El sistema
islámico
8. Los
componentes rituales del sistema islámico
PEDRO GÓMEZ
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- Las acciones simbólicas
marcan la vida del musulmán
- Los cinco pilares del ritual
islámico
- La profesión de fe islámica
- El rezo en prosternación
- El pago del tributo
- El ayuno durante el mes de
ramadán
- La ida en peregrinación a La Meca
- La circuncisión
masculina y femenina
- Los contrastes de actitud
con el cristianismo
Las acciones
simbólicas marcan la
vida del musulmán
La forma expresiva
del rito abarca numerosas
acciones de índole simbólica, acompañadas de palabras que repiten las
narraciones
históricas o mitológicas, que se evocan y dramatizan. El grupo de los
creyentes
participa colectivamente, renovando la visión del mundo compartida.
Por medio
de la puesta en escena de estas acciones rituales, estrictamente
codificadas,
los fieles refuerzan su fe y orientan sus vivencias individuales. Los
ritos
troquelan y canalizan sus
emociones vinculándolas a los relatos míticos, que exaltan historias
modélicas,
de modo que inducen a la identificación íntima con los valores preconizados y a la imitación
de los papeles sociales
tipificados por los personajes del relato.
La
doctrina de la religión islámica, en el sunismo mayoritario, suele
presentar
catequéticamente los llamados «cinco pilares del islam», como si para
ser
musulmán bastara con cumplir esas contadas obligaciones. Como veremos,
la
realidad no es tan simple, ni tan inocente, como puede parecer a
primera vista.
Hay
rituales para todas las ocasiones y en todos los momentos de la vida
musulmana,
inmersa por completo en un ámbito de regulaciones religiosas que no
dejan
resquicio para la actuación libre, porque todo está sacralizado.
Algunos de los
rituales requieren realizarse en lugares sagrados, como las mezquitas,
pero
existen algunos santuarios principales del islam, vinculados a su
historia,
entre ellos la mezquita Al-Aqsa de Jerusalén, y en particular los dos
santos
lugares de Medina y La Meca.
Aparte
de los llamados cinco pilares islámicos, hay otras muchas
estipulaciones de
carácter ritual que afectan a los diferentes ámbitos de la vida
cotidiana o
festiva. En la sociedad islámica, se imponen normas de pureza que fijan
lo
legalmente puro y lo impuro, lo lícito y lo ilícito; la circuncisión
masculina
y femenina; las reglamentaciones alimentarias; las prescripciones
indumentarias, como el velo de las mujeres y otras. Es preceptiva la
observancia de un día sagrado semanal, fijado el viernes en la mezquita
(Corán
110/62,9). Además, existe un calendario de fiestas conmemorativas a lo
largo
del año, en las que se celebra la hégira o inicio del año, la muerte
del
profeta, el ramadán, el sacrificio del cordero, etc. En conjunto,
encontramos
una fuerte ritualización y sacralización de la vida entera, tanto
pública como
privada, que pone de manifiesto la tendencia totalista del sistema
islámico.
Los cinco
pilares del ritual islámico
Respecto al ritual islámico, se
suele hablar tópicamente de
los llamados
cinco pilares del islam, que aluden a otros tantos temas del islamismo: testimoniar la profesión de fe,
acudir al rezo, pagar el tributo,
ayunar en ramadán, y hacer la peregrinación a los santos lugares de La
Meca.
Pero
tengamos en cuenta que lo
que el Corán exige al creyente no es tanto manifestar una fe personal,
sino,
ante todo, cumplir con lo que está mandado: acudir al rezo, pagar el
tributo y
obedecer dócilmente en todo. El Corán se refiere también al ayuno y la
peregrinación, aunque lo hace en términos un tanto imprecisos. Lo que
sí
aparece con total claridad es la convocatoria a los creyentes para
enrolarse y
combatir en la yihad, una acción a la vez ritual y militar.
La
referencia emblemática a los
cinco pilares del islam no significa en absoluto, como ya he dicho, que
sean
los únicos deberes para ser musulmán, pues la religión islámica impone
a los
creyentes otras innumerables obligaciones, de orden dogmático,
simbólico y
práctico. Todas ellas se basan en varias fuentes: el Corán, la llamada
tradición del profeta y los comentarios clásicos. Sobre ellos se
edificó la Ley
islámica, acompañada de una extensa jurisprudencia. El mandato divino
de imponer
esa Ley, como finalidad de todo el sistema, es lo que legitima, a ojos
de los
musulmanes, el recurso a la yihad como verdadero instrumento que
sustenta
todos los pilares.
No
obstante, aunque luego se
agreguen otras exigencias, las aleyas que definen las condiciones
mínimas para
ingresar en la religión de Mahoma, las concretan estrictamente en
elevar el
rezo y pagar el tributo. Esto constituyó, en el islam emergente, el
principal
significante que comprometía a la «sumisión» y cuanto esta comportaba.
«No
se les ordenó más que adorar a Dios, dedicándole la religión, siendo
rectos,
cumplir con el rezo y dar el tributo. Esta es la religión elevada»
(Corán
100/98,5).
«Es él
quien os eligió. No os
ha puesto ninguna carga en la religión. [Seguid] la religión de vuestro
padre
Abraham. Es él quien os ha nombrado, antes, los sumisos (...) Elevad
el rezo y
dad el tributo. Protegeos junto a Dios» (Corán 103/22,78).
«Pero
si se arrepienten, elevan
el rezo y dan el tributo, serán vuestros hermanos en religión» (Corán
113/9,11).
La
actitud fundamental para el
culto islámico no es el amor a Dios, sino el temor reverencial a Dios,
en el
que el musulmán debe perseverar hasta el día de su muerte:
«¡Vosotros
que habéis creído!
Temed a Dios como debe ser temido, y no muráis sino como sumisos»
(Corán
89/3,102).
En
efecto, los rituales
islámicos van enfocados a acrecentar el temor a Dios, a fin de reforzar
la obediencia
a él y a Mahoma, pues «quien obedece al enviado ha obedecido a Dios»
(Corán
92/4,80).
Con
toda propiedad, «la palabra
islam significa rendición absoluta, claudicación ante Alá». Supone
experimentar
la «terrorífica inmensidad» de Dios. «A ese terror ante Alá se le llama
en
árabe táqwa.
Y
los que lo padecen son llamados muttaqin,
los hombres verdaderos», según una guía básica del islam:
De los
cinco pilares, el
primero y el último, la profesión de fe y la peregrinación, solo
obligan al
muslim una vez en la vida, mientras que los otros tres deben repetirse
en
ciclos de tiempo regulares. En realidad, estas prácticas cultuales no
son
originales, puesto que preexistían ya y expresaban lo más típico de la
religión
judía: la proclamación del monoteísmo de Yahvéh y la peregrinación al
templo
de Jerusalén, junto a las buenas obras que hacen justo al hombre ante
Dios. Y
estas buenas obras eran precisamente la limosna, la oración y el ayuno.
Vamos a
analizar cada una de las obligaciones rituales.
La
profesión de fe
islámica
El ritual de entrada al sistema
islámico, de adhesión del
creyente a la
religión islámica, que implica la incorporación al pueblo de Mahoma, se
efectúa
mediante la profesión de fe. En árabe, se dice shahāda,
y tiene el sentido de declarar o testimoniar. El musulmán
utiliza la misma fórmula para manifestar la pertenencia a la comunidad
musulmana. El neófito, debidamente preparado mediante la purificación (tahāra), debe pronunciar la shahāda
delante de, al menos, dos
testigos musulmanes, con la fórmula: «No hay más dios que Dios, y
Mahoma es el
enviado de Dios» (Lā ilāha illā Allāh, wa Muhammadun rasūl Allāh).
A esta
fórmula canónica, los
chiíes añaden un tercer artículo de fe: «y
Alí es el representante de Dios» (wa Alīyun wāliyu Allāh).
El
enunciado literal completo
de esa profesión de fe no se encuentra en el libro del Corán. Tampoco
hay
ninguna prueba de que se utilizara en tales términos en tiempos de
Mahoma. De
los dos miembros del enunciado, solo el primero se halla en el texto
coránico,
donde la frase «no hay más dios que…» se repite 39 veces.
«No hay
más dios que Dios»
(Corán 38/38,65; 56/37,35; 89/3,62).
Este
primer artículo de fe está
tomado directamente del monoteísmo judío: «Yo soy el Señor, y no hay
otro;
fuera de mí no hay dios» (Isaías 45,5). Y, en su origen, según consta
en el
Corán, este enunciado simple era el único artículo de la profesión de
fe. El
requerimiento de adorar a un solo Dios se repite obsesivamente, hasta
271
veces, en el Corán, de diversas maneras.
El
segundo miembro de la
fórmula es una adición que reza «Mahoma es el enviado de Dios».
Observemos que
dice «enviado), y no «profeta». Los musulmanes suelen estar convencidos
de que
la frase está tomada del Corán (111/48,29). Pero lo cierto es que, en
este
versículo, el término «mahoma» (mhmd) no es un nombre propio,
sino un
adjetivo que puede traducirse como bendito, de modo que diría:
«Bendito
sea el enviado de Dios». Además, es probable que sea una interpolación
posterior, según el análisis codicológico. Ese segundo miembro se debió
incluir
en la profesión de fe, como pronto, durante el reinado de Abd
Al-Malik.
Hay
otras tres citas coránicas
que se suelen aducir como base para el segundo artículo de la profesión
de fe.
Son estas, en el orden cronológico de los capítulos propuesto por
Al-Azhar:
«¡Oh
humanos! (…) Creed en
Dios, en su enviado, el profeta de los gentiles» (Corán 39/7,158). En
este
caso, los filólogos coinciden en que este versículo entero es una
interpolación
tardía.
«¡Vosotros
que habéis creído!
Creed en Dios, en su enviado, en el libro que hizo descender sobre su
enviado y
en el libro que hizo descender antes» (Corán 92/4,136).
«Los
creyentes son solamente los que han creído en Dios y en su enviado, y luego no han dudado y han luchado con sus
fortunas y sus personas en el camino de Dios » (Corán
106/49,15).
Ninguno
de estas tres citas
contiene la fórmula literal. Por otro lado, sabemos que la designación
de
Mahoma como «enviado» solo se encuentra en capítulos posteriores a la
hégira.
Y llamarlo «enviado» no parece razón suficiente para incluirlo en el
credo.
Esa
adición es problemática, ya
que, al introducir a Mahoma en la profesión de fe islámica, lo
convierte de
hecho en objeto de fe: alguien en quien es obligatorio creer como
enviado de
Dios. Seguramente el Mahoma histórico nunca
habría
admitido ser asociado a Dios de ese modo.
Parece
claro que la fórmula de
fe islámica que se hizo oficial expresa la apoteosis de Mahoma,
título
honorífico convertido en nombre propio. Esta asociación del enviado con
Dios
implicaría, en cierto modo, su divinización, al instituir un vínculo
tan
indisociable con la divinidad e incluirlo en el núcleo de la fórmula
canónica
de fe.
Un
efecto del relieve dado a
Mahoma en la profesión de fe, donde se le asocia con la divinidad, y si
a la
vez tenemos en cuenta lo que el profeta armado manda, es que, en el
islam, carecen
de importancia y hasta llegan a anularse los aspectos íntimos o
místicos de la
relación personal con Dios, para ser reemplazados en la práctica por
la
obediencia a los mandatos de Mahoma. Y de manera similar, en la fase
ulterior, son
sustituidos por el sometimiento a la autoridad política.
«Temed
a Dios y obedecedme a
mí» (Corán 47/26,108).
«Elevad
el rezo, dad el tributo, y
obedeced a Dios y a su enviado» (Corán 90/33,33; igual en 105/58,13).
«Elevad
el rezo, dad el
tributo, y obedeced al enviado» (Corán 102/ 24,56)
«¡Vosotros
que habéis creído! Obedeced a
Dios, obedeced al enviado y a los que entre vosotros tienen autoridad»
(Corán
92/4,59).
La fe
islámica no consiste en
una vivencia interior, ni aporta una experiencia mística. Lo que
requiere es
el compromiso de canalizar todas las energías para la
territorialización de la
religión, por todos los medios que sistematiza el derecho islámico
(cfr. Qadr
2019: 183).
La
profesión de fe, junto con
«¡Alá es grande!», servía como grito de guerra a las huestes de Mahoma
en el
fragor de la batalla: «¡No hay más dios que Dios!».
Por
último, el contenido
dogmático de la profesión de fe islámica no se resume en un credo tan
simple
como aparenta y algunos encomian. Bastará consultar la formulación
recogida en
el credo de Al-Tahawi (853-933), Aqida
al-Tahawiya, cuya doctrina contiene más de cien artículos de fe
obligatorios para todos los suníes.
Y esto
no es todo, porque la
incorporación al pueblo musulmán, a la umma islámica, aunque no
se diga
inequívocamente en el Corán, exige infligir una marca en el cuerpo,
mediante la
circuncisión, tanto masculina como femenina (cfr. Aldeeb, 2012:
127-177). Esta
forma de mutilación genital viene a ser como un equivalente del
bautismo
cristiano, pero de carácter sangriento.
Por
último, es pertinente
subrayar que la fórmula de fe islámica debe interpretarse también como
una
taxativa declaración antitrinitaria, esto es, una toma de posición
anticristiana.
La
adoración estricta de solo
Dios, tan exaltada por los muslimes, se halla un tanto amortiguada por
ciertas
actitudes inherentes a la práctica islámica, entre ellas la veneración
de una
piedra negra en la Caaba, la idolatración de la letra del Corán, la
devoción
fetichista por los preceptos coránicos, el endiosamiento de un libro
cuyo
original imaginan eterno como Dios, la reverencia hacia Mahoma, al que
se ha
divinizado en cierto grado, al darle culto en la profesión de fe, como
enviado
de Dios, y cada vez que se tienen por divinas unas palabras que él
pronunció. El
mismo significado cabe interpretar cuando se exhibe el nombre de Mahoma
escrito
en un artístico medallón, situado en lugar eminente, en simetría con el
medallón que muestra el nombre de Alá, tal como podemos ver en las
grandes
mezquitas.
El rezo en
prosternación
El Corán manda elevar el rezo dos
veces al día. Pero luego,
históricamente,
la tradición estableció rezar el azalá cinco veces: al amanecer, a
mediodía, a
media tarde, al anochecer y por la noche. La forma de rezar que
identifica al
islam se atiene a un comportamiento que ha de seguir reglas estrictas,
como
abluciones para purificarse ritualmente, gestos corporales,
prosternaciones,
plegarias predeterminadas (como la primera sura coránica), etc. El
cumplimiento
de la adoración de Dios es de naturaleza pública y su significación
está en perfecta
sintonía con el conjunto del sistema religioso y político.
Para el
islam es fundamental la
mezquita. Su idea de santuario o casa de Dios procede de la concepción
judía
del templo de Jerusalén, destruido el año 70, pero idealizado por el
mesianismo apocalíptico. Según la propia tradición muslímica, Mahoma y
el
protoislam, al hacer el rezo, miraban hacia Jerusalén. Y el califa
Omar, nada
más tomar Jerusalén, ordenó construir allí un santuario en el monte del
templo.
Solo más tarde se orientaría la alquibla hacia la mezquita de La Meca.
El
texto coránico ordena
reiteradamente, hasta 75 veces, hacer el rezo público o azalá (en árabe
salāh). De esta palabra parecen
derivar
etimológicamente en español varios vocablos: zalá, zalama, zalamería,
zalamero,
zalema (reverencia en señal de sumisión). Pero volvamos al Corán para
considerar una recopilación de citas seleccionadas concernientes al
rezo:
«Yo soy
Dios. No hay más dios que yo.
Adórame, pues, y eleva el rezo para que te acuerdes de mí» (Corán
45/20,14).
«Ordena
a tu gente el rezo, y en eso sé
perseverante. (…) El buen fin será para los que temen» (Corán
45/20,132).
«Di:
‘Invocad a Dios, o invocad al
compasivo. Comoquiera que invoquéis, él posee los mejores nombres’. En
el rezo
no grites ni susurres, sino busca un término medio» (Corán 50/17,110).
«Eleva
el rezo en los dos extremos del
día, y al acercarse la noche» (Corán 52/11,114).
«Elevad
el rezo y temedlo. Es él ante
quien seréis congregados» (Corán 55/6,72).
«Cuando
andéis en campaña, no hay inconveniente
en acortar el rezo, si teméis que los descreídos os ataquen. Los
descreídos son
para vosotros un enemigo declarado. Si estás entre ellos y elevas el
rezo por
ellos, que un grupo permanezca en tu compañía, armas en mano. Luego,
cuando se
prosterne, que esté detrás de vosotros. Que un grupo que no haya rezado
venga y
rece contigo, precaviéndose con sus armas. Los que han descreído
quisieran
veros descuidados de vuestras armas y bagajes, a fin de cargar sobre
vosotros
de golpe. No hay inconveniente en que dejéis las armas, si estáis
molestos a
causa de la lluvia, o si estáis enfermos. Pero estad precavidos. Dios
ha
preparado para los descreídos un castigo humillante» (Corán
92/4,101-102).
Se da
gran importancia a la diligencia
para hacer el rezo, las purificaciones previas y las posturas que
deben
adoptarse, y por ello se reglamentan estrictamente, en particular la
prosternación:
«Prosternaos,
pues, ante Dios y adorad»
(Corán 23/53,62).
«Recuerda
el nombre de tu Señor al alba y
al crepúsculo, y por la noche prostérnate ante él, y exáltalo
largamente de
noche» (Corán 98/ 76,25-26).
«¡Vosotros
que habéis creído! Arrodillaos, prosternaos, adorad a vuestro Señor y
haced el
bien. Quizá tendréis éxito» (Corán 103/22,77).
«¡Vosotros
que habéis creído! Cuando se
llame al rezo el viernes, apresuraos a acordaros de Dios y dejad la
venta»
(Corán 110/62,9).
«¡Vosotros
que habéis creído! Cuando os
levantéis para el rezo, lavaos la cara y las manos hasta los codos.
Pasad las
manos por la cabeza y [lavaos] los pies hasta los tobillos. Si estáis
impuros,
entonces purificaos. Si estáis enfermos o de viaje, si uno de vosotros
viene
del lugar excusado, o si habéis tocado a las mujeres, y no encontráis
agua,
buscad tierra buena y frotaos la cara y las manos. Dios no quiere
poneros
ninguna carga, pero quiere purificaros y completar su gracia para con
vosotros»
(Corán 112/5,6).
El rezo
es obligatorio para
todo musulmán a partir de los diez años. Cada ceremonia del azalá,
incluye
recitar tres veces la primera sura coránica, titulada La apertura.
Esta
plegaria posiblemente proceda de un himno litúrgico siroarameo, al que
se
agregó el último versículo actual (Corán 5/1,7). Este versículo consta
de
sendas acusaciones, lanzadas a los judíos y los cristianos. A los
primeros les
reprocha que «incurren en la ira» de Dios, y a los segundos que andan
«descarriados» del buen camino. Así, no solo se marca simbólicamente
la
ruptura con el judaísmo y el cristianismo, sino que la repetición
constante
(diecisiete veces al día) de tales ideas anatematizadoras instila a la
larga
una «cultura del odio» (cfr. Aldeeb 2014a). Esta actitud la corroboran,
además,
unos doscientos versículos contra los judíos y unos cien contra los
cristianos. Aunque a nadie se le ocurre hablar de judeofobia, ni de
cristianofobia.
Otra
cuestión importante en el
Corán es la sacralización del tiempo y del espacio: se fija en qué
momentos hay
que rezar, en qué sitio, y hacia dónde hay que mirar mientras se reza,
es
decir, la orientación de la alquibla. El Corán cambia de criterio en
el mismo
capítulo 2, pues primero dice que Dios está en todas partes, por lo
cual se
puede rezar sin que importe en qué dirección, pero luego, aunque Mahoma
rezaba
primero mirando hacia Jerusalén, manda adoptar la orientación hacia La
Meca.
«De
Dios es el oriente y el
occidente. Dondequiera que os volváis, allí está el rostro de Dios»
(Corán
87/2,115; también 87/2,142 y 177).
«Vuelve,
pues, tu cara hacia el lado del santuario prohibido [de La Meca].
Dondequiera
que estéis, volved vuestras caras a ese lado» (Corán 87/2,144; también 87/2,149 y 150).
«No
acudas nunca allí. Un santuario
fundado en el temor [de Dios] desde el primer día es más digno de que
tú reces
en él» (Corán 113/ 9,108).
El
cambio de la quibla sería un
caso de abrogación de un versículo por otro. Con todo, no es seguro
siquiera que
La Meca esté mencionada en el Corán. Además, Dan Gibson afirma que los
versículos 87/2,143-145 y 111/48,24 no se hallan en los manuscritos más
antiguos y habrían sido añadidos en época abasí, aparte del hecho
comprobado de
que el mihrab de las mezquitas construidas en el primer siglo islámico
no
apuntaba hacia La Meca (cfr. Gibson 2011 y 2017).
La
liturgia del rezo representa
y reitera simbólicamente no solo la profesión de fe en Dios, sino la
profesión
pública de la ideología del Estado, en un acto indisociablemente
religioso y
civil, sintetizado quizá por la prosternación, esa postura servil,
según
algunos, imitada del protocolo sasánida: emblematiza un gesto de
sometimiento
total ante un poder político divinizado y una divinidad politizada. Se
podría
recordar, en contraste, que, como es sabido, los cristianos de tiempos
del
islam naciente solían orar de pie.
Por
último, la adoración de Dios no se limita al rezo con todos sus
requisitos y
reglas, puesto que el culto islámico cuenta, en ciertas
circunstancias, con
una vertiente sacrificial, de sacrificios cruentos de animales. La más
conocida
es la tradición que manda
sacrificar un cordero en la fiesta que conmemora el sacrificio de
Abrahán. Pero
aún hay otras indicaciones en el Corán, como veremos en un próximo
capítulo.
El pago del
tributo
Otro deber ritual para los
musulmanes es el de dar el
tributo, o azaque
(del árabe zakah), un impuesto de
capitación que comporta un doble significado, práctico y simbólico. En
otras
palabras, presenta, junto al sentido religioso, un carácter político y
económico. Por eso, más que una limosna, que cada cual puede dar como
le
parezca, se trata de un tributo obligatorio y bien reglamentado en
función de
las rentas que uno percibe (cfr. Aldeeb 2015a). Es un modo de recaudar
impuestos para la financiación del Estado. De él, se dedica un
porcentaje
fijado para el presupuesto de la guerra contra los descreídos, o sea,
para la
yihad.
El
Corán alude a este tributo
en 30 ocasiones, y lo presenta como una muestra muy apreciada de la
sincera
adhesión del creyente a la comunidad de seguidores del profeta. Más
aún, los
mejores musulmanes son aquellos que invierten su propia fortuna en el
«camino
de Dios» (cfr. Corán 87/2,261-262).
«Inscribiré
mi misericordia en
quienes temen y dan el tributo» (Corán 39/7,156).
«Los
que han creído, han hecho
buenas obras, han elevado el rezo y han dado el tributo tendrán su
recompensa
junto a su Señor» (Corán 87/2,277).
«Los
tributos son para los
pobres, los indigentes, los que trabajan con ellos, aquellos cuya
voluntad hay
que captar, [la liberación de] los cautivos, los sobrecargados de
deudas, el
camino de Dios [la yihad] y el viajero. Es una imposición de parte de
Dios»
(Corán 113/9,60).
«Pero
el enviado, y los que han
creído con él, luchan con sus fortunas y sus personas. Ellos tendrán
los
beneficios. Ellos son los que tendrán éxito» (Corán 113/9,88).
En
cuanto a los dimmíes,
es decir, los judíos y los cristianos que viven bajo el poder islámico,
cargan
con un tributo especial de capitación, como la yizia.
Y tienen la obligación de entregarlo públicamente y de forma
humillante. Así se ordena en uno de los versículos, abrogantes en
última
instancia, que reciben el calificativo de «versículo de la espada»:
«Combatid
contra aquellos a los
que se les dio el Libro, que no creen en Dios ni en el último día, que
no
prohíben lo que Dios y su enviado han prohibido, y no profesan la
religión de
la verdad, hasta que paguen el tributo en mano, y en estado de
humillación»
(Corán 113/9,29).
El ayuno durante el
mes de ramadán
Del ayuno se habla
en el Corán quince veces,
ninguna de ellas en los capítulos anteriores a la hégira. En los
capítulos de
Medina es donde hay diversas recomendaciones y prescripciones de ayuno
(en
árabe sawm), que puede ser personal
en ciertos casos particulares tipificados. También se manda allí
realizar el
ayuno de ramadán, como una práctica ritual colectiva, que se ejercita
mientras
es de día, a lo largo del mes. Aparece regulado en Corán 87/2,183-187.
«Os
está permitido, la noche
del ayuno, tener relaciones sexuales con vuestras mujeres. (…) Comed y
bebed
hasta que distingáis el hilo blanco del hilo negro al alba. Luego
cumplid el
ayuno hasta la noche» (Corán 87/2,187).
Los
musulmanes le dan el
sentido de conmemorar la revelación del Corán a Mahoma, en la «noche
del
destino» (Corán 25/97,1-5). Pero evoca también la venida del Mesías
escatológico que habría de conquistar el mundo. El origen de este
ayuno se
remonta a una tradición judía (como reconoce el propio Corán:
87/2,183), el
ayuno judío de la Luna Nueva, que evocaba la destrucción del templo de
Jerusalén y la esperanza en un Mesías que lo reconstruiría.
En la
práctica concreta, la
privación diurna impuesta por el ayuno queda compensada tan pronto como
se pone
el sol. Esta experiencia de los días de ayuno condensa simbólicamente
una
enseñanza de que vale la pena soportar penalidades de la lucha en el
camino de
Dios, sabiendo que después llegará la saciedad como recompensa.
Significa la
esperanza de que la sumisión siempre obtiene el premio, tanto en esta
tierra
como en el paraíso. No es casualidad que el Corán describa el paraíso
en términos
análogos a las noches de ramadán: un lugar donde abundan los placeres
de la
comida, la bebida y las mujeres.
La ida en
peregrinación a La Meca
El término peregrinación se
menciona once veces en el Corán,
siempre
después de la hégira, ocho de ellas en el capítulo 78, aparte de dar
título a
la sura 22 (la 103 en orden cronológico). Actualmente, la peregrinación
es un
rito que tiene como meta participar en unas ceremonias en torno a la
gran
mezquita de La Meca, y se lleva a cabo preferentemente durante los
primeros
diez días del último mes del calendario musulmán (Du al-Hiŷŷa). Cada
individuo
musulmán debe hacer esta peregrinación (en árabe haŷŷ)
al menos una vez en la vida, salvo que tenga algún impedimento
reconocido.
Las
acciones rituales que se desarrollan
incluyen la llamada peregrinación mayor, que es la circunvalación
alrededor
del edificio cúbico de la caaba, donde no hay ídolos, pero sí una
piedra negra
(susceptible de litolatría). Este tipo de piedras, también denominadas
betilos,
procedían a veces de meteoritos, o de roca volcánica. Solían
representar a alguna
deidad y eran objeto de culto desde muy antiguo. En Petra (hoy situada
en
Jordania) se veneraba una piedra negra que simbolizaba al dios solar
Dusara,
divinidad suprema del panteón nabateo, al que acompañaban las tres
diosas
femeninas mentadas en los versículos satánicos: Lat, Uzza y Manat. Hay
indicios, en las historias musulmanas, para pensar que fue esta piedra
de la
caaba la que el anticalifa Al-Zubair arrebató de Petra y llevó consigo
a La
Meca. Pero el Corán no menciona la piedra negra en ningún momento. Más
bien
condena las piedras erectas, o cipos, por cuanto eran objeto de
veneración
(Corán 112/5,3 y 90). Sin embargo, el hecho es que, en el culto
musulmán, ha
pervivido la ceremonia ante la piedra negra conservada en la caaba
mequí.
Está
además la peregrinación
menor, consistente en recorrer siete veces el camino entre el montículo
Safa y
el Marwa, separados unos cuatrocientos metros. Estos ritos se
justifican
evocando unas historias legendarias acerca de Abrahán, su esclava Agar
y su
hijo Ismael (Corán 87/2,125), si bien coinciden con prácticas
preislámicas de
los idólatras, que se han incorporado al islam. Asimismo, se realizan
otros
ritos complementarios, como la lapidación del diablo: se recogen unas
piedras
para apedrear al diablo, simbolizado por tres pilares que se levantan
en el
valle de Mina, junto al puente Yamarat, a unos cinco kilómetros al este
de La
Meca, en el camino que conduce al monte Arafat. Este rito se hace entre
el
amanecer y el anochecer del último día de peregrinación. Se suele
ofrecer un
sacrificio cruento, degollando ritualmente una cabeza de ganado, en
conmemoración del sacrificio de Abrahán.
En
cualquier caso, hay que
tener en cuenta que la peregrinación no debe entenderse como un acto de
devoción espontánea, popular o particular, sino que es un precepto
coránico de
obligado cumplimiento:
«El
Safa y el Marwa están entre los rituales de Dios. Quienquiera que hace
una
peregrinación a la Casa, o una visita, no hay inconveniente en que dé
vueltas
entre los dos» (Corán 87/2,158).
«Cumplid
la peregrinación y la visita por
Dios. Si estáis impedidos, ofreced una víctima que os sea asequible»
(Corán
87/2,196).
«Hay
signos claros, la morada
de Abraham. Quienquiera que entre ahí estará seguro. Es un deber hacia
Dios
para los humanos hacer la peregrinación a la Casa, para todo el que
pueda
viajar» (Corán 89/3,97).
«Dios
hizo de la caaba, la Casa
prohibida, una institución para los humanos» (Corán 112/5,97).
Ahora
bien, el Corán no dice en
ningún momento adónde hay que ir en peregrinación. No indica que deba
hacerse a
La Meca hoy conocida, pues en sus aleyas no se nombra esa ciudad.
Además, es
sabido que las referencias que se suelen aducir (Corán 89/3,96 y
111/48,24) no
son concluyentes. Algunos exegetas defienden que el lugar coránico de
peregrinación era el templo de Jerusalén, hacia donde se dirigían los
anhelos
del protoislam. El destino de La Meca no parece que se estableciera
hasta la
época abasí, en la segunda mitad del siglo VIII.
La simbólica actual de la peregrinación
encierra significados que la
vinculan estrechamente con la hégira y con el esquema mesiánico de la
yihad. La
palabra que designa la peregrinación (haŷŷ)
está emparentada etimológicamente con la que designa la «hégira» (hiŷra), que se puede traducir como
«emigración»; pero, al mismo tiempo, se relaciona con el término muhāŷirūn, que designaba a los árabes
sarracenos que conquistaron Siria y Palestina (cfr. Aldeeb 2017).
En su
contexto mitológico, esas
palabras connotan el significado de la ida al desierto (según el
arquetipo del
éxodo de Moisés), como fase preparatoria que precede al inicio del
combate por
la conquista de la tierra prometida. Asimismo hay un trasfondo de
significación
latente, donde se transpone el mito escatológico del mesianismo judío,
según el
cual gentes de todas las naciones subirían a Jerusalén para adorar en
su templo
al único Dios. En este simbolismo de la peregrinación, igual que
ocurría con la
dirección de la alquibla en el rezo, La Meca ha sustituido a Jerusalén
(a cuyo
templo acudían los nazarenos para adorar en la casa de Dios). El viaje
evoca el
comportamiento de los que emigraron con Mahoma y sus compañeros, los
que
salieron de su tierra y abandonaron su casa para ir a la guerra «en el
camino
de Dios». En el fondo, la peregrinación a La Meca sería un trasunto
simbólico
de la expedición y toma de Jerusalén, como metonimia anticipada de la
futura
conquista del mundo. En el plano de la vivencia subjetiva, quienes
participan
en los ritos de la peregrinación quedan consagrados para entregarse de
lleno al
proyecto del islam, cuando regresen a sus países.
Los
cinco pilares rituales aquí
mencionados tienen un carácter social y público, como ya hemos
señalado, y
conllevan fuertes exigencias, de modo que no son algo tan sencillo e
inocuo
como pudiera parecer. La participación en ellos no solo manifiesta que
el
musulmán tiene fe en Dios y en Mahoma, sino que se compromete
irreversiblemente
a aceptar todo el sistema de obligaciones establecido por el Corán y la
tradición, con las significaciones desveladas aquí, al exponer cada uno
de
ellos.
Ahora
bien, la realidad es que
el culto islámico no se circunscribe a esos cinco pilares. A ellos, el
chiismo
duodecimano o ismailí añade como sexto pilar del islam la yihad,
que, si
bien pertenece al orden de la acción práctica, está revestida de
simbolismo
mesiánico y milenarista. Por otro lado, existen de hecho otros tipos de
pilares, más allá del orden ritual, que son fundamentos
imprescindibles, entre
los que se hallan los que llamaríamos «pilares míticos», como son el
monoteísmo
riguroso, el profetismo de Mahoma y el nomismo o normativismo
coránico. En
este sentido, hay eruditos musulmanes que hablan de los «seis pilares
de la
fe», propios del islamismo, que son: creer en Dios, creer en los
ángeles, creer
en los libros revelados, creer en los profetas (sobre todo, en
Mahoma), creer
en el día del juicio y creer que todo proviene de Dios, que determina
el
destino de cada humano (cfr. García, en
la introducción a su traducción del Corán, 2013: 22-23). Por lo
demás,
hay que tener muy presentes los «pilares ético-políticos», como son la
Ley
islámica (saría) y la yihad, de
cuyo análisis me
ocuparé en otros capítulos de este libro.
En fin,
entre las obligaciones
rituales, aunque no lleven la etiqueta de «pilares», encontramos otros
importantes componentes simbólicos, en particular los que se inscriben
sobre el
cuerpo, en señal de sumisión a Dios y al sistema islámico. Nos estamos
refiriendo
a la circuncisión, las prohibiciones alimentarias y las prescripciones
indumentarias, que tampoco agotan la lista de las innumerables
reglamentaciones.
La
circuncisión
masculina y femenina
Aunque sorprenda, el Corán no
menciona expresamente la
circuncisión, ni la
masculina, ni la femenina. Sin embargo, es una realidad a la que el
mundo
islámico da una importancia capital. Los ulemas no dudan en defender la
tesis
de que es un mandato divino. Esta intervención sobre el cuerpo también
manifiesta un trato desigual, según el sexo. La circuncisión de los
niños
varones está implantada en todas las sociedades musulmanas, como un
rito que se
práctica unánimemente y es objeto de celebración familiar.
Por el
contrario, la
circuncisión de las muchachas musulmanas,
que produce una mutilación traumática, tiende a realizarse en
secreto y
no por igual en todos los países. De hecho, la circuncisión femenina,
que se
suele silenciar y esconder, está más extendida de lo que se admite. Los
datos
indican que, anualmente, se circuncidan más de trece millones de niños
varones musulmanes,
pero también alrededor de dos millones de niñas son víctimas de algún
tipo de
mutilación genital o ablación, con consecuencias lamentables en gran
número
de casos. Sobre este problema, existe una investigación muy bien
documentada
en dos libros de Sami Aldeeb (2012a y 2012b).
Los que
han buscado una base en
el Corán para la circuncisión han echado mano de Abrahán, cuyo nombre
se cita
setenta veces, propuesto como un «buen modelo» para los creyentes
(Corán
91/60,4). Como resulta que Abrahán se circuncidó por mandato de Dios,
entonces
los comentadores clásicos interpretaron que es obligatorio someterse a
la
circuncisión igual que él. Algunos autores musulmanes se empeñan en ver
implícita la circuncisión en tres versículos relativos a Abrahán (Corán
70/16,123; 87/2,124; 87/ 2,128).
Los hadices, por su
parte, argumentan que Mahoma era circunciso y que mandó circuncidarse
obligatoriamente a los hombres, y también a las mujeres, aunque para
estas como
un acto meritorio, no obligatorio (cfr. Aldeeb 2012a: 145), de modo que
todos
los musulmanes consideran que se trata de una exigencia del profeta.
«Luego
te revelamos: ‘Sigue la
religión de Abrahán, siendo recto’» (Corán 70/16,123).
«Tenéis
un buen modelo en
Abrahán y en los que estaban con él…» (Corán 91/60,4; repetido en
91/60,6).
Pocos
son los musulmanes que
cuestionan la circuncisión, una acción ritual sobre el cuerpo que
simbolizaría
la pertenencia al pueblo elegido. La práctica de la circuncisión de
los
varones estaba presente en la religión hebrea. Probablemente, los
seguidores de
Mahoma la recibieran como herencia del nazarenismo, fiel en esto a la
Ley
mosaica, si es que no la practicaban ya antes. Pero luego se
reinterpretó y se
invistió simbólicamente como una señal propia de autoafirmación y
profesión de
fe islámica. Lo que pasa es que el islam pretende, a toda costa,
alejarse de
las fuentes judías y cristianas, para lo que excogitó una genealogía
independiente,
en conexión directa con la «religión de Abrahán», que no era ni
cristiano ni
judío, sino un hombre «recto». Con el mismo fin, postuló una genealogía
biológica de los árabes, que los suponía descendientes de Ismael, el
hijo de
Abrahán y Agar, una suposición no atestiguada en la Biblia, ni en
ningún otro
documento histórico.
Por
lo demás, poseen también un carácter ritual las prescripciones
indumentarias y las reglamentaciones
alimentarias, de las
que nos ocuparemos en el próximo capítulo. En conjunto, a toda la
trama de reglamentaciones
cultuales, en sus múltiples aspectos, subyacen unas reglas, mediante
las cuales
el código ritual desempeña funciones de cohesión emocional de la
comunidad
musulmana, que participa en actos de identificación colectiva. Estos
troquelan
los pensamientos, los sentimientos y los comportamientos de la masa de
creyentes, y les enseña a reaccionar de forma espontánea, con una
espontaneidad
adquirida, ante las ideas y los valores propios y frente a las ideas y
los
valores ajenos. La cuestión no radica tanto en el mecanismo, que es
antropológico, sino en el contenido transmitido. Lo determinante son
los
modelos de vida a los que los creyentes mahometanos se adhieren y que
marcan su
pertenencia a la comunidad. Toda sociedad, igual que todo movimiento
del signo
que sea, exhibe y celebra sus ideales, sus arquetipos. Las sociedades
basadas
en el orden coránico implantan significados acerca de lo que hay que
amar y lo
que hay que odiar, con un grado de intolerancia que excluye de la
humanidad a
cuantos no desean compartir su verdad.
Bajo
tales reglas, no hay lugar
para la libertad de culto, ni para la manifestación pública de ninguna
otra
creencia religiosa o ideológica. Quien abandona el islamismo se
arriesga a
sufrir penas de cárcel o a ser ajusticiado. Incluso los intentos de
reforma de
la religión islámica desde dentro han costado la vida a muchos
reformadores. Y
no pocos místicos musulmanes fueron perseguidos ferozmente.
A pesar
de lo que nos pueda
sorprender, en la dinámica psicológica, el sistema islámico pervive
porque
arraiga en la capacidad humana de devoción religiosa, con todo su
potencial de
adhesión emocional. De este modo, suscita en muchas personas una
generosa
entrega al camino de Dios señalado en el Corán. Pero, dada la
intransigencia
del mensaje coránico, con excesiva frecuencia acaba incitando y
legitimando la
eclosión de las pasiones sectarias y la peor crueldad, desencadenadas
contra
quienes resisten al islam.
Los
contrastes de
actitud con el cristianismo
El espíritu de las prácticas
rituales islámicas, que hemos
examinado sobre
todo en el Corán, difiere en gran medida del espíritu de los ritos
cristianos,
por mucho que tengan orígenes comunes. Lo podemos comprobar, si
efectuamos un
análisis comparativo de las unidades de significación coránicas con
pasajes
paralelos del Nuevo testamento, asimilables al mismo ámbito
ritual. La
disparidad se muestra en las tendencias, las exigencias y los
significados que
comportan.
Por
ejemplo, en lo que respecta a las prohibiciones de las bebidas
alcohólicas y de
ciertos alimentos, el Corán mantiene un régimen adaptado de los
preceptos de
pureza alimentaria (kosher) del judaísmo. Por el contrario, en los
Evangelios encontramos, puesto
en boca de Jesús, el levantamiento de toda esa carga de interdicciones.
«Llamando
de nuevo a la gente,
les decía: ‘Escuchad todos y atended: No hay nada fuera del hombre que,
al
entrar en él, pueda hacerlo impuro. Lo que sale del hombre es lo que
hace
impuro al hombre’. (…)
Cuando
se apartó de la
gente y
entró en casa, sus discípulos le preguntaron por la comparación. Él
les dijo:
‘¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que
lo que
entra en el hombre desde fuera no puede hacerlo impuro, porque no entra
en su
corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?’ Con esto
declaraba puros
todos los alimentos» (Marcos 7,14-19).
Un
contraste igual de firme lo encontramos en la manera de entender la
práctica de
la oración, que nos desvela importantes claves sobre la teología desde
la que uno
y otro sistema entiende la relación con Dios. Es sabido que tanto los
Evangelios
como el Corán heredaron plegarias, salmos e himnos de la tradición
hebrea, pero
luego cada uno los adaptó a su estilo y los interpretó conforme al
sesgo de su
propio dogma. De ahí que, también en el rezo, podamos detectar las
mutaciones
que acontecieron durante la bifurcación que desembocaría en la nueva
religión
de Mahoma.
1. La actitud del
orante
Según el Corán, el rezo
es público y
obligatorio para los musulmanes,
en tanto que la oración es privada
y en comunidad según el Evangelio de Mateo.
En el primer caso, predomina la actitud de temor al
Señor, mientras
que en el segundo se exhorta a la confianza
en Dios Padre.
Corán: «Adórame,
pues, y eleva el rezo para que
te acuerdes de mí» (Corán 45/20,14).
«Elevad
el rezo y temedlo»
(Corán 55/6,72).
«Cuando
se llame al rezo el
viernes, apresuraos a acordaros de Dios» (Corán 110/62,9).
Nuevo
testamento: «Cuando oréis, no hagáis como los
hipócritas, que les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las
esquinas para
que los vea la gente. En verdad os digo que ya han recibido su
recompensa. Tú,
en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, cierra la
puerta, y
rézale a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo
secreto, te recompensará»
(Mateo 6,5-6).
Como ya
hemos dicho, el rezo,
una obligación primordial de los musulmanes, es un acto social y
público.
Deben hacerlo varias veces al día, que la tradición fijó en cinco, y de
manera
especial los viernes en la mezquita. Por parte cristiana, la oración
se
plantea con otra perspectiva: en el Evangelio de Mateo, Jesús critica
la
ostentación pública en el rezo, e insiste más bien en un tipo de
oración
personal y en privado. Luego, los primeros cristianos practicaban la
oración
comunitaria en las casas, donde celebraban la eucaristía.
La
actitud que el Corán más
destaca para quien reza es el temor al Señor omnipotente, que exige que
lo
adoren, que se acuerden de lo que él como Señor ordena, es decir, que
cumplan
lo que manda el Corán. En cambio, el matiz que distingue la actitud del
orante
en el Evangelio es sobre todo de confianza en Dios como Padre.
2. El estado de
impureza y la purificación
Cuando el creyente se dispone a
hacer la oración, el islam le
exige requisitos
de pureza legal y ritual, los cuales suponen en particular abluciones antes
del rezo, que purifiquen el cuerpo y el estado personal. En
el Evangelio,
no hay abluciones ni estado de impureza y, lo que se pide al discípulo
es que se
reconcilie con su hermano.
Corán: «Cuando os
levantéis para el rezo, lavaos
la cara y las manos hasta los codos. Pasad las manos por la cabeza y
[lavaos]
los pies hasta los tobillos. Si estáis impuros, entonces purificaos.
Si
estáis enfermos o de viaje, si uno de vosotros viene del lugar
excusado, o si
habéis tocado a las mujeres, y no encontráis agua, buscad tierra buena
y
frotaos la cara y las manos» (Corán 112/5,6).
Nuevo
testamento: «Si mientras llevas tu ofrenda al
altar te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda
delante del
altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a
llevar
tu ofrenda» (Mateo 5,24).
Según
el Corán, hay
determinadas acciones por las que uno incurre en un estado de impureza
legal y,
por eso, antes del rezo, es necesaria una purificación mediante las
abluciones
corporales prescritas. El cristianismo es ajeno a esas nociones de
pureza/impureza y no impone ningún requisito de esa índole para poder
orar. La
única condición necesaria es de otro tipo, de orden moral, pues lo que
postula
es que quien vaya a orar esté reconciliado con el prójimo.
3. La postura de
prosternación
A los musulmanes se les manda
realizar en el rezo una serie
de gestos, reverencias
y posturas como la prosternación. A los cristianos, en cambio,
no se les
prescribe ninguna postura especial.
Corán: «¡Vosotros
que habéis creído! Arrodillaos, prosternaos,
adorad a vuestro Señor y haced el bien» (Corán 103/22,77).
La
prosternación da título al
capítulo 32 del Corán, y de prosternación se habla más de sesenta
veces en el
libro, en sentidos dispares, pero queda claro que es una postura
obligatoria en
determinados momentos del rezo. El simbolismo de prosternarse
representa
visiblemente el sometimiento del esclavo al amo, y coincide
formalmente con la
pleitesía acostumbrada ante el soberano absoluto o el déspota oriental.
Respecto a Dios, escenifica la actitud de temor y sumisión ilimitada
que se
pide al musulmán ante el omnipotente.
Nuevo
testamento: Sobre la prescripción de posturas
rituales
en la oración no encontramos ningún mandato específico.
4. El uso de la palabra
El Corán da importancia a los
muchos nombres y epítetos dados
a la
divinidad, pero su preocupación parece estar en el tono de voz al
rezar.
El Evangelio insiste, más bien, en evitar la palabrería, porque
Dios ya
conoce los pensamientos del hombre.
Corán: «Invocad a
Dios, o invocad al compasivo.
Comoquiera que invoquéis, él posee los mejores nombres. En el
rezo no
grites ni susurres, sino busca un término medio» (Corán 50/17,110).
Nuevo
testamento: «Cuando recéis, no seáis
charlatanes
como los paganos, que se figuran que por su palabrería serán
escuchados. No
seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
que se lo
pidáis» (Mateo 6,7-8).
La
oración vocal se expresa con
palabras, que se recitan, leen, salmodian o cantan. En el islamismo,
la
fórmula más utilizada y prescrita es la sura número uno; pero se
emplean otras
formas de invocación, como los noventa y nueve nombres divinos. El
Corán
aconseja que se tenga cuidado con el tono de voz. El Evangelio advierte
de que
no se caiga en la palabrería, porque Dios ya conoce las necesidades. Y
propone
como modelo de oración el padrenuestro.
5. El templo y la
orientación para rezar
En todas las religiones existen
lugares santos, santuarios y
templos, pero
no se conciben del mismo modo en todas. El Corán resalta la sacralidad
del espacio de culto y, especialmente, la dirección
hacia donde
hay que mirar durante el acto del rezo, la alquibla. En el Evangelio de
Juan,
Jesús argumenta a favor de la adoración
en espíritu y en verdad, sin que
importe más un templo que otro.
Corán: «De Dios es
el oriente y el occidente.
Dondequiera que os volváis, allí está el rostro de Dios» (Corán
87/2,115).
«Vuelve
tu cara hacia
el lado del
santuario prohibido [de La Meca]. Dondequiera que estéis, volved
vuestras
caras a ese lado» (Corán 87/2,144).
«No
acudas nunca allí. Un
santuario
fundado en el temor [de Dios] desde el primer día es más digno
de que
tú reces en él» (Corán113/9,108).
Nuevo
testamento: «La mujer
le dice:
‘Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres daban culto en este
monte;
vosotros, en cambio, decís que es Jerusalén donde hay que dar culto’.
Jesús
le dice: ‘Créeme, mujer, llega la hora
en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre.
(…) Pero
llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto verdadero darán
culto
al Padre en espíritu y en verdad’» (Juan 4,19-23).
«¿No
sabéis que vuestro
cuerpo es templo
del Espíritu Santo, que recibís de Dios y reside en vosotros?» (1
Corintios
6,19).
Aunque
el Corán afirma en un
versículo que Dios está en todas partes, este versículo está abrogado
por otro
del mismo capítulo, que manda volver la cara hacia el lado del
«santuario
prohibido». Los musulmanes interpretan que este santuario es la caaba
de La
Meca, que simbolizaría la sede de la divinidad y determina la quibla
hacia
donde hay que mirar para hacer el rezo. Asimismo, el Corán otorga mayor
grado
de sacralidad a unos santuarios o mezquitas que a otros. Por su parte,
los
Evangelios narran que Jesús fue al templo de Jerusalén en distintas
ocasiones.
Allí enseñaba y curaba, y de allí expulsó a los mercaderes (Marcos
11,15-17).
No obstante, Jesús relativizó la importancia del templo, e incluso
vaticinó su
destrucción. Más en concreto, en la conversación con la samaritana,
sostuvo
la tesis de que el culto no tiene un lugar preferente, ni en el monte
Garizín
de Samaría, ni en el monte Sión de Jerusalén. Porque los verdaderos
adoradores
adoran a Dios en espíritu y verdad. Estas palabras enuncian una crítica
a la
religión, que, en el fondo, relativiza todas las mediaciones rituales,
dado
que, como señala el apóstol Pablo, el Espíritu divino habita en cada
persona.
6. Los sacrificios
cruentos
La religión islámica,
igual que el judaísmo del segundo templo, practica el sacrificio
ritual de animales
en fechas señaladas. El cristianismo suprimió la práctica de los
sacrificios
animales, si bien dotó de importancia salvífica fundamental al sacrificio de Jesús muerto en la cruz.
Corán: «Cumplid la
peregrinación y la visita por
Dios. Si estáis impedidos, ofreced una víctima que os sea
asequible. No
os rapéis la cabeza hasta que la víctima llegue al lugar [de
inmolación]»
(Corán 87/2,196).
«Cualquiera
de vosotros que lo
mate deliberadamente, su pago es uno de su rebaño semejante al que ha
matado,
según el juicio de dos justos de entre vosotros, una ofrenda que
hará llegar
a la caaba» (Corán 112/5,95).
Nuevo
testamento: «La sangre de toros y cabras no
puede
perdonar pecados. (…) Hemos quedado consagrados por la ofrenda,
hecha
una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo. (…) Este, tras
ofrecer un
único sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios»
(Hebreos
10,3. 10-12).
Como
hemos visto, en
circunstancias concretas, el Corán indica que han de inmolarse animales
como
ofrenda, y así se manda hacer en la caaba, durante la peregrinación o
la
visita; y también por otros motivos. Es muy conocida la costumbre
musulmana del
sacrificio del cordero en la festividad que conmemora el sacrificio de
Abrahán.
En el cristianismo, por el contrario, no existen sacrificios de
animales en
absoluto. La epístola a los Hebreos los declara abolidos por su
ineficacia y,
en su lugar, afirma que la santificación se alcanza por el sacrificio
único de
Cristo, que es recordado cultualmente, de forma incruenta, en el ágape
eucarístico
(Lucas 22,19-20). Esta teología cristiana de la redención,
evidentemente,
carece de sentido para el Corán, puesto que este niega el hecho mismo
de la
crucifixión de Jesús.
7. La oración y los
enemigos
El rezo cotidiano de los
musulmanes repite, una y otra vez,
una incriminación contra los enemigos, judíos y cristianos. En
los Evangelios, Jesús
considera a todos como potenciales hijos de Dios y, en el sermón de la
montaña,
manda orar por los enemigos.
Corán: «Dirígenos por el camino recto, el
camino de
quienes tú has agraciado, no el de quienes incurren en tu cólera,
ni
el de los extraviados» (Corán 1,6-7).
Nuevo
testamento: «Vosotros rezad así: Padre
nuestro
que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino»
(Mateo
6,9-10).
«Pero
yo os digo: Amad a
vuestros
enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os
maldicen,
rezad por los que os injurian» (Lucas 6,27-28).
La
primera sura del Corán forma
parte del rezo del musulmán, que la repite al menos diecisiete veces al
día. En
su último versículo, encontramos una recriminación a aquellos que
acusa de ir
por el mal camino: contra los judíos (que «incurren en la cólera de
Dios») y
contra los cristianos (que andan «descarriados»). Algunos coranólogos
ven ahí
una solapada inducción al odio (cfr. Aldeeb 2014a). Y ya se sabe que,
cuando el
Corán señala a los que no van por el «camino recto», está legitimando y
preparando
contra ellos el «combate en el camino de Dios». En contraste, el texto
evangélico, desde el sermón de las bienaventuranzas, exhorta a amar a
los
enemigos, porque Dios es Padre de todos, que hace llover sobre justos e
injustos. Postula, además, un rechazo tajante de la violencia, aludida
como
tentación del maligno al final del padrenuestro.
8. La oración y la
violencia armada
La legitimación teológica del
empleo de la violencia,
supuestamente ordenada
por Dios con fines sagrados, hace del islam una religión
para la guerra.
El Evangelio, en cambio, con un planteamiento diametralmente opuesto,
pide vencer al mal con el bien.
Corán: «Dios ha intercambiado
las vidas y las
fortunas de los creyentes [por la promesa de] que irán al paraíso.
Ellos combaten
en el camino de Dios, matan y se hacen matar. Una verdadera promesa
suya
(…) Estos son los que se arrepienten, adoran, alaban, ayunan, se
arrodillan,
se prosternan, ordenan lo lícito y prohíben lo ilícito, y observan
las
normas de Dios» (Corán 113/9,111-112).
Nuevo
testamento: «Pues yo os digo que no
opongáis
resistencia al malvado» (Mateo 5,39).
«No
devolváis a nadie
mal
por mal, proponeos hacer el bien ante todos los hombres» (Romanos
12,17).
«No
te dejes vencer por
el mal,
antes bien, vence al mal con el bien» (Romanos 12,21).
Aquí
descubrimos otro aspecto,
que tiene que ver con una íntima conexión
entre el rezo y la guerra. En el Corán aparece plasmada en el
capítulo
9, el penúltimo según el orden cronológico, lo que quiere decir que
abroga
cualquier otra disposición anterior que lo contradiga. Allí se define
con
precisión que Dios ha hecho un contrato con los que luchan en la yihad
armada:
ha adquirido sus vidas a cambio del paraíso. Por eso están decididos a
matar y a
morir. Y precisamente estos, que combaten en la yihad, encarnan la
realización
del musulmán perfecto: ellos son los que de verdad adoran, ayunan, se
prosternan, imponen el bien y persiguen el mal como Dios manda. Por
eso, en el
islam, se llama «mártir» al que muere matando. El ejercicio de la
violencia
armada y el terror constituye una acción tan eminente que equivale al
cumplimiento de todos los deberes sagrados de la religión. Es decir,
los que
combaten están adorando; la mejor oración es la guerra contra los no
musulmanes, catalogados y estigmatizados como enemigos de Dios. El
Corán lo
presenta como un contrato excelente, mediante el cual Dios les asegura
a los
yihadistas que obtendrán la victoria y el botín, o, en el peor de los
casos, si
caen combatiendo, irán el paraíso.
Esta
concepción islámica nos
hace ver que están totalmente equivocados quienes interpretan
filosóficamente que
los terroristas islámicos están imbuidos de nihilismo. Por el
contrario, están
motivados por la fe en una plenitud de sentido, por una creencia
análoga a las
utopías que han impulsado a tantos militantes de los movimientos
revolucionarios contemporáneos a dar su vida por la causa. El
combatiente se
siente protagonista de un proyecto supremo al que se entrega, y por él
se
lanza a la lucha final dispuesto a matar y a morir. Unos lo llamarán
mártir.
Otros lo proclamarán héroe. Son versiones que reeditan del mito arcaico
de la
fe ciega en la violencia y los sacrificios humanos como camino para
alcanzar la
salvación, el paraíso. Aunque lo único que alcancen realmente sea
imponer una
sociedad totalitaria.
Esa
tendencia tan humana, y tan
inhumana, es lo que el primer cristianismo se propuso contener, al
concentrar
simbólicamente toda la violencia en Cristo crucificado y al afirmar
que su
sacrificio basta para la salvación de la humanidad: que no tienen
justificación
más muertes (cfr. Girard 1972).
En
resumen, el conjunto de los
pilares del culto islámico, todo ese armazón de deberes rituales de
carácter
primordialmente colectivo, público y obligatorio, proclive a la
difusión de la
fe por medio de la espada, inscribe en la mente de sus adeptos una
visión del
mundo y unos mecanismos emocionales que se transcriben en prácticas
sociales.
Muchas de esas creencias y prácticas resultan incompatibles con los
fundamentos
de la civilización occidental. No porque sean diferentes, sino porque
el Corán
y el Evangelio entran en colisión estructural, esencial. No hace falta
mucha
hermenéutica para entender la significación decisiva que entrañan
actitudes
aparentemente simples, pero emblemáticas, como las que Jesús enseña a
sus
discípulos sobre la limosna, la oración y el ayuno. Leemos en el
Evangelio
según Mateo:
«Cuando
des limosna, que no
sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna
quede en
secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,3-4)
«Cuando
quieras rezar, entra en
tu cuarto, cierra la puerta, y rézale a tu Padre, que está en lo
secreto; y tu
Padre, que ve lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,6).
«Cuando
ayunes, perfúmate la
cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno sea visto no por los
hombres, sino
por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te
recompensará» (Mateo 6,17-18).
Llevadas
hasta sus últimas consecuencias, estas enseñanzas de Jesús, con su
imagen
paternal de Dios y su concepto de la relación personal con él,
significan lisa
y llanamente la demolición doctrinal de los pilares del islam.
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