Comprender el
islam (1). Posible salvación común y nueva síntesis islamológica
ÉDOUARD-MARIE GALLEZ
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La incomprensión ahonda una de las peores
brechas que pueden
dividir a una sociedad. Esto es lo que ha sucedido durante años entre
los europeos y aquellos que se remiten a una identidad islámica y que,
conscientemente o no, quieren vivir separados. Esta brecha se amplía a
medida que el islamismo se incrusta en las comunidades musulmanas, en
Francia y en el resto de Europa. Ya es suficiente para que mañana, los
islamistas más adoctrinados arrastren a muchos de sus correligionarios
en confrontaciones a gran escala con la población no musulmana.
En este atolladero, los famosos "diálogos" que exaltan la "gran
fraternidad multicultural ciudadana" han pretendido proporcionar un
remedio.
En realidad, más bien han profundizado el mal, al mantener el
sentimiento
musulmán de ser víctimas. ¿Cómo podría ser de otra manera, cuando
se oculta el incivismo y las agresiones que se multiplican cada día con
respecto
a los no musulmanes, alegando un "derecho a la diferencia" sobre un
fondo de odio hacia la identidad europea, destilado por medios de
comunicación manipuladores? Pero ¿qué otro
camino se puede ofrecer para salir de esos engranajes
mortales y para hacerles cara juntos? De antemano sería necesario poder
hablar unos con otros, lo que supone un mínimo de lenguaje y
comprensión
comunes. Ahora bien, esto no existe, o muy poco.
La incapacidad de
comprender
El lunes 6 de junio de 2016, una pareja de policías fueron asesinados
por
Larossi Abballa, un musulmán practicante de Mantes-la-Jolie (Yvelines).
Había publicado un vídeo explicando las razones de su doble asesinato.
El domingo siguiente, 19 de junio de 2016, casi 3.000 musulmanes
protestaron ante la estación de policía de Mantes-la-Jolie, en homenaje
a
las víctimas. Ante todo debemos dar la bienvenida a esta iniciativa,
que
es alentadora.
Sin embargo, esta manifestación de Mantes no llegó a expresar el
rechazo
de la violencia religiosa fanática. Su lema era: "Movilicémonos contra
la
barbarie", y no "Movilicémonos contra el islamismo" (como vimos en
Egipto). ¡Y sin embargo, los manifestantes también lo sufren! Con ese
lema, muchos pretendían hacerse pasar por víctimas de otra
"barbarie", la del "racismo europeo". Ninguno de ellos parece haberse
preguntado qué provoca el rechazo por parte de muchos europeos. Peor
aún, ese rechazo corre el riesgo de crecer aún más con este tipo de
actitud:
¿cómo construir y fomentar la confianza entre no musulmanes y
musulmanes cuando, ya, se rehúsa reconocer que el asesino de Mantes
venía de su casa y mató en nombre del islamismo y la umma? ¿Cómo
construir confianza cuando la solidaridad islámica mundial y en buena
medida soñada tiene prioridad
sobre la solidaridad hacia los conciudadanos?
¿Incluso y sobre todo cuando estos pueden verse agredidos diariamente
por
"jóvenes" que reivindican abiertamente pertenecer al islam, y que
además publican
sus agresiones en las redes sociales?
La palabra "sueño" no es trivial; caracteriza un fenómeno muy
importante del islam, si es que no su misma naturaleza. El islam sueña con un mundo
ideal de paz e islamizado, es decir, sometido a la ley de Alá. Cuando
uno
vive un sueño despierto, ya no puede percibir la realidad de su propia
vivencia, ni tampoco la de su comunidad idealizada, ya sea la umma
o cualquier otra agrupación humana. La experiencia humana ciertamente
contradirá el sueño, pero lo más habitual es que este choque tenga como
resultado el moldear psicologías esquizofrénicas -descritas además por musulmanes-, que no abrir los ojos del soñador
a
la realidad liberándolo de la camisa de fuerza.
Este sueño y esta camisa de fuerza islámicos no son tan fáciles de
comprender. No es
solo algo sociopsicológico. Entra en juego un sentimiento muy profundo
de
culpa con respecto a Dios. Hace falta averiguar de dónde viene, es
decir, analizar
la fe islámica en sí y mirar lo que la fundamenta, cuáles son sus
orígenes. Los musulmanes no pueden hacerlo por sí solos.
La negativa a
comprender
Es
una camisa de fuerza. Los europeos podrían
al menos entreverlo, pero no quieren. Formados desde la infancia en
una cultura
antirreligiosa, relativista y amoral, quieren que el islam y los
musulmanes entren en las casillas que esta cultura les proporciona.
Todavía hacen
menos esfuerzos por comprender el sueño islámico y sus orígenes,
lo que llevaría a interrogarse por los sueños mesiánicos
que comporta la propia cultura occidental, ya se trate de los sueños
totalitarios del siglo XX, o del relativismo totalitario blando de este
siglo XXI. Así que nos contentamos con poner el islam como un bloque
frente a otro bloque, Occidente, negándonos a buscar más allá. Esto
viene muy bien a los proveedores de fondos saudíes y vecinos (que
riegan casi
todos los departamentos de estudios religiosos o islamológicos del
mundo), lo mismo que a todos los que sacan un provecho, electoralista,
geopolítico u otro, del "choque de civilizaciones".
Este pensamiento laico-racionalista caracteriza igualmente a los
cristianos
occidentales, y mucho más de lo que admiten. Entre ellos, se pueden
distinguir en particular dos
corrientes, según su enfoque
respectivo en relación al islam.
• El primero,
marcado por un profundo relativismo, considera que Dios sin duda alguna
ha hablado a través del islam. La figura más conocida de
esta corriente es Hans
Küng. Consideran que la revelación de Jesús no
pudo "agotar la revelación divina", como ha escrito Jacques Dupuis (1):
sigue siendo ciertamente para todo el mundo. Este jesuita tuvo la
honradez de expresar
en voz alta lo que la mayoría de esos oradores relativistas sobre
"las religiones" disimulan con fórmulas equívocas.
Esta corriente es al mismo tiempo racionalista: para ella, la vida
cristiana no es
"ser poseído" por la Verdad (que es Jesús por el Espíritu en la vida
cristiana), sino
"poseer
la verdad", reducida a un "mensaje cristiano", hecho de
"valores", ideales morales y proyectos de gran fraternidad convivencial
multicultural. Se trata, pues, de una especie de mesianismo
poscristiano,
que pretende salvar al mundo estableciendo en él la paz mediante el
"diálogo entre las religiones" - y que entronca con el muy
políticamente correcto "Congreso
Mundial de las Religiones". Este tipo de discurso retoma la
propaganda laicista que acusa a "las religiones" de ser causa de
guerras (2).
En esta corriente relativista cristiana apareció una rama "mística" en
la persona de Louis Massignon y sus adeptos (especialmente en
Francia e Italia). Debemos saber, como mínimo, que esta figura de
referencia del dialoguismo (fallecido en 1962, pero exaltado todavía
por sus adeptos)
descubrió el islam con ocasión de un crucero por el Nilo con su amante,
un aristócrata español que se había hecho musulmán. Sus elucubraciones
lo llevaron a
escribir que:
"El islam constituye una misteriosa
respuesta de la gracia a la oración de Abrahán
por Ismael y los árabes", a los que "Dios les dio el Corán como signo
de bendición" (Palabra dada,
1962).
Esta doctrina nebulosa, que imagina un Dios
común por encima del islam y
el cristianismo, la basó Massignon sola y exclusivamente en sus
propias
"experiencias místicas" -cuatro, según explicó-, la primera de las
cuales tuvo lugar mientras estaba con fiebre, en Bagdad en 1908. Otros
aspectos de su vida son aún menos
relucientes y se han ocultado en gran medida, por lo menos hasta 2011
(3). Aprovechándose de la ignorancia sobre el islam existente en el
clero
occidental y, en
particular, entre los obispos, los adeptos de Massignon consiguieron
atribuirse el monopolio en las cuestiones islamo-cristianas (4).
• La otra corriente, muy
opuesta al relativismo y que podríamos llamar fatalista,
está sin embargo marcada también por cierto racionalismo
occidental. Para estos cristianos, en efecto, el cristianismo y el
islamismo serían dos bloques extraños entre sí y, por tanto,
simplemente opuestos en cuanto diferencias nocionales, como conceptos
irreconciliables. Así, insisten fuertemente en la violencia
islámica, en sus justificaciones en los textos del islam -conocidos
superficialmente y diseccionados con brío-. Pero nunca se preguntan
seriamente por su procedencia. Porque el islam ¿será, como él pretende,
producto de su texto sagrado (descendido del cielo)? ¿O no será más
bien su corpus de textos, coránicos y otros, lo que es producto de un
movimiento ya muy concreto y alimentado por un proyecto que legitima la
violencia sagrada?
Para estos cristianos fatalistas, la
respuesta ya está dada: Mahoma sería el único fundador del islam, él se
habría fabricado una síntesis
religiosa, ya sea inspirándose en lo que le decían los cristianos de
Oriente o, a la inversa, fabricando su síntesis en oposición a las
doctrinas de aquellos (estas explicaciones contradictorias pueden
incluso
coexistir). En ambos casos, las Iglesias de Oriente, especialmente las
precalcedonianas, son responsables de la aparición del islam de una
manera o de otra. Se trata de viejas hipótesis de la islamología
occidental y, en última instancia, no son más que un revestimiento
racionalista de la
leyenda islámica que hace de Mahoma el creador del islam -seguramente
un día, al levantarse por la mañana, se le ocurrió
fundar una nueva religión... Revestimiento, por lo demás, estampado del
desprecio
occidental hacia las Iglesias de Oriente, designadas todavía hoy con
apodos como "nestorianas" y "monofisitas".
Este enfoque conceptual y occidental no ve que lo
que tacha como "herético" no constituye en realidad
más que diversas maneras de expresar la única fe
cristiana, tal como los responsables de las Iglesias de Oriente
aludidas
y el papa Juan Pablo II reconocieron juntos y recíprocamente. Pero lo
más
perjudicial de esta obstinada ceguera doctrinal es que no se quiere
mirar la
historia que indica cuál era la lejana raíz común con el islam, raíz
que fue
también el punto de divergencia. Este punto es su mesianismo o,
más exactamente, el mesianismo del que es heredero el islam -al igual
que lo son otros movimientos, aunque en menor medida-. Digámoslo,
entonces: las Iglesias
orientales no son de ninguna manera responsables de la aparición del
islam, y menos aún del primer mesianismo que está en el origen de
todos los mesianismos.
Porque es la primera generación cristiana, la de los judíos
cristianos -o más exactamente una parte de ella- la que fue responsable
de la fabricación del mesianismo. Esa generación tenía una misión muy
especial. Y cualquier desviación de esta misión solo podía engendrar
una negativa radical de la obediencia a los apóstoles. Las generaciones
posteriores soportaron y siguen soportando las consecuencias. Esta
cuestión fundamental, que merece ser tratada aparte, constituye
una clave para la lectura de la historia, todavía demasiado ignorada.
Reconocer juntos las
verdaderas responsabilidades y los desafíos
Sea por el lado de los cristianos
relativistas o por el de los fatalistas,
no se ha conseguido establecer ningún terreno de intercambio con los
musulmanes, ya se trate de cuestiones de la salvación o de la
violencia. La
esterilidad de los relativistas ha sido reconocida hace mucho tiempo
por
algunos de los que practicaron el "diálogo islamo-cristiano" y que
se dieron cuenta de que al final solo dialogaban consigo mismos, por
intermedio de musulmanes espejo. En cuanto a los fatalistas, hay que
mencionar que, por su parte, establecieron las relaciones entre
musulmanes y no musulmanes sobre el trasfondo de la historia común
entre
Francia y Argelia: se ve en torno a asociaciones como Secours de France.
Pero, por
desgracia, este terreno de entendimiento es estrecho: nunca será
suficiente para
abordar las cuestiones de fondo. Por consiguiente, si el diálogo
relativista
resulta estéril (toda tentativa de yuxtaponer las convicciones
de unos y de otros está condenada al fracaso), el postulado fatalista
lo es muy
poco menos: ¿cómo concebir que dos realidades herméticas una respecto a
otra, el islam y la fe cristiana, puedan hablar entre sí? Las
conversaciones mismas parecen entonces impensables, salvo que ocurra un
milagro.
Porque evidentemente son las cuestiones de fondo las que, aunque
puedan dividir, aproximan más. En primer lugar, la cuestión del Mal y
de la voluntad de Dios: ¿es normal que el mundo esté entregado a la
influencia del Mal? Si este no es el caso -de lo que todo creyente
está convencido-, ¿cómo podrá este mundo ser liberado de esa
influencia?
Si tiene que haber un juicio, ¿cuál? ¿Cómo interpretar desde ahora esta
influencia mundial del Mal, de la que son un signo destacado la deriva
financierista del mundo y la depredación de las riquezas por parte de
unos pocos? ¿Qué dicen las tradiciones islámicas y la revelación
cristiana a propósito del futuro del mundo? En cuanto al terrorismo
islámico, ¿quién
hace qué y quién manipula a quién? ¿Para quién trabajan los
terroristas? ¿Quién tiene interés en hacer soñar a las poblaciones y en
exaltar
religiosamente el poder y la riqueza -y al amo con relación al
esclavo como sugiere el Corán-? ¿Quién tiene interés en transformar la
Iglesia católica, la institución más antigua del mundo, en asistente
social y espiritual universal, destinado a poner un poco de
bálsamo sobre las miserias planetarias causadas por la depredación
financiera?
Ahí, comenzaríamos de verdad a analizar al
mismo tiempo lo que toca el
corazón de la fe y la identidad islámica, y que es igualmente
fundamental
para el cristianismo, y lo que está realmente ocurriendo en este mundo
que el
creyente no comprende ya y dónde está manipulado. Por ellos mismos, los
musulmanes son incapaces de llevar a cabo este análisis y, enfrente,
demasiados
cristianos (sobre todo occidentales) simplemente se niegan a
considerarlo. Sin embargo, es la única vía de futuro, para
comprendernos
y con vistas a nuestra salvación común y el futuro de nuestros hijos.
Continúa
en Comprender el islam (2).
Notas
1.
"La revelación cristiana no agota -no puede agotar- el misterio de lo
Divino; ni invalida tampoco la auténtica revelación divina hecha por
medio de
las figuras proféticas de otras tradiciones religiosas" (Jacques
Dupuis, "Le dialogue interreligieux à l’heure du pluralisme", Nouvelle Revue Théologique, nº 120
/ oct.-dic. 1998: 556).
2. William Cavanaugh ha demostrado exactamente lo contrario: las
"guerras de religión" europeas (siglos XVI-XVIII) son las consecuencias
del establecimiento de los Estados modernos centralizadores y
masificadores. Véase en particular Migrations
du sacre, Paris, Éd. de l'Homme Nouveau,
2010.
3. Laure Meesemaecker, L'autre visage de Louis Massignon,
Versalles, Via
Romana, 2011. Luego, en 2012, Le
malentendu islamo-chrétien, Éd.
Salvator, por el autor del artículo. Sin embargo, ya había algunas
luces relacionadas con el verdadero Massignon... ¡en la web de lengua
inglesa!
4. Este monopolio se institucionalizó en el SNRM
cuyo nombre anterior
era SRI, Secretariado y luego Servicio para las Relaciones con el
Islam:
como se ha subrayado que no se puede "dialogar" con un sistema, sino
solamente con
personas, se ha cambiado la etiqueta por Servicio Nacional de
Relaciones con los Musulmanes. Este monopolio también consiste en un
marco de enseñanza al margen de los Institutos Católicos, los
Institutos de Ciencias y Teología de las Religiones (ISTR), dedicados
al
maestro y profeta Massignon.
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