El sistema
islámico
6. María
islamizada en el Corán
PEDRO GÓMEZ
|
- María, madre de Jesús, en
los Evangelios
- María, llamada ‘hermana de
Aarón’ en el Corán
- El análisis comparativo de
los temas marianos
- La superposición de
capas semánticas en el texto coránico
- Las conclusiones acerca
de la figura de María en el Corán
- Los escritos falaces sobre
María en el Corán
María,
madre de Jesús, en los Evangelios
Para la indagación que ahora
nos ocupa, dejamos al margen todas las cuestiones de historicidad del
relato.
Damos por sentado que el texto de los Evangelios supone una simbiosis
de
historia y mito, y buscamos componer un escueto sumario de la figura de
María
en ellos.
Desde
el principio, María aparece
insertada genealógicamente en la casa y familia de David (Mateo 1,1;
Lucas
1,27). María estaba desposada con José, y se encontró encinta por obra
del
Espíritu Santo (Mateo 1,18-20). El evangelista Lucas lo describe como
anunciación
del ángel Gabriel a la virgen María (Lucas 1,26-38).
María
viajó a un pueblo de Judea, a casa
de su prima Isabel, la mujer de Zacarías y madre de Juan Bautista,
donde
permaneció tres meses (Lucas 1,39-45). Allí se sitúa la proclamación
del himno
conocido como Magníficat (Lucas 1,46-55).
José y
María tuvieron que ir a
empadronarse a la ciudad de David, en Belén de Judea, y allí dio a luz
a su
hijo (Lucas 2,3-7). Unos pastores acudieron a ver lo que se había
manifestado
(Lucas 2,8-18). Unos magos de oriente llegaron en busca del niño y le
ofrecieron dones de oro, incienso y mirra, creyendo que en él se
cumplirían
las esperanzas de salvación (Mateo 2,9-11). La familia tuvo que huir a
Egipto
con el niño, porque el rey Herodes lo perseguía (Mateo 2,13-15). Y
María
meditaba en su interior todos aquellos acontecimientos (Lucas 2,19).
Conforme
a la Ley de Moisés, llevaron a
Jesús al templo de Jerusalén al rito de presentación (Lucas 2,22).
Allí, Simeón
el justo los bendijo (Lucas 2,33-34). Y la profetisa Ana enaltecía al
niño
(Lucas 2,36-38).
Durante
la infancia de Jesús, sus padres
se encargaron de su educación (Lucas 2,51-52). Todos los años subían a
Jerusalén a la fiesta de Pascua (Lucas 2,41). Cuando el niño tenía doce
años
debatió con los doctores del templo, ante la extrañeza de sus padres
(Lucas
2,46-47).
Cuando
Jesús adulto desarrollaba la
actividad predicando y curando, hubo al menos una ocasión en la que su
madre y
sus hermanos se presentaron donde estaba hablando a la muchedumbre
(Marcos
3,31-32; Mateo 12,46; Lucas 8,19).
La
gente conocía a José el carpintero y
María como padres de Jesús, e igualmente a sus hermanos y hermanas
(Marcos 6,3;
Mateo 13,55-56; Juan 6,42).
En la
celebración de una boda en Caná de
Galilea, estaba invitada María y también Jesús y sus discípulos. Ella
intercedió porque faltaba vino (Juan 2,1-5).
María
estuvo presente junto a la cruz de
Jesús, y este confió a su madre al discípulo amado, que la acogió en su
casa
(Juan 19,25-27).
María,
junto con otras mujeres y con los
apóstoles, permanecieron unidos después de la ascensión de Jesús
(Hechos 1,14).
Y estando reunidos, recibieron el Espíritu Santo (Hechos 2,1-4).
En
suma, la importancia de María no se
limita al hecho de haber sido la madre de Jesús, sino que ella se nos
muestra
presente a todo lo largo de la vida y la actividad pública de su hijo.
Más aún,
en momentos especiales, interviene o tiene una presencia muy
significativa.
Igualmente, desempeñó un papel en los comienzos de la Iglesia
primitiva,
según narran los evangelistas Lucas y Juan.
María,
llamada ‘hermana de Aarón’ en el Corán
El corpus coránico tal como
ha llegado a nosotros, con afluencias de múltiples fuentes y sedimentos
de su
largo período de formación, contiene múltiples menciones de María y
ofrece
ciertos pasajes sobre ella. Estadísticamente:
El
nombre de «María» aparece 34 veces (más
veces que el de Jesús). De ellas:
– «hijo
de María» 23 veces, la mayoría en
aposición a Jesús,
–
«María» solo 11 menciones, aludiendo
directamente a ella misma.
María
es denominada, según la genealogía
que se le atribuye, con los sintagmas:
–
«hermana de Aarón» 1 vez,
– «hija
de Amrán» 1 vez.
La
expresión «madre de Jesús» no se
utiliza nunca en el Corán (aunque, por contraste, es habitual en los
Evangelios).
El
Corán trata de María, sobre todo por
referencia a Jesús, al que se califica como «hijo de María» en
alrededor de
cuarenta versículos, repartidos desigualmente en siete capítulos
distintos,
pero con mayor amplitud en la sura 19, que lleva por título «María», y
la sura
3, titulada «La familia de Amrán». Los pasajes donde se habla de María
se
solapan, en parte, con versículos dedicados a Jesús, puesto que ambos
participan
en el mismo relato. No hemos contabilizado las veces en que se dice
«hijo de María»,
porque son alusivas al sujeto Jesús.
María en la sura 19 del
Corán
El capítulo 19 del Corán (en
orden cronológico el 44) lleva el título de María,
pero solamente le dedica 15 de los 98 versículos (del 16 al 30). En
ellos hace
a su modo un relato de la anunciación, el embarazo, el nacimiento de
Jesús,
la alocución del niño desde la cuna y el regreso con su familia. Dice
así:
«Recuerda
en el libro a María, cuando
ella se retiró de su gente a un lugar oriental. Tendió un velo para
ocultarse
de ellos. Entonces le enviamos nuestro espíritu, que se le presentó
como un
humano perfecto.
Dijo
ella: ‘Me refugio
junto al Compasivo
contra ti, si es que lo temes’.
Dijo
él: ‘Yo soy un
enviado de tu Señor para
darte un niño puro’.
Dijo
ella: ‘¿Cómo voy a
tener un niño, si
ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’
Dijo
él: ‘¡Así será! Tu
Señor dice: 'Es
fácil para mí. Y haremos de él un signo para los humanos y una
misericordia de
nuestra parte'. Es un asunto decidido’.
Quedó
embarazada de él y
se retiró con él a
un lugar lejano.
Luego,
los dolores de
parto la hicieron
llegar hasta el tronco de la palmera. Dijo ella: ‘Ojalá hubiera muerto
antes
de esto y fuera totalmente olvidada’.
Entonces,
él la interpeló
desde abajo: ‘No
te entristezcas. Tu Señor ha puesto debajo de ti un arroyuelo.
Sacude
hacia ti el tronco
de la palmera y
hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros. Come, pues, y bebe, y que
tu
vista se alegre. Si ves a algún humano, di: 'He hecho voto de ayunar al
compasivo y no hablaré hoy a ningún humano'’.
Luego,
fue a su gente
llevándolo. Ellos
dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre
no era
un malhechor, y nadie abusó de tu madre’.
Entonces
ella se lo
señaló. Ellos dijeron:
‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’
Él
dijo: ‘Yo soy el
siervo de Dios. Él me ha
dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,16-30).
Este
relato está inspirado en la historia
según la narran dos apócrifos, el Protoevangelio de Santiago
(capítulos
18 y 19) y el Evangelio del Pseudo-Mateo (13,2-3), pero
expuesta de
forma esquemática y con algunas diferencias. Por ejemplo, según esos
apócrifos,
María dio a luz en una gruta cerca de una montaña próxima a Belén. El
Corán, en
cambio, sitúa el alumbramiento en el desierto junto a una palmera,
una escena
que aparece más adelante en el texto del Pseudo-Mateo. No obstante,
encontramos
también un versículo coránico que podría reflejar un eco de la
mencionada
gruta en el monte:
«Hicimos
del hijo de María y de su madre
un signo, y les dimos refugio en una colina con seguridad y una
fuente» (Corán
74/23,50).
El
Corán afirma, en dos ocasiones, que
María mantuvo su virginidad, pues la designa como «la que preservó su
sexo»
(Corán 73/21,91; 107/ 66,12). Y hay dos versículos donde le vaticina
que, junto
con su hijo, será un signo para las gentes.
«[Recuerda]
la que había preservado su
sexo. Habíamos infundido en ella nuestro espíritu, e hicimos de ella y
de su
hijo un signo para el mundo» (Corán 73/21,91). La misma idea de
constituir un
signo aparecía ya en el citado 74/23,50.
Por
otro lado, el Corán le adjudica una
característica hasta cierto punto excepcional, al poner en boca de
Dios:
«cuando le haya infundido de mi espíritu». Esta misma expresión se
repite dos
veces con referencia a la creación del hombre (Corán 38/38,72;
54/15,29). Y a
propósito de María, se afirma una vez «le enviamos nuestro espíritu»
(Corán
44/19,17) en la anunciación; y dos veces «le infundimos de nuestro
espíritu»
(Corán 73/21,91; 107/66,12). El significado de estos versículos connota
una intervención
especial de Dios, de la que quizá cabría esperar consecuencias
ulteriores de
importancia, aunque no las hay. La alusión al espíritu de Dios se hará
aún más
excepcional con relación a Jesús, del que se dice, y únicamente se dice
de él,
que fue fortalecido con el Espíritu santo (Corán 87/2,87; 87/2,253;
112/5,110).
En efecto, nada semejante se formula nunca sobre Mahoma.
María en la sura 3 del Corán
El capítulo 3 del Corán (en
orden cronológico el 89) lleva por título La
familia de Amrán (en árabe Imran; en hebreo Amram; en la Biblia
española,
Amrán). Este personaje es el padre de Aarón y Moisés. El capítulo
dedica a
María once versículos de estilo legendario o mitológico. Pero el
redactor
coránico designa a María paladinamente como «hermana de Aarón». Es
cierto que,
según la Biblia, Aarón tenía una hermana llamada María, pero aquello
había sido
doce siglos antes. Esto nos parece un disparate, pero alcanza un
resultado
claro: al vincular a María con la familia de Amrán y presentarla como
hermana
de Aarón y Moisés, el Corán consigue presentar a Jesús como sobrino de
Moisés
y nieto de Amrán, asignándole así una genealogía que no es la de David.
«Dios
eligió a Adán, Noé, la familia de
Abrahán, y la familia de Amrán sobre todo el mundo. Son descendientes
unos de
otros (…).
[Recuerda]
cuando la mujer de Amrán dijo:
‘¡Señor mío! He hecho voto de entregarte lo que está en mi vientre.
Acéptamelo.
Tú eres el oyente, el omnisciente’.
Cuando
ella dio a luz,
dijo: ‘¡Señor mío! He
dado a luz una hembra. Bien sabe Dios lo que ella ha dado a luz, y que
el varón
no es como la hembra. Le he puesto de nombre María. La pongo con su
descendencia bajo tu protección contra el satanás lapidado’.
Su
Señor la acogió
favorablemente, la hizo
crecer bien y encargó de ella a Zacarías. Cada vez que Zacarías entraba
a verla
en el santuario, encontraba junto a ella el sustento. Dijo él:
‘¡María!, ¿de
dónde obtienes eso?’
Dijo
ella: ‘Es de parte
de Dios. Dios provee
sin medida a quien él quiere’» (Corán 89/3,33-37).
Ahí se
cuenta el nacimiento y la infancia
consagrada de María en el santuario, bajo la tutela de Zacarías,
trasladando
también a este personaje anacrónicamente. Lo más significativo radica
en que
ella y su hijo Jesús quedan insertos en el ciclo de Moisés. No parece
que se
trate de un error, de una confusión histórica entre María la hermana de
Aarón
con María la madre de Jesús, sino más bien de algo premeditado. De este
modo,
el islamismo se apropia de Jesús como un «profeta», situándolo dentro
de la saga
de los profetas («descendientes unos de otros»), cuya especificidad
individual
se elimina, pues se afirma que entre ellos no hay «ninguna distinción»
(Corán
89/3,84), aparte del intento de hacerlos pasar a todos por presuntos
musulmanes.
La
alusión a Amrán es triple y muy
consistente, porque se menciona «la familia de Amrán» (Corán 89/3,33)
como
preferida de Dios; luego, «la mujer de Amrán» (Corán 89/3,35), que
consagró a
Dios el fruto de su vientre; y tercero, «la hija de Amrán» (Corán
107/66,12),
la virgen María; esta última, la única vez en todo el Corán en que se
usa la
expresión «hija de». Tanta coherencia en el relato de ese parentesco
descarta
que se esté proponiendo una interpretación simbólica, como la que
podemos
entender, por ejemplo, cuando se llama a Jesús «hijo de David» (para
significar
su mesianidad). También carece de justificación el intento de algunos
que,
sin atender a la letra del texto coránico, traducen Amrán por Joaquín,
porque
hay unos escritos apócrifos cristianos que llaman Joaquín y Ana a los
padres
de María.
El
pasaje sobre María prosigue en el
versículo 42, con la historia de la anunciación, en términos más
simplificados
que en el capítulo 19. Hay de nuevo ecos del Protoevangelio de
Santiago.
«[Recuerda]
cuando los ángeles dijeron:
‘¡María! Dios te ha escogido, te ha purificado, y te ha escogido entre
las
mujeres del mundo.
¡María!
Dedícate a tu
Señor, prostérnate y
arrodíllate con los que se arrodillan’. (…)
Tú
no estabas con ellos
cuando echaron
suertes con sus varas, para ver quién de ellos sería guardián de María,
y no
estabas tampoco con ellos cuando disputaban.
[Recuerda]
cuando los
ángeles dijeron:
‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el
Mesías
Jesús, hijo de María, honorable en la vida de acá y en la última vida.
Y será
de los allegados.
Hablará
a los humanos en
la cuna como un
adulto. Y será de los virtuosos’.
Dijo
ella: ‘¡Señor mío!
¿Cómo voy a tener un
hijo, cuando ningún hombre me ha tocado?’ Dijo él: ‘Así será. Dios
crea lo que
él quiere. Cuando decide algo, no tiene más que decir: '¡Sé!' y es’»
(Corán
89/3,42-47).
Caigamos
en la cuenta de que aquí son
unos ángeles, en plural, los que intervienen en la anunciación a María,
mientras que, en la versión de la sura 19, es un espíritu con
apariencia humana
(Corán 44/19,16). Y el Evangelio habla de un solo ángel (Lucas 1,26).
Otro
aspecto del que hay que tomar nota es que el Corán no menciona en
ningún lugar
el nombre ni el papel de José. Aunque es probable que haya un rastro de
él en
el versículo 89/3,44, que hace pensar en un pasaje apócrifo que narra
la
elección de José como guardián de María (Protoevangelio de Santiago
9,1-3).
Las
restantes referencias a María, en
otras suras, añaden solo unos cuantos matices, pero, en realidad, el
personaje
no interviene más y desaparece por completo, incluso de las alusiones
que se
hacen a su hijo.
«Y a
causa de su incredulidad, por haber
dicho una gran infamia contra María. Y porque dijeron: ‘Hemos matado
al Mesías
Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos no lo
mataron, ni
lo crucificaron, sino que eso les pareció. (…) Y ellos ciertamente no
lo
mataron» (Corán 92/4,156-157).
«¡Gentes
del libro! No exageréis en
vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías
Jesús,
hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él
emitió a
María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).
«María,
hija de Amrán, que preservó su
sexo. En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las
palabras
de su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).
«No
creen los que dicen: ‘Dios es el
Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría algo contra Dios, si él
quisiera
destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están
en la
tierra? De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está
entre
ellos’» (Corán 112/5,17).
«¡Jesús,
hijo de María! Recuerda mi
gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te fortalecí con el espíritu
del
santo» (Corán 112/5,110).
«Cuando
Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de
María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre
como dos
dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea exaltado! No me corresponde
decir algo
a lo que no tengo derecho’» (Corán 112/5,116).
En
resumen, los versículos precedentes
muestran cómo Dios la protege frente a los que la difaman y, de
camino, se
utiliza esto para condenar a los judíos, enlazando además con el
rechazo de la
crucifixión. Se insiste en que su hijo Jesús, palabra y espíritu que
Dios le
comunicó, es solo un enviado. Se le confiere a María la aparentemente
extraña
función de declarar verídicas las palabras del Señor y sus escrituras,
pero es
probable que esto solo quiera decir que en ella se cumplieron. Se dice
que es
agraciada, devota, verídica, evidentemente no divina, pero sí una
frágil
criatura a quien Dios podría exterminar si quisiera. En cualquier caso,
todas
esas declaraciones carecen de más trascendencia, porque ella no vuelve
a
aparecer más en todo el Corán.
Teniendo
a la vista los textos
precedentes, llega el momento de profundizar en el análisis, con el
fin de
elucidar en lo posible la significación de la figura de María en el
credo
islámico. Si observamos, la mayor parte de lo narrado se ocupa de su
nacimiento
y crianza, de la anunciación, la concepción de su hijo y el
alumbramiento, con
descripciones inspiradas en evangelios apócrifos, y con un ostensible
desconocimiento o negligencia respecto a los evangelios de la infancia
según
Mateo y Lucas.
El
análisis comparativo de los temas marianos
En el Corán (siglos VII-IX),
es manifiesta la voluntad de construir un relato sagrado propio, que
sirviera
de soporte escrito a la ideología del sistema islámico, en forma de
teología
califal. Esta, en realidad, había heredado los temas y los personajes,
pero los
remodeló y los reinterpretó para establecer su específico paradigma
dogmático,
todo ello agudizando la lucha dialéctica por impugnar a los
competidores. Si
buscamos los paralelos con el Nuevo testamento (siglo I) en
temas
relevantes relacionados de alguna manera con el personaje de María,
constatamos
cómo ofrecen dos narraciones contrapuestas, en el marco de sendas
concepciones
del mundo, del hombre y de Dios, que se excluyen mutuamente.
El
juego de las correlaciones y las
oposiciones codificadas en el relato va saliendo a la luz mediante la
búsqueda
de las interacciones internas que configuran el texto coránico, y ahí
resalta
la disonancia con los pasajes paralelos correspondientes de los
escritos
neotestamentarios. Tras examinar el sentido de la polémica en una serie
de
temas, la conclusión que se desprende, de manera nítida, es que el
sistema de
creencias del Corán está elaborado en confrontación teológica con el
sistema
cristiano. A todas luces, se trata de un nivel de la guerra librada en
la
invasión y la conquista árabe de los territorios bizantinos y persas.
Exponemos
la comparación entre ambos textos, para percibir mejor las diferencias
y
desvelar los contrastantes más significados.
1. La anunciación a la
virgen María
Si cotejamos la anunciación
en un templo descrita en el Corán
con la anunciación en casa de
María, en Nazaret, narrada en el
Evangelio de Lucas, podemos observar cómo se contraponen ambas
versiones.
Corán: «Entonces le enviamos
nuestro espíritu, que se le presentó como un humano completo. (…)
Dijo: ‘Yo
soy un enviado de tu Señor para darte un niño puro’. Ella dijo: ‘¿Cómo
voy a
tener un niño, cuando ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de
mí?’
Dijo él: ‘¡Así será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de
él un
signo para los humanos y una misericordia de nuestra parte'. Es un
asunto
decidido’» (Corán 44/19,17-21).
Nuevo
testamento: «A los seis
meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada
Nazaret, a una joven prometida con un hombre del linaje de David,
de
nombre José; la joven se llamaba María. (…) El ángel le dijo: ‘No
temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios. Pues, mira, vas a concebir,
darás a
luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús’ (…) María dijo al ángel:
‘¿Cómo
sucederá eso, si no conozco varón?’. El ángel le contestó: ‘El Espíritu
Santo
bajará sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’»
(Lucas
1,26-35).
El
relato coránico sitúa a María
creciendo como consagrada en un templo, innominado y desubicado (aunque
se
pueda presumir que fuera el de Jerusalén, el texto no lo dice). En
aquel
templo, fue escogida por Dios y recibió el anuncio por parte de un
espíritu
(Corán 44/19,16), o de unos ángeles (Corán 89/3,42 y 45). Ninguno de
los
Evangelios canónicos habla de tal estancia de María en el templo,
encomendada
al cuidado de Zacarías. Por su parte, la narración de Lucas habla de
un solo
ángel, Gabriel (Lucas 1,26) y sitúa la anunciación en su casa de
Nazaret, en
Galilea. Así, pues, observamos una sustitución del contexto, que borra
las
huellas del lugar concreto (además de la evidente alteración de época,
como
veremos, que la retrotrae al tiempo de Moisés, cuando, por cierto, aún
no
existía el templo de Jerusalén).
2. El nacimiento de
Jesús
El Corán, al situar el nacimiento
de Jesús en un desierto, se contrapone al relato del nacimiento
de
Jesús en Belén según los Evangelios de Mateo y Lucas.
Corán: «Quedó
embarazada y
se retiró con él a un lugar lejano. Luego, los dolores de parto la
hicieron ir
al tronco de la palmera» (Corán 44/19,22-23).
Nuevo
testamento: «Subió
José desde Galilea (…) a la ciudad de
David, que se llama Belén (…) con María su esposa, que estaba encinta.
Estando
allí, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito;
lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lucas 2, 4-7).
El
relato coránico dice que María dio a
luz en un desierto, apoyada en el tronco de una palmera; aunque en otro
versículo dice que en una colina (Corán 74/23,50); en ambos casos,
sitios sin
nombre. Los evangelistas cuentan que fue en Belén de Judea, en tiempos
del rey
Herodes (Mateo 2,1; Lucas 2,5-6). Observemos cómo el redactor coránico
ha
suprimido las referencias contextuales concretas: silencia o trabuca
los
tiempos en que ocurren los hechos y no dice nada acerca de los lugares,
como
Nazaret, Belén, Egipto, Jerusalén; y además hace desaparecer a José. En
todos
los casos, se efectúa la descontextualización espacial y temporal, sin
duda con
una finalidad. De ese modo se consigue un nivel de abstracción, y esta
supone
un paso previo que facilita la apropiación de la historia y del
mensaje: al
borrar las huellas geográficas e históricas, y difuminar el contexto
judío, la
historia se vuelve susceptible de alterar su significación en un
sentido más
acorde con la ideología islámica.
3. La ascendencia
familiar
El Corán elabora una
historia más bien enrevesada, hasta el punto de que inserta a María en
la familia
de Amrán, el padre de Moisés y Aarón, mientras que los Evangelios
afirman
que tanto ella como José entroncaban con la familia de David.
Corán: «Luego, vino
a su
gente llevándolo. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana
de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’»
(Corán
44/19,27-28).
Nuevo
testamento: «También
José, que era del linaje y familia
de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad
de
David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa,
María,
que estaba encinta» (Lucas 2, 4-7).
Esta
genealogía, que convierte a María en
la hermana de Aarón, consigue el efecto de que Jesús pertenezca al
linaje de
Moisés. Para el Corán, los padres de María son Amrán y su esposa, como
lo son
de Aarón y Moisés. A este aserto tan extraño que llama a María «hermana
de
Aarón» (Corán 44/19,28; 89/3,33-37), algunos han intentado darle un
sentido
simbólico. Pero no solo se la llama hermana de Aarón, sino que tal
parentesco
se reafirma explicitando que es «hija de Amrán» (Corán 107/66, 12). Por
consiguiente, lo que busca el Corán es vincular a Jesús con la
parentela de
Moisés. Y dado que Moisés vivió en el siglo XIII antes de nuestra era,
entonces
Jesús queda adscrito a una familia equivocada, en un tiempo totalmente
anacrónico. Sin embargo, la maniobra comporta un significado muy claro:
al
adscribir a Jesús a la familia de Amrán, se logra sustraerlo de la
estirpe
mesiánica representada por la «familia de David», a la que lo vinculan
los
Evangelios (Mateo 1,1; Lucas 2,4).
4. La filiación de
Jesús
La discrepancia más fuerte está en
la calificación coránica de Jesús como hijo
de María, con la clara intención de oponerse al título de hijo
de Dios,
que le dan los Evangelios.
Corán. «Los ángeles
dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre
es el
Mesías Jesús, hijo de María’» (Corán 89/3,45).
«El
Mesías Jesús, hijo de María, no es más
que un enviado de Dios y su palabra que él comunicó a María, y un
espíritu
de él» (Corán 92/4,171).
«No
creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías,
hijo de María’» (Corán 112/5,17).
Nuevo
testamento. «Por
eso al que va a nacer lo llamarán
santo, Hijo de Dios» (Lucas 1,35).
«Simón Pedro tomó la
palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’.
Jesús le
respondió: ‘Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás. Porque
eso no
te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre del cielo’»
(Mateo
16,16-17).
El
texto coránico evoca cómo la
maternidad de María estuvo rodeada de sucesos extraordinarios: su hijo
fue
anunciado como Palabra y Espíritu procedente de Dios, y sería un
«signo» junto
con ella, etc. Pero esta excepcionalidad, que de algún modo se acerca
al
cristianismo, deja luego de tener la menor trascendencia. De ella no se
vuelve
a hablar más. Y a Jesús, pese a llamarlo Mesías, se lo equipara a un
simple
profeta. La clave de esa insistencia en presentar a Jesús solamente
como «hijo
de María», reside en que, con esta calificación se está negando que sea
«hijo
de Dios». El mismo sentido de rechazo de la filiación divina connota el
decir
que es «allegado» a Dios (Corán 89/3,45), una manera de decir que no es
«hijo».
Con un recurso lingüístico semejante, se califica a Jesús como
«honorable»,
una forma sibilina que viene a significar «no adorable» (Corán 89/3,45).
5. La misión propia de
Jesús
Jesús viene al mundo con una
misión, pero, para el Corán, el cometido de la actividad de Jesús se
limita
finalmente a representar el papel de un siervo enviado como profeta
que
confirma la Ley de Moisés. En cambio, los Evangelios presentan
desde el
principio y desarrollan la misión de Jesús como salvador de la
humanidad.
Corán: «Dijeron:
‘¿Cómo
vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy
el
siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán
44/19,29-30).
«He
venido para confirmar lo que está
antes de mí en la Torá» (Corán 89/ 3:50).
Nuevo
testamento: «El
ángel les dijo: ‘No temáis, mirad que os
traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el
pueblo:
hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el
Mesías Señor’» (Lucas 2, 10-11).
«Justificados
por el don de su gracia, en
virtud de la redención realizada en el Mesías Jesús» (Romanos
3,24).
En
definitiva, en el relato coránico,
María sirve como instrumento narrativo para negar el carácter divino de
su hijo
Jesús: cuando, estando todavía en la cuna el niño, es emplazado por
ella, de
modo que pronuncia todo un discurso, precisamente para declarar que él
es «siervo
de Dios», a quien llama «Señor», en lugar de Padre (Corán 44/19,29-36).
De este
modo, la misión del Jesús coránico, categorizado como siervo y profeta
que confirma
lo revelado por las escrituras anteriores, sustituye a la misión del
Mesías
como Salvador y redentor de la humanidad. La estrategia del Corán,
dirigida
contra los Evangelios, persigue descartar a la vez la filiación divina
de Jesús
y la idea cristiana de salvación. Porque, como es sabido, la teología
del islam
rechaza de plano la teología cristiana de la encarnación y de la
redención.
6. La crucifixión de
Jesús
Según la interpretación
prácticamente unánime del Corán, Jesús el Mesías no fue crucificado,
sino que otro habría ocupado su lugar en la cruz. En los Evangelios,
sin
embargo, el relato de la pasión y muerte es fundamental, y su madre es
testigo: María está al pie de la cruz de Jesús.
Corán: «Sin embargo,
no lo
mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció» (Corán
92/4,157).
Nuevo
testamento: «Estaban de pie junto a la
cruz de Jesús su madre y la hermana de
su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena» (Juan 19,25).
En el
texto coránico, puede verse que la
negación de la crucifixión y la muerte de Jesús está inscrita en un
contexto de
enfrentamiento con los judíos. El versículo anterior los acusa de haber
infamado a María por su embarazo. Y a continuación es cuando dice:
«[Los
judíos] no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció.
(…) Ellos
ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157). Pero, con esta
recusación, que
no admite siquiera el hecho histórico de la crucifixión, el Corán está
desacreditando
los Evangelios cristianos (por ejemplo, Marcos, capítulo 15). Al mismo
tiempo,
los autores del Corán están suprimiendo una experiencia capital de la
vida de
María, a quien los Evangelios recuerdan al pie de la cruz en el Gólgota
(Juan
19,25), y por tanto como testigo de la crucifixión. Pero no es esta la
única
censura ejercida sobre el personaje de María, pues descubrimos también
un
sospechoso silencio con respecto a otros momentos clave de su vida,
como María
en las bodas de Caná al principio de la actividad de Jesús (Juan 2,13),
o en el
acontecimiento de Pentecostés (Hechos 1,14).
7. El concepto de Dios
La polémica en torno a la
unidad y la unicidad de Dios lleva al Corán a planteamientos muy
confusos, por
ejemplo, cuando parece acusar a los cristianos de tener a Jesús y a
María como dos
dioses además de Dios. Desde el punto de vista cristiano, el Corán
malinterpreta, quizá a propósito, la teología trinitaria de Dios
Padre,
Hijo y Espíritu Santo, cuyo significado se esforzó por explicitar
la
hermenéutica teológica posterior.
Corán: «Cuando Dios
dijo:
‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a
mí y a
mi madre como dos dioses, además de Dios'?’» (Corán 112/5,116).
Nuevo
testamento: «Id, pues, y haced discípulos a
todos los pueblos, bautizadlos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28,19).
«Yo
y el Padre somos uno» (Juan 10,30).
«El Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi
nombre, os lo irá enseñando
todo» (Juan 14,26).
Seguramente,
la disputa sobre el concepto
de Dios lleva al Corán a hostigar a los «asociadores», que ponen otros
dioses
junto al único Dios, al menos en parte dirigida contra el cristianismo.
El
islam ataca la concepción trinitaria del monoteísmo cristiano, que
malentiende
como si fuera un triteísmo. De ahí, la invectiva contra la teología
cristiana,
en la que formula una impropia versión de la trinidad, compuesta por
Dios,
Jesús y María, según la cual se implica que María sería tenida por
diosa (Corán
112/5,116-118). De manera muy conveniente para sus propósitos, el
Corán hace
intervenir al mismo Jesús para rechazar semejante desatino, así como
para
desmentir su propia divinidad.
Por
otro lado, el Corán menciona una
veintena de veces al espíritu, en relación con Dios, y tres veces
utiliza la
expresión «espíritu santo» (Corán 70/16,102; 87/2,87; 87/2,253), pero
esquivando toda consideración teológica al respecto. En resumen, la
teología
coránica, en su concepto de Dios, se caracteriza por omitir toda
designación
de Dios como Padre, desmentir la encarnación del Logos divino y
desdibujar la
presencia del Espíritu Santo.
Sin
entrar a discutir el tema, baste
señalar que los textos cristianos ponen en boca de Jesús el llamarlo
Padre
(Marcos 14,36). Además, María está en compañía de los apóstoles, la
iglesia
naciente, cuando experimentan la venida del Espíritu Santo: «Todos
ellos
perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, junto con algunas
mujeres,
además de María, la madre de Jesús, y sus hermanos. (…) Al llegar el
día de
Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente (…)
quedaron
todos llenos del Espíritu Santo» (Hechos 1,14 y 2,1-4).
8. La naturaleza de la
revelación
Las aleyas coránicas, en múltiples
pasajes, repiten la idea de que Dios
hace descender un libro sobre cada profeta, y emplea ese mismo
esquema en
el caso de Jesús. Para la teología del Corán, lo que desciende, o se
revela, es
siempre un libro. Por el contrario, en el cristianismo, los textos son
derivados, escritos por autores de la iglesia. Los Evangelios no son
libros
sacralizados como tales. Lo que desciende de Dios es una persona,
que,
además, en ningún momento entrega un libro, sino que comunica a sus
discípulos
el Espíritu santo.
Corán: «Siendo un
niño en
la cuna, dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro
y me ha
hecho profeta’» (Corán
44/19,29-30).
«El
mes de ramadán, en el
que descendió
el Corán como dirección para los humanos» (Corán 87/2,185).
«María
(…) En ella
infundimos nuestro
espíritu. Ella declaró verídicas las palabras de su Señor y sus
libros.
Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).
Nuevo
testamento: «Darás
a luz un hijo y le pondrás de nombre
Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el
Señor
Dios le dará el trono de David, su antepasado; reinará en la casa de
Jacob para
siempre y su reino no tendrá fin» (Lucas 1,31-33).
«Y
la Palabra se hizo
hombre, acampó
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, la gloria que como Hijo
único recibe de su padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1,14).
«Cuando
venga el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad
completa»
(Juan 16,13).
Así,
pues, en todo el Corán, lo más
sagrado que procede de Dios es un libro. Incluso el relato acerca de
María, en
el capítulo 19, comienza diciendo «recuerda en el libro a María» (Corán
44/19,16). Lo que desciende de Dios son siempre libros, sobre todo la
Torá, el
Evangelio y el Corán. Supuestamente todos transmiten el mismo mensaje
divino,
si bien, al final del trayecto, el Corán pretende reemplazar a los
otros dos.
Cuando menciona a la agraciada María, le atribuye la función de
declarar
verídicos las palabras y los libros (Corán 107/66,12), afirmación que
quizá
haya que entender en el sentido de que en ella se cumplió lo que decían
las
escrituras; aunque, sin duda, no faltará quien interprete en el sentido
de que
ella autentificó el Corán.
En
síntesis, la versión coránica de Jesús
el hijo de María dice que fue enviado como profeta y, que recibió un
libro, que
él simplemente confirma lo que ya está en la Torá. En su vida, se
comportó
como un buen musulmán: hacía el azalá y pagaba el azaque, mandaba temer
y
obedecer a Dios, exhortaba a sus apóstoles a combatir en la yihad
(Corán
89/3,52), y hasta habría anunciado la futura llegada de Mahoma (véase
el
próximo capítulo, dedicado a Jesús en el Corán). En tales términos, la
mesianidad se reduce, sola y exclusivamente, a ser profeta del islam.
La tesis
definitiva estriba en que la revelación por antonomasia es el libro
recibido
por el predicador árabe y en la práctica divinizado por el islam.
En ese
proceso de canonización del Corán,
comprobamos cómo se recurre a una táctica sorprendente, y es que el
texto se
sirve del descenso de la palabra de Dios sobre María, en la
anunciación, como
molde literario para escenificar el descenso del Corán, pretendida
palabra de
Dios, sobre Mahoma, en la llamada noche del destino: «Los ángeles y el
espíritu
descienden en ella, con permiso de su Señor, para ordenarlo todo»
(Corán
25/97,4). En contraste con este bibliocentrismo, y su infundada
proyección
sobre el cristianismo, sabemos que Jesús ni recibió, ni entregó, ningún
libro
conteniendo el Evangelio, sino que los Evangelios fueron escritos años
más
tarde por varios evangelistas, a partir de los recuerdos del impacto
causado
en sus discípulos por su persona y su palabra, su vida, su muerte y su
resurrección.
Para
completar la galería de las
comparaciones y los contrastes, habría que resaltar las constantes
advertencias y amenazas de castigos terribles que recaerán sobre los
desmentidores de la dogmática coránica: «¡Ay de los que no hayan
creído, cuando
llegue el testimonio del gran día» (Corán 44/19,37). En ese día del
juicio
final (Corán 92/4,159), el mismísimo hijo de María oficiará de testigo
contra
los discrepantes. Y Dios los arrojará al infierno. Pero, mientras
tanto, en
este mundo, la sociedad de los seguidores de Mahoma tiene el deber de
anticipar
el castigo, llevando a cabo la yihad bélica en el camino de Dios:
«Combatid
contra ellos hasta que no haya más subversión, y que toda la religión
sea de
Dios» (Corán 88/8,39).
En
definitiva, en el Corán, María aparece
reinterpretada islámicamente, como sujeto cuya historia emite
significados a
todas luces disonantes respecto a los del Evangelio. Los escribas del
Corán
utilizaron a la madre con el fin de rebajar teológicamente a su hijo
Jesús,
como medio para desprestigiar al cristianismo, con el que se
enfrentaban. Una
María resignificada sirve de instrumento semiótico para expropiar a
Jesús de
los atributos con los que lo categoriza la teología del Nuevo
testamento.
Esa
polémica formaba parte de la lucha
del protoislam conquistador contra sus competidores, en un entorno
donde los
cristianos eran numerosos entre los mismos árabes. Porque «la imagen
de una
Arabia dominada por el paganismo en vísperas del islam no tiene
verdadero fundamento
histórico. Es una construcción apologética musulmana para subrayar la
degradación de la yahiliya [tiempo de ignorancia, antes del
islam] y
oponerla a la acción salvadora del profeta del islam» (Robin y Tayran
2012:
549).
La
controversia teológica era una faceta
de la confrontación con la cristiandad bizantina, siria y mesopotámica,
preludio de la posterior expansión que destruyó la cristiandad
norteafricana y
parte de la europea. Porque no cabe negar que el Corán surgió como
artefacto
ideológico de los invasores sarracenos, como la legitimación religiosa
de la
yihad desplegada sobre el terreno, en las campañas militares que
causarían la
devastación de la civilización cristiana en Oriente Medio, norte de
África e Hispania.
La
superposición de capas semánticas
en el
texto coránico
En el estrato más primitivo de la
redacción del Corán se
detecta el interés
por elaborar un sincretismo religioso que pudiera unificar a los
sarracenos,
denominados mahgrāyē en siríaco, muhāŷirūn
en árabe (que significa los
«emigrados», los de la hégira), y a sus aliados judíos, sirios y
persas. Esta
orientación sincrética abierta habría permanecido hasta los últimos
omeyas y
los primeros abasíes. Pero, desde entonces, los escribas califales
fueron
agudizando la polémica y el antagonismo, tanto con la cristiandad
oriental
como con la cristiandad imperial bizantina. El texto final, como lo
prueban
los manuscritos más antiguos, incorpora borraduras, tachaduras,
reescrituras e
interpolaciones, mediante las cuales se buscó reconvertir al Mesías
Jesús en
adalid de la causa islámica, para, más adelante, sustituirlo poniendo
en su
lugar a Mahoma. Una suerte similar corrió la historia de la madre de
Jesús, extraída
de evangelios apócrifos y convertida en la María mahometana del
Corán.
Las
menciones de María en el Corán
atestiguan una componente cristiana, heredada inicialmente del
nazarenismo por
Mahoma y los suyos. Pero, al mismo tiempo, como hemos analizado, estas
menciones efectúan una remodelación y asimilación de su figura,
utilizada para
reforzar la cristología coránica, y ser en seguida abandonada y
olvidada.
No
obstante, parece que hubo una
consideración, e incluso veneración, más patente hacia María, al
principio,
cuando el islam primitivo aún no se había islamizado del todo. Hay
indicios de
ello en el hecho sorprendente, relatado por los hadices, de que en la
caaba de
La Meca había dos iconos que Mahoma había respetado: uno de la Virgen
María con
el niño Jesús y otro de Abrahán.
Como ya
hemos expuesto, el Corán refiere
la historia de María en dos versiones distintas, una en el capítulo 3 y
otra en
el 19. Ambas mezclan elementos heteróclitos, procedentes de fuentes
dispares y
de reescritos. Sin puntualizar todos los detalles, el análisis nos da
pie para
formular la hipótesis que discierne unas capas redaccionales que se
fueron
sedimentando en el texto:
Capa A.
Los versículos sobre la infancia
de María, bajo la tutela de Zacarías, implican, gracias a este
personaje, una
datación temporal precisa y adecuada a la época en que vivió María.
Capa B.
Los relatos sobre la anunciación, sea por medio de un
espíritu
revestido con forma humana (capítulo 19), o por medio de unos ángeles
(capítulo
3), junto con otros elementos narrativos como el retiro de María a un
lugar
lejano, el parto al pie de una palmera y el regreso a su familia, están
tomados
de escritos apócrifos y se caracterizan por carecer de especificación
temporal.
Capa C.
Más tarde, los capítulos 3 y 66
vinculan a María con una genealogía muy lejana en el tiempo,
insertándola en la
familia de Amrán, como si fuera hermana de Aarón y Moisés. Estos, según
la
Biblia, tienen una hermana con ese nombre, pero es otra María
completamente distinta.
En un primer momento, no sabemos a qué viene ese salto anacrónico tan
extraño,
y quizá pensemos que se trata de una equivocación. Pero su significado
acaba
poniéndose de manifiesto. Al establecer el encadenamiento entre familia
de
Amrán – mujer de Amrán → hija de Amrán (María) → hijo de María (Jesús)
se ha
encontrado un mecanismo mediante el cual, en última instancia, se
asocia a
Jesús con el linaje de Moisés (hijo de Amrán, hermano de Aarón y de
María). De
este modo, se ignoran y obliteran las genealogías reseñadas en los
Evangelios
cristianos, ya sea la de Mateo (1,1-16) o la de Lucas (3,23-38), que,
por más
que difieran entre sí, coinciden en destacar que Jesús desciende de
David, quien
representa la estirpe mesiánica. Así, sin decirlo abiertamente, el
Corán priva
a Jesús de su linaje mesiánico, con el fin de despojarlo
simbólicamente de su
mesianidad.
Un
corolario de esa anomalía genealógica
es que la insistente designación de Jesús como «hijo de María»
constituye la fórmula
utilizada para negar la calificación evangélica como «hijo de David» e
«hijo de
Dios». Y por supuesto, se está rechazando la definición de María como
«madre de
Dios», proclamada en el concilio de Éfeso (año 431). A la figura de
María,
reconfigurada e islamizada, le encomienda el Corán la delicada tarea de
desmentir el estatus divino de su hijo. De este modo, la manipula para
cumplir
una función auxiliar en la yihad teológica contra las iglesias
cristianas y
contra Bizancio.
En la
génesis del islamismo como sistema
semiótico independiente, con un lenguaje de signos autónomo, detectamos
numerosas mutaciones que se produjeron en sintonía y en la misma
dirección.
Hubo una evolución ideológica que sedimentó nuevas capas textuales y
semánticas, resultado de un trabajo de paulatina adaptación al
contexto real
de enfrentamientos con el cristianismo, al que sentían necesidad de
combatir
también en el plano teológico. Por ello, el Corán se alejó, cada vez
más, de
sus propios orígenes judíos y cristianos. Porque se fue definiendo por
oposición a ellos. Este mismo fenómeno de superposición de estratos se
reitera
en otros aspectos, como en los siguientes ejemplos ilustrativos.
La
comunicación del Espíritu santo:
(A) Expresada respecto a María y Jesús
(Corán 73/21,91; 107/66,12), connotaba libertad y relación inmediata
con Dios.
(B) Fue
luego relevada por el insistente
requerimiento de obediencia a Mahoma (Corán 89/3,32).
(C) Y,
al final, quedó la obediencia a
Mahoma y a quienes tienen el poder como única mediación entre Dios y
los
hombres (Corán 92/4,59).
Las
normas de comportamiento:
(A) Se
presentaban, una y otra vez, solo
como una confirmación de la Ley de Moisés y sus mandamientos.
(B) De
ahí se pasó a postular la sumisión
ante lo dispuesto por el enviado de Dios (Corán 92/4,80).
(C) Y,
al final, la voluntad de Dios se
identificó con las estipulaciones legales del derecho islámico, que
se deben
cumplir estrictamente.
El
estatus de mediador entre Dios y los
hombres:
(A) Primero se asignaba al Mesías Jesús (Corán
63/43,63).
(B) Se
desplazó al profeta Mahoma (Corán
92/4,105; 102/24,56).
(C) Y,
al final, fue asumido vicariamente
por la autoridad del califa.
Respecto
a la llegada del reino
prometido:
(A) Según el Corán, María y Jesús serían
constituidos en «signos» ante el mundo de parte de Dios (Corán
73/21,91;
89/3,49).
(B) Pero
luego el predicador Mahoma, aunque
no hizo signos milagrosos (Corán 50/17,90-93), fue quien se levantó como profeta armado,
convocando al combate milenarista (Corán 88/8,65).
(C)
Finalmente, se implantó y extendió un
reino terrestre, por medio de la violencia militar, sacralizada como
yihad
(Corán 106/49,15).
En
cuanto a la distribución de bienes y
oportunidades:
(A) El
Corán conservó huellas del
banquete eucarístico, modelo igualitario de Jesús y sus discípulos
(Corán
112/5,111-115).
(B) Ese
modelo fue reemplazado por el del botín: Mahoma, tras las primeras
victorias bélicas, dictó normas para el reparto desigual del botín
(Corán
88/8,41), mientras compensaba a los caídos con la promesa del paraíso
(Corán
92/4,100).
(C) Y,
por último, se organizó la
sociedad islámica, la umma, con un sistema jerarquizado,
discriminatorio
para las mujeres (Corán 92/4,34) y excluyente para los no musulmanes
(Corán
113/9,29).
Por lo
demás, debemos recordar que la
principal clave de interpretación del Corán reside en la doctrina de
la abrogación,
según la cual lo que dice un versículo puede
resultar anulado,
en todo o en parte, por lo revelado en otro posterior. Para
justificarlo
suelen citar ciertas aleyas del Corán (70/16,101; 87/2,106; 96/13,39).
Conforme
a esta doctrina, quedan descartados y sin valor los signos y el
espíritu
asociados inicialmente con María y con Jesús, porque las posiciones
definitivamente válidas para el sistema islámico son las que hemos
marcado con
la letra «C», esto es, el parentesco de María con Moisés, la mediación
única
de Mahoma, el sometimiento a la Ley islámica, la autoridad teocrática
del
califa, la obligación del combate armado por el islam, y la
implantación de un
orden social discriminatorio y excluyente.
Las
conclusiones
acerca de la figura de María en el Corán
La
figura de María en el Corán, si la contrastamos con la del Nuevo
testamento,
nos resulta extraña y carente de toda función propia sustantiva. Aparte
el
relato doblemente apócrifo de su maternidad, que sirve para introducir
al
Mesías Jesús desde el punto de vista coránico, y además de su inserción
en una
genealogía disparatada, se la adorna, como hemos visto, con unos
cuantos
atributos encomiásticos: preservó su virginidad, recibió el espíritu,
sería un
signo para la gente, fue agraciada, devota y verídica. Pero, si caemos
en la
cuenta, todo esto no tiene más que un carácter declarativo e
incidental, sin la
menor repercusión en todo lo que después se lee. Podemos deducir que María nunca es, por sí misma, destino de la
significación, sino más bien un medio de producir significados para
otro, para
su hijo. Y ambos instrumentalizados, finalmente, para reforzar los
puntos de
vista del Corán.
De los
análisis precedentes, cabe extraer
una serie de conclusiones que recapitulamos a continuación, dejando que cada cual haga su propia
valoración.
1.
Respecto a la figura de María,
escogida por Dios, el Corán echa mano de algunos fragmentos de
evangelios apócrifos
para construir su peculiar versión de la mariología, centrada solo en
su
infancia y su maternidad. El motivo de insertar esta historia hay que
buscarlo
en el contexto donde surgió el islam primitivo, una sociedad
ampliamente
cristianizada, en la que, pese a las discrepancias entre las iglesias,
la
devoción a María era muy importante y compartida por todas ellas.
Resultaba imprescindible
pronunciarse.
2. Las
alabanzas iniciales propician el
efecto de mahometizar a María, con el fin de sacar beneficio de la
devoción
existente hacia ella en pro de los intereses del poder islámico, el
mismo que
configuró el contenido del Corán. Pero tan eminentes predicados
quedaron en
afirmaciones vacuas, porque, después del nacimiento de Jesús, el
personaje de
María desaparece por completo: ni hace ni dice nada más.
3. Pese
a ser «escogida» entre las
mujeres del mundo y «purificada» (Corán 89/3,42), la descripción que se
ofrece
de su comportamiento no es tan ejemplar, sino más bien ambigua, pues se
la
pinta como desesperada, cuando, al llegarle los dolores de parto,
deseaba
haber muerto (Corán 44/19,23); o cuando estaba dispuesta a mentir para
disimular lo que le había pasado (Corán 44/19,26).
4. En
todo el relato, María se encuentra
sola y sola va a dar a luz. Esto supone que el Corán ha borrado por
completo la
figura de su esposo José, que, sin embargo, está muy presente en los
apócrifos
utilizados, el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio
árabe de la
infancia o el Evangelio del Pseudo-Mateo. Y, por supuesto,
en los
Evangelios canónicos. Esto no es casual: si «estaba desposada con un
hombre de
la casa de David, de nombre José» (Lucas 1,27), borrarlo equivale a
otro modo
de suprimir la vinculación con la estirpe mesiánica.
5. En
idéntico sentido, la demostrada
alteración de la genealogía de María, «hermana de Aarón», esconde mayor
alcance
de lo que parece a primera vista. El cambio que la vincula con Moisés,
y no con
David, entraña un significado implícito de gran calado: David, como rey
de Israel,
fue ungido (eso quiere decir «mesías»), y en la tradición judía era
considerado
como el epónimo del linaje mesiánico. El Mesías tenía que ser
descendiente de
David, «hijo de David». Por consiguiente, la operación de desposeer a
Jesús de
su pertenencia a la casa y familia de David, para emparentarlo con la
«familia
de Amrán», constituye una forma tácita y subrepticia de invalidar su
estatus de
mesías.
6. Otro
punto donde queda patente la
manipulación de los redactores coránicos es cuando hacen que María
emplace a
su hijo, recién nacido, para que hable y declare que él es solamente
un
sirviente de Dios y un profeta como los demás (Corán 44/19,30), de modo
que así
reniegue expresamente de su estatus divino.
7. Las dos ocasiones en
que
el Corán afirma que Dios hará de María, junto con su hijo, un «signo»
no poseen
ningún significado especial, puesto que ser signo es algo que el Corán
repite
con mucha frecuencia respecto de muchos profetas e incluso de algunos
acontecimientos. A lo sumo, María y su hijo son «signo» únicamente del
significado que el propio Corán les confiere. Y, como sabemos, un
significado
delimita su valor por relación a otros significados con los que se
correlaciona
y a los que se opone, sin olvidar el referente de las prácticas a las
que
remite; en este caso, la confrontación con el cristianismo.
8. El calificar a María como
«devota», que se prosterna ante su
Señor (Corán
89/3,43; 107/66,12), equivale a una manera indirecta de conceptuarla
como alguien
que, al ser «devota» no es «objeto de devoción», con lo cual se adopta
una
posición en contra del culto mariano, muy difundido entonces en las
iglesias
cristianas.
9.
Aunque el personaje de María en el
relato coránico desapareció pronto, no obstante permanecía su
presencia
indirecta en el apelativo de Jesús como «hijo de María» (repetido 23
veces),
cuya razón, en el uso coránico, como ya hemos dicho, es patente: se
emplea como
fórmula para negar la filiación divina del Mesías. Pues ahí «hijo de
María»
quiere decir «no hijo de Dios». Se utiliza a María como una especie de
operador
lógico que, a cada paso, redefine a Jesús desde el dogma islámico.
10. El
Corán, que habla profusamente del
«hijo de María», no utiliza ni una sola vez la expresión «madre de
Jesús». No
sabemos si le incomoda el tema de la maternidad de María, pero está
claro que
su rechazo frontal se dirige contra la creencia cristiana que la
designa «madre
de Dios» (Θεοτόκος). Incluso hay un versículo en el que parece mofarse
de ella,
ridiculizando la idea de que se la considere como una diosa, además de
Dios
(Corán 112/5,116).
En
definitiva, la figura de María,
mencionada fugazmente en el Corán, solo hasta el nacimiento de su
hijo, cumple
los objetivos anticristianos que se le han encomendado y, acto
seguido, se la
hace abandonar la escena. No encontramos la menor alusión a su papel
en la
vida de su hijo adulto, que, por lo demás, es casi totalmente
silenciada: nada
de bodas de Caná, nada de oír la predicación entre la muchedumbre,
nada de
estar al pie de la cruz, nada del día de Pentecostés.
El
Corán, en su texto definitivo, se
yergue como un antievangelio que se opone a la divinidad de Cristo: lo
reviste
como profeta islámico y cuestiona incluso, sibilinamente, su
mesianidad. La
escritura y reescritura del texto coránico estaba supeditada a la
legitimación,
autonomización y autorreferencia del nuevo sistema de dominio militar,
que se
quiso hacer pasar por realización del mítico reino de Dios. Para ello,
históricamente, primero se anunció al Mesías que iba a venir, en el
momento de
la conquista de Jerusalén, para acaudillar los ejércitos e imponer el
reinado
milenario sobre todas las naciones. Poco después, en medio de las
guerras y
tras la inesperada victoria sobre los imperios, seguida de la
instauración del
poder sarraceno, se recuperó la idea del caudillaje del profeta armado
Mahoma, ensalzado
como nuevo mediador de la salvación. Y para ello, había necesidad de
disminuir
y neutralizar la función del Mesías Jesús. La figura de su madre se
utilizó
como un recurso simbólico eficaz: las grandes prerrogativas se quedaron
en
retórica apócrifa. El balance es que María, en el Corán, quedó reducida
a
desempeñar un papel de cariátide del edificio islámico.
Estas
conclusiones son coherentes con la
tesis más general de que el islam y el Corán se formaron históricamente
a
partir del movimiento mesiánico de los judíos nazarenos, al que se
adhirieron
los árabes sarracenos comandados por Mahoma y Omar. Tras ellos, el
califato y
el libro resultaron de las guerras libradas en un doble plano, el de
las armas
y el de las creencias. El poder califal seleccionó los contenidos del
texto para
reforzar su propia legitimidad, controlando los cánones éticos y
jurídicos,
las obligaciones rituales y la mitología ortodoxa. Y, al cabo de un
siglo,
aquel sistema alcanzó su autonomía como una nueva religión,
caracterizada por
una lucha a muerte con el cristianismo, el judaísmo y cualquier otra
religión
que se le opusiera. Esta lucha fue su argumento fundacional. Y, desde
entonces,
ha sido su argumento permanente.
Los
escritos
falaces sobre María en el Corán
Si
alguien está interesado en un erudito estudio sobre María en el Corán,
puede
buscar el de Ida Zilio-Grandi, profesora de lengua y literatura árabe
y
coranóloga en la Universidad de Venecia. Ahora bien, desde el enfoque
que
planteamos aquí, solo encuentro una única apreciación de esta autora
con la que
puedo estar de acuerdo, y es cuando afirma: «Muy alejada de la madre
cristiana
de Cristo, ella [María] pertenece por entero al sistema coránico e
islámico»
(Zilio-Grandi 1997: 57). Es demasiado frecuente y resulta lamentable
que
estudios tan exquisitamente académicos se muestren tan acríticos y
panegíricos respecto al islam.
También
es común observar, no pocas veces
entre católicos, cómo se hacen grandes elogios de la María musulmana
mencionada
en el Corán, celebrándola como si fuera un maravilloso puente de unión
entre
musulmanes y cristianos. Nada más injustificado, alejado de la verdad y
pernicioso, porque no hay nada de eso. Solo es una prueba de cómo se
pueden
manejar los datos del texto sin comprender en absoluto su significado.
Si
alguien deseara comprobarlo por sí mismo, aquí tiene unos ejemplos del
despropósito, con su respectivo enlace en Internet:
Shahrzad Houshmand Zadeh, María
en el Corán, en Vida Nueva Digital
Margarita Rodríguez, La
María de los musulmanes, en BBC Mundo.com
María Ángeles Corpas, María
en el Corán, en Aleteia
Hoy
está de moda entre muchos cristianos
el sentirse atraídos por el «diálogo cristiano-musulmán». No está mal,
en
abstracto. Pero deberían conocer más a fondo el sistema de ideas que
está
configurando la mentalidad de sus interlocutores del otro lado.
Porque, de lo
contrario, se dejarán engañar por espejismos, y no irán más allá del
concordismo superficial, el adormecimiento de la conciencia y, en
última
instancia, el riesgo de disolución de la propia fe. Existen innegables
antagonismos de fondo, que son estructurales, entre los dos sistemas
semióticos, uno de los cuales se constituyó precisamente en
antagonismo con
el otro. No bastará la buena voluntad. El conflicto resulta
ineludible, porque
su causa está inscrita en textos inmutables y nunca ha cesado de
demostrarse en
los acontecimientos históricos. No sería decente camuflarlo.
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