Comprender el islam para combatir la islamización

OLAF





Desde que el islam se invitó a nuestros países -o algunos lo invitaron...-, no hemos dejado de lamentar sus ataques contra nuestro modo de vida, nuestra civilización, nuestros valores. El peligro de una segregación progresiva se materializa en el seno mismo de los países occidentales, a medida que nos damos cuenta de la incompatibilidad del dogma islámico con nuestros principios esenciales.


Muchos se preguntan cómo reaccionar, y se lanzan a combates valientes: unos invaden un sitio de comida rápida halal, otros intentan que se regulen los signos religiosos visibles en el espacio público, otros organizan una campaña de oposición a la venida de predicadores del odio...


¡Bien!

Todavía hace falta, para que el combate sea eficaz, partir de las mejores bases. Sun Tzu recomendaba en su tiempo al general que se tomara tiempo para conocer a su enemigo antes de combatir contra él: "Quien conoce a su enemigo como se conoce a sí mismo, no será derrotado en cien combates. Quien se conoce pero no conoce al enemigo saldrá victorioso una vez de cada dos. ¿Qué decir de aquellos que no se conocen a sí mismos y tampoco a sus enemigos?".

Esta es la clave de cualquier victoria. Esto es a lo que el islam nos obliga: hacer nuestro propio examen de conciencia, estudiar esta religión, comprender su concepción del mundo, la forma en que condiciona el pensamiento de los creyentes y, especialmente, el pensamiento de sus soldados, para oponerle la mejor defensa y, sobre todo, replicar con la mayor precisión.

Muchos islamólogos han descrito muy bien el pensamiento musulmán y la historia de este pensamiento. En su reciente libro El cierre de la mente musulmana, el politólogo Robert Reilly nos ofrece aún más claves de lectura del pensamiento musulmán, capitales para entender la dinámica del desarrollo del islam (véase el trabajo de Hélios d'Alejandrie).

 
Comprender la concepción del mundo en el islam

Para simplificar, teniendo en cuenta los peligros del maniqueísmo, hay que considerar que, en los inicios del islam, hubo una lucha entre dos escuelas de pensamiento:

- Una escuela de pensamiento racionalista, que incorporó ciertos principios de la filosofía griega, por medio de la asimilación de los cristianos y los judíos conquistados en la fase de expansión del islam. Para esta gente, la razón no se opone a la revelación de Mahoma, aunque esta pueda contener misterios que vayan mucho más allá de la razón. ¡De todos modos no se explica a Dios! Así, según ellos, la razón permite comprender y explicar el mundo. El hombre, por su entendimiento, puede descifrarlo y ordenarlo, comprenderse a sí mismo, distinguir el bien y el mal y así intentar gobernarse a sí mismo, construir su sociedad por sus propios medios. Todo esto forma parte del plan de Dios. Esta escuela de pensamiento, la de los mutazilíes, fue influyente desde el siglo VIII, pero no pudo perdurar porque fue combatida por otra escuela de pensamiento.


- La otra escuela de pensamiento, que, en una lógica política, una lógica de toma del poder se opuso radicalmente a los mutazilíes y toda forma de racionalismo, es la escuela asharí. Predica la omnipotencia absoluta de Dios y rechaza absolutamente todo lo que podría limitarla: la idea de una ordenamiento propio de la naturaleza, por ejemplo, una naturaleza que evoluciona de manera autónoma con respecto a Dios, así como la idea de que el hombre puede razonar por sí mismo, sin tomar sus mandamientos de Dios, son inconcebibles en esta escuela de pensamiento. Para ella, el mundo está enteramente sometido a Dios, que lo hace existir en cada instante, que lo recrea constantemente. No hay, pues, más lógica en este sistema, no hay posibilidad de explicación: mi pluma no cae de mi escritorio a causa de la gravedad, sino porque Dios lo quiere así, en cada instante de su caída, como Dios podría querer al contrario que mi pluma se ponga a volar. Por lo tanto, ¿cómo intentar vivir en un mundo incomprensible, un mundo del que se suprimen todas las claves de lectura? Obedeciendo ciegamente a Dios, observando al pie de la letra  sus mandamientos transmitidos por la revelación (el Corán y la vida ejemplar de Mahoma), trocando la propia conciencia por una sumisión absoluta. Fue esta escuela de pensamiento la que prevaleció muy pronto sobre los mutazilíes, la que dio forma al islam que tenemos hoy.

A la luz de esto, podemos comprender entonces cuál es la visión del mundo para un (¿buen?) musulmán, es decir, para alguien que se somete a la voluntad de Dios: todo, absolutamente todo, es voluntad de Dios.

- ¿Un temblor de tierra? Voluntad de Dios.

- ¿La expansión del islam del siglo VII al siglo XVI? Voluntad de Dios.

- ¿El estancamiento actual del mundo musulmán, el deplorable estado de su desarrollo económico y humano? Voluntad de Dios.


- ¿Las cruzadas? Voluntad de Dios.

- ¿La incredulidad de los judíos y los cristianos? ¿Su misma existencia? Voluntad de Dios.

- ¿La necesidad de combatir contra los incrédulos, de combatir contra los judíos "tanto que la roca, tras la que se refugie un judío, dirá: ¡Musulmán! Aquí hay un judío detrás de mí, mátalo"? Voluntad de Dios.

- ¿La injusticia, el adulterio, el robo, el asesinato, la crueldad, el malvado que triunfa y el justo que sufre? Voluntad de Dios.

- ¿La charía, la lapidación de los adúlteros, la mutilación de los ladrones? Voluntad de Dios.

Y de hecho, si todo es la voluntad de Dios, ayer, hoy y mañana (¡inch'a allah!), entonces el musulmán no entiende, en cuanto musulmán, más que dos formas de proceder:

- La que Dios le ha impuesto por la revelación, desde las obligaciones religiosas más triviales, los cinco pilares, el código de conducta moral, la charía, hasta la yihad y la necesidad de trabajar por el sometimiento de la tierra entera a la voluntad de Dios.

- La que se le impone a él, en último término, por la fuerza de las cosas. Si, a pesar de su propia voluntad, una voluntad superior termina por subyugarlo, él sacará partido. Al final, es que Dios lo ha querido así. Más vale someterse temporalmente y aguardar pacientemente a que Dios le haga triunfar más tarde. La historia está plagada de tales ejemplos...

Y a este respecto, a las objeciones que ciertamente se me formularán del tipo "¿y los musulmanes moderados, entonces? ¿Y mi amigo Mohamed, que nunca ha hecho daño a nadie y nunca lo hará?, yo respondería de antemano: "Preguntad a esos musulmanes moderados qué representa para ellos un buen musulmán". Básicamente, entre asharí y mutazilí, ¡elige tu campamento, camarada! No se puede ser al mismo tiempo asharí, es decir, como el 99% de los musulmanes actuales, partidarios del principio de la lectura literal y la sumisión ciega, y ser a la vez tiempo mutazilí ... ¡Es incompatible! Y, además, ¿quién es todavía mutazilí hoy, quién está legitimado para interpretar el Corán y razonar de igual a igual con Dios? Aparte de Malek Chebel y sus llamamientos a un islam razonado, un islam de las luces, que no existe más que en sus sueños, no veo a mucha gente... por no hablar de las dificultades de lectura de las posiciones de cada uno generadas por esa taquiya que permite al creyente en tierra infiel disimular sus verdaderas creencias y sus verdaderos objetivos.



Responder al islam

Cuando comprendemos esto, podemos llegar núcleo de nuestro tema, a saber, cómo tratar con el islam en cuanto religión y en cuanto fenómeno político, aspectos ambos que resultan ser una y la misma cosa en el islam: por la fuerza, por la relación de fuerza, el único lenguaje que el islam conoce intrínsecamente, el único lenguaje que el islam reconoce. Da mucho juego charlotear, negociar, discutir, dialogar, hacer concesiones y componendas razonables con el islam en nombre de los principios que solo nosotros consideramos superiores: el islam no ve más que la relación de fuerza a su favor. Lo único que cuenta para él y frente a él es la movilización de la fuerza, la fuerza del derecho y la ley, la fuerza del número y por supuesto la fuerza de las armas o el dinero... Y frente a él solo cuenta la movilización efectiva, tangible, que pueda imponérsele y ser interpretada por él como voluntad superior de Dios mismo. Amenazas, lecciones de moral y miradas de reprobación no tienen ningún efecto.

¿Los predicadores del odio proyectan una mala jugada? Hay que movilizarse con fuerza, reclamar, manifestarse. ¿Un derecho musulmán, paralelo e ilegal, se desarrolla a la sombra de las mezquitas? Hay que movilizarse con fuerza, hacer que intervenga la policía y la ley. ¿Los islamistas intentan un golpe en los países de la primavera árabe? Hay que movilizarse con fuerza, enviar tropas allá, fulminar acá. ¿La demografía de los islamistas nos sumerge en nuestros propios países? Hay que movilizarse con fuerza, y en adelante tener más hijos que ellos ...

No es tan fácil, claro.

Pero por eficaz que pueda parecer, esta respuesta de la fuerza contra la fuerza, incluso si es muy bien entendida por el adversario islamista (¡véase en la fotografía al margen la ofensiva del rezo masivo en la calle!), incluso si históricamente ha permitido a Occidente resistir la ofensiva del islam, esta respuesta fracasará, si es la única que se propone.


Fracaso porque no oponer más que una resistencia frontal, fuerza contra fuerza, músculos contra músculos, frente al islam es sumamente peligroso: la ventaja del número pronto ya no estará a favor de Occidente en su propio terreno. La demografía de los musulmanes es su primer arma, como nos lo ha advertido el turco Erdogan: "Gracias a vuestra democracia os invadiremos, gracias a nuestro modelo coránico y nuestra demografía, os derrotaremos". El que fuera presidente argelino, Bumedian, declaró: "Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y ciertamente no como amigos. Porque irrumpirán en él para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. El vientre de nuestras mujeres nos ofrecerán la victoria" (todo esto declarado muy oficialmente en la ONU, en 1974). Igualmente Rachid Gacem, el dignísimo tesorero de una mezquita de Roubaix, en Francia, solicitando el establecimiento de la charía en Francia, cuando los musulmanes lleguen a ser la mayoría. En Francia, algunos predicen que la "minoría" musulmana actual superará el 40% de la población hacia 2050 o incluso antes.

Fracaso también porque Occidente, en plena decrepitud moral, en plena duda ontológica, con los valores socavados por su relativismo, su tolerancia a la intolerancia, y su xenofilia parece muy débil frente a las convicciones islámicas. Esto está bien resumido por Michel Onfray en una pintura muy negra y, esperémoslo, ciertamente demasiado pesimista: mientras el islamista está dispuesto a morir por su fe, ¿quién está hoy dispuesto a morir por sus ideas? ¿Quién está hoy dispuesto a morir por su poder adquisitivo, por su sofá?

Y fracaso finalmente, porque actuar sistemáticamente en la relación de fuerza no hará más que agravar el fanatismo, de una parte y de otra. Reafirmará al musulmán en el rechazo de Occidente, su enemigo y de sus valores, y por otro lado, hará de nosotros unos fanáticos, cegados por la violencia de la lucha y olvidados de nuestros valores, del sentido de nuestro combate y del papel de la verdad en este último. Luchamos contra el islam no porque sea nuestro enemigo, sino porque es él quien nos designa como su enemigo. Luchamos contra el islam porque su visión del mundo es falsa y mortífera, porque es una vía muerta para el desarrollo individual y social, tanto en el plano económico como en el plano humano, moral y espiritual. No prevaleceremos porque seamos los más fuertes, sino porque tendremos razón, ¡aunque esto nos ayudará mucho a ser los más fuertes!

Y en eso, efectivamente, hay que convocar junto a Sun Tzu a ese otro gran estratega que es Clausewitz. Él nos enseña que para vencer, convendrá atraer al enemigo fuera de su terreno, a un entorno que él no domine, el nuestro.


Es ese hacia el que los países musulmanes se dirigieron en el siglo XX, asumiendo el giro de la secularización de sus sociedades, llevadas ​​por Occidente a su propio terreno de la modernidad, intentando acoplar a ella su desarrollo. El islam casi se perdió. Pero esto fracasó debido a la reacción islamista, impulsada sobre todo por los Hermanos Musulmanes desde los años 1920, que preconiza por un retorno a los fundamentos del islam, el fundamentalismo (particularmente ostensible en el incremento del uso del velo en Egipto). Este fracaso de la secularización de los países musulmanes (como lo prueba el giro islámica de las "primaveras árabes") debe indicarnos que no es suficiente actuar sobre las sociedades, que es al corazón mismo de la doctrina musulmana adonde debe dirigiese nuestra acción "clausewitziana". Y veo dos medios de alcanzar al corazón de esta doctrina: la conversión y el derrumbamiento.


 

La conversión


La conversión es la renuncia del musulmán al islam, para abrazar mejor la fe cristiana y su racionalismo -que está, sin ofender a nuestros amigos ultralaicos, a la base de la construcción de nuestras sociedades occidentales, ciertamente con algunas otras aportaciones-. Se trata de llevar al musulmán hacia el terreno del amor, un concepto del que carece cruelmente el islam, un concepto que, sin embargo, se encuentra en el corazón de las aspiraciones humanas y en el corazón de la fe cristiana. Y llevarlo también al terreno de la razón -volveremos sobre ello-. Podremos inspirarnos aquí en el ejemplo de Joseph Fadelle, o el de Charles de Foucauld (escritos que hay que leer con las lentes de su época, prestando especial atención a no hacer una lectura anacrónica de las concepciones racistas expresadas) .


El Estado y la acción política, no obstante, deben permanecer laicos, sin implicarse en esa vía. La conversión debe contemplarse a título individual, en la escala del "convertidor", el convertido y su absoluta libertad de conciencia. No daré más detalles aquí, pero me gustaría recordar que el peligro que representa la conversión para la supervivencia del islam se refleja en los esfuerzos que despliega para defenderse de ella: el encierro del creyente en el sistema comunitario de la umma, lo que le permite controlar su conciencia para prohibirle mejor la libertad; el estatuto de dimmi para el cristiano en tierra del islam, avatar de "infrahumano", apenas mejor considerado que el judío bajo el Tercer Reich; la prohibición de difusión de cualquier elemento de otra doctrina, persecuciones diversas y, finalmente, la pena de muerte para el apóstata...


 

El derrumbamiento


El derrumbamiento es el arma de destrucción masiva del islam, ofrecida gracias al análisis de esta religión por parte de la ciencia occidental reciente, y la puesta en evidencia de sus incoherencias. Es situar al musulmán ante la prueba efectiva de la irracionalidad total de sus creencias. A pesar de todos sus esfuerzos por rechazar la racionalidad, el islam puede constreñir la naturaleza humana, pero no puede cambiarla. El hombre conserva ese fondo de inteligencia, que, si puede, por un lado, hacerle comprender el interés de abrazar el islam ante la coacción física, ante la forma de liberación que puede representar el abandono de toda razón propia, puede igualmente hacerle comprender la falsedad de las bases y fundamentos de esta religión. Incluso si nada tiene sentido en el islam, incluso si solo Dios tiene sentido, todavía hay echar mano de un mínimo de sentido para decidir adherirse. Sobre esta capacidad de sentido, este mínimo razonable, es sobre lo que hay que apoyarse y, con Clausewitz, llevar al musulmán al terreno de la realidad y la razón. Y pregúntele acerca de las fuentes de su fe, como podría hacerlo un neófito sincero:


- ¿Cuáles eran exactamente las creencias de los cristianos (o más bien sectarios cristianos), de los paganos y los judíos que poblaban la Arabia de Mahoma? ¿Cómo era el mesianismo en los siglos V y VI en esa región, antes de la llegada de Mahoma?


- ¿Cuáles son las pruebas tangibles de la vida y la predicación de Mahoma? ¿Cómo probar la autenticidad de los hadices?


- ¿De cuándo data el primer Corán?


- ¿Cómo puede uno estar seguro de la unicidad y la pureza de un Corán puesto por escrito tanto tiempo después de su revelación? ¿Qué pensar del contexto y de las condiciones extremadamente delicadas de su redacción, controlada por las autoridades políticas, que vieron en él un instrumento de poder, quizás más que un instrumento de fe?


- ¿En qué lengua se reveló y luego se escribió el Corán? ¿Cuáles son las raíces de esta lengua? ¿Cómo evolucionó esta lengua entre la época de Mahoma y la de la redacción del Corán?


O bien, preguntarle sobre las incoherencias del dogma islámico...


- ¿Cuál es la composición físicoquímica de una loncha de jamón serrano? ¿De una loncha de jamón de pavo? ¿Dónde está la prueba de la impureza de uno y la pureza del otro?


- El sunismo o el chiismo, ¿quién tiene razón y por qué? (la pregunta que mata...).


- ¿En qué es el islam un culto? ¿Qué es lo que se celebra en una mezquita? ¿Cuáles son las relaciones entre Dios y el creyente?


- ¿Qué es la santidad en el islam?


- ¿De qué modo las "moléculas del sufrimiento" (por no decir toxinas...) que esparce en su cuerpo el animal degollado de forma halal, agonizando durante 15 minutos, contribuyen a purificar su carne?


- ¿Por qué creó Dios y continúa creando no creyentes? ¿Y homosexuales? ¿Y creyentes para matarlos?


- ¿Hace falta matar a todos los cerdos y todos los perros? ¿Por qué los ha creado Dios?


- ¿Cómo estar seguros de que Rael o Gilbert Bourdin no son profetas del islam, si se sitúan de alguna manera en continuidad con Mahoma? ¿En qué es Mahoma más creíble que ellos?


- El proyecto de umma global sobre la tierra, regido por la charía, es:

     a) ¿peor que Pakistán?

     b) ¿como Pakistán?

     c) ¿mejor que Pakistán?


- Una vez que la umma global haya llegado a la tierra, y que no haya ya necesidad de yihad, ¿podremos todavía ir al paraíso?


Formuladas ciertamente en un tono desenfadado, todas estas preguntas plantean al musulmán el problema de su propia racionalidad... Frente a la incoherencia, al malestar, si se permite la menor duda, toda su fe se irá al garete. Abrir la puerta a la razón, aunque solo sea por intentar definir un islam ilustrado, es hacer que se derrumbe todo el edificio, por cuanto descansa solamente en la negación de la razón, la sumisión a lo irracional. Es, por así decirlo, transformar al asharí en mutazilí.


Y más allá de esto, practicar esta táctica del derrumbamiento es cuestionar sistemáticamente el islam, es exigir justificaciones, pruebas y fundamentos indiscutibles para cada una de sus demandas de acomodamiento, de sus demandas de espacio vital reservado, de sus demandas de más segregación religiosa. Es sacar el hecho político fuera de su justificación religiosa e irracional. Y, sobre todo, es difundir lo más ampliamente posible los trabajos, a veces todavía oscuros, de los investigadores que han mostrado de manera racional las incoherencias de las fuentes y del dogma islámico. Como se señaló anteriormente, es el islam el que, al designarnos a "Occidente" como enemigo suyo que tiene que colonizar, obliga a Occidente a conocerlo más. Por mi parte, ¡yo no había pedido nada! No sabía mucho al respecto antes de que el islam llamara a mi puerta, a la casa de mis amigos, a mi ciudad, a mi país. Conocer el islam, denunciar sus rarezas, sus vicios y su falsedad, es desde ahora nuestra absoluta responsabilidad, ya que los conocemos. Es en particular la nuestra, de nosotros los lectores de esta misma página.



En conclusión


De toda esta exposición se desprende que, si la primera palanca de acción frente a la islamización sigue y seguirá siendo la fuerza, en particular la fuerza y ​​el rigor de la ley, nunca será tan eficaz como cuando agreguemos las palancas de la conversión y el derrumbamiento. Especialmente este último, que se puede utilizar a nivel colectivo, al contrario que la conversión y las cuestiones de libertad personal de conciencia que plantea. Y, por lo demás, estas dos últimas palancas presentan la inmensa ventaja de no esencializar a los musulmanes, de no identificarlos con el islam, de no confundirlos con su fe. Por el contrario, se trata de hacer una llamada a su parte de razón, a su capacidad de amor también. Se trata de extraerlos del "sistema islámico" y su irracionalidad, y considerarlos por lo que son: hermanos y hermanas de la humanidad.


Cuando los trabajos que establecen la falsedad de las fuentes del Corán se incluyan en los reportajes, publicados en los principales periódicos, difundidos por la televisión, y vengan en apoyo, por ejemplo, de la reglamentación de la vestimenta religiosa en la esfera pública, cuando una colectividad pueda prohibir la carne halal en sus comedores sobre la base de informes científicos incontestables, que establecen la nocividad del degüello ritual, cuando la impostura de la instauración de La Meca como ciudad santa  se convierta en un tema de broma entre historiadores tanto como entre colegiales, ¿qué les quedará a nuestros barbudos?


"Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8,32).


"Y así es como surgió la verdad, derrotando todas sus maniobras" (Corán 7,118).



FUENTE



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