¿Es el abuso occidental la causa de los muchos problemas del islam?
RAYMOND IBRAHIM
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Hace poco analizábamos el libro de William Polk, La cruzada y la yihad.
Aunque se trata de un grueso tomo de unas 550 páginas que pretende
abarcar «la guerra de los mil años entre el mundo musulmán y el Norte
Global», resulta que la mayor parte de los años comprendidos entre 634 (cuando el
islam invadió Occidente por primera vez) y 1800 (cuando se retiró) solo
recibieron unas 30 páginas de cobertura.
En otras palabras, esos muchos siglos en que los musulmanes
conquistaron la mayor parte del territorio original de la cristiandad e
invadieron más –con todas las consiguientes masacres, esclavitudes y
destrucciones de iglesias– recibieron unas pocas páginas asépticas, en su
mayoría alusivas a cómo el islam «se extendió» a través del comercio y
las glorias de Al-Ándalus.
¿De qué trata el resto del libro? De hecho, unas 520 de las 550 páginas
de este libro sobre la «guerra de los mil años» se limitan a los dos
últimos siglos, cuando Europa pasó finalmente a la ofensiva contra el
islam. Aquí Polk describe meticulosamente con vívido (e hiperbólico)
detalle cada pecado concebible que Occidente cometió contra los
musulmanes. He aquí un extracto típico:
«Desde que Cristóbal Colón abrió el camino a través del Atlántico y los
portugueses irrumpieron por la costa occidental africana, las acciones
del Norte han sido uniformemente destructivas y a veces genocidas... La
primera causa del peligro y la inseguridad [es decir, el terrorismo
islámico] que sentimos hoy es la larga historia del imperialismo. Un
siglo o más de invasión, ocupación, humillación y genocidio ha dejado
cicatrices que aún no se han curado y que no podrán curarse si se
reabren constantemente.»
Por supuesto, después de haber blanqueado el primer milenio de la yihad contra
Occidente, es fácil para Polk hacer aparecer a los europeos como
agresores no provocados, monstruos codiciosos venidos a destruir las
glorias del islam.
Ignorando el punto
Sin embargo, no menciona que Colón navegó hacia el oeste precisamente
porque el Mediterráneo era una zona de terror islámico (con los
turcos otomanos y los mamelucos egipcios masacrando y esclavizando a
cualquier cristiano que apareciera en el horizonte); y presenta la
expansión rusa hacia las regiones tártaras como una empresa despiadada,
sin explicar que los tártaros –conocidos en las crónicas rusas como el
«gigante pagano que se alimenta de nuestra sangre»– habían aterrorizado
y esclavizado a los rusos siglos antes.
Según explican los historiadores más equilibrados, como Bernard Lewis:
«Todo
el complejo proceso de la expansión y el imperio
europeo... tiene sus raíces en el enfrentamiento entre el islam y la
cristiandad. Comenzó con la larga y amarga lucha de los pueblos
conquistados de Europa, en el este y el oeste, para devolver sus
patrias a la cristiandad y expulsar a los pueblos musulmanes que los
habían invadido y subyugado. No era de esperar que los triunfantes
españoles y portugueses se detuvieran en el estrecho de Gibraltar, ni
que los rusos permitieran a los tártaros retirarse en paz y reagruparse
en sus bases del alto y bajo Volga, máxime cuando un nuevo y mortífero
ataque musulmán contra la cristiandad estaba en marcha... amenazando el
corazón de Europa. Los libertadores victoriosos, habiendo reconquistado
sus propios territorios, persiguieron a sus antiguos amos por donde
habían venido.»
A pesar de todo, Polk insiste rutinariamente en que «los recuerdos del
imperialismo [occidental] son profundos [entre los musulmanes], y
han contribuido a crear gran parte del desorden y el peligro del mundo
actual... La humillación y las masacres masivas de poblaciones
llevadas a cabo por los imperialistas, aunque en gran parte olvidadas
por los perpetradores, permanecen hoy vívidas para los descendientes de
las víctimas». Como tal, todo grupo terrorista islámico, incluido el
Estado Islámico, sería producto de «la ira y la frustración de los
musulmanes.»
¿El imperialismo es realmente el problema?
Una vez más, basta con echar un vistazo a la historia real para
apreciar la insensatez de su lectura determinista, que ve a los
musulmanes como víctimas perpetuas de una historia imaginaria. Después
de un milenio siendo Europa la víctima efectiva –un milenio de invasiones
musulmanas que supusieron la conquista de tres cuartas partes del
territorio original de la cristiandad, la esclavitud de cinco millones
de europeos (solo entre los siglos XV y XVIII) y la matanza de
innumerables personas–, la «atrasada» Europa al fin consiguió alzarse
triunfante, y lo hizo sin ninguna disculpa ni apaciguamiento por parte
de los musulmanes.
¿Por qué el islam no puede hacer lo mismo? ¿No será que sus problemas son
intrínsecos y no tienen nada que ver con los supuestos pecados de
Europa?
Por ejemplo, en un capítulo titulado «Somalia, 'Estado fallido'», se
vuelve a citar al imperialismo como culpable de todo. Sin embargo, en
1855, décadas antes de que los europeos la colonizaran, el aventurero
Richard Burton describió Somalia en términos muy poco atractivos,
añadiendo que los somalíes «son extremadamente intolerantes,
especialmente contra los cristianos... y son adictos a la yihad».
Hoy
Somalia sigue siendo uno de los «Estados fallidos» del mundo.
Al-Shabab («la Juventud») es su vanguardia yihadista, y cualquier
somalí
«descubierto» como cristiano es decapitado.
¿Es realmente necesario el colonialismo europeo para explicar semejante continuidad?
Este es el quid
de la cuestión: para exculpar los problemas que asolan el mundo
musulmán y que emanan de él –desde cuestiones socioeconómicas y políticas
hasta la radicalización y el terrorismo islámico rampante–, los
islamófilos como Polk se aferran a dos premisas: 1) que durante siglos
el islam fue un faro de luz en un mundo oscuro (y que, por tanto, algo
debe haber ido terriblemente mal desde entonces); y 2) que lo que ha
ido mal empieza y acaba con la intromisión occidental a través de la
colonización, etc.
Como ya debería ser evidente a estas alturas, la verdad es lo
contrario: el islam siempre hizo lo que hace el islam, y solamente se vio
contenido durante esa breve época de afirmación occidental.
La historia es al revés
La mayor ironía es que, mientras que las yihads a menudo culminaban en
esclavitud, despoblación y devastación, los colonialistas europeos
abolieron la esclavitud e introdujeron a sus súbditos musulmanes en los
beneficios de la modernidad, desde los avances científicos y médicos
hasta los conceptos de democracia y libertad religiosa.
A principios del siglo XX, un cristiano copto resumía así la situación de Egipto bajo el dominio británico:
«En una palabra, decimos que el Estado egipcio estaba
en el más alto grado de justicia y buen orden y organización. Y eliminó el
fanatismo religioso, y casi estableció la igualdad entre sus súbditos,
cristianos y musulmanes, y eliminó la mayor parte de la injusticia, y
realizó muchas obras beneficiosas a favor de todos los habitantes.»
Por otro lado, consideremos que el norte de África había sido una de las regiones más
prósperas y civilizadas de la cristiandad –sede de Cartago y san
Agustín, etc.–, pero los siglos de «yihad», saqueos y esclavización de
innumerables almas la convirtieron en un desierto. Después, una vez
poblado totalmente por musulmanes, el norte de África subsistía
enteramente a base de esclavizar europeos, siglos antes de la era colonial.
De hecho, la primera guerra de Estados Unidos como nación fue con esos
«Estados Berberiscos», como los cristianos denominaban al norte de
África, significando que era una tierra de «bárbaros». Cuando Thomas
Jefferson y John Adams preguntaron al embajador de Berbería por qué sus
compatriotas esclavizaban a los marineros estadounidenses, este no dijo
nada sobre «heridas abiertas», o sobre la «ira y frustración de los
musulmanes», por usar las palabras de Polk. En cambio:
«El embajador nos respondió que se basaba en las
leyes de su Profeta, que estaba escrito en su Corán, que ... era su
derecho y su deber hacerles la guerra [a los no musulmanes] dondequiera
que se encontraran, y hacer esclavos a todos los que pudieran tomar prisioneros...»
Lamentablemente, el libro La cruzada y la yihad representa la opinión académica y
dominante respecto a la relación entre el islam y Occidente. Como es típico
de las ciencias sociales –y cada vez más también de las ciencias duras–
la realidad, en este caso la historia, ha sido reformulada para
ajustarse al relato correcto, que se atiene a una matriz ya sabida: todo
lo blanco y cristiano equivale a hipocresía, intolerancia, codicia y
explotación; todo lo no blanco y no cristiano equivale a honestidad,
tolerancia, imparcialidad y benevolencia.
Así, a pesar del hecho de que los musulmanes persiguieron a los cristianos de
España durante siglos, Polk describe a los liberadores
nativos que lucharon contra los ocupantes invasores de este modo: «A lo largo de los
siglos... los belicosos Estados cristianos... empujaron hacia el sur
hasta que, en 1492, expulsaron a decenas de miles de musulmanes... y
pusieron fin a una de las sociedades más avanzadas de Europa».
La idea que se pretende imponer es clara: que desde un punto de vista histórico, el islam no
puede hacer nada malo, ni siquiera cuando invade, conquista y persigue;
y que Occidente no puede hacer nada bueno, ni siquiera cuando defiende,
libera y civiliza. De modo que nosotros debemos exonerar al terrorismo musulmán
contemporáneo, pues sería producto de los «agravios» cometidos por una (imaginaria)
historia de colonialismo y abusos, y encima debemos condenar a aquellos
cristianos premodernos que se esforzaron por arreglar tantos males.
Tales son las falsas historias que han plagado desde hace mucho tiempo la
forma en que Occidente entiende su relación con el islam. En buena medida escribí mi libro La espada y la cimitarra. Catorce siglos de guerra entre el islam y Occidente para combatir esos relatos falsos. El libro no
solo documenta los hechos políticamente incorrectos de la historia,
sino que da cumplida cuenta de lo que ocurrió en cada siglo.
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