tiempo, bajo los califas ganados para su causa, emprendió una violenta represión de los seguidores del islam tradicional. Pero bastó que un nuevo califa hostil al movimiento llegara al poder para que los mutazilíes, a su vez, fueran víctimas de una persecución religiosa violenta. Sus ideas, lamentablemente, no les sobrevivieron.



Critica de los cristianos


Las polémicas comenzaron en el siglo VIII, o sea, cien años después de Mahoma. Hasta entonces, los numerosos manuscritos cristianos que trataban de la religión de los nuevos conquistadores no hacen referencia a ningún texto sagrado. El islam en sus inicios no tenía ninguna base escrituraria, el contenido de la fe no estaba definido, comprendía esencialmente elementos tomados del judaísmo que se mezclaban con tradiciones árabes paganas.




Abd al Masih Al-Kindi (que no hay que confundir con el filósofo mutazilí Abu Yusuf Al-Kindi) fue un árabe del reino de Kinda, el más conocido de los polemistas cristianos. Alrededor de 820, dirigió su crítica contra la manera como se había fijado el texto del Corán y contra su contenido. Se resume así: después de la muerte de Mahoma, las querellas entre Abu Bakr y Alí llevaron a este último a defender su derecho a la sucesión, a establecer su legitimidad. Se dedicó a reunir numerosos fragmentos de la revelación en un solo códice. Sin embargo, otros compañeros de Mahoma, cada uno por su lado, habían reunido su propia versión del Corán.


Para derrotar a la competencia, Ali acudió al califa Utmán, su predecesor, con la esperanza de que el califa hiciera desaparecer las versiones de los otros compañeros. Utmán fue más allá, pidió que se compusiera una versión definitiva del Corán con cuatro ejemplares y quemó todas las versiones originales, incluyendo la de Alí. A finales del siglo VII, durante el reinado del califa omeya Abd Al-Malik, el gobernador de Irak, Hajjaj Ibn Yusuf, hombre poderoso y sanguinario, queriendo acabar con las disputas doctrinales entre musulmanes, decidió retirar todas las copias del Corán y las quemó, no sin antes haber cambiado a voluntad numerosos pasajes, de modo que instauró una nueva versión, de la que hizo seis copias. En estas condiciones, ¿cómo poder distinguir entre el contenido original y los añadidos posteriores? Y ¿cómo rastrear el contenido original que ha sido destruido?


Pero la crítica de Al-Kindi no se detenía ahí. El contenido del Corán tampoco se salvaba. Escuchemos lo que le argüía al califa Al-Mamún, que era mutazilí:


"Todo lo que he dicho (sobre el Corán) es conforme a los hechos y a la evidencia, tal como lo admites tú mismo. Como prueba nos referimos al texto del Corán, que lleva a confusión por falta de orden y de lógica. Los diferentes pasajes se contradicen y, a menudo, no tienen ningún sentido. ¿Cómo puede uno, sin delatar la propia ignorancia, presentar semejante escrito como un mensaje en apoyo de una misión profética y ponerlo en plano de igualdad con los milagros de Moisés y de Jesús? Seguramente nadie con un mínimo de sentido común podría pensar tal cosa, menos aún nosotros que, versados ​​en historia y filosofía, no podemos dejarnos conmover por un razonamiento tan engañoso."


Hoy, casi doce siglos después, la crítica de Al-Kindi no ha perdido actualidad.



La historia del Corán


Al-Kindi sabía bien lo que decía. El Corán cuyo texto definitivo no se fijó hasta mucho después de su muerte, ya entonces era ilegible. De hecho, se admitían hasta catorce maneras diferentes de lectura y su causa era que el árabe entonces se escribía sin vocales y no estaban definidas algunas consonantes. En efecto, era prácticamente imposible distinguir letras tales como la "r" y la "z"; la "t", la "b", la "th" y la "n"; la "s" y la "sh", las formas guturales de la "t" y la "z", de la "s" y la "d", de la "h", la "g" y la "kh". También estaba desprovisto de las llamadas vocales cortas, que modifican profundamente el significado.


Uno puede imaginar el desafío que representaba leer el Corán y las disputas que las diferentes lecturas podían generar, incluso sin alterar el texto. De hecho, los musulmanes han seguido utilizando las diferentes versiones del Corán hasta hoy. Por lo tanto, no ha habido una verdadera fijación del texto coránico y resulta imposible establecer definitivamente el texto sin generar disputas interminables. Tampoco hay criterio para dar preferencia a una lectura sobre las otras. Ante este dilema, los eruditos musulmanes buscaron una escapatoria cómoda: le hicieron decir a Mahoma que todas las lecturas eran válidas, incluso aquellas que conducen a divergencias y contrasentidos.




Los Coranes más antiguos datan del siglo X. Son versiones bastante similares al texto actual. En la década de 1970, durante unas reparaciones en los áticos de una antigua mezquita de Saná, en Yemen, los obreros descubrieron antiguos manuscritos del Corán, que datan de finales del siglo VII o principios del VIII. Los expertos alemanes pudieron microfilmar estos manuscritos, que en muchos hojas se asemejan a palimpsestos: el texto original ha sido borrado y reemplazado por otro. Estamos a la espera de los resultados del examen de estos textos, pero desde ahora los estudiosos dicen que se trata de un Corán muy diferente por el contenido y por el orden de los capítulos y los versículos.


Los especialistas occidentales en el Corán van con pies de plomo, es necesario decir que se aferran a la vida y que buscan preservar sus relaciones con los círculos académicos musulmanes. Muchos de ellos llevan a cabo su trabajo con apoyo financiero de fondos musulmanes y, por consiguiente, desean mantener sus fuentes de financiación. En el contexto actual, cualquier hipótesis o conclusión científica que vaya en contra del dogma establecido provoca que los estudiosos musulmanes levanten los escudos y que haya presiones diplomáticas de ciertos gobiernos islámicos.


En el año 2000, un erudito alemán especializado en lenguas orientales antiguas publicó, bajo el seudónimo de Christoph Luxenberg, el resultado de sus trabajos en un libro titulado: Lectura sirioaramea del Corán. Contribución a la descodificación de la lengua del Corán. Los pasajes oscuros del Corán, especialmente aquellos donde se encuentran palabras de origen extranjero, los ha comparado con pasajes de escritos cristianos en lengua siríaca. Ha identificado correspondencias inquietantes, que permiten al autor dar una interpretación radicalmente diferente de la que dan los doctores musulmanes del siglo X, cuya autoridad ha permanecido incontestable hasta hoy. A los plagios ya probados de la Biblia, el talmud, las leyendas persas y los evangelios apócrifos, se añaden plagios de escritos litúrgicos cristianos. Esto ha hecho decir irónicamente a algunos ¡que Alá, el creador, estaba falto de creatividad!



La fabricación del islam


El fracaso del movimiento mutazilí fue el fracaso de la razón frente al dogma, pero el dogma en aquella época no estaba establecido definitivamente. El imperio islámico era entonces un coloso cuyos pies doctrinales eran de barro. Por eso, tenía necesidad de fortalecer los fundamentos religiosos del poder y "demostrar" a la mayoría de los súbditos no musulmanes la superioridad del islam sobre las demás religiones. Esta "misión imposible" fue confiada a eruditos religiosos, algunos de los cuales eran conversos recientes o hijos de conversos. Tuvieron la delicada tarea de fabricar la imagen de la nueva religión y darle un contenido.




Para afrontar la comparación con el judaísmo y el cristianismo, los eruditos musulmanes tenían que darle al islam fundamentos y características similares. Mahoma, cuya imagen era ampliamente negativa, fue elevado al rango de Moisés. La hégira (emigración de Mahoma y sus compañeros de La Meca a Medina) se convirtió en el equivalente del éxodo de los hebreos. El monte Hira, donde Mahoma fue visitado por el ángel Gabriel, se convirtió en la réplica del monte Sinaí, donde Moisés recibió las tablas de la ley. El santuario de La Meca se convirtió en el equivalente del templo de Jerusalén. El Corán se confirmó como palabra increada de Alá, igual e incluso más que la Torá.


Lo mismo que el hebreo, a la lengua árabe se le otorgó el estatuto de lengua sagrada. De la misma manera que los judíos fueron el pueblo elegido, los musulmanes se convirtieron en lo mejor de la humanidad. En cuanto a los cristianos, que creen en Jesús como Palabra encarnada, los eruditos musulmanes les opusieron el Corán, o sea, la palabra de Alá, que existía desde siempre, inalterable e inalterada desde su revelación. A modo de  contraataque contra los polemistas de las otras religiones, los eruditos musulmanes pretendieron que judíos y cristianos habían corrompido intencionadamente la Torá y el Evangelio. Y con el fin de garantizar la supremacía del islam, los patriarcas y los profetas bíblicos, desde Abrahán a Jesús, se los apropiaron y los calificaron de musulmanes. En cuanto a Mahoma, su estatuto de hombre perfecto y sello de los profetas autorizó a los eruditos a asociarlo con Alá en la profesión de fe musulmana.


A falta de un concepto original, el islam se apropió de elementos extraídos de las otras religiones, para ponerlos al servicio del imperio y asegurar así su estabilidad. Una vez establecido el dogma, todos los súbditos del imperio debían someterse a él sin discusión. El tiempo de los debates y las polémicas había terminado. Los herejes y los contestatarios tenían que sumarse a las filas o quedarse callados.



Los resortes políticos del islam


Los eruditos musulmanes de los siglos IX y X se convirtieron en instrumento del poder político. Para sostener la arbitrariedad y el despotismo, concibieron una religión en la cual la arbitrariedad y el despotismo de la divinidad estaban sacralizados. Para asegurar la estabilidad y la perennidad del imperio, utilizaron a Alá y a Mahoma, y, a cambio, el imperio debía asegurar la perennidad y la supremacía de la religión.


Estos eruditos musulmanes sabían lo que hacían. No era la fe islámica la que los animaba, sino la necesidad de consolidar las bases jurídicas y religiosas del imperio. Eran conscientes de la fragilidad del islam como sistema de creencias y, por eso, optaron por excluir el libre albedrío y la conciencia individual en cuanto elementos constitutivos de la verdadera fe, sustituyéndolos por la noción de sumisión a la arbitrariedad divina. Al plagiar a las antiguas religiones, eliminaron deliberadamente su espíritu y deformaron su mensaje, para deslegitimarlas y justificar la servidumbre de sus seguidores.


Pero las opciones políticas de esos eruditos están en el origen del declive del islam y su esclerotización final. La eliminación del movimiento mutazilí había dictado la sentencia de muerte del progreso. Doce siglos más tarde, el mundo musulmán continúa sufriendo las consecuencias.



El puzzle histórico


La historia oficial de los orígenes del islam es una fabricación coherente, que servía a los intereses del imperio abasí. ¿Qué es lo que sucedió realmente en tiempos de Mahoma y sus sucesores? Y ¿cómo discernir entre lo verdadero, lo verosímil y lo falso, en lo que se cuenta ordinariamente sobre ellos? ¿Qué papel jugaron los árabes de La Meca y Medina en la génesis del islam y su expansión? ¿Desempeñó el islam un papel determinante en las conquistas? Hace falta una tercera parte de esta crónica para responder a esas preguntas.



FUENTE



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