La genealogía del
islam
1. La
responsabilidad de conocer el islam
PEDRO GÓMEZ
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- Razones para conocer a fondo el sistema islámico
- Europa está advertida, pero no es consciente
Razones para conocer a
fondo el sistema islámico
Cada día se hace más necesario y urgente obtener conocimientos bien
fundados acerca del islam, dada su diseminación creciente por España,
Europa y el mundo, así como el habitual camuflaje con que tal sistema
se envuelve, por no hablar del blanqueo ideológico que le suelen
prestar algunos medios informativos y académicos, tan obsequiosos con
lo islámicamente correcto.
Para conocer un sistema religioso o
ideológico no sirven de mucho las vivencias y las opiniones subjetivas.
Hay que partir del estudio de los documentos y los acontecimientos. Y
buscar la mayor objetividad, sin que esto suponga esencializarlo,
mediante el análisis de las estructuras semióticas y los mensajes que
transmiten sus textos canónicos y subyacen en los hechos históricos.
Entre los hechos sintomáticos vinculados
con el islam, que hoy constatamos no lejos de nosotros, se encuentran
realidades tales como la explosión demográfica, las migraciones
masivas, la ubicuidad del terrorismo, o la implantación de mezquitas
integristas y salafistas.
Lo primero, la estrategia islamista de
rechazar toda regulación de la natalidad ha convertido a muchos países
musulmanes en productores de un excedente de población, que luego
«exportan» a otros países como si fueran, en palabras de un analista,
bombas demográficas. Ahí radica, sin duda, uno de los motores de la
incontenible emigración a Europa.
De hecho, la presencia letal de ataques
terroristas, como los que han sufrido varias naciones europeas, no
conoce fronteras. Su amenaza se ve facilitada por las redes de todo
tipo que se desarrollan entre los migrantes musulmanes, en las
sociedades que los acogen.
Esto es aún más preocupante porque ese
terrorismo no responde a una opción extremista, sino que viene
legitimado por los fundamentos mismos de la religión coránica. Como el
estudio de las fuentes y la tradición islámica ponen al descubierto, el
islamismo constituye un sistema de creencias y prácticas cuyo núcleo
está configurado esencialmente de tal manera que resulta incompatible
con la filosofía, el cristianismo, la modernidad y la democracia.
La ley islámica, codificación
sacralizada del derecho islámico, colisiona frontalmente con los
artículos más básicos de la Declaración universal de los derechos
humanos, al tiempo que exige a los musulmanes anteponerla a
cualquier
otra legislación. Si la toman en serio, los cre-yentes mahometanos
saben que el islam les manda emplear toda clase de medios con el fin de
subvertir las sociedades no musulmanas, sin descartar en último término
la violencia armada, que el Corán santifica como «combate en el camino
de Alá», un instrumento para expandir la supremacía de la religión de
Alá en el mundo entero.
Ese proyecto de imperialismo califal nos
podrá parecer una fantasía delirante, pero no cabe negar que es, con
toda certeza, la estrategia política inscrita en el texto coránico,
amplificada en la biografía y los dichos de Mahoma, codificada por las
escuelas de jurisprudencia suníes y chiíes, repetida en los rezos
muchas veces al día, predicada en todas las mezquitas, enseñada a los
niños en las escuelas, inculcada en las mentes muslimes (cfr. Aldeeb
2016a).
No es algo del pasado. Ese mismo
proyecto lo recogen hoy en sus estatutos la Liga Árabe, la Conferencia
Islámica, la Organización para la Cooperación Islámica, la Liga
Musulmana Mundial, el Congreso Islámico Mundial y todas las demás
organizaciones islámicas internacionales y nacionales. Y observemos que
no se ha mencionado ninguna de las muchas que hay de índole radical.
En el terreno práctico, Francia y
Alemania, lo mismo que Suecia, nos muestran, tras la experiencia de
varias generaciones, cómo cualquier expectativa de asimilación o
integración de buena parte de los inmigrantes musulmanes resulta
altamente ilusoria. Por el contrario, son ellos los que están
trasplantando a Europa, en cuanto pueden y se les permite, las normas
características de sus regiones de origen y los preceptos de su
religión mahometana.
Este fenómeno está suscitando una grave
problemática de todo orden, cuya razón de fondo estriba, en última
instancia, en las estructuras de una tradición que incluye en su
normalidad una trama de rasgos antagónicos con los valores europeos: el
rechazo de los derechos humanos, la supresión de las libertades
civiles, en especial la libertad de conciencia y de religión, la
postergación de las mujeres, la persecución de los homosexuales, la
circuncisión y la ablación infantil, el asesinato por honor, el
matrimonio concertado y con niñas menores, la poligamia para los
hombres, la aceptación de la esclavitud, el antisemitismo, la violencia
contra los no musulmanes y contra los musulmanes apóstatas, la
inquisición policial religiosa, la proscripción de ciertos alimentos y
bebidas, los castigos crueles como la lapidación de la adúltera, la
amputación de manos al ladrón, la crucifixión, la flagelación, la ley
del talión, la destrucción de estatuas y de instrumentos musicales, la
prohibición de las artes figurativas, el maltrato animal y el
exterminio de los perros domésticos. La lista no es completa en
absoluto, pero basta para comprender que esa cosmovisión, reforzada
además por una teología anticristiana, incuba fatalmente una tendencia
política de signo antioccidental y totalitario.
Mientras estas inquietantes sombras se
ciernen no solo sobre Europa, sino sobre la humanidad, comprobamos que
la mayoría de los gobiernos, lo mismo que muchas universidades, no
pocas iglesias e innumerables ONG, en lugar de exigir, elementalmente,
que los inmi-grantes, igual que todos los ciudadanos, acaten la ley y
las costumbres nacionales, parecen haber claudicado ante los cotidianos
atropellos del estado de derecho y estar dispuestos a capitular ante
unos hechos que, en muchos casos, solo pueden interpretarse como una
forma taimada de invasión y sigilosa conquista.
Por todas estas razones y otras que cada
cual hallará fácilmente, parece claro que obtener conocimientos bien
fundados acerca del sistema islámico constituye una tarea que se hace
más necesaria y urgente cada día. Y es nuestra responsabilidad.
Europa está advertida,
pero no es consciente
El interés de algunos intelectuales europeos por el islam y su historia
se acrecentó en el siglo XIX, de modo que empezaron a desarrollarse
estudios rigurosos sobre el Corán. Unos cuantos quedaron fascinados.
Los que profundizaron más, sin embargo, no ocultaron su preocupación y
sus consideraciones críticas. Desde entonces, las investigaciones se
han acelerado, hasta producir una verdadera revolución teórica en el
último cuarto de siglo. Y a lo largo de todo el camino, han surgido
voces de advertencia que buscan despertar a Europa del sueño romántico
y de la ingenuidad. Leamos unas citas.
Alexis de Tocqueville (1805-1859), que
lo estudió muy a fondo, escribió unas Notas sobre el Corán, de
las
cuales dice el presentador de la primera edición:
«De la lectura del Corán, como vemos en
sus notas, él saca la idea de que la religión de Mahoma posee no
solamente una desafortunada propensión a multiplicar los llamamientos a
la guerra y al asesinato de los infieles, sino que además deja poco
espacio real a la libertad y a las libertades, sobre todo en la medida
en que niega la existencia de ‘órdenes’ diferentes, puesto que regula
simultáneamente los dominios de lo ético, lo político, lo jurídico y lo
social» (Alexis de Tocqueville, Notes sur le Coran [1838] et autres
textes sur les religions, 2007: 31).
Y prosigue subrayando que Mahoma, por un
lado, trata de encauzar las pasiones humanas hacia fines
desinteresados, pero «en cuanto a la parte egoísta, es mucho más
visible aún»:
«La doctrina de que la fe salva, que el
primero de todos los deberes religiosos es obedecer ciegamente al
profeta; que la guerra santa es la primera de todas las buenas obras…
todas estas doctrinas, cuyo resultado práctico es evidente, se
encuentran en cada página y casi en cada palabra del Corán. Las
tendencias violentas y sensuales del Corán saltan a la
vista de tal
modo que no concibo que escapen a ningún hombre sensato. El Corán es un
progreso sobre el politeísmo en cuanto que contiene nociones más
nítidas y verdaderas de la divinidad, y que abarca con una visión más
amplia y más clara ciertos deberes generales de la humanidad. Pero
apasiona y a este respecto yo no sé si no ha hecho más mal a los
hombres que el politeísmo, que, no siendo uno ni por su doctrina ni por
su sacerdocio, no agitó jamás las almas muy de cerca y las dejaba tomar
su vuelo bastante libremente. Mientras que Mahoma ha ejercido sobre la
especie humana un inmenso poder, que, en conjunto, creo que ha sido más
perjudicial que saludable» (Alexis de Tocqueville, Notes sur le
Coran
[1838] et autres textes sur les religions, 2007: 32-33).
Uno de los primeros investigadores en
abordar científicamente el estudio del Corán, el orientalista escocés
Sir William Muir, a mediados del siglo XIX, formulaba un juicio tan
lacónico como severo:
«La espada de Mahoma y el Corán son los
más fatales enemigos de la civilización, la libertad y la verdad que el
mundo ha conocido hasta ahora» (William Muir, The life of Mohamed,
1861, IV: 322).
Hoy, no es un riesgo especulativo
entrevisto por mentes lúcidas, ni una realidad ajena allá en países
lejanos. Está aquí. Todo hace presagiar que la continua irrupción de
seguidores del islam en Europa constituye una forma de allanar el
camino a la islamización, hostil por definición y potencialmente letal
para la civilización europea. Y sin embargo, parece que muy pocos
quieren darse por enterados, aunque no es por falta de advertencias
procedentes, desde hace tiempo, de notables intelectuales. El escritor
inglés Hilaire Belloc nos pone en guardia:
«Millones de personas modernas de la
civilización blanca, es decir, la civilización de Europa y América, lo
han olvidado todo sobre el islam. Nunca han entrado en contacto con él.
Dan por sentado que está decayendo, y que, de todos modos, es solo una
religión extranjera que no los concierne. En realidad, es el enemigo
más formidable y persistente de cuantos ha tenido nuestra civilización,
y en cualquier momento puede llegar a ser una amenaza tan grande en el
futuro como lo ha sido en el pasado. (...) Toda la fuerza espiritual
del islam está presente todavía en las masas de Siria y Anatolia, de
las montañas de Asia oriental, de Arabia, Egipto y África del Norte. El
fruto final de esta tenacidad, el segundo período de poder islámico,
puede retrasarse, pero dudo que pueda posponerse permanentemente»
(Belloc, The Great Heresies, 1938: 24-25).
«Gran religión que se funda no tanto
sobre la evidencia de una revelación como sobre la impotencia de
entablar lazos afuera. Frente a la benevolencia universal del budismo,
al deseo cristiano de diálogo, la intolerancia musulmana adopta una
forma inconsciente en los que se hacen culpables de ella; pues si bien
no tratan siempre de llevar a otro, de manera brutal, a compartir su
verdad, son sin embargo incapaces (y es lo más grave) de soportar la
existencia de otro como otro» (Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos,
1955: 407).
«El islam que se nos propone como guía
de Occidente no ha dado al mundo más que vileza, suciedad, ignorancia y
miseria, y es además el islam que mantiene la esclavitud. La mujer,
cubierta con un velo elegante o envuelta en sus harapos no es más que
una pobre criatura para la reproducción. El islam no es más que un
inmoral harén. Desde el punto de vista religioso, descansa sobre una
mentira y un fraude. Desde el punto de vista humano, constituye un
estancamiento del espíritu y el elemento más nocivo para el desarrollo
del pensamiento» (Gabriel Théry, Voici le vrai Mohammed et le faux
Coran, 1960: 44).
El mismo autor opina que, en la labor de
investigación histórica, no se debe tener en cuenta el estado de ánimo,
ni el humor de la gente, ni las variables contingencias políticas del
momento. Pues un trabajo que se califica de inoportuno hoy con toda
seguridad será inoportuno también mañana, dentro de un año y de un
siglo. Mientras tanto, el error no cesará de causar estragos. Está
convencido, en cambio, de que la verdad es oportuna siempre.
«Europa pronto se vendrá abajo a causa
de su previo liberalismo, que ha demostrado ser infantil y suicida.
Europa produjo a Hitler, y después de Hitler el continente se ha
quedado ahí sin argumentos: las puertas están completamente abiertas
para el islam, ya no se atreve a hablar de raza y religión, mientras
que el islam solo conoce el lenguaje del odio contra las razas y
religiones ajenas.
Debería decir unas palabras sobre la
política también...
Entonces hablaría de cómo los musulmanes están inundando, ocupando y,
dicho con claridad, destruyendo Europa, y cómo Europa se presta a esto
con el liberalismo suicida y la democracia estúpida... El final es
siempre de la misma manera: la civilización alcanza cierta etapa de
maduración donde no solo no es capaz de defenderse, sino que, por lo
que se ve, yace en una adoración incomprensible de su propio enemigo»
(Imre Kertész, escritor húngaro, premio Nobel de Literatura 2002).
«La confrontación decisiva se desarrolla
en la cabeza de los musulmanes, no entre ellos y el resto del mundo. Se
parece más a una guerra civil en el interior de cada persona que a una
guerra exterior. El mundo moderno no asedia al islam, ya ha comenzado a
invadir el interior de cada musulmana y cada musulmán. Un musulmán no
puede rechazar la modernidad más que recusando su propia racionalidad,
su propia libertad, su propia afectividad, el despliegue de su propia
individualidad. Algunos aceptan pagar ese precio, otros no. Todos se
encuentran hoy ante una elección: permanecer dentro de un sistema
fijado hace más de un milenio, fabricado por el poder califal hace
catorce siglos para servir de ideología a un imperio fundado sobre la
fuerza armada, o bien asumir los valores de la humanidad en marcha y
participar en la construcción del futuro» (Capucin, Histoire de
l'islam
et de Mohammed grace aux méthodes modernes, 2010: 168-169).
«Los medios dominantes repiten a coro, y
con ellos la clase política, la cantinela de que el islam es una
‘religión de paz, tolerancia y amor’. ¡Es preciso no haber leído nunca
el Corán, los hadices del profeta y su biografía para atreverse a
defender semejante cosa! Si uno aducía esos textos pasaba por un
literalista islamófobo. La publicación de mi Tratado de ateología
hace
diez años me mostró la magnitud del desastre. ¡Y al mismo tiempo la
incultura de los que más que islamófilos son liberticidas!» (Michel
Onfray, Pensar el islam, 2016: 22).
«[El islam] obstaculiza el pensamiento
liberal, la igualdad, el control de la natalidad y el éxito económico.
Si uno toma el Corán en su palabra, el islam, con la mejor voluntad del
mundo, no es una religión de paz y tolerancia ... El islam está
fundamentalmente moldeado por el odio hacia los no musulmanes ... El
islam tiende al fanatismo, consume recursos espirituales y vitales y
tiene un efecto paralizante en general» (Thilo Sarrazin, Toma de
poder
hostil. Cómo el islam obstruye el progreso y amenaza la sociedad,
2018).
«El islam se define esencialmente en
oposición al cristianismo:
Su testimonio de fe es
específicamente una negación de la
Trinidad (‘No hay más dios que Dios’), sus escritos condenan
absolutamente la encarnación de Dios en Jesús (asociacionismo condenado
violentamente por el Corán) y condenan igualmente la divinidad del
Espíritu Santo.
Los cristianos son maldecidos
diariamente en el rezo
ritual (hasta 17 recitaciones de la Fatiha, la primera sura
coránica,
que califica a los cristianos como ‘extraviados’ del ‘camino recto’
querido por Dios).
Los cristianos son condenados por el
Corán y la tradición
musulmana a sufrir la suerte de los dimmíes (impuesto oneroso, trato
humillante, limitaciones de culto, estatuto de inferioridad)» (Florence
Mraizika, Le Coran décréé, 2018: 81).
«La incomprensión cava una de las peores
fosas que pueden dividir a una sociedad. Es lo que ha sucedido desde
hace años entre los europeos y quienes se remiten a una identidad
islámica, y que, conscientemente o no, quieren vivir separados. Esta
brecha se ensancha a medida que el islamismo se incrusta en las
comunidades musulmanas, tanto en Francia como en el resto de Europa. Es
suficiente ya para que, mañana, los más adoctrinados de los islamistas
arrastren a muchos de sus correligionarios a confrontaciones de gran
escala con la población no musulmana.
En este atolladero, los famosos
‘diálogos’ que exaltan ‘la
gran frater-nidad multicultural ciudadana’ han pretendido aportar un
remedio. Pero, en realidad, más bien han ahondado el mal, al sustentar
el senti-miento de victimismo musulmán. ¿Cómo podría ser de otra
manera, cuando se ocultan las faltas de civismo y las agresiones que se
multiplican a diario con respecto a los no musulmanes, arguyendo un
‘derecho a la diferencia’ sobre un fondo de odio a la identidad
europea, destilado por medios manipuladores? Pero ¿qué otra vía puede
ofrecer el pensamiento al uso para salir de esos engranajes mortíferos
y afrontar el problema juntos? Será necesario, ante todo, poder hablar
unos con otros, lo que requiere un mínimo de lenguaje común y de
comprensión. Ahora bien, esto no existe, o apenas» (Édouard-Marie
Gallez, Comprendre l’islam, seul voie d’avenir, 2016).
«En esta coyuntura, tampoco reside la
solución en saludar la ex-pansión de una supuesta alternativa
modernizadora, como la que propugna Tariq Ramadan de fachada pluralista
y de núcleo anclado en las ideas para él ‘reformistas’, en realidad
fundamentalistas, con origen siempre en Ibn Taymiyya y paso obligado
por Abd al-Wahhab, el fundador de la ortodoxia saudí, y los Hermanos
Musulmanes (punto de llegada muy próximo en el fondo al tradicionalismo
militante del predicador de al-Yazira, Yusuf al-Qaradâwi). El
objetivo
buscado, en nombre de un islamismo remozado, consistirá en la
constitución en los países occidentales de una umma como
comunidad
cerrada de los creyentes, dispuesta a jugar la baza de la democracia,
pero en realidad orientada a formar una microsociedad alternativa, en
que germinarían sin dificultad las semillas de la violencia» (Antonio
Elorza, Los dos mensajes del islam, 2008: 355).
Desde el punto de vista panorámico de la
historia de las religiones, contemplamos los grandes movimientos de su
evolución: vemos cómo, en el siglo I, la religión hebrea se bifurcó
dando nacimiento por una parte al cristianismo, abierto a los gentiles,
mientras por otra parte se producía un repliegue étnico con el judaísmo
rabínico. Bastante más tarde, en el primer tercio del siglo VII, surgió
el mahometismo árabe, que comportaba una gran regresión hacia formas
arcaicas del judaísmo más legalista del Pentateuco, ulteriormente
relanzado por los califas con pretensiones de universalidad.
En nuestros días, como nos dice el sabio
Sami Aldeeb, islamólogo palestino con nacionalidad suiza, en la
advertencia previa a su magistral traducción del Corán (2019), no sería
honrado, ni moral ni intelectualmente, ocultar la realidad de lo que a
fin de cuentas nos vamos a encontrar en el islam. Como previene este
autor, es necesario saber, para no dejarse engañar.
Respecto al presente estudio sobre el
sistema islámico, aclaro de antemano que no pretende ser exhaustivo,
tarea imposible, sino que aborda tan solo una selección de temas
fundamentales, con un enfoque histórico-crítico, sistemático y
sintomático. La abundancia de citas textuales aportadas a lo largo del
libro tiene el propósito de documentar fehacientemente los análisis que
se van efectuando, a fin de propiciar un mejor conocimiento de los
dogmas y los mitos fundantes del sistema.
Por descontado, estas páginas no van
dirigidas a quienes prefieren el desconocimiento, la mentira hábil o el
eufemismo confortable en vez de la esforzada búsqueda de la verdad.
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