El sistema islámico

6. María islamizada en el Corán

PEDRO GÓMEZ




- María, madre de Jesús, en los Evangelios
- María, llamada ‘hermana de Aarón’ en el Corán
- El análisis comparativo de los temas marianos
- La superposición de capas semánticas en el texto coránico
- Las conclusiones acerca de la figura de María en el Corán
- Los escritos falaces sobre María en el Corán


María, madre de Jesús, en los Evangelios


Para la indagación que ahora nos ocupa, dejamos al margen todas las cuestiones de historicidad del relato. Damos por sentado que el texto de los Evangelios supone una simbiosis de historia y mito, y buscamos componer un escueto sumario de la figura de María en ellos.


Desde el principio, María aparece insertada genealógicamente en la casa y familia de David (Mateo 1,1; Lucas 1,27). María estaba desposada con José, y se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mateo 1,18-20). El evangelista Lucas lo describe como anunciación del ángel Gabriel a la virgen María (Lucas 1,26-38).


María viajó a un pueblo de Judea, a casa de su prima Isabel, la mujer de Zacarías y madre de Juan Bautista, donde permaneció tres meses (Lucas 1,39-45). Allí se sitúa la proclamación del himno conocido como Magníficat (Lucas 1,46-55).


José y María tuvieron que ir a empadronarse a la ciudad de David, en Belén de Judea, y allí dio a luz a su hijo (Lucas 2,3-7). Unos pastores acudieron a ver lo que se había manifestado (Lucas 2,8-18). Unos magos de oriente llegaron en busca del niño y le ofrecieron dones de oro, in­cienso y mirra, cre­yendo que en él se cumplirían las esperanzas de salva­ción (Mateo 2,9-11). La familia tuvo que huir a Egipto con el niño, por­que el rey Herodes lo perseguía (Mateo 2,13-15). Y María meditaba en su in­terior todos aquellos acontecimientos (Lucas 2,19).


Conforme a la Ley de Moisés, llevaron a Jesús al templo de Jerusalén al rito de presentación (Lucas 2,22). Allí, Simeón el justo los bendijo (Lucas 2,33-34). Y la profetisa Ana enaltecía al niño (Lucas 2,36-38).


Durante la infancia de Jesús, sus padres se encargaron de su edu­cación (Lucas 2,51-52). Todos los años subían a Jerusalén a la fiesta de Pascua (Lucas 2,41). Cuando el niño tenía doce años debatió con los doctores del templo, ante la extrañeza de sus padres (Lucas 2,46-47).


Cuando Jesús adulto desarrollaba la actividad predicando y curando, hubo al menos una ocasión en la que su madre y sus hermanos se presen­taron donde estaba hablando a la muchedumbre (Marcos 3,31-32; Mateo 12,46; Lucas 8,19).


La gente conocía a José el carpintero y María como padres de Jesús, e igualmente a sus hermanos y hermanas (Marcos 6,3; Mateo 13,55-56; Juan 6,42).


En la celebración de una boda en Caná de Galilea, estaba invitada María y también Jesús y sus discípulos. Ella intercedió porque faltaba vino (Juan 2,1-5).


María estuvo presente junto a la cruz de Jesús, y este confió a su madre al discípulo amado, que la acogió en su casa (Juan 19,25-27).


María, junto con otras mujeres y con los apóstoles, permanecieron unidos después de la ascensión de Jesús (Hechos 1,14). Y estando reu­nidos, recibieron el Espíritu Santo (Hechos 2,1-4).


En suma, la importancia de María no se limita al hecho de haber sido la madre de Jesús, sino que ella se nos muestra presente a todo lo largo de la vida y la actividad pública de su hijo. Más aún, en momentos espe­ciales, in­ter­viene o tiene una presencia muy significativa. Igualmente, de­sempeñó un papel en los comien­zos de la Iglesia primitiva, según narran los evangelistas Lucas y Juan.



María, llamada ‘hermana de Aarón’ en el Corán


El corpus coránico tal como ha llegado a nosotros, con afluencias de múltiples fuentes y sedimentos de su largo período de formación, con­tiene múltiples menciones de María y ofrece ciertos pasajes sobre ella. Estadísticamente:


El nombre de «María» aparece 34 veces (más veces que el de Jesús). De ellas:


– «hijo de María» 23 veces, la mayoría en aposición a Jesús,

– «María» solo 11 menciones, aludiendo directamente a ella misma.


María es denominada, según la genealogía que se le atribuye, con los sintagmas:

– «hermana de Aarón» 1 vez,

– «hija de Amrán» 1 vez.


La expresión «madre de Jesús» no se utiliza nunca en el Corán (aun­que, por contraste, es habitual en los Evangelios).


El Corán trata de María, sobre todo por referencia a Jesús, al que se califica como «hijo de María» en alrededor de cuarenta versículos, repar­tidos desigualmente en siete capítulos distintos, pero con mayor ampli­tud en la sura 19, que lleva por título «María», y la sura 3, titulada «La familia de Amrán». Los pasajes donde se habla de María se solapan, en parte, con versículos dedicados a Jesús, puesto que ambos parti­cipan en el mismo relato. No hemos contabilizado las veces en que se dice «hijo de María», porque son alusivas al sujeto Jesús.

 

María en la sura 19 del Corán

 

El capítulo 19 del Corán (en orden cronológico el 44) lleva el título de María, pero solamente le dedica 15 de los 98 versículos (del 16 al 30). En ellos hace a su modo un relato de la anunciación, el embarazo, el na­ci­miento de Jesús, la alocución del niño desde la cuna y el regreso con su familia. Dice así:


«Recuerda en el libro a María, cuando ella se retiró de su gente a un lugar oriental. Tendió un velo para ocultarse de ellos. Entonces le envia­mos nuestro espíritu, que se le presentó como un humano perfecto.

   Dijo ella: ‘Me refugio junto al Compasivo contra ti, si es que lo temes’.

   Dijo él: ‘Yo soy un enviado de tu Señor para darte un niño puro’.

   Dijo ella: ‘¿Cómo voy a tener un niño, si ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’

   Dijo él: ‘¡Así será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para los humanos y una misericordia de nuestra parte'. Es un asun­to decidido’.

   Quedó embarazada de él y se retiró con él a un lugar lejano.

   Luego, los dolores de parto la hicieron llegar hasta el tronco de la pal­mera. Dijo ella: ‘Ojalá hubiera muerto antes de esto y fuera totalmente olvidada’.

   Entonces, él la interpeló desde abajo: ‘No te entristezcas. Tu Señor ha puesto debajo de ti un arroyuelo.

   Sacude hacia ti el tronco de la palmera y hará caer sobre ti dátiles fres­cos, maduros. Come, pues, y bebe, y que tu vista se alegre. Si ves a algún humano, di: 'He hecho voto de ayunar al compasivo y no hablaré hoy a ningún humano'’.

   Luego, fue a su gente llevándolo. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’.

   Entonces ella se lo señaló. Ellos dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’

   Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,16-30).


Este relato está inspirado en la historia según la narran dos apócrifos, el Protoevangelio de Santiago (capítulos 18 y 19) y el Evangelio del Pseudo-Mateo (13,2-3), pero expuesta de forma esquemática y con algunas diferencias. Por ejemplo, según esos apócrifos, María dio a luz en una gruta cerca de una montaña próxima a Belén. El Corán, en cambio, sitúa el alum­bra­miento en el desierto junto a una palmera, una escena que aparece más adelante en el texto del Pseudo-Mateo. No obstante, encontramos tam­bién un ver­sículo coránico que podría reflejar un eco de la mencionada gruta en el monte:


«Hicimos del hijo de María y de su madre un signo, y les dimos re­fugio en una colina con seguridad y una fuente» (Corán 74/23,50).


El Corán afirma, en dos ocasiones, que María mantuvo su virginidad, pues la designa como «la que preservó su sexo» (Corán 73/21,91; 107/ 66,12). Y hay dos versículos donde le vaticina que, junto con su hijo, será un signo para las gentes.


«[Recuerda] la que había preservado su sexo. Habíamos infundido en ella nuestro espíritu, e hicimos de ella y de su hijo un signo para el mundo» (Corán 73/21,91). La misma idea de constituir un signo aparecía ya en el citado 74/23,50.


Por otro lado, el Corán le adjudica una característica hasta cierto punto excepcional, al poner en boca de Dios: «cuando le haya infundido de mi espíritu». Esta misma expresión se repite dos veces con referencia a la creación del hombre (Corán 38/38,72; 54/15,29). Y a propósito de María, se afirma una vez «le enviamos nuestro espíritu» (Corán 44/19,17) en la anunciación; y dos veces «le infundimos de nuestro espíritu» (Corán 73/21,91; 107/66,12). El significado de estos versículos connota una in­tervención especial de Dios, de la que quizá cabría esperar consecuencias ulteriores de importancia, aunque no las hay. La alusión al espíritu de Dios se hará aún más excepcional con relación a Jesús, del que se dice, y únicamente se dice de él, que fue fortalecido con el Espíritu santo (Corán 87/2,87; 87/2,253; 112/5,110). En efecto, nada se­mejante se for­mula nunca sobre Mahoma.

 

María en la sura 3 del Corán

 

El capítulo 3 del Corán (en orden cronológico el 89) lleva por título La familia de Amrán (en árabe Imran; en hebreo Amram; en la Biblia espa­ñola, Amrán). Este personaje es el padre de Aarón y Moisés. El capítulo dedica a María once versículos de estilo legendario o mitológico. Pero el redactor coránico designa a María paladinamente como «hermana de Aarón». Es cierto que, según la Biblia, Aarón tenía una hermana llamada María, pero aquello había sido doce siglos antes. Esto nos parece un dis­parate, pero alcanza un resultado claro: al vincular a María con la familia de Amrán y presentarla como hermana de Aarón y Moi­sés, el Corán consigue presentar a Jesús como sobrino de Moisés y nieto de Amrán, asignándole así una genealogía que no es la de David.


«Dios eligió a Adán, Noé, la familia de Abrahán, y la familia de Am­rán sobre todo el mundo. Son descendientes unos de otros (…).
  
[Recuerda] cuando la mujer de Amrán dijo: ‘¡Señor mío! He hecho voto de entregarte lo que está en mi vientre. Acéptamelo. Tú eres el oyente, el omnisciente’.

   Cuando ella dio a luz, dijo: ‘¡Señor mío! He dado a luz una hembra. Bien sabe Dios lo que ella ha dado a luz, y que el varón no es como la hembra. Le he puesto de nombre María. La pongo con su descendencia bajo tu protección contra el satanás lapidado’.

   Su Señor la acogió favorablemente, la hizo crecer bien y encargó de ella a Zacarías. Cada vez que Zacarías entraba a verla en el santuario, encontraba junto a ella el sustento. Dijo él: ‘¡María!, ¿de dónde obtienes eso?’

   Dijo ella: ‘Es de parte de Dios. Dios provee sin medida a quien él quie­re’» (Corán 89/3,33-37).


Ahí se cuenta el nacimiento y la infancia consagrada de María en el santuario, bajo la tutela de Zacarías, trasladando también a este personaje anacrónicamente. Lo más significativo radica en que ella y su hijo Jesús quedan insertos en el ciclo de Moisés. No parece que se trate de un error, de una confusión histórica entre María la hermana de Aarón con María la madre de Jesús, sino más bien de algo premeditado. De este modo, el islamismo se apropia de Jesús como un «profeta», situándolo dentro de la saga de los profetas («descendientes unos de otros»), cuya especifici­dad individual se elimina, pues se afirma que entre ellos no hay «ninguna distinción» (Corán 89/3,84), aparte del intento de hacerlos pasar a todos por presuntos musulmanes.


La alusión a Amrán es triple y muy consistente, porque se menciona «la familia de Amrán» (Corán 89/3,33) como preferida de Dios; luego, «la mujer de Amrán» (Corán 89/3,35), que consagró a Dios el fruto de su vientre; y tercero, «la hija de Amrán» (Corán 107/66,12), la virgen María; esta última, la única vez en todo el Corán en que se usa la expre­sión «hija de». Tanta coherencia en el relato de ese parentesco descarta que se esté proponiendo una interpretación simbólica, como la que podemos entender, por ejemplo, cuando se llama a Jesús «hijo de David» (para significar su mesianidad). También carece de justificación el inten­to de al­gunos que, sin atender a la letra del texto coránico, traducen Amrán por Joaquín, porque hay unos escritos apócrifos cristia­nos que llaman Joa­quín y Ana a los padres de María.


El pasaje sobre María prosigue en el versículo 42, con la historia de la anunciación, en términos más simplificados que en el capítulo 19. Hay de nuevo ecos del Protoevangelio de Santiago.


«[Recuerda] cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te ha escogido, te ha purificado, y te ha escogido entre las mujeres del mundo.

   ¡María! Dedícate a tu Señor, prostérnate y arrodíllate con los que se arrodillan’. (…)

   Tú no estabas con ellos cuando echaron suertes con sus varas, para ver quién de ellos sería guardián de María, y no estabas tampoco con ellos cuando disputaban.

   [Recuerda] cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María, ho­norable en la vida de acá y en la última vida. Y será de los allegados.

   Hablará a los humanos en la cuna como un adulto. Y será de los vir­tuosos’.

   Dijo ella: ‘¡Señor mío! ¿Cómo voy a tener un hijo, cuando ningún hom­bre me ha tocado?’ Dijo él: ‘Así será. Dios crea lo que él quiere. Cuando decide algo, no tiene más que decir: '¡Sé!' y es’» (Corán 89/3,42-47).


Caigamos en la cuenta de que aquí son unos ángeles, en plural, los que intervienen en la anunciación a María, mientras que, en la versión de la sura 19, es un espíritu con apariencia humana (Corán 44/19,16). Y el Evangelio habla de un solo ángel (Lucas 1,26). Otro aspecto del que hay que tomar nota es que el Corán no menciona en ningún lugar el nombre ni el papel de José. Aunque es probable que haya un rastro de él en el versículo 89/3,44, que hace pensar en un pasaje apócrifo que narra la elección de José como guardián de María (Protoevangelio de Santiago 9,1-3).


Las restantes referencias a María, en otras suras, añaden solo unos cuantos matices, pero, en realidad, el personaje no interviene más y de­saparece por completo, incluso de las alusiones que se hacen a su hijo.


«Y a causa de su incredulidad, por haber dicho una gran infamia con­tra María. Y porque dijeron: ‘Hemos matado al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos no lo mataron, ni lo cruci­ficaron, sino que eso les pareció. (…) Y ellos ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157).


«¡Gentes del libro! No exageréis en vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él emitió a María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).


«María, hija de Amrán, que preservó su sexo. En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las palabras de su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).


«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría algo contra Dios, si él quisiera destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están en la tierra? De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está entre ellos’» (Corán 112/5,17).


«¡Jesús, hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te fortalecí con el espíritu del santo» (Corán 112/5,110).


«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea exaltado! No me corresponde decir algo a lo que no tengo derecho’» (Corán 112/5,116).


En resumen, los versículos precedentes muestran cómo Dios la pro­tege frente a los que la difaman y, de camino, se utiliza esto para con­denar a los judíos, enlazando además con el rechazo de la crucifixión. Se insiste en que su hijo Jesús, palabra y espíritu que Dios le comunicó, es solo un enviado. Se le confiere a María la aparentemente extraña función de declarar verídicas las palabras del Señor y sus escrituras, pero es pro­bable que esto solo quiera decir que en ella se cumplieron. Se dice que es agraciada, devota, verídica, evidentemente no divina, pero sí una frágil criatura a quien Dios podría exterminar si quisiera. En cualquier caso, todas esas declaraciones carecen de más trascendencia, porque ella no vuelve a aparecer más en todo el Corán.


Teniendo a la vista los textos precedentes, llega el momento de pro­fundizar en el análisis, con el fin de elucidar en lo posible la significación de la figura de María en el credo islámico. Si observamos, la mayor parte de lo narrado se ocupa de su nacimiento y crianza, de la anunciación, la concep­ción de su hijo y el alumbramiento, con descripciones inspiradas en evangelios apócrifos, y con un ostensible desconocimiento o negli­gencia respecto a los evangelios de la infancia según Mateo y Lucas.



El análisis comparativo de los temas marianos

En el Corán (siglos VII-IX), es manifiesta la voluntad de construir un relato sagrado propio, que sirviera de soporte escrito a la ideología del sistema islámico, en forma de teología califal. Esta, en realidad, había heredado los temas y los personajes, pero los remodeló y los reinterpretó para establecer su específico paradigma dogmático, todo ello agudizando la lucha dialéctica por impugnar a los competidores. Si buscamos los pa­ralelos con el Nuevo testamento (siglo I) en temas relevantes relacionados de alguna manera con el personaje de María, constatamos cómo ofrecen dos narraciones contrapuestas, en el marco de sendas concepciones del mundo, del hombre y de Dios, que se excluyen mutuamente.


El juego de las correlaciones y las oposiciones codificadas en el relato va saliendo a la luz mediante la búsqueda de las interacciones internas que configuran el texto coránico, y ahí resalta la disonancia con los pa­sajes pa­ralelos correspondientes de los escritos neotestamentarios. Tras examinar el sentido de la polémica en una serie de temas, la conclusión que se desprende, de manera nítida, es que el sistema de creencias del Corán está elaborado en confrontación teológica con el sistema cristia­no. A todas luces, se trata de un nivel de la guerra librada en la invasión y la conquista árabe de los territorios bizantinos y persas. Exponemos la comparación entre ambos textos, para percibir mejor las diferencias y desvelar los contrastantes más significados.

 

1. La anunciación a la virgen María

 

Si cotejamos la anunciación en un templo descrita en el Corán con la anun­ciación en casa de María, en Nazaret, narrada en el Evangelio de Lucas, podemos observar cómo se contraponen ambas versiones.


Corán
: «Entonces le enviamos nuestro espíritu, que se le presentó como un humano completo. (…) Dijo: ‘Yo soy un enviado de tu Señor para darte un niño puro’. Ella dijo: ‘¿Cómo voy a tener un niño, cuando ningún hombre me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Dijo él: ‘¡Así será! Tu Señor dice: 'Es fácil para mí. Y haremos de él un signo para los humanos y una misericordia de nuestra parte'. Es un asunto decidido’» (Corán 44/19,17-21).


Nuevo testamento
: «A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven prometida con un hom­bre del linaje de David, de nombre José; la joven se llamaba María. (…) El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Pues, mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús’ (…) María dijo al ángel: ‘¿Cómo sucederá eso, si no conozco varón?’. El ángel le contestó: ‘El Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra’» (Lucas 1,26-35).


El relato coránico sitúa a María creciendo como consagrada en un templo, innominado y desubicado (aunque se pueda presumir que fuera el de Jerusalén, el texto no lo dice). En aquel templo, fue escogida por Dios y recibió el anuncio por parte de un espíritu (Corán 44/19,16), o de unos ángeles (Corán 89/3,42 y 45). Ninguno de los Evangelios canó­nicos habla de tal estancia de María en el templo, encomendada al cui­dado de Zacarías. Por su parte, la narración de Lucas habla de un solo ángel, Ga­briel (Lucas 1,26) y sitúa la anunciación en su casa de Nazaret, en Galilea. Así, pues, observamos una sustitución del contexto, que bo­rra las huellas del lugar concreto (además de la evidente alteración de época, como veremos, que la retrotrae al tiempo de Moisés, cuando, por cierto, aún no existía el templo de Jerusalén).

 

2. El nacimiento de Jesús

 

El Corán, al situar el nacimiento de Jesús en un desierto, se contrapone al re­lato del nacimiento de Jesús en Belén según los Evangelios de Mateo y Lucas.


Corán
: «Quedó embarazada y se retiró con él a un lugar lejano. Luego, los dolores de parto la hicieron ir al tronco de la palmera» (Corán 44/19,22-23).


Nuevo testamento
: «Subió José desde Galilea (…) a la ciudad de David, que se llama Belén (…) con María su esposa, que estaba encinta. Estando allí, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo en­volvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lucas 2, 4-7).


El relato coránico dice que María dio a luz en un desierto, apoyada en el tronco de una palmera; aunque en otro versículo dice que en una colina (Corán 74/23,50); en ambos casos, sitios sin nombre. Los evan­gelistas cuentan que fue en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes (Mateo 2,1; Lucas 2,5-6). Observemos cómo el redactor coránico ha suprimido las referencias contextuales concretas: silencia o trabuca los tiempos en que ocurren los hechos y no dice nada acerca de los lugares, como Nazaret, Belén, Egipto, Jerusalén; y además hace desaparecer a José. En todos los casos, se efectúa la descontextualización espacial y temporal, sin duda con una finalidad. De ese modo se consigue un nivel de abstracción, y esta su­pone un paso previo que facilita la apropiación de la historia y del mensaje: al borrar las huellas geográficas e históricas, y difuminar el con­texto judío, la historia se vuelve susceptible de alterar su significa­ción en un sentido más acorde con la ideología islámica.

 

3. La ascendencia familiar

 

El Corán elabora una historia más bien enrevesada, hasta el punto de que inserta a María en la familia de Amrán, el padre de Moisés y Aarón, mientras que los Evangelios afirman que tanto ella como José entron­ca­ban con la familia de David.


Corán
: «Luego, vino a su gente llevándolo. Ellos dijeron: ‘¡María! Has hecho algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un malhechor, y nadie abusó de tu madre’» (Corán 44/19,27-28).


Nuevo testamento
: «También José, que era del linaje y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa, María, que estaba encinta» (Lucas 2, 4-7).


Esta genealogía, que convierte a María en la hermana de Aarón, con­sigue el efecto de que Jesús pertenezca al linaje de Moisés. Para el Corán, los padres de María son Amrán y su esposa, como lo son de Aarón y Moisés. A este aserto tan extraño que llama a María «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28; 89/3,33-37), algunos han in­ten­tado darle un sentido simbólico. Pero no solo se la llama hermana de Aarón, sino que tal pa­rentesco se reafirma explicitando que es «hija de Amrán» (Corán 107/66, 12). Por consiguiente, lo que busca el Corán es vincular a Jesús con la parentela de Moisés. Y dado que Moisés vivió en el siglo XIII antes de nuestra era, entonces Jesús queda adscrito a una familia equivocada, en un tiempo totalmente anacrónico. Sin embargo, la maniobra comporta un significado muy claro: al adscribir a Jesús a la familia de Amrán, se logra sustraerlo de la estirpe mesiánica representada por la «familia de David», a la que lo vinculan los Evangelios (Mateo 1,1; Lucas 2,4).

 

4. La filiación de Jesús

 

La discrepancia más fuerte está en la calificación coránica de Jesús como hijo de María, con la clara intención de oponerse al título de hijo de Dios, que le dan los Evangelios.


Corán
. «Los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María’» (Corán 89/3,45).

   «El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra que él comunicó a María, y un espíritu de él» (Corán 92/4,171).

   «No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’» (Corán 112/5,17).


Nuevo testamento
. «Por eso al que va a nacer lo llamarán santo, Hijo de Dios» (Lucas 1,35).

   «Simón Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Jesús le respondió: Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás. Por­que eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre del cielo’» (Mateo 16,16-17).


El texto coránico evoca cómo la maternidad de María estuvo rodea­da de sucesos extraordinarios: su hijo fue anunciado como Palabra y Es­píritu procedente de Dios, y sería un «signo» junto con ella, etc. Pero esta excepcionalidad, que de algún modo se acerca al cristianismo, deja luego de tener la menor trascendencia. De ella no se vuelve a hablar más. Y a Jesús, pese a llamarlo Mesías, se lo equipara a un simple profeta. La clave de esa insistencia en presentar a Jesús solamente como «hijo de María», reside en que, con esta calificación se está negando que sea «hijo de Dios». El mismo sentido de rechazo de la filiación divina connota el decir que es «allegado» a Dios (Corán 89/3,45), una manera de decir que no es «hijo». Con un recurso lingüístico semejante, se califica a Jesús co­mo «honorable», una forma sibilina que viene a significar «no adorable» (Corán 89/3,45).

 

5. La misión propia de Jesús

 

Jesús viene al mundo con una misión, pero, para el Corán, el cometido de la actividad de Jesús se limita finalmente a representar el papel de un siervo enviado como profeta que confirma la Ley de Moisés. En cambio, los Evangelios presentan desde el principio y desarrollan la misión de Jesús como salvador de la humanidad.


Corán
: «Dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a uno que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,29-30).

   «He venido para confirmar lo que está antes de mí en la Torá» (Corán 89/ 3:50).


Nuevo testamento
: «El ángel les dijo: ‘No temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías Señor’» (Lucas 2, 10-11).

   «Justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en el Mesías Jesús» (Romanos 3,24).


En definitiva, en el relato coránico, María sirve como instrumento narrativo para negar el carácter divino de su hijo Jesús: cuando, estando todavía en la cuna el niño, es emplazado por ella, de modo que pronuncia todo un discurso, precisamente para declarar que él es «siervo de Dios», a quien llama «Señor», en lugar de Padre (Corán 44/19,29-36). De este modo, la misión del Jesús coránico, categorizado como siervo y profeta que con­firma lo revelado por las escrituras anteriores, sustituye a la misión del Mesías como Salvador y redentor de la humanidad. La estrategia del Corán, dirigida contra los Evangelios, persigue descartar a la vez la filiación divina de Jesús y la idea cristiana de salvación. Porque, como es sabido, la teología del islam rechaza de plano la teología cristia­na de la encarnación y de la re­dención.

 

6. La crucifixión de Jesús

 

Según la interpretación prácticamente unánime del Corán, Jesús el Mesías no fue crucificado, sino que otro habría ocupado su lugar en la cruz. En los Evangelios, sin embargo, el relato de la pasión y muerte es fundamental, y su madre es testigo: María está al pie de la cruz de Jesús.


Corán
: «Sin embargo, no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció» (Corán 92/4,157).


Nuevo testamento
: «Estaban de pie junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena» (Juan 19,25).


En el texto coránico, puede verse que la negación de la crucifixión y la muerte de Jesús está inscrita en un contexto de enfrentamiento con los judíos. El versículo anterior los acusa de haber infamado a María por su embarazo. Y a continuación es cuando dice: «[Los judíos] no lo ma­taron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. (…) Ellos ciertamente no lo mataron» (Corán 92/4,156-157). Pero, con esta recusación, que no admite siquiera el hecho histórico de la crucifixión, el Corán está desa­creditando los Evangelios cristianos (por ejemplo, Marcos, capítulo 15). Al mismo tiempo, los autores del Corán están suprimiendo una expe­riencia capital de la vida de María, a quien los Evangelios recuerdan al pie de la cruz en el Gólgota (Juan 19,25), y por tanto como testigo de la crucifixión. Pero no es esta la única censura ejercida sobre el personaje de María, pues descubrimos también un sospechoso silencio con respec­to a otros momentos clave de su vida, como María en las bodas de Caná al principio de la actividad de Jesús (Juan 2,13), o en el acon­tecimiento de Pen­tecostés (Hechos 1,14).

 

7. El concepto de Dios

 

La polémica en torno a la unidad y la unicidad de Dios lleva al Corán a planteamientos muy confusos, por ejemplo, cuando parece acusar a los cristianos de tener a Jesús y a María como dos dioses además de Dios. Desde el punto de vista cristiano, el Corán malinterpreta, quizá a propósito, la teología tri­nitaria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuyo significado se esforzó por explicitar la hermenéutica teológica posterior.


Corán
: «Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: 'Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’» (Corán 112/5,116).


Nuevo testamento
: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28,19).

   «Yo y el Padre somos uno» (Juan 10,30).

   «El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo irá en­se­ñando todo» (Juan 14,26).


Seguramente, la disputa sobre el concepto de Dios lleva al Corán a hostigar a los «asociadores», que ponen otros dioses junto al único Dios, al menos en parte dirigida contra el cristianismo. El islam ataca la con­cepción trinitaria del monoteísmo cristiano, que malentiende como si fuera un triteísmo. De ahí, la invectiva contra la teología cristiana, en la que formula una impropia versión de la trinidad, compuesta por Dios, Jesús y María, según la cual se implica que María sería tenida por diosa (Corán 112/5,116-118). De manera muy conveniente para sus propósi­tos, el Corán hace intervenir al mismo Jesús para rechazar semejante de­satino, así como para desmentir su propia divinidad.


Por otro lado, el Corán menciona una veintena de veces al espíritu, en relación con Dios, y tres veces utiliza la expresión «espíritu santo» (Corán 70/16,102; 87/2,87; 87/2,253), pero esquivando toda conside­ración teológica al respecto. En resumen, la teología coránica, en su con­cepto de Dios, se caracteriza por omitir toda designación de Dios como Padre, desmentir la encarnación del Logos divino y desdibujar la pre­sencia del Espíritu Santo.


Sin entrar a discutir el tema, baste señalar que los textos cristianos ponen en boca de Jesús el llamarlo Padre (Marcos 14,36). Además, María está en compañía de los apóstoles, la iglesia naciente, cuando experimen­tan la venida del Espíritu Santo: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, junto con algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús, y sus hermanos. (…) Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente (…) quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hechos 1,14 y 2,1-4).

 

8. La naturaleza de la revelación

 

Las aleyas coránicas, en múltiples pasajes, repiten la idea de que Dios hace descender un libro sobre cada profeta, y emplea ese mismo esquema en el caso de Jesús. Para la teología del Corán, lo que desciende, o se revela, es siempre un libro. Por el contrario, en el cristianismo, los textos son derivados, escritos por autores de la iglesia. Los Evangelios no son libros sacralizados como tales. Lo que desciende de Dios es una persona, que, además, en ningún momento entrega un libro, sino que comunica a sus discípulos el Espíritu santo.


Corán
: «Siendo un niño en la cuna, dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta’» (Corán 44/19,29-30).

   «El mes de ramadán, en el que descendió el Corán como dirección para los humanos» (Corán 87/2,185).

   «María (…) En ella infundimos nuestro espíritu. Ella declaró verídicas las palabras de su Señor y sus libros. Y fue de las devotas» (Corán 107/66,12).


Nuevo testamento
: «Darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su antepasado; reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lucas 1,31-33).

   «Y la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros, y hemos contem­plado su gloria, la gloria que como Hijo único recibe de su padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1,14).

   «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad com­pleta» (Juan 16,13).


Así, pues, en todo el Corán, lo más sagrado que procede de Dios es un libro. Incluso el relato acerca de María, en el capítulo 19, comienza diciendo «recuerda en el libro a María» (Corán 44/19,16). Lo que des­ciende de Dios son siempre libros, sobre todo la Torá, el Evangelio y el Corán. Supuestamente todos transmiten el mismo mensaje divino, si bien, al final del trayecto, el Corán pretende reemplazar a los otros dos. Cuando menciona a la agraciada María, le atribuye la función de declarar verídicos las palabras y los libros (Corán 107/66,12), afirmación que quizá haya que entender en el sentido de que en ella se cumplió lo que decían las escrituras; aunque, sin duda, no faltará quien interprete en el sentido de que ella autentificó el Corán.


En síntesis, la versión coránica de Jesús el hijo de María dice que fue enviado como profeta y, que recibió un libro, que él simplemente con­firma lo que ya está en la Torá. En su vida, se comportó como un buen musulmán: hacía el azalá y pagaba el azaque, mandaba temer y obedecer a Dios, exhortaba a sus apóstoles a combatir en la yihad (Corán 89/3,52), y hasta habría anunciado la futura llegada de Mahoma (véase el próximo ca­pítulo, dedicado a Jesús en el Corán). En tales términos, la mesianidad se reduce, sola y exclusivamente, a ser profeta del islam. La tesis defi­nitiva estriba en que la revelación por antonomasia es el libro recibido por el predicador árabe y en la práctica divinizado por el islam.


En ese proceso de canonización del Corán, comprobamos có­mo se recurre a una táctica sorprendente, y es que el texto se sirve del descenso de la palabra de Dios sobre María, en la anunciación, como molde lite­rario para escenificar el descenso del Corán, pretendida palabra de Dios, sobre Mahoma, en la llamada noche del destino: «Los ángeles y el espíritu descienden en ella, con permiso de su Señor, para ordenarlo todo» (Co­rán 25/97,4). En contraste con este bibliocentrismo, y su in­fundada pro­yección sobre el cristianismo, sabemos que Jesús ni recibió, ni entregó, ningún libro conteniendo el Evangelio, sino que los Evan­gelios fueron escritos años más tarde por varios evangelistas, a partir de los recuerdos del im­pacto causado en sus discípulos por su persona y su palabra, su vida, su muerte y su resurrección.


Para completar la galería de las comparaciones y los contrastes, ha­bría que resaltar las constantes advertencias y amenazas de castigos te­rribles que recaerán sobre los desmentidores de la dogmática coránica: «¡Ay de los que no hayan creído, cuando llegue el testimonio del gran día» (Corán 44/19,37). En ese día del juicio final (Corán 92/4,159), el mismísimo hijo de María oficiará de testigo contra los discrepantes. Y Dios los arrojará al infierno. Pero, mientras tanto, en este mundo, la sociedad de los seguidores de Mahoma tiene el deber de anticipar el castigo, llevando a cabo la yihad bélica en el camino de Dios: «Combatid contra ellos hasta que no haya más subversión, y que toda la religión sea de Dios» (Corán 88/8,39).


En definitiva, en el Corán, María aparece reinterpretada islámica­mente, como sujeto cuya historia emite significados a todas luces diso­nantes respecto a los del Evangelio. Los escribas del Corán utilizaron a la madre con el fin de rebajar teológicamente a su hijo Jesús, como medio para desprestigiar al cristianismo, con el que se enfrentaban. Una María resignificada sirve de instrumento semiótico para expropiar a Jesús de los atributos con los que lo categoriza la teología del Nuevo testamento.


Esa polémica formaba parte de la lucha del protoislam conquistador contra sus competidores, en un entorno donde los cristianos eran nu­merosos entre los mismos árabes. Porque «la imagen de una Arabia do­minada por el paganismo en vísperas del islam no tiene verdadero fun­damento histórico. Es una construcción apologética musulmana para subrayar la degradación de la yahiliya [tiempo de ignorancia, antes del islam] y oponerla a la acción salvadora del profeta del islam» (Robin y Tayran 2012: 549).


La controversia teológica era una faceta de la confrontación con la cristiandad bizantina, siria y mesopotámica, preludio de la posterior expansión que destruyó la cristiandad norteafricana y parte de la euro­pea. Porque no cabe negar que el Corán surgió como artefacto ideoló­gico de los invasores sarracenos, como la legitimación religiosa de la yihad desplegada sobre el terreno, en las campañas militares que cau­sarían la devastación de la civilización cristiana en Oriente Medio, norte de África e Hispania.



La superposición de capas semánticas en el texto coránico


En el estrato más primitivo de la redacción del Corán se detecta el interés por elaborar un sincretismo religioso que pudiera unificar a los sarra­cenos, denominados mahgrāyē en siríaco, muhāŷirūn en árabe (que significa los «emigrados», los de la hégira), y a sus aliados judíos, sirios y persas. Esta orientación sincrética abierta habría permanecido hasta los últimos omeyas y los primeros abasíes. Pero, desde entonces, los escribas cali­fales fueron agudizando la polémica y el antagonismo, tanto con la cris­tiandad oriental como con la cristiandad imperial bizantina. El texto fi­nal, como lo prueban los manuscritos más antiguos, incorpora borra­duras, tachaduras, reescrituras e interpolaciones, mediante las cua­les se buscó reconvertir al Mesías Jesús en adalid de la causa islámica, para, más adelante, sustituirlo poniendo en su lugar a Mahoma. Una suerte similar corrió la historia de la madre de Jesús, extraída de evan­gelios apó­crifos y convertida en la María mahometana del Corán.


Las menciones de María en el Corán atestiguan una componente cristiana, heredada inicialmente del nazarenismo por Mahoma y los su­yos. Pero, al mismo tiempo, como hemos analizado, estas menciones efectúan una remodelación y asimilación de su figura, utilizada para re­forzar la cristología coránica, y ser en seguida abandonada y olvidada.


No obstante, parece que hubo una consideración, e incluso vene­ración, más patente hacia María, al principio, cuando el islam primitivo aún no se había islamizado del todo. Hay indicios de ello en el hecho sorprendente, relatado por los hadices, de que en la caaba de La Meca había dos iconos que Mahoma había respetado: uno de la Virgen María con el niño Jesús y otro de Abrahán.


Como ya hemos expuesto, el Corán refiere la historia de María en dos versiones distintas, una en el capítulo 3 y otra en el 19. Ambas mez­clan elementos heteróclitos, procedentes de fuentes dispares y de re­escritos. Sin puntualizar todos los detalles, el análisis nos da pie para for­mular la hipótesis que discierne unas capas redaccionales que se fueron sedimentando en el texto:


Capa A. Los versículos sobre la infancia de María, bajo la tutela de Zacarías, implican, gracias a este personaje, una datación temporal pre­cisa y adecuada a la época en que vivió María.


Capa B. Los relatos sobre la anunciación, sea por medio de un espí­ritu revestido con forma humana (capítulo 19), o por medio de unos ángeles (capítulo 3), junto con otros elementos narrativos como el retiro de María a un lugar lejano, el parto al pie de una palmera y el regreso a su familia, están tomados de escritos apócrifos y se caracterizan por care­cer de especificación temporal.


Capa C. Más tarde, los capítulos 3 y 66 vinculan a María con una genealogía muy lejana en el tiempo, insertándola en la familia de Amrán, como si fuera hermana de Aarón y Moisés. Estos, según la Biblia, tienen una hermana con ese nombre, pero es otra María completamente dis­tinta. En un primer momento, no sabemos a qué viene ese salto ana­crónico tan extraño, y quizá pensemos que se trata de una equi­vocación. Pero su significado acaba poniéndose de manifiesto. Al establecer el encadenamiento entre familia de Amrán – mujer de Amrán → hija de Amrán (María) → hijo de María (Jesús) se ha encontrado un mecanismo mediante el cual, en última instancia, se asocia a Jesús con el linaje de Moisés (hijo de Amrán, hermano de Aarón y de María). De este modo, se ignoran y obliteran las genealogías reseñadas en los Evangelios cristia­nos, ya sea la de Mateo (1,1-16) o la de Lucas (3,23-38), que, por más que difieran entre sí, coinciden en destacar que Jesús desciende de David, quien representa la estirpe mesiánica. Así, sin decirlo abiertamente, el Corán priva a Jesús de su linaje mesiánico, con el fin de despojarlo sim­bólicamente de su mesianidad.


Un corolario de esa anomalía genealógica es que la insistente desig­nación de Jesús como «hijo de María» constituye la fórmula utilizada para negar la calificación evangélica como «hijo de David» e «hijo de Dios». Y por supuesto, se está rechazando la definición de María como «madre de Dios», proclamada en el concilio de Éfeso (año 431). A la figura de María, reconfigurada e islamizada, le encomienda el Corán la delicada tarea de desmentir el estatus divino de su hijo. De este modo, la manipula para cumplir una función auxiliar en la yihad teológica contra las iglesias cristianas y contra Bizancio.


En la génesis del islamismo como sistema semiótico independiente, con un lenguaje de signos autónomo, detectamos numerosas mutaciones que se produjeron en sintonía y en la misma dirección. Hubo una evo­lución ideológica que sedimentó nuevas capas textuales y semánticas, re­sultado de un trabajo de paulatina adaptación al contexto real de enfren­tamientos con el cristianismo, al que sentían necesidad de combatir tam­bién en el plano teológico. Por ello, el Corán se alejó, cada vez más, de sus propios orígenes judíos y cristianos. Porque se fue definiendo por oposición a ellos. Este mismo fenómeno de superposición de estratos se reitera en otros aspectos, como en los siguientes ejemplos ilustrativos.


La comunicación del Espíritu santo:


(A) Expresada respecto a María y Jesús (Corán 73/21,91; 107/66,12), connotaba libertad y relación inmediata con Dios.

(B) Fue luego relevada por el insistente requerimiento de obediencia a Mahoma (Corán 89/3,32).

(C) Y, al final, quedó la obediencia a Mahoma y a quienes tienen el poder como única mediación entre Dios y los hombres (Corán 92/4,59).


Las normas de comportamiento:


(A) Se presentaban, una y otra vez, solo como una confirmación de la Ley de Moisés y sus mandamientos.

(B) De ahí se pasó a postular la sumisión ante lo dispuesto por el en­viado de Dios (Corán 92/4,80).

(C) Y, al final, la voluntad de Dios se identificó con las es­tipulaciones legales del derecho islámico, que se deben cumplir estrictamente.


El estatus de mediador entre Dios y los hombres:


(A) Primero se asignaba al Mesías Jesús (
Corán 63/43,63).

(B) Se desplazó al profeta Mahoma (Corán 92/4,105; 102/24,56).

(C) Y, al final, fue asumido vicariamente por la autoridad del califa.


Respecto a la llegada del reino prometido:


(A) Según el Corán, María y Jesús serían constituidos en «signos» ante el mundo de parte de Dios (Corán 73/21,91; 89/3,49).

(B) Pero luego el predicador Mahoma, aunque no hizo signos mila­grosos (Corán 50/17,90-93), fue quien se levantó como profeta armado, con­vocando al combate milenarista (Corán 88/8,65).

(C) Finalmente, se implantó y extendió un reino terrestre, por medio de la violencia militar, sacralizada como yihad (Corán 106/49,15).


En cuanto a la distribución de bienes y opor­tunidades
:


(A) El Corán conservó huellas del banquete eucarístico, modelo igua­litario de Jesús y sus discípulos (Corán 112/5,111-115).

(B) Ese modelo fue reemplazado por el del botín: Mahoma, tras las primeras victorias bélicas, dictó normas para el reparto desigual del botín (Corán 88/8,41), mientras compensaba a los caídos con la promesa del paraíso (Corán 92/4,100).

(C) Y, por último, se organizó la sociedad islámica, la umma, con un sistema jerarquizado, discriminatorio para las mujeres (Corán 92/4,34) y excluyente para los no musulmanes (Corán 113/9,29).


Por lo demás, debemos recordar que la principal clave de interpre­tación del Corán reside en la doctrina de la abrogación, según la cual
lo que dice un versículo puede resultar anulado, en todo o en parte, por lo re­velado en otro posterior. Para justificarlo suelen citar ciertas aleyas del Corán (70/16,101; 87/2,106; 96/13,39). Conforme a esta doctrina, que­dan descartados y sin valor los signos y el espíritu asociados inicialmente con María y con Jesús, porque las posiciones definitivamente válidas para el sistema islámico son las que hemos marcado con la letra «C», esto es, el paren­tesco de María con Moisés, la mediación única de Mahoma, el some­timiento a la Ley islámica, la autoridad teocrática del califa, la obli­gación del combate armado por el islam, y la implantación de un orden social discriminatorio y excluyente.



Las conclusiones acerca de la figura de María en el Corán


La figura de María en el Corán, si la contrastamos con la del Nuevo tes­tamento, nos resulta extraña y carente de toda función propia sustantiva. Aparte el relato doblemente apócrifo de su maternidad, que sirve para introducir al Mesías Jesús desde el punto de vista coránico, y además de su inserción en una genealogía disparatada, se la adorna, como hemos visto, con unos cuantos atributos encomiásticos: preservó su virginidad, recibió el espíritu, sería un signo para la gente, fue agraciada, devota y verídica. Pero, si caemos en la cuenta, todo esto no tiene más que un carácter declarativo e incidental, sin la menor repercusión en todo lo que después se lee. Podemos deducir que María nunca es, por sí misma, des­tino de la significación, sino más bien un medio de producir sig­nificados para otro, para su hijo. Y ambos instrumentalizados, final­men­te, para reforzar los puntos de vista del Corán.


De los análisis precedentes, cabe extraer una serie de conclusiones que recapitulamos a continuación, dejando que cada cual haga su propia valoración.


1. Respecto a la figura de María, escogida por Dios, el Corán echa mano de algunos fragmentos de evangelios apócrifos para construir su peculiar versión de la mariología, centrada solo en su infancia y su ma­ternidad. El motivo de insertar esta historia hay que buscarlo en el con­texto donde surgió el islam primitivo, una sociedad ampliamente cristia­nizada, en la que, pese a las discrepancias entre las iglesias, la devoción a María era muy importante y compartida por todas ellas. Resultaba im­prescindible pronunciarse.


2. Las alabanzas iniciales propician el efecto de mahometizar a María, con el fin de sacar beneficio de la devoción existente hacia ella en pro de los intereses del poder islámico, el mismo que configuró el contenido del Corán. Pero tan eminentes predicados quedaron en afirmaciones vacuas, porque, después del nacimiento de Jesús, el personaje de María desapa­rece por completo: ni hace ni dice nada más.


3. Pese a ser «escogida» entre las mujeres del mundo y «purificada» (Corán 89/3,42), la descripción que se ofrece de su comportamiento no es tan ejemplar, sino más bien ambigua, pues se la pinta como deses­perada, cuando, al llegarle los dolores de parto, deseaba haber muerto (Corán 44/19,23); o cuando estaba dispuesta a mentir para disimular lo que le había pasado (Corán 44/19,26).


4. En todo el relato, María se encuentra sola y sola va a dar a luz. Esto supone que el Corán ha borrado por completo la figura de su espo­so José, que, sin embargo, está muy presente en los apócrifos utilizados, el Protoevangelio de Santiago, el Evan­gelio árabe de la infancia o el Evangelio del Pseudo-Mateo. Y, por supuesto, en los Evangelios canónicos. Esto no es casual: si «es­taba desposada con un hombre de la casa de David, de nombre José» (Lucas 1,27), bo­rrarlo equivale a otro modo de suprimir la vinculación con la estirpe me­siánica.


5. En idéntico sentido, la demostrada alteración de la genealogía de María, «hermana de Aarón», esconde mayor alcance de lo que parece a primera vista. El cambio que la vincula con Moisés, y no con David, entraña un significado implícito de gran calado: David, como rey de Is­rael, fue ungido (eso quiere decir «mesías»), y en la tradición judía era considerado como el epónimo del linaje mesiánico. El Mesías tenía que ser descendiente de David, «hijo de David». Por consiguiente, la ope­ración de desposeer a Jesús de su pertenencia a la casa y familia de David, para emparentarlo con la «familia de Amrán», constituye una forma tácita y subrepticia de invalidar su estatus de mesías.


6. Otro punto donde queda patente la manipulación de los re­dac­tores coránicos es cuando hacen que María emplace a su hijo, recién na­cido, para que hable y declare que él es solamente un sirviente de Dios y un profeta como los demás (Corán 44/19,30), de modo que así reniegue expresamente de su es­tatus divino.


7. Las
dos ocasiones en que el Corán afirma que Dios hará de María, junto con su hijo, un «signo» no poseen ningún significado especial, puesto que ser signo es algo que el Corán repite con mucha frecuencia respecto de muchos profetas e incluso de algunos acontecimientos. A lo sumo, María y su hijo son «signo» únicamente del significado que el pro­pio Corán les confiere. Y, como sabemos, un significado delimita su valor por relación a otros significados con los que se correlaciona y a los que se opone, sin olvidar el referente de las prácticas a las que remite; en este caso, la confrontación con el cristianismo.


8. El calificar a María como «devota», que se prosterna ante su Señor (Corán 89/3,43; 107/66,12), equivale a una manera indirecta de concep­tuarla como alguien que, al ser «devota» no es «objeto de devoción», con lo cual se adopta una posición en contra del culto mariano, muy difun­dido entonces en las igle­sias cristianas.


9. Aunque el personaje de María en el relato co­ránico desapareció pronto, no obstante permanecía su presencia indirecta en el apelativo de Jesús como «hijo de María» (repetido 23 veces), cuya razón, en el uso coránico, como ya hemos dicho, es patente: se emplea como fórmula para negar la filiación divina del Mesías. Pues ahí «hijo de María» quiere decir «no hijo de Dios». Se utiliza a María como una especie de operador lógico que, a cada paso, redefine a Jesús desde el dogma islámico.


10. El Corán, que habla profusamente del «hijo de María», no utiliza ni una sola vez la expresión «madre de Jesús». No sabemos si le in­co­moda el tema de la maternidad de María, pero está claro que su rechazo frontal se dirige contra la creencia cristiana que la designa «madre de Dios» (Θεοτόκος). Incluso hay un versículo en el que parece mofarse de ella, ridiculizando la idea de que se la considere como una diosa, además de Dios (Corán 112/5,116).


En definitiva, la figura de María, mencionada fugazmente en el Co­rán, solo hasta el nacimiento de su hijo, cumple los objetivos anti­cris­tianos que se le han encomendado y, acto seguido, se la hace aban­donar la escena. No encontramos la menor alusión a su papel en la vida de su hijo adulto, que, por lo demás, es casi totalmente silenciada: nada de bo­das de Caná, nada de oír la predicación entre la muche­dumbre, nada de estar al pie de la cruz, nada del día de Pentecostés.


El Corán, en su texto definitivo, se yergue como un antievangelio que se opone a la divinidad de Cristo: lo reviste como profeta islámico y cuestiona incluso, sibilinamente, su mesianidad. La escritura y reescritura del texto coránico estaba supeditada a la legitimación, autonomización y autorreferencia del nuevo sistema de dominio militar, que se quiso hacer pasar por realización del mítico reino de Dios. Para ello, históricamente, primero se anunció al Mesías que iba a venir, en el momento de la con­quista de Jerusalén, para acaudillar los ejércitos e imponer el reinado mi­lenario sobre todas las naciones. Poco después, en medio de las guerras y tras la inesperada victoria sobre los imperios, seguida de la instauración del poder sarraceno, se recuperó la idea del caudillaje del profeta armado Mahoma, ensalzado como nuevo mediador de la salvación. Y para ello, había necesidad de disminuir y neutralizar la función del Mesías Jesús. La figura de su madre se utilizó como un recurso simbólico eficaz: las grandes prerrogativas se quedaron en retórica apócrifa. El balance es que María, en el Corán, quedó reducida a desempeñar un papel de cariátide del edificio islámico.


Estas conclusiones son coherentes con la tesis más general de que el islam y el Corán se formaron históricamente a partir del movimiento mesiánico de los judíos nazarenos, al que se adhirieron los árabes sarra­cenos comandados por Mahoma y Omar. Tras ellos, el califato y el libro resultaron de las guerras libradas en un doble plano, el de las armas y el de las creencias. El poder califal seleccionó los contenidos del texto para reforzar su propia legitimidad, controlando los cánones éticos y ju­rídicos, las obligaciones rituales y la mitología or­to­doxa. Y, al cabo de un siglo, aquel sistema alcanzó su autonomía como una nueva religión, ca­racterizada por una lucha a muerte con el cris­tianismo, el judaísmo y cualquier otra religión que se le opusiera. Esta lucha fue su argumento fundacional. Y, desde entonces, ha sido su argumento permanente.



Los escritos falaces sobre María en el Corán


Si alguien está interesado en un erudito estudio sobre María en el Corán, puede buscar el de Ida Zilio-Grandi, profesora de lengua y literatura ára­be y coranóloga en la Universidad de Venecia. Ahora bien, desde el enfo­que que planteamos aquí, solo encuentro una única apreciación de esta autora con la que puedo estar de acuerdo, y es cuando afirma: «Muy alejada de la madre cristiana de Cristo, ella [María] pertenece por entero al sistema coránico e islámico» (Zilio-Grandi 1997: 57). Es demasiado frecuente y resulta lamentable que estudios tan exquisitamente académi­cos se mues­tren tan acríticos y panegíricos respecto al islam.


También es común observar, no pocas veces entre católicos, cómo se hacen grandes elogios de la María musulmana mencionada en el Co­rán, celebrándola como si fuera un maravilloso puente de unión entre musulmanes y cristianos. Nada más injustificado, alejado de la verdad y pernicioso, porque no hay nada de eso. Solo es una prueba de cómo se pueden manejar los datos del texto sin comprender en absoluto su signi­ficado. Si alguien deseara comprobarlo por sí mismo, aquí tiene unos ejemplos del despropósito, con su respectivo enlace en Internet:


Shahrzad Houshmand Zadeh, María en el Corán, en Vida Nueva Digital

https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/

maria-en-el-coran-shahrzad-houshmand-zadeh/


Margarita Rodríguez, La María de los musulmanes, en BBC Mundo.com

http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_

7784000/7784279.stm#sa-link_location=story-

body&intlink_from_url=https%3A%2F%2Fwww

.bbc.com%2Fmundo%2Fnoticias-46639329&

intlink_ts=1581866503870-sa


María Ángeles Corpas, María en el Corán, en Aleteia

https://es.aleteia.org/2016/12/10/maria-en-el-coran/


Hoy está de moda entre muchos cristianos el sentirse atraídos por el «diálogo cristiano-musulmán». No está mal, en abstracto. Pero deberían conocer más a fondo el sistema de ideas que está configurando la menta­lidad de sus interlocutores del otro lado. Porque, de lo contrario, se deja­rán engañar por es­pejismos, y no irán más allá del concordismo super­ficial, el ador­me­cimiento de la conciencia y, en última instancia, el riesgo de disolución de la propia fe. Existen innegables antagonismos de fondo, que son es­tructurales, entre los dos sistemas semióticos, uno de los cua­les se cons­tituyó precisamente en antagonismo con el otro. No bas­tará la buena voluntad. El conflicto resulta ineludible, porque su causa está inscrita en textos inmutables y nunca ha cesado de demostrarse en los acontecimientos históricos. No sería decente camuflarlo.


 

Capítulo 7. Jesús en contradicción con el Evangelio