Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común
PARA FRANCISCO - GRAN IMAN AHMAD AL-TAYYEB
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En el nombre de Dios que ha creado todos los
seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad,
y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos, para poblar la
tierra y difundir en ella los valores del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios
ha prohibido matar, afirmando que quien mata a una persona es como si
hubiese matado a toda la humanidad y quien salva a una es como si
hubiese salvado a la humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados,
de los necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer
como un deber requerido a todos los hombres y en modo particular a cada
hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de
los refugiados y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de
todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias;
de los débiles, de cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de
guerra y de los torturados en cualquier parte del mundo, sin distinción
alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la
seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la
destrucción, de la ruina y de las guerras.
En nombre de la «fraternidad humana» que
abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada
por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de
ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan
las acciones y los destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a
todos los seres humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia,
fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena
voluntad, presentes en cada rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto, Al-Azhar
al-Sharif —con los musulmanes de Oriente y Occidente—, junto a la
Iglesia Católica —con los católicos de Oriente y Occidente—, declaran
asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como
conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio.
Nosotros —creyentes en Dios, en el encuentro
final con él y en su juicio—, desde nuestra responsabilidad religiosa
y moral, y a través de este Documento, pedimos a nosotros mismos
y a los líderes del mundo, a los artífices de la política internacional
y de la economía mundial, comprometerse seriamente para difundir la
cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz; intervenir lo
antes posible para parar el derramamiento de sangre inocente y poner
fin a las guerras, a los conflictos, a la degradación ambiental y a la
decadencia cultural y moral que el mundo vive actualmente.
Nos dirigimos a los intelectuales, a los
filósofos, a los hombres de religión, a los artistas, a los
trabajadores de los medios de comunicación y a los hombres de cultura
de cada parte del mundo, para que redescubran los valores de la paz, de
la justicia, del bien, de la belleza, de la fraternidad humana y de la
convivencia común, con vistas a confirmar la importancia de tales
valores como ancla de salvación para todos y buscar difundirlos en
todas partes.
Esta Declaración, partiendo de una reflexión
profunda sobre nuestra realidad contemporánea, valorando sus éxitos y
viviendo sus dolores, sus catástrofes y calamidades, cree firmemente
que entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno
están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores
religiosos, además del predominio del individualismo y de las
filosofías materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores
mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos y
trascendentes.
Nosotros, aun reconociendo los pasos positivos
que nuestra civilización moderna ha realizado en los campos de la
ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y del bienestar, en
particular en los países desarrollados, subrayamos que, junto a tales
progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de
la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento
de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso
contribuye a que se difunda una sensación general de frustración, de
soledad y de desesperación, llevando a muchos a caer o en la vorágine
del extremismo ateo o agnóstico, o bien en el fundamentalismo
religioso, en el extremismo o en el integrismo ciego, llevando así a
otras personas a ceder a formas de dependencia y de autodestrucción
individual y colectiva.
La historia afirma que el extremismo religioso y
nacional y la intolerancia han producido en el mundo, tanto en
Occidente como en Oriente, lo que podrían llamarse los signos de una «tercera
guerra mundial a trozos», signos que, en diversas partes del mundo
y en distintas condiciones trágicas, han comenzado a mostrar su rostro
cruel; situaciones de las que no se conoce con precisión cuántas
víctimas, viudas y huérfanos hayan producido. Asimismo, hay otras zonas
que se preparan a convertirse en escenario de nuevos conflictos, donde
nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una
situación mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el
miedo al futuro y controlada por intereses económicos miopes.
También afirmamos que las fuertes crisis
políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de
los recursos naturales —de los que se beneficia solo una minoría de
ricos, en detrimento de la mayoría de los pueblos de la tierra— han
causado, y continúan haciéndolo, gran número de enfermos, necesitados y
muertos, provocando crisis letales de las que son víctimas diversos
países, no obstante las riquezas naturales y los recursos que
caracterizan a las jóvenes generaciones. Con respecto a las crisis que
llevan a la muerte a millones de niños, reducidos ya a esqueletos
humanos —a causa de la pobreza y del hambre—, reina un silencio
internacional inaceptable.
En este contexto, es evidente que la familia es
esencial, como núcleo fundamental de la sociedad y de la humanidad,
para engendrar hijos, criarlos, educarlos, ofrecerles una moral sólida
y la protección familiar. Atacar la institución familiar,
despreciándola o dudando de la importancia de su rol, representa uno de
los males más peligrosos de nuestra época.
Declaramos también la importancia de reavivar el
sentido religioso y la necesidad de reanimarlo en los corazones de las
nuevas generaciones, a través de la educación sana y la adhesión a los
valores morales y a las enseñanzas religiosas adecuadas, para que se
afronten las tendencias individualistas, egoístas, conflictivas, el
radicalismo y el extremismo ciego en todas sus formas y manifestaciones.
El primer y más importante objetivo de las
religiones es el de creer en Dios, honrarlo y llamar a todos los
hombres a creer que este universo depende de un Dios que lo gobierna,
es el Creador que nos ha plasmado con su sabiduría divina y nos ha
concedido el don de la vida para conservarlo. Un don que nadie tiene el
derecho de quitar, amenazar o manipular a su antojo, al contrario,
todos deben proteger el don de la vida desde su inicio hasta su muerte
natural. Por eso, condenamos todas las prácticas que amenazan la vida
como los genocidios, los actos terroristas, las migraciones forzosas,
el tráfico de órganos humanos, el aborto y la eutanasia, y las
políticas que sostienen todo esto.
Además, declaramos —firmemente— que las
religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de
odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al
derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de
las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también
de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en
algunas fases de la historia— de la influencia del sentimiento
religioso en los corazones de los hombres para llevarlos a realizar
algo que no tiene nada que ver con la verdad de la religión, para
alcanzar fines políticos y económicos mundanos y miopes. Por esto,
nosotros pedimos a todos que cese la instrumentalización de las
religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo o al
fanatismo ciego y que se deje de usar el nombre de Dios para justificar
actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión. Lo pedimos por
nuestra fe común en Dios, que no ha creado a los hombres para que sean
torturados o humillados en su vida y durante su existencia. En efecto,
Dios, el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea
que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente.
Este Documento, siguiendo los Documentos
Internacionales precedentes que han destacado la importancia del
rol de las religiones en la construcción de la paz mundial, declara lo
siguiente:
– La fuerte convicción de que las enseñanzas
verdaderas de las religiones invitan a permanecer anclados en los
valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco,
de la fraternidad humana y de la convivencia común; a
restablecer la sabiduría, la justicia y la caridad y a despertar el
sentido de la religiosidad entre los jóvenes, para defender a las
nuevas generaciones del dominio del pensamiento materialista, del
peligro de las políticas de la codicia de la ganancia insaciable y de
la indiferencia, basadas en la ley de la fuerza y no en la fuerza de la
ley.
– La libertad es un derecho de toda persona:
todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y
de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza
y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios
creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que
proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser
diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a
adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se
imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan.
– La justicia basada en la misericordia es el
camino para lograr una vida digna a la que todo ser humano tiene
derecho.
– El diálogo, la comprensión, la difusión de la
cultura de la tolerancia, de la aceptación del otro y de la convivencia
entre los seres humanos contribuirían notablemente a que se reduzcan
muchos problemas económicos, sociales, políticos y ambientales que
asedian a gran parte del género humano.
– El diálogo entre los creyentes significa
encontrarse en el enorme espacio de los valores espirituales, humanos y
sociales comunes, e invertirlo en la difusión de las virtudes morales
más altas, pedidas por las religiones; significa también evitar las
discusiones inútiles.
– La protección de lugares de culto —templos,
iglesias y mezquitas— es un deber garantizado por las religiones, los
valores humanos, las leyes y las convenciones internacionales.
Cualquier intento de atacar los lugares de culto o amenazarlos con
atentados, explosiones o demoliciones es una desviación de las
enseñanzas de las religiones, como también una clara violación del
derecho internacional.
– El terrorismo execrable que amenaza la
seguridad de las personas, tanto en Oriente como en Occidente, tanto en
el Norte como en el Sur, propagando el pánico, el terror y el pesimismo
no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas la utilizan—,
sino de las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos,
políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por
esto es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a
través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y
también la cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes
internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal
terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones.
– El concepto de ciudadanía se basa en la
igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de
la justicia. Por esta razón, es necesario comprometernos para
establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía
y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que
trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el
terreno para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los
derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos.
– La relación entre Occidente y Oriente es una
necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni
descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través
del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente podría
encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de
sus enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación
del materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del
Occidente tantos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la
debilidad, la división, el conflicto y el declive científico, técnico y
cultural. Es importante prestar atención a las diferencias religiosas,
culturales e históricas que son un componente esencial en la formación
de la personalidad, la cultura y la civilización oriental; y es
importante consolidar los derechos humanos generales y comunes, para
ayudar a garantizar una vida digna para todos los hombres en Oriente y
en Occidente, evitando el uso de políticas de doble medida.
– Es una necesidad indispensable reconocer el
derecho de las mujeres a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus
derechos políticos. Además, se debe trabajar para liberarla de
presiones históricas y sociales contrarias a los principios de la
propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la explotación
sexual y tratarla como una mercancía o un medio de placer o ganancia
económica. Por esta razón, deben detenerse todas las prácticas
inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las
mujeres y trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres
disfrutar plenamente de sus derechos.
– La protección de los derechos fundamentales de
los niños a crecer en un entorno familiar, a la alimentación, a la
educación y al cuidado es un deber de la familia y de la sociedad.
Estos derechos deben garantizarse y protegerse para que no falten ni se
nieguen a ningún niño en ninguna parte del mundo. Debe ser condenada
cualquier práctica que viole la dignidad de los niños o sus derechos.
También es importante estar alerta contra los peligros a los que están
expuestos — especialmente en el ámbito digital—, y considerar como
delito el tráfico de su inocencia y cualquier violación de su infancia.
– La protección de los derechos de los ancianos,
de los débiles, los discapacitados y los oprimidos es una necesidad
religiosa y social que debe garantizarse y protegerse a través de
legislaciones rigurosas y la aplicación de las convenciones
internacionales al respecto.
Con este fin, la Iglesia Católica y al-Azhar, a
través de la cooperación conjunta, anuncian y prometen llevar este
Documento a las Autoridades, a los líderes influyentes, a los hombres
de religión de todo el mundo, a las organizaciones regionales e
internacionales competentes, a las organizaciones de la sociedad civil,
a las instituciones religiosas y a los exponentes del pensamiento; y
participar en la difusión de los principios de esta Declaración a todos
los niveles regionales e internacionales, instándolos a convertirlos en
políticas, decisiones, textos legislativos, planes de estudio y
materiales de comunicación.
Al-Azhar y la Iglesia Católica piden que este
Documento sea objeto de investigación y reflexión en todas las
escuelas, universidades e institutos de educación y formación, para que
se ayude a crear nuevas generaciones que traigan el bien y la paz, y
defiendan en todas partes los derechos de los oprimidos y de los
últimos.
En conclusión, deseamos que:
esta Declaración sea una invitación a la
reconciliación y a la fraternidad entre todos los creyentes, incluso
entre creyentes y no creyentes, y entre todas las personas de buena
voluntad;
sea un llamamiento a toda conciencia viva que
repudia la violencia aberrante y el extremismo ciego; llamamiento a
quien ama los valores de la tolerancia y la fraternidad, promovidos y
alentados por las religiones;
sea un testimonio de la grandeza de la fe en Dios
que une los corazones divididos y eleva el espíritu humano;
sea un símbolo del abrazo entre Oriente y
Occidente, entre el Norte y el Sur y entre todos los que creen que Dios
nos ha creado para conocernos, para cooperar entre nosotros y para
vivir como hermanos que se aman.
Esto es lo que esperamos e intentamos realizar
para alcanzar una paz universal que disfruten todas las personas en
esta vida.
Abu Dabi, 4 de febrero de 2019
Su Santidad
Papa Francisco |
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Gran Imán de
Al-Azhar
Ahmad Al-Tayyeb |
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