La genealogía del
islam
7. El Corán,
libro divino del islamismo
PEDRO GÓMEZ
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- El texto recibido del Corán
- El dogma islámico del Corán
como palabra divina
- La prueba de la inimitabilidad
del Corán
- Las versiones
discrepantes, reconocidas por la tradición
- Las investigaciones
histórico-críticas sobre el Corán
- Los manuscritos más
antiguos del Corán
- La lengua y la escritura
árabes del Corán
- La composición del texto
coránico: etapas y estratos
- Las fuentes
literarias del Corán
- De qué Corán se habla en el
Corán
- El mensaje coránico es la
Torá traducida a los árabes
- La autoría del texto coránico
- Los errores lingüísticos en
el texto del Corán
- Los errores de
contenido en relatos del Corán
- Las contradicciones
y la doctrina de la abrogación
- Conclusiones del estudio
sobre el Corán
- Un ejemplo de la anfibología
del texto árabe coránico
El texto recibido del
Corán
El Corán constituye un texto
escrito en lengua árabe,
considerado como libro sagrado, y hasta divino, por los fieles del
sistema
islámico. En cuanto libro disponible, las ediciones modernas tenidas
por más
fidedignas son dos: la del orientalista alemán Gustav Flügel, Al-Qoran. Corani textus arabicus
(Leipzig, 1834); y la edición canónica del Corán
preparada por la egipcia mezquita y universidad de Al-Azhar (El Cairo,
1923),
bajo los auspicios del rey Fuad de Egipto.
Ambas
presentan entre sí bastantes diferencias en la numeración de los
versículos,
lo que entorpece las citas y referencias. Hoy, se ha generalizado el
uso de la
versión publicada por los eruditos de Al-Azhar. Sin embargo, ninguna
de esas
dos versiones constituye una edición crítica, todavía por hacer. Del
Corán hay
múltiples variantes en textos antiguos. No se sabe exactamente cuándo
se
terminó de fijar el libro que ha llegado hasta nosotros, compuesto por
114
capítulos, llamados tradicionalmente suras, con un total de 6.236
versículos,
también llamados aleyas. La edición cairota adjudica 86 de los
capítulos a la
época de Mahoma en La Meca, antes de la hégira, y 28 a la época de
Medina,
después de la hégira. Los capítulos antehegíricos contienen 4.613
versículos
(el 74%), y los poshegíricos, 1.623 versículos (el 26%); pero estos
últimos son
más largos, por lo que suman el 35% del texto coránico.
Aunque
hay en
circulación distintas versiones del Corán, todas ellas postulan
corresponder
estrictamente al «Corán de Utmán» el califa (m. 656), pero los
manuscritos
antiguos disponibles ponen en evidencia lo infundado de semejante
pretensión.
Los manuscritos coránicos conocidos, que están sirviendo para el
desarrollo de
la investigación científica sobre el texto, son muy numerosos, pero los
más
antiguos son todos muy fragmentarios. Lo que está claro es que hubo un
tiempo
dilatado de formación, composición, alteración y reescritura del texto,
con
expurgación de las versiones y variantes consideradas inconvenientes.
En cualquier
caso, lo cierto es que no existe hasta ahora ninguna edición crítica
del
Alcorán, el libro sagrado del islamismo.
Empezando
por lo más externo, ni siquiera
está claro de cuántos versículos consta el Corán, pues su número varía
según la
versión y la edición: el publicado en Egipto y Arabia Saudí, según la
lectura
de Hafs, contiene 6.236 versículos; el publicado en Marruecos, según la
lectura
de Warsh, contiene 6.214 versículos; el publicado en Sudán, según la
lectura de
Al-Duri, contiene 6.204 versículos; el publicado en el Imperio
otomano, hacia
1880, contiene 6.344 versículos; el publicado por Gustav Flügel, en
1834,
contiene 6.238 versículos.
Con
todo,
contamos con gran cantidad de ediciones impresas a nuestra
disposición. A
efectos prácticos, para acceder al Corán, lectores y estudiosos tenemos
al
alcance (también en Internet) ediciones bilingües de la vulgata árabe
cotejada
con una u otra de las lenguas modernas. Lo cual nos ofrece la ventaja
de poder
comparar entre sí las mejores traducciones en inglés, francés, alemán
y
español, un procedimiento que nos proporciona una visión
estereoscópica de los
significados, para la mejor comprensión, con toda seguridad más
acertada que la
que cabe obtener de una lectura inmediata del texto árabe, por mucho
árabe que
uno sepa, y, sin duda, más fiable que la interpretación que da por
buena, sin
enfoque crítico, la exégesis tradicional musulmana. Pueden consultarse
en
Internet traducciones del Corán a distintas lenguas europeas.
Los
conquistadores árabes de Oriente Medio, que ya utilizarían ciertos
textos en
sus rituales religiosos, sintieron la necesidad de poseer un «libro
sagrado»
propio, es decir, árabe. Y, de hecho, procedieron a formar una
colección
(quizá distintas colecciones) con los materiales que manejaban en su
liturgia.
Los relatos musulmanes dejan claro que, durante la vida de Mahoma, no
se había
tenido ningún interés por recoger por escrito, con el debido cuidado,
las presuntas
revelaciones. Hablan de que algunos habían copiado retazos, o las
habían
aprendido de memoria, y que el poder califal mandó recopilar el Corán,
tarea
que atribuyen a distintos mandatarios: a Abu Bakr, a Omar, a Utmán,
siendo
este último el que cuenta con más atribuciones. Todos ellos se
esforzaron por
destruir los textos disidentes, pero es que tampoco queda hoy ningún
ejemplar
de los suyos. La suposición de que el Corán actual corresponde
exactamente al
de Utmán no pasa de ser una especulación fácilmente descartable, un
deseo piadoso.
Los
textos del
Corán se gestaron históricamente al paso que se constituía el
islamismo como
movimiento apocalíptico militar. Y el islam imperial, más tarde, acabó
de
producir el libro del Corán. No cabe duda de que una parte de los
materiales
incluidos en el libro se remontaban hasta la época de Mahoma y sus
escribas.
Pero la elaboración del códice básico para la versión canónica hay que
situarla,
lo más probablemente, en el reinado de Abd Al-Malik (m. 705). Con todo,
el
Corán no alcanzó la forma «definitiva», tal como lo conocemos hoy,
hasta el
siglo X, cuando se terminó de aplicar al texto la normalización
ortográfica. En
esta dirección apuntan los especialistas (John Wansbrough 1977;
William Campbell
1986; Alfred-Louis de Prémare 2002; François Déroche 2009). Esto
significa que
se concluyó tres siglos después de la hégira.
Bastantes
suras presentan una estructura
en la que, tras cada cierto número de aleyas, se repite una frase
aclamatoria o
lapidaria. Esto sugiere que tal vez fueran salmodiadas por un lector,
mientras
la asamblea repetía un estribillo, a modo de salmo responsorial. Un
caso muy
claro es el de la sura 26, donde se repite, tras una secuencia, hasta
nueve
veces: «Tu Señor es el poderoso, el misericordioso».
Son
esclarecedoras las palabras con las
que Patricia Crone y Michael Cook resumen su diagnóstico, en su obra Hagarism,
ateniéndose al análisis del carácter literario del Corán:
«El
libro resulta sorprendentemente falto
de estructura general, frecuentemente oscuro e inconsecuente tanto en
lenguaje
como en contenido, superficial en su concatenación de materiales
dispares, y
dado a la repetición de pasajes enteros en versiones variantes. Sobre
esta
base, cabe argumentar razonablemente que el libro es el producto de la
edición
tardía e imperfecta de materiales procedentes de una pluralidad de
tradiciones»
(Crone y Cook 1977: 18).
A tenor
de las
indagaciones de los coranólogos, el libro actual del Corán está
compuesto de
materiales heteróclitos, procedentes de himnos litúrgicos, resúmenes
esquemáticos de la Torá, borradores para la predicación, preceptos
legales,
arengas etc.
El
libro es el resultado final de una serie de
compilaciones previas, cuyo original no se ha conservado, debido a la
destrucción sistemática de las versiones coránicas no coincidentes con
la
oficial califal. Pero el largo proceso de edición, acabado básicamente
a
mediados del siglo IX, dejó sus huellas en el texto, donde se descubren
operaciones de borrado, añadidos, reescrituras, interpolaciones y
resignificaciones.
En el texto recibido, se perciben hoy huellas de las etapas de
formación,
sedimentadas en forma de estratos superpuestos, tanto textuales
como
semánticos.
El
dogma islámico del Corán como palabra divina
La inmensa mayoría de los
musulmanes reverencian como
digna de absoluta confianza la tradición recogida por escrito en las
primeras
biografías de Mahoma y en las colecciones de hechos y dichos del
profeta, como
ya he señalado. Muy en especial sostienen, a ultranza, que el Corán es
un libro
que contiene la mismísima palabra de Dios, en árabe, revelada o
comunicada a
Mahoma y predicada oralmente por él entre los años 610 y 632. Por ello
es el
profeta del islam. Esa predicación habría sido aprendida de memoria por
algunos
de sus compañeros. Solo algunos fragmentos se habrían puesto por
escrito en
vida de Mahoma, pero, con posterioridad, todo fue reunido en un solo
códice,
formando un libro cuyo texto sería auténtico, infalible, inmutable,
inalterable, perfecto y, para la mayoría, increado. Este dogma islámico
tradicional se ha repetido durante siglos, sin el menor
cuestionamiento, sin
permitir una sola pregunta, ni una sola duda. Veamos, a continuación,
unos
ejemplos tomados de algunas introducciones o prólogos a distintas
traducciones
del Corán en español.
El
prefacio a una traducción de mitad del siglo
XX, El sagrado Corán, de Rafael Castellanos
y Ahmed Abdoub, escenifica el dictado del ángel:
«Una
serena
noche, exactamente el 17 de Ramadán (febrero 610 de la era cristiana),
mientras
se hallaba sumido en la adoración de Dios, se le apareció un arcángel
que le
dijo: ‘Albricias, ¡oh, Mahoma!, yo soy Gabriel y me envía Dios para
anunciarte
que serás su Apóstol para toda la humanidad’. Luego agregó: ‘¡Lee!’.
Mahoma
contestó asombrado: ‘No sé leer’. ‘¡Lee!’, insistió Gabriel; ‘No sé
leer’,
repitió Mahoma.
Entonces
el
arcángel recitó: ‘¡Lee, en el nombre de tu Señor que todo lo creó!’
(Corán
96,1-19).
Repitió
todas
aquellas palabras que le fue dictando Gabriel, que a poco desapareció,
y que
quedaron grabadas en su memoria. Confuso y temeroso salió del algar
para
regresar a su casa, cuando a poco andar escuchó una voz que le llamaba.
Levantó
la mirada y encontró al arcángel que llenaba el horizonte y que le
decía:
‘¡Oh, Mahoma, en verdad tú eres el Apóstol de Dios y yo soy Gabriel!’»
(Castellanos 1952: 13-14).
En la
segunda
edición de la traducción de Hadhrat Mirza Tahir Ahmad, de la Comunidad
Ahmadía, asentada en el pueblo de Pedro Abad, provincia de Córdoba, El sagrado Corán, reproduce la consabida
creencia:
«El
Santo
Corán es la palabra de Dios y fue revelada a Mohammad el Santo Profeta
del
Islam (que la paz y bendiciones de Al-lah sean con él) palabra a
palabra. Esta
revelación se extendió a lo largo de veintidós años. De entre todas las
Escrituras, el Santo Corán es la única que manifiesta que ha sido
revelada por
Dios palabra a palabra» (Tahir Ahmad
1988/2003: 3).
En el
prólogo
a una traducción de inspiración sufí turca, de Alí Ünal, El
sagrado Corán, aunque parece cuestionar la eternidad del texto,
se comprueba la misma dogmática tradicional:
«El
Corán es
la Palabra de Dios y por lo tanto eterna e increada. Pero, como libro
que fue trasmitido
al Profeta por el Arcángel Gabriel y compuesto por letras y palabras,
recitadas, tocadas y escuchadas, no es eterno. La definición general
del Corán
es la siguiente: El Corán es la Palabra milagrosa de Dios revelada al
profeta
Muhammad, la paz y las bendiciones sean con él, anotado sobre hojas y
transmitido a las generaciones sucesivas por numerosos canales de
transmisión
dignos de confianza, y cuya recitación es un acto de veneración y una
obligación durante las oraciones diarias» (Ünal 2006: 8).
En el
prólogo
que el traductor Raúl González Bórnez, de orientación chií, inserta en
una
edición comentada, El Corán, se
condensan todos los tópicos acostumbrados:
«El
Corán es
la revelación divina transmitida a Muhammad (Mahoma, 570-632) por el
ángel
Gabriel a lo largo de veintitrés años (610-632). Es la palabra de Dios
para la
humanidad (...) Es, posiblemente, la única revelación divina que la
humanidad
conserva completa en la lengua original en la que fue revelada. Todos
los
eruditos del mundo islámico sin excepción, desde el principio y hasta
nuestros
días, han estado y están de acuerdo en que el texto original árabe es
absolutamente fiel a la palabra revelada y que no añade ni quita nada
de ella»
(González Bórnez 2006: 11).
En la
introducción a otra traducción, El Corán, Andrés Guijarro
insiste en
repetir el dogma islámico de la unicidad y la inimitabilidad del libro
sagrado del
islamismo:
«Los
musulmanes consideran al Corán la Palabra de Dios, transmitida al
último
Profeta, Muhammad, por medio del arcángel Gabriel, con un sentido y
unas
palabras precisas. Estas palabras han llegado hasta nosotros a través
de
numerosas personas, oralmente en un principio y por escrito en un
estadio
posterior, algo que, desde el punto de vista del islam, garantiza su
absoluta
autenticidad. Para el islam, el Corán se considera algo inimitable,
único y
protegido de la alteración por Dios» (Guijarro 2010: 22).
En otra
edición española del libro, El Corán, Bahiŷe Mulla Huech
reitera las
mismas presunciones, remachando la intraducibilidad de la
absolutamente
perfecta lengua árabe coránica:
«Para
los
creyentes, el Corán, siendo un Libro Revelado, tiene un origen divino.
Su
vocabulario, sus conceptos y su expresión literaria no han surgido del
brillante espíritu de Muhammad, sino que fue Dios mismo quien se los
transmitió a su Profeta. Aunque redactados en una lengua concreta, el
árabe
clásico del siglo VII cristiano, están absolutamente por encima de
cualquier
creación humana, y así lo afirma en repetidos pasajes el propio Corán.
Es,
pues, evidente que ninguna traducción a otra lengua, por muy esmerada
que se
la suponga, puede alcanzar el grado de perfección absoluta del idioma
original»
(Huech 2013: 9).
La
antología
no tendría fin. Y no solo entre los tradicionalistas. En realidad,
hasta los
intelectuales más ilustrados, y aparentemente más críticos, sustentan
una
creencia unánime en la fiabilidad de las fuentes islámicas
tradicionales. No dudan de que la historia de
los orígenes del islam, el
Corán y la vida de Mahoma han relatado fidedignamente los
acontecimientos tal
como ocurrieron. Baste como ejemplo lo que escribe, sin pestañear, el
prestigioso novelista Salman Rushdie:
«El
grado de
autoridad que uno puede conceder a los evangelistas acerca de la vida
de Cristo
es relativamente pequeño. Mientras que sobre la vida de Mahoma lo
sabemos todo
más o menos. Sabemos dónde vivió, cuál fue su situación económica, de
quién se
enamoró. Sabemos un montón acerca de las circunstancias políticas y
las
circunstancias económicas de la época» (Rushdie, citado por Tom
Holland 2012:
13).
Sin
embargo,
con toda certeza, Salman Rushdie está equivocado, como veremos más
adelante.
La historiografía clásica y, tras
ella, la islamología y la coranología académicas clásicas, que
funcionaban
dando por buena la veracidad de las tradiciones musulmanas (las
biografías y
los hadices de Mahoma), han quebrado completamente ante los resultados
de las
nuevas investigaciones, con la aplicación de métodos histórico-críticos
y
análisis pluridisciplinares, sobre todo desde la segunda mitad del
siglo XX y,
de manera creciente, estos últimos años.
En
síntesis,
la tradición musulmana, en todo el mundo, cree como absolutamente
cierto lo que
constituye el dogma islámico más fundamental: que el Corán es
literalmente la
palabra de Dios revelada a Mahoma. Creen que esa palabra ha llegado
hasta
nosotros como un texto perfecto, único e inalterable, especialmente
protegido
por Dios. Sus características esenciales se compendian en las diez
siguientes:
1) Dios es el autor del
Corán,
2) el texto coránico es
literalmente palabra divina,
3) es un libro increado, que
existía eternamente junto a Dios,
4) fue revelado a Mahoma por
medio del ángel Gabriel,
5) está escrito en lengua
árabe perfecta y clara,
6) su contenido es
infalible, inalterable, inimitable e intraducible,
7) predicado por Mahoma en
La Meca y Medina y memorizado por seguidores,
8) puesto por escrito
mientras vivía Mahoma,
9) editado por orden del
califa Utmán Ibn Afán,
10) contiene la verdad
absoluta dirigida a toda la humanidad.
El
hecho es
que esta concepción del Corán, su naturaleza y su autoría la comparten
unánimemente, sin la menor discrepancia, todas las escuelas islámicas
y todos los
eruditos musulmanes de ayer y de hoy. Ahora bien, este asentimiento es
tan
fundamental y tan absoluto que, si una sola de esas características
esenciales
fallara, lógicamente el edificio entero de la religión islámica se
hundiría.
Las
creencias
son libres, sin duda. Pero la contrastación histórica mediante los
análisis
histórico-críticos puede demostrar, con pruebas e indicios, que toda
esa
caracterización se halla lejos de la realidad y que tan extendidas y
firmes
convicciones sobre el Corán resultan harto problemáticas. Cuando no
existe más
fundamento que la autorreferencia de lo que el Corán dice del Corán, o
la
referencia circular de que hubo revelación a Mahoma porque lo dice
Mahoma, la
argumentación no vale porque incurre en una petición de principio.
En
concreto,
de esas diez características básicas preconizadas por la concepción
islámica
del Corán, si atendemos a la ciencia histórica, las cuatro primeras son
afirmaciones gratuitas en el sentido de que exceden toda realidad
constatable,
por lo que nadie está en condiciones de verificarlas fehacientemente.
Son
cuestiones que se enuncian más allá de las competencias del
historiador, cuyo
trabajo debe ceñirse a los elementos que sirven para reconstruir el
proceso de
composición del libro. No se puede investigar la autoría divina, ni la
divinidad de las palabras, ni la eternidad del libro, ni la revelación
de un
ángel, aunque sí el problema de la atribución del libro a Mahoma.
Respecto
a las
seis restantes características, a saber, la perfección de la lengua
árabe del
Corán, su infalibilidad, inalterabilidad, inimitabilidad e
intraducibilidad, el
lugar donde lo comunicó Mahoma, la memorización y la transmisión oral,
el
proceso de puesta por escrito, el compilador del libro y sus
destinatarios, son
afirmaciones que, al menos en principio, pueden ser objeto de estudio y
cuya
inexactitud podemos anticipar que se ha comprobado, a la luz de los
métodos
filológicos e históricos.
Cuando
la
investigación histórico-crítica acerca del Corán descubre una realidad
completamente diferente de lo que cuenta la tradición y asume la fe
islámica
mayoritaria, los musulmanes se niegan a aceptar los resultados de los
análisis,
que, por supuesto, siguen siempre abiertos al debate y en busca de
métodos
objetivos. En visión islámica del mundo, solo cabe pensar en función de
una
dogmática, y esto impulsa a los muslimes a renegar del conocimiento
científico.
En la
definición de la naturaleza del Corán, hubo históricamente una disputa
entre la
escuela racionalista de los mutazilíes y la doctrina de los ulemas
tradicionalistas. Discrepaban sobre la concepción del libro: si era un
libro
creado, o increado. A principios del siglo IX, los califas apoyaron
por un
tiempo la concepción racionalista, mantenida por la escuela filosófica
y
teológica mutazilí, que defendía que el Corán era un libro creado. Esta
fue la
doctrina oficial entre 827 y 850. Pero este último año, el califa
Al-Mutawakkil
(reinó 847-861), cedió ante los ulemas rigoristas, prohibió la
filosofía y
persiguió a los mutazilíes, y declaró obligatorio el dogma del «Corán
increado», tan eterno como Dios. A esto, desde el siglo X, se añadió
otro dogma: el cierre del «esfuerzo de
interpretación» (iŷtihad), por el que se prohíbe toda crítica
racional
del texto del Corán y de la tradición mahomética, de modo que en
adelante solo
deberán ser objeto de acatamiento y aplicación.
La prueba
de
la inimitabilidad del Corán
Los
musulmanes creen que el Corán, dado su origen divino, tiene asegurada
la
infalibilidad. Creen igualmente que Dios garantiza la inalterabilidad
del
texto. Pero, sobre todo, sostienen que el estilo del Corán es
absolutamente
inimitable, de tal manera que aducen esta inimitabilidad como prueba de
su
origen divino. Y de ello deducen además la imposibilidad de traducirlo
a otra
lengua.
Los
exegetas musulmanes más serios
reconocen que Mahoma no hizo milagros y que no hay milagros que
respalden el
Corán. El único milagro sería precisamente su inimitabilidad (sobre la
inimitabilidad del Corán, véase Sami Aldeeb 2019: 15.). Por eso, el
propio
Corán, cuando sus detractores lo acusan de ser una fabulación, los
desafía a
que produzcan algo similar, aunque solo fuera un capítulo:
«Aunque
los humanos y los genios se
unieran para aportar uno semejante a este Corán, no aportarían nada
semejante
a él» (Corán 50/17,88).
«Dicen:
‘Lo ha fabulado’. Di: ‘Aportad
entonces un capítulo semejante a él y llamad a quien queráis, aparte
de Dios’»
(Corán 51/10,38).
«Dicen:
‘Lo ha fabulado’. Di: ‘Aportad
diez capítulos semejantes fabulados, y llamad a quien queráis, aparte
de
Dios’» (Corán 52/ 11,13).
«O
dicen: ‘Lo ha inventado’. No creen.
Que aporten entonces un relato semejante, si son verídicos» (Corán
76/52,33-34).
«Si
tenéis duda acerca de lo que hemos
hecho descender sobre nuestro servidor, aportad un capítulo semejante
a él y
llamad a vuestros testigos, aparte de Dios» (Corán 87/2,23-24).
Pues
bien, si el argumento de la
inimitabilidad se fundamenta en la perfección del libro, debida a su
autoría
divina, habrá que demostrar que esa perfección inimitable es verdadera,
o al
menos verosímil, mediante el análisis del texto, su lengua, su estilo y
sus
referencias. En estas mismas páginas, será objeto de examen lo que nos
presenta
el libro, tanto en la forma como en el contenido.
Las
versiones discrepantes, reconocidas por la tradición
El
contenido del libro conocido hoy como Corán no es, sin embargo, el de
los
primeros tiempos. El propio texto da a entender que el primer capítulo
actual,
la sura 1, era algo aparte, que no formaba parte de él, cuando dice «te
dimos
los siete versículos repetidos, así como el gran Corán» (Corán
54/15,87). Una
cosa era el Corán y otra era lo que ahora aparece como la primera sura,
con sus
siete versículos. Pero no es solo esto: en el Corán hay menciones a un
Corán
que no puede ser él mismo, pues el libro se hallaba todavía en fase
temprana de
formación.
Las
diferencias entre las primitivas
versiones del Corán están atestiguadas desde antiguo por los sabios
musulmanes
clásicos. Véase, a este respecto, una selección de citas, recogidas
por David
Wood:
Los
mismos sabios musulmanes nunca
dejaron de advertir las incoherencias observables en el Corán. En
general
buscaron justificaciones, o acabaron por sacralizar el texto, hasta
ponerlo
fuera del alcance de toda reflexión humana.
Históricamente,
ya Ibn Jaldún (muerto en
1406), en su Discurso sobre la historia universal, daba por
sentado que
la ortografía del Corán era defectuosa (cfr. Ibn Jaldún 2018). Otros
asumen
que hay serias objeciones, como el filólogo y exegeta egipcio
Al-Suyuti, en su Comentario del Corán, donde indica cinco
pasajes cuya atribución a Dios
le parece discutible (cfr. Al-Suyuti 1505).
Un caso
más
reciente lo hallamos en el intelectual persa Ali Dashti (1897-1982), en
su obra Twenty three years. A study of prophetic
career of Mohammad. Este libro, publicado
por primera vez en 1974, lleva a cabo una crítica racionalista de la fe
ciega:
«La creencia puede embotar la razón humana y el sentido común» (Dashti
1974:
15), incluso en los académicos más eruditos. Es necesario un «estudio
imparcial», un examen escéptico de los sistemas de creencias ortodoxos.
Desde
este enfoque, rechaza los milagros atribuidos a Mahoma por la
tradición
musulmana, y niega que el Corán se pueda considerar como la palabra de
Dios.
Arguye que el Corán no contiene nada nuevo que no haya sido expuesto ya
por
otros, ni en cuanto a ideas, ni tampoco en cuanto a los preceptos
morales. Las
historias coránicas están tomadas, con ligeras modificaciones, de las
de los
judíos y los cristianos, cuyos rabinos y monjes trató y consultó Mahoma
en sus
viajes a Siria, así como de leyendas conservadas por descendientes de
los
tamudeos y los aditas. Muchos de las obligaciones y ritos del islam
derivan de
prácticas que los árabes paganos adoptaron de los judíos (cfr. Dashti
1974:
46).
En
retrospectiva histórica, llama la atención que ya hubiera una crítica
coetánea
a la manera de formarse el Corán, tal como la recogida en la Apología de Al-Kindi, de Abd al-Masih
Ibn Ishaq Al-Kindi, autor cristiano que no hay que confundir con el
conocido filósofo
musulmán Al-Kindi. La obra está datada en torno al año 830 (aunque la
fecha es
discutida). En diálogo con Al-Hachemí, un amigo musulmán, lo desafía
en estos
términos:
«Muéstrame
la
más mínima prueba o señal de una sola obra maravillosa realizada por
tu
maestro Mahoma para certificar su misión y demostrar que las masacres
y las
rapiñas que llevó a cabo fueron, como lo demás, por mandato divino. Sé
que no
puedes. Y así te conviene (¡el Señor te corrija!) no culpar o injuriar
a
quienes niegan que el Señor envió a tu maestro como Apóstol con el
cometido de
imponer su religión a espada y lo empujó a ser un aventurero en busca
de sus
propios fines, ayudado en eso por sus parientes, clan y conciudadanos.
(…)
El
resultado de
todo esto [las diversas redacciones del Corán] es patente para ti, que
has
leído las Escrituras y has visto cómo, en tu libro, las historias están
todas
revueltas y entremezcladas; una evidencia de que muchas manos
diferentes
estuvieron trabajando en ello, y causaron discrepancias, añadiendo o
eliminando
cualquier cosa que les gustaba o disgustaba. ¿Son tales, ahora, las
condiciones
de una revelación hecha descender desde el cielo?» (Al-Kindi 1882:
18-19 y 28).
En
cuanto al
mundo islámico chií, en las fuentes anteriores al siglo X, los primeros
sabios
del chiismo, sobre todo los duodecimanos, acusan a los califas suníes
de haber
falsificado el Corán, en especial eliminando todas las referencias a
Alí y a la
familia de los descendientes del profeta árabe (cfr. Brunner 2005).
De
hecho,
existe un manuscrito hallado en Bankipur, India, en 1912, en persa y
árabe, que
contiene dos suras adicionales, reconocidas por los chiíes y
desaparecidas del
libro, así como cambios en unas cuarenta aleyas, que afectan a otras
24 suras
del Corán normativo, que es el suní denominado «utmaniano». El
manuscrito fue
descubierto por el historiador y filólogo inglés, William St. Clair
Tisdall, y
publicado en 1913. Existe una traducción francesa, disponible en
Internet
(Tisdall 1913).
Por su
parte,
los estudiosos chiíes, más dispuestos a la crítica, admiten
abiertamente que
hay más de 10.000 palabras del Corán que tienen una o más variantes
posibles. Y
señalan hasta 208 ejemplos concretos de falsificación (cfr. Aldeeb
2019: 11).
Podemos
encontrar más datos sobre la
alteración del Corán, en un documentado artículo de Sami Aldeeb,
disponible en
Internet (Aldeeb 2020a):
Hoy se
conocen
no pocas versiones coránicas que muestran discrepancias y no es
descartable
que, en algún lugar, aparezcan manuscritos que amplíen el panorama
(cfr. Abbasi
2004: 14-15).
Ante la
acumulación de datos sobre la
azarosa composición y las múltiples modificaciones efectuadas en el
Corán, no
es de extrañar que se hayan manipulado también, de manera ostensible,
las
referencias que contiene a textos judíos y cristianos:
Las
investigaciones histórico-críticas sobre el Corán
En el estudio del Corán,
observamos dos enfoques o
paradigmas teóricos distintos, que determinan la elección de los
métodos
utilizados. Al primer enfoque lo identificaremos como tradicionalista
y
al segundo, como histórico-crítico, si bien sus detractores lo
tachan de
«revisionista».
Casi la
totalidad de los exegetas y comentadores musulmanes, y luego los
coranólogos
académicos modernos, se han atenido al primer paradigma, de modo que
pretenden
explicar las oscuridades del Corán mediante la referencia a lo que
llaman las
«circunstancias de la revelación». Y creen que estas se encuentran
descritas en
las primeras biografías de Mahoma (las de Ibn Hisham, Al-Waqidi, e Ibn
Sad) y
en los episodios y dichos del profeta (los hadices de Al-Bujari, Muslim
y Abu
Dawud). Con ese método tradicional, se elaboraron los comentarios
exegéticos
(los tafsir, por ejemplo, de Al-Tabari), que sirvieron de
legitimación
al derecho islámico (la saría) y luego han servido a muchos
especialistas modernos para escribir sus monografías.
El
segundo
paradigma parte de la indagación en el propio el texto y la
búsqueda del contexto histórico real, con especial atención
al subtexto bíblico,
aplicando con rigor los métodos de la historia, la filología, la
hermenéutica,
las ciencias antroposociales y todos los instrumentos científicos
disponibles.
Tiene en cuenta, además, las fuentes no árabes coetáneas. No pierde de
vista
la tradición musulmana consagrada, pero se abre al cuestionamiento
creciente de
sus contenidos, que tienen poco de historia y mucho de leyenda, como ya
afirmamos
al tratar de las fuentes islámicas clásicas.
Existe
una
especie de tercer paradigma, el de los investigadores que tratan de
conciliar
los métodos histórico-críticos, sin abandonar el enfoque que da por
buena la
tradición clásica islámica, o bien intenta hacer equilibrios con ella.
Pero
quizá esto no deba llamarse paradigma, sino una mezcla o componenda de
dos que,
en última instancia, son incompatibles. En esta senda parece situarse,
entre
otros, Angelika Neuwirth, codirectora del proyecto Corpus Coranicum.
Ante
todo, el
Corán es un producto histórico, que puede y debe estudiarse igual que
los
demás documentos de esa índole. No se puede entender el libro actual
del Corán,
si no es a través de un largo proceso de formación, composición y
transmisión
histórica. Sobre ello hay discusiones e indagaciones desde antiguo. La
aplicación actual de los métodos histórico-críticos sobre el Corán y
sobre
Mahoma, iniciados en el siglo XIX, se ha ido incrementando desde los
años 1970.
Desde comienzos de siglo XXI, la indagación se ha acelerado y se han
formulado
teorías más radicales, dando lugar a un fuerte debate entre los
especialistas,
en general con una gran renuencia por parte de la mayoría de los
eruditos
musulmanes. Por citar solamente unos cuantos nombres entre los
investigadores
más destacados, que han abierto caminos y han hecho avanzar este debate
sobre
la formación del Corán, mencionaré los que me parecen más importantes,
cuyas
obras principales se encuentran recogidas en la bibliografía:
Henri
Lammens
(1910 y 1926), Richard Bell (1925 y 1937), Gabriel Théry (1960), Régis
Blachère
(1966), Günter Lüling (1974), John Wansbrourgh (1977), William
Campbell
(1986), Patricia Crone (1987), Anne-Marie Delcambre (1987), Bruno
Bonnet-Eymard
(1988-1997), Antoine Moussali (2000), Christoph Luxenberg (2000),
Joseph Azzi
(2001), Alfred-Louis de Prémare (2002), Édouard-Marie Gallez (2005),
Jacqueline
Chabbi (2008), François Déroche (2009), Mohammad Ali Amir-Moezzi (2011
y 2014),
Jean-Jacques Walter (2014), Leila Qadr (2015 y 2019), Florence Mraizika
(2018),
Sami Aldeeb (2019).
Algunos
mantienen posiciones radicales. Por ejemplo, Mohamed Ali Abdel Jalil,
ensayista
sirio, profesor en la Universidad de Aix-Marseille, quien sostiene la
tesis de
que el Corán es básicamente un texto traducido al árabe, por obra de
Waraqa Ibn
Naufal (cfr. Abdel Jalil 2012).
La
historiografía musulmana insiste mucho en la «tradición oral», pero, pese al papel importantísimo
concedido a los memorizadores y lectores, es probable que la oralidad
no
desempeñe una función tan relevante en la composición por escrito del
Corán.
Todo él es resultado del trabajo de diversos escribas. Primero, en vida
de Mahoma,
unos conocidos secretarios o escribanos, o quizá su maestro Waraqa Ibn
Naufal,
reunieron las «hojas» utilizadas en la liturgia y para el
adoctrinamiento. Una
parte de ellas debió incluirse luego en el volumen del Corán: resúmenes
de
lecturas, himnos litúrgicos, borradores o esquemas de sermones para la
predicación y arengas para animar al combate.
Lo que
parece
fuera de discusión es que el libro tuvo una elaboración larga y
azarosa, y que
el texto actual no estuvo concluido del todo hasta el primer tercio del
siglo
X, cuando se le aplicó el diacritismo y el vocalismo de forma
sistemática. El
texto final acusó el efecto de la dilatada influencia del poder
califal, en
virtud de la cual se introdujeron alteraciones e interpolaciones en
numerosos
pasajes. Algunas de estas modificaciones se detectan hoy con bastante
claridad.
En tales casos, no es difícil restituir el texto original.
El
Corán
utiliza algunas veces los términos revelar o inspirar, pero el modo más
característico para referirse a sí mismo es emplear el verbo
«descender»: se
concibe a sí mismo como una escritura que «desciende» del cielo, o que
Dios
hace «descender» sobre el profeta. Así, del Corán se dice que es un
libro que
Dios lo hizo descender (Corán 25/97,1; 38/38,29; 39/7,2; 39/7,196;
45/20,2;
50/17,82; 55/6,155-156; 64/44,3; 69/18,1; 70/16,64 y 89; 72/14,1;
85/29,47;
87/2,91 y 231; 89/3,7; 92/4,113; 96/3,36; 112/5,49 y 101 y 104), o que
descendió de parte de su Señor (Corán 39/7,3; 51/10,20; 55/6,114;
59/39,55;
87/2,285; 112/5,67-68), en el mes de ramadán (Corán 87/2,185), un Corán
árabe
(45/20,113; 53/12,2), las aleyas o signos de Dios (Corán 49/28,87), un
libro
que se pueda leer (Corán 50/17,93), un libro con la verdad (Corán
50/17,105-106; 58/34,6; 59/39,2; 59/39,41; 62/42,17; 70/16,102;
87/2,176 y 213;
92/4,105; 94/57,16; 96/13,1 y 19; 112/5,83), con el recuerdo (Corán
54/15,6 y
9; 59/39,23; 70/16,44; 73/21,10 y 50; 85/9,51; 99/65,10), que confirma
lo que
ya había antes de él (Corán 55/6,92; 66/46,30; 87/2,41 y 97 y 136;
89/3,3;
92/4,47 y 60 y 136 y 162; 112/5,48 y 59), que confirma lo que está con
ellos
(Corán). Aunque, por otro lado, se cuenta que Dios hace descender no un
libro,
sino aleyas sueltas, o una sura concreta (Corán 50/17,106; 70/16,101;
87/2,99;
94/57,9; 98/76,23; 102/24,1 y 34 y 46; 103/22,16; 105/58,5; 113/9,86 y
124 y
127), conforme se le iban dictando a Mahoma, en distintas
circunstancias.
Desciende el recuerdo (Corán 38/38,8).
La
misma
expresión del descenso se usa a propósito de otras comunicaciones
atribuidas a
Dios: hizo descender el libro de Moisés, la Torá (Corán 55/6,91;
112/5,44), la
Torá y el Evangelio (Corán 89/3,3 y 65 y 84; 112/5,46-47; 112/5,66). De
Jesús
se afirma que es Palabra de Dios, que él hizo descender sobre María
(Corán
92/4,171). Incluso se relata que desde el cielo descendió un banquete
para los
apóstoles de Jesús (Corán 112/5,112-115). Por lo demás, se dice
igualmente que
descienden los ángeles, los espíritus y los demonios; que Dios hace
descender
el agua de la lluvia, el maná, los castigos o las misericordias.
Para
informarse y documentarse más ampliamente acerca de las
investigaciones sobre
el Corán, es ilustrativo un sitio de Internet mantenido por el
islamólogo
Mehdi Azaiez, titulado Coran et
sciences de l’homme. Texte, contexte, lectures:
Los
manuscritos más antiguos del Corán
Los manuscritos más antiguos del
Corán, en pergamino o
papiro, conservados hasta hoy son ejemplares incompletos y, a veces,
solo unas
páginas o unos fragmentos. Los primeros códices que evidencian la
existencia
de un Corán ya completo son dos: el de Samarcanda y el de Topcapi.
Ambos se
encuentran solo relativamente completos y presentan diferencias
textuales con
respecto a la versión canónica de hoy.
El manuscrito
de Samarcanda, también llamado de Taskent, después de un complicado
recorrido por San Petersburgo y Ufá (en la república rusa de
Baskortostán), se
custodia actualmente en el centro Hast Imam de la mezquita
Telyashayakh, en la
ciudad de Taskent, en Uzbekistán. Consta aproximadamente de un tercio
del
libro, que abarca desde la sura 2 a la 43. Este códice está escrito con
caracteres cúficos y su datación oscila entre 780 y principios del
siglo IX.
Aunque se lo considera el «Corán de Utmán», es un siglo y medio
posterior a la
fecha de la supuesta recensión de ese sucesor de Omar.
El otro
ejemplar relativamente completo es el manuscrito de Topkapi,
conservado
en el museo existente en el antiguo palacio del sultán, en Estambul,
Turquía.
Está datado en 874. De este Corán, también pretenden que corresponde
fielmente
al códice de Utmán, pero no hay la menor prueba de dicha
identificación.
Con
mayor
antigüedad, se conservan únicamente fragmentos y páginas sueltas de
manuscritos coránicos. Conforme a las dataciones efectuadas, los más
antiguos
se podrían remontar a finales del siglo VII y principios del siglo
VIII. En
todos ellos, se emplea el tipo de escritura árabe conocida como scriptio defectiva, es decir, solo el
esqueleto consonántico, sin signos diacríticos ni vocales. Según
François
Déroche y Christian Robin, en la actualidad existen entre 1.500 y
2.000 hojas
coránicas, datadas en torno a un siglo después de la hégira.
Entre
los manuscritos parciales más importantes
y conocidos, cabe señalar los siguientes:
A. Los manuscritos de Saná.
Gran cantidad de fragmentos
muy antiguos
descubiertos en 1972, ocultos detrás de una pared, en la mezquita mayor
de
Saná, capital de Yemen. Están escritos en pergamino y en papiro, y
pertenecen
a cerca de mil coranes distintos. El experto alemán Gerd-Rüdiger Puin
los dató
entre 657 y 690, con la técnica del carbono 14. Pero otra datación más
reciente, basada en los rasgos paleográficos, apunta a los años
710-715, durante
el reinado del califa omeya Al-Walid. Finalmente, hay especialistas que
los
fechan un siglo después de la hégira. Uno de esos manuscritos de Saná
es un
palimpsesto, un pergamino borrado y reutilizado, que como soporte
dataría de
antes del 650. En este Corán, las suras no siguen el orden actual y
muestran
numerosas variantes. Solo contiene un 10% del corpus coránico.
B. El manuscrito de Tubinga
M a VI 165,
de la Universidad de Tubinga, Alemania, se ha datado entre 649 y 675.
Son 77
páginas que contienen aproximadamente un 20% del texto del Corán.
C. El manuscrito de Raqqada,
en Túnez,
datado en la segunda mitad o hacia finales del siglo VII. Son siete
hojas, con
material correspondiente a nueve suras.
D. El manuscrito de
Birmingham, en Reino
Unido, son dos hojas del Corán en pergamino, halladas, en 2015, en la
biblioteca de la Universidad de Birmingham, Reino Unido, entre la
colección
reunida por Alphonse Mingana, un siglo antes. La piel del pergamino se
ha
datado entre 568 y 645; pero el carbono 14 suele dar fechas anteriores
a lo
real. La datación más probable del escrito estaría entre 660-670. El
manuscrito
contiene una parte de las suras 18 a 20. Estas hojas pertenecen al
mismo códex
que otras existentes en la Biblioteca Nacional de Francia.
E. El manuscrito de París -
San Petersburgo,
es el códice conservado en el Palacio de Invierno de San Petersburgo,
excepto
unas hojas que se hallan en la Biblioteca Nacional de Francia, en
París. Se ha
datado entre 670 y 705. Contiene el 40% del Corán.
F. El manuscrito de Berlín,
con
signatura Wetzstein II 1913, abarca un 85 % del corpus coránico. Datado
entre
final del siglo VII y principios del VIII. Le faltan 34 suras. De las
restantes
80, hay ocho incompletas. Y se puede observar que todas han sido
retocadas
parcial o totalmente, por ejemplo, agregando signos diacríticos o
vocálicos.
Hay
unos pocos
manuscritos que reutilizaron el soporte material para escribir, tras
haber
borrado un texto anterior, de modo que constituyen palimpsestos.
Así
ocurre, como he indicado, en un manuscrito de Saná y también un
manuscrito de
Cambridge, datado de finales del siglo VII a principios del VIII.
En
Internet,
tenemos disponible información básica acerca de los manuscritos
coránicos
antiguos, en la página recopilatoria titulada The quranic
manuscripts:
Para
ver un
resumen con resultados de la datación de los fragmentos manuscritos más
antiguos, se puede consultar el sitio Radiocarbon (Carbon-14)
dating of
manuscripts of the Qur’ān:
Text/Mss/radio.html
Pueden
consultarse unas tablas comparativas de numerosas diferencias
textuales que
aparecen en los manuscritos de Saná:
La
lengua y la escritura árabes del Corán
El texto coránico insiste
reiteradamente en que está escrito en lengua árabe, una lengua clara
para sus
destinatarios. Lo repite hasta trece veces en distintos capítulos (cfr.
Corán
44/19,97; 45/20,113; 47/26,195; 53/12,2; 59/39,28; 61/41,3 y 44;
62/42,7;
63/43,3; 64/44,58; 66/46,12; 70/16,103; 96/13,37).
En
efecto, el
Corán y los materiales a partir de los cuales se comenzó a recopilar
están escritos
en lengua árabe, si bien en una forma arcaica del árabe que no es
todavía el
árabe califal. Los manuscritos más antiguos están escritos con el
alfabeto
cúfico, un estilo caligráfico utilizado para escribir el árabe,
elaborado en la
ciudad de Kufa, en el actual Irak, mediante una adaptación del
alfabeto sirio
antiguo. O, según otros, a partir del alfabeto persa.
No está
claro
en qué variedad dialectal del árabe se compusieron los primeros textos,
pero sí
que en su redacción se utilizó la escritura defectiva, es
decir, un
alfabeto, o alifato, que disponía únicamente de signos escasos para
las
consonantes y carecía de signos para las vocales breves. Esto, sin
duda, se
prestaba a múltiples equívocos de lectura, durante mucho tiempo, hasta
la
reforma que introdujo de manera sistemática los puntos diacríticos
consonánticos
y los signos vocálicos.
La
lengua
árabe disponía de solo 15 grafemas para representar 29 fonemas
distintos. De
modo que un mismo signo servía indistintamente como grafema para dos o
más
sonidos: son las consonantes homógrafas. En concreto, se utilizaban
solo nueve
grafemas básicos para representar veinte fonemas, como vemos en el
siguiente
cuadro:
ٮ
|
b
- t - th
|
ح
|
ŷ - h - kh
|
د
|
d - dh
|
ر
|
r - z
|
س
|
s - sh
|
ص
|
s - d
|
ط
|
t - z
|
ع
|
' [ain] - g
|
ڡ
|
f - q
|
En un
tiempo
posterior, al tratar de subsanar estas deficiencias y establecer una escritura plena, los eruditos tuvieron
que optar por fijar una de las varias lecturas resultantes de las
permutaciones
posibles: determinaron el valor de los grafemas consonantes mediante
signos
diacríticos, inventaron la hamza como
signo auxiliar e introdujeron la notación de las vocales mediante unos
puntos
revoloteando encima o debajo del renglón consonántico. Cabe suponer
que, en
un contexto tan lejano del original, en no pocos casos, se efectuaron
opciones
que alteraban la lectura correcta y el significado. Aquellos signos
diacríticos y los de vocalización no empezaron a incorporarse antes de
finales
del siglo IX y principios del X. Durante los tres primeros siglos del
islamismo, por consiguiente, en función de las permutaciones posibles,
persistieron miles de lecturas variables, que afectaban a innumerables
versículos del reputado códex de Utmán.
Según
François Déroche (2009), la
redacción del Corán ocupó un tiempo largo, que duró hasta la reforma
del
erudito Ibn Muyahid (859-936), en Bagdad, consistente en una
normalización del
texto, que añadió de forma sistemática los puntos diacríticos para
consonantes
y los signos de las vocales breves, limitando así al máximo la
variabilidad de
lecturas admisibles.
Este
mismo
sabio fue quien, ante la evidente diversidad de los textos coránicos,
para
atajarla y a la vez justificarla, impulsó la idea, luego tradicional,
de que
el Corán se había revelado a Mahoma en siete lecturas
distintas, cada
una de ellas con dos transmisores distintos: en total, catorce
versiones
canónicas oficiales. Sobre esto, se puede consultar en Internet la
exposición
que hace Samuel Green (2020):
El
hecho es
que, al final, de las catorce prevalecieron solo tres versiones, con
ciertas variantes
textuales. Una, la procedente de Nafi de Medina, transmitida por Warsh
(m.
812). Segunda, la de Abu Bakr Asim, de Kufa, leída por Hafs (m. 805). Y
tercera,
la de Abu Amr Ibn Al-Alá, de Basora, interpretada por Al-Duri (m. 860).
En
nuestra época, las más utilizadas son dos: la de Hafs, sobre la que se
basó la
edición egipcia de 1923, y la de Warsh, predominante en el norte de
África.
Es
difícil no interpretar ese intento de
sistematizar las lecturas como una racionalización llevada hasta el
extremo, un
ardid para el camuflaje del hecho de la disparidad observable entre los
ejemplares existentes. Porque no se encuentran solamente catorce
versiones.
Según algunos expertos, en la actualidad están en uso treinta y dos
versiones
del Corán árabe. Y al efectuar la comparación entre ellas, parece ser
que se
llegan a contabilizar más de 45.000 variantes.
Además,
la
aparición en el Corán de palabras y expresiones que no son árabes,
sino prestadas
de otras lenguas, constituye otra peculiaridad del texto ampliamente
demostrada. Sobre este punto, consúltese el resumen que efectúa David
Abbasi
(2004: 14-16).
Desde
el siglo
VIII antes de nuestra era, el arameo se había difundido como lengua
franca por
todo Oriente Medio. Presentaba una variante oriental y otra occidental;
esta
última, el dialecto siroarameo (o siríaco), se convirtió en la
principal lengua
literaria de la cristiandad oriental, en la liturgia, la teología, y
también en
la piedad popular (Reynolds 2010 y 2018). El estudio más incisivo, de
Christoph
Luxenberg, desentraña una lectura siroaramea de la lengua del Corán
como clave
para entenderlo (Luxenberg 2000). Con toda probabilidad, el libro
sagrado que
se leía en el culto de la comunidad nazarena a la que pertenecía Mahoma
era un
leccionario en lengua siroaramea (Luxenberg 2000: 326 nota).
La
lengua
«árabe» en la que se escribió el Corán por primera vez difería de la
que
posteriormente llegó a ser el árabe clásico. Con seguridad «esta
lengua debió
haber sido una lengua híbrida arameo-árabe», lo que llevaría a admitir
que «La
Meca» fue originalmente un asentamiento arameo (Luxenberg 2000: 327).
Para
otros,
como David Belhassen, el idioma del Corán no es una lengua, sino una
fabricación artificial (Belhassen 2018).
En
tales
condiciones, se comprende fácilmente que haya oscilaciones e
incongruencias en
el propio texto coránico. Ajenas a tales vicisitudes lingüísticas y
semánticas,
las propias aleyas del Corán pretenden que el texto no solo está
preservado por
Dios de toda adulteración, sino que constituye, en el orden del
significado,
una obra completa, un libro perfecto, el claro exponente de una
religión
asimismo perfecta:
«Somos
nosotros quienes hemos hecho descender el recuerdo, y somos nosotros
quienes
lo guardaremos» (Corán 54/15,9).
«No
hemos
descuidado nada en el libro» (Corán 55/6,38).
«Hemos
hecho
descender sobre ti el libro, como una exposición manifiesta de todo,
una
dirección, una misericordia y un anuncio a los sumisos» (Corán
70/16,89).
«Hoy he
completado para vosotros vuestra religión, hoy he cumplido mi gracia
hacia
vosotros, y he aprobado el islam como religión para vosotros» (Corán
112/5,3).
Sin
embargo,
estas pretensiones parecen excesivas e inexactas. En la actualidad, una
vez
examinado el libro, queda poco de la unicidad y perfección del texto
coránico
recibido. Ni siquiera está escrito en perfecto árabe y tampoco se ha
transmitido incólume. Según los numerosos hallazgos de la
investigación: «es
forzoso concluir que la tesis previa de una transmisión oral fiable
del texto
del Corán resulta de una mera leyenda» (Luxenberg 2000: 332). Se impone
un giro
radical en el método y la comprensión que han prevalecido hasta hace
poco:
«Si el
precedente análisis, respaldado filológicamente, ha demostrado que,
sobre la
base de criterios tanto filológicos como objetivos, el texto del Corán
ha sido
mal leído e interpretado en un grado considerado hasta ahora
inimaginable,
entonces la consecuencia inevitable es la necesidad de una lectura
fundamentalmente nueva del Corán» (Luxenberg 2000: 332-333).
La
composición del texto coránico: etapas y estratos
Los más antiguos testimonios
documentales del Corán se remontan, como ya hemos reseñado, a la
segunda mitad
o a finales del siglo VII, y de ellos se conservan solo hojas sueltas o
fragmentos
de manuscritos. No hay indicios de lo que pudiera ser un ejemplar
completo del
Corán con anterioridad al siglo IX. Quizá se deba a que el poder
califal mandó,
en varias ocasiones, la destrucción sistemática de los documentos
anteriores,
de manera que no se conserva ninguna versión perteneciente al primer
siglo del
islamismo.
Por
tanto, al
mismo tiempo que se llevaba a cabo la coranificación de los textos
seleccionados
por mandato gubernamental o califal, fueron condenados a la
desaparición los
materiales previos empleados, concordantes o no, así como las
ediciones coránicas
disidentes. Y, según la propia tradición musulmana, este proceso no
ocurrió
una única vez. Veamos cómo habrían sucedido los hechos:
1.
Durante la
vida de Mahoma, este ciertamente no tuvo interés en poner por escrito
sus
«revelaciones». No hubo entonces ningún proyecto de formar un Corán
como
libro. Los materiales escritos que se utilizaban para la predicación y
para la
lectura en las reuniones litúrgicas eran, sin duda, hojas heredadas del
movimiento nazareno o redactadas por escribas religiosos de Mahoma.
Eran,
sobre todo, resúmenes en árabe de la Torá y de un Evangelio no
canónico. A
partir de estos materiales se formaría más tarde el estrato más
primitivo del
Corán, que promovía un mesianismo escatológico predicado a los
árabes,
seguramente cristianizados ya en su mayoría.
2.
Algunas
tradiciones islámicas refieren que, después de la muerte de Mahoma, Abu
Bakr (gobernó
632 a 634) mandó coleccionar las hojas escritas, que podemos llamar
protocoránicas, al erudito Zaid Ibn Thabit, un nazareno que había sido
escriba
del profeta, y que supuestamente hizo una selección y compilación de
tales
hojas. También se cuenta que fueron destruidas más tarde por el
gobernador de
Medina, en la campaña del año 665 (cfr. Powers 2009).
3. Un
historiador de los primeros tiempos, Ibn Sad, habla de la recopilación
hecha
por el jefe Omar (reinó 634-644), que había heredado los materiales de
Abu Bakr
y los incrementó con otros, a fin de evitar que se perdieran los
relatos
memorizados por algunos que ya empezaban a fallecer. De hecho, muchos
de ellos
habían muerto en la guerra civil de 632-634. Tal vez fuera esta la
colección
que pasó a poder de Hafsa, la hija de Omar, una de las viudas de Mahoma.
Además,
se
mencionan otras colecciones coránicas que había por diversas provincias
del
imperio árabe. La que gozó de mayor prestigio parece ser la colección
atribuida
a Abdallah Ibn Masud (m. 652), que fue uno de los compañeros del
profeta
islámico.
4.
Narra
Al-Bujari que el califa Utmán Ibn Afán (reinó 644-656), a la vista de
las
divergencias en la recitación del Corán, encargó, hacia el año 650, a
una
comisión presidida por el mismo Zaid Ibn Thabit ya citado, que hiciera
una
criba de las hojas existentes, para establecer la versión definitiva y
canónica del Corán. Se dice que, una vez terminada, se distribuyeron
varias
copias: la principal quedó en Medina y otras se enviaron a las grandes
ciudades
del imperio: Kufa, Basora, Damasco y La Meca. Asimismo, Utmán decretó
quemar
los materiales originales utilizados o descartados y las demás
colecciones
existentes, entre ellas el códex de Ubay Ibn Kab y el códex de Alí, que
ordenaba las suras cronológicamente (cfr. Campbell 1986). Hoy, en
realidad, no
existe ninguna copia que se pueda identificar de manera fiable como el
códex
utmaniano.
La
leyenda
cuenta que el califa Alí llevó consigo un ejemplar del Corán de Utmán a
Kufa
(Irak actual). Luego, en el siglo XIV, esa copia llegó a manos de
Tamerlán. Y
esta sería la conocida hoy como códice de Samarcanda, actualmente en
Taskent, como
ya hemos mencionado. Pero este manuscrito, aparte de incompleto, data
con toda
probabilidad del siglo IX, y presenta variantes respecto a otros
atribuidos igualmente
a Utmán. Históricamente, lo cierto es que los seguidores de Alí, los
chiíes,
fueron derrotados y obligados a destruir sus propios documentos, de
manera que
el chiismo acabó adoptando el Corán mayoritario suní.
5. La
tradición relata que, en época del iniciador de la dinastía omeya,
Muawiya
(reinó 660-680), este mandó quemar las versiones disidentes del Corán.
De modo
que se destruyó incluso la colección de Hafsa, tras la muerte de esta
en 665.
6.
Probablemente el libro del Corán no recibió una forma semejante a la
actual
hasta el reinado del califa omeya de Damasco, Abd Al-Malik (reinó
685-705), el
mismo que hizo construir en Jerusalén el Domo de la Roca. Mandó
compilar el
códex del Corán a instancias del gobernador de Irak, Al-Hayyay Ibn
Yusuf, que
quería imponer una doctrina ortodoxa uniforme. Adaptó y puso en orden
los
capítulos del Corán y lo convirtió en libro sagrado oficial. Se dice
que decretó
la quema masiva de todos los demás manuscritos. Con todo, la recensión
de Abd
Al-Malik no es tampoco idéntica al Corán actual, aunque con mucha
probabilidad
constituyó la base para el libro del Corán que finalmente se impuso
(cfr.
Chabbi 2016).
La
islamóloga
Patricia Crone (1987) sostiene que lo más probable es que la historia
islámica
anterior a Abd Al-Malik sea en gran medida una invención tardía, y
coincide en
que el Corán se compiló en tiempos de este califa. A la misma
conclusión llega
Jacqueline Chabbi (1997 y 2016). Por su parte, Dan Gibson subraya que
hay
referencias que avalan que la formación del Corán fue promovida por
Al-Hayyay
Ibn Yusuf, al servicio de Abd Al-Malik (cfr. Gibson 2017: 179).
Y
recordemos
que, todavía en ese momento, los manuscritos coránicos solo
utilizaban la
escritura defectiva, como ya quedó dicho. El significado dependía de
la
lectura que se hiciera del esquema consonántico, lo que cernía una
gran
incertidumbre sobre el texto escrito.
7. En
época
abasí (a partir del año 750), el texto escrito fue objeto de numerosas
supresiones, adiciones, sustituciones e interpolaciones. En la segunda
mitad
del siglo IX, cuando los califas de Bagdad volvieron a la doctrina
tradicional,
se buscó fijar la historia oficial, así como el texto coránico y su
interpretación. Desde entonces, se persiguió a los disidentes, como
fue el
caso de los filósofos racionalistas mutazilíes, cuyas obras fueron
destruidas.
A
partir del
siglo X, se impuso el uso de un solo Corán, el llamado impropiamente
«códice de
Utmán» y se prohibieron todos los demás. De hecho, no subsiste ningún
ejemplar
completo de un Corán anterior, salvo los fragmentos dispersos que hemos
mencionado. Esta versión fue la base para la edición cairota de 1923.
No
obstante, durante bastante tiempo, hubo musulmanes que preferían seguir
usando códices
distintos, residuales, que eran atribuidos, quizá inverosímilmente, a
compañeros de Mahoma, como Abdullah Ibn Masud (594-653), Ubay Ibn Kab
(m. 649),
o Abu Musa (614-672). Todavía en 1007, en Bagdad, se mandó destruir una
recensión que se creía que era la de Ibn Masud.
En
definitiva,
lo que parece incuestionable es que Mahoma no tuvo interés en poner por
escrito
los relatos de su predicación, o sus presuntas revelaciones, algunas de
las
cuales llegarían más tarde a integrarse en el texto del Corán.
Solamente
determinados episodios o discursos sueltos debieron ser registrados por
escrito, ocasionalmente, por diversas personas y diversos motivos. Y a
ellos
se agregaron luego otros escritos heteróclitos, todos ellos objeto de
modificaciones que darían como resultado una superposición de estratos
compositivos y semánticos.
El
hecho innegable
es que, desde el principio, los textos coránicos fueron objeto de
numerosas modificaciones.
Un ejemplo incontestable de inserción posterior en el texto se
encuentra en
una sura adscrita a la etapa de La Meca (Corán 69/18,83-101), que
recoge la
leyenda de Alejandro Magno (en el Corán, llamado Dhu Al-Qarnain, el
Bicorne).
Reproduce una versión tomada de un relato original griego, compuesto
en honor
del emperador Heraclio, con motivo de su conquista de Jerusalén. Como
es sabido
que esta conquista ocurrió en 629, el relato griego no puede ser
anterior.
Forzosamente la leyenda, recogida en la sura 18, tuvo que incluirse en
un
tiempo posterior a esa fecha.
La
recopilación efectiva y sistemática de los materiales que constituyen
el
actual Corán, según venimos exponiendo, se llevó a cabo por iniciativa
de los califas,
según consta en la tradición musulmana, aunque no haya unanimidad en su
historia. A veces, se dice que fue por deseo de Abu Bakr; otras veces,
por
orden de Omar; pero, sobre todo que fue por mandato de Utmán (m. 656),
quien
creó una comisión a tal efecto. Sin embargo, lo más probable es, como
ya hemos
indicado, que fuera en tiempos de Abd Al-Malik (m. 705). Pero ninguno
de ellos
debería confundirse con el Corán actual, completado en el siglo IX y,
finalmente,
convertido en vulgata por la edición de Flügel (1834) o la de El Cairo
(1923).
No tiene sentido denominarlo «Corán utmaniano».
Así
pues, el
texto del Corán se fue elaborando y perfilando a lo largo de más de
doscientos
años. Según Jean-Jacques Walter, la redacción y reescritura del libro
se habría
prolongado desde el año 620 al 847. Y no concluyó del todo hasta la
normalización ortográfica de Ibn Muyahid, implantada hacia el año 930.
«Con
respecto
a la forma de composición, hay razones para suponer que el Corán se
conformó a
partir de una pluralidad de obras religiosas agarenas anteriores. En
primer
lugar, esta pluralidad anterior está atestiguada por numerosas vías.
Por el
lado islámico, el mismo Corán da oscuras indicaciones de que la
integridad de
la escritura era problemática, y con esto podemos correlacionar la
acusación
contra Utmán de que el Corán habían sido muchos libros, de los cuales
él había
dejado solo uno. Por el lado cristiano, el monje del monasterio de Bet
Hale
distingue intencionadamente entre el Corán y la Surat
al-baqarat [capítulo 2 del Corán actual] como fuentes de la
ley, mientras que Levond atribuye al emperador León el relato de cómo
Al-Hayyay destruyó las antiguas ‘escrituras’ agarenas. En segundo
lugar, está
la evidencia interna del carácter literario del Corán. El libro carece
sorprendentemente de estructura general, es con frecuencia oscuro e
inconsecuente tanto en el lenguaje como en el contenido, apresurado en
su
concatenación de materiales dispersos, y dado a la repetición de
pasajes
enteros en versiones variantes. Sobre esta base, se puede argumentar
plausiblemente que el libro es el producto de una edición tardía e
imperfecta
de materiales procedentes de una pluralidad de tradiciones» (Crone y
Cook
1977: 17 y 18).
Las
alteraciones, adiciones,
sustracciones y reescrituras del texto del Corán, así como los
deslizamientos
en el sentido de las palabras, tienen como finalidad eminente dotar al
propio
Corán y a Mahoma de un estatuto igual o superior al de Jesús y el
Evangelio.
Por lo mismo, rebaja a Jesús, calificándolo como «hijo de María», pero
no hijo
de Dios.
Entre
las tácticas empleadas por los
editores sobre los materiales de las suras, con el fin de lograr cierta
unidad doctrinal,
encontramos una doble simulación. Primera, como si Dios fuera el que
habla o
pronuncia todo el texto coránico, para lo que antepusieron «Di:» en más
de trescientos
pasajes. Y segunda, como si Mahoma fuera el sujeto en una serie de
versículos,
haciendo que el profeta ocupe en el texto el lugar que originalmente
ocupaba
Moisés (Corán 50/17,1), o Jesús (Corán 111/48,29), e incluso el mismo
Dios
(Corán 92/4,80). De manera parecida, hay una serie de menciones de
Jesús que
fueron sustituidas por Alá/Dios (Corán 71/14,24-25; 72/14,45; 85/29,43;
107/66,10-11). Mediante este tipo de modificaciones, se pretendía y se
conseguía transformar el significado original el texto.
Hasta
ahora,
no hay consenso unánime a la hora de fijar las etapas de formación,
selección y
rectificación de los materiales que finalmente acabaron componiendo el
texto
del libro del Corán conocido en nuestros días. Sin embargo, cada vez
caben
menos dudas acerca del hecho de que hubo un proceso de redacción,
dilatado en
el tiempo y complejo, del que quedan numerosas huellas discernibles a
través
del azaroso ordenamiento de los capítulos y los versículos, así como
en la
superposición de unos significados sobre otros.
Las
discrepancias que ponen de manifiesto los
manuscritos
de Saná nos aportan una prueba fehaciente de que hubo una evolución
del texto
y de que su transmisión comportaba a la vez transformaciones creativas
(cfr.
Hilali 2017).
No es
fácil,
pero tampoco imposible, deslindar las sucesivas etapas en la
composición del
texto, desde tiempos del profeta árabe hasta el califato de Mutawakkil,
que fue
quien declaró el dogma de la naturaleza increada del libro. Aunque
todavía
después, persistiera la indeterminación del significado de las aleyas,
debido
a las deficiencias en la escritura del texto. Teniendo en cuenta los
resultados
de las indagaciones de reconocidos expertos, por provisionales que
sean, es
posible establecer una hipótesis sobre cómo fue la evolución, que dejó
sus
huellas en la estratificación textual. Cabe discernir y datar, con
suficiente
precisión, hasta siete estratos sedimentados y superpuestos,
que se
identifican mediante ciertos elementos rastreables en el texto
coránico, junto
con la ayuda de otros datos conocidos acerca del contexto histórico:
«1º. El
primer
estrato que lleva el nombre de Corán es el leccionario formado durante
la vida
de Mahoma, antes de 634 por lo tanto, a partir de traducciones y
paráfrasis de
la Torá y el Evangelio de los Hebreos. Forma alrededor de un cuarto del
Corán
actual.
2º.
Aproximadamente la mitad del Corán actual está formada por discursos
de Mahoma
recolectados por Utmán, hacia 650, pero pronunciados por Mahoma antes
de su
muerte en 634.
3º. Los
versículos que incluyen las palabras islam o musulmanes datan de
después de
691, porque estas palabras se introdujeron cuando se crearon estos
términos
para sustituir a los de mahgrāyē o muhāŷirūn.
4º. Las
interpolaciones que introducen el nombre ‘Mahoma’ en el Corán datan de
después
del momento en que Mahoma fue recuperado oficialmente como profeta, así
que, en
cualquier caso, después de 686, y es probable que mucho más tarde, pues
hacia
720 su papel profético todavía no era aceptado generalmente. Por la
misma
razón, hay que datar en el mismo período el versículo que hace de él un
modelo que
imitar [Corán 33,21], y los que describen las normas que se deben
respetar: el
matrimonio con la esposa de su hijo adoptivo, la parte del botín que
corresponde a Mahoma, y que luego corresponde al califa, dado que este
último
imita a Mahoma y ocupa su lugar, el cambio de la quibla, etc.
5º. Las
prescripciones jurídicas se introdujeron después del libro de
jurisprudencia
islámica Al fiqh Al-Akbar, por tanto,
después de 750.
6º. Los más
de
300 incisos ‘Di:’ se añadieron entre los años 800 y 827.
7º. Los más
de
100 versículos donde falta el ‘Di:’ se introdujeron después del año
827 y
antes de la fijación definitiva del Corán hacia 850.» (Capucin, Histoire de l’islam et de Mohammed grace aux
méthodes modernes, 2008: 159.)
Otra
reconstrucción de la historia de la redacción y
la elaboración
del Corán la encontramos en Mohammad Ali
Amir-Moezzi, en su obra: Le Coran silencieux et le Coran
parlant. Sources scripturaires de l’islam
entre histoire et ferveur (2011).
Un
ejemplo conspicuo de los
deslizamientos semánticos lo tenemos en el cambio de significación de
las
palabras «islam» y «musulmán», que no adquirieron el sentido
convencional actual
antes del año 775, tras la consolidación del poder abasí durante el
califato de
Al-Mahdi. Este definió la teología islámica ortodoxa frente a la
herejía, a
fin de reforzar la autonomía del sistema islámico frente a sus
competidores.
Por consiguiente, el versículo que dice «La religión, para Dios, es el
islam»
(Corán 89/3,19), leído en el sentido hoy habitual, tuvo que haberse
añadido
después del año 775.
Dado
que la
disposición de los capítulos y versículos del Corán es caótica, los
esfuerzos
que se han hecho por desentrañar la fecha de composición o transmisión
de cada
uno de los capítulos tropiezan con enormes dificultades. La misma
tradición
musulmana propuso una división global entre suras de La Meca (610-622)
y suras
de Medina (622-632), o sea, capítulos compuestos antes o después de la
hégira.
Luego, algunos coranólogos y traductores establecieron subperíodos en
la etapa
mequí, a la vez que proponían un reordenamiento cronológico de los
capítulos.
Así, Theodor Nöldeke (1860), William Muir (1878), John Medows Rodwell
(1909),
Mirza Abul Faz (1912) y Régis Blachère (1949). También está el orden
cronológico determinado por la autoridad de Al-Azhar, que es el seguido
por
Sami Aldeeb. A esto hay que añadir que la composición de cada sura
tampoco es
neta, puesto que se han identificado 153 versículos, reconocidos como
poshegíricos, que están interpolados acá y allá, en 35 capítulos
anteriores a
la hégira. Se puede consultar una exposición comparativa de varias
propuestas
de orden cronológico de las suras del Corán, disponible en Internet:
Por
otro lado, recientemente se han
llegado a poner en tela de juicio todas las propuestas de ordenación
cronológica, incluidas las más modernas, haciendo ver que carecen de
fundamento
seguro. Se rechaza asimismo la periodización en suras de La Meca o
antehegíricas y suras de Medina o poshegíricas, una división que no
sería más
que un constructo retórico, sin verdadera base histórica.
«Porque
el Corán llamado de La Meca es ya
intolerante y agresivo. El Corán amenaza con el infierno desde la
primera sura
revelada (la 96), cubre de insultos a los incrédulos desde la segunda
sura
revelada (la 68) y habla ya, en futuro, de ‘combatir en la senda de
Alá’ en la
tercera sura revelada (la 73). Además, la más antigua biografía de
Mahoma lo
describe desde La Meca como un hombre decidido a utilizar una violencia
letal»
(Jean-Mairet 2016).
El
resultado es que tropezamos
irremisiblemente con la completa ausencia de una cronología fiable para
clasificar los capítulos del Corán y sus versículos. Todos los
ordenamientos
propuestos se basan en criterios tautológicos o en conjeturas
indemostrables.
A pesar todo, en nuestros análisis, tendremos en cuenta la
clasificación en
dos etapas, antehegírica y poshegírica, así como el ordenamiento
cronológico
de los capítulos establecido por Al-Azhar. El motivo es pragmático:
hemos
comprobado que, operativamente y en líneas generales, al realizar
búsquedas en
el texto teniendo en cuenta el orden cronológico, se obtienen
resultados
coherentes con respecto a la evolución temática e histórica.
Las
fuentes literarias del Corán
Los
autores del texto coránico combinaron ideas de origen siríaco, hebreo,
árabe,
persa, griego, las reinterpretaron y adaptaron en resúmenes, esquemas y
alusiones. Entre ellas lo fundamental consiste en el subtexto bíblico.
Una
cuarta parte del contenido del Corán está compuesta por materiales
procedentes
de la Biblia judía y del Evangelio de los Hebreos (cfr. Qadr 2019: 25).
De tal
manera que, de los 6.236 versículos de que consta el Corán: 502
versículos se
refieren a Moisés; 245 versículos tratan de Abrahán; 131 versículos, de
Noé.
Así, en buena medida, el texto coránico está constituido por
sumarios, glosas
y evocaciones, con frecuencia poco exactas, que manejan los relatos
bíblicos
según su conveniencia. En cualquier caso, resulta imprescindible
conocer bien
la Biblia para entender el Corán.
Otro
componente destacado es el aspecto
legal: 800 versículos establecen preceptos religiosos y sociales,
ampliamente
tomados de la Torá hebrea. También se detectan elementos procedentes de
la
Misná, el Targum, el Talmud, los apocalipsis intertestamentarios, los
evangelios extracanónicos, etc. Al menos en ciertos pasajes, las
figuras de la
Biblia hebrea y del Nuevo testamento no están tomadas
directamente de
las escrituras canónicas, sino extraídas, por ejemplo, de escritos
apócrifos de
los primeros siglos cristianos (cfr. Reynolds 2010). Algunas
traducciones del
Corán tienen el cuidado de señalar esas referencias en nota a pie de
página,
por ejemplo, la de Sami Aldeeb (2019).
Es
evidente
que el Corán se refiere en gran cantidad de pasajes a profetas
anteriores, en
su mayoría hebreos, de los que da una versión simplificada y peculiar,
si la
comparamos con el original bíblico, que precede en más de un milenio.
El Corán
no solo se inspira en los profetas bíblicos, sino que se apropia de
ellos,
hasta el punto de tratarlos como musulmanes, sustentando la tesis,
fantasiosa y
antihistórica, de que el islam sería la religión primigenia de la
humanidad,
respecto de la cual se habrían alejado la religión judía y la cristiana.
Es
probable que el «Evangelio», en
singular, mencionado en el Corán fuera el leído en la comunidad
nazarena a la
que perteneció Mahoma, según unos, un Evangelio de Mateo recortado, o
tal vez
una versión siríaca del Diatessaron
(armonización de los cuatro Evangelios, elaborada por Taciano el Sirio,
en el
siglo II) (cfr. Reeth 2006: 67-81).
A la
luz de las investigaciones de
Christoph Luxenberg, Guillaume Dye, Anne-Marie Delcambre y tantos
otros,
podemos imaginar que el texto coránico parece como un tapiz compuesto
de
remiendos, en el que se cosen traducciones adaptadas de múltiples
textos
sirios, persas, griegos y hebreos, con contenidos judíos, cristianos,
zoroástricos y maniqueos. Para describir este estilo de composición
a partir
de textos preexistentes y heterogéneos, se ha utilizado el concepto de
pastiche,
que se define así: «Imitación o
plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de
la obra
de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una
creación
independiente».
De
hecho, en el texto del Corán, encontramos
tantas
referencias bíblicas, y tal exaltación de la «revelación» dada a
Moisés y a
Jesús, que no cabe la menor duda. Más aún, cuando es el mismo texto
coránico el
que insiste en que su mensaje no es sino una continuación y una
confirmación
de lo que Dios había revelado con anterioridad a Noé, Abrahán, Moisés y
Jesús.
Y se refiere explícitamente a un libro anterior y considerado superior:
«Os ha
prescrito en materia de religión lo que había mandado a Noé, lo que te
hemos
revelado, así como lo que habíamos mandado a Abrahán, a Moisés y a
Jesús»
(Corán 62/42,13).
«Ha
hecho
descender sobre ti el libro con la verdad, confirmando lo que está
antes de él.
Y ha hecho descender la Torá y el Evangelio, antes, como dirección para
los
humanos» (Corán 89/3,3-4).
«Dios
quiere
manifestaros e indicaros las leyes de los de antes de vosotros y
volverse a
vosotros» (Corán 92/4,26).
«Hemos
hecho
descender a ti el libro con la verdad, confirmando lo que estaba en el
libro
antes de él, y que predomina sobre él» (Corán 112/5,48).
A pesar
de
estas afirmaciones tan claras, la tradición musulmana se empeña en
negar los
préstamos bíblicos que ha tomado y en borrar la dependencia de textos
judíos y
cristianos. Para ello, se basa en una serie de pasajes del Corán donde
se los
acusa de haber falsificado las sagradas escrituras y de ocultar su
verdadero
mensaje:
«No
midieron a
Dios en su verdadera medida cuando dijeron: ‘Dios no ha hecho descender
nada
sobre un humano’. Di: ‘¿Quién hizo descender el libro con el que vino
Moisés
como luz y dirección para los humanos? Lo registráis en hojas [de las
que]
mostráis [lo que queréis], y ocultáis mucho, mientras se os enseñó lo
que no
sabíais, ni vosotros ni vuestros padres’» (Corán 55/6,91).
«¿Pretendéis
entonces que os crean, aunque un grupo de ellos escuchaba las palabras
de Dios
y luego las desplaza [de su posición], después de que él se las razonó,
a
sabiendas?» (Corán 87/2,75).
«¡Ay de
aquellos que escriben el libro con sus propias manos y luego dicen:
‘¡Esto es
de parte de Dios’, a fin de cambiarlo por un bajo precio! ¡Ay de ellos
por lo
que sus manos han escrito! ¡Y ay de ellos por lo que realizan!» (Corán
87/2,79).
«Quienes
ocultan lo que Dios ha hecho descender del libro y lo cambian por un
bajo
precio, estos solo ingerirán fuego en su vientre. Dios no les hablará
el día de
la resurrección, ni los purificará. Y tendrán un castigo doloroso»
(Corán
87/2,174).
«Entre
ellos
hay algunos que tergiversan con sus lenguas el libro para que creáis
que eso
está en el libro, cuando no está en el libro en absoluto. Dicen: ‘Esto
es de
parte de Dios’, cuando no es de parte de Dios. Dicen mentiras sobre
Dios, a
sabiendas» (Corán 89/3,78).
«Entre
las
personas del libro hay quienes creen en Dios, en lo que descendió sobre
vosotros y lo que descendió sobre ellos, postrados ante Dios, que no
cambian
los signos de Dios por un bajo precio. Estos tendrán su salario ante
su Señor.
Dios es puntual en ajustar cuentas» (Corán 89/3,199).
«Entre
los
judíos están aquellos [que] desplazan las palabras de sus posiciones»
(Corán
92/4,46).
«Pero
como
rompieron su compromiso, los hemos maldecido y hemos endurecido sus
corazones.
Desplazan las palabras de sus posiciones, y han olvidado una parte de
lo que
se les recordó. Tú no dejarás de ver una traición por su parte, excepto
unos
pocos de ellos. Concédeles, pues, tu gracia y absuélvelos» (Corán
112/5,13).
«¡Oh
enviado!
Que no te entristezcan los que se apresuran al descreimiento entre los
que
dijeron: ‘Hemos creído’ con sus bocas, mientras que sus corazones no
han
creído. Hay entre los judíos [un grupo] que escucha la mentira, [te]
escucha
[para decir mentiras sobre ti a] otras gentes que nunca han venido a
ti, y [hay
un grupo que] desplaza las palabras de sus posiciones» (Corán 112/5,41).
A esa
supuesta
falsificación de los libros revelados de los judíos, contraponen los
musulmanes la sedicente verdad del Corán, como libro descendido desde
el
cielo, directamente de Dios, desde fuera de la historia. Pero, para los
expertos, la acusación de falsificación de la Biblia carece de todo
fundamento,
mientras que no se pueden negar las evidencias del proceso de
composición, de
las múltiples alteraciones producidas en el Corán y de los conflictos
de
interpretación.
Sobre
todo,
después del ascenso de la dinastía abasí, en 750, el texto sufrió
retoques y
los autores de los comentarios, en su mayoría persas, cambiaron el
método
exegético más adecuado para entender el Corán. En vez de recurrir a la
Biblia
para aclarar los pasajes oscuros, empezaron a remitirse a unos hechos y
dichos
del autoproclamado profeta, compilados por aquel entonces y
básicamente
inventados a tal propósito. De modo que sustituyeron el contexto
histórico
real por un contexto imaginario, e impusieron una ortodoxia más acorde
con la
ideología y la teología del imperio califal.
No
obstante,
la dependencia de la Biblia, que siempre fue ostensible en el Corán, ha
quedado
irrebatiblemente demostrada mediante los métodos de análisis modernos.
Por
último,
advirtamos cómo se da, ante la Biblia, una actitud diametralmente
opuesta
entre la tradición islámica y la cristiana. Al contrario de lo que
vemos en el
islam, el cristianismo tiene especial interés en mostrar la continuidad
de sus
escritos y su liturgia con la Biblia hebrea, adoptada como suya, y,
aunque también
resalte su propia novedad, no cesa de hacer continuas referencias al Antiguo
testamento en los escritos neotestamentarios.
De
qué Corán se habla en el Corán
En los
capítulos más antiguos, que se suponen pertenecientes al primer período
de La
Meca, no encontramos ninguna referencia a un Corán. Solo en capítulos
enmarcados hacia mediados de los doce años de La Meca, se empieza a
mencionar
un Corán y un Corán en lengua árabe. Pero ¿qué significa esto? Ante
todo,
aclaremos los términos.
Siempre
se ha
dicho que la palabra corán (qur’an)
significa etimológicamente «recitación»,
aludiendo a que el texto del libro se recitaba o se entonaba como una
salmodia,
pero esto no es exacto. Según el filólogo Luxenberg, la palabra es
etimológicamente aramea/siriaca (qeryana) y designaba, en las
iglesias
sirias, el leccionario utilizado para
los actos litúrgicos (cfr. Luxenberg 2000; Gallez 2005).
La
palabra
«Corán» aparece cerca de 70 veces en el texto del Corán: 57 en
capítulos
anteriores a la hégira, y 9 en los posteriores. Pero, cuando la palabra
aparece
en un capítulo del Corán actual, ¿a qué se está refiriendo? En muchos
casos es
oscuro. Es dudoso que se refiera al libro del Corán por lo menos en
diez
menciones pertenecientes a la época de La Meca. Es llamativo que el
propio
texto coránico, en pasajes datados en una fase temprana, contenga
varias
decenas de referencias al «Corán» como un libro que se sobreentiende ya
acabado, en un momento en que el Corán en cuanto tal solo podía estar,
necesariamente, a medio componer, por lo que no podía existir aún como
un
todo, ni formar un libro. A lo sumo, podría haber entonces una
colección muy
incompleta de hojas, dado que todavía quedaban por delante bastantes
años de la
actividad de Mahoma, sin los cuales no se habían dado las condiciones
para que
el contenido del libro llegara a estar completo.
Por
otro lado, en el Corán, la palabra
«Corán» se utiliza claramente para designar otros libros o escrituras,
que no
son el libro sagrado de los musulmanes, sino la Torá de Moisés, o unas
hojas de
Abrahán (entiéndase las partes de la Torá que hablan de él), o el
Evangelio.
Por
consiguiente, hay que concluir que el Corán del que se habla en
determinados
capítulos del Corán actual no puede ser el libro al que
históricamente
llamamos Corán (cfr. Théry 1960). En efecto, en capítulos del segundo
período
de La Meca, que se suele fechar entre los años 616 y 618, encontramos
menciones
del «Corán» como un libro ya existente, cuando aún faltaban al menos
catorce años
de actividad de Mahoma, hasta su fallecimiento, y todavía no se habían
«revelado», ni podían haberse compuesto, bastantes capítulos de «La
Meca» y,
por descontado, ninguno de los de «Medina». Leamos algunas citas de
esos
capítulos datados en fecha temprana:
«Hemos
hecho el Corán fácil para el
recuerdo. ¿Hay alguien que se acuerde?» (Corán 37/54,17; 37/54,22;
37/54,32;
37/54,40 repite cuatro veces este mismo versículo, como intrusión fuera
de
contexto).
«Así
hemos hecho descender un Corán árabe
y en él hemos expuesto las amenazas» (Corán 45/20,113).
«Hemos
hecho fácil [su comprensión] en tu
lengua» (Corán 64/ 44,58).
Además,
la expresión «lo que ha descendido», o la
palabra
Corán, aparece como un claro añadido tras la expresión «la Torá y el
Evangelio», en suras de las últimas (Corán 112/5,66-68; 113/9,111).
Para la
tradición musulmana, es un dogma incuestionable que el Corán fue
«revelado»
por Dios a Mahoma, por medio de un ángel o espíritu. No habría sido
producto
de la historia de una sociedad y de una mente humana. Sostienen que el
libro es
un glorioso Corán escrito sobre una tabla guardada en el cielo,
que es
el original, la madre del libro, que existe eternamente junto a
Dios.
Este punto es fundamental, porque no hay otro motivo, salvo este
apriorismo de
la naturaleza divina del Corán, que pueda inducir a los musulmanes a
aceptar a
ciegas lo que dice el libro y, por él, a perseverar en las
prosternaciones
corporales y mentales ante su divino autor. Pero ¿cuál es la «tabla»
original y
cuál es la «madre» del Corán árabe? Leamos los versículos donde
aparecen estas
ideas:
«Es un
Corán
glorioso, en una tabla guardada» (Corán 27/85,21-22).
«Por el
libro
manifiesto. Lo hemos hecho un Corán árabe (…) Está en la madre del
libro ante
nosotros, elevado, sabio» (Corán 63/43,2-4).
«Él ha
hecho
descender sobre ti el libro. En él hay signos precisos, que son la
madre del
libro, y otros que son equívocos» (Corán 89/3,7).
«Dios
borra y
confirma lo que quiere. Y la madre del libro está ante él» (Corán
96/13,39).
Y aún
cabe
otra mención, en una variante textual que diría: «La madre del libro
basta
como testigo entre mí y vosotros, con aquel que tiene el conocimiento
del
libro» (Corán 96/13,43).
Cuando
se
alude a ese «libro» o «madre del libro», los exegetas musulmanes han
interpretado que se trata del Corán eterno, preexistente en el cielo,
arquetipo
del revelado. Pero la lectura más directa y correcta, mediante el
análisis que
relaciona los versículos unos con otros, nos llevará a entender que el
«glorioso Corán» guardado en tabla y la «madre del libro» no constituye
una
entidad mítica en el cielo, sino que son las tablas de la Ley mosaica
mencionadas tres veces en el propio Corán (39/7,145-154).
Es el libro de la Torá de Moisés, que está en
posesión de los judíos y que todos conocen.
Por su
parte,
la crítica histórica debe ser metodológicamente ajena a creencias
míticas o
legendarias. Imaginar una composición sobrenatural del texto no
proporciona
ninguna explicación. Lo que puede demostrarse con toda evidencia es
que, en
gran medida, el contenido del Corán procede de fuentes literarias
conocidas
históricamente. El término Torá se menciona explícitamente 18 veces; y
Evangelio, 12 veces. Los análisis detectan que se da una adopción y
adaptación
de otros textos religiosos anteriores: el Midrás
y el Talmud judíos; y varios apócrifos
cristianos, como el Evangelio de la
infancia, el Evangelio del
seudo-Mateo y el Protoevangelio de
Santiago. De hecho, el mismo Corán se hace eco de las acusaciones
que
algunos adversarios hacían a Mahoma de plagiar escritos antiguos que
alguien le
enseñaba:
«Dicen
los que
no creen: ‘Esto no es sino una perversión que él se ha fabulado, y otra
gente
le ha ayudado en ella’. Cometen una opresión y una mentira. Dicen:
‘Leyendas de
los antiguos que él se hace escribir. Se las dictan por la mañana y al
atardecer’. Di: ‘El que sabe el secreto en los cielos y en la tierra lo
ha
hecho descender’» (Corán 42/25,4-6).
«Sabemos
que dicen: ‘No es más que un
humano el que le enseña’. Pero la lengua de aquél al que hacen alusión
es
extranjera, y esta es una lengua árabe clara» (Corán 70/16,103). El
aludido
podría ser Abd Allah Ibn Salam, un rabino que se había unido a Mahoma
(cfr.
nota de Aldeeb 2019 a este versículo).
El
mensaje
coránico es la Torá traducida a los árabes
En cuanto al contenido del mensaje
mahomético, no hay en
el Corán ideas importantes que no se hubieran expuesto antes. Sami
Aldeeb estima
que el 80% del contenido es de carácter judaizante. Son masivos los
influjos y
los préstamos de textos precedentes, tanto canónicos como apócrifos,
según ya
hemos mencionado.
En
muchos
capítulos del Corán se le repite al predicador que su misión no es
otra que
recordar y advertir el mensaje ya conocido (Corán 37/54,17.22.32.40;
45/20,113;
64/44,58). Esos mismos capítulos desconocen por completo que Mahoma
fuera
enviado de Dios o profeta.
La
síntesis
que intenta hacer el Corán aparece malograda, puesto que el libro se
presenta
abigarrado, ya sea en el orden de las suras, en la lógica de los
relatos, en
las contradicciones entre aleyas, o en las constantes incoherencias y
oscuridades.
La
función
práctica estratégica del Corán no es otra que la de justificar la
apropiación
de las tradiciones judía y cristiana, que lleva a cabo el islam, a la
vez que
las rechaza en cuanto tales, con el fin de investir a los musulmanes
como nuevo
pueblo elegido: «Sois la mejor nación suscitada entre los humanos»
(Corán
89/3,110).
Para
esa
apropiación, los autores de los textos coránicos siguieron varios
pasos.
Tradujeron al árabe distintos pasajes de la Biblia, esquematizándolos.
Alteraron el sentido de los relatos con vistas a su asimilación árabe,
y poco a
poco los fueron islamizando. Así, acabaron por dictaminar que la Torá
y el
Evangelio habían sido falsificados, motivo por el cual debían ser
recusados.
En
cambio, hay
muchos pasajes donde se reconoce la existencia muy anterior de la
revelación de
Dios a Moisés en el monte Sinaí, se dice que Dios dio el libro de la
Torá a
Moisés, y se afirma que el Corán árabe es solo una confirmación del
libro
judío.
La
incoherencia, por tanto, resulta insalvable, pues el mismo Corán
insiste en que
su mensaje estaba ya en escrituras antiguas, «en las hojas de Abrahán y
de
Moisés» (Corán 8/87,18-19). Lo que ha descendido en lengua árabe clara
«está en
las escrituras de los antiguos» (Corán 47/ 26,196). Hasta el punto de
que, en
suras anteriores a la hégira, encontramos que el referente clave es,
en todos
los casos y pese a las apariencias y retoques, el libro de la Torá de
Moisés,
no el Corán (por entonces inexistente):
«Hicimos
el
Corán fácil para el recuerdo» (Corán 37/54,17. 32. 40; repetido en
64/44,58).
«Le
hicimos
descender un Corán árabe» (Corán 45/20,113).
«Este
Corán
(…) es una confirmación de lo que está antes de él, y una exposición
del libro,
no hay ninguna duda» (Corán 51/10,37).
«Lo
hicimos
descender en una noche bendita» (Corán 64/44,3).
«[Dios
hizo
descender] antes [del Corán], el libro de Moisés, una guía y una
misericordia.
Este es un libro que confirma, en lengua árabe, para advertir…» (Corán
66/46,12).
«Hemos
expuesto en este Corán, para los humanos, toda clase de ejemplos»
(69/18,54)
Esta
confusión
con la palabra nos ha obligado a preguntarnos ¿a qué Corán se refiere
el Corán?
Cuando la sura 15 del Corán actual se refiere a un Corán que ya existía
entonces, diciendo «Esos son los signos del libro y de un Corán
manifiesto»
(54/15,1), no puede estar refiriéndose a sí mismo, al Corán donde tal
cosa está
escrita. Porque tal afirmación se hace en un capítulo encuadrado por
Nöldeke en
el segundo período de La Meca (años 616-618), cuando el Corán distaba
mucho de
estar compuesto como un libro. Es probable también que hubiera otro
texto de
lectura, un «corán» en árabe, utilizado en los actos de culto,
consistente en
traducciones al árabe de pasajes de la Torá hebrea.
En
cuanto al
Corán actual, diferentes investigaciones encuentran que sus
características son
básicamente las de un texto traducido al árabe, adaptado a
partir de
otras lenguas, en concreto, del siroarameo: «Se trata de una
traducción,
redacción, revisión, corrección, reformulación y adaptación del texto
a las
necesidades de los receptores» (Abdel Jalil 2012: 3). Su función
consistió
inicialmente en proporcionar a los árabes seguidores de Mahoma un
libro en su
lengua, que luego aportaría la base para confeccionar un libro sagrado
propio.
La tesis de que hubo unos originales no árabes del Corán la sustentan
autores
como Günter Lüling, en Über den Ur-Qur’an (1974) y Christoph
Luxenberg,
en The Syro-Aramaic reading of the Koran (2000). Según Lüling,
alrededor
de un tercio de las suras coránicas son himnos cristianos adaptados.
Uno de
los
rasgos más extraños del Corán es la falta de indicación concreta
espacial y
temporal de dónde y cuándo se produjeron los acontecimientos
relatados, la
falta de nombres propios de los supuestos protagonistas y de los
destinatarios
contemporáneos. Ni siquiera se dicen los nombres de Mahoma, sus mujeres
o sus
compañeros:
«El
Corán es
un texto que sorprende por su ausencia total de complemento
circunstancial de
tiempo y lugar. La ausencia casi total de nombre propio complica y
vuelve vana
cualquier conclusión. En efecto, la mera evocación evanescente de
figuras
bíblicas esquemáticas, especie de prototipos desencarnados y marionetas
del
sistema islámico, solo conduce a conjeturas muy diversas, y hasta
diametralmente opuestas, según los métodos y paradigmas postulados»
(Qadr 2019:
26).
En
cuanto a
los destinatarios del mensaje del Corán, ¿es un mensaje para los
árabes, o para
toda la humanidad? La respuesta hay que buscarla en relación con la
consideración de Mahoma como «sello de los profetas» (Corán 90/33,40),
tema
que se tratará en el capítulo posterior. Hay que averiguar si su
profetismo se
dirigía solo a los árabes o bien a los hombres en general y, en segundo
lugar,
dilucidar si eso implica que sea el último mensaje. La tradición
musulmana lo
interpreta como el mensaje definitivo de Dios a toda la humanidad. Sin
embargo, esto entra en colisión con los pasajes coránicos donde se
afirma
taxativamente que va dirigido a los árabes. Aquí se pone de manifiesto
una
incoherencia más.
La
autoría del
texto coránico
Es
innegable que los versículos y los capítulos del Corán tuvieron que ser
concebidos y redactados por un sujeto humano, lo mismo que las
alteraciones e
interpolaciones introducidas con posterioridad. Pero esto no exige que
la
autoría del libro deba atribuirse necesariamente a un único autor. Los
análisis realizados por distintos expertos durante más de un siglo han
identificado
en el Corán componentes heterogéneos: textos preislámicos, escritos de
tiempos
del profeta árabe, aportaciones de sus compañeros, inserciones
procedentes de
ulemas y escribas de la corte califal. Simplificando al máximo, las
hipótesis
concernientes a la autoría se pueden reducir a tres:
A. La
hipótesis no científica, sino
mitológica, dice que fue Dios el autor del libro, transmitido a Mahoma,
quien
lo recitó o lo fue dictando, y sus seguidores lo habrían memorizado y
puesto
por escrito. El proceso habría ido desde Dios al ángel Gabriel, por
medio de
este a Mahoma y, finalmente, a los amanuenses que elaboraron los
manuscritos.
B. La
hipótesis de la autoría de Mahoma,
que lo compuso por sí o dictando a sus escribas y secretarios. Según
esto, un
Mahoma erudito lo escribió él mismo o con ayuda de otros. Aquí, la
objeción es
que la tradición musulmana afirma que no sabía leer, ni escribir. Y
esto agrava
un segundo problema: ¿de dónde pudo Mahoma obtener el vasto
conocimiento de
las fuentes judías y cristianas, bíblicas y extrabíblicas que se
trasluce en el
Corán? Que lo ideara y compusiera él solo resulta sumamente
inverosímil.
C. La
tercera es la hipótesis histórica
de un autor con una profunda formación en el judaísmo bíblico y
rabínico, y buen
conocedor del cristianismo, incluidos algunos textos extracanónicos.
Este
autor tuvo que ser alguien muy vinculado a Mahoma, de quien sería
maestro o
consejero, y junto a quien adaptó aquella religión a los árabes. Tales
conocimientos no podría poseerlos entonces más que un judío bien
instruido.
Probablemente se tratase de un erudito judío, o judío nazareno, que
aleccionó
a Mahoma y lo acompañó hasta el final, redactando al menos una parte
del Corán.
De él nunca se habla directamente en el Corán, como tampoco de Mahoma,
pero su
presencia tácita en muchas páginas aporta una explicación racional a la
composición del texto protocoránico. Dicho autor acaso nos es
desconocido,
pero bien pudiera ser el Waraqa Ibn Naufal de quien habla la tradición
musulmana. O acaso, según otros, un rabino llamado Abd Allah Ibn Salam.
Respecto
a la primera hipótesis, supone
asumir el mito de una revelación al dictado de un ángel de parte de
Dios, con
Mahoma como transmisor, o recordador, quien solo tardíamente, en la
etapa de
Medina, se atribuyó a sí mismo la categoría de «enviado» y de «profeta»
de ese
Dios. En realidad, dejando aparte su intencionalidad teológica, la
creencia en
el origen divino cumple la función de volver innecesaria la cuestión
de quién
fue el autor efectivo que compuso las suras, y da pie a la condena de
toda
búsqueda histórica del autor humano y sus fuentes. Al mismo tiempo,
serviría
como base para postular la independencia de la nueva religión, dando
pie para
descartar finalmente los libros sagrados judíos y cristianos de los que
depende.
Al
margen, sería legítimo preguntarnos si
el Corán es un libro digno de Dios. Dado que se supone que es Dios el
autor y
el sujeto que habla en todos los versículos coránicos, ¿no parece
totalmente
inapropiado poner en boca de la divinidad sonoros juramentos y
adscribir a su
comportamiento toda clase de arbitrariedades, incoherencias, crueles
venganzas
y mezquindades?
En
cuanto a la segunda hipótesis, que
Mahoma sería el autor, resulta que el Corán ni siquiera menciona su
nombre. La
mayor parte de las suras anteriores a la hégira presentan al
predicador como
un hombre ordinario que repite el mensaje de los profetas anteriores,
si bien
es verdad que no le falta carisma personal para predicar, recordar y
advertir.
Al menos durante el primer período de La Meca (años 610-615), y hasta
después
de la hégira, nadie lo consideraba como enviado de Dios, ni como
profeta, ni
siquiera él mismo: «Recuerda, pues, tú eres solo un recordador. Tú no
eres un
dominador sobre ellos» (Corán 68/88,21-22).
La
tercera hipótesis, que sugiere un
autor erudito y muy versado, queda abierta a variantes que contemplen
una
pluralidad de autores, que habrían intervenido a lo largo del tiempo.
Lo
esencial aquí estriba en la afirmación de que el Corán es obra humana.
En
efecto, vemos cómo, en muchos versículos, habla la voz de un sujeto
innominado,
que se dirige con frecuencia al predicador y a otros destinatarios,
incluido el
propio Dios. ¿Quién es, entonces, ese sujeto? Parece claro que no se
trata de
Dios, ni gramaticalmente, ni en forma simbólica, porque hay muchísimos
casos
en los que hay una referencia a Dios en tercera persona. Una
explicación
verosímil sería que ese personaje hablante fuera el mismo sujeto que
redactó
buena parte de los materiales del Corán, a lo largo de una veintena de
años.
Por
otra parte, sería necesario
clarificar también la idea de «revelación». Como primer paso, hay que
poner en
entredicho la concepción islámica que la entiende como un dictado
textual,
literal, cosificado. Ni la religión cristiana, ni la judía, conciben
que haya
revelación en ese sentido. La autoría de los libros bíblicos se
atribuye
siempre a personajes humanos. Y su carácter revelado solo significa que
estuvieron
de alguna manera inspirados por Dios. Esta pretensión bastanre más
modesta, por
lo demás, no sería incompatible con la pluralidad de autores del Corán
que nos
descubre la investigación.
La
suposición
de un autor único del Corán, ya sea divino o humano, no se puede
argumentar a
partir de la demostración de que cada capítulo está dotado de
coherencia
interna, subyacente en su estructura retórica, tal como se esfuerza
trabajosamente en hacernos ver Michel Cuypers (2011). Podemos conceder
que los
escribas califales hicieron un arduo trabajo sobre el texto, aunque
solo hasta
cierto punto. Porque las incoherencias están ahí y saltan a la vista.
Basta un
poco de atención para notar que hay fuertes contrastes entre un estilo
más
piadoso y hasta santurrón, frente a otro harto intolerante, combativo
y
agresivo; hay cantidad de aleyas que afirman lo contrario que otras;
hay
incongruencias insuperables. Todo esto denota diferentes plumas y
orientaciones. Jean-Jacques Walter, mediante el análisis codicológico
del
texto, ha identificado huellas de no menos de treinta autores, y
posiblemente
hasta cien, que habrían intervenido en la escritura del Corán (cfr.
Walter
2014).
Los
errores lingüísticos en el Corán
Hay un estudio sistemático de los
errores lingüísticos
detectables en el texto coránico, Introduction aux erreurs
linguistiques
dans le Coran, publicado por el coranólogo Sami Aldeeb (2021a),
donde
demuestra fehacientemente cómo, desde el punto de vista de la lengua
árabe,
abundan las faltas en el texto del Corán. En la primera parte de la
obra,
analiza los diversos tipos de errores existentes en el texto coránico.
Y en la
segunda, presenta a dos columnas el texto árabe en orden cronológico y,
al lado
de cada versículo, las incorrecciones gramaticales y lingüísticas
observadas.
El autor las clasifica en once categorías:
1. Las
ambigüedades a nivel de palabra y de frase.
2. Las faltas de
ortografía.
3. Las variantes
de lectura y los
errores de transcripción de los copistas.
4. El uso de
palabras inapropiadas.
5. La
permutación defectuosa de los
elementos del discurso.
6. Los errores
gramaticales y la
enálage.
7. Las
contradicciones en el plano de
las normas y en el relato.
8. La
repetición, la dispersión y la
redundancia.
9. La
dislocación de los versículos del
Corán.
10. Las lagunas
en el texto coránico.
11. La ausencia
de signos de puntuación.
Está
disponible una extensa divulgación
de ese estudio, en una serie de artículos publicados por el autor en su
sitio
de Internet, y traducida el español como Errores lingüísticos en el
Corán,
igualmente en Internet:
Según
estimaciones de Sami Aldeeb, en el
texto árabe del Corán canónico de Al-Azhar, el más difundido hoy, se
encuentran más de 2.500 errores lingüísticos y estilísticos (Aldeeb
2019: 5).
La colocación tardía de los acentos y los puntos diacríticos con sus
oscilaciones da lugar a varios miles de variantes. De tal manera que la
variabilidad afecta actualmente a 3.462 versículos del total de 6.236
de esa
edición de El Cairo (cfr. Aldeeb 2019: 10 y 13; 2021a). Aproximadamente
la
mitad de los versículos del Corán presentan dificultades o
incorrecciones
lingüísticas formales. Cerca del 25% son expresiones ambiguas, oscuras
o
ininteligibles. Y en torno al 15% del texto delata lagunas, es decir,
faltan
palabras en la frase.
En
resumen, habría trescientos errores
con respecto a la gramática árabe. Unos mil setecientos errores
estilísticos e
incorrecciones de los tipos señalados. A la vista de todo esto,
continuar
afirmando la perfección de «el Corán que el Señor del universo ha
hecho
descender en una lengua árabe muy clara» (Corán 47/26,192-195) parece
un aserto
poco fundamentado.
Los
errores de contenido en relatos del Corán
Por
otro lado, los errores formales no son los únicos que se detectan en el
texto
del Corán, puesto que también encontramos frecuentes errores de
contenido, de
mayor o menor importancia, por ejemplo, en relatos que están en
paralelo con
otros bíblicos. Recopilamos aquí una serie de estos errores materiales,
dispersos acá y allá por las páginas del texto y que, salvo que fueran
licencias poéticas un tanto
desacertadas o glosas inexplicablemente descuidadas, demuestran un conocimiento poco preciso
de las
fuentes, acaso confusiones desapercibidas y, en algunos casos, podría
tratarse
de deformaciones introducidas intencionadamente en ciertos elementos
de la
historia.
Corán
45/20,85-88 y 95-97. En la historia
de Moisés, se cuenta que un «samaritano» fabricó el becerro de oro.
Pero la
Biblia narra que fue Aarón (Éxodo 32,7). Además, no podía haber un
samaritano
en tiempos de Moisés, que vivió en el siglo XIII a. C., porque Samaría
no
existió antes del 870 a. C.
Corán
45/20,120. En el relato de Adán, el
Corán menciona un solo árbol prohibido, el «árbol de la eternidad», que
corresponde al bíblico árbol de la vida. Pero la Biblia habla de dos
árboles
del paraíso prohibidos: el árbol del conocimiento del bien y del mal
(Génesis
3,1-7), no mencionado en el Corán, y el árbol de la vida, comiendo del
cual se
vive para siempre (Génesis 3,22).
Corán
45/20,121. Satán tienta a Adán, y
él y su mujer, ambos simultáneamente, comieron la fruta del árbol
prohibido;
mientras que, en la Biblia, la serpiente tentó a Eva, que comió primero
y luego
le dio a su marido (Génesis 3,1-7).
Corán
49/28,6-8 y 38; 60/40,24. El Corán
sitúa a un personaje llamado Amán junto al Faraón, en días de Moisés
(siglo
XIII a. C.). Pero, en la Biblia, este personaje Amán aparece
ampliamente en el
libro de Ester (capítulo 3 en adelante). Amán fue consejero del rey
Asuero de
Persia, en el siglo V a. C. Evidentemente resulta un anacronismo.
Corán
49/28,23. Cuando Moisés llegó a los
pozos de Madián, encontró allí a dos mujeres. Pero la Biblia cuenta
que eran
siete mujeres (Éxodo 2,16).
Corán
55/6,74. Al padre de Abrahán el
texto coránico lo llama Azar, en vez de Téraj (Génesis 11,26-27),
probablemente
confundiéndolo con Eliezer, que fue un criado de Abrahán (Génesis 15,2).
Corán
56/37,101-107. El Corán da a
entender que el hijo de Abrahán llevado al sacrificio era Ismael, el
hijo de
Agar (puesto que el nacimiento de Isaac se narra después). Pero, en la
Biblia,
se trata indudablemente de Isaac, el hijo de Sara (Génesis 22,1-18).
Corán
60/40,36. El Faraón ordena a Amán
que construya una torre de ladrillo para llegar a Dios. Esto supone una
mezcolanza con la historia de la torre de Babel (Génesis 11,1-9).
Corán
67/51,13. El
redactor coránico inventa el relato sobre Abrahán en la hoguera, a
partir de
la palabra Ur, traducida incorrectamente por «fuego», cuando se trataba
del
nombre de la antigua ciudad mesopotámica de donde provenía Abrahán.
Corán
73/21,68-69. Se vuelve a mencionar
que Dios libró a Abrahán del horno caldeo, cuando la narración correcta
debería
ser: Dios lo hizo salir de Ur (Génesis 11,31).
Corán
97/2,249. Se atribuye al rey Saúl
un episodio en el que pone a prueba a los soldados prohibiéndoles beber
agua de
un río; pero en la Biblia ese relato corresponde a Gedeón, uno de los
jueces
(Jueces 7,4-8).
Corán
89/3,33-35. El Corán vincula a
María, la madre de Jesús, con la «familia de Amrán» (89/3,33). Se
refiere a la
madre de María indicando que es la «mujer de Amrán» (89/3,35), el padre
de
Aarón y Moisés. También designa a María como «hija de Amrán» (Corán
107/66,12)
y «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28). Ahí encontramos casi trece
siglos de
anacronismo que separan a una María de la otra.
Las
contradicciones y la doctrina de la abrogación
La falta de lógica afecta a la
misma explicación sobrenatural del origen del Corán, cuando, desde el
principio, los mahomistas afirman dos cosas opuestas: una, que el Corán
es la
palabra de Dios hecha libro, que descendió de una sola vez en la noche
del
destino, conforme a su interpretación de la sura 97. Otra, que el
Corán
descendió sobre el enviado paulatinamente, a lo largo de veintitrés
años, en
diversas circunstancias. Y es que, si analizamos los significados
contenidos en
el libro, lo más chocante está, más allá de los errores formales y
materiales,
en las incongruencias, desacuerdos y contradicciones entre unas aleyas
y otras.
Una clave de
interpretación convincente puede estar, en
muchos casos, en el hecho de la evolución y la metamorfosis que se
operó con
el tiempo en el Mahoma histórico y su mensaje. Esta evolución, sin
duda,
comenzó ya en La Meca, ante la hostilidad de las autoridades, y se
aceleró tras
la hégira, en Medina. La inestabilidad política y la ideología
mesiánica
potenciaron un cambio de fase, a partir de ciertos elementos que
estaban ya
dados de antemano.
El
resultado
es que la evolución producida y rastreable a través del Corán podría
afectar a
aspectos fundamentales del sistema islámico, o al menos al énfasis que
se les
da. Por ejemplo, el mensaje de Dios que llama a obedecer a sus profetas
se mudó
en un mensaje de beligerancia contra los descreídos. La devoción
religiosa de
los creyentes seguidores de Mahoma giró hacia la guerra, la victoria
de las
armas y el reparto del botín. El premio y el castigo, señalados para el
día del
juicio final y la otra vida, se anticiparon y se llevaron a efecto en
esta
vida, por mano de Mahoma, su ejército y su ley. Como Aisha comentó una
vez,
parece que, en lugar de estar Mahoma al servicio de Dios, es este quien
interviene al servicio de Mahoma. El gran orientalista escocés William
Muir
dijo algo muy parecido: durante los años de La Meca, Mahoma estaba al
servicio
de Dios, pero, en los años de Medina, Dios parecía estar al servicio
del
profeta. En cualquier caso, observamos cambios radicales de actitud:
–
Mahoma, que
se presentaba como mero predicador, se transformó en enviado
de Dios y en profeta
armado que manda y conquista con poder absoluto.
–
Mahoma, que
empezó siendo un empleado sin fortuna, pasó a ser inmensamente rico en
Medina.
–
Mahoma, que
fue monógamo con Jadiya, su primera mujer, se hizo polígamo en Medina.
– La
alquibla,
u orientación en el rezo, fue primero hacia Jerusalén, y se cambió
hacia La
Meca (Corán 87/2,144 y 149-150).
– El
calendario de fiestas judío se alteró: la celebración semanal pasó del
sábado
al viernes; y el ayuno se trasladó al mes de ramadán.
– Los
elogios
iniciales a los beneficios del vino fueron reemplazados por su
prohibición
(Corán 70/16,67; 87/2,219; 112/5,90).
– La
libertad
de las mujeres en la vida social se acabó, con su reclusión en casa y
la
imposición del velo.
– El
mensaje
de paz y la misericordia de Dios se reservó en exclusiva para los
musulmanes
(Corán 39/7,156).
– Las
llamadas
a la paciencia se sustituyeron por llamadas al combate hasta el final
contra
los que no se someten al islam (yihad).
– La
sumisión
del creyente a Dios significó cada vez más el sometimiento a Mahoma y
la
obligación de someter a todos los demás en nombre de Dios.
– La
tolerancia hacia otras religiones proféticas derivó hacia su
persecución y
opresión, en pos de la supremacía del islamismo.
En
síntesis,
observamos una paulatina alteración de lo que empezó siendo una
comunidad
nazarena sumisa a Dios, hasta la configuración de una comunidad árabe
musulmana
(umma), que dio nacimiento propiamente
al islam como religión autónoma. El sesgo final, un tanto sectario,
que
singulariza esta evolución iniciada por Mahoma lo determinó el éxito
que obtuvo
en promover, por medio de la espada, la expansión de aquella fe
milenarista.
Los
eruditos
musulmanes y los investigadores occidentales, para dar cuenta de la
dualidad
del mensaje, buscaron distinguir en el Corán entre los capítulos de la
época
mequí y los de la época mediní, lo cual explicaría la evolución de
Mahoma y su
movimiento. Con todo, la evolución en ese sentido aparece muy confusa,
por la
aleatoria disposición de los capítulos en el libro, ajena a todo orden
cronológico. La consecuencia más evidente es que se tropieza con una
enorme
dificultad para percibir con claridad los cambios y, sobre todo, en qué
orden
fueron sucediendo.
Al
mismo
tiempo, surge la pregunta de si realmente hay dos mensajes diferentes
en el
Corán. Incluso en el ámbito musulmán, no han faltado intelectuales que
destacaron esta dualidad. Pero es una cuestión espinosa. Por ejemplo,
el
pensador sudanés Mahmud Muhammad Taha, defendía en sus obras una
reforma
liberal del islamismo, basándose en la idea de que el mensaje universal
del
Corán, el verdadero islam, se encuentra ya completo en las suras de La
Meca,
antes de la hégira, mientras que los capítulos de Medina, después de la
hégira,
tendrían solo un carácter coyuntural, de manera que deben prevalecer
los
primeros. Esta es la tesis que defendía en su obra El
segundo mensaje del islam (1967). Lamentablemente, esta
interpretación fue la causa de que Taha, ya anciano, fuera condenado
por el
gobierno islamista de Sudán y ahorcado, en 1985, en Jartún (cfr. Aldeeb
2018).
No es el único reformista musulmán que ha sufrido persecución o ha
perdido la
vida por sostener tesis análogas.
A pesar
de
todo, la tensión entre dos fases o dos mensajes inherentes al
pensamiento y la
praxis de Mahoma, y plasmados en el Corán, no resuelve
satisfactoriamente la
problemática que suscitan las afirmaciones opuestas y a veces
contradictorias
entre unos versículos y otros, incluso dentro del mismo capítulo, y
todos con
la pretensión de revelar la palabra eterna e inmutable de Dios. Hay
algunos
casos muy conocidos: un versículo alaba el vino (Corán 70/16,67), otro
previene contra él (Corán 87/2,219) y un tercero lo prohíbe
tajantemente (Corán
112/5,90); un versículo dice que Dios está en
todas
partes (Corán 87/2,115), otro justifica orar mirando a Jerusalén
(Corán
87/2,115) y otro estipula «vuelve tu rostro hacia el lado del santuario
prohibido» (Corán 87/2,144), que los musulmanes interpretan como la
caaba
de La Meca, centro y sede de la divinidad. Hay un breve
estudio de Benjamin Lisan sobre las contradicciones e
incoherencias del Corán (Lisan 2018). Sami Aldeeb, en la introducción a
su
traducción del Corán al francés, diferencia hasta ocho tipos de
abrogación
(Aldeeb 2019, 13-14).
El caso
más
flagrante de colisión entre versículos lo tenemos entre aquellos que
predican
la tolerancia y aquellos otros que pregonan la intolerancia, la
violencia y la
guerra, que mandan llevar a cabo la yihad contra toda otra religión,
hasta que
la religión de Alá prevalezca y domine en el mundo entero.
«Ten
paciencia
con lo que dicen y apártate de ellos discretamente» (Corán 3/73,10).
«Cuando
tu
Señor revela a los ángeles: ‘Yo estoy con vosotros; fortaleced, pues,
a los
que han creído. Yo infundiré el terror en los corazones de los que han
descreído. Golpeadlos por encima del cuello, golpeadles todos los
dedos’»
(Corán 88/8,12).
Los
comentadores y jurisconsultos musulmanes se percataron pronto de este
atolladero de incoherencias, de modo que buscaron una solución
mediante la
llamada doctrina de la abrogación. Cuando dos versículos se
contradicen,
uno de ellos prevalece sobre el otro. Así, hay
versículos «abrogantes» y «abrogados». Esta doctrina ofrece un
mecanismo
para esquivar las contradicciones patentes del discurso coránico. Pero,
en general,
ocurre que los versículos que hablan de tolerancia religiosa y
de
búsqueda de la paz (atribuidos a la época de La Meca) son los que
resultan abrogados, anulados y sustituidos por
otros más tardíos (de la época de Medina), que insisten
en mandatos de tipo político y bélico. La tradición muslim,
además, entiende que, sobre todos los demás, prevalece el llamado
«versículo de la espada», por ser la última prescripción de
Mahoma recogida en el
Corán. Según autores clásicos musulmanes, solo este versículo habría
abrogado
124, o incluso 140, versículos coránicos anteriores, más proclives a
la
tolerancia:
«Una
vez que transcurran los meses prohibidos,
matad a los
asociadores allí donde os enfrentéis a ellos, capturadlos, asediadlos,
tendedles emboscadas por todas partes. Pero si se arrepienten, acuden
al rezo y
pagan el tributo, entonces dejadlos en paz» (Corán 113/9,5).
Esta
doctrina del abrogante y el abrogado
puede utilizarse a veces en sentido inverso, cuando los musulmanes se
hallan en
situación de minoría o debilidad. Entonces pueden, a ejemplo de
Mahoma,
promover la tolerancia, pero solo hasta que la situación cambie y
alcancen la
mayoría o poder suficiente para optar a imponerse por medio de la
fuerza. Esta
doblez de comportamiento está legitimada por las doctrinas de la taquiya
(el disimulo) y la tawriya (la ambigüedad o doble sentido).
Parece
ser una
característica recurrente del proceder islámico, el sustentar a la vez
dos
ideas contradictorias y servirse de una o de otra según las
conveniencias del
momento. Esto desvela otro aspecto de la doctrina de la abrogación, ese
sofisticado mecanismo de racionalización, en virtud del cual nunca se
es
consecuente del todo, puesto que los versículos abrogados nunca quedan
descartados, sino que siguen formando parte del Corán, no dejan de
considerarse revelados y uno puede echar mano de ellos si le conviene
en
determinada tesitura. No es raro ver cómo son citados en cada
oportunidad, de
buena o mala fe, para engaño de desprevenidos propios y extraños.
Porque,
lamentablemente, es raro que, para un musulmán,
empezar a hablar del islam no sea empezar a mentir. El que no sabe está
engañado. El que sabe trata de engañar. Su lenguaje funciona como un
doble lenguaje,
pervertido por sistema, como el de los comunistas de antaño y de ahora.
Lo que
llaman paz, tolerancia, igualdad, justicia o religión no se parece en
nada a lo
que un europeo entiende normalmente.
Algunos
especialistas piensan que los versículos coránicos que sirven de apoyo
a la
abrogación (en especial 87/2,106; pero también 8/87,6-7; 50/17,86;
70/16,101 y
96/13,39) son una interpolación muy conveniente para los califas que
culminaron la construcción del islam. Pues tanta variabilidad en la
norma
colisiona frontalmente con el dogma de la intangibilidad de la palabra
divina
y con el principio de que la Ley debe cumplirse íntegramente.
Otra
forma de
concebir la abrogación tiene que ver con la posición asumida por el
Corán
(abrogante) con respecto a la Biblia hebrea y el Evangelio (abrogados),
tachados de falseamiento y proscritos. También la podemos vislumbrar en
relación con las fiestas judías, o la orientación para el rezo, que
fueron
abandonadas. Y en general, afectaría a todo lo dispuesto por el Corán a
propósito de los judíos y los cristianos, hacia los cuales la actitud
final de
Mahoma se mostró cada vez más hostil.
En el
fondo,
el invento de la doctrina de la abrogación implicaba una forma astuta
de asumir
que, en realidad, había habido evolución y mutaciones en Mahoma y en
el
protoislam, aunque esto no sea conforme con el dogma de la
inmutabilidad del
Corán, exigida por su autoría divina. El hecho es, sin embargo, que la
mutabilidad resulta patente en los preceptos coránicos, y los cambios
de
criterio no son raros entre unas aleyas y otras. Algo muy humano,
incontestablemente.
Conclusiones
del estudio sobre el Corán
Carece tanto de veracidad
histórica como de sentido
teológico decir que el Corán es un libro eterno, o una revelación
literal de la
palabra de Dios. Porque, de hecho, conocemos gran cantidad de datos
acerca de la
procedencia y la evolución del libro. Las investigaciones han
reconstruido cómo
fue probablemente el proceso de su composición, han analizado los
estratos
superpuestos que subyacen en su contenido y han identificado la
huella de
una pluralidad de autores.
El
Corán que
ha llegado hasta nosotros es el resultado de las muchas modificaciones,
alteraciones y agregaciones efectuadas por orden de los califas, tanto
por los
que se consideran «bien guiados», como por los de Damasco y los de
Bagdad.
Tras
los
análisis, la pretendida perfección del Corán (que mostraría su
naturaleza
sobrenatural) ha quedado pulverizada. En consecuencia, los fundamentos
divinos
del islam no poseen más que un carácter mítico. Incluso la historicidad
de su
atribución a Mahoma está en entredicho. Lo lógico sería que el edificio
creado
por la tradición se desplome, tarde o temprano, aunque aún se mantenga
en pie
por obra y gracia de la inercia humana y por un ciego apego a la
tradición.
No hay
Corán
originario al que se pueda volver, o que se pueda restituir, porque,
ya en su
origen, se formó mediante una agregación de textos heteróclitos, sin
orden
lógico ni cronológico, entre los que se incluyeron diversos
materiales,
probablemente utilizados para el culto y la predicación, junto con
escuetos
relatos de acontecimientos alusivos a Mahoma y sus primeros seguidores
árabes,
así como sumarios inconexos de preceptos jurídicos. A lo contrahecho de
su
composición inicial hay que sumar las alteraciones ulteriores,
patrocinadas por
los califas, tanto omeyas como abasíes.
Hubo
una
evolución del protoislam y el proto-Corán que, poco a poco, transformó
el
mesianismo escatológico de Mahoma en una teología califal
legitimadora
del despotismo oriental (cfr. Wittfogel 1957) típico de las sociedades
musulmanas a lo largo de la historia.
Desde
el punto
de vista de los efectos prácticos, la divinización del Corán se ha
mostrado
nociva para el desarrollo del conocimiento y de la actitud ética. Al
pretender
ser absolutamente incuestionable, prohíbe a los musulmanes aplicar al
texto
cualquier clase de argumentación racional o análisis crítico. También
destruye
la ética, no solo por negar la libertad humana mediante la imposición
de
normas heterónomas, sino más aún por convalidar la venganza, la
mentira, la
traición, el expolio de botín y el asesinato, con tal de que se haga en
la
senda de Alá, esto es, creyendo que perseguir a los infieles para
someterlos por
la fuerza es una obra de religión. Es como si Alá fuese el nombre o
personificación de un proyecto de dominación irrestricta, teocrática e
imperial, por el que la umma
musulmana está llamada a combatir.
Habiendo
dimanado de escrituras anteriores, de la Torá y el Evangelio, el Corán
extrajo
de ellos, a través de la interpretación judeonazarena, un mesianismo
apocalíptico
y milenarista radicalizado, que movilizó los espíritus sarracenos:
«Es un
texto
escatológico que se inscribe en un contexto de espera del fin del
mundo, que no
se comprende más que en un ambiente de masacre y de guerra de naciones
contra
naciones. Es un texto que sigue paso a paso a los profetas bíblicos,
buscando
cumplirlos, identificando por turnos al héroe principal con figuras
bíblicas:
Moisés, Abrahán, Jesús, Judas Macabeo, Daniel. Un texto violento que
hace de
la reconstrucción de la Casa un fin absoluto que justifica todos los
medios»
(Qadr 2019: 365).
Si es
un hecho
probado que hubo tantas mutaciones textuales y semánticas, si es cierto
que
hubo una deriva belicista y política ya en tiempos de Mahoma, quienes
deseen
salvar el mensaje religioso del islam tendrán que reconocer que en el
libro
canónico del Corán hay numerosas aleyas que deberían ser corregidas o
eliminadas. Porque no puede olvidarse que el Corán es un libro de
creencias
religiosas, pero también es un manual de guerra, un código civil y un
código
penal, y que sus seguidores pretenden dogmáticamente que está
sustraído a
todo cuestionamiento humano.
La
realidad
del Corán se halla muy lejos de esa visión cristianesca, concordista y
mendaz
del islamismo que suelen tener los clérigos y los laicistas de nuestro
entorno.
Las
conclusiones caen por el peso de los datos y los argumentos que
proporcionan
los análisis. Sin duda, el Corán consiguió armar un sistema
religioso-político sólido, que funcionó históricamente, y
desarrolló una
inmunología ideológica potente, respaldada siempre por un aparato de
represión política. Pero, a estas alturas, contamos
ya
con los elementos para hacer una recapitulación sintética en los
siguientes
puntos:
1. El
Corán es
un libro de 114 capítulos yuxtapuestos sin orden ni concierto, una
obra
enrevesada en la que verosímilmente intervinieron decenas de escribas.
Por más
que pretenda ser palabra divina, sus versículos ponen de manifiesto
un
discurso humano, con muy numerosas incoherencias y no pocas
contradicciones.
2. La legitimación
del libro como increado pertenece al orden mítico, y la supuesta
prueba
milagrosa de su carácter divino, que sería la perfección del texto
árabe,
inalterable e inimitable, se demuestra como una afirmación dogmática
rigurosamente gratuita.
3. Es
un libro
de autoría humana, no descendido del cielo, ni dictado por un
ángel,
sino obra de decenas de escribas, teólogos y juristas a lo largo de
muchísimos
años.
4. La lengua
árabe en que está escrito el libro se muestra, según los
especialistas,
como una lengua tosca, plagada de incorrecciones, errores gramaticales
y
vocablos ininteligibles.
5. Los escritos
originales de tiempos de de Mahoma no serían sino una colección de
hojas
utilizadas en la liturgia y para el adoctrinamiento, de signo sectario,
mesianista y escatológico. Y estos textos, seguro que tampoco eran
perfectos,
ni permanecieron inalterados.
6. El texto
usado por el primer islam ya constituido no correspondía a lo
predicado por
Mahoma y supuestamente memorizado por sus seguidores, dado que había
sido
expurgado según el interés de los primeros gobernantes y califas: el
libro
se formó mediante una selección de materiales, y conllevó la
destrucción de
todos los anteriores.
7. El texto
canónico actual no solo se aleja de los escritos producidos en vida
del
profeta, sino que tampoco cabe identificarlo con el supuestamente
editado por
Utmán (hacia 650). Más bien, estaría emparentado con la versión
promovida por
el califa Abd Al-Malik (hacia 690). Y terminó de fijarse en el siglo X
(hacia
930), tras haber sido objeto de rectificaciones por el cálamo de los
teólogos
califales que fueron perfilando su literalidad y su significación.
8. El
contenido del libro se alimenta de fuentes heterogéneas, de
modo que
produce una aleación de creencias, ritos y normas de comportamiento
práctico
procedentes del judaísmo, el cristianismo, el zoroastrismo y el
paganismo.
9. El mensaje
del libro va dirigido propiamente a los árabes y solo en la época
imperial abasí
se intentó redirigirlo a toda la humanidad. Pero esta apertura
universal
resulta imposible, porque la ideología teocrática que contiene,
una
especie de mesianismo totalitario, impide integrar la diversidad
humana.
Proscribe el pensamiento racional y la libertad religiosa, discrimina
a las
mujeres y a los no musulmanes, ataca a las demás religiones y
culturas, y
hasta llega a proponer su destrucción. No es compatible con el respeto
a los
derechos humanos y las libertades civiles.
10. Las
flagrantes contradicciones entre unas aleyas y otras plantearon
un
problema que los teólogos y juristas muslimes intentaron resolver
mediante la
doctrina de la abrogación. No obstante, los versículos
supuestamente
abrogados continúan formando parte del Corán, y se prestan con
frecuencia a un
uso engañoso, según las conveniencias, sobre todo de cara a los no
musulmanes.
En
suma, como
dice Sami Aldeeb en la advertencia preliminar a su traducción francesa
del
Corán, no sería honrado, ni moral ni intelectualmente, ocultar la
realidad de
lo que a fin de cuentas nos vamos a encontrar, siempre que no
sucumbamos al
engaño:
«Como
los
demás libros sagrados, el Corán comporta directamente, o indirectamente
a
través de la zuna de Mahoma que los musulmanes deben seguir, normas
contrarias
a los derechos del hombre reconocidos hoy en los documentos
internacionales.
Por eso, invitamos a los lectores a leerlo con espíritu crítico y
situarlo en
su contexto histórico, a saber, el siglo VII. Entre las normas que
violan los
derechos del hombre, que inspiran las leyes de los países árabes y
musulmanes,
y que los movimientos islamistas querrían aplicar, en todo o en parte,
señalamos estas a título de ejemplo:
–
La desigualdad
entre los hombres y las mujeres en el matrimonio, el divorcio, la
herencia, el
testimonio, las sanciones y el empleo, el matrimonio de niñas
impúberes, y la
circuncisión masculina y femenina practicada en niños.
–
La desigualdad
entre musulmanes y no musulmanes en el matrimonio, el divorcio, la
herencia,
el testimonio, los castigos y el empleo.
–
El no
reconocimiento de la libertad religiosa, en particular la libertad para
cambiar
de religión.
–
La exhortación
a combatir a los no musulmanes, a ocupar sus países, a imponer a los no
musulmanes el pago de un tributo (la yizia)
y a matar a quienes no sigan una religión monoteísta.
–
La esclavitud,
la captura de los enemigos y la apropiación de sus mujeres.
–
Los castigos
crueles como la condena a muerte del apóstata (quien abandona el
islam), la
lapidación de la adúltera, la amputación de manos del ladrón, la
crucifixión,
la flagelación y la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente).
–
La destrucción
de las estatuas, las pinturas y los instrumentos de música, así como
la
prohibición de las artes.
–
El maltrato
hacia los animales y el exterminio de los perros de compañía» (Aldeeb
2019:
3).
A pesar
de los
escollos, la apologética islámica exalta la santidad del Corán y la
vida
modélica del profeta, así como todos los preceptos sacralizados,
considerándolos palabras literales e intocables de Dios. Así, el
sistema
islámico defiende el dogma de la naturaleza perfecta e increada del
libro, y
persigue a todo el que la niegue. Pero otros muchos ponen en duda que
el Corán
sea revelación de Dios, y, en cualquier caso, como escribió Renán, de
lo único
que no cabe dudar es de que nos revela a Mahoma. En él cristalizó la
ideología
religioso-política, mesiánica y milenarista, que había impulsado la
coalición
de los árabes, invasores y conquistadores de Siria, Palestina, Persia
y
Egipto. A partir de ahí, sufrió una deriva, imprevista por sus primeros
autores, hasta transformarse en fundamento de la teología del imperio
califal,
que lo entronizó como libro de recitación y manual de adoctrinamiento
masivo
para la nueva religión.
En
cuanto a la
afirmación del carácter revelado del libro, es y será siempre una
afirmación
gratuita, que, en el fondo, depende de un pronunciamiento de la razón
a
ciegas, y que pide una adhesión irracional. Pero lo que se afirma
gratuitamente
se puede negar de la misma manera. Y si, por convención, admitiéramos
llamar «revelados»
a los textos sagrados de las distintas tradiciones religiosas, todavía
habría
que juzgar el valor de cada una de ellas según su coherencia racional y
según
sus consecuencias prácticas, mejores o peores, en el funcionamiento de
la
sociedad y la vida concreta de las personas.
Un
ejemplo
de la anfibología del texto
árabe coránico
El texto árabe de las suras del
Corán entraña una gran
dificultad de intelección. Y, por ende, de traducción. En la tradición
mahometana, se cuenta que los mismos compañeros de Mahoma no entendían
algunas
palabras. Había pasajes oscuros y otros ambiguos o contradictorios.
Examinemos,
por
ejemplo, el capítulo 97 (Corán 25/97,1-5), que los musulmanes
interpretan como relato de la primera revelación del Corán a Mahoma. Si
consultamos las distintas traducciones, nos sorprenderá la enorme
disparidad
que hallamos.
En la
traducción del Corán hecha por el austriaco converso Muhammad Asad
(1980), que
es la versión adoptada por la Junta Islámica española (2001),
observamos la
interpretación tópica de que lo que desciende es la palabra divina en
forma de
libro:
«Ciertamente, hemos hecho
descender esta [escritura divina] en la Noche del Destino.
¿Y qué puede hacerte
concebir lo que es esa Noche del Destino?
La Noche del Destino es
mejor que mil meses:
los ángeles descienden en
ella en huestes, portando la inspiración divina con la venia de su
Sustentador;
contra todo lo [malo] que pueda ocurrir
da indemnidad, hasta que
despunta el alba».
Es
habitual
que las traducciones incluyan glosas o aclaraciones, mediante las
cuales
proyectan sobre el texto la propia ideología, tal como vemos en la
edición
bilingüe comentada de Mohammed Bahige Mulla Huech (2013), publicada en
España:
«Ciertamente, hemos
(comenzado) a revelar el Corán en la Noche Más Digna.
Pero ¿quién es capaz de
evaluar el valor trascendental de la Noche Más Digna?
(La remuneración de un bien
hecho en) la Noche Más Digna vale más que (su equivalente llevado a
cabo a lo
largo) de mil meses.
Esta Noche, el arcángel
(Gabriel), junto con otros ángeles, descienden –previo permiso del
Señor– a
la Tierra con todos los Decretos divinos (para el año siguiente). Es
una Noche
de paz (para todo creyente, porque las bendiciones de Dios) rigen su
curso
hasta el rayar del alba.»
Hay
traducciones más fieles a la literalidad del texto árabe, por ejemplo,
la de
los Progressive Muslims (2006), o la francesa de Sami Aldeeb (2019).
Esta
última dice así:
«Lo hemos hecho descender en
la noche de la predeterminación.
¿Qué sabes tú de la noche de
la predeterminación?
La noche de la
predeterminación es mejor que mil meses.
Los ángeles y el espíritu
descienden con la autorización de su Señor, para todo orden.
Es paz, hasta la aparición
del alba.»
La
traducción
de Julio Cortés (1979), que es probablemente la más exacta y concisa en
lengua
española, lo vierte de esta manera:
«Lo hemos revelado en la
noche del Destino.
Y ¿cómo sabrás qué es la
noche del Destino?
La noche del Destino vale
más de mil meses.
Los ángeles y el Espíritu
descienden en ella,
con permiso de su Señor,
para fijarlo todo.
¡Es una noche de paz, hasta
el rayar del alba!»
La
indeterminación de la traducción parece insuperable. ¿Noche del
destino, del
decreto, de la dignidad, del poder, de la determinación, de la
predestinación?
Si aplicamos los criterios que nos proporcionan las indagaciones de
Günter
Lüling (1974) y Christoph Luxenberg (2000), que tienen en cuenta el
trasfondo
cristiano y arameo de muchos materiales coránicos, entonces, la sura
procedería originalmente de un himno referido a Jesús, propio
de la
vigilia de Navidad. Y, sin entrar en detalles, podría resultar una
traducción
similar a la siguiente:
«Lo hemos hecho descender en
la noche de la estrella.
¿Qué
sabes de la noche de la estrella?
La noche de la estrella es
mejor que mil noches de vigilia.
Los ángeles y el espíritu
descienden en ella
con el poder de su Señor.
Todo el orbe es paz, hasta
que alumbra el alba.»
En la
composición de estas aleyas, según Leila Qadr (2019: 5), quizá resuenen
ecos de
los escritos de san Efrén el sirio, muy difundidos por todo el Oriente
Próximo
en aquellos siglos. En efecto, en su himnario de Navidad, podemos leer:
«No
contemos
nuestra vigilia como una vigilia ordinaria: es una fiesta cuya
recompensa
sobrepasa el ciento por uno» (Himno 21 de Navidad).
También
podría
haber resonancias del tema que evoca la luz que brilla en medio de las
tinieblas, que los evangelistas, tomándola del profeta Isaías (9,1),
utilizaron como metáfora del nacimiento de Jesús:
«El
pueblo que
habitaba en tinieblas vio una gran luz» (Mateo 4,16).
«Por
las
entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos visitará una Luz de la
altura, para
iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte, para guiar
nuestros pasos por el camino de la paz» (Lucas 1,78-79).
«La luz
brilla
en la tiniebla» (Evangelio de Juan 1,5).
No es el
Corán lo que desciende, es Dios que se encarna en Jesús.
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