El sistema islámico

7. Jesús en contradicción con el Evangelio

PEDRO GÓMEZ




- Jesús en los escritos del Nuevo testamento
- Jesús relativizó y rectificó la Ley de Moisés
- Jesús en los capítulos del Corán
- El Corán descalifica a Jesús en cuanto hijo de Dios
- Jesús es el Mesías de la escatología coránica
- Jesús es superior a Mahoma, según el Corán
- El Jesús del Corán contradice al Jesús de los Evangelios
- El Corán reniega de la enseñanza de Jesús en los Evangelios
- La superposición de capas semánticas en el texto coránico
- Las conclusiones acerca de la figura de Jesús en el Corán
- Las incoherencias históricas y exegéticas
- El absurdo de un Jesús que refrenda la Ley islámica


Jesús en los escritos del Nuevo testamento


Es conveniente partir de la figura de Jesús tal como la encontramos en las narraciones de los Evangelios y demás escritos del Nuevo testamento, a fin de aproximarnos, en lo posible, al perfil de su personalidad y su men­saje originario. En los textos cristianos, Jesús es presentado inequívo­camente como el hijo predilecto de Dios, más que un mero hombre o profeta. Él a sí mismo se autodenomina enigmáticamente como Hijo del hombre. Y sus apóstoles lo proclaman como Maestro, Cristo/Mesías, Salvador del mundo, Logos de Dios humanado. Recordemos algunos pasajes.


«Se presentó Juan Bautista en el desierto (…) Acudía toda la comarca de Judea y los vecinos todos de Jerusalén, y él los bautizaba en el Jordán (…) Vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado (…) Vio el cielo abierto y al Espíritu bajar como paloma hasta él; y hubo una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido’» (Marcos 1,4-5 y 9-11).


En los Evangelios, hay un rasgo distintivo de Jesús, y es que llama a Dios «Padre» y anima a sus discípulos a llamarlo también así, como comprobamos en la oración del padrenuestro (Mateo 6,9-13).


«Mi Padre me lo ha entregado todo; al Hijo lo conoce solo el Padre y al Padre lo conoce solo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mateo 11,27).


Los Evangelios narran numerosos hechos, parábolas y discursos, al tiempo que se ofrecen desarrollos cristológicos a través de todos los escritos neotestamentarios. Jesús anuncia el evangelio del reino de Dios, como maestro, pero además lo encarna en su persona y su actividad, haciendo realidad la salvación esperada, al poner en marcha una trans­formación en la vida de sus seguidores. El reino de Dios que Jesús pro­mueve no es de orden político, civil, o penal, ni está basado en la con­quista militar, sino en valores éticos como los de las bienaventuranzas (Mateo, cap. 5).


Según narran los Evangelios, el impacto de sus palabras y acciones produjo tal repercusión entre la gente que inquietó a las autoridades de Jerusalén, que decidieron arrestarlo:


«Llevaron a Jesús al pretorio (…) Pilato preguntó (…) Respondió Jesús: ‘Mi reino no es de este mundo’» (Juan 18,36).


El arresto terminó en la condena y crucifixión de Jesús, aconteci­miento central y fundamental del que dan testimonio diversas fuentes, y que adquirió un significado salvífico para sus seguidores. El evangelista Marcos lo describe así:


«Lo llevaron al lugar del Gólgota, que quiere decir Calvario. Le ofre­cieron vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron y se repar­tie­ron su ropa (…) Era media mañana cuando lo crucificaron. El letrero con la causa de su condena llevaba esta inscripción: El rey de los judíos. (…) A media tarde, gritó Jesús con una gran voz: ‘Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?’, que significa: ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has aban­donado?’ (…) Pero Jesús, lanzando una gran voz, expiró» (Marcos 15,22-37).


«Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé (…) fueron al sepulcro. (…) No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí» (Marcos 16,6).


El hecho es que los apóstoles y discípulos que habían seguido a Jesús continuaron creyendo en él, se reorganizaron y prosiguieron su misión con el mismo Espíritu:


«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar [en Jerusalén]. De repente un ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban, y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas» (Hechos de los apóstoles 2,1-4).


«Pedro les dirigió la palabra: ‘Judíos y habitantes todos de Jerusalén (…) como dijo el profeta Joel (…) Dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal: profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños’» (Hechos de los apóstoles 2,17).


«[En Cesarea, en casa del centurión Cornelio] Todavía estaba hablan­do Pedro cuando bajó impetuosamente el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra. (…) quedaron desconcertados de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos» (Hechos de los apóstoles 10,44-45).


Los textos neotestamentarios se esfuerzan en indicar el momento y el sitio donde ocurren los acontecimientos, que dan pie a la interpreta­ción a la luz de una teología de la filiación divina. Ese enfoque proyec­tado sobre la historia es el que da sentido al mensaje de Jesús, a sus ac­ciones, a su vida, a su crucifixión y su resurrección. Desde él se de­sarrolla la idea de la encarnación del Logos, la misión redentora y la pre­sencia activa del Espíritu. Diríamos que, mediante este lenguaje, propio del mito historificado y de la historia mitificada, se significa la comu­nicación de Dios, que hace partícipes de los dones de su Espíritu no solo a Jesús, a los profetas y a los apóstoles, sino a todos los humanos que confían en él. La cruz no es ya símbolo de muerte, sino que, con la fe en la resu­rrección, se transforma en símbolo de vida, el árbol de la vida.


Esta es solamente una evocación muy incompleta del Nuevo tes­ta­mento, pero puede ser una piedra de toque que nos sirva para percibir las enormes disonancias existentes con punto de vista del Corán acerca de Jesús, cuando más adelante lo analicemos.



Jesús relativizó y rectificó la Ley de Moisés


Dado que Jesús y el cristianismo se originaron dentro del judaísmo del Segundo Templo, como una corriente renovadora, me parece necesario tener algún conocimiento de cuál fue su posición en aquel contexto. Está claro que Jesús y sus apóstoles practicaron la Ley de Moisés, pero tam­bién se distanciaron de ella en determinados preceptos, de tal modo que cambiaron aspectos muy significativos, que luego serían característicos del cristianismo:


1. La Torá de Moisés reclama un literalismo de la Ley revelada (Deu­teronomio 27,8-10). Pero Jesús radicalizó el espíritu de los prin­cipales mandamientos y relajó determinados preceptos (Mateo 22,36-40).


2. La Torá establece como norma de justicia aplicar la ley del talión (Éxodo 21,24). Pero Jesús la rechazó totalmente, exhortando a devolver bien por mal (Mateo 5,38-39).


3. En el Pentateuco, está prescrita la lapidación como pena por el adulterio (Levítico 20,10; Deuteronomio 22,22-23). Pero Jesús se negó a aplicar esa prescripción a la mujer adúltera (Juan 8,4-11).


4. La Torá consagra la desigualdad jurídica de la mujer, por ejemplo en el repudio, que es privilegio del varón (Deuteronomio 24,1-4). Jesús, en cambio, abogó por la igualdad de derechos de la mujer y el marido en el matrimonio (Marcos
10,2-16).


5. El Pentateuco reitera que Israel, la descendencia de Abrahán, Isaac y Jacob, es el pueblo elegido por Dios frente a los demás pueblos (Deu­teronomio 7,6-10). Sin embargo, Jesús y sus apóstoles abrieron la pro­mesa de Dios a los paganos, más allá de Israel (Marcos 7,24-31; Hechos 10,28-35; Gálatas 3,26-29).


6. El relato de Abrahán en el Génesis exige la circuncisión a todos los varones del pueblo hebreo (Génesis 17,9-14). Pero los apóstoles cris­tianos derogaron el carácter obligatorio de la circuncisión (Hechos 15; Gálatas 5,1-6 y 6,15).


7. La Torá hebrea dicta leyes sobre alimentos, con prohibiciones específicas, como la carne de cerdo entre otras (Deuteronomio 14,3-20). Pero los apóstoles de Jesús, Pedro y Pablo, suprimieron esas obligacio­nes (Hechos 10,12-16; Romanos 14,14).


8. La Torá impone la observancia del descanso en sábado y establece otras fiestas, con la prohibición de trabajar esos días. El Éxodo decreta pena de muerte por trabajar en sábado (Éxodo 30,12-16). No obstante, Jesús y luego sus apóstoles relativizaron ese descanso (Mateo 12,1-12; Juan 5,16 y 9,16; Colosenses 2,16).


En contraste con esta libertad frente a la Ley veterotestamentaria, y en oposición frontal al espíritu y la enseñanza de Jesús, comprobaremos cómo Mahoma en el Corán lleva a efecto una regresión radical, por cuan­to su­pone restaurar con todo su rigor la antigua Ley judaica, con la sal­vedad de que opera ciertas adaptaciones a la sociedad árabe del siglo VII y a las exigencias del proceso expansionista islámico.



Jesús en los capítulos del Corán


En el Corán, las menciones de Jesús, a quien dedica alrededor de un centenar de versículos, las podemos resumir especificadas en los siguien­tes datos es­tadísticos:


El nombre «Jesús» aparece 25 veces. De ellas:


– «Jesús» a secas, 9 veces.

– «Jesús, hijo de María», 16 veces (de ellas en «Mesías Jesús, hijo de María», 3 veces).


Jesús recibe la denominación «Mesías» en 11 ocasiones, a veces co­mo parte de una expresión más compleja:


– «Mesías» a solas, 2 veces.

– «Mesías hijo de María», 8 veces.

– «Mesías hijo de Dios», 1 vez, para negarlo.


La expresión «hijo de María» aparece 23 veces en total, de ellas 10 veces en la sura 5.


El término «Evangelio» [de Jesús] lo encontramos 12 veces (11 de ellas, en los capítulos considerados posteriores a la hégira). Los cristianos son cali­fi­ca­dos allí también como «pueblo del Evangelio» (una sola vez: Corán 112/5,47).


El Corán no dedica ningún capitulo a Jesús. Los versículos sobre él están dispersos por una docena de suras. Pero solo en cuatro de ellas (suras 3, 4, 5 y 19) encontramos una serie de versículos que tratan de él. Por lo general, se utiliza el nombre de Jesús con un significado tendente a refrendar ideas coránicas. Además. en el Corán, ni siquiera se le asigna a Jesús su nombre en la forma más común, puesto que lo llama Isa, cuando la palabra correspondiente en árabe es Yasû, como dicen los árabes cris­tianos. Jesús aparece calificado frecuentemente como Mesías y como hijo de María.
Pero ¿qué versión concreta acerca de Isa/Jesús nos ofrecen los pasajes del Corán que aluden a él?


Jesús en la sura 19 del Corán

 

El capítulo 19 del Corán (en orden cronológico, el 44), relata que su nacimiento fue extraordinario. Después de haber ensalzado a su madre, María, que lo concibió de manera sobrenatural, llama a Jesús «hijo de María» (expresión que se encuentra en Marcos 6,3; Mateo 13,55), y le confiere una categoría única, pero recalcando que es un simple humano. De modo que, en el Corán, la expresión «hijo de María» se contrapone sistémicamente a «hijo de Dios».


«A ella le enviamos nuestro espíritu, que se le apareció como un hu­mano perfecto. (…) Dijo: ‘He sido enviado por tu Señor para darte un muchacho puro’» (Corán 44/19,17-19; paralelo en: 73/21,91).


«Ella dijo: ‘¿Cómo tendré un muchacho, si ningún humano me ha tocado, y nadie ha abusado de mí?’ Él dijo: ‘Será así. Tu Señor ha dicho: Para mí es fácil. Y haremos de él un signo para los humanos y una miseri­cordia de nuestra parte. Está decidido’. Ella quedó embarazada y se retiró con él a un lugar lejano» (Corán 44/19,20-22).


«Luego vino ella a su gente llevándolo [a Jesús]. Dijeron: ‘María, has cometido algo inaudito. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un hombre malvado y tu madre no fue una ramera’» (Corán 44/19,27-28; también: 89/3,33-36).


«Dijeron: ‘¿Cómo vamos a hablar a alguien que está en la cuna, un niño?’ Él dijo: ‘Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el libro y me ha hecho profeta. Me ha hecho bendito allá donde esté y me ha ordenado el azalá y el azaque mientras viva. Y bueno con mi madre. No me ha hecho déspota, ni miserable. Paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado vivo’. Este es Jesús, hijo de María. Una palabra de verdad, de la que ellos dudan» (Corán 44/19,29-34).


Según el Corán, Jesús nació por una intervención especial de Dios, asumió la misión de siervo de Dios, quien le dio el libro del Evangelio y lo hizo profeta. Es identificado como hijo de María, no hijo de Dios. Y la orden divina de que cumpla el azalá y pague el azaque lo convierte en musulmán, pues esas eran las exigencias que Mahoma imponía a sus se­guidores. Junto a estos rasgos, sin embargo, es calificado como «palabra de verdad», lo que trasluce re­miniscencias de una cristología más com­pleta, de la que se han su­primido las prerrogativas que lo caracterizan en el Evangelio, con el fin de remodelar al personaje para que encaje en del punto de vista islámico. Así, su figura se vuelve ambigua y anticristiana.


Subrayemos la frase que pone en labios de Jesús lo que parece ser una referencia a su muerte, como ya hemos visto: «Paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado vivo» (Corán 44/ 19,33). Esto está en flagrante contradicción con la negación de su muerte que hace el mismo Corán en otro lugar (92/4,157-159).


Un tema coránico recurrente reside en la polémica contra de la filia­ción divina de Jesús, que es una creencia esencial y específica del cristia­nismo, de lo que nos ocuparemos en el próximo apartado, que trata de Jesús descalificado en cuanto hijo de Dios.


«Lo mismo Zacarías, Juan, Jesús y Elías. Cada uno de ellos es de los virtuosos» (Corán 55/6,85).


«Os ha prescrito de religión lo que había ordenado a Noé, lo que te hemos revelado, lo mismo que habíamos ordenado a Abrahán, a Moisés y a Jesús: ‘Estableced la religión y no os separéis por causa de ella’» (Corán 62/42,13).


«Cuando Jesús vino con las pruebas, dijo: ‘He venido a vosotros con la sabiduría, y para manifestaros una parte de aquello en lo que discre­páis. Temed a Dios y obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es un camino recto’» (Corán 63/43,63-64).


«Dimos a Jesús, hijo de María, las pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,87).


«Hemos creído en Dios, en lo que ha descendido hacia nosotros (…) en lo que fue dado a Moisés y a Jesús, y en lo que fue dado a los profetas, de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre ellos» (Corán 87/ 2,136).


«Esos son los enviados. Hemos favorecido a unos por relación a otros. A alguno de ellos Dios le habló. A algunos de ellos los ha elevado de grado. Dimos a Jesús, hijo de María, las pruebas y lo fortalecimos con el Espíritu Santo» (Corán 87/2,253).

 

Jesús en la sura 3 del Corán

 

El capítulo 3 del Corán (en orden cronológico, el 89) dedica un bloque de versículos a Jesús (Corán 89/3,42-55 y 59-64). Vuelve a narrar al mo­do apócrifo la anunciación a María, luego menciona algunos rasgos es­tereotipados del supuesto proceder de Jesús y sus apóstoles, para acabar aludiendo a su elevación al cielo por parte de Dios, donde per­manece en estado de suspensión. No cesa una diatriba permanente que insiste en que es solamente una criatura humana, remachando una posición con­traria a todo el cristianismo ortodoxo del concilio de Nicea, que había canonizado en su credo la filiación divina y una teología trinitaria.


«Cuando los ángeles dijeron: ‘¡María! Dios te anuncia una palabra de su parte, cuyo nombre es el Mesías Jesús, hijo de María, honorable en la vida de acá y en la vida eterna (…) Él hablará a los humanos en la cuna como un adulto. Y será de los virtuosos’. Ella dijo: ‘Mi Señor, ¿cómo voy a tener un hijo, si ningún humano me ha tocado?’ Él dijo: ‘Será así. Dios crea lo que desea. Cuando decide algo, no tiene más que decir: ¡Sea!, y eso es’» (Corán 89/3,45-47).


«[Jesús dice:] ‘Yo he venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Yo creo para vosotros de la arcilla una figura de pájaro, le soplo y se convierte en un pájaro, con la autorización de Dios. Yo curo al ciego de nacimiento y al leproso, y hago revivir a los muertos, con la au­torización de Dios. (…) He venido para confirmar lo que está antes de mí en la Torá, y para declarar lícito parte de lo que os fue prohibido. Y he venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Temed a Dios y obedecedme. Dios es mi Señor y vuestro Señor, adoradlo, pues. Este es un camino recto’» (Corán 89/3,49-51).


«Cuando Jesús percibió su incredulidad, dijo: ‘¿Quiénes son mis au­xiliares en la vía hacia Dios?’ Los apóstoles dijeron: ‘Nosotros somos los auxiliares de Dios. Creemos en Dios. Sé testigo de que somos su­misos. ¡Señor nuestro! Creemos en lo que has hecho descender y segui­mos al enviado. Inscríbenos, pues, con los testigos’. Ellos conspiran y Dios conspira. Dios es el mejor de los conspiradores» (Corán 89/3,52-54).


«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús! Te llamaré, te elevaré hacia mí, te puri­ficaré de los que no han creído y pondré a los que te siguen por encima de los que no han creído, hasta el día de la resurrección. Luego, regre­saréis a mí. Y entonces juzgaré entre vosotros sobre aquello en lo que discrepabais’» (Corán 89/3,55).


El Corán le otorga a Jesús un lugar preeminente, como atestiguan las pruebas, es decir, sus milagros, aunque a la vez remarca que los hace bajo la autoridad de Dios, no por sí mismo. También podemos advertir el eco de las disputas cristológicas entre unos grupos y otros, y cómo se confía al día del juicio el que Dios decida quién lleva razón. Pero, por lo pronto, el islamismo suscribe una posición enfrentada a todo el cristianismo or­todoxo, que proclamaba la filiación divina. En efecto, lo considera como simple criatura humana, una visión sin duda heredada del na­za­renismo:


«Jesús, para Dios, es semejante a Adán, a quien creó de tierra, y luego le dijo: ‘¡Sé!’, y fue. Esta es la verdad de tu Señor. (…) Al que dispute contigo a este propósito, después de que te llegó el conocimiento, di: ‘Venid (…) imploremos y que caiga la maldición de Dios sobre los mentirosos’. Esta es la narración verídica. No hay más dios que Dios. (…) Di: ‘¡Gente del libro! Convenid en una palabra común entre no­sotros y vosotros, que no adoremos más que a Dios, no le asociemos nada, y no tomemos unos a otros como señores fuera de Dios’» (Corán 89/3,59-64).


«Di: ‘Hemos creído en Dios y en lo que descendió sobre nosotros, en lo que descendió sobre Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob y las tribus, en lo que fue dado a Moisés, a Jesús y a los profetas de parte de su Señor. No hacemos ninguna distinción entre ellos. Y somos sumisos a él’» (Co­rán 89/3,84).


Tampoco deja de haber alusiones a cierta noción de pacto, o alianza de Dios, establecida a través de los profetas y de Jesús, pero en términos muy confusos, porque, para el Corán, propiamente, la omnímoda liber­tad divina no puede comprometerse con nada ni con nadie. El compro­miso sería más bien por la parte humana, que contrae una obligación de obediencia a Dios.


«Cuando concertamos un pacto con los profetas, contigo, con Noé, Abrahán, Moisés y Jesús, el hijo de María. Un pacto sincero» (Corán 90/33,7).

 

Jesús en la sura 4 del Corán

 

El capítulo 4 del Corán (en orden cronológico, el 92) es otro que también dedica una serie de versículos a Jesús y, en ellos, destaca un punto capital de la interpretación coránica, que es el rechazo del hecho histórico de la crucifixión y la muerte de Jesús. En su lugar, asume la creencia de que fue elevado por Dios junto a sí, donde permanecerá hasta el día de la resurrección. Esta visión no era nueva, ya que tenía precedentes en el docetismo y el gnosticismo cristianos del siglo II, según está recogida en apócrifos como los Hechos de Juan y el Apocalipsis de Pedro.


«[Los judíos] dijeron: ‘Hemos matado al Mesías Jesús, hijo de María, el enviado de Dios’. Ahora bien, ellos no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que eso les pareció. Los que discreparon a propósito de él, están en la duda sobre ello. No tienen ningún conocimiento, sino que siguen una presunción. Y ellos ciertamente no lo mataron. Dios, más bien, lo elevó hacia sí. (…) No habrá nadie entre las gentes del libro que no haya creído en él antes de su muerte. Y el día de la resurrección, él será testigo contra ellos» (Corán 92/4,157-159).


«Te hemos revelado como revelamos a Noé y a los profetas que lo siguieron. Y hemos revelado a Abrahán, a Ismael, a Isaac, a Jacob, a las tribus, a Jesús, a Job, a Jonás, a Aarón y a Salomón. Y hemos dado a David los salmos» (Corán 92/4,163).


Aunque el Corán reitera la inserción de Jesús en la larga saga de los profetas, sin embargo, oscila entre considerarlo uno más, o bien otor­garle un lugar eminente por encima de ellos, en virtud de lo que ates­tiguan sus signos o milagros. Al parecer, de conformidad con ese ver­sículo (completado con 89/3,84, ya citado), los musulmanes deben creer por igual en lo revelado a todos los profetas, incluido Jesús. Ahora bien, este aserto entra en una doble contradicción. Por un lado, con lo dicho acerca de que Jesús está unos grados por encima (Corán 87/2,253, tal vez una tesis nazarena); y por otro lado, con el rechazo de las escrituras judías y cristianas en otros pasajes. También choca con la pretensión de que el profeta Mahoma supera a todos los demás como sello de los pro­fetas (Corán 90/33,40), que es la tesis final, específicamente islámica.


A diferencia de los Evangelios, un rasgo un tanto extraño que se advierte en los capítulos coránicos es la ausencia prácticamente total de referencias geográficas y datos cronológicos: no se sabe ni el lugar ni el tiempo en que ocurre la historia que se cuenta. Más aún, el texto incurre en algún que otro equívoco disparatado, como ya hemos analizado, cuando identifica a María, la madre de Jesús, como «hermana de Aarón» (Corán 44/19,28), según lo cual Jesús sería anacrónicamente sobrino de Moisés (que vivió doce siglos antes). Y lo reitera en tres suras diferentes, donde parece incluir a Jesús en la familia de Amrán, pues afirma que la mujer de este, el padre de Aarón y Moisés, es la madre de María, la madre de Jesús (Corán 89/3,33-37); y lo vuelve a decir más claro, al llamar a María «hija de Amrán», que conservó su virginidad (Corán 107/66,12).


Se pueden leer otras menciones que aluden a Jesús y sus seguidores, que son descritos como meros continuadores de la tradición del profe­tismo anterior:


«Hicimos seguir sus huellas a nuestros enviados, e hicimos seguirlas a Jesús, hijo de María, y le dimos el Evangelio. Y pusimos en los cora­zones de quienes lo siguieron compasión y misericordia» (Corán 94/ 57,27).


Notamos la insistencia en interpretar a Jesús solamente como envia­do y profeta, por especial que fuera, a través de un reiterado pronun­ciamiento frontal contra la teología del cristianismo. A pesar de todo, el Corán reconoce la singularidad de Jesús, cuando lo denomina «palabra» y «espíritu» procedente de Dios, y cuando dice que recibió el Evangelio. No deja de sorprender que a Jesús se le atribuyan apelativos y pruebas muy superiores a los que se asignan a Mahoma (cuyo nombre, según la crítica textual, ni siquiera se menciona una sola vez en el Corán).


A pesar de todo, la realidad es que el Corán priva a Jesús, por com­pleto, de su contexto social e histórico. No localiza ninguna de sus acciones. No menciona el nombre de ninguno de sus apóstoles. Así que no queda nada de historia genuina, ni de interpretación compatible con los Evangelios cristianos.


Además, el Corán adjudica a Jesús dos intervenciones que resultan sumamente chocantes. Una es que habría anunciado a un enviado futuro que los comentadores musulmanes identifican con Mahoma. Y la otra, que habría preguntado a sus apóstoles enigmáticamente si estaban dis­puestos a ser  «auxiliares de Dios».


«Cuando Jesús, hijo de María, dijo: ‘¡Hijos de Israel! Yo soy el en­viado de Dios a vosotros, para confirmar lo que hay antes de mí en la Torá, y anunciar un enviado que vendrá después de mí, cuyo nombre es Ahmad’. Cuando vino a ellos con las pruebas, dijeron: ‘Es magia mani­fiesta’» (Corán 109/61,6).


«¡Vosotros que habéis creído! Sed los auxiliares de Dios como Jesús, hijo de María, dijo a los apóstoles: ‘¿Quiénes son mis auxiliares en la vía de Dios?’ Los apóstoles dijeron: ‘Nosotros somos los auxiliares de Dios’. Entonces un grupo de los hijos de Israel creyó, y otro grupo no creyó. Fortalecimos a los que creyeron contra su enemigo, y lo vencieron» (Co­rán 109/61,14).


Este último versículo, junto con Corán 89/3,51, involucra una in­terpretación yihadista de Jesús y sus apóstoles, pues el significado de la expresión «auxiliares de Dios» o «auxiliares en la vía de Dios» denota específicamente a los que han sido reclutados para el combate armado en el camino de Dios. Este signi­ficado se puede comprobar en términos aún más explícitos en el ver­sículo 113/9,111.

 

Jesús en la sura 5 del Corán

 

El capítulo 5 del Corán (en orden cronológico, el 112, el antepenúltimo según Al-Azhar) nos proporciona una nueva tanda de referencias a Jesús, con un apretado sumario en la aleya 110. Jesús aparece como enviado de Dios para confirmar la Torá hebrea y traer el Evangelio, de cuyo lumi­noso mensaje, en realidad, aparte de confirmar lo que ya había, no se indica absolutamente nada, mientras que se lo convierte claramente en portavoz de las tesis islámicas.


«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Di: ‘¿Quién podría contra Dios, si quisiera destruir al Mesías, hijo de María, y a su madre y a todos los que están en la tierra?’» (Corán 112/ 5,17).


«Hicimos seguir sus huellas a Jesús, hijo de María, que confirma lo que está antes de él en la Torá. Le dimos el Evangelio, donde hay di­rección y luz, que confirma lo que está antes de él en la Torá, una di­rección y una exhortación para los que temen» (Corán 112/5,46).


«No creen los que dicen: ‘Dios es el Mesías, hijo de María’. Porque el Mesías dijo: ‘¡Hijos de Israel! Adorad a Dios, mi Señor y vuestro Señor. Quien asocie a Dios, Dios le prohíbe el jardín y su morada será el fuego. (…) No creen los que dicen: ‘Dios es el tercero de tres’. Porque no hay más dios que un solo Dios. (…) El Mesías, hijo de María, no es más que un enviado, antes del cual pasaron otros enviados» (Corán 112/5,72-75).


«Los que no creyeron entre los hijos de Israel fueron maldecidos por boca de David y de Jesús, hijo de María. Eso porque desobedecieron y transgredieron» (Corán 112/5,78).


«Cuando Dios dice: ‘¡Jesús, hijo de María! Recuerda mi gracia hacia ti y hacia tu madre, cuando te fortalecí con el espíritu del santo, y hablaste a los humanos en la cuna como un adulto. Y cuando te enseñé la es­critura, la sabiduría, la Torá y el Evangelio. Y cuando creaste del barro una figura de pájaro con mi autorización, luego le soplaste y se convirtió en un pájaro con mi autorización. Y cuando curaste al ciego de naci­miento y al leproso con mi autorización. Y cuando resucitaste a los muertos con mi autorización’» (Corán 112/5,110; también 89/3,49).


«Cuando revelé a los apóstoles: ‘Creed en mí y en mi enviado’. Ellos dijeron: ‘Hemos creído, sé testigo de que somos sumisos’. Cuando los apóstoles dijeron: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Puedes pedir a tu Señor que haga descender del cielo un banquete?’ (…) Jesús, hijo de María, dijo: ‘¡Dios, Señor nuestro! Haz descender del cielo un banquete, que sea una fiesta para nosotros, para el primero y para el último, y un signo de tu parte’. (…) Dios dijo: ‘Lo haré descender sobre vosotros’» (Corán 112/5,111-115).


«Cuando Dios dijo: ‘¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien dijo a los humanos: ‘Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios'?’ Dijo: ‘¡Él sea exaltado! No me corresponde decir algo a lo que no tengo derecho
. Si lo hubiera dicho, tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en ti. (…) No les he dicho más que lo que tú me habías ordenado: ‘Adorad a Dios, mi Señor y vuestro Señor’. (…) Si tú los castigas, ellos son tus siervos’» (Corán 112/5,116-118).


Este capítulo 5, al recopilar el sumario de la actividad portentosa de Jesús, donde explicita las «pruebas» de lo que hizo, repite insistentemente que lo hacía con la autorización de Dios, o sea, no en nombre propio (con el objetivo de eludir la filiación divina). Podemos observar, además, una velada referencia a la eucaristía, en ese «banquete» (otros traducen «mesa servida») que desciende del cielo. Todo el relato hace caso omiso de las implicaciones soteriológicas que el ministerio de Jesús entraña en los Evangelios cristianos. Aquí se ensalza a Jesús solo para apropiárselo como profeta del islam. De camino, se refuerza la invectiva contra la concepción cristiana de Dios, mediante un planteamiento confuso, que parece poner a María como persona divina, y mediante una tesis clara de la subordinación de Jesús respecto a Dios: el Jesús coránico rechaza haber afirmado su propia divinidad y (en directa contradicción con el Evangelio de Juan) dice no conocer lo que hay en Dios.


En fin, en los últimos versículos coránicos referentes a Jesús, se dice que Dios combatirá a los cristianos, tildados de «asociadores» (Corán 113/9,30-31); mientras que promete un gran éxito a los que guerrean en el camino de Dios (promesa que, pretendidamente, estaría también en el Evangelio).


«Dios ha comprado las vidas y las fortunas de los creyentes con [la promesa de] que irán al paraíso. Ellos combaten en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Y es una verdadera promesa suya en la Torá, el Evangelio y el Corán. ¿Quién cumple su compromiso mejor que Dios? Regocijaos de la lealtad que habéis acordado. Eso es un gran éxito» (Corán 113/9,111).



El Corán descalifica a Jesús en cuanto hijo de Dios


A diferencia de la fe cristiana, que se funda en la creencia en la filiación divina de Jesús, el Corán insiste reiteradamente en que Dios no tiene ningún hijo, ni ha adoptado un hijo. Esta impugnación se estima de tanta trascendencia que la repite en más de veinte ocasiones, la mayoría en versículos anteriores a la hégira. La concepción teológica del Corán de­fiende un monoteísmo excluyente, que rechaza el monoteísmo modi­ficado por la fe en un redentor (cfr. Theissen 2000: 20). El Dios coránico no tiene un hijo, ni admite hijos, sino solo siervos; es amo, no padre. Leamos, ahora, la recopilación en orden cronológico de las afirmaciones coránicas en este sentido polémico y anticristiano:


«Nuestro Señor, ¡su majestad sea exaltada!, no ha tomado ni com­pañera, ni hijo» (Corán 40/72,3).


«Aquel al que pertenece el reino de los cielos y la tierra, que no ha adoptado un hijo, y que no tiene asociado en su reino, lo ha creado todo y todo lo ha predeterminado» (Corán 42/25,2).


«No es propio de Dios adoptar un hijo. ¡Él sea exaltado! Cuando decide algo, no tiene más que decir: ‘¡Sea!’, y es» (Corán 44/19,35).


«Dijeron: ‘El clemente ha adoptado un hijo’. Habéis cometido algo abominable. Por ello, casi se rasgan los cielos, se abre la tierra y se de­rrumban las montañas, por haber atribuido un hijo al clemente. Pero no está bien que el clemente adopte un hijo. Todo el que esté en los cielos y en la tierra vendrá al clemente como siervo» (Corán 44/19,88-93).


«Alabanza a Dios, que no ha adoptado ningún hijo, que no tiene ningún asociado en el reino y que nunca ha tenido aliado frente a la humillación» (Corán 50/17,111).


«Dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. ¡Gloria a Él! Él es quien se basta a sí mismo. Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra» (Corán 51/10,68).


«Él es el inventor de los cielos y la tierra. ¿Cómo iba a tener un hijo, cuando no tiene compañera? Él lo ha creado todo. (…) Este es vuestro Dios, vuestro Señor. No hay más dios que él, creador de todo» (Corán 55/6,101-102).


«Pero dicen, a causa de su perversión: ‘Dios ha engendrado’. Son mentirosos» (Corán 56/37,151-152).


«Si Dios hubiera querido adoptar un hijo, él hubiera escogido al que hubiera deseado entre lo que creó. ¡Él sea exaltado! Él es Dios, el único, el dominador» (Corán 59/39,4).


«[Jesús] no es más que un siervo a quien hemos agraciado, y lo hemos puesto como ejemplo para los hijos de Israel» (Corán 63/43,59).


«Si el clemente tuviera un hijo, entonces yo sería el primero de los adoradores. El Señor de los cielos y la tierra, el Señor del trono, sea exaltado por encima de lo que le atribuyen» (Corán 63/43,81-82).


«[Ha hecho descender un libro] para advertir a los que dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. No tienen ningún conocimiento, ni ellos ni sus padres. Palabra muy gruesa la que sale de sus bocas. No dicen más que mentiras» (Corán 69/18,4-5).


«No hemos enviado, antes de ti, a ningún enviado al que no le re­ve­láramos: ‘No hay más dios que yo, adoradme, pues’. Dijeron: ‘El cle­mente ha adoptado un hijo’. ¡Él sea exaltado! Son más bien siervos honrados» (Corán 73/21,25-26).


«Dios no ha adoptado un hijo, ni hay otro dios junto con Él» (Corán 74/23,91).


En los capítulos considerados posteriores a la hégira, se repite el mis­mo tema, a la vez que se recrudecen los ataques en contra de toda idea de filia­ción con respecto a Dios:


«Dijeron: ‘Dios ha adoptado un hijo’. ¡Él sea exaltado! Más bien es suyo cuanto hay en los cielos y la tierra» (Corán 87/2,116).


«¡Gentes del libro! No exageréis en vuestra religión, y no digáis sobre Dios más que la verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios y su palabra, que él emitió a María, y un espíritu de él. Creed, pues, en Dios y en sus enviados. No digáis ‘Tres’. Absteneos, es mejor para vosotros. Dios no es más que un solo Dios. ¡Él sea exal­tado! ¿Cómo puede él tener un hijo?» (Corán 92/4,171).


«El Mesías nunca lleva a mal ser siervo de Dios» (Corán 92/4,172).


«Los judíos y los nazarenos dijeron: ‘Somos los hijos de Dios y sus predilectos’. Di: ‘¿Por qué, entonces, os castiga por vuestras faltas? Más bien sois humanos entre los que él ha creado’. (…) De Dios es el reino de los cielos y la tierra y lo que está entre ellos» (Corán 112/5,18).


«Los judíos dijeron: ‘Esdras es hijo de Dios’. Y los nazarenos dijeron: ‘El Mesías es hijo de Dios’.  Estas son las palabras de sus bocas. Imitan la palabra de los que no creyeron antes. Que Dios los combata. ¿Cómo son tan perversos? Han tomado a sus doctores y sus monjes como Se­ñores, fuera de Dios, lo mismo que al Mesías, hijo de María, cuando él les había ordenado no adorar más que a un solo Dios. No hay más dios que él. ¡Él sea exaltado sobre lo que le asocian!» (Corán 113/9,30-31).


En esta contienda ideológica, el Corán acusa a los judíos y los cris­tianos de haber alterado o falsificado sus respectivas escrituras:


«Ay de aquellos que escriben el libro con sus propias manos y luego dicen: ‘Esto es de parte de Dios’, a fin de venderlo a bajo precio. Ay de ellos por lo que sus manos han descrito. Ay de ellos por lo que cometen» (Corán 87/2,79).


Se ve en la necesidad de mantener a ultranza esa acusación, porque, si Dios dio el libro de Evangelio a Jesús, como repite el Corán (112/ 4,46), y el Evangelio afirma que Jesús es el hijo de Dios, entonces habría que creer en esto, en abierta contradicción con la posición fundamental coránica. Ahora bien, en asunto de falsificaciones, la realidad probada por los investigadores es que los textos de la Biblia se han transmitido fielmente, sin alteraciones en su contenido, mientras que no cabe afirmar lo mismo del Corán, por lo que sus acusaciones quedan en evidencia.


Por lo demás, habría que clarificar de qué manera concreta conce­bían los autores del Corán el ser «hijo» de Dios, o ser adoptado como tal, pero lo más probable es que lo entendieran desde una interpretación demasiado antropomórfica. De todos modos, la disputa era mucho más antigua que el Corán. El argumento repetido parece ser que, fuera de Dios mismo, todo es creación mundana sobre la que él domina, como el amo sobre sus esclavos. Resumiendo, en las últimas alusiones corá­nicas, el tono polémico se torna más agresivo, en particular contra cris­tianos y judíos, presagiando la ulterior hostilidad histórica.


Las polémicas cristológicas desvelan, finalmente, un contexto de guerra, en sentido literal y figurado, contra los cristianos, no solo griegos y siríacos, sino también pertenecientes al propio medio árabe.



Jesús es el Mesías de la escatología coránica


Un asunto complementario, pero de mucha importancia para la figura de Jesús en el Corán y en el islam, es la tradición que inviste al Mesías Jesús con una función decisiva en el último día, el día del juicio o día de la resurrección.


Este horizonte escatológico está muy presente en el Corán, hasta el punto de que se lo menciona al menos ciento setenta veces, casi siempre amenazando con su inminencia. Aparece con distintas denominaciones: «día de la resurrección» (73 veces), «la hora» (40 veces), «último día» (26 veces), «día del juicio» (13 veces), «día del veredicto» (7 veces), «día de la cuenta» (4 veces). Además, adopta una variedad de designaciones, como día de la amenaza, de la eternidad, de la lamentación, del encuentro, de la interpelación, de la verdad, de la reunión.


Algunos investigadores creen que ese mensaje escatológico debió ser el eje de la predicación de Mahoma. Y en la época de profeta armado se dio un paso más, al anunciar su inminencia y, en determinado momento, con el desencadenamiento de sus pródromos a partir de la hégira.


El Corán urge y apremia a «creer en Dios y en el último día» precisamente en los capítulos posteriores a la hégira, pues a ellos pertenecen 25 de las 26 incidencias de esta frase.


Al Mesías Jesús se le inviste con una función decisiva en los acon­tecimientos apocalípticos del último día, el día del juicio, el día en que Dios decretará su regreso:


«Dios más bien lo elevó hacia sí. (…) No habrá nadie entre las gentes del libro que no haya creído en él antes de su muerte. Y en el día de la resurrección, él será testigo contra ellos» (Corán 92/4,158-159).


Sin embargo, apenas se explicita nada más, salvo que Jesús, en el día de la resurrección final, actuará de testigo contra la gente del Libro (Corán 92/4,157-159) y que Dios será juez de todo (103/22,17).


La reiterada mención de «la hora» y la descripción de lo que ocurrirá el día del juicio se halla casi exclusivamente en los capítulos anteriores a la hégira, en términos que no disipan la ambigüedad entre un sentido mi­lenarista, o bien definitivamente final. Después de la hégira, ya no hay que prefigurarlo, porque creen que ya ha llegado.


El día escatológico llegará de repente, «cuando se deslumbre la vista, se eclipse la luna y se reúnan el sol y la luna» (Corán 31/75,7-9); «cuando el pregonero llame y se oiga el grito» (Corán 34/50,41-42); «y se hienda la luna» (Corán 37/54,1). «Todos vendrán a él [Dios] de uno en uno» (Corán 44/19,95). Será «el día que se toque la trompeta y reunamos a los criminales» (Corán 45/20,102); cada uno leerá sus obras en un libro abierto (Corán 50/17,13-14). Ese día «Dios tendrá toda la tierra en su puño y los cielos estarán plegados por su mano derecha» (Corán 59/39,67). Y «para el día de la resu­rrección dispondremos balanzas que dan el peso justo (…) para ajustar cuentas» (Corán 73/21,47). Cada cual llegará con su carga y será retribuido, ya sea con el paraíso, ya con el castigo del fuego eterno. Los asociadores recibirán la sentencia.


Aunque el Corán resulta muy poco explícito en lo tocante al papel de Jesús, la tradición musulmana recogida en los hadices cubre en parte ese vacío con algunos relatos, si bien poco precisos. Allí se imagina el es­perado retorno del Mesías Jesús, perfecto musulmán, que vendrá co­mo caudillo de los ejércitos en la batalla de la lucha final, derrotará a los enemigos de Dios y conseguirá el definitivo triunfo militar del islam, acabando con las demás religiones y aniquilando el judaísmo y el cris­tianismo. Así es como ciertos atisbos coránicos se reelaboraron en los hadices de Al-Bujari, por ejemplo, en uno de los relatos atribuidos a Abu Huraira, compañero de Mahoma:


«Abu Huraira lo narró. El enviado de Alá dijo: ‘Por aquel en cuyas manos está mi alma, es seguro que el hijo de María [Jesús] descenderá pronto entre vosotros y juzgará a la humanidad justamente. Él des­tro­zará la cruz y matará a los cerdos, y no habrá ninguna yizia [el tributo de los no musulmanes]. Habrá dinero en tal abundancia que nadie lo acep­tará, y una sola prosternación ante Dios será mejor que el mundo entero y cuanto contiene’. Abu Huraira añadió: Si lo deseáis, podéis recitar: ‘Y no habrá nadie entre las gentes del libro que no haya creído en él antes de su muerte. Y el día de la resurrección, él será testigo contra ellos’» (Al-Bujari 1997: volumen 4, hadiz 3448). Porque Jesús los va a juzgar «por la ley del Corán y no por la ley del Evangelio» (hadiz 3449; también Al-Bujari 1997: volumen 3, 2222).


De manera similar, los hadices de Abu Dawud ponen un relato pa­ralelo también en boca de Abu Huraira:


«Abu Huraira narró que el profeta dijo: ‘No hay profeta entre mí y él, refiriéndose a Jesús. Él descenderá y cuando lo veáis lo reconoceréis, un hombre de mediana estatura, con tez rojiza, vestido con dos prendas amarillas, con su cabeza chorreando sin estar mojada. Combatirá a las gentes por la causa del islam, y destrozará la cruz y matará a los cerdos, y abolirá la yizia. En su momento, Dios hará que perezcan todas las religiones excepto el islam, y él [Jesús] destruirá al Falso Mesías [Anti­cristo]. Permanecerá en la tierra durante cuarenta años, entonces morirá, y los musulmanes harán una oración fúnebre por él’» (Abu Dawud 2008, volumen 4, Libro de las grandes batallas, capítulo 14, hadiz 4324).


Así, pues, la función que el islam reserva a Jesús, a un Jesús maho­metizado, que reza el azalá y paga el azaque (Corán 44/19,31), tras haber dicho que no murió y que fue elevado hacia sí por Dios, es su retorno, al final de los tiempos. Lo reivindica como Mesías escatológico, caudillo guerrero de la lucha final, que capitaneará la conquista del mundo para el islam, destruirá la Iglesia cristiana (simbolizada por la cruz), exter­minará a los judíos (estigmatizados como cerdos en Corán 112/ 5,60), y juzgará al mundo entero. Su reino será, por tanto, plenamente de este mundo e instaurado por medio de la violencia. No está claro el signi­ficado de ese extraño estrambote de un reinado por cuarenta años, que concluye con la muerte del Mesías, a no ser que se trate de remachar la idea de su naturaleza mortal y meramente humana.


Estas fantasías apocalípticas se agitaban, sobre todo, en el pensa­miento de las huestes sarracenas, en medio de aquel contexto histórico de guerra bifronte: de sometimiento de las tribus y unificación árabe, y de agresión y conquista de tierras palestinas y sirias del Imperio romano oriental.


A pesar de todo, con el paso del tiempo, esta creencia escatológica y milenarista parece haber ido difuminándose bastante en la tradición is­lámica, hasta el punto de que el papel de mesías tendió a desplazarse hacia Mahoma, para ser luego ocupado, en este mundo, por el califa. A lo largo de su composición, mediante sustituciones, eliminaciones, inter­polaciones y reinterpretaciones, el Corán fue perfilando nuevos signi­ficados, que configuraron la religión política de los conquistadores ára­bes, al objeto de sacralizar su peculiar forma de despotismo oriental.



Jesús es superior a Mahoma, según el Corán


En este apartado no planteamos una comparación entre el Mahoma co­ránico y el Jesús neotestamentario, sino entre ambas figuras dentro del mismo Corán. ¿Cuál de las dos figuras aparece ahí como más importante, Mahoma, o Jesús? Lo cierto es que el personaje de Jesús delineado en el Corán posee características y atributos, algunos de ellos exclusivos, de los que el profeta árabe se halla absolutamente desprovisto en el mismo texto coránico. Más aún, allí se puede constatar que la predicación de Mahoma, de signo escatológico, no se refería a sí mismo, sino que estuvo centrada básicamente en el anuncio de la venida inminente de Jesús como Mesías (cfr. Gallez 2005).


La exaltación póstuma de Mahoma, su mitificación y las sutilezas para situarlo a la altura o por encima de Moisés y de Jesús no borraron las huellas del carácter tan excepcional que el Corán original concedía a Jesús. Veamos la comparación de algunos rasgos significativos, con las corres­pondientes referencias, de Jesús en el Corán frente a Mahoma en el mis­mo libro del Corán:


– Jesús fue concebido como un «niño puro», sin pecado (Corán 44/ 19,19). Mahoma debía pedir perdón por sus pecados (Corán 60/40,55; 95/47,19; 111/48,2).


– Jesús fue fortalecido con el Espíritu santo (Corán 87/2,87; 87/ 2,253; 112/5,110). De Mahoma no hay equivalente: de él solo se dice que el espíritu (el ángel) le bajó el libro (Corán 47/26,193; 70/16,102).


– Jesús descendía a la familia de Amrán, escogida por Dios (Corán 89/3,33). Mahoma no procedía de ninguna familia profética.


– Jesús es designado como el Mesías (Corán 89/3,45; etc.). Mahoma es llamado el sello de los profetas (Corán 90/33,40).


– Jesús fue anunciado desde su nacimiento como palabra de parte de Dios (Corán 89/3,45). Mahoma fue enviado solo como anunciador y advertidor (Corán 90/33,45; 39/7,188).


– Jesús hizo milagros (Corán 89/3,49-51; 112/5,110). Mahoma no realizó ningún milagro (Corán 50/17,90-93).


– Jesús no murió, sino que fue elevado hacia sí por Dios (Corán 89/3,55; 92/4,158). Mahoma murió y fue enterrado en Medina.


– Jesús retornará y tendrá un papel en el juicio del último día (Corán 92/4,159). Mahoma no tiene ningún papel en el juicio final.


– Jesús nació de una virgen escogida por Dios (Corán 89/3,45; 107/66,12). El Corán no dice ni una palabra del nacimiento de Mahoma.



El Jesús del Corán contradice al Jesús de los Evangelios


Nos centramos ahora en Jesús tal como lo presenta el Corán, para pre­guntarnos si corresponde, o no, al mismo Jesús descrito en el Nuevo testamento. Podemos encontrar pocos elementos más o menos coinciden­tes entre el Jesús del Corán y el Jesús de los Evangelios. Por ejemplo, que nació de una virgen, que hizo milagros, que es Palabra de Dios, Espíritu procedente de Dios, Mesías. Pero el personaje de Jesús descrito en el Corán ofrece fuertes contrastes con el de los relatos evangélicos. Estos presentan a Jesús como una figura singular, que conjuga en sí rasgos humanos y divinos, y que transmite un mensaje soterio­lógico muy diferente, con una concepción totalmente distinta del reino de Dios. Veamos, al respecto, una breve comparación, ahora entre el Jesús del Corán y el Jesús de los Evangelios:


– El Jesús coránico desmiente su filiación divina (
Corán 19,88-92; 112/5,116). En los Evangelios, es presentado como el Hijo de Dios he­cho hombre (Marcos 1,1; Mateo 16,16; Juan 20,31).


– En el Corán, Jesús es caracterizado exclusivamente como un siervo sometido a Dios (Corán 44/19,30; 92/4,172). Los Evangelios, en cam­bio, presentan a Jesús como Hijo de Dios y lo reconocen como el Señor (Marcos 16,19-20; Juan 5,18).


– En el Corán, Jesús es descrito como enviado y profeta (Corán 44/19,30; 87/2,136), y se le atribuye aun mayor categoría (87/2,253). En los Evangelios, es el Redentor o Salvador de la humanidad (Lucas 2,11; Romanos 3,24; 1 Corintios 1,30).


– En el Corán, Jesús no considera a Dios como Padre, sino como «Señor» (Corán 63/43,63;
89/3,49-51). En los Evangelios, se dirige a Dios como «Padre» y enseña a sus discípulos a llamarlo así en la oración del padrenuestro (Mateo 6,9 y 11,25).


– Para el Corán, Jesús es nieto de Amrán, el padre de María, consi­derada hermana de Aarón y Moisés (Corán 89/3,35-36; 107/66,12). Para los Evangelios esa genealogía carece de sentido (Lucas, cap. 1).


– El Jesús coránico exhorta a sus apóstoles al combate en la vía de Alá (Corán 89/3,52; 109/61,14), dando a entender que el Evangelio ava­la la violencia en nombre de la religión (Corán 113/9,111). Pero el Jesús de los Evangelios enseña a sus discípulos que renuncien a la violencia (Mateo 5,9 y 26,51-52; Lucas 9,54-55).


– El Jesús del Corán es como Adán, nada más que un hombre (Corán 89/3,59). El Jesús de los Evangelios es llamado Hijo de Dios vivo (Ma­teo 16,13-16) y el último Adán (1 Corintios 1,45).


– El Corán niega la muerte de Jesús y que fuera crucificado (
Corán 92/4,157-159). Los Evangelios narran detalladamente la pasión y muerte en la cruz (Marcos, cap. 15).


– El Corán afirma que Dios elevó hacia sí a Jesús, lo que supone negar su muerte y su resu­rrección (Corán 92/4,158-159). En los Evan­gelios es ab­so­lutamente fundamental la muerte y la re­surrección de Jesús (Marcos, cap. 16).


– Según el Corán, en el último día, en la hora, el Jesús elevado junto a Dios retornará para ser testigo (Corán 89/3,55; 92/4,158-159); y luego los hadices lo describen como Mesías guerrero. Según los Evangelios, el Mesías es pacífico y el reino de Dios se está desarrollando ya en la histo­ria (Lucas 17,20-21).


– El Corán dice que Jesús prenunció la venida futura de Mahoma (Corán 109/61,6). En los Evangelios, lo que Jesús anunció fue la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Juan 14,16-17).


– Según el Corán, Jesús, a ruegos de sus apóstoles, pidió a Dios que hiciera descender del cielo un banquete (Corán 112/5,112-115). En los Evangelios, Jesús celebró con sus apóstoles la última cena, donde insti­tuyó la eucaristía (Marcos 14,14-20).


Todas estas diferencias entre el Corán y los Evangelios afectan, sin duda, a lo esencial del personaje y su mensaje. No parece el mismo en absoluto, y ciertamente una y otra figura resultan antagónicas en su signi­ficación. No hay que recurrir a los primeros concilios de la Igle­sia para evidenciar un conflicto teológico y cristológico. Basta tener en cuenta el Nuevo testamento cuando leemos el Corán. Si no renunciamos a la lógica, concluiremos que resulta inviable cualquier concordismo y, mien­tras los textos sean los que son, será imposible conciliar ambas concepciones.



El Corán reniega de la enseñanza de Jesús en los Evangelios


Hemos visto cómo la figura de Jesús retratada en los textos fundacio­nales del islamismo y en los del cristianismo presenta rasgos contradic­torios. Pero no es solamente eso. Existen además discrepancias radicales en lo que respecta al contenido doctrinal. El Corán estatuye valores y normas que chocan con las enseñanzas de Jesús consignadas en los Evangelios cristianos, en aspectos estructuralmente relevantes. Veamos una comparación de la doctrina del Corán y la de Jesús en los Evangelios:


El Corán se concibe como un libro hecho descender de Dios, co­mo su palabra literal, eterna e inmutable (Corán 39/7,2). Jesús no divini­za ningún texto escrito, sino que él es la palabra que se comunica y que envía a todos el Espíritu (Juan 14,16-17; Hechos 1,1-4).


El Corán sacraliza un modelo de organización social, totalmente sometida a la Ley de Dios y su enviado (Corán 90/33,36). Jesús reconoce la legi­ti­midad propia de las leyes del Estado (Marcos 12,14-17).


– El Corán fija normas para la herencia, discriminatorias para la mujer (Corán 92/4,11-12). Jesús rehúsa intervenir como juez en el re­parto de una herencia (Lucas 12,13-14).


– El Corán impone como norma legal el principio del talión (
Corán 87/2,178-179, 194). Jesús, en el sermón de la montaña, critica y corrige la ley del talión (Mateo 5,38-42).


– El Corán manda flagelar con cien azotes a los adúlteros (Corán 102/24,2), e incluso había un versículo que mandaba la lapidación, desa­parecido del Corán, pero atestiguado por el califa Omar, una práctica que corroboran Ibn Hisham y Muslim. En cambio Jesús no condena a la mujer adúltera y la libra del castigo por lapidación (Juan 8,1-11).


– El Corán ordena amedrentar a los enemigos y combatir contra ellos por todos los medios, y también manda matarlos (Corán 88/8,39 y 60; 92/4,89). Jesús enseña el amor a los enemigos (Mateo 5,43-45).


– El Corán afirma que no hay que interceder por los que no creen, que Dios no los perdonará jamás (
Corán 104/63,6; 113/9,80). Jesús, en cambio, aboga por el perdón del extraviado como enseña en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32).


– El Corán estipula la supremacía masculina y el derecho del marido a pegar a su mujer, y a repudiarla (Corán 63/43,18; 92/4,34). Jesús de­fiende la igualdad de derechos de la mujer en el matrimonio y el divorcio (Marcos 10,2-16).


– El Corán legaliza en nombre de Dios la poligamia para los varones (
Corán 92/4,3). Jesús es partidario de la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio (Mateo 5,31-32).


– El Corán establece causas de pureza e impureza, y regula las obli­gación de las abluciones (Corán 92/4,43; 112/5,6). Y con este mismo motivo se impone luego la mutilación genital. Jesús apoya a sus discípu­los cuando no observan la tradición de purificarse (Mateo 15,1-3). Más tarde, sus apóstoles suprimieron la circuncisión.


– El Corán establece prohibiciones alimentarias (
Corán 87/2,172-173). Jesús declara puros todos los alimentos (Marcos 7,14-19).


– El Corán prohíbe el vino, al que califica como obra del demonio (
Corán 112/5,90). Jesús aprecia el vino y lo convierte en sacramento para su comunidad en la eucaristía (Mateo 26,27-29).


– El Corán prescribe y reglamenta como obligatorio el ayuno en el mes de rama­dán (Corán 87/2,183-185). Jesús aconseja ayunar en privado (Mateo 6,16-18) y levanta a sus discípulos la obligación de ayunar (Mateo 9,14-15).


– El Corán manda rezar mirando al santuario sagrado [de La Meca] (Corán 87/2,144). Jesús afirma que no hay un templo más santo que otro para adorar a Dios (Juan 4,20-23).


– El Corán manda expandir la religión utilizando la fuerza armada contra los no creyentes (Corán 88/8,39; 113/9,5). Jesús actúa pacífica­mente, predicando el reino de Dios y curando, y manda hacer lo mismo a sus discípulos (Mateo 4,23; 28,19-20).


Estas diáfanas discrepancias suponen opciones contrapuestas, inclu­so contradictorias, muy significativas y de alcance estructural. Como ya s
abemos, los mitos y las concepciones de la historia, los valores éticos y los ritos, religiosos o no, codifican y transmiten en la sociedad estructu­ras semánticas, modelos de interpretación y acción, que, una vez asimi­lados mentalmente, filtran la percepción del mundo y preprograman el comportamiento de la gente en las relaciones sociales, interhumanas y con la naturaleza.


La doctrina del Corán constituye el principal fundamento del dere­cho islámico, junto con la biografía y los dichos de Mahoma, los comen­tarios de los exegetas musulmanes y los dictámenes de las escuelas de jurisprudencia: un orden jurídico teocrático, por cuanto anula toda posi­bilidad de que haya sociedad civil fuera del Estado-religión.



La superposición de capas semánticas en el texto coránico


Las disonancias teológicas y normativas, tan habituales entre las suras e incluso dentro de una misma sura del Corán, se hallan presentes igual­mente en el tema de Jesús, con oscilaciones o cambios que derivan hacia una progresiva apropiación de su figura, probablemente heredada del nazarenismo, hasta llegar a concebirlo como un simple hombre, un pro­feta sumiso a la Ley de Moisés, portavoz del mesianismo milenarista y militar en el que fraguó finalmente el movimiento de Mahoma.


En primer lugar, en lo que concierne a la cristología coránica, o al estatus de Jesús, se plantea si realmente asume atributos singulares en función de su mesianidad y su designación como Palabra de Dios, o bien es solo un profeta como otros. Pues bien, podemos distinguir tres estratos, cuyo orden cronológico hay que entender en relación con el cambiante tras­fondo político y teológico de la segunda mitad del siglo VII. Al parecer, hubo una evolución hacia una postura más favorable a los cristianos en la época de Muawiya, con una valoración más elevada de Jesús, para ir posteriormente, bajo el gobierno de Abd Al-Malik, reduciendo su papel, hasta dejarlo en un profeta como los demás (cfr. Segovia
2018).


Capa A. La capa redaccional más antigua del Corán contenía una caracterización del Mesías abierta y exenta de polémica, que luego sería remodelada, a medida que se desarrolló, primero, un sincretismo más bien tolerante y, después, un monoteísmo excluyente, asociado a la exal­tación del profetismo de Mahoma.


Capa B. Los pasajes más procristianos reconocen en Jesús una es­pecificidad preeminente, expresada en su nacimiento, su designación co­mo
Palabra de Dios, Espíritu de Dios, juez del último día, que le confie­ren una categoría superior a todos los demás enviados, situándolo al menos a la altura de Moisés y Abrahán.


Capa C. La última capa se significación, abiertamente anticristiana, niega la crucifixión de Jesús y lo coloca como uno más en la serie de los pro­fetas, entre los que no se hace distinción y que siempre transmiten el mismo mensaje. Incluso se lo convierte en precursor que anunció la fu­tura lle­gada de Mahoma.


En segundo lugar, probablemente en sincronía con lo anterior, está la controvertida cuestión de la muerte de Jesús. También aquí cabe deslin­dar varias capas de significación soterradas en el texto, donde a veces aparecen entremezcladas:


Capa A. El versículo que pone en boca de Jesús «el día que muera y el día que sea resucitado» parece implicar la aceptación de que Jesús mu­rió. Y hablar de resurrección también está suponiendo la muerte.


Capa B. Se incorpora la versión gnóstica de que el Mesías no pudo sufrir la muerte, sino que otro fue crucificado en su lugar, o bien que la crucifixión fue solo aparente.


Capa C. Que Dios lo llamó y lo elevó hacia sí, donde permanece en espera de su regreso escatológico el último día. Esa llamada puede enten­derse con independencia de la muerte en la cruz o en relación con ella.


En fin, por lo que se refiere a la misión o actividad desarrollada por Jesús, conforme evoluciona la interpretación del vínculo del Mesías con Dios, se detecta una sustracción progresiva de las competencias sobre­naturales del personaje:


Capa A. En el estrato más primitivo, representado por el texto que narra la concepción y el nacimiento de Jesús, vemos su exaltación como Palabra de Dios, Espíritu, Mesías, destinado a ser signo, a impartir ver­dad y mise­ricordia.


Capa B. Se le reserva un puesto como Mesías del último día y testigo ante Dios en el juicio final. Y se dice también que quienes hayan creído en él se salvarán.


Capa C. Crece la polémica contra la filiación divina de Jesús, califi­cado solamente como hijo de María, solo un siervo de Dios, un humano como Adán, un profeta que confirma a Moisés y trae el Evangelio.


Capa D. Los grandes títulos (Palabra de Dios, Espíritu, Mesías) quedan en una titulatura vacía, que ya no significa nada. Desaparece el mensaje propio de Jesús, que se asimila finalmente con el de Mahoma como profeta armado que convoca a la yihad: Jesús exhorta a sus após­toles a ser «auxiliares» de Dios, que son el modelo de referencia del com­bate para someter el mundo a la religión islámica.


La existencia de capas sucesivas pone de relieve una evolución ideo­lógica, o teológica, con la que está directamente relacionada la doc­trina de la abrogación, que establece que la capa última o más reciente es la que vale, mientras que las precedentes han dejado de tener vigencia ju­rídica y dogmática. No obstante, los versículos abrogados se man­tienen en el texto y en su recitación, y se utilizan para citarlos hábilmente, cada vez que convenga a la yihad propagandística.



Las conclusiones acerca de la figura de Jesús en el Corán


Hemos comprobado cómo el Corán se apropia de la figura de Jesús co­mo si fuera un profeta islámico, y lo hace a costa de borrar su perfil cristiano. Tergiversa su lugar concreto en la historia, pues lo inserta en el ciclo de Moisés, como si fuera sobrino de este, afirmando que María, la madre de Jesús, era hermana de Aarón. Así, deja un Mesías apenas reconocible: lo despoja de su progenitura o filiación divina, lo expropia de su mensaje, de su vida y su crucifixión y, por tanto, de su resurrección, negando su papel como salvador de la humanidad. Omite toda referencia a la comunicación del Espíritu Santo a los discípulos en Pentecostés. Sin duda, lo más sorprendente es la negación de un hecho tan fundamental como la pasión y la muerte de Jesús. En definitiva, en el Corán, el men­saje de Jesús carece de toda especificidad, ha sido mahometizado y no refleja en absoluto el contenido del Nuevo testamento cristiano.


Resulta evidente que la figura del Jesús coránico, en su conjunto, se ha elaborado con la finalidad de rechazar polémicamente la figura del Jesús evangélico, suplantándola con un Jesús musulmán. Esa insistencia en la controversia hay que explicarla, en buena medida, por referencia al contexto: con toda probabilidad, el predicador se dirigía y se enfrentaba a unos árabes que ya eran cristianos de antemano, por lo que se veía en la necesidad de convencerlos y de refutar sus creencias.


En particular, hay algunas tesis del Corán que colisionan de frente con los hechos despejados por la historia y la exégesis. Y esto afecta, se quiera o no, a la teología que pretende argumentar con tales tesis. Aparte del cuestionamiento de la crucifixión y muerte de Jesús, cabe impugnar la aserción aparentemente inocua de que Dios dio a Jesús el libro del Evangelio, y también la conjetura de que Jesús habría anunciado la ve­nida de Mahoma.


Es irrenunciable concluir que existen muchas más divergencias que coincidencias entre la figura de Jesús descrita en el Corán y la que aparece en el Evangelio. En otras palabras, el Corán desconoce en gran medida al Jesús de los Evangelios, o lo oculta y lo distorsiona hasta volverlo irreconocible.


La interpretación anticristiana de Jesús en el Corán sería reforzada luego por los comentadores musulmanes a lo largo de la historia. Véase, como ejemplo ilustrativo, el artículo sobre la supuesta evidencia bíblica de que Jesús era solo un siervo de Dios y no participaba de la divinidad (Al-Hilali 2011: 1025-1032), apéndice en una traducción inglesa del Corán, patrocinada por el gobierno de Arabia Saudí. Observaremos una extrema manipulación, destinada a presentar un Jesús travestido por en­tero en profeta musulmán.


El islam, fiel al Corán, no está dispuesto a reconocer en el Mesías Jesús ninguno de los atributos específicos que le otorga la tradición cris­tiana, que fueron rechazados al construir el Jesús coránico mahometi­zado, reducido a la condición de profeta musulmán, a quien se confiere la función estratégica de consolidar el núcleo del sistema islámico: un sistema que se configuró históricamente, desde sus orígenes, en abierta ofensiva contra el cristianismo.


La cristología coránica, desde su enfrentamiento inicial con la Iglesia imperial, negó la filiación divina de Jesús: afirma que es el Mesías, en­viado de Dios, palabra de Dios, pero no hijo de Dios. En conse­cuencia, también rechaza llamar a los humanos «hijos de Dios» (Corán 112/5,18); en su lugar, los categoriza como siervos o «esclavos de Dios». No puede concebir la alianza de Dios fundada en una relación de amor a un pueblo o a la humanidad. La actitud del hombre hacia la divinidad tampoco re­quiere amor, sino que basta el temor, la sumisión a sus man­datos, la ser­vidumbre a su Ley. Esto se traducirá his­tó­ri­camente en la práctica de la obediencia servil al poder del califa (investido vicario o virrey de Dios).


Al no reconocerse a todos los humanos, en general, como hijos de Dios, deja de haber fundamento para considerarlos iguales en cuanto sujetos de derechos. Pues, para el islam, el derecho solo se le reconoce propiamente a los creyentes. Quienes no se avengan a ser musulmanes son, por principio, merecedores de castigo. Más aún, la Ley islámica legisla como un deber sagrado el atacarlos y someterlos.


Salvo que cerremos los ojos, las figuras contrapuestas de Jesús en el Corán y Jesús en los Evangelios ponen de relieve la divergencia y la in­compatibilidad entre los dos sistemas. La historia nos muestra, además, el antagonismo entre las civilizaciones que se inspiraron en uno y en otro. En realidad, no es posible acercarse al islam sin alejarse del cris­tianismo. No es posible compaginar la sumisión servil y la libertad. Por eso, es necesario saber, para no caer en las redes del engaño apologético o en la seudología del diálogo cristiano-musulmán.


En conclusión, la imagen de Jesús fabricada en el Corán diverge radicalmente del Jesús de los Evangelios. El Corán es un libro fron­tal­mente anticristiano. Y el Jesús del Corán es un mesías que, para­dó­ji­ca­mente, milita en contra del cristianismo.



Las incoherencias históricas y exegéticas


Con el propósito de hacer verosímil y aceptable el profetismo de Ma­homa, el Corán desarrolla un teologúmeno, o tópico teológico, que es central en su planteamiento, según el cual Dios envía a cada pueblo un profeta, y le entrega un libro, a lo que se añade la aserción de que todos los profetas son equivalentes, pues sería idéntico su mensaje. Pero se­mejante tesis colisiona con serias dificultades.


En primer lugar, el propio Corán refuta la tesis de que cada pueblo tiene su profeta, en la que se quería apoyar el que Mahoma fuera el pro­feta enviado a los árabes, puesto que en el mismo Corán se men­cionan otros tres, Salih, Hud y Suaib, enviados respectivamente a los tamudeos, los aditas y los madianitas, todos ellos árabes. Por otro lado, al pueblo de Israel, Dios envió no uno, sino numerosos profetas. Aparte de que la Biblia no es un solo libro, sino más de cuarenta. Y, además, sería fácil en­contrar mu
­chos pueblos a los que no llegó ningún profeta.


Segundo, en cuanto a la proposición de que todos los profetas son equiparables y su mensaje es el mismo, los capítulos coránicos no se muestran constantes, puesto que llegan a descalificar los demás libros sagrados, con la acusación de que han sido falseados. La inconsecuencia parece tan clara como su propósito, que no es otro que reivindicar como único el Corán, y enaltecer a Mahoma como el último y definitivo pro­feta, que barre de la escena a todos los demás.


Y tercero, porque tampoco existen pruebas que corroboren la idea de que cada profeta ha aportado un libro de parte de Dios. Por ejemplo, no hay libro de Elías, o de Juan Bautista y de tantos otros. Ese teologú­meno sobre el profetismo tiene una base errónea desde el principio, máxime en lo que respecta a Jesús, como veremos a continuación.



Jesús no recibió ningún libro del Evangelio
, al modo de lo que se imagina que recibió Moisés u otros profetas. No se puede dar crédito a esta idea coránica, por mucho que se repita. Pese a que el Corán designa al pueblo israelita como «pueblo del Libro», entendiendo por libro la Torá de Moisés, es decir, la Biblia hebrea, o más precisamente el Tanaj judío, debemos tener en cuenta que más que un libro consiste en una colección de libros, de distintos autores y épocas. El libro del Éxodo relata que Dios entregó a Moisés las Tablas de la Ley, solamente. Lo que no tiene mucho sentido es que el Corán diga que Dios hizo descender «un libro» sobre Moisés, por muy metafóricamente que se entienda.


Menos aún tiene sentido afirmar, como hace el Corán, que Dios le dio a Jesús «el libro» (Corán 44/19,30), o que hizo descender sobre él «el libro con la verdad», «el Evangelio» (Corán 89/3,3; 94/57,27; 112/5,46). Porque, según todo lo que sabemos, ni el Jesús histórico escribió, ni en términos míticos recibió ningún libro. El Nuevo testamento consta de 27 escritos y todos son obras posteriores de apóstoles o discípulos suyos, que los compusieron en la segunda mitad del siglo I, en lengua griega, y no en el arameo hablado por Jesús. Para la tradición cristiana, la impor­tancia de Jesús no reside en un libro, sino, ante todo, en el significado de su persona, sus hechos y palabras, su muerte y resurrección.


A todas luces, la especulación de una entrega de libros por parte de Dios a sus enviados sirve de marco de legitimación donde insertar a Ma­homa y el Corán, el profeta y su libro. No parece tener otro objetivo que salvar la creencia de que el Corán es un libro hecho descender sobre Mahoma, obviando así el proceso de su formación histórica.



Jesús nunca anunció la futura venida de Mahoma
. La elucubración musul­mana pretende también que Jesús, cuando prometió la llegada de un paráclito, estaba anunciando al futuro profeta Mahoma. Pero esto con­trasta con el texto evangélico, donde Jesús no anuncia a ningún profeta ulterior, puesto que, todo lo contrario, niega expresamente que haya que esperar a otro.


«Entonces, si alguien os dice que el Mesías está aquí o allí, no le ha­gáis caso. Pues surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán prodi­gios y portentos, hasta el punto de engañar, si fuera posible, a los elegi­dos» (Marcos 13,21-22).


La exégesis profesional es unánime en que Jesús no anunció en ab­soluto la venida futura de ningún profeta, sino que lo que prometió a sus apóstoles fue que les iba a enviar al Espíritu Santo:


«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14,26). Y, en efecto, el acontecimiento de esta venida se escenifica en el relato del mismo evangelista (Juan 20,22-23), así como en los Hechos de los apóstoles (Hechos 2,1-4).



Jesús tampoco dijo nunca que su madre fuera diosa. En dos suras afloran los que parecen ataques un tanto crípticos y opacos a la teología de la Tri­nidad (vinculada a la filiación divina de Jesús). En una aleya leemos: «No digáis ‘Tres’. Absteneos, es mejor para vosotros. Dios no es más que un solo Dios» (Corán 92/4,171). Sin embargo, no define ni matiza ningún concepto: ¿acaso tres dioses? Eso carece de sentido para el dogma cris­tiano. Refleja más bien la idea de las tres diosas, Lat, Uzza y Manat, cuya intercesión tentó a Mahoma en los llamados versículos satánicos (Corán 23/53,19-20). Otro pasaje carga contra los que dicen «Dios es el Mesías» y «Dios es el tercero de tres» (Corán 112/5,72-73), porque no hay más que un único Dios. Si esta es la razón, el cristianismo también lo afirma la unidad y unicidad de Dios. Por último, el Corán hace que Jesús des­mienta haber dicho «Tomadme a mí y a mi madre como dos dioses, además de Dios» (Corán 112/5,116). ¿Pero dijo nada semejante alguna vez? Quizá haya otra explicación, según algunos expertos. Cabe decir: ¡Oh, Corán! No exageres en tu crítica a la religión cristiana, caricaturi­zando su concepción de Dios. Porque, en ella, ni son tres dioses, ni son numerables como primero, segundo y tercero, ni la madre de Jesús es una deidad. Para disentir, primero habría que entender.


En el fondo, lo más verosímil es que la disputa no pretende tanto argumentar, sino demarcar el terreno frente a la corriente mayoritaria del cristianismo. No se trataba de ganar un debate teológico, sino de reforzar ideológicamente la dominación política ejercida sobre unos súbditos entonces to­davía cristianos en su mayoría.


Esas objeciones históricas y exegéticas, junto a otras que podrían aducirse, no son inocuas para la argumentación del Corán en pro del profetismo de Mahoma, porque hacen ver hasta qué punto se basa en afirmaciones gratuitas, si es que no en suposiciones erróneas o invencio­nes ad hoc. Los contenidos de los enunciados teológicos, por su propia esencia, no son refutables mediante métodos empíricos, aunque siempre sean debatibles filosóficamente. Pero los asertos históricos sí pueden, y deben, ser examinados desde criterios de historicidad. Asimismo, el sen­tido de un texto puede ser aclarado por la filología y la exégesis, de mane­ra que determinados hechos e interpretaciones queden definitivamente descartados. No es cierto que haya venido un profeta a cada nación. No es cierto que todo profeta reciba o escriba un libro. No es cierto que Mahoma fuera el primer profeta enviado a los árabes. Ni es cierto que los árabes del primer tercio del siglo VII fueran politeístas, pues hoy se sabe que en su mayoría eran entonces cristianos de distintas iglesias (cfr. Robin y Tayran 2012).



El absurdo de un Jesús que refrenda la Ley islámica


Hay una perversión de fondo en presentar la figura de Jesús como al­guien sometido al orden coránico del azalá y el azaque (Corán 44/19,31), que asume la función de confirmar lo que había antes de él en la Torá (Corán, 89/3,50; 109/61,6; 112/5,46), y que incluso exhorta a la yihad (Corán 109/61,14). Todo esto, agravado por el hecho de que, en la ver­sión coránica, confirmar la Ley de Moisés no significa otra cosa, en úl­tima instancia, que atenerse a lo que manda la Ley de Mahoma. De tal modo que es el Dios del Corán, pretendidamente refrendado por el Jesús mahometizado, quien ordena, entre sus incontables preceptos, ejercer la opresión sobre los no musulmanes, sobre los judíos y los cristianos, so­bre los esclavos y sobre las mujeres.


Históricamente, la Ley islámica no es sino la que los juristas musul­manes codificaron bajo el poder califal, durante los siglos VIII y IX. Pero, desde antes, sus bases están puestas en el Corán. Y cuando este presenta a un Jesús que legitima la Ley islámica, lo sitúa en las antípodas de todo lo que sabemos por el Nuevo testamento. Porque esa concepción de la ley se clausura en una especie de totalitarismo teológico y jurídico, del que ya no se puede salir, al haberla divinizado. No hay posibilidad de modificar la ley. En ella no tiene cabida la libertad personal, ni las liber­tades políticas, ni menos aún la libertad religiosa. No es de extrañar que, todavía hoy, los Estados musul­ma­nes sigan rechazando suscribir la de­claración universal de los dere­chos humanos.


Lejos de las ubicuas y oscuras campañas para camuflar la significa­ción real de la saría, la ley islámica, con el propósito de engañar a los desinformados, es más necesario que nunca poner de manifiesto su in­trínseca incompatibilidad con la con­cepción occidental del derecho. Tan incompatible como hemos visto que es el Jesús del Corán con respecto al Jesús del Evangelio.


 

Capítulo 8. Los componentes rituales del sistema islámico