El
papa Francisco llama a los cristianos a rendirse ante la violencia
RAYMOND IBRAHIM
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El papa Francisco, uno de los principales
defensores del cristianismo felpudo,
vuelve a intentarlo, tratando de revertir casi dos milenios de doctrina
cristiana, al predicar la pasividad total, incluso frente a la agresión
violenta.
El 18 de marzo de 2022, Francisco declaró
ante una audiencia: "Una guerra es siempre, ¡siempre!, la derrota de
la humanidad, siempre. Nosotros, los educados, los que trabajamos en la
educación, somos derrotados en esta guerra, porque desde otro lado
somos
responsables".
Hasta aquí, todo muy bien, aunque solo sea porque lo que se espera son
palabras elevadas pero impotentes.
Pero luego Francisco va más allá, para decir: "No existe ninguna guerra
justa. ¡No existen!"
Esta es una afirmación sumamente peligrosa, que, si se aceptara,
como lo hacen sin duda millones de pensadores ingenuos similares, puede
conducir fácilmente a la propia aniquilación.
Lo cierto es que existe la guerra justa, la única forma racional
de responder a las guerras injustas,
y está firmemente basada en la doctrina cristiana, especialmente en la
católica, por mucho que la cabeza del mundo católico argumente lo
contrario.
En realidad, desde siempre, los teólogos cristianos han llegado a la
conclusión de que "los llamados textos de la caridad en el Nuevo
Testamento, que predican la pasividad y el perdón, y no la represalia,
hay que entenderlos como aplicables a las creencias y el
comportamiento de la persona particular [y no referidos al Estado]"
–así lo explica el historiador Christopher Tyerman–.
Cristo mismo, que llamó a sus seguidores a dar al César lo que es del
César, y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22,21), diferenció entre el
ámbito social y el espiritual. Según narra el evangelio, cuando
abofetearon a
Jesús, él no "puso la otra mejilla", sino que desafió a
quien lo abofeteó para que se explicara (Juan 18,22-23). El Nazareno
elogió,
además, a un centurión romano, sin exigirle que se "arrepintiera" y
renunciara
al ejército, uno de los más brutales de la historia (Mateo
8,5-13). De manera similar, cuando un grupo de soldados preguntó a
Juan Bautista cómo debían mostrar su arrepentimiento, él les aconsejó
que se
contentaran con su paga (Lucas 3,14), y no
les dijo nada de abandonar el ejército romano.
Esto se debe a que "no hay contradicción intrínseca", continúa Tyerman,
"en una doctrina del perdón personal e individual que, además, aprueba
ciertas
formas de violencia pública, necesaria para garantizar la seguridad, en
la que, según palabras de san Pablo, los cristianos ‘podamos llevar una
vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad’ (1 Timoteo
2,2)".
O bien, en frase del principal enunciador de la teoría de la guerra
justa, san Agustín (354-430): "Es la injusticia del bando contrario la
que impone al hombre sabio el deber de hacer la guerra". Por su parte,
el historiador
de las cruzadas Jonathan Riley-Smith escribe:
"¿Qué está mal en la guerra misma?, se preguntaba Agustín. Los
verdaderos males no son las muertes de aquellos que
habrán de morir de todos modos, sino el amor a la violencia, la
crueldad
y la enemistad; asimismo, el mal está en fustigar a los hombres buenos
que
emprenden guerras en obediencia a Dios o a una autoridad legal… Las
expediciones históricas a Oriente, al norte de África o la Península
Ibérica
podrían justificarse como respuesta a la agresión musulmana o
como intento legítimo de recuperar territorios cristianos que habían
sido injustamente arrebatados en el pasado. [Para más información sobre
las
complejidades de la teoría de la guerra justa, especialmente en
comparación y contraste con las guerras injustas, que merecen ser
condenadas, léase "La guerra justa frente a la simple yihad".]
No nos equivoquemos: sin las guerras justas y sin los hombres valientes
que
las emprendieron, el mundo de hoy sería un lugar mucho peor. Europa,
por ejemplo, habría sido islamizada, y no por una capitulación
voluntaria,
como ocurre ahora, sino por la fuerza. Cuando se lanzaron innumerables yihads
contra ella y contra otras naciones cristianas, solo
fueron rechazadas por
la fuerza de las armas, por la guerra, la guerra justa.
De hecho, incluso el mismo Vaticano, desde donde
el papa Francisco
emite sus idealistas discursos de paz y amor, estuvo durante mucho
tiempo
en el punto de mira de los musulmanes y sufrió sus ataques. Por
ejemplo, en el año 846, la armada islámica
desembarcó en Roma, la saqueó y la
incendió; y finalmente fue liberada gracias a los hombres que actuaron
de acuerdo con la teoría de
la guerra justa.
No hay nada malo en la condena genérica de la
guerra y sus horrores que
hace el papa Francisco. Es su habitual falta de distinción, en este
caso, la mezcla de las guerras justas con las guerras injustas, lo que
resulta
problemático, si no suicida.
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