Cronología
de la yihad. Praxis y teoría de la guerra islámica
1. La yihad
atraviesa toda la historia del islam
PEDRO GÓMEZ
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«Matad a
los asociadores dondequiera que los encontréis, capturadlos, asediadlos
y
tendedles emboscadas.»
Corán 9,5
«Matar
infieles es un tema menor para nosotros.»
Al-Tabari (m.
923), exegeta del Corán.
El
personaje Mahoma, tal como lo describe
Al-Waqidi en su libro Historia de las campañas de Mahoma, se
comportó ejemplarmente
como capitán de razias, algazúas, algaras y aceifas, tras las cuales
repartía
entre sus secuaces el botín arrebatado. Este
mecanismo de asalto y saqueo, de conquista y sometimiento, considerado
por los creyentes
musulmanes como sacrosanto esfuerzo «en el camino de Dios», entendido
como
guerra declarada en el nombre de Alá contra todos los infieles del
mundo, recibe
en el Corán el nombre de yihad.
Estas páginas
ofrecen un ensayo cuyo argumento
recorre, en extracto, desde los orígenes hasta nuestros días, las
sucesivas
etapas de la manifestación práctica de la yihad en los hechos de la
historia. Al
mismo
tiempo, señala las pretendidas justificaciones teológicas de esa
violencia
mesiánica específica del islamismo, que hallan su sólido fundamento en
el Corán
y en los clásicos musulmanes. Por último, enumera brevemente los más
notorios teóricos
contemporáneos del yihadismo, así como las más conocidas organizaciones
yihadistas que extienden sus redes subversivas por todo el orbe, en
particular
por Occidente.
La yihad
atraviesa toda la historia del
islam
La
literatura de la época califal bagdadí, en
el siglo IX, produjo un cuento popular que trasluce curiosas semejanzas
con la
figura de Mahoma ofrecida por la tradición muslim escrita por la misma
época.
Sea cierta o no tal analogía, el cuento de Alibabá y los 40 ladrones
representa metafóricamente un trasunto del profeta árabe y su grupo de
compañeros,
como si ambos relatos respondieran a un oculto arquetipo de la yihad.
Habrá
algunos a quienes les
parezca
extraño o injustificado que se agrupen bajo el mismo rótulo de la
«yihad»
épocas, lugares y acontecimientos tan heteróclitos. Pero existe una
base firme
que explica su inclusión dentro de la misma categoría. Es
evidente que las circunstancias sociales,
tecnoeconómicas y políticas concurrentes son variables a lo largo de
los
siglos, pero la interpretación de la realidad que hacen los
protagonistas en su
actuación es invariablemente mahometana, sustentada ideológicamente en
el
modelo de la yihad ordenada por el Corán con el fin de la dominación
musulmana sobre
los infieles. El hecho es que, en todos los casos, se trata de
prácticas
inspiradas, motivadas y justificadas a partir de la concepción islámica
del
mundo, llevadas a cabo expresamente en nombre de Alá, de su profeta y
su
religión.
De manera persistente, pese al paso del tiempo, encontramos siempre los
mismos
argumentos, siempre idéntico fundamento: la llamada coránica al
sometimiento de
los «infieles», o sea, a la conquista armada de todas las naciones.
Nadie podrá
desmentir que esta ha sido y esta es su última legitimación, en todo
momento y
en cada encrucijada histórica.
Encontramos
diversidad de
fuentes en las
que se narran los acontecimientos que manifiestan las hazañas de la
yihad y su
violenta naturaleza. Para los tiempos del surgimiento del islam, estos
registros se nutren de las fuentes tradicionales musulmanas. En primer
lugar,
están las más antiguas biografías del profeta, donde destacan autores
como
Ibn
Hisham, Al-Waqidi, Ibn Sad y Al-Tabari:
– La
vida del enviado de Dios [Sirat
rasul Allah], de Abu
Muhammad Abd Al-Malik Ibn Hisham (m. 834).
– Libro
de la historia y las campañas [Kitab al-tarij wa
al-maghazi] y La
conquista de Siria [Futuh
al-Sham], de Abu Abdullah Muhammad Ibn Omar Al-Waqidi
(747-823).
– Libro de las
clases
principales [Kitab al-tabaqat
al-kabir], de Muhammad Ibn Sad Ibn Mani Al-Baghdadi (784-845).
– Historia
de los enviados y los reyes [Tarij al-rusul wa
al-muluk], de Abu Yafar
Muhammad Ibn
Yarir Al-Tabari (838-923).
En
segundo lugar, son
fundamentales las
colecciones de relatos o hadices de Al-Bujari, Muslim, Abu Dawud,
Al-Tirmidi,
Ibn Maya y Al-Nasai. Sobre todo, los dos primeros:
– El auténtico
Al-Bujari
[Sahih Al-Bujari], de Muhammad
Ibn Ismail Al-Bujari
(810-870)
– El auténtico
Muslim
[Sahih Muslim], de Abu Al-Husain
Muslim Ibn Al-Hayyay (815-875).
– Las
tradiciones de Abu
Dawud [Sunan Abu Dawud],
recogidas por Abu
Dawud Sulaiman Ibn Al-Ashat Al-Siyistani (817-888).
– La colección
auténtica
de Al-Tirmidi [Yami Al-Sahih],
recopilada por Muhammad Ibn Isa Al-Tirmidi,
(824-892).
– Las
tradiciones de Ibn
Maya [Sunan Ibn Maya],
recogidas por Muhammad
Ibn Yazid Ibn Maya (824-886).
– Las
tradiciones de
Al-Sughra [Sunan Al-Sughra],
recogidas por Ahmad
Ibn Shuaib Ibn Ali Al-Nasai (829-915).
Ahora
bien, a propósito de las
fuentes
islámicas clásicas, hay que tener en cuenta que lo narrado en ellas
está hoy
puesto en entredicho, con la firme sospecha de que se trata, más bien,
de
aretalogía o hagiografía de Mahoma y sucesores. En tales tradiciones,
es poco
menos que imposible discernir lo histórico que pudiera haber
desperdigado entre
lo legendario o lo alegórico. Aparte de los documentos árabes, existen
unos
cuantos testimonios en documentos coetáneos de autores no musulmanes.
Con
posterioridad, encontramos algunas crónicas, tanto musulmanas como
cristianas.
Finalmente, para épocas más recientes, cabe recurrir a las abundantes,
aunque
heterogéneas, investigaciones históricas.
El
fenómeno más destacable
respecto al
estudio de los orígenes del islam y el Corán es que, hasta hace poco,
la
mayoría de los coranólogos e islamólogos dieron por buenas las
fuentes
islámicas tradicionales, cuya historicidad está actualmente en tela de
juicio. No
obstante, cada vez más, se va imponiendo una orientación crítica más
científica, que, tras impugnar la historicidad de las fuentes clásicas,
confeccionadas
dos siglos después de los acontecimientos, emplean nuevos métodos para
la
reconstrucción de la historia y sus contextos (véase, entre otros,
Lammens
1910, Crone 1977 y 1987, Bonnet-Eymard 1988, 1990 y 1997, Prémare 2002,
Gibson
2011 y 2017, Bouvard 2020).
En
cualquier caso, un aspecto
relevante
es que, en la gestación y el nacimiento del mundo islámico, todo empezó
con la
guerra. Era la realización efectiva de un proyecto inicialmente
mesiánico
militar, concebido sin duda en otros lares por los judíos nazarenos,
pero
asumido por las tribus sarracenas. Los éxitos alcanzados, gracias al
declive de
los imperios romano oriental y persa sasánida, propiciaron que las
hordas
árabes se lanzaran a la conquista territorial, no para difundir la
fe,
sino para someter por la espada: Gaza (634), Siria y Palestina
(635-637), Jerusalén
(637), Persia
(636-651), Egipto (639), el norte de África (644), España (711), Asia
central
(712) y, más tarde, India, Anatolia, Los Balcanes, Bizancio, Indonesia,
países
de África… Esta praxis guerrera y su ulterior elaboración teológica y
política
constituye la esencia de la yihad, enaltecida por el Corán y la
tradición como
misión suprema de la comunidad de los creyentes, y convertida en la
razón de
ser legitimadora del califato.
Solo
allí donde aquellos árabes
tropezaron
con fuerte resistencia, recurrieron a la tregua o el pacto, siempre
provisional.
Porque la lucha no debe cesar hasta que hayan sido derrotados los
«enemigos» y
formen parte del botín de guerra. Entonces, a los vencidos que escapen
de la
muerte, les será otorgado por el vencedor el estatuto de sumisión, sea
la dimmitud, sea la esclavitud. Únicamente esta situación es lo
que el
lenguaje
islámico entiende por «paz». No se concibe que pueda haber «paz» jamás
hasta el
sometimiento completo de los «infieles». De manera análoga, lo que
llaman «tolerancia»
no es sino el hecho de permitir que los dominados sigan con vida, si
bien expoliados
y humillados bajo la ley islámica, y esto solo mientras le convenga al
gobernante.
En
efecto, puesto que una
hecatombe
completa de los otros sería ruinosa, la yihad, que se sustenta en
atacar, matar
y saquear, también se sirve de concertar tratados
con los contrincantes. Así, cuando el islam se halla en situación de
inferioridad, resulta
útil una tregua, como variante de la taquiya, del engaño al
enemigo, a
fin de debilitarlo y ganar tiempo, hasta estar en mejores condiciones
para
abatirlo. La ruptura de los tratados y las treguas, conforme al modelo
narrado del
personaje Mahoma, resulta sistémica. Pero, según la ley islámica, una
tregua en
la yihad es temporal y nunca debe durar más de un decenio.
Siempre
que los musulmanes
hayan
alcanzado una situación de superioridad, llega la hora de dar la
batalla para
vencer y someter a los otros. Aparte de la ocupación de la tierra y el
expolio
de las riquezas, la sumisión se impone religiosamente mediante
conversión
forzada; o bien, jurídicamente en el régimen subordinado de la dimmitud, para cristianos y judíos (y a
veces otros); o bien, secuestrando a los vencidos para abastecer el
mercado
de
esclavos. Así ha ocurrido siempre, desde el reinado de Omar. La
sociedad
islámica impone
un draconiano estatuto de sumisión, que instaura un apartheid
económico,
sociopolítico y religioso, una especie de sistema de castas.
Recordemos
lo que aconteció en
Hispania,
en tiempos de la invasión árabe del siglo VIII, cuando los invasores
otorgaron
tratados firmados
con aristócratas visigodos. Fueron rotos indefectiblemente. Solo eran
antesala
de la opresión arbitraria, la persecución y el destierro. Así, desde el
siglo
VIII, Hispania, que había sido una sociedad de mayoría católica, al
llegar el
siglo XI, había pasado ser Al-Ándalus con una total desaparición de los
cristianos en las tierras arabizadas e islamizadas. De Hispania o
Spania, bajo
el islam, no quedó ni el nombre.
Todo está escrito
y prescrito en el Corán,
la
escritura sagrada del mahometismo. En él se establece una oposición
radical
entre «los creyentes» (المؤمنين, al-muminun)
y «los
incrédulos» (الكافرون, al-kafirun) en el Dios de Mahoma. Esta
contraposición atraviesa todas las suras del Corán y fija el frente de
combate.
Basta repasar las suras coránicas para comprobar cómo hablan
constantemente de aquellos
que su discurso considera descreídos o «infieles»: los insulta, los
amenaza y los
coloca en
el punto de mira de la yihad, cuyo significado pragmático no es otro
que la
guerra contra todos los no musulmanes. De modo que los «creyentes»
tienen el
deber de combatir a los «no creyentes» hasta someterlos y, si es
preciso,
aniquilarlos en nombre de Alá.
Está
fuera de discusión el
hecho de que el
Corán ordena a los musulmanes combatir y matar a los infieles (los
descreídos,
los no musulmanes) por «la causa de Dios». Esta obligación de sustentar
la
yihad es una dimensión esencial de la fe islámica. Reseñemos solo unas
cuantas aleyas,
datadas después de la hégira:
«Matadlos
dondequiera que los
encontréis, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. La subversión es
peor
que matar. (...) Esta es la retribución de los descreídos» (Corán
87/2,191).
«Yo
infundiré miedo en los
corazones de
los que no han creído. ¡Golpeadles por encima del cuello, golpeadles
todos los
dedos!» (Corán 88/8,12).
«Dios
no ama a los descreídos» (Corán 89/3,32)
«Los
que han creído combaten
en el
camino de Dios» (Corán 92/4,76).
«Cuando
os enfrentéis a los
descreídos,
golpeadlos en la nuca. Cuando los hayáis derrotado, encadenadlos
fuertemente»
(Corán 95/47,4).
«Cuando
hayan pasado los meses
sagrados,
matad a los asociadores dondequiera que los encontréis, capturadlos,
asediadlos
y tendedles emboscadas» (Corán 113/9,5).
«Dios
quiere castigarlos por eso y que sus almas perezcan siendo descreídos»
(Corán
113/9,55; lo mismo en 113/9,85).
En
las colecciones de hadices
llamados auténticos,
vemos conformarse la doctrina según la cual Mahoma habría fijado las
opciones
que los musulmanes deben ofrecer a los no musulmanes, cuando los atacan
en la
yihad: 1) que se conviertan al islam, 2) o bien se sometan pagando el
tributo
especial de capitación, 3) o bien afronten la guerra y la muerte:
«Sulaimán
ben Buraid relató,
transmitido
por su padre: Cuando el Mensajero de Alá (la paz sea con él) nombraba a
alguien
al mando de un ejército o un destacamento, lo exhortaba especialmente a
temer a
Alá y tratar bien a los musulmanes que estaban con él. Luego decía:
Combate en
el nombre de Alá y por la causa de Alá. Combate contra aquellos que no
creen en
Alá. Sal a la guerra y no administres mal el botín. No rompas los
pactos. No
mutiles los cadáveres y no mates a los niños. Cuando encuentres a tus
enemigos
los politeístas, invítalos a seguir tres caminos posibles. Si responden
a
alguno de ellos, acéptalo y retírate sin hacerles daño. [Primero]
Invítalos a
aceptar el islam; si te responden, acéptalo y desiste de guerrear
contra ellos.
Luego, invítalos a emigrar de sus tierras a la tierra de los emigrados
e
infórmalos de que, si lo hacen, tendrán los derechos y obligaciones de
los
emigrados. Y si se niegan a emigrar, diles que entonces tendrán la
condición de
musulmanes beduinos, sometidos a la ley de Alá igual que los otros
musulmanes
(...) Si rechazan aceptar el islam, pídeles que paguen la yizia.
Si se
avienen a pagar, acéptalo y retírate sin hacerles daño. Pero si se
niegan a
pagar el tributo, encomiéndate a Alá y guerrea contra ellos» (Sahih
Muslim, libro 19, «Libro de la yihad y de las expediciones
militares», nº
4294).
Este enfoque es
tan determinante que cabe
afirmar que la
yihad, como «combate en el camino de Dios» (cfr. Aldeeb 2016a),
constituye el
mandamiento principal de la religión musulmana. A todos aquellos que se
entreguen a este deber con sus fortunas y sus personas se les promete
el botín
en esta vida y el paraíso en la otra. En otro lugar, he publicado un
análisis del significado de la yihad en el Corán, en el capítulo 16 de El
sistema islámico (cfr. Gómez García 2021b: 359-399).
Frente
a los discursos indocumentados, no cabe
duda de que la palabra «yihad» significa esencialmente guerra, agresión
armada.
Así lo demuestran los textos canónicos islámicos. De la yihad trata el
9% del
texto del Corán, el 67% de la biografía de Mahoma según Ibn Hisham, y
el 21% de
las páginas de los hadices de Al-Bujari. En estos últimos, el 98% de
los
relatos aluden a la práctica de la yihad como acción militar,
encaminada a
imponer la fe islámica por la fuerza, entendida como el mejor
cumplimiento de
la voluntad de Dios. Sami Aldeeb recopila una serie no exhaustiva de
332
versículos coránicos que tratan de la yihad como guerra (cfr. Aldeeb
2016a):
De
hecho, la yihad y su
confrontación armada
con las grandes civilizaciones de oriente y occidente, en particular
con el
cristianismo, constituye uno de los argumentos de la historia
universal,
persistente a lo largo del tiempo, durante los últimos catorce siglos.
El
argumento es el proyecto coránico y califal de luchar contra los
infieles y
conquistar el mundo con el fin de imponer la ley islámica (cfr. Gómez
García
2021b). Para percibir su alcance, es necesario emplear una escala
temporal de
siglos, y seguir su despliegue obstinado siglo tras siglo. Desde esa
perspectiva, las cruzadas resultan anecdóticas y la colonización
europea, episódica
y fracasada.
En
lo que se expone más abajo,
tratamos
de consignar de manera esquemática y aproximativa una cronología de
la yihad,
es decir, una reconstrucción del hilo temporal de hechos históricos
encuadrables
bajo la categoría de la yihad. Para los primeros tiempos, he recurrido
en
parte a la tradición musulmana, aunque esto implique una
inconsecuencia desde
el punto de vista histórico, quizá inevitable, que deberá corregirse
conforme
se vaya elucidando mejor la historia científica. Con todo, su
significado parece
incuestionable: que la yihad constituye el concepto fundamental del
proyecto
musulmán de islamización o sumisión del mundo «infiel», codificado en
el Corán
y desarrollado en la tradición de Mahoma, y puesto en práctica desde el
principio en acciones de agresión, persistentes a lo largo de los
siglos, y
ostensibles en todas las coyunturas donde los seguidores del islamismo
han
hecho valer su presencia.
La
recopilación de
acontecimientos,
situados en las coordenadas de tiempo y espacio, testimonian los
«esfuerzos»
realizados «en el camino de Alá» por los islámicos, desde los días de
Mahoma y
en el curso de los siglos, conforme a la doctrina contenida en el
Corán. No
olvidamos que los hechos reseñados en la vida y los hadices del profeta
son más
imaginarios que acontecidos. Deben menos al recuerdo que a la
invención. Pero,
en cualquier caso, ofrecen una imagen canónica de las prácticas del
«buen
modelo» que es Mahoma (Corán 90/33,21), propuesto para todos los
musulmanes, sacralizado en la enseñanza unánime de todas las escuelas
de
jurisprudencia y predicado hasta hoy en todas las mezquitas del mundo.
Los
centenares de versículos del Corán que apremian a la guerra contra los
«no creyentes» y ordenan matar en nombre del Dios único no hacen más
que consagrar el comportamiento yihadista que observamos en el
personaje de Mahoma como jefe en la batalla, que presumía de
aterrorizar al enemigo. Así lo cuentan los hadices de Al-Bujari:
«Narrado por Abu
Huraira. El
enviado de Dios dijo: (…) ‘He salido victorioso con el terror
(infundido en el
corazón de los enemigos); y mientras dormía, me trajeron las llaves de
los
tesoros del mundo y las pusieron en mi mano’» (Al-Bujari 1997, libro
56,
capitulo 122, hadiz 2977).
Lo mismo
encontramos en los hadices de
Muslim y los de Abu Dawud, e igualmente en la biografía de Ibn Hisham y
el
comentario al Corán de Al-Tabari. De este último hay un dicho que lo
proclama meridianamente:
«Matar infieles es un tema menor para nosotros». No es ninguna
fanfarronería,
sino una realidad constatable a lo largo de la historia del islam y sus
relaciones con los demás (cfr. Fletcher 2002, Elorza 2005, Esparza
2015,
Sánchez Saus 2016, Ibrahim 2018, Keshavjee 2019, Martínez-Gros 2019).
Si
analizamos a fondo, la pretensión de que
el motivo de
la yihad es la apología de la unidad y unicidad de Dios se desvela como
una
coartada que no se sostiene. Porque las dos razones aducidas por la
tradición
islámica resultan falsas: la primera, porque en Arabia no había
idólatras o
politeístas en el siglo VII, sino que los árabes eran ya cristianos o
judíos;
la segunda, porque la fe de la cristiandad era plenamente monoteísta en
aquel
Imperio romano oriental, invadido por los sarracenos.
Una
reflexión retrospectiva
nos lleva a
cuestionar la idea de que la yihad tiene como finalidad la propagación
de la fe
islámica. Este tópico es refutable, si prestamos atención al curso de
los
acontecimientos. En realidad, la religión islámica no empezó a estar
bien
definida hasta setenta años después de la hégira, es decir, en el
reinado de
Abd Al-Malik. Además, durante los dos primeros siglos, hasta bien
avanzada la
época abasí, las conquistas árabes no se proponían convertir a las
gentes a la
fe islámica, sino someterlas a la dominación militar y política de los
conquistadores. A esa guerra expansionista es a lo que el Corán y la
tradición
musulmana llaman «yihad». A la vez que
«islam» significa el sometimiento a la soberanía árabe. Entonces
comprendemos cómo
el aspecto religioso, teológico, ritual y ético, se forjó como
herramienta
política para unir a los estratos sociales musulmanes y para legitimar
el
expolio o el exterminio de los pueblos vencidos.
Así,
el hecho más sorprendente es que la yihad
precedió al islam.
Empezó como una guerra inspirada por la secta de los nazarenos y en
coalición con ellos; pero, al no cumplirse las expectativas mesiánicas
y apocalípticas anunciadas, derivó
pronto
a mera conquista motivada por la obtención de botín y poder. El islam,
por consiguiente, llegó después, en respuesta a la necesidad de dar
sentido o legitimidad
al
imperio conquistado, mediante la sacralización de aquellas guerras (la yihad)
y del orden político que implantaban (la saría). Y esto se
convirtió en
el proyecto central de la doctrina musulmana hasta nuestros días.
Bibliografía y sitios en Internet
LA
CRONOLOGÍA Y LA TEORÍA DE LA YIHAD
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