La persecución musulmana contra los cristianos: una pandemia censurada (Parte 2)
RAYMOND IBRAHIM
|
PARTE 1
A pesar de su tan cacareada denominación como de «pueblo del Libro» –cuyo
significado los apologistas del islam han forzado más allá de lo
creíble–, tanto los cristianos como los judíos son, en última instancia,
clasificados también como infieles. Así, el Corán advierte a los
musulmanes contra «tomar a los judíos y a los cristianos por amigos y
aliados... Cualquiera de vosotros que los tome por amigos y aliados, es
sin duda uno de ellos» (Corán 5,51), es decir, que también se convierte en infiel y,
por tanto, debe ser odiado y combatido.
Más adelante, el Corán condena nominalmente a los cristianos,
declarando: «Infieles son los que dicen Dios es uno de tres» (Corán
5,73), en
referencia a la Trinidad cristiana. Y también: «Infieles son
los que dicen que Dios es el Cristo, [Jesús] el hijo de María» (Corán
5,72). El Corán se queja de que «los cristianos dicen que el Cristo es
el hijo de
Dios... ¡que la maldición de Alá caiga sobre ellos!» (Corán 9,30).
El significado de estos versículos sólo puede entenderse cuando se
comprende el significado de la palabra traducida aquí como «infiel»:
kafir. El kafir (el no creyente en el islam) es el enemigo mortal de Alá y de su
profeta. Los musulmanes están obligados a hacerle la guerra, matarlo y
subyugarlo, siempre que sea posible. En cuanto a lo que deben hacer los
musulmanes cuando no es factible atacar a los infieles, por ejemplo,
cuando las fuerzas de los no musulmanes son más fuertes, el Corán
aconseja: «Que los creyentes no tomen por amigos y aliados a los
infieles, sino a los creyentes. Quien haga eso no es de Alá, a no ser que sea tomando
precauciones por temor» (Corán 3,28). (Este es uno de los principales versículos que avalan la
taquiya, la oportunista doctrina que promueve el engaño a los no
musulmanes.)
La última palabra «revelada» sobre los cristianos y los judíos dice:
«Combatid contra los que, entre aquellos a los que se les dio el
libro,no creen ni en Dios ni en el último día, que no prohíben lo que
Dios y su enviado han prohibido, y no profesan la religión de la
verdad, hasta que paguen la yizia [el tributo] con su mano y en estado de humillación» (Corán 9,29).
Con eso, su destino estaba sellado. Como todos los demás infieles, los
cristianos y los judíos también debían ser odiados, combatidos y
sometidos.
Una pequeña diferencia
La
única diferencia en la forma en que los musulmanes han tratado
históricamente (y actualmente) a los «infieles» es que, mientras
que los paganos conquistados deben convertirse o morir, a los
cristianos y a los judíos se les permite mantener su respectiva
religión, siempre que se avengan a un estatus inferior, tal como se
establece en las Condiciones de Omar, un documento histórico supuestamente aceptado
por la población cristiana conquistada de Jerusalén allá por el año
640 d. C.
Los juristas musulmanes siguen citando estas condiciones
como las
principales estipulaciones que los cristianos deben aceptar para poder
subsistir bajo el dominio islámico. En él, los cristianos acuerdan:
«No construir iglesias en nuestra ciudad, ni monasterios, conventos o celdas de monje en los alrededores, y no reparar
las que estén en ruinas o en barrios musulmanes... No exhibir una cruz
en ellas [las iglesias], ni alzar la voz durante la oración o las
lecturas en nuestras iglesias que estén cerca de los musulmanes. No exhibir ninguna
cruz o libro [cristiano] en los mercados de los musulmanes... No
mostrar ningún signo de politeísmo, ni hacer atractiva nuestra
religión, ni predicar o hacer proselitismo con nadie... No
poseer ni llevar armas de ningún tipo, ni ceñirnos espadas. Honrar a
los musulmanes, cederles el camino, y levantarnos de nuestros
asientos si ellos desean sentarse.»
Este pacto concluye con la aceptación por parte de los cristianos de
que, si incumplen cualquiera de estas estipulaciones, se convierten,
una vez más, en presa fácil para la matanza o la esclavitud.
Resulta bastante revelador que la mayoría de las persecuciones actuales
estén relacionadas con estas condiciones: Las iglesias son
atacadas con bombas, quemadas o simplemente se les deniega el permiso para
existir o renovarse. Las Biblias, cruces y otros símbolos del
«politeísmo» son a menudo confiscados, destruidos o provocan estallidos
de violencia (especialmente en cementerios sin vigilancia). Los
cristianos que hablan abiertamente de su fe son acusados de
proselitismo o blasfemia, y en ambos casos pueden ser ejecutados. La
estipulación de que los cristianos deben «honrar a los musulmanes» –incluso cediéndoles sus asientos– ha dado lugar a un arraigado sistema
de desprecio y discriminación contra los cristianos.
Una yihad a la vez
A este respecto, se puede objetar que el hecho de que la doctrina
religiosa enseñe algo, o que unos vetustos libros y escrituras digan
algo, no significa necesariamente que la gente religiosa lo siga. A esto
hay que responder diciendo que la historia islámica es una manifestación práctica de la doctrina islámica.
En
el año 628, el fundador árabe del islam, Mahoma, dirigiéndose al
emperador
bizantino Heraclio, cabeza simbólica de la cristiandad, le pidió que
renegara
del cristianismo y abrazara el islam. Como el emperador lo rechazó,
Mahoma declaró
la yihad (se dice que Corán 9,29 fue «revelado» en ese contexto). Y
se sucedieron siglos de invasiones, guerras y conquistas islámicas. El
efecto inmediato fue que «los ejércitos musulmanes conquistaron [el
75%] del mundo
cristiano», en palabras del historiador Thomas Madden.
Todo lo que quedó fue «Occidente», llamado así porque era literalmente
la parte más occidental del mundo cristiano anterior al islamismo, es decir,
Europa, que soportó siglos de invasiones y atrocidades yihadistas.
Todavía en 1683, un milenio después del ultimátum de Mahoma a Heraclio,
más de 200.000 musulmanes turcos marcharon hacia Viena, la sitiaron y casi la
conquistaron en nombre de la yihad. Incluso la primera guerra de
Estados Unidos como nación fue contra musulmanes que actuaban conforme a la
lógica yihadista.
En palabras del historiador Bernard Lewis:
«Durante
casi mil años, desde el primer desembarco
de los moros en España [711] hasta el segundo asedio turco de Viena
[1683],
Europa estuvo bajo la amenaza constante del islam. Todas las provincias
del imperio islámico, salvo las más orientales, habían sido arrebatadas
a gobernantes cristianos... El norte de África, Egipto, Siria,
incluso el Irak gobernado por los persas, habían sido países
cristianos, en los que el cristianismo era más antiguo y estaba más
profundamente arraigado que en la mayor parte de Europa. Su pérdida fue
profundamente sentida y acrecentó el temor de que Europa corriera la
misma suerte.»
Pruebas de intolerancia
En cuanto a los cristianos cuyas tierras quedaron bajo control
musulmán, desde Marruecos hasta Irak, los registros históricos dejan
claro que fueron tratados como «inferiores», dimmíes, de acuerdo con
las Condiciones de Omar. A lo largo de los siglos, un número cada vez
mayor de estos cristianos, que en su día constituyeron la mayoría en
Oriente Próximo y África, se convirtieron al islam, ya fuera para
eludir la opresión fiscal y social que sufrían, o para evitar los
episodios esporádicos de persecución y matanzas generalizadas que se
producían periódicamente.
Los
registros musulmanes incluso lo dejan claro. En la autorizada
historia de Egipto de Al-Maqrizi (m. 1442), se recogen continuos casos
de musulmanes que quemaban iglesias, masacraban a cristianos y
esclavizaban a mujeres y niños coptos, a menudo con el consentimiento,
si no la cooperación directa, de las autoridades. La única escapatoria
entonces –como a veces todavía hoy– era que los cristianos acabaran por
convertirse al islam.
Tras registrar un episodio especialmente atroz de persecución en el
siglo XI, cuando, junto con innumerables masacres, unas 30.000
iglesias,
según Al-Maqrizi, fueron destruidas o convertidas en mezquitas (una
cifra asombrosa que indica aún más lo cristiano que era el Oriente
Próximo antes de la invasión islámica), el historiador musulmán hace
una observación
interesante: «En estas circunstancias, un gran número de cristianos se
hicieron musulmanes». (Casi podemos percibir el inaudible pero
triunfante grito de «Alahú Akbar».)
El hecho de que los cristianos sigan siendo pequeñas minorías en
Oriente Próximo (hasta el 15% en Egipto) no es, por tanto, un reflejo
de la tolerancia musulmana, como afirman los apologistas, sino una demostración de la
intolerancia. Mientras que las vidas de muchos cristianos se
extinguieron durante siglos de violencia y persecución, la
identidad espiritual y cultural de un número exponencialmente
mayor fue aniquilada tras su conversión al islam bajo fuerte presión.
(Tal es el triste e irónico ciclo que alimenta la persecución de
los cristianos hoy: los mismos musulmanes que los odian y atacan son a
menudo los descendientes lejanos de cristianos que abrazaron antes el
islam para eludir su propia persecución.)
Así pues, en el pasado y en el presente, los musulmanes han perseguido
a los cristianos, y siguen haciéndolo, por las mismas razones.
Sorprendentemente, sin embargo, este fenómeno perenne es prácticamente
desconocido en Occidente. ¿Por qué? Porque (en lo que ya debería ser ya un
tema familiar y como se expone con más detalle en este artículo) los guardianes
de
la información lo han suprimido en un esfuerzo por servir al relato
dominante, ese que busca presentar a los musulmanes como víctimas
y a los cristianos como perseguidores, falsificando la historia.
|
|
|