El sistema
islámico
7. Jesús en
contradicción con el Evangelio
PEDRO GÓMEZ
|
- Jesús en los escritos del Nuevo
testamento
- Jesús relativizó y
rectificó la Ley de Moisés
- Jesús en los
capítulos del Corán
- El Corán
descalifica a Jesús en cuanto hijo de Dios
- Jesús es el Mesías de
la escatología coránica
- Jesús es superior a
Mahoma, según el Corán
- El Jesús del Corán
contradice al Jesús de los Evangelios
- El Corán reniega de la
enseñanza de Jesús en los Evangelios
- La superposición de
capas semánticas en el texto coránico
- Las conclusiones acerca
de la figura de Jesús en el Corán
- Las incoherencias
históricas y exegéticas
- El absurdo de un Jesús que
refrenda la Ley islámica
Jesús en
los escritos
del Nuevo testamento
Es conveniente partir de la figura
de Jesús tal como la
encontramos en las
narraciones de los Evangelios y demás escritos del Nuevo testamento,
a
fin de aproximarnos, en lo posible, al perfil de su personalidad y su
mensaje
originario. En los textos cristianos, Jesús es presentado
inequívocamente como
el hijo predilecto de Dios, más que un mero hombre o profeta. Él a sí
mismo se
autodenomina enigmáticamente como Hijo del hombre. Y sus apóstoles lo
proclaman
como Maestro, Cristo/Mesías, Salvador del mundo, Logos de Dios
humanado.
Recordemos algunos pasajes.
«Se
presentó Juan Bautista en el desierto
(…) Acudía toda la comarca de Judea y los vecinos todos de Jerusalén, y
él los
bautizaba en el Jordán (…) Vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue
bautizado
(…) Vio el cielo abierto y al Espíritu bajar como paloma hasta él; y
hubo una
voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido’»
(Marcos
1,4-5 y 9-11).
En los
Evangelios, hay un rasgo
distintivo de Jesús, y es que llama a Dios «Padre» y anima a sus
discípulos a
llamarlo también así, como comprobamos en la oración del padrenuestro
(Mateo
6,9-13).
«Mi
Padre me lo ha entregado
todo; al Hijo lo conoce solo el Padre y al Padre lo conoce solo el Hijo
y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,27).
Los
Evangelios narran numerosos hechos,
parábolas y discursos, al tiempo que se ofrecen desarrollos
cristológicos a
través de todos los escritos neotestamentarios. Jesús anuncia el
evangelio del
reino de Dios, como maestro, pero además lo encarna en su persona y su
actividad, haciendo realidad la salvación esperada, al poner en marcha
una
transformación en la vida de sus seguidores. El reino de Dios que
Jesús promueve
no es de orden político, civil, o penal, ni está basado en la
conquista
militar, sino en valores éticos como los de las bienaventuranzas
(Mateo, cap.
5).
Según
narran los Evangelios, el impacto
de sus palabras y acciones produjo tal repercusión entre la gente que
inquietó
a las autoridades de Jerusalén, que decidieron arrestarlo:
«Llevaron
a Jesús al pretorio
(…) Pilato preguntó (…) Respondió Jesús: ‘Mi reino no es de este
mundo’» (Juan
18,36).
El
arresto terminó en la
condena y crucifixión de Jesús, acontecimiento central y fundamental
del que
dan testimonio diversas fuentes, y que adquirió un significado
salvífico para
sus seguidores. El evangelista Marcos lo describe así:
«Lo
llevaron al lugar del Gólgota, que
quiere decir Calvario. Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo
tomó. Lo
crucificaron y se repartieron su ropa (…) Era media mañana cuando lo
crucificaron. El letrero con la causa de su condena llevaba esta
inscripción:
El rey de los judíos. (…) A media tarde, gritó Jesús con una gran voz: ‘Eloí,
Eloí, ¿lema sabactaní?’, que significa: ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿por
qué me
has abandonado?’ (…) Pero Jesús, lanzando una gran voz, expiró»
(Marcos
15,22-37).
«Pasado el sábado,
María Magdalena, María
la de Santiago y Salomé (…) fueron al sepulcro. (…) No os asustéis.
¿Buscáis a
Jesús de Nazaret, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí» (Marcos
16,6).
El
hecho es que los apóstoles y
discípulos que habían seguido a Jesús continuaron creyendo en él, se
reorganizaron y prosiguieron su misión con el mismo Espíritu:
«Al
llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar [en Jerusalén].
De
repente un ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la
casa donde
se encontraban, y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se
repartían
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a
hablar en diferentes lenguas» (Hechos de los apóstoles 2,1-4).
«Pedro
les dirigió la palabra:
‘Judíos y habitantes todos de Jerusalén (…) como dijo el profeta Joel
(…) Dice
Dios: Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal: profetizarán vuestros
hijos y
vuestras hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos
soñarán
sueños’» (Hechos de los apóstoles 2,17).
«[En
Cesarea, en casa del
centurión Cornelio] Todavía estaba hablando Pedro cuando bajó
impetuosamente
el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra. (…)
quedaron
desconcertados de que el don del Espíritu Santo se derramara también
sobre los
paganos» (Hechos de los apóstoles 10,44-45).
Los
textos neotestamentarios se
esfuerzan en indicar el momento y el sitio donde ocurren los
acontecimientos,
que dan pie a la interpretación a la luz de una teología de la
filiación
divina. Ese enfoque proyectado sobre la historia es el que da sentido
al
mensaje de Jesús, a sus acciones, a su vida, a su crucifixión y su
resurrección. Desde él se desarrolla la idea de la encarnación del
Logos, la
misión redentora y la presencia activa del Espíritu. Diríamos que,
mediante
este lenguaje, propio del mito historificado y de la historia
mitificada, se
significa la comunicación de Dios, que hace partícipes de los dones de
su
Espíritu no solo a Jesús, a los profetas y a los apóstoles, sino a
todos los
humanos que confían en él. La cruz no es ya símbolo de muerte, sino
que, con la
fe en la resurrección, se transforma en símbolo de vida, el árbol de
la vida.
Esta es
solamente una evocación
muy incompleta del Nuevo testamento, pero puede ser una
piedra de
toque que nos sirva para percibir las enormes disonancias existentes
con punto
de vista del Corán acerca de Jesús, cuando más adelante lo analicemos.
Jesús
relativizó y rectificó la Ley de Moisés
Dado que Jesús y el cristianismo
se originaron
dentro del judaísmo del Segundo Templo, como una corriente renovadora,
me
parece necesario tener algún conocimiento de cuál fue su posición en
aquel
contexto. Está claro que Jesús y sus apóstoles practicaron la Ley de
Moisés,
pero también se distanciaron de ella en determinados preceptos, de tal
modo
que cambiaron aspectos muy significativos, que luego serían
característicos del
cristianismo:
1. La
Torá de Moisés reclama un literalismo de la Ley revelada (Deuteronomio
27,8-10). Pero Jesús radicalizó el espíritu de los principales
mandamientos y
relajó determinados preceptos (Mateo 22,36-40).
2. La
Torá establece como norma de justicia aplicar la ley del talión (Éxodo
21,24).
Pero Jesús la rechazó totalmente, exhortando a devolver bien por mal
(Mateo
5,38-39).
3. En
el Pentateuco, está prescrita la lapidación como pena por el adulterio
(Levítico 20,10; Deuteronomio 22,22-23). Pero Jesús se negó a aplicar
esa
prescripción a la mujer adúltera (Juan 8,4-11).
4. La
Torá consagra la desigualdad jurídica de la mujer, por ejemplo en el
repudio,
que es privilegio del varón (Deuteronomio 24,1-4). Jesús, en cambio,
abogó por
la igualdad de derechos de la mujer y el marido en el matrimonio
(Marcos 10,2-16).
5. El
Pentateuco reitera que
Israel, la descendencia de Abrahán, Isaac y Jacob, es el pueblo elegido
por
Dios frente a los demás pueblos (Deuteronomio 7,6-10). Sin embargo,
Jesús y
sus apóstoles abrieron la promesa de Dios a los paganos, más allá de
Israel
(Marcos 7,24-31; Hechos 10,28-35; Gálatas 3,26-29).
6. El
relato de Abrahán en el Génesis exige la circuncisión a todos los
varones del
pueblo hebreo (Génesis 17,9-14). Pero los apóstoles cristianos
derogaron el
carácter obligatorio de la circuncisión (Hechos 15; Gálatas 5,1-6 y
6,15).
7. La
Torá hebrea dicta leyes sobre alimentos, con prohibiciones específicas,
como la
carne de cerdo entre otras (Deuteronomio 14,3-20). Pero los apóstoles
de Jesús,
Pedro y Pablo, suprimieron esas obligaciones (Hechos 10,12-16; Romanos
14,14).
8. La
Torá impone la observancia del descanso en sábado y establece otras
fiestas, con
la prohibición de trabajar esos días. El Éxodo decreta pena de muerte
por
trabajar en sábado (Éxodo 30,12-16). No obstante, Jesús y luego sus
apóstoles
relativizaron ese descanso (Mateo 12,1-12; Juan 5,16 y 9,16; Colosenses
2,16).
En
contraste con esta libertad frente a la Ley veterotestamentaria, y en
oposición
frontal al espíritu y la enseñanza de Jesús, comprobaremos cómo Mahoma
en el
Corán lleva a efecto una regresión radical, por cuanto supone
restaurar con
todo su rigor la antigua Ley judaica, con la salvedad de que opera
ciertas
adaptaciones a la sociedad árabe del siglo VII y a las exigencias del
proceso
expansionista islámico.
Jesús en
los
capítulos del Corán
En el Corán, las menciones de
Jesús, a quien dedica alrededor
de un
centenar de versículos, las podemos resumir especificadas en los
siguientes
datos estadísticos:
El
nombre «Jesús» aparece 25
veces. De ellas:
–
«Jesús» a secas, 9 veces.
– «Jesús,
hijo de María», 16
veces (de ellas
en «Mesías Jesús, hijo de
María», 3 veces).
Jesús recibe
la denominación «Mesías» en 11 ocasiones, a veces como parte de una
expresión
más compleja:
–
«Mesías» a solas, 2 veces.
–
«Mesías hijo de María», 8
veces.
–
«Mesías hijo de Dios», 1 vez,
para negarlo.
La
expresión «hijo de María» aparece 23 veces en total, de ellas 10 veces
en la
sura 5.
El
término «Evangelio» [de
Jesús] lo encontramos 12 veces (11 de ellas, en los capítulos
considerados posteriores
a la hégira). Los cristianos son calificados allí también como
«pueblo del
Evangelio» (una sola vez: Corán 112/5,47).
El
Corán no dedica ningún capitulo a Jesús. Los versículos sobre él están
dispersos por una docena de suras. Pero solo en cuatro de ellas (suras
3, 4, 5
y 19) encontramos una serie de versículos que tratan de él. Por lo
general, se
utiliza el nombre de Jesús con un significado tendente a refrendar
ideas
coránicas. Además. en el Corán, ni siquiera se le asigna a Jesús su
nombre en la
forma más común, puesto que lo llama Isa, cuando la palabra
correspondiente en árabe es Yasû, como dicen los árabes
cristianos.
Jesús aparece calificado frecuentemente como Mesías y como hijo de
María. Pero ¿qué versión concreta acerca de
Isa/Jesús nos ofrecen los pasajes del Corán que aluden a él?
Jesús en la sura 19 del Corán
El capítulo 19 del Corán (en orden
cronológico, el 44),
relata que su
nacimiento fue extraordinario. Después de haber ensalzado a su madre,
María,
que lo concibió de manera sobrenatural, llama a Jesús «hijo de María»
(expresión que se encuentra en Marcos 6,3; Mateo 13,55), y le confiere
una
categoría única, pero recalcando que es un simple humano. De modo que,
en el
Corán, la expresión «hijo de María» se contrapone sistémicamente a
«hijo de
Dios».
«A ella
le enviamos nuestro
espíritu, que se le apareció como un humano perfecto. (…) Dijo: ‘He
sido
enviado por tu Señor para darte un muchacho puro’» (Corán 44/19,17-19;
paralelo
en: 73/21,91).
«Ella
dijo: ‘¿Cómo tendré un
muchacho, si ningún humano me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Él
dijo:
‘Será así. Tu Señor ha dicho: Para mí es fácil. Y haremos de él un
signo para
los humanos y una misericordia de nuestra parte. Está decidido’. Ella
quedó
embarazada y se retiró con él a un lugar lejano» (Corán 44/19,20-22).
«Luego
vino ella a su gente
llevándolo [a Jesús]. Dijeron: ‘María, has cometido algo inaudito.
¡Hermana de
Aarón! Tu padre no era un hombre malvado y tu madre no fue una ramera’»
(Corán
44/19,27-28; también: 89/3,33-36).
«Dijeron:
‘¿Cómo vamos a hablar
a alguien que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de
Dios. Él
me ha dado el libro y me ha hecho profeta. Me ha hecho bendito allá
donde esté
y me ha ordenado el azalá y el azaque mientras viva. Y bueno con mi
madre. No
me ha hecho déspota, ni miserable. Paz sobre mí el día que nací, el día
que
muera y el día que sea resucitado vivo’. Este es Jesús, hijo de María.
Una
palabra de verdad, de la que ellos dudan» (Corán 44/19,29-34).
Según
el Corán, Jesús nació por
una intervención especial de Dios, asumió la misión de siervo de Dios,
quien le
dio el libro del Evangelio y lo hizo profeta. Es identificado como hijo
de
María, no hijo de Dios. Y la orden divina de que cumpla el azalá y
pague el
azaque lo convierte en musulmán, pues esas eran las exigencias que
Mahoma
imponía a sus seguidores. Junto a estos rasgos, sin embargo, es
calificado
como «palabra de verdad», lo que trasluce reminiscencias de una
cristología
más completa, de la que se han suprimido las prerrogativas que lo
caracterizan en el Evangelio, con el fin de remodelar al personaje para
que
encaje en del punto de vista islámico. Así, su figura se vuelve ambigua
y
anticristiana.
Subrayemos
la frase que pone en
labios de Jesús lo que parece ser una referencia a su muerte, como ya
hemos
visto: «Paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea
resucitado vivo» (Corán 44/ 19,33). Esto está en flagrante
contradicción con la
negación de su muerte que hace el mismo Corán en otro lugar
(92/4,157-159).
Un tema
coránico recurrente
reside en la polémica contra de la filiación divina de Jesús,
que es
una creencia esencial y específica del cristianismo, de lo que nos
ocuparemos
en el próximo apartado, que trata de Jesús descalificado en cuanto hijo
de
Dios.
«Lo
mismo Zacarías, Juan, Jesús
y Elías. Cada uno de ellos es de los virtuosos» (Corán 55/6,85).
«Os ha
prescrito de religión lo
que había ordenado a Noé, lo que te hemos revelado, lo mismo que
habíamos
ordenado a Abrahán, a Moisés y a Jesús: ‘Estableced la religión y no os
separéis por causa de ella’» (Corán 62/42,13).
«Cuando
Jesús vino con las
pruebas, dijo: ‘He venido a vosotros con la sabiduría, y para
manifestaros una
parte de aquello en lo que discrepáis. Temed a Dios y obedecedme. Dios
es mi
Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es un camino recto’» (Corán
63/43,63-64).
«Dimos
a Jesús, hijo de María,
las pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,87).
«Hemos
creído en Dios, en lo
que ha descendido hacia nosotros (…) en lo que fue dado a Moisés y a
Jesús, y
en lo que fue dado a los profetas, de su Señor. No hacemos ninguna
distinción
entre ellos» (Corán 87/ 2,136).
«Esos
son los enviados. Hemos
favorecido a unos por relación a otros. A alguno de ellos Dios le
habló. A
algunos de ellos los ha elevado de grado. Dimos a Jesús, hijo de María,
las
pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,253).
Jesús en la sura 3 del Corán
El capítulo 3 del Corán (en orden
cronológico, el 89) dedica
un bloque de
versículos a Jesús (Corán 89/3,42-55 y 59-64). Vuelve a narrar al modo
apócrifo la anunciación a María, luego menciona algunos rasgos
estereotipados
del supuesto proceder de Jesús y sus apóstoles, para acabar aludiendo a
su
elevación al cielo por parte de Dios, donde permanece en estado de
suspensión.
No cesa una diatriba permanente que insiste en que es solamente una
criatura
humana, remachando una posición contraria a todo el cristianismo
ortodoxo del
concilio de Nicea, que había canonizado en su credo la filiación divina
y una
teología trinitaria.
«Cuando
los ángeles dijeron:
‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el
Mesías
Jesús, hijo de María, honorable en la vida de acá y en la vida eterna
(…) Él
hablará a los humanos en la cuna como un adulto. Y será de los
virtuosos’. Ella
dijo: ‘Mi Señor, ¿cómo voy a tener un hijo, si ningún humano me ha
tocado?’ Él
dijo: ‘Será así. Dios crea lo que desea. Cuando decide algo, no tiene
más que
decir: ¡Sea!, y eso es’» (Corán 89/3,45-47).
«[Jesús
dice:] ‘Yo he venido a
vosotros con un signo de vuestro Señor. Yo creo para vosotros de la
arcilla una
figura de pájaro, le soplo y se convierte en un pájaro, con la
autorización de
Dios. Yo curo al ciego de nacimiento y al leproso, y hago revivir a los
muertos, con la autorización de Dios. (…) He venido para confirmar lo
que está
antes de mí en la Torá, y para declarar lícito parte de lo que os fue
prohibido. Y he venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Temed
a Dios y
obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es
un camino
recto’» (Corán 89/3,49-51).
«Cuando
Jesús percibió su
incredulidad, dijo: ‘¿Quiénes son mis auxiliares en la vía hacia
Dios?’ Los
apóstoles dijeron: ‘Nosotros somos los auxiliares de Dios. Creemos en
Dios. Sé
testigo de que somos sumisos. ¡Señor nuestro! Creemos en lo que has
hecho
descender y seguimos al enviado. Inscríbenos, pues, con los testigos’.
Ellos
conspiran y Dios conspira. Dios es el mejor de los conspiradores»
(Corán
89/3,52-54).
«Cuando
Dios dijo: ‘¡Jesús! Te
llamaré, te elevaré hacia mí, te purificaré de los que no han creído y
pondré
a los que te siguen por encima de los que no han creído, hasta el día
de la
resurrección. Luego, regresaréis a mí. Y entonces juzgaré entre
vosotros sobre
aquello en lo que discrepabais’» (Corán 89/3,55).
El
Corán le otorga a Jesús un
lugar preeminente, como atestiguan las pruebas, es decir, sus milagros,
aunque
a la vez remarca que los hace bajo la autoridad de Dios, no por sí
mismo.
También podemos advertir el eco de las disputas cristológicas entre
unos grupos
y otros, y cómo se confía al día del juicio el que Dios decida quién
lleva
razón. Pero, por lo pronto, el islamismo suscribe una posición
enfrentada a
todo el cristianismo ortodoxo, que proclamaba la filiación divina. En
efecto,
lo considera como simple criatura humana, una visión sin duda heredada
del nazarenismo:
«Jesús,
para Dios, es semejante
a Adán, a quien creó de tierra, y luego le dijo: ‘¡Sé!’, y fue. Esta es
la
verdad de tu Señor. (…) Al que dispute contigo a este propósito,
después de que
te llegó el conocimiento, di: ‘Venid (…) imploremos y que caiga la
maldición de
Dios sobre los mentirosos’. Esta es la narración verídica. No hay más
dios que
Dios. (…) Di: ‘¡Gente del libro! Convenid en una palabra común entre
nosotros
y vosotros, que no adoremos más que a Dios, no le asociemos nada, y no
tomemos
unos a otros como señores fuera de Dios’» (Corán 89/3,59-64).
«Di:
‘Hemos creído en Dios y en
lo que descendió sobre nosotros, en lo que descendió sobre Abrahán,
Ismael,
Isaac, Jacob y las tribus, en lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los
profetas de parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre
ellos. Y
somos sumisos a él’» (Corán 89/3,84).
Tampoco
deja de haber alusiones
a cierta noción de pacto, o alianza de Dios, establecida a través de
los
profetas y de Jesús, pero en términos muy confusos, porque, para el
Corán, propiamente,
la omnímoda libertad divina no puede comprometerse con nada ni con
nadie. El
compromiso sería más bien por la parte humana, que contrae una
obligación de
obediencia a Dios.
«Cuando
concertamos un pacto
con los profetas, contigo, con Noé, Abrahán, Moisés y Jesús, el hijo de
María.
Un pacto sincero» (Corán 90/33,7).
Jesús en la sura 4 del Corán
El capítulo 4 del Corán (en orden
cronológico, el 92) es otro
que también
dedica una serie de versículos a Jesús y, en ellos, destaca un punto
capital de
la interpretación coránica, que es el rechazo del hecho histórico de la
crucifixión y la muerte de Jesús. En su lugar, asume la creencia de que
fue
elevado por Dios junto a sí, donde permanecerá hasta el día de la
resurrección.
Esta visión no era nueva, ya que tenía precedentes en el docetismo y el
gnosticismo cristianos del siglo II, según está recogida en apócrifos
como los Hechos
de Juan y el Apocalipsis de Pedro.
«[Los
judíos] dijeron: ‘Hemos
matado al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien,
ellos
no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. Los que
discreparon a propósito de él, están en la duda sobre ello. No tienen
ningún conocimiento,
sino que siguen una presunción. Y ellos ciertamente no lo mataron.
Dios, más
bien, lo elevó hacia sí. (…) No habrá nadie entre las gentes del libro
que no
haya creído en él antes de su muerte. Y el día de la resurrección, él
será
testigo contra ellos» (Corán 92/4,157-159).
«Te
hemos revelado como revelamos a Noé y
a los profetas que lo siguieron. Y hemos revelado a Abrahán, a Ismael,
a Isaac,
a Jacob, a las tribus, a Jesús, a Job, a Jonás, a Aarón y a Salomón. Y
hemos
dado a David los salmos» (Corán 92/4,163).
Aunque
el Corán reitera la inserción de
Jesús en la larga saga de los profetas, sin embargo, oscila entre
considerarlo
uno más, o bien otorgarle un lugar eminente por encima de ellos, en
virtud de
lo que atestiguan sus signos o milagros. Al parecer, de conformidad
con ese
versículo (completado con 89/3,84, ya citado), los musulmanes deben
creer por
igual en lo revelado a todos los profetas, incluido Jesús. Ahora bien,
este
aserto entra en una doble contradicción. Por un lado, con lo dicho
acerca de
que Jesús está unos grados por encima (Corán 87/2,253, tal vez una
tesis
nazarena); y por otro lado, con el rechazo de las escrituras judías y
cristianas en otros pasajes. También choca con la pretensión de que el
profeta
Mahoma supera a todos los demás como sello de los profetas (Corán
90/33,40),
que es la tesis final, específicamente islámica.
A
diferencia de los Evangelios, un rasgo
un tanto extraño que se advierte en los capítulos coránicos es la
ausencia
prácticamente total de referencias geográficas y datos cronológicos: no
se sabe
ni el lugar ni el tiempo en que ocurre la historia que se cuenta. Más
aún, el texto
incurre en algún que otro equívoco disparatado, como ya hemos
analizado, cuando
identifica a María, la madre de Jesús, como «hermana de Aarón» (Corán
44/19,28), según lo cual Jesús sería anacrónicamente sobrino de Moisés
(que vivió
doce siglos antes). Y lo reitera en tres suras diferentes, donde parece
incluir
a Jesús en la familia de Amrán, pues afirma que la mujer de este, el
padre de
Aarón y Moisés, es la madre de María, la madre de Jesús (Corán
89/3,33-37); y
lo vuelve a decir más claro, al llamar a María «hija de Amrán», que
conservó su
virginidad (Corán 107/66,12).
Se
pueden leer otras menciones que aluden
a Jesús y sus seguidores, que son descritos como meros continuadores de
la
tradición del profetismo anterior:
«Hicimos
seguir sus huellas a
nuestros enviados, e hicimos seguirlas a Jesús, hijo de María, y le
dimos el
Evangelio. Y pusimos en los corazones de quienes lo siguieron
compasión y
misericordia» (Corán 94/ 57,27).
Notamos
la insistencia en
interpretar a Jesús solamente como enviado y profeta, por especial que
fuera,
a través de un reiterado pronunciamiento frontal contra la teología
del
cristianismo. A pesar de todo, el Corán reconoce la singularidad de
Jesús,
cuando lo denomina «palabra» y «espíritu» procedente de Dios, y cuando
dice que
recibió el Evangelio. No deja de sorprender que a Jesús se le atribuyan
apelativos y pruebas muy superiores a los que se asignan a Mahoma (cuyo
nombre,
según la crítica textual, ni siquiera se menciona una sola vez en el
Corán).
A pesar
de todo, la realidad es que el
Corán priva a Jesús, por completo, de su contexto social e histórico.
No
localiza ninguna de sus acciones. No menciona el nombre de ninguno de
sus
apóstoles. Así que no queda nada de historia genuina, ni de
interpretación
compatible con los Evangelios cristianos.
Además,
el Corán adjudica a
Jesús dos intervenciones que resultan sumamente chocantes. Una es que
habría
anunciado a un enviado futuro que los comentadores musulmanes
identifican con
Mahoma. Y la otra, que habría preguntado a sus apóstoles
enigmáticamente si
estaban dispuestos a ser «auxiliares de
Dios».
«Cuando
Jesús, hijo de María, dijo:
‘¡Hijos de Israel! Yo soy el enviado de Dios a vosotros, para
confirmar lo que
hay antes de mí en la Torá, y anunciar un enviado que vendrá después de
mí,
cuyo nombre es Ahmad’. Cuando vino a ellos con las pruebas, dijeron:
‘Es magia
manifiesta’» (Corán 109/61,6).
«¡Vosotros
que habéis creído! Sed los
auxiliares de Dios como Jesús, hijo de María, dijo a los apóstoles:
‘¿Quiénes
son mis auxiliares en la vía de Dios?’ Los apóstoles dijeron: ‘Nosotros
somos
los auxiliares de Dios’. Entonces un grupo de los hijos de Israel
creyó, y otro
grupo no creyó. Fortalecimos a los que creyeron contra su enemigo, y lo
vencieron» (Corán 109/61,14).
Este
último versículo, junto con Corán
89/3,51, involucra una interpretación yihadista de Jesús y sus
apóstoles, pues
el significado de la expresión «auxiliares de Dios» o «auxiliares en la
vía de
Dios» denota específicamente a los que han sido reclutados para el
combate
armado en el camino de Dios. Este significado se puede comprobar en
términos
aún más explícitos en el versículo 113/9,111.
Jesús en la sura 5 del
Corán
El capítulo 5 del Corán
(en orden cronológico, el 112, el antepenúltimo según Al-Azhar) nos
proporciona
una nueva tanda de referencias a Jesús, con un apretado sumario en la
aleya
110. Jesús aparece como enviado de Dios para confirmar la Torá hebrea y
traer
el Evangelio, de cuyo luminoso mensaje, en realidad, aparte de
confirmar lo
que ya había, no se indica absolutamente nada, mientras que se lo
convierte
claramente en portavoz de las tesis islámicas.
«No
creen los que dicen: ‘Dios
es el Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría contra Dios, si
quisiera
destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están
en la
tierra?’» (Corán 112/ 5,17).
«Hicimos
seguir sus huellas a
Jesús, hijo de María, que confirma lo que está antes de él en la Torá.
Le dimos
el Evangelio, donde hay dirección y luz, que confirma lo que está
antes de él
en la Torá, una dirección y una exhortación para los que temen» (Corán
112/5,46).
«No
creen los que dicen: ‘Dios
es el Mesías, hijo de María’. Porque el Mesías dijo: ‘¡Hijos de Israel!
Adorad
a Dios, mi Señor y vuestro Señor. Quien asocie a Dios, Dios le prohíbe
el
jardín y su morada será el fuego. (…) No creen los que dicen: ‘Dios es
el
tercero de tres’. Porque no hay más dios que un solo Dios. (…) El
Mesías, hijo
de María, no es más que un enviado, antes del cual pasaron otros
enviados»
(Corán 112/5,72-75).
«Los
que no creyeron entre los
hijos de Israel fueron maldecidos por boca de David y de Jesús, hijo de
María.
Eso porque desobedecieron y transgredieron» (Corán 112/5,78).
«Cuando
Dios dice: ‘¡Jesús,
hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te
fortalecí con el espíritu del santo, y hablaste a los humanos en la
cuna como
un adulto. Y cuando te enseñé la escritura, la sabiduría, la Torá y el
Evangelio. Y cuando creaste del barro una figura de pájaro con mi
autorización,
luego le soplaste y se convirtió en un pájaro con mi autorización. Y
cuando
curaste al ciego de nacimiento y al leproso con mi autorización. Y
cuando
resucitaste a los muertos con mi autorización’» (Corán 112/5,110;
también
89/3,49).
«Cuando
revelé a los apóstoles:
‘Creed en mí y en mi enviado’. Ellos dijeron: ‘Hemos creído, sé testigo
de que
somos sumisos’. Cuando los apóstoles dijeron: ‘¡Jesús, hijo de María!
¿Puedes
pedir a tu Señor que haga descender del cielo un banquete?’ (…) Jesús,
hijo de
María, dijo: ‘¡Dios, Señor nuestro! Haz descender del cielo un
banquete, que
sea una fiesta para nosotros, para el primero y para el último, y un
signo de
tu parte’. (…) Dios dijo: ‘Lo haré descender sobre vosotros’» (Corán
112/5,111-115).
«Cuando
Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos:
‘Tomadme
a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea
exaltado!
No me corresponde decir algo a lo que no tengo derecho. Si lo hubiera dicho, tú lo habrías sabido.
Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en ti. (…) No les
he dicho
más que lo que tú me habías ordenado: ‘Adorad a Dios, mi Señor y
vuestro Señor’.
(…) Si tú los castigas, ellos son tus siervos’» (Corán 112/5,116-118).
Este
capítulo 5, al recopilar el sumario de la actividad portentosa de
Jesús, donde
explicita las «pruebas» de lo que hizo, repite insistentemente que lo
hacía con
la autorización de Dios, o sea, no en nombre propio (con el objetivo de
eludir
la filiación divina). Podemos observar, además, una velada referencia a
la
eucaristía, en ese «banquete» (otros traducen «mesa servida») que
desciende del
cielo. Todo el relato hace caso omiso de las implicaciones
soteriológicas que
el ministerio de Jesús entraña en los Evangelios cristianos. Aquí se
ensalza a
Jesús solo para apropiárselo como profeta del islam. De camino, se
refuerza la
invectiva contra la concepción cristiana de Dios, mediante un
planteamiento
confuso, que parece poner a María como persona divina, y mediante una
tesis
clara de la subordinación de Jesús respecto a Dios: el Jesús coránico
rechaza
haber afirmado su propia divinidad y (en directa contradicción con el
Evangelio
de Juan) dice no conocer lo que hay en Dios.
En fin,
en los últimos
versículos coránicos referentes a Jesús, se dice que Dios combatirá a
los
cristianos, tildados de «asociadores» (Corán 113/9,30-31); mientras que
promete
un gran éxito a los que guerrean en el camino de Dios (promesa que,
pretendidamente,
estaría también en el Evangelio).
«Dios
ha comprado las vidas y
las fortunas de los creyentes con [la promesa de] que irán al paraíso.
Ellos
combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Y es una
verdadera
promesa suya en la Torá, el Evangelio y el Corán. ¿Quién cumple su
compromiso
mejor que Dios? Regocijaos de la lealtad que habéis acordado. Eso es un
gran
éxito» (Corán 113/9,111).
El
Corán descalifica
a Jesús en cuanto hijo de Dios
A diferencia de la fe cristiana,
que se funda en la creencia
en la
filiación divina de Jesús, el Corán insiste reiteradamente en que Dios
no tiene
ningún hijo, ni ha adoptado un hijo. Esta impugnación se estima de
tanta
trascendencia que la repite en más de veinte ocasiones, la mayoría en
versículos
anteriores a la hégira. La concepción teológica del Corán defiende un
monoteísmo excluyente, que rechaza el monoteísmo modificado por la fe
en un
redentor (cfr. Theissen 2000: 20). El Dios coránico no tiene un hijo,
ni admite
hijos, sino solo siervos; es amo, no padre. Leamos, ahora, la
recopilación en
orden cronológico de las afirmaciones coránicas en este sentido
polémico y
anticristiano:
«Nuestro
Señor, ¡su majestad
sea exaltada!, no ha tomado ni compañera, ni hijo» (Corán 40/72,3).
«Aquel
al que pertenece el
reino de los cielos y la tierra, que no ha adoptado un hijo, y que no
tiene
asociado en su reino, lo ha creado todo y todo lo ha predeterminado»
(Corán
42/25,2).
«No es
propio de Dios adoptar
un hijo. ¡Él sea exaltado! Cuando decide algo, no tiene más que decir:
‘¡Sea!’,
y es» (Corán 44/19,35).
«Dijeron:
‘El clemente ha
adoptado un hijo’. Habéis cometido algo abominable. Por ello, casi se
rasgan
los cielos, se abre la tierra y se derrumban las montañas, por haber
atribuido
un hijo al clemente. Pero no está bien que el clemente adopte un hijo.
Todo el
que esté en los cielos y en la tierra vendrá al clemente como siervo»
(Corán
44/19,88-93).
«Alabanza
a Dios, que no ha
adoptado ningún hijo, que no tiene ningún asociado en el reino y que
nunca ha
tenido aliado frente a la humillación» (Corán 50/17,111).
«Dijeron:
‘Dios ha adoptado un
hijo’. ¡Gloria a Él! Él es quien se basta a sí mismo. Suyo es lo que
está en
los cielos y en la tierra» (Corán 51/10,68).
«Él es
el inventor de los
cielos y la tierra. ¿Cómo iba a tener un hijo, cuando no tiene
compañera? Él lo
ha creado todo. (…) Este es vuestro Dios, vuestro Señor. No hay más
dios que
él, creador de todo» (Corán 55/6,101-102).
«Pero
dicen, a causa de su
perversión: ‘Dios ha engendrado’. Son mentirosos» (Corán 56/37,151-152).
«Si
Dios hubiera querido
adoptar un hijo, él hubiera escogido al que hubiera deseado entre lo
que creó.
¡Él sea exaltado! Él es Dios, el único, el dominador» (Corán 59/39,4).
«[Jesús]
no es más que un
siervo a quien hemos agraciado, y lo hemos puesto como ejemplo para los
hijos
de Israel» (Corán 63/43,59).
«Si el
clemente tuviera un
hijo, entonces yo sería el primero de los adoradores. El Señor de los
cielos y
la tierra, el Señor del trono, sea exaltado por encima de lo que le
atribuyen»
(Corán 63/43,81-82).
«[Ha
hecho descender un libro]
para advertir a los que dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. No tienen
ningún
conocimiento, ni ellos ni sus padres. Palabra muy gruesa la que sale de
sus
bocas. No dicen más que mentiras» (Corán 69/18,4-5).
«No
hemos enviado, antes de ti,
a ningún enviado al que no le reveláramos: ‘No hay más dios que yo,
adoradme,
pues’. Dijeron: ‘El clemente ha adoptado un hijo’. ¡Él sea exaltado!
Son más
bien siervos honrados» (Corán 73/21,25-26).
«Dios
no ha adoptado un hijo,
ni hay otro dios junto con Él» (Corán 74/23,91).
En los
capítulos considerados
posteriores a la hégira, se repite el mismo tema, a la vez que se
recrudecen
los ataques en contra de toda idea de filiación con respecto a Dios:
«Dijeron:
‘Dios ha adoptado un
hijo’. ¡Él sea exaltado! Más bien es suyo cuanto hay en los cielos y la
tierra»
(Corán 87/2,116).
«¡Gentes
del libro! No exageréis en
vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías
Jesús,
hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él
emitió a
María, y un espíritu de él. Creed, pues, en Dios y en sus enviados. No
digáis
‘Tres’. Absteneos, es mejor para vosotros. Dios no es más que un solo
Dios. ¡Él
sea exaltado! ¿Cómo puede él tener un hijo?» (Corán 92/4,171).
«El
Mesías nunca lleva a mal
ser siervo de Dios» (Corán 92/4,172).
«Los
judíos y los nazarenos
dijeron: ‘Somos los hijos de Dios y sus predilectos’. Di: ‘¿Por qué,
entonces,
os castiga por vuestras faltas? Más bien sois humanos entre los que él
ha
creado’. (…) De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que
está entre
ellos» (Corán 112/5,18).
«Los
judíos dijeron: ‘Esdras es
hijo de Dios’. Y los nazarenos dijeron: ‘El Mesías es hijo de Dios’. Estas son las palabras de sus bocas. Imitan
la palabra de los que no creyeron antes. Que Dios los combata. ¿Cómo
son tan
perversos? Han tomado a sus doctores y sus monjes como Señores, fuera
de Dios,
lo mismo que al Mesías, hijo de María, cuando él les había ordenado no
adorar
más que a un solo Dios. No hay más dios que él. ¡Él sea exaltado sobre
lo que
le asocian!» (Corán 113/9,30-31).
En esta
contienda ideológica,
el Corán acusa a los judíos y los cristianos de haber alterado o
falsificado
sus respectivas escrituras:
«Ay de
aquellos que escriben el
libro con sus propias manos y luego dicen: ‘Esto es de parte de Dios’,
a fin de
venderlo a bajo precio. Ay de ellos por lo que sus manos han descrito.
Ay de
ellos por lo que cometen» (Corán 87/2,79).
Se ve
en la necesidad de
mantener a ultranza esa acusación, porque, si Dios dio el libro de
Evangelio a
Jesús, como repite el Corán (112/ 4,46), y el Evangelio afirma que
Jesús es el
hijo de Dios, entonces habría que creer en esto, en abierta
contradicción con
la posición fundamental coránica. Ahora bien, en asunto de
falsificaciones, la
realidad probada por los investigadores es que los textos de la Biblia
se han
transmitido fielmente, sin alteraciones en su contenido, mientras que
no cabe
afirmar lo mismo del Corán, por lo que sus acusaciones quedan en
evidencia.
Por lo
demás, habría que
clarificar de qué manera concreta concebían los autores del Corán el
ser
«hijo» de Dios, o ser adoptado como tal, pero lo más probable es que lo
entendieran desde una interpretación demasiado antropomórfica. De todos
modos,
la disputa era mucho más antigua que el Corán. El argumento repetido
parece ser
que, fuera de Dios mismo, todo es creación mundana sobre la que él
domina, como
el amo sobre sus esclavos. Resumiendo, en las últimas alusiones
coránicas, el
tono polémico se torna más agresivo, en particular contra cristianos y
judíos,
presagiando la ulterior hostilidad histórica.
Las
polémicas cristológicas
desvelan, finalmente, un contexto de guerra, en sentido literal y
figurado,
contra los cristianos, no solo griegos y siríacos, sino también
pertenecientes
al propio medio árabe.
Jesús
es el Mesías de
la escatología coránica
Un asunto complementario, pero de
mucha importancia para la
figura de Jesús
en el Corán y en el islam, es la tradición que inviste al Mesías Jesús
con una
función decisiva en el último día, el día del juicio o día de la
resurrección.
Este
horizonte escatológico
está muy presente en el Corán, hasta el punto de que se lo menciona al
menos
ciento setenta veces, casi siempre amenazando con su inminencia.
Aparece con
distintas denominaciones: «día de la resurrección» (73 veces), «la
hora» (40
veces), «último día» (26 veces), «día del juicio» (13 veces), «día del
veredicto» (7 veces), «día de la cuenta» (4 veces). Además, adopta una
variedad
de designaciones, como día de la amenaza, de la eternidad, de la
lamentación,
del encuentro, de la interpelación, de la verdad, de la reunión.
Algunos
investigadores creen
que ese mensaje escatológico debió ser el eje de la predicación de
Mahoma. Y en
la época de profeta armado se dio un paso más, al anunciar su
inminencia y, en
determinado momento, con el desencadenamiento de sus pródromos a partir
de la
hégira.
El Corán urge y apremia a
«creer en Dios y en el último día» precisamente en los capítulos
posteriores a
la hégira, pues a ellos pertenecen 25 de las 26 incidencias de esta
frase.
Al
Mesías Jesús se le inviste
con una función decisiva en los acontecimientos apocalípticos del
último día,
el día del juicio, el día en que Dios decretará su regreso:
«Dios
más bien lo elevó hacia
sí. (…) No habrá nadie entre las gentes del libro que no haya creído en
él
antes de su muerte. Y en el día de la resurrección, él será testigo
contra
ellos» (Corán 92/4,158-159).
Sin
embargo, apenas se
explicita nada más, salvo que Jesús, en el día de la resurrección
final,
actuará de testigo contra la gente del Libro (Corán 92/4,157-159) y que
Dios
será juez de todo (103/22,17).
La
reiterada mención de «la
hora» y la descripción de lo que ocurrirá el día del juicio se halla
casi
exclusivamente en los capítulos anteriores a la hégira, en
términos que
no disipan la ambigüedad entre un sentido milenarista, o bien
definitivamente
final. Después de la hégira, ya no hay que prefigurarlo, porque creen
que ya ha
llegado.
El día
escatológico llegará de
repente, «cuando se deslumbre la vista, se eclipse la luna y se reúnan
el sol y
la luna» (Corán 31/75,7-9); «cuando el pregonero llame y se oiga el
grito» (Corán
34/50,41-42); «y se hienda la luna» (Corán 37/54,1). «Todos vendrán a
él [Dios]
de uno en uno» (Corán 44/19,95). Será «el día que se toque la trompeta
y
reunamos a los criminales» (Corán 45/20,102); cada uno leerá sus obras
en un
libro abierto (Corán 50/17,13-14). Ese día «Dios tendrá toda la tierra
en su
puño y los cielos estarán plegados por su mano derecha» (Corán
59/39,67). Y
«para el día de la resurrección dispondremos balanzas que dan el peso
justo
(…) para ajustar cuentas» (Corán 73/21,47). Cada cual llegará con su
carga y
será retribuido, ya sea con el paraíso, ya con el castigo del fuego
eterno. Los
asociadores recibirán la sentencia.
Aunque
el Corán resulta muy
poco explícito en lo tocante al papel de Jesús, la tradición musulmana
recogida
en los hadices cubre en parte ese vacío con algunos relatos, si bien
poco
precisos. Allí se imagina el esperado retorno del Mesías Jesús,
perfecto
musulmán, que vendrá como caudillo de los ejércitos en la batalla de
la lucha
final, derrotará a los enemigos de Dios y conseguirá el definitivo
triunfo
militar del islam, acabando con las demás religiones y aniquilando el
judaísmo
y el cristianismo. Así es como ciertos atisbos coránicos se
reelaboraron en
los hadices de Al-Bujari, por ejemplo, en uno de los relatos atribuidos
a Abu
Huraira, compañero de Mahoma:
«Abu
Huraira lo narró. El
enviado de Alá dijo: ‘Por aquel en cuyas manos está mi alma, es seguro
que el
hijo de María [Jesús] descenderá pronto entre vosotros y juzgará a la
humanidad
justamente. Él destrozará la cruz y matará a los cerdos, y no habrá
ninguna
yizia [el tributo de los no musulmanes]. Habrá dinero en tal abundancia
que
nadie lo aceptará, y una sola prosternación ante Dios será mejor que
el mundo
entero y cuanto contiene’. Abu Huraira añadió: Si lo deseáis, podéis
recitar:
‘Y no habrá nadie entre las gentes del libro que no haya creído en él
antes de
su muerte. Y el día de la resurrección, él será testigo contra ellos’»
(Al-Bujari 1997: volumen 4, hadiz 3448). Porque Jesús los va a juzgar
«por la
ley del Corán y no por la ley del Evangelio» (hadiz 3449; también Al-Bujari
1997: volumen 3, 2222).
De
manera similar, los hadices
de Abu Dawud ponen un relato paralelo también en boca de Abu Huraira:
«Abu
Huraira narró que el
profeta dijo: ‘No hay profeta entre mí y él, refiriéndose a Jesús. Él
descenderá y cuando lo veáis lo reconoceréis, un hombre de mediana
estatura,
con tez rojiza, vestido con dos prendas amarillas, con su cabeza
chorreando sin
estar mojada. Combatirá a las gentes por la causa del islam, y
destrozará la
cruz y matará a los cerdos, y abolirá la yizia. En su momento, Dios
hará que
perezcan todas las religiones excepto el islam, y él [Jesús] destruirá
al Falso
Mesías [Anticristo]. Permanecerá en la tierra durante cuarenta años,
entonces
morirá, y los musulmanes harán una oración fúnebre por él’» (Abu Dawud
2008,
volumen 4, Libro de las grandes batallas, capítulo 14, hadiz 4324).
Así,
pues, la función que el
islam reserva a Jesús, a un Jesús mahometizado, que reza el azalá y
paga el
azaque (Corán 44/19,31), tras haber dicho que no murió y que fue
elevado hacia
sí por Dios, es su retorno, al final de los tiempos. Lo reivindica como
Mesías
escatológico, caudillo guerrero de la lucha final, que capitaneará la
conquista
del mundo para el islam, destruirá la Iglesia cristiana (simbolizada
por la
cruz), exterminará a los judíos (estigmatizados como cerdos en Corán
112/ 5,60),
y juzgará al mundo entero. Su reino será, por tanto, plenamente de este
mundo e
instaurado por medio de la violencia. No está claro el significado de
ese
extraño estrambote de un reinado por cuarenta años, que concluye con la
muerte
del Mesías, a no ser que se trate de remachar la idea de su naturaleza
mortal y
meramente humana.
Estas
fantasías apocalípticas
se agitaban, sobre todo, en el pensamiento de las huestes sarracenas,
en medio
de aquel contexto histórico de guerra bifronte: de sometimiento de las
tribus y
unificación árabe, y de agresión y conquista de tierras palestinas y
sirias del
Imperio romano oriental.
A pesar
de todo, con el paso
del tiempo, esta creencia escatológica y milenarista parece haber ido
difuminándose bastante en la tradición islámica, hasta el punto de que
el
papel de mesías tendió a desplazarse hacia Mahoma, para ser luego
ocupado, en
este mundo, por el califa. A lo largo de su composición, mediante
sustituciones, eliminaciones, interpolaciones y reinterpretaciones, el
Corán
fue perfilando nuevos significados, que configuraron la religión
política de
los conquistadores árabes, al objeto de sacralizar su peculiar forma
de
despotismo oriental.
Jesús es
superior a Mahoma, según el Corán
En este apartado no planteamos una
comparación entre el
Mahoma coránico y
el Jesús neotestamentario, sino entre ambas figuras dentro del mismo
Corán.
¿Cuál de las dos figuras aparece ahí como más importante, Mahoma, o
Jesús? Lo
cierto es que el personaje de Jesús delineado en el Corán posee
características
y atributos, algunos de ellos exclusivos, de los que el profeta árabe
se halla
absolutamente desprovisto en el mismo texto coránico. Más aún, allí se
puede
constatar que la predicación de Mahoma, de signo escatológico, no se
refería a
sí mismo, sino que estuvo centrada básicamente en el anuncio de la
venida
inminente de Jesús como Mesías (cfr. Gallez 2005).
La
exaltación póstuma de
Mahoma, su mitificación y las sutilezas para situarlo a la altura o por
encima
de Moisés y de Jesús no borraron las huellas del carácter tan
excepcional que
el Corán original concedía a Jesús. Veamos la comparación de algunos
rasgos
significativos, con las correspondientes referencias, de Jesús en el
Corán
frente a Mahoma en el mismo libro del Corán:
– Jesús
fue concebido como un «niño
puro», sin pecado (Corán 44/ 19,19). Mahoma debía pedir perdón por sus
pecados
(Corán 60/40,55; 95/47,19; 111/48,2).
– Jesús
fue fortalecido con el Espíritu
santo (Corán 87/2,87; 87/ 2,253; 112/5,110).
De
Mahoma no hay equivalente: de él solo se dice que el espíritu (el
ángel) le
bajó el libro (Corán 47/26,193; 70/16,102).
– Jesús
descendía a la familia de Amrán,
escogida por Dios (Corán 89/3,33). Mahoma no procedía de ninguna
familia
profética.
– Jesús
es designado como el Mesías
(Corán 89/3,45; etc.). Mahoma es llamado el sello de los profetas
(Corán
90/33,40).
– Jesús
fue anunciado desde su nacimiento
como palabra de parte de Dios (Corán 89/3,45). Mahoma fue enviado solo
como
anunciador y advertidor (Corán 90/33,45; 39/7,188).
– Jesús
hizo milagros (Corán 89/3,49-51;
112/5,110). Mahoma no realizó ningún milagro (Corán 50/17,90-93).
– Jesús
no murió, sino que fue elevado
hacia sí por Dios (Corán 89/3,55; 92/4,158). Mahoma murió y fue
enterrado en
Medina.
– Jesús
retornará y tendrá un papel en el
juicio del último día (Corán 92/4,159).
Mahoma no
tiene ningún papel en el juicio final.
– Jesús
nació de una virgen escogida por
Dios (Corán 89/3,45; 107/66,12). El Corán no dice ni una palabra del
nacimiento
de Mahoma.
El Jesús
del Corán
contradice al Jesús de los Evangelios
Nos centramos ahora en Jesús tal
como lo presenta el Corán,
para preguntarnos
si corresponde, o no, al mismo Jesús descrito en el Nuevo testamento.
Podemos encontrar
pocos elementos más o menos coincidentes entre el Jesús del Corán y el
Jesús
de los Evangelios. Por ejemplo, que nació de una virgen, que hizo
milagros, que
es Palabra de Dios, Espíritu procedente de Dios, Mesías. Pero el
personaje de
Jesús descrito en el Corán ofrece fuertes contrastes con el de los
relatos
evangélicos. Estos presentan a Jesús como una figura singular, que
conjuga en
sí rasgos humanos y divinos, y que transmite un mensaje soteriológico
muy
diferente, con una concepción totalmente distinta del reino de Dios.
Veamos, al
respecto, una breve comparación, ahora entre el Jesús del Corán y el
Jesús de
los Evangelios:
– El
Jesús coránico desmiente su filiación divina (Corán
19,88-92; 112/5,116). En los Evangelios, es
presentado como el Hijo
de Dios hecho hombre (Marcos 1,1; Mateo 16,16; Juan 20,31).
– En
el Corán, Jesús es caracterizado exclusivamente como un siervo sometido
a Dios
(Corán 44/19,30; 92/4,172). Los Evangelios, en cambio, presentan a
Jesús como
Hijo de Dios y lo reconocen como el Señor (Marcos 16,19-20; Juan 5,18).
– En
el Corán, Jesús es descrito como enviado y profeta (Corán 44/19,30;
87/2,136),
y se le atribuye aun mayor categoría (87/2,253). En los Evangelios, es
el
Redentor o Salvador de la humanidad (Lucas 2,11; Romanos 3,24; 1
Corintios
1,30).
– En
el Corán, Jesús no considera a Dios como Padre, sino como «Señor»
(Corán
63/43,63; 89/3,49-51). En
los
Evangelios, se dirige a Dios como «Padre» y enseña a sus discípulos a
llamarlo
así en la oración del padrenuestro (Mateo 6,9 y 11,25).
– Para
el Corán, Jesús es nieto de Amrán, el padre de María, considerada
hermana de
Aarón y Moisés (Corán 89/3,35-36; 107/66,12). Para los Evangelios esa
genealogía carece de sentido (Lucas, cap. 1).
– El
Jesús coránico exhorta a sus apóstoles al combate en la vía de Alá
(Corán
89/3,52; 109/61,14), dando a entender que el Evangelio avala la
violencia en
nombre de la religión (Corán 113/9,111). Pero el Jesús de los
Evangelios enseña
a sus discípulos que renuncien a la violencia (Mateo 5,9 y 26,51-52;
Lucas
9,54-55).
– El
Jesús del Corán es como Adán, nada más que un hombre (Corán 89/3,59).
El Jesús
de los Evangelios es llamado Hijo de Dios vivo (Mateo 16,13-16) y el
último
Adán (1 Corintios 1,45).
– El
Corán niega la muerte de Jesús y que fuera crucificado (Corán 92/4,157-159). Los Evangelios
narran detalladamente la pasión y muerte en la cruz (Marcos, cap. 15).
– El
Corán afirma que Dios elevó hacia sí a Jesús, lo que supone negar su
muerte y su
resurrección (Corán 92/4,158-159). En los Evangelios es
absolutamente fundamental
la muerte y la resurrección de Jesús (Marcos, cap. 16).
– Según
el Corán, en el último día, en la hora, el Jesús elevado junto a Dios
retornará
para ser testigo (Corán 89/3,55; 92/4,158-159); y luego los hadices lo
describen como Mesías guerrero. Según los Evangelios, el Mesías es
pacífico y
el reino de Dios se está desarrollando ya en la historia (Lucas
17,20-21).
– El
Corán dice que Jesús prenunció la venida futura de Mahoma (Corán
109/61,6). En
los Evangelios, lo que Jesús anunció fue la venida del Espíritu Santo
sobre los
apóstoles (Juan 14,16-17).
– Según
el Corán, Jesús, a ruegos de sus apóstoles, pidió a Dios que hiciera
descender
del cielo un banquete (Corán 112/5,112-115). En los Evangelios, Jesús
celebró
con sus apóstoles la última cena, donde instituyó la eucaristía
(Marcos
14,14-20).
Todas
estas diferencias entre el Corán y los Evangelios afectan, sin duda, a
lo
esencial del personaje y su mensaje. No parece el mismo en absoluto, y
ciertamente una y otra figura resultan antagónicas en su
significación. No hay
que recurrir a los primeros concilios de la Iglesia para evidenciar un
conflicto teológico y cristológico. Basta tener en cuenta el Nuevo
testamento cuando leemos el Corán. Si no renunciamos a la lógica,
concluiremos que resulta inviable cualquier concordismo y, mientras
los textos
sean los que son, será imposible conciliar ambas concepciones.
El
Corán reniega de la enseñanza de Jesús en los Evangelios
Hemos visto cómo la figura de
Jesús retratada en
los textos fundacionales del islamismo y en los del cristianismo
presenta
rasgos contradictorios. Pero no es solamente eso. Existen además
discrepancias
radicales en lo que respecta al contenido doctrinal. El Corán estatuye
valores
y normas que chocan con las enseñanzas de Jesús consignadas en los
Evangelios
cristianos, en aspectos estructuralmente relevantes. Veamos
una comparación de la doctrina del Corán y la de Jesús en los
Evangelios:
– El
Corán se concibe como un libro
hecho descender
de Dios, como su palabra literal, eterna e inmutable (Corán 39/7,2).
Jesús no
diviniza ningún texto escrito, sino que él es la palabra que se
comunica y que
envía a todos el Espíritu (Juan 14,16-17; Hechos 1,1-4).
– El
Corán sacraliza un modelo de
organización
social, totalmente sometida a la Ley de Dios y su enviado (Corán 90/33,36). Jesús reconoce la
legitimidad propia de las
leyes del Estado (Marcos 12,14-17).
– El
Corán fija normas para la herencia, discriminatorias para la mujer
(Corán
92/4,11-12). Jesús rehúsa intervenir como juez en el reparto de una
herencia
(Lucas 12,13-14).
– El
Corán impone como norma legal el principio del talión (Corán 87/2,178-179, 194). Jesús, en el
sermón de la montaña, critica y corrige la ley del talión (Mateo
5,38-42).
– El
Corán manda flagelar con cien azotes a los adúlteros (Corán 102/24,2),
e
incluso había un versículo que mandaba la lapidación, desaparecido del
Corán,
pero atestiguado por el califa Omar, una práctica que corroboran Ibn
Hisham y
Muslim. En cambio Jesús no condena a la mujer adúltera y la libra del
castigo
por lapidación (Juan 8,1-11).
– El
Corán ordena amedrentar a los enemigos y combatir contra ellos por
todos los
medios, y también manda matarlos (Corán 88/8,39 y 60; 92/4,89). Jesús
enseña el
amor a los enemigos (Mateo 5,43-45).
– El
Corán afirma que no hay que interceder por los que no creen, que Dios
no los
perdonará jamás (Corán 104/63,6;
113/9,80). Jesús, en cambio, aboga por el perdón
del extraviado como enseña en la
parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).
– El
Corán estipula la supremacía masculina y el derecho del marido a pegar
a su
mujer, y a repudiarla (Corán 63/43,18; 92/4,34). Jesús defiende la
igualdad de
derechos de la mujer en el matrimonio y el divorcio (Marcos 10,2-16).
– El
Corán legaliza en nombre de Dios la poligamia para los varones (Corán 92/4,3). Jesús es partidario de
la monogamia y la
indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5,31-32).
– El
Corán establece causas de pureza e impureza, y regula las obligación
de las abluciones
(Corán 92/4,43; 112/5,6). Y con este mismo motivo se impone luego la
mutilación
genital. Jesús apoya a sus discípulos cuando no observan la tradición
de
purificarse (Mateo 15,1-3). Más tarde, sus apóstoles suprimieron la
circuncisión.
– El
Corán establece prohibiciones alimentarias (Corán
87/2,172-173). Jesús declara puros todos los
alimentos (Marcos 7,14-19).
– El
Corán prohíbe el vino, al que califica como obra del demonio (Corán 112/5,90). Jesús aprecia el vino
y lo convierte en sacramento
para su comunidad en la eucaristía (Mateo 26,27-29).
– El
Corán prescribe y reglamenta como obligatorio el ayuno en el mes de
ramadán
(Corán 87/2,183-185). Jesús aconseja ayunar en privado (Mateo 6,16-18)
y
levanta a sus discípulos la obligación de ayunar (Mateo 9,14-15).
– El
Corán manda rezar mirando al santuario sagrado [de La Meca] (Corán
87/2,144). Jesús
afirma que no hay un templo más santo que otro para adorar a Dios (Juan
4,20-23).
– El
Corán manda expandir la religión utilizando la fuerza armada contra los
no
creyentes (Corán 88/8,39; 113/9,5). Jesús actúa pacíficamente,
predicando el
reino de Dios y curando, y manda hacer lo mismo a sus discípulos (Mateo
4,23;
28,19-20).
Estas
diáfanas discrepancias suponen opciones contrapuestas, incluso
contradictorias, muy significativas y de alcance estructural. Como ya sabemos, los mitos y las concepciones de la
historia, los valores éticos y los ritos, religiosos o no, codifican y
transmiten en la sociedad estructuras semánticas, modelos de
interpretación y
acción, que, una vez asimilados mentalmente, filtran la percepción del
mundo y
preprograman el comportamiento de la gente en las relaciones sociales,
interhumanas y con la naturaleza.
La
doctrina del Corán
constituye el principal fundamento del derecho islámico, junto con la
biografía y los dichos de Mahoma, los comentarios de los exegetas
musulmanes y
los dictámenes de las escuelas de jurisprudencia: un orden jurídico
teocrático,
por cuanto anula toda posibilidad de que haya sociedad civil fuera del
Estado-religión.
La
superposición de capas semánticas en el texto coránico
Las disonancias teológicas y
normativas, tan
habituales entre las suras e incluso dentro de una misma sura del
Corán, se
hallan presentes igualmente en el tema de Jesús, con oscilaciones o
cambios
que derivan hacia una progresiva apropiación de su figura,
probablemente
heredada del nazarenismo, hasta llegar a concebirlo como un simple
hombre, un
profeta sumiso a la Ley de Moisés, portavoz del mesianismo milenarista
y
militar en el que fraguó finalmente el movimiento de Mahoma.
En
primer lugar, en lo que concierne a la cristología coránica, o
al
estatus de Jesús, se plantea si realmente asume atributos singulares en
función
de su mesianidad y su designación como Palabra de Dios, o bien es solo
un
profeta como otros. Pues bien, podemos distinguir tres estratos, cuyo
orden
cronológico hay que entender en relación con el cambiante trasfondo
político y
teológico de la segunda mitad del siglo VII. Al parecer, hubo una
evolución
hacia una postura más favorable a los cristianos en la época de
Muawiya, con
una valoración más elevada de Jesús, para ir posteriormente, bajo el
gobierno
de Abd Al-Malik, reduciendo su papel, hasta dejarlo en un profeta como
los demás
(cfr. Segovia
2018).
Capa A.
La capa redaccional más antigua
del Corán contenía una caracterización del Mesías abierta y exenta de
polémica,
que luego sería remodelada, a medida que se desarrolló, primero, un
sincretismo
más bien tolerante y, después, un monoteísmo excluyente, asociado a la
exaltación
del profetismo de Mahoma.
Capa B.
Los pasajes más procristianos
reconocen en Jesús una especificidad preeminente, expresada en su
nacimiento,
su designación como Palabra de Dios,
Espíritu de Dios, juez del último día, que le confieren
una categoría superior a todos los demás enviados, situándolo al menos
a
la altura de Moisés y Abrahán.
Capa C.
La última capa se
significación, abiertamente anticristiana, niega la crucifixión de
Jesús y lo coloca
como uno más en la serie de los profetas, entre los que no se hace
distinción
y que siempre transmiten el mismo mensaje. Incluso se lo convierte en
precursor
que anunció la futura llegada de Mahoma.
En
segundo lugar, probablemente en
sincronía con lo anterior, está la controvertida cuestión de la muerte
de
Jesús. También aquí cabe deslindar varias capas de significación
soterradas en el texto, donde a veces aparecen entremezcladas:
Capa
A. El versículo que pone en boca de Jesús «el día que muera y el día
que sea
resucitado» parece implicar la aceptación de que Jesús murió. Y hablar
de resurrección
también está suponiendo la muerte.
Capa
B. Se incorpora la versión gnóstica de que el Mesías no pudo sufrir la
muerte,
sino que otro fue crucificado en su lugar, o bien que la crucifixión
fue solo
aparente.
Capa
C. Que Dios lo llamó y lo elevó hacia sí, donde permanece en espera de
su
regreso escatológico el último día. Esa llamada puede entenderse con
independencia de la muerte en la cruz o en relación con ella.
En fin,
por lo que se refiere a
la misión o actividad desarrollada por Jesús, conforme
evoluciona la
interpretación del vínculo del Mesías con Dios, se detecta una
sustracción
progresiva de las competencias sobrenaturales del personaje:
Capa A.
En el estrato más
primitivo, representado por el texto que narra la concepción y el
nacimiento de
Jesús, vemos su exaltación como Palabra de Dios, Espíritu, Mesías,
destinado a
ser signo, a impartir verdad y misericordia.
Capa B.
Se le reserva un puesto
como Mesías del último día y testigo ante Dios en el juicio final. Y se
dice
también que quienes hayan creído en él se salvarán.
Capa C.
Crece la polémica
contra la filiación divina de Jesús, calificado solamente como hijo de
María,
solo un siervo de Dios, un humano como Adán, un profeta que confirma a
Moisés y
trae el Evangelio.
Capa
D. Los grandes títulos (Palabra de Dios, Espíritu, Mesías) quedan en
una
titulatura vacía, que ya no significa nada. Desaparece el mensaje
propio de
Jesús, que se asimila finalmente con el de Mahoma como profeta armado
que
convoca a la yihad: Jesús exhorta a sus apóstoles a ser «auxiliares»
de Dios,
que son el modelo de referencia del combate para someter el mundo a la
religión islámica.
La
existencia de capas
sucesivas pone de relieve una evolución ideológica, o teológica, con
la que
está directamente relacionada la doctrina de la abrogación,
que
establece que la capa última o más reciente es la que vale, mientras
que las
precedentes han dejado de tener vigencia jurídica y dogmática. No
obstante,
los versículos abrogados se mantienen en el texto y en su recitación,
y se
utilizan para citarlos hábilmente, cada vez que convenga a la yihad
propagandística.
Las
conclusiones acerca de la figura de Jesús en el Corán
Hemos comprobado cómo el Corán
se apropia de la figura de Jesús como si fuera un profeta islámico, y
lo hace a
costa de borrar su perfil cristiano. Tergiversa su lugar concreto en la
historia, pues lo inserta en el ciclo de Moisés, como si fuera sobrino
de este,
afirmando que María, la madre de Jesús, era hermana de Aarón. Así, deja
un
Mesías apenas reconocible: lo despoja de su progenitura o filiación
divina, lo
expropia de su mensaje, de su vida y su crucifixión y, por tanto, de su
resurrección, negando su papel como salvador de la humanidad. Omite
toda
referencia a la comunicación del Espíritu Santo a los discípulos en
Pentecostés. Sin duda, lo más sorprendente es la negación de un hecho
tan
fundamental como la pasión y la muerte de Jesús. En definitiva, en el
Corán, el
mensaje de Jesús carece de toda especificidad, ha sido mahometizado y
no
refleja en absoluto el contenido del Nuevo
testamento cristiano.
Resulta
evidente que la figura
del Jesús coránico, en su conjunto, se ha elaborado con la finalidad de
rechazar polémicamente la figura del Jesús evangélico, suplantándola
con un
Jesús musulmán. Esa insistencia en la controversia hay que explicarla,
en buena
medida, por referencia al contexto: con toda probabilidad, el
predicador se
dirigía y se enfrentaba a unos árabes que ya eran cristianos de
antemano, por
lo que se veía en la necesidad de convencerlos y de refutar sus
creencias.
En
particular, hay algunas tesis del
Corán que colisionan de frente con los hechos despejados por la
historia y la
exégesis. Y esto afecta, se quiera o no, a la teología que pretende
argumentar
con tales tesis. Aparte del cuestionamiento de la crucifixión y muerte
de
Jesús, cabe impugnar la aserción aparentemente inocua de que Dios dio a
Jesús
el libro del Evangelio, y también la conjetura de que Jesús habría
anunciado la
venida de Mahoma.
Es
irrenunciable concluir que existen
muchas más divergencias que coincidencias entre la figura de Jesús
descrita en
el Corán y la que aparece en el Evangelio. En otras palabras, el Corán
desconoce en gran medida al Jesús de los Evangelios, o lo oculta y lo
distorsiona hasta volverlo irreconocible.
La
interpretación anticristiana
de Jesús en el Corán sería reforzada luego por los comentadores
musulmanes a lo
largo de la historia. Véase, como ejemplo ilustrativo, el artículo
sobre la supuesta evidencia bíblica de que Jesús
era solo
un siervo de Dios y no participaba de la
divinidad
(Al-Hilali 2011: 1025-1032), apéndice en una traducción inglesa del
Corán,
patrocinada por el gobierno de Arabia Saudí. Observaremos una
extrema
manipulación, destinada a presentar un Jesús travestido por entero en
profeta
musulmán.
El
islam, fiel al Corán, no está dispuesto a reconocer en el Mesías Jesús
ninguno
de los atributos específicos que le otorga la tradición cristiana, que
fueron
rechazados al construir el Jesús coránico mahometizado, reducido a la
condición de profeta musulmán, a quien se confiere la función
estratégica de consolidar
el núcleo del sistema islámico: un sistema que se configuró
históricamente,
desde sus orígenes, en abierta ofensiva contra el cristianismo.
La
cristología coránica, desde
su enfrentamiento inicial con la Iglesia imperial, negó la filiación
divina de
Jesús: afirma que es el Mesías, enviado de Dios, palabra de Dios, pero
no hijo
de Dios. En consecuencia, también rechaza llamar a los humanos «hijos
de Dios»
(Corán 112/5,18); en su lugar, los categoriza como siervos o «esclavos
de
Dios». No puede concebir la alianza de Dios fundada en una relación de
amor a
un pueblo o a la humanidad. La actitud del hombre hacia la divinidad
tampoco requiere
amor, sino que basta el temor, la sumisión a sus mandatos, la
servidumbre a
su Ley. Esto se traducirá históricamente en la práctica de la
obediencia servil
al poder del califa (investido vicario o virrey de Dios).
Al no
reconocerse a todos los
humanos, en general, como hijos de Dios, deja de haber fundamento para
considerarlos iguales en cuanto sujetos de derechos. Pues, para el
islam, el
derecho solo se le reconoce propiamente a los creyentes. Quienes no se
avengan
a ser musulmanes son, por principio, merecedores de castigo. Más aún,
la Ley
islámica legisla como un deber sagrado el atacarlos y someterlos.
Salvo
que cerremos los ojos, las figuras contrapuestas de Jesús en el Corán y
Jesús
en los Evangelios ponen de relieve la divergencia y la
incompatibilidad entre
los dos sistemas. La historia nos muestra, además, el antagonismo entre
las
civilizaciones que se inspiraron en uno y en otro. En realidad, no es
posible
acercarse al islam sin alejarse del cristianismo. No es posible
compaginar la
sumisión servil y la libertad. Por eso, es necesario saber, para no
caer en las
redes del engaño apologético o en la seudología del diálogo
cristiano-musulmán.
En
conclusión, la imagen de Jesús
fabricada en el Corán diverge radicalmente del Jesús de los Evangelios.
El
Corán es un libro frontalmente anticristiano. Y el Jesús del Corán es
un
mesías que, paradójicamente, milita en contra del cristianismo.
Las
incoherencias
históricas y exegéticas
Con el propósito de hacer
verosímil y aceptable el profetismo
de Mahoma,
el Corán desarrolla un teologúmeno, o tópico teológico, que es central
en su
planteamiento, según el cual Dios envía a cada pueblo un profeta, y le
entrega
un libro, a lo que se añade la aserción de que todos los profetas son
equivalentes, pues sería idéntico su mensaje. Pero semejante tesis
colisiona
con serias dificultades.
En
primer lugar, el propio
Corán refuta la tesis de que cada pueblo tiene su profeta, en la que se
quería
apoyar el que Mahoma fuera el profeta enviado a los árabes, puesto que
en el
mismo Corán se mencionan otros tres, Salih, Hud y Suaib, enviados
respectivamente a los tamudeos, los aditas y los madianitas, todos
ellos
árabes. Por otro lado, al pueblo de Israel, Dios envió no uno, sino
numerosos
profetas. Aparte de que la Biblia no es un solo libro, sino más de
cuarenta. Y,
además, sería fácil encontrar muchos
pueblos a los que no llegó ningún
profeta.
Segundo,
en cuanto a la
proposición de que todos los profetas son equiparables y su mensaje es
el
mismo, los capítulos coránicos no se muestran constantes, puesto que
llegan a
descalificar los demás libros sagrados, con la acusación de que han
sido
falseados. La inconsecuencia parece tan clara como su propósito, que no
es otro
que reivindicar como único el Corán, y enaltecer a Mahoma como el
último y
definitivo profeta, que barre de la escena a todos los demás.
Y
tercero, porque tampoco
existen pruebas que corroboren la idea de que cada profeta ha aportado
un libro
de parte de Dios. Por ejemplo, no hay libro de Elías, o de Juan
Bautista y de
tantos otros. Ese teologúmeno sobre el profetismo tiene una base
errónea desde
el principio, máxime en lo que respecta a Jesús, como veremos a
continuación.
Jesús
no recibió ningún libro
del Evangelio, al modo de lo
que se imagina que recibió Moisés u otros profetas. No se puede dar
crédito a
esta idea coránica, por mucho que se repita. Pese a que el Corán
designa al
pueblo israelita como «pueblo del Libro», entendiendo por libro la Torá
de
Moisés, es decir, la Biblia hebrea, o más precisamente el Tanaj judío,
debemos
tener en cuenta que más que un libro consiste en una colección de
libros, de
distintos autores y épocas. El libro del Éxodo relata que Dios entregó
a Moisés
las Tablas de la Ley, solamente. Lo que no tiene mucho sentido es que
el Corán
diga que Dios hizo descender «un libro» sobre Moisés, por muy
metafóricamente
que se entienda.
Menos
aún tiene sentido
afirmar, como hace el Corán, que Dios le dio a Jesús «el libro» (Corán
44/19,30), o que hizo descender sobre él «el libro con la verdad», «el
Evangelio» (Corán 89/3,3; 94/57,27; 112/5,46). Porque, según todo lo
que
sabemos, ni el Jesús histórico escribió, ni en términos míticos recibió
ningún
libro. El Nuevo testamento consta de 27 escritos y todos son
obras
posteriores de apóstoles o discípulos suyos, que los compusieron en la
segunda
mitad del siglo I, en lengua griega, y no en el arameo hablado por
Jesús. Para la
tradición cristiana, la importancia de Jesús no reside en un libro,
sino, ante
todo, en el significado de su persona, sus hechos y palabras, su muerte
y resurrección.
A todas
luces, la especulación
de una entrega de libros por parte de Dios a sus enviados sirve de
marco de
legitimación donde insertar a Mahoma y el Corán, el profeta y su
libro. No
parece tener otro objetivo que salvar la creencia de que el Corán es un
libro
hecho descender sobre Mahoma, obviando así el proceso de su formación
histórica.
Jesús
nunca anunció la futura
venida de Mahoma. La elucubración
musulmana pretende también que Jesús, cuando prometió la llegada de un
paráclito,
estaba anunciando al futuro profeta Mahoma. Pero esto contrasta con el
texto
evangélico, donde Jesús no anuncia a ningún profeta ulterior, puesto
que, todo
lo contrario, niega expresamente que haya que esperar a otro.
«Entonces,
si alguien os dice que el Mesías está aquí o allí, no le hagáis caso.
Pues
surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán prodigios y
portentos,
hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegidos» (Marcos
13,21-22).
La
exégesis profesional es
unánime en que Jesús no anunció en absoluto la venida futura de ningún
profeta, sino que lo que prometió a sus apóstoles fue que les iba a
enviar al
Espíritu Santo:
«El
Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará
todo lo que yo os he dicho» (Juan 14,26). Y, en efecto, el
acontecimiento de
esta venida se escenifica en el relato del mismo
evangelista (Juan 20,22-23), así como en los Hechos de los apóstoles
(Hechos
2,1-4).
Jesús
tampoco dijo nunca que
su madre fuera diosa. En dos suras afloran los que parecen ataques
un tanto
crípticos y opacos a la teología de la Trinidad (vinculada a la
filiación
divina de Jesús). En una aleya leemos: «No digáis ‘Tres’. Absteneos, es
mejor
para vosotros. Dios no es más que un solo Dios» (Corán 92/4,171). Sin
embargo,
no define ni matiza ningún concepto: ¿acaso tres dioses? Eso carece de
sentido
para el dogma cristiano. Refleja más bien la idea de las tres diosas,
Lat,
Uzza y Manat, cuya intercesión tentó a Mahoma en los llamados
versículos
satánicos (Corán 23/53,19-20). Otro pasaje carga contra los que dicen
«Dios es
el Mesías» y «Dios es el tercero de tres» (Corán 112/5,72-73), porque
no hay
más que un único Dios. Si esta es la razón, el cristianismo también lo
afirma la
unidad y unicidad de Dios. Por último, el Corán hace que Jesús
desmienta haber
dicho «Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios»
(Corán
112/5,116). ¿Pero dijo nada semejante alguna vez? Quizá haya otra
explicación,
según algunos expertos. Cabe decir: ¡Oh, Corán! No exageres en tu
crítica a la
religión cristiana, caricaturizando su concepción de Dios. Porque, en
ella, ni
son tres dioses, ni son numerables como primero, segundo y tercero, ni
la madre
de Jesús es una deidad. Para disentir, primero habría que entender.
En el
fondo, lo más verosímil
es que la disputa no pretende tanto argumentar, sino demarcar el
terreno frente
a la corriente mayoritaria del cristianismo. No se trataba de ganar un
debate
teológico, sino de reforzar ideológicamente la dominación política
ejercida
sobre unos súbditos entonces todavía cristianos en su mayoría.
Esas
objeciones históricas y
exegéticas, junto a otras que podrían aducirse, no son inocuas para la
argumentación del Corán en pro del profetismo de Mahoma, porque hacen
ver hasta
qué punto se basa en afirmaciones gratuitas, si es que no en
suposiciones erróneas
o invenciones ad hoc. Los contenidos de los enunciados
teológicos, por
su propia esencia, no son refutables mediante métodos empíricos, aunque
siempre
sean debatibles filosóficamente. Pero los asertos históricos sí pueden,
y
deben, ser examinados desde criterios de historicidad. Asimismo, el
sentido de
un texto puede ser aclarado por la filología y la exégesis, de manera
que
determinados hechos e interpretaciones queden definitivamente
descartados. No
es cierto que haya venido un profeta a cada nación. No es cierto que
todo
profeta reciba o escriba un libro. No es cierto que Mahoma fuera el
primer
profeta enviado a los árabes. Ni es cierto que los árabes del primer
tercio del
siglo VII fueran politeístas, pues hoy se sabe que en su mayoría eran
entonces
cristianos de distintas iglesias (cfr. Robin y Tayran 2012).
El absurdo de un
Jesús que refrenda la Ley islámica
Hay una perversión de fondo en
presentar la figura de Jesús
como alguien
sometido al orden coránico del azalá y el azaque (Corán 44/19,31), que
asume la
función de confirmar lo que había antes de él en la Torá (Corán,
89/3,50;
109/61,6; 112/5,46), y que incluso exhorta a la yihad (Corán
109/61,14). Todo
esto, agravado por el hecho de que, en la versión coránica, confirmar
la Ley
de Moisés no significa otra cosa, en última instancia, que atenerse a
lo que
manda la Ley de Mahoma. De tal modo que es el Dios del Corán,
pretendidamente refrendado
por el Jesús mahometizado, quien ordena, entre sus incontables
preceptos,
ejercer la opresión sobre los no musulmanes, sobre los judíos y los
cristianos,
sobre los esclavos y sobre las mujeres.
Históricamente,
la Ley islámica
no es sino la que los juristas musulmanes codificaron bajo el poder
califal,
durante los siglos VIII y IX. Pero, desde antes, sus bases están
puestas en el
Corán. Y cuando este presenta a un Jesús que legitima la Ley islámica,
lo sitúa
en las antípodas de todo lo que sabemos por el Nuevo testamento.
Porque
esa concepción de la ley se clausura en una especie de totalitarismo
teológico
y jurídico, del que ya no se puede salir, al haberla divinizado. No hay
posibilidad de modificar la ley. En ella no tiene cabida la libertad
personal,
ni las libertades políticas, ni menos aún la libertad religiosa. No es
de
extrañar que, todavía hoy, los Estados musulmanes sigan rechazando
suscribir
la declaración universal de los derechos humanos.
Lejos
de las ubicuas y oscuras campañas
para camuflar la significación real de la saría, la ley
islámica, con
el propósito de engañar a los desinformados, es más necesario que nunca
poner de
manifiesto su intrínseca incompatibilidad con la concepción
occidental del
derecho. Tan incompatible como hemos visto que es el Jesús del Corán
con
respecto al Jesús del Evangelio.
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