La genealogía del
islam
6. El
protoislam nacido del mesianismo nazareno
PEDRO GÓMEZ
|
- La ascendencia nazarena
del mesianismo sarraceno
- Las huellas de los
‘nazarenos’ en el Corán
- Del mesianismo sarraceno
al imperialismo árabe califal
- La estructura mahometana
de las revoluciones modernas
La
ascendencia nazarena del mesianismo sarraceno
Estamos tratando de argumentar que
la formación del
movimiento de Mahoma se remonta a la secta judeocristiana de los
nazarenos,
tenidos por herejes tanto por el cristianismo ortodoxo como por el
judaísmo
rabínico. Del núcleo judaico conserva lo esencial: el monoteísmo, la
circuncisión,
la revelación de la ley, las leyes sobre alimentos, las normas de
pureza
ritual, el profetismo y el mesianismo. Más allá de los pormenores de
las
hipótesis de reconstrucción histórica del vínculo de los árabes de
Mahoma con
los nazarenos, lo cierto es que lo que leemos en el Corán coincide en
los
puntos fundamentales con las doctrinas del mesianismo milenarista
nazareno.
En
efecto, con
toda probabilidad, el movimiento que con el tiempo acabaría llamándose
islamismo derivó su matriz inicialmente de aquella secta presente en el
Próximo
Oriente, sobre todo por Siria, la secta judeocristiana de los
nazarenos. Esto
explica que el Corán reproduzca tan de cerca la teología típica del
nazarenismo. El propio Mahoma habría pertenecido a los sectarios
nazarenos. Se
casó con la judía Jadiya, muy probablemente nazarena, y la boda fue
oficiada
por un primo de ella, el sacerdote Waraqa Ibn Naufal, dirigente de la
comunidad
nazarena. (Cfr. Jean-Jacques Walter, etc.)
Ya
hemos visto
cómo el proyecto inicial de los nazarenos se configuraba con unas
creencias
muy semejantes a las de los zelotas: liberar Palestina de la dominación
extranjera, tomar Jerusalén y reconstruir el templo; pero a esto
añadieron una
versión propia de la salvación universal, en parte procedente de la
apocalíptica judía, y en parte de origen cristiano. La imaginaba como
conquista
mundial por parte del Mesías, al objeto de imponer un reino milenario
sobre la
tierra. Con esta mentalidad, en cada rebelión, esperaban la aparición
de
Cristo como Mesías guerrero, a la cabeza del ejército de los justos. La
teología mesiánica evolucionaba adaptándose a las creencias
populares, y no
cesaba de impulsar a los nazarenos en la expectativa constante de una
ocasión
para la guerra. Algunos, quizá impacientes, concibieron la idea de que
la
intervención final del Mesías podía acelerarse o anticiparse, si ellos
mismos
emprendían la lucha, quizá dirigidos por un nuevo guerrero precursor.
No es
de
extrañar que, en numerosos aspectos, las convicciones nazarenas
prefiguraran
lo que más adelante se encontraría en el islamismo. En efecto, podemos
afirmar
que, así como, a partir del mesianismo judío, se formó la teología
judeocristiana de los nazarenos en medio de las violentas guerras
judeo-romanas, de manera análoga, a partir del nazarenismo se fue
configurando
la teología mahometana, en el torbellino de la guerra entre persas
sasánidas y
romanos de Constantinopla.
En
cualquier
caso, el núcleo del sistema de creencias, fraguado en la tradición
judía
durante siglos, había quedado ya constituido con toda nitidez.
Comportaba el
esquema dinámico de un mesianismo político de conquista, que en su
proyecto
articulaba varios aspectos clave: la llamada a la liberación
(soteriología), el
tiempo final o último (escatología), la intervención con violencia en
la
historia por imperativo divino o sobrehumano (apocalipticismo), y la
instauración de un mundo de justicia (milenarismo).
Buena
parte de
esta teología mesiánica se reencuentra en el dogma islámico, por cuanto
su fe
exige tomar las armas, en nombre de Dios, en el empeño por conquistar
el poder
e imponer por la fuerza su Ley.
Fuera
de lo
que consta en escritos más o menos coetáneos, la presencia de
comunidades
nazarenas en tierras habitadas por tribus árabes está demostrada, al
menos
desde medio siglo antes de la primera predicación de Mahoma. En el
desierto
del Néguev, a unos sesenta kilómetros al sur de Beerseba, se han
hallado numerosos
grafitis o inscripciones sobre la roca, escritas en árabe y datadas
hacia el
año 560. Repiten peticiones de perdón por las faltas «al Señor de
Moisés, o de
Moisés y Jesús, o al Señor del universo» (Prémare 2002). Los autores
son árabes
por la lengua y por los nombres. Dirigen su plegaria al mismo tiempo a
Moisés
y a Jesús, lo que lleva a suponer que pueden ser nazarenos. Una prueba
adicional es que dan a Jesús el nombre de Isa
(como luego hará el Corán), siendo así que los cristianos de lengua
árabe lo
nombraban Yoshu. En aquel tiempo,
únicamente los nazarenos utilizaban el nombre de Isa.
Todos
estos
indicios muestran que, al norte de Arabia, vivían árabes convertidos al
movimiento nazareno, cincuenta años antes de la aparición del
islamismo. Y
algunas de las frases grabadas en las inscripciones del desierto las
encontramos literalmente, un siglo más tarde, en el texto del Corán.
La
reconstrucción histórica apunta cada vez más fehacientemente a la
importancia
de los nazarenos, judíos y árabes conversos, en el proceso de formación
del
movimiento de Mahoma. Probablemente lo alumbraron y solo se
diferenciaron
gradualmente. Mahoma y sus seguidores optaron por arabizar la
doctrina de los
judíos nazarenos y por adherirse a su organización mesiánica militar;
más
adelante, pasarían a capitanearla y a beneficiarse de las conquistas en
exclusiva. Ya se inspiraran en él, o no, aquí reencontramos la idea de
un reino
árabe independiente de los reinos cristianos, que ya había sustentado
Dhu Nuwas
un siglo antes.
Pero
retornemos a los autores griegos, más allá de los que ya he examinado,
siguiendo la pista nazarena. Hay algunos estrictamente coetáneos con
el
desarrollo originario del islam. Los que pertenecen a la primera mitad
del
siglo VII documentan la entrada en escena de los sarracenos, tanto
antes como
después del protagonismo de Mahoma. En los de la segunda mitad del
siglo,
seguimos descubriendo referencias al nazarenismo y, por supuesto, al
agarenismo
mahomético en su expansión imperial.
Juan Mosco
Durante el reinado del emperador
Mauricio, el monje y
hagiógrafo sirio Juan Mosco (550-619) nos deja trazas de una época en
la que
los árabes se hacían cada vez más visibles. Habla de camelleros que
vienen de
Arabia y relata episodios de incursiones de los sarracenos, anteriores
a
Mahoma, que atacaban a monjes y anacoretas (cfr. Juan Mosco 1865, Pratum
spirituale, PG, tomo 87, vol. 3, col. 2867, 2958, 2995).
Alude a
«cuando Naamanes el filarca de los sarracenos efectuó una campaña de
saqueo,
reinando el emperador Mauricio» (col. 3023). Pero, en su obra El prado espiritual, también recopila
vidas ejemplares e historias edificantes, en las que no falta la
cadena de
transmisión, junto con la noticia de una mujer árabe que era cristiana:
«Nos lo
contó
el abad Juan el presbítero, del mismo monasterio, que a su vez lo había
escuchado del abad Sisinio el anacoreta, que lo contaba diciendo:
Estaba yo un
día en mi cueva cerca del santo río Jordán y, mientras salmodiaba la
hora de
tercia, he aquí que vino una sarracena y entro en mi cueva, se puso
delante de
mí y se desnudó. Pero yo no me turbé, sino que seguí cantando mi
salmodia, con
toda calma y temor de Dios, hasta completarla. Y le dije en siríaco:
Siéntate,
que hable contigo y luego hago lo que quieres. Ella se sentó. Entonces,
le
digo: ¿Eres cristiana, o gentil? Ella contesta: Cristiana. De nuevo le
digo:
¿Y no sabes que quienes fornican irán al infierno? Ella contesta: Sí,
lo sé.
Entonces le digo: ¿Y por qué quieres fornicar? Ella me gritó diciendo:
Porque
tengo hambre. Entonces le digo yo: No forniques, sino ven cada día.
Así, de lo
que Dios proveía le daba su comida, hasta que se marchó de aquellos
lugares»
(Juan Mosco 1865, Pratum spirituale, PG, tomo 87, vol.
3, col.
2999).
Sofronio de Jerusalén
Discípulo de Juan Mosco, Sofronio
de Jerusalén (560-638)
fue el patriarca de esta ciudad desde 634. En sus escritos, Sofronio
sigue
renovando el anatema contra numerosas herejías, entre las que aparecen
los
ebionitas, cerintianos y nazarenos (cfr. Sofronio 1865, Epistola
synodica
ad Sergium, PG, tomo 87, vol. 3, col. 3190 y 3194), pero
sin
discutir su doctrina, ni ofrecer datos de su situación concreta.
Los que
atraen
toda su atención son los sarracenos (a la sazón se designaban así los
que en
otro tiempo se habían llamado árabes), con significativas referencias a
ellos,
no solo bajo la denominación de «sarracenos», sino también de
«agarenos» e
«ismaelitas», cuya conquista y ocupación militar se vivió como el
hundimiento
de un mundo. Los que pudieron escapar huyeron a otras partes «por
causa de
las tiránicas incursiones de esos que se llaman agarenos» (Epistola
synodica ad Sergium, PG, tomo 87, vol. 3, col. 1135). El
propio
Sofronio creía que aquella desgracia tremenda que se les venía encima
era un
castigo por los pecados y errores cometidos. Así lo expuso en el sermón
de
Navidad del año 634, cuando ya se encontraban cercados por tropas de
Omar.
«A la
fuerza y
como si fuéramos criminales nos obligan a permanecer en casa, no atados
con
cadenas corporales, sino aterrorizados y encadenados por el miedo
sarracénico. (…) En la actualidad estamos castigados. A la ciudad de
Belén,
que gracias a Dios tenemos tan cercana, no se nos permite ni siquiera
ir (…),
debido a que nos atemoriza la espada de los sarracenos, brutal y por
entero
bárbara, y realmente capaz de toda crueldad. Por eso, esta espada que
fulmina
horrendamente, que respira y amenaza masacre, nos hace despertar de
una visión
feliz y nos obliga a permanecer en casa sin dar un paso más allá. Pues
el puñal
de los agarenos fulmina ahora igual que la espada aquella que
custodiaba la
puerta del paraíso» (Sofronio 1865, Orationes, PG, tomo
87, vol.
3, col. 3205-3206).
«Si
hiciéramos
la voluntad de Dios y retuviéramos constantemente la fe verdadera y
ortodoxa,
rechazaríamos con facilidad el sable de los ismaelitas, nos
libraríamos del
puñal de los sarracenos, romperíamos el peto de los agarenos»
(Sofronio 1865, Orationes, PG, tomo 87, vol. 3, col.
3207).
La
Jerusalén
cristiana se vio forzada a capitular ante el asedio sarraceno. El
patriarca
Sofronio actuó como mediador para el acuerdo de rendición ante el rey
Omar.
Como más adelante se comprobaría, los mahometanos no respetaron la
palabra
dada a Sofronio: el imperio sarraceno les arrebató su modo de vida,
destruyó
todos los libros y los objetos sagrados e instauró su bárbara opresión
en
Siria y Palestina, según refieren fuentes posteriores.
Máximo Confesor
El monje de Constantinopla, abad y
teólogo Máximo Confesor
(580-662) defendió a ultranza, y con un gran costo personal, la
posición del
concilio de Calcedonia. En sus escritos continuó el viejo debate
cristológico,
en el cual rechazaba entre otros a los ebionitas y a Pablo de Samosata
(cfr.
Máximo Confesor 1865a, Opuscula theologica et polemica, PG,
tomo
91, col. 39).
La
irrupción
de los árabes mahometanos en tierras del Imperio romano cristiano
había
causado devastación y una enorme angustia, que se refleja en las
palabras de
Máximo. Pero, a mitad del siglo VI, aquellos invasores aún no tenían
una
denominación específica, salvo su genérica procedencia del desierto:
«¿Qué
hay más
calamitoso en todo el orbe que los males que ahora nos afligen? ¿Qué
más
terrible que los estragos que han contemplado nuestros sentidos? ¿Qué
más
miserable y espantoso para quienes los padecen? En verdad, mirad a esa
nación
del desierto y bárbara, que ocupa los campos ajenos como si fueran
suyos,
fieras salvajes e indómitas, a pesar de su figura humana, que han
devastado el
Estado instituido con leyes y costumbres nobles» (Máximo Confesor
1865b, Epistolae, PG, tomo 91, col. 539).
La
diatriba del
monje y teólogo Máximo contra aquellos agresores herejes no cesa en sus
acusaciones y llega a afirmar que todo aquel caos anunciaba la venida
del
Anticristo:
«Gente
hostil,
desmesurada e inicua, cargada de odio a los hombres y a Dios; y tal vez
más a
los hombres que a Dios, del que se toman tanta licencia que se
divierten sin
límite lanzando insultos e injurias contra los santos, como si fuera
una
venganza. Y cuanto más detenidamente se analizan tales cosas, más se
ve
perfectamente su traidora tiranía y rebelión contra Dios. Es un pueblo
que
vindica la falsedad, autor de matanzas y enemigo de la verdad, acerbo
perseguidor de nuestra fe» (Máximo Confesor 1865b, Epistolae, PG,
tomo 91, col. 539).
Anastasio Sinaíta
Anastasio del Sinaí (630-700) fue
monje, presbítero y abad
en el monasterio del monte Sinaí, así como escritor apologeta y padre
de la
Iglesia. En su obra, no podían faltar las referencias a los nuevos
dominadores
árabes. Son designados como «árabes» y «sarracenos», y no con la
palabra
musulmán o cualquier otra. Tampoco aparece la menor alusión a Mahoma,
ni al
Corán, aunque sí algunos ecos de su doctrina. La percepción que se
tiene de
ellos, hacia finales del siglo VII, es como la de una herejía más entre
las
restantes:
«Cuando
se dé
el caso de discutir con los árabes, hemos de refutar al que diga que
son dos
dioses, al que diga que Dios engendró al Hijo de manera humana, al que
adore
como dios a cualquier criatura en el cielo o en la tierra. Del mismo
modo que
con las restantes herejías, se deben refutar esas falsas sospechas
sobre
nosotros que tienen acerca de la fe. Y así, al oír estas cosas,
aceptarán las
demás con mejor disposición» (Anastasio Sinaíta 1865, Viae dux,
PG,
tomo 89, col. 42).
«Esa
forma
detestable de hablar, como si se hubieran instruido en la disciplina de
los
sarracenos; pues también estos, cuando oyen hablar de la concepción y
la
natividad de Dios, al momento blasfeman imaginando nupcias y semen y
coyunda
carnal» (Anastasio Sinaíta 1865, Viae dux, PG, tomo 89,
col.
170).
Jacobo de Edesa
¿Qué fue de aquellas sectas
ebionitas, nazarenas o
cerintianas, aún presentes por Siria, Palestina y Arabia durante el
siglo VI?
Por lo menos en parte, debieron desaparecer como tales, en la medida en
que
fueron absorbidas por la expansión del agarenismo, es decir, del
primitivo
islam. Ahora bien, según se desprende de testimonios como el del obispo
de
Mosul, Jacobo de Edesa (633-708), los judeocristianos nazarenos aún
continuaban
existiendo más de medio siglo después de muerto Mahoma. En una obra
erróneamente
atribuida a Atanasio de Alejandría, que los especialistas adjudican a
Jacobo
de Edesa, este escribía:
«Pues
sabemos
claramente que están lejanos de Dios todos aquellos que se circuncidan,
sean
creyentes, sean increyentes, sean judíos, sean gentiles, porque se
glorían de
la Ley mosaica y no siguen a Cristo» (Jacobo de Edesa 1857, Quaestiones ad Antiochum ducem, PG,
tomo 28, col. 619).
Este
último párrafo nos informa indirectamente de
que había
gentes no judías que estaban circuncidados, que practicaban la Ley de
Moisés y
a la vez pretendían ser discípulos de Cristo, herejía que se proponía
refutar
el autor de las Quaestiones. En aquel
contexto particular, solamente los nazarenos árabes podían encajar en
tal
descripción: sin ser judíos étnicos, sin embargo obraban como
judaizantes y
pretendían ser seguidores de Cristo, aunque eran rechazados por los
cristianos
ortodoxos. Quizá entonces no era sencillo distinguir aquellos árabes
nazarenos
de los primeros «musulmanes», apelativo que todavía no se usaba.
Juan Damasceno
Entre los intelectuales cristianos
que, en la primera
mitad del siglo VIII, pasado un siglo desde Mahoma, dialogan y
polemizan con el
islamismo, destaca Juan Damasceno (675- 754), que fue un monje teólogo,
filósofo y escritor sirio. Pasó la mayor parte de su vida en el
monasterio de
Mar Saba, cerca de Jerusalén. Este autor alcanza la altura de los
mejores apologetas
de la fe cristiana. Vuelve a examinar la historia de las disputas con
los
movimientos heréticos, desde su ortodoxia católica. El Damasceno se
refiere a
los cristianos llamados «nazarenos» como muy próximos a los ebionitas,
aunque
haya discrepancias entre ellos (cfr. Juan Damasceno 1864, De
haeresibus, PG, tomo 94, col. 695). Sin embargo, no se
detecta ninguna alusión más
concreta, que permita demostrar un vínculo fehaciente del nazarenismo
con el
islam naciente.
Hacia
el año
745, Juan Damasceno, consideraba el mahometismo como una herejía del
cristianismo. En su Libro sobre las
herejías, al tratar de las aparecidas a partir de la época de
Heraclio,
dedica el capítulo 101 a polemizar con aquellos herejes conocidos como
ismaelitas o agarenos, que a sí mismos se designan como sarracenos, de
la secta
fundada por un vate llamado Mahoma (cfr. Juan Damasceno 1864, De
haeresibus, PG, tomo 94, col. 763-774).
Si
hemos de
hacer caso al texto de Juan Damasceno, en él se afirma, a mediados del
siglo
VIII, que Mahoma ya había sido constituido como «profeta» y que existía
un
«libro», consistente en «escrituras», que correspondían a las suras o
capítulos, de los que da varios nombres, incluido uno inexistente en el
Corán
actual.
El
apelativo
más común para designar a los árabes, en el siglo VIII, seguía siendo σαρακηνοὶ, sarracenos. El Damasceno también los mencionaba como αγαρηνοὶ, agarenos e ἰσμαηλῖται, ismaelitas. Para él, la
religión de Mahoma no es sino la herejía de los ismaelitas, que expone
brevemente
y refuta. En su obra, solo menciona el nombre de Mahoma unas pocas
veces, en la
forma Μάμεδ (en griego), Mamed
en la traducción latina. En el diálogo damascénico recopilado por
Teodoro
Abucara, unos decenios después, aparece tres veces el nombre como Μουχαμὲθ (en griego), Muchamethus
(en latín).
Con un
significado más específico, a los sarracenos de Mahoma se los conocía
por
entonces como muhāŷirūn (en árabe:
los que emigraron), mahgrāyē (en
siríaco), μαγαρίται (en griego). Ulteriormente aparecería la designación de
mahometanos: mahumetani y mohammedani,
y el nombre de Mahoma
latinizado como Mahumetus, o Mohammedes.
Para la denominación del
nuevo sistema religioso se utilizaba el término μαγαρισμὸς
(en griego), margarismus (en latín) y
agarismo o agarenismo, hasta que se fue imponiendo, quizá hacia finales
del
siglo VIII, eslamismus, islamismo.
Los vocablos muslime o «musulmán» como calificativo de los seguidores
de una
nueva religión son igualmente tardíos.
El
Damasceno
despliega una diatriba en toda regla con el fin de refutar numerosas
creencias
coránicas, entre las que se encuentran las siguientes: la afirmación
de que
Jesús no fue crucificado, la negación su filiación divina, el aserto
de que
María era hermana de Aarón y Moisés, o que ella era miembro de la
Trinidad, la
sustitución de Isaac por Ismael en el sacrificio de Abrahán, la
condición
profética de Mahoma, la revelación divina del Corán, la subordinación
de la
mujer en el matrimonio y el repudio, la acusación contra los cristianos
de ser
asociadores e idólatras por venerar la cruz o las imágenes de santos,
el culto
a la piedra de la Caaba, la predestinación divina que anula el libre
albedrío
humano, etc. El capítulo 101 del compendio sobre las herejías comienza
así:
«Pero
hasta
ahora el fantasma de los ismaelitas, que es precursor del Anticristo,
sigue
fuerte engañando al pueblo. Descienden de Ismael, el hijo que Agar dio
a
Abrahán. Por eso los ismaelitas se denominan también agarenos. Los
llaman
asimismo sarracenos, de Σάῥῤας
κενούς (esto es, vacíos de Sara), por lo que Agar
respondió al
ángel: ‘Sara me despidió vacía’. Estos eran idólatras y adoraban a la
estrella
matutina, a Afrodita, la Jabar, que en su lengua significa la Grande.
Se sabe
que adoraban a los ídolos hasta los tiempos de Heraclio. Pero de
entonces a
nuestros días, apareció entre ellos un falso profeta, de nombre Mahoma.
Este,
después de frecuentar el Antiguo y el Nuevo testamento y de conversar
supuestamente
con un monje arriano, fundó su propia herejía. Y, mediante una aparente
piedad,
obtuvo el favor de la gente, predicando que había descendido del cielo
una
escritura y se le había encomendado. Escribió algunas elucubraciones
dignas de
risa en su libro y lo presentó como objeto de veneración» (Juan
Damasceno
1864, De haeresibus, PG, tomo 94, col. 763-766).
Juan
Damasceno
es autor también, en plan apologético, de una conocida Controversia
entre un sarraceno y un cristiano (Juan Damasceno
1864, Disceptatio christiani et saraceni, PG, tomo 94,
col.
1585-1598; también 1860, Disputatio saraceni et christiani, PG,
tomo 96, col. 1335-1348). Uno de sus diálogos aparece recogido por
Teodoro
Abucara, o Teodoro Abu Qurra (740-820), discípulo suyo, teólogo, que
escribió
en griego, árabe y siríaco en defensa de la fe cristiana.
En esos
escritos, el Damasceno desarrolla todo un argumentario, concebido como
defensa
de los católicos frente a los musulmanes, que tuvo gran influencia
posterior.
No obstante, hemos de reconocer que la exégesis, la dialéctica y el
estilo
propios del siglo VIII no satisfacen las exigencias críticas de hoy,
aunque sí
manifiestan un denodado esfuerzo por promover la racionalidad y la
verdad, a la
vez que ofrecen brillantes intuiciones dialécticas.
En los
autores
cristianos que escribieron a lo largo del siglo y medio posterior a la
hégira,
como Sofronio de Jerusalén, Máximo Confesor, Anastasio Sinaíta, Juan
Damasceno
y Teodoro Abucara, tenemos fuentes indirectas sobre el islamismo
naciente, más
antiguas que todas las fuentes musulmanas conservadas, puesto que, como
sabemos, la documentación árabe de los dos primeros siglos islámicos
desapareció,
seguramente destruida por orden de los califas musulmanes.
Numerosas
investigaciones que miran retrospectivamente, en busca de los orígenes
del
islamismo, llegan a la conclusión de que, en el momento de empezar su
actividad pública, hacia el año 610, el Mahoma histórico y sus
seguidores
estaban ya «adoctrinados» y formaban parte de unas comunidades de fe
cuyo
perfil coincide con el de los judíos nazarenos.
De ellos habrían
recibido la fe monoteísta y un mesianismo militante, que proyectaba su
enemistad contra el Imperio romano de Oriente. La tesis es que los
nazarenos,
a pesar de las persecuciones por parte de los ortodoxos, no solo habían
continuado existiendo, sino que se habían expandido en varias tribus
árabes, a
las que habían atraído con su mensaje mesiánico, apocalíptico y
milenarista.
Entre esas tribus estaba la de los curaisíes, a la que pertenecía la
familia de
Mahoma. Hay indicios históricos de que, en un momento dado, los
nazarenos
judíos, junto con los árabes conversos, participaron como tropas
auxiliares al
lado de los persas sasánidas, cuando estos avanzaban en su guerra
contra
Heraclio. Años más tarde, tras sus éxitos militares, los agarenos de
Mahoma,
aunque adheridos al mesianismo nazareno, decidieron una ruptura
radical con
sus mentores, si bien conservaron intacto lo fundamental de su
teología
política.
En
opinión de
importantes especialistas, hoy va cobrando cuerpo la teoría de que el
protoislam o islamismo primitivo nació como una arabización
del nazarenismo. De hecho, en la religión de Mahoma
encontramos básicamente una amalgama de judaísmo heterodoxo y
cristianismo
sectario, en continuidad con la preexistente en los ebionitas y los
nazarenos,
con la particularidad de haberse adaptado a la mentalidad de unas
tribus árabes
del desierto, a las cuales sirvió como ideología aglutinadora y
legitimadora
en el desarrollo de sus estructuras de poder. En pocos decenios, al
hilo de
las victorias militares y las conquistas de los sarracenos, el
mesianismo
nazareno de liberación se fue transmutando en un imperialismo árabe
de
agresión y sometimiento. Hacia finales del siglo VIII, las doctrinas
nazarenas
recibidas y adaptadas ya habían evolucionado hasta constituir una
nueva
religión, propia de árabes, que exaltaba a Mahoma como profeta étnico
y que
acabaría adoptando la denominación de islamismo o islam, cuyo
significado no es
otro que sumisión.
El
nazarenismo
representó, pues, una especie de preislam anterior a Mahoma, de modo
que
influyó en él y, a partir de ahí, el predicador Mahoma favoreció la
adaptación
teológica de ese mesianismo nazareno al mesianismo agareno, durante el
período
formativo de este último, con anterioridad a la codificación del Corán.
De
hecho, la
presencia del judeocristianismo por toda Siria, Palestina e incluso
Arabia
parece incuestionable, en la actualidad, para no pocos estudiosos del
tema:
«De ahí
que el
judeocristianismo calara entre los árabes que en el siglo VII
conquistaron
tales tierras dando posteriormente lugar al islam, el cual tomó del
judeocristianismo sectario su vocación polémica y tanto de este como
del
judeocristianismo no sectario numerosas ideas (y textos) a los que
sumó otras
varias creencias (y de nuevo textos) procedentes del judaísmo
rabínico, el
cristianismo oriental (miafisita, diofisita y calcedoniano), el
maniqueísmo, el
monoteísmo indeterminado de corte abrahámico que bajo él habría de
cobrar un
nuevo impulso y, por último, el zoroastrismo. Cuando el islam irrumpió
en el
horizonte de oriente medio a mediados-finales del siglo VII, el
carácter periférico del cristianismo asirio
permitió que lo que no comenzó siendo una nueva religión terminara, así
las
cosas, por transformarse en una nueva religión con un nuevo nombre»
(Segovia
2010: 99).
Según
las
investigaciones de Édouard-Marie Gallez, en los albores del siglo VII,
el
movimiento nazareno se encontraba extendido por Siria, Palestina y
Arabia. Se
caracterizaba, como hemos visto, por un mesianismo radical.
Derivados de los
judíos y los cristianos, sin embargo, eran rechazados por el judaísmo
rabínico
y tachados de herejes por el cristianismo católico niceno. Ellos se
consideraban a sí mismos como los únicos verdaderos herederos del
judaísmo y de
Jesús, los únicos «puros» y «justos». Según su doctrina, Jesús era el
Mesías,
más que un profeta, como personaje escatológico, pero no el hijo de
Dios.
Habría escapado a la crucifixión y Dios lo había elevado al cielo, de
donde iba
a descender un día para encabezar el ejército de los «justos» y
conquistar la
tierra. Concebían, pues, a Jesús como un Mesías conquistador e
instaurador de
un reino de justicia. Ellos creían ser los instrumentos elegidos, los
protagonistas
guerreros de la liberación de Israel y la reconstrucción del Templo,
mediante
la cual esperaban acelerar el retorno del Mesías. Entonces, este, al
frente de
las milicias de los «justos», masacraría a los pueblos injustos y los
sometería
a su servicio, imponiendo en el mundo un imperio de justicia universal.
En él,
sus adeptos dominarían como señores de una tierra liberada del mal, en
un mundo
perfecto, al estar regido por la Ley de Dios (cfr. Gallez 2005).
A este
movimiento nazareno, como he indicado ya, debió pertenecer el clan de
Mahoma,
él mismo y sus seguidores sarracenos, en la fase del preislam
y el protoislam, cuando los nazarenos, de etnia judía,
estuvieron aliados con sus vecinos árabes como tropas auxiliares
aguerridas.
Por entonces, habían entrado en acción predicadores en lengua árabe,
como
Waraqa Ibn Naufal, que, junto con el propio Mahoma, adoctrinaron a las
tribus
árabes con los relatos mesiánicos y milenaristas. Emprendieron
sucesivas tentativas
bélicas, algunas adversas como la batalla de Muta, el año 629, en la
que
vencieron los romanos orientales. En otras vencieron, como en la
campaña de
Gaza (el año 634), y lograron por fin tomar Jerusalén, en el 637. El
victorioso
Omar realizó una apresurada reconstrucción del Templo, en 638. Según
la
teología nazarena, Jesús debía regresar como Mesías armado, para
acaudillar la
conquista del mundo. Pero la realidad es que el Mesías no apareció. El summun de las expectativas se veía
defraudado.
Un par
de años
después, quizá por la decepción subsiguiente a la incomparecencia
mesiánica, se
produjo la ruptura de la alianza con los nazarenos judíos. Los jefes
militares
árabes, dueños ya de Oriente Próximo, se volvieron violentamente
contra los
nazarenos y asumieron como propio el proyecto mesiánico, calificándose
a sí
mismos como los nuevos elegidos por Dios para dominar el mundo. A
partir de
ahí, se produjeron las mutaciones que crearon el protoislam
y el islam primitivo, entre guerras civiles por el
control del poder y la rivalidad por asentar la nueva legitimación
religiosa.
Entonces nacieron los primeros conceptos característicos de lo que, más
tarde,
se llamaría islam: el califa como lugarteniente de Dios, el libro
sagrado
árabe, la ciudad santa árabe, la revelación específica de Dios al
pueblo
árabe, la exaltación de la figura de Mahoma como profeta. Por tanto,
fue en la
segunda mitad del siglo VII cuando el islam fue reemplazando al
nazarenismo. La
elaboración completa del islamismo se prolongaría largo tiempo, por
lo menos
durante doscientos años, siempre bajo supervisión de los emperadores
sarracenos,
los califas, al tiempo que se hacían desaparecer todos los documentos
árabes
anteriores al siglo IX y se borraban las huellas del pasado nazareno.
A pesar
de todo, quedaron algunas menciones oscuras a los «nazarenos» en el
Corán,
sobre todo en los capítulos 2 y 5, dando pie a que se los confunda con
los cristianos.
En
suma, los
sarracenos adoptaron de los nazarenos un esquema mítico de liberación
del
pueblo elegido, migración por el desierto, ataques y conquista de la
tierra
prometida por Dios: se trata de un esquema típico que había sido el de
Moisés y
Josué, luego el de los macabeos y, más tarde, el de los zelotas.
Además, le
agregaron el mitema de la ofensiva subsiguiente contra los demás
pueblos, que
responde a una idealización del modelo del mesianismo imperialista de
inspiración
davídica. Al apropiárselo los árabes, en un principio, creían que
Dios los
ayudaría en su causa nacional. Pero, llegado un momento posterior,
cambiaron el
enfoque para reinterpretar su expansionismo militar como cumplimiento
de la
voluntad divina. Así, la yihad se concibió como lucha armada «en el
camino de
Dios», como guerra religiosa respaldada con una legitimación
teológica.
Primero, creyeron que Dios los ayudaría a ellos para vencer. Después,
imaginaron
que eran ellos los que tenían el deber de auxiliar a Dios,
acaudillando su
causa mesiánica. Una causa que, en la práctica, comportaba y
sacralizaba la
agresión a cualquier país del mundo con el fin de someterlo al islam.
Todo en
nombre de Dios y, evidentemente, en provecho propio.
En
perspectiva
histórica, la mayoría de los personajes mesiánicos acabaron fracasando
irremisiblemente en su empeño y casi ninguno tuvo continuadores
directos. Sin
embargo, la idea mesiánica renacería una y otra vez con nuevos matices.
En el
caso de Jesús, es patente su fracaso personal inmediato y su
crucifixión. A
pesar de lo cual, para sus discípulos, la humillación había sido
compensada con
un grandioso éxito en la resurrección y culminaría la futura venida de
Cristo
como juez universal. Algunos adeptos, más bien marginales, se negaron
a
aceptar esa humillación de Cristo de la cruz e imaginaron que había
escapado de
la crucifixión y que Dios lo ocultó, hasta que llegue el momento de su
regreso,
el último día, para instaurar definitivamente su reinado.
A
diferencia
de Jesús, el predicador y jefe militar Mahoma salió triunfante en sus
planes
de conquista, aunque sus seguidores nunca le atribuyeron un papel
salvífico en
el drama escatológico, salvo el de transmisor de la palabra de Alá.
Según
consta en el Corán, él mismo se consideraba muy por debajo de Jesús.
Tal como
ocurrieron los acontecimientos, las creencias islámicas evolucionaron
de manera
significativa. En una primera fase, Mahoma y los suyos seguían
creyendo en la
función que los nazarenos atribuían a Jesús, esperando que, en el
último día,
comparecería como Mesías guerrero, para acaudillar la victoria de los
justos
sobre todos los poderes mundanos. En una fase posterior, no obstante,
cuando
rompieron con los judíos nazarenos y se afanaban por distanciarse de
ellos, la
teología mahometana desdobló la figura mesiánica, a su conveniencia,
inventando el personaje del Mahdi. Así, al afirmar que sería el Mahdi
quien
asumiría el protagonismo de la lucha armada escatológica, se
desdibujaba el papel
del Mesías Jesús. Por último, en una tercera fase, fueron los califas
musulmanes los que se arrogaron para sí mismos el protagonismo
principal y
acometieron en primera persona la conquista del mundo, sin aguardar ya
ni al
Mahdi, ni a Cristo. En consecuencia, en el islamismo mayoritario,
observamos
cómo ambos han quedado desprovistos de toda misión efectiva en la
historia
inmediata y tácitamente postergados a un vago futuro incierto.
Las huellas de los
‘nazarenos’ en el Corán
No sabemos qué hizo y dijo Mahoma,
pero sí, con toda
seguridad, que los califas sarracenos alteraron el mensaje mesiánico,
escatológico y milenarista inicial, recibido de los judíos nazarenos y
puesto
en práctica, hasta transformarlo luego en una ideología propia, en un
recurso
para camuflar y justificar la práctica de sojuzgamiento militar,
político y
cultural que estaban llevando a cabo en este mundo y por cuenta propia.
Así, de
hecho, la causa de Alá se transmutó en la causa
de los árabes. Solo más tarde, con la dinastía abasí, se convirtió
en la causa del islam, es decir, de los
musulmanes en general. Semejante proceso exigía borrar de la escena el
papel de
los nazarenos, judíos, en el seno de cuyo movimiento había nacido el
protoislam
y del que había derivado el islam primitivo. Hay indicios de que
destruyeron
todos sus escritos, y pruebas de que rasparon menciones de los
nazarenos que
aparecían en páginas del Corán. Y, al trazar la historia oficial,
omitieron su
participación en los hechos.
La
doctrina
nazarena es ubicua en el Corán, pero no así su mención expresa. Sin
embargo, a
pesar de todo, acaso por haberse perdido su recuerdo y olvidado su
significado,
el texto conocido del Corán conserva unas cuantas menciones a ellos, en
las que
emplea la palabra «nazarenos». Casi todos los traductores han errado,
al
traducir el término por «cristianos», incrementando la oscuridad del
texto,
que, no obstante, se disipa tan pronto como restituimos al término su
verdadero
sentido.
El
vocablo nazarenos
se utiliza quince veces en el Corán, siempre en capítulos adscritos al
período
de Medina. De esas veces, siete están en el capítulo 2, y cinco en el
capítulo
5. Lo normal, como acabo de decir, es que los traductores lo hayan
traducido
por «cristianos», salvo muy pocos, como Sami Aldeeb, que lo traducen
expresamente por «nazarenos». La traducción de nasara
por «cristianos» obvia el problema, pero es injustificada y
errónea. La designación nasara
(nazarenos), como ya hemos señalado, aparece en el Corán actual de
manera
confusa e inexacta. Propiamente el término denominaba la secta
judeocristiana
vinculada y coligada con Mahoma. Pero el Corán, en ocasiones, designa
con ese
mismo término a los cristianos, lo que evidencia que estas menciones
de los
cristianos como nasara son tardías,
de cuando ya se había oscurecido su significado. En tales casos, no
debían
figurar originalmente en el texto.
Si
pasamos
revista a las quince menciones de la palabra «nazarenos» en las suras
coránicas, según criterios de algunos analistas, habría cuatro
originales,
referentes a los judíos nazarenos:
«Los
que han
creído, los judíos, los nazarenos y los sabeos, todo el que ha
creído en
Dios y en el último día y ha hecho una buena obra, tendrán su
recompensa junto
a su Señor» (Corán 87/2,62).
«Los
que han
creído, los judíos, los sabeos, los nazarenos, los
zoroástricos y los
asociadores, Dios decidirá entre ellos el día de la resurrección»
(Corán
103/22,17).
«Los
que han
creído, los judíos, los sabeos y los nazarenos, cualquiera que
ha creído
en Dios y en el último día y ha hecho una buena obra, que no teman, y
no
estarán tristes» (Corán 112/5,69).
«Encontrarás
que los más duros en enemistad hacia
los que
han creído son los judíos y los asociadores. Y encontrarás que los más
cercanos
en afecto hacia los que han creído son los que dijeron: ‘Somos nazarenos’.
Es porque hay entre ellos sacerdotes y monjes y no son arrogantes»
(Corán
112/5,82).
Las
restantes
menciones del vocablo aparecen insertas en versículos donde debieron
ser
añadidas con posterioridad, lo que se corrobora al comprobar que
están
ausentes en los códices más antiguos. Se observará que, en casi todos
estos
casos, se yuxtaponen a la mención de los judíos:
«Y
dirán: ‘No
entrarán en el jardín más que quienes sean judíos o nazarenos’»
(Corán
87/2,111).
«Los
judíos
dijeron: ‘Los nazarenos no tienen fundamento’. Y los nazarenos
dijeron: ‘Los judíos no tienen fundamento’. Ahora bien, ellos recitan
el libro»
(Corán 87/2,113).
«Ni los
judíos, ni los nazarenos, te aceptarán más que cuando sigas su
religión»
(Corán 87/2,120).
«Dirán:
‘Si
sois judíos o nazarenos, estaréis dirigidos’. Di: ‘[Seguimos]
más bien
las palabras de Abrahán, un hombre recto. Él no era de los
asociadores’»
(Corán 87/2,135).
«¿O
diréis que
Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus eran judíos o nazarenos?
Di:
‘¿Es que vosotros lo sabéis mejor, o es Dios?’» (Corán 87/2,140).
«Abrahán
no
era ni judío ni nazareno, sino que era recto, sumiso. Él no era
de los
asociadores» (Corán 89/3,67).
«De los
que
dijeron: ‘Somos nazarenos’, habíamos recibido su compromiso.
Pero
olvidaron una parte de lo que se les recordó. Por eso, hemos lanzado
entre
ellos la enemistad y el odio hasta el día de la resurrección» (Corán
112/5,14).
«Los
judíos y
los nazarenos dijeron: ‘Nosotros somos los hijos de Dios y sus
predilectos’. Di: ‘¿Por qué, entonces, os castiga él por vuestras
faltas? Sois
más bien humanos entre los que él ha creado. Él perdona a quien quiere,
y
castiga a quien quiere’» (Corán 112/5,18).
«¡Vosotros
que
habéis creído! No toméis como aliados a los judíos y a los nazarenos!
Son aliados unos de otros. Cualquiera de vosotros que se alíe con ellos
es de
los suyos» (Corán 112/5,51).
«Los
judíos
dijeron: ‘Esdras es hijo de Dios’. Y los nazarenos dijeron: ‘El
Mesías
es hijo de Dios’. Esta es la palabra de sus bocas. Imitan la palabra de
quienes
se negaron a creer anteriormente. ¡Que Dios los combata!» (Corán
113/9,30).
Es
altamente
probable que algunas de estas menciones coránicas de los nazarenos se
refieran
en efecto a los cristianos (véanse las notas de Aldeeb 2019 a Corán
87/2,62 y
89/3,52), designados así en un momento tardío en que se había
difuminado ya la
memoria del nazarenismo y el término acabó por aplicarse a los
cristianos.
Antonio
Moussali utilizó la salmodia del texto coránico para detectar segmentos
del
versículo que rompen el ritmo de la frase, desvelando así que ha habido
una
inserción en el texto. Por ejemplo, hay dos versículos de la sura 5, ya
citados, que entran en contradicción entre sí, diciendo uno que los
nazarenos
son los más cercanos (Corán 112/5,82), y otro que hay que evitar
aliarse con
ellos (Corán 112/5,51). Pues bien, ahí, en el versículo 51, la
expresión «y a
los nazarenos» (nasara) rompe el
ritmo de la frase, lo que revela que se trata de una inserción
posterior.
Además,
es
probable que haya que entender también como alusiones a los nazarenos
el empleo
el sustantivo «auxiliares» (ansar) y el verbo «auxiliar» o
socorrer (nasara).
Porque en árabe estas palabras poseen el mismo esqueleto consonántico (nsr
o nzr) que nazara (nazareno). Si esto
fuera así, entonces resulta que cuando
se habla de los «auxiliares de Dios» se está significando a los judíos
nazarenos, y cuando se utiliza la expresión «los emigrados y los
auxiliares»
se está refiriendo respectivamente a los árabes seguidores de Mahoma
y a los
judíos nazarenos, ambos coligados, que habrían formado parte
integrante de los
ejércitos conquistadores del norte de Arabia, Siria y Palestina, entre
el año
630 y el 638. He aquí las citas pertinentes:
«Los
que han
creído, emigrado, y luchado con sus fortunas y sus personas en el
camino de
Dios, así como los que los han acogido y auxiliado, estos son
aliados
unos de otros» (Corán 88/8,72).
«Los
primeros
precursores entre los emigrados y los auxiliares, y los que les
siguieron de buen grado, Dios los ha acreditado, y ellos lo han
acreditado. Él
ha preparado para ellos jardines bajo los cuales corren arroyos, donde
estarán
eternamente» (Corán 113/9,100).
«Dios
ha vuelto al profeta, a los
emigrados y los auxiliares que lo siguieron en un momento de
apuro,
cuando los corazones de un grupo de entre ellos casi se desviaron»
(Corán
113/9,117).
Por lo
demás,
pudiera ser, aunque no es tan seguro, que haya otras alusiones
implícitas a
los nazarenos en versículos como, por ejemplo,el que dice: «Entre
las gentes
de Moisés hay una comunidad que se dirige según la verdad y,
mediante esta,
practica la justicia» (Corán 39/7,159).
En fin,
sin
circunloquios, cabe sustentar la tesis de que la religión que, andando
el
tiempo, se llamaría islamismo nació de la fusión de la belicosidad de
los
sarracenos con el mesianismo milenarista de los judíos nazarenos.
Derivó, en
definitiva, de un movimiento sectario judeocristiano al que los árabes
de
Mahoma se adhirieron y luego adoptaron como propio. Solo más adelante,
en la
época abasí, los conversos persas se propusieron transformarlo en una
religión
universal.
Más
allá del
Corán, se podrían rastrear las huellas remanentes de los nazarenos
también en
las fuentes clásicas musulmanas: en los fabularios de la tradición y en
las
legendarias biografías del profeta del islam. Pero esto queda
pendiente, para
quien se anime a investigarlo.
Lo que
debemos
concluir es que la traducción ordinaria de nasara
por «cristianos» es errónea en los casos donde, claramente, se trata de
los
judíos nazarenos. Porque la designación de «nazarenos» aparece en el
Corán
actual de manera confusa y equívoca. En sentido estricto, en los años
20 y 30
del siglo VII, los «nazarenos» eran una secta judeocristiana
vinculada y
coligada con Mahoma. En ocasiones, el Corán designa con esa misma
palabra a los
cristianos, pero todas estas designaciones de los cristianos como nasara demuestran ser tardías, de un
tiempo en que ya se había perdido la memoria de los verdaderos
nazarenos. Por
esto mismo, se puede colegir que no figuraban originalmente en el
texto, como
en algunos casos se ha verificado.
Según
parece,
a los cristianos también se les aplicó, en un tiempo posterior, el
calificativo
de «asociadores» (muchrikûn, shirk),
para polemizar con ellos,
mediante una asimilación tendenciosa de la teología trinitaria a un
triteísmo.
Con todo, el significado de ese término, que apuntaría también al
politeísmo y
la idolatría, está poco claro. Se trataría, más bien, de un artefacto
ideológico, porque lo más probable es que tales supuestos politeístas
no
existieran en Arabia en aquella época, salvo muy marginalmente. Por
otro lado,
hay otros pasajes concretos del Corán donde el apelativo de
«asociadores»
podría referirse, de manera extemporánea, a los rebeldes de la segunda
guerra
civil intermusulmana, librada entre 680 y 692, que terminó con la
victoria aplastante
de Abd Al-Malik (cfr. Corán 87/2,193 y 88/8,39).
Del
mesianismo sarraceno
al imperialismo árabe califal
Hoy parece establecido que
el mesianismo sarraceno de los árabes adoctrinados por Mahoma se
injertó en el
previo mesianismo escatológico de los judíos nazarenos. El movimiento
judeo-árabe resultante, impelido por un milenarismo avivado por la
agitación de
aquella época, se lanzó a la conquista armada de Palestina y Siria,
hasta
culminar en la toma de Jerusalén, donde celebraron los rituales que
debían
propiciar la venida del Mesías Jesús. Pero la expectativa se vio
frustrada.
Probablemente hacia el año 640, el rey Omar dio un giro en la política
de los
árabes «emigrantes»: rompió con los judíos nazarenos, consumó la toma
del poder
en Siria y Palestina, y dirigió sus ejércitos hacia nuevas conquistas,
de
carácter imperial, que no cesarían en mucho tiempo.
En el
mesianismo nazareno y sarraceno, la política se concebía como una guerra
teológica, es decir, estaba subordinada a la consecución de los
objetivos
religiosos del reino de Dios y su Mesías. Pero, con la mutación del
imperialismo árabe, introducida por Omar, en realidad, la religión se
convirtió, a medida que surgía el islam, en ideología legitimadora de
un
proyecto político de dominación califal del mundo. La yihad seguía
invocando a
Dios, mientras que practicaba la guerra de conquista. No era ya
la
política al servicio de la religión –aunque esto se mantuviera como
apariencia–, sino, al contrario, la religión como instrumento de una
política
de agresión, ocupación, saqueo, dominación, asimilación y dimmitud.
En
resumen, el
proceso histórico de formación del islam, a partir de su ascendencia
mesianista
judaiconazarena, muestra una evolución conforme a las siguientes fases:
1ª. La
predicación de Mahoma, captado para el nazarenismo, difundió entre las
tribus
sarracenas un mesianismo escatológico, milenarista, que anunciaba la
hora del
levantamiento contra la injusticia y la venida del Mesías para
instaurar su
reino.
2ª. En
el
contexto de la recrudecida confrontación romano-persa, Mahoma y los
«creyentes»
dieron el paso a intervenir en el conflicto, en nombre propio:
reconvertido en
«profeta armado», Mahoma se lanzó a vivir en la acción el mito de la
guerra
mesiánica, escatotógica, con la creencia de acelerar así la llegada del
Mesías
guerrero, como caudillo que consumaría la victoria.
3ª. Al
frustrarse la esperanza en la aparición del Mesías, desaparecido ya
Mahoma y
ocupado el poder por los primeros reyes mahometanos, que aún no eran
propiamente califas, permaneció el impulso militar del mesianismo
sarraceno.
Este se transformó, paulatinamente pero de manera definitiva, en un
imperialismo árabe muy violento y en sorprendente expansión.
En
suma, la
rebelión contra el Imperio romano se transmutaría en la creación de un
imperio
propio, sarraceno. En esto consistía el mesianismo realizado.
La
estructura mahometana
de las revoluciones modernas
Si ampliáramos la escala temporal
más allá de aquel
contexto de la antigüedad tardía, aún cabe hacer una última reflexión,
para
caer en la cuenta de cómo la estructura ideológica mahomética, esto es,
el esquema mesiánico y milenarista,
ha persistido a largo plazo en la historia,
de tal manera que lo vislumbramos en los utopismos revolucionarios
modernos.
En efecto, en un plano más general de teorización histórica, no
es
difícil correlacionar la secuencia básica del comportamiento
paradigmático de
los macabeos, los zelotas, los nazarenos y los mahometanos con el
esquema
típico de las utopías revolucionarias de los siglos XVIII al XX, por
más que
cada una confiera a sus fantasías un sello propio, adaptado al
contexto de la
época. Todas reeditan una mitología mesiánica, estructuralmente
homóloga,
vinculada a una esperanza de transformación radical de la sociedad
que
advendrá el último día e inaugurará una nueva era.
No sin
razón,
Lévi-Strauss llamó a Napoleón «ese Mahoma de Occidente» (Tristes
trópicos,
1955: 409). Es también lo que verificamos, análogamente, en la
mitología del
socialismo marxista: cree firmemente en el pecado original y mortal
(el
capitalismo), y en el demonio (la ideología burguesa), que oprimen al
pueblo
elegido (la clase obrera o proletaria), por lo que merecen el castigo y
el
infierno (la violencia revolucionaria, la tortura, la condena a muerte,
el
campo de concentración); por ello, los profetas de la verdad absoluta
(Marx,
Lenin, el partido, la vanguardia) propugnan la emancipación del
proletariado
(el plan soteriológico), la lucha final (el momento escatológico), en
la que
las leyes dialécticas de la historia manifestarán su poder (la
irrupción
apocalíptica: derrota del capitalismo, persecución de los no marxistas)
y
conducirán a la sociedad sin clases o paraíso comunista (el reinado
milenario:
una era de plenitud bajo un totalitarismo supresor de toda disidencia).
Es
patente que
ese tipo de creencias míticas, o utópicas (la utopía, a fin de cuentas,
no es
más que un mito proyectado al futuro), cambian muy poco el enfoque y
los
mecanismos de pensamiento y acción característicos del nazarenismo,
precedido
a su vez por zelotas y macabeos. Basta apenas con una sibilina
metamorfosis
del lenguaje.
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