Cronología
de la yihad. Praxis y teoría de la guerra islámica
7. Las
teorías y las organizaciones del yihadismo actual
PEDRO GÓMEZ
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Los
teóricos
contemporáneos del yihadismo
La
doctrina islámica suele
presentar la yihad
como un esfuerzo interior y exterior, consistente en una lucha por
todos los
medios, dirigida a favorecer la expansión de la causa de Alá, es decir,
a la
conquista del mundo con el fin de someterlo a la fe monoteísta y la ley
divina
revelada por Mahoma, en la práctica, al poder islámico. Por eso, todo
buen musulmán tiene la obligación de
militar
en pro de la yihad de alguna manera.
Está
claro que, como indica el
Corán, es
preceptivo seguir el «buen modelo» que encarna el profeta. En él, la
yihad desplegó
no solo un sentido espiritual, sino también el sentido de un esfuerzo
corporal,
en particular, de combate armado «en el camino de Alá», en una guerra
apocalíptica
contra los considerados «infieles», hasta alcanzar la supremacía de la
religión
coránica. Es
casi imposible encontrar en el Corán un solo capítulo que no involucre
directa
o indirectamente un planteamiento yihadista, siempre en polémica con
algún tipo
de «descreídos». Y son cientos las aleyas que tratan expresamente a la
yihad en
cuanto batalla, violencia, ataque y asesinato por la fe. Este
significado
bélico, refrendado por los hadices y las biografías de Mahoma, aparece
estricta y
unánimemente reglamentado en los ordenamientos legales de las escuelas
de
jurisprudencia, entre el siglo X y el XIV. Además, en la actualidad,
multitud
de voces y textos musulmanes predican la ortodoxia islámica en la que
aquel
sentido originario de la yihad queda fuera de duda, mientras que los
más fieles
al fundamentalismo llevan el combate violento sobre el terreno en no
pocos
países de nuestro mundo.
En
consecuencia, la
intensificación contemporánea
de la violencia armada y el terror islámicos no son ninguna desviación,
sino
que representan, rememorando el pasado y proyectándose al futuro, la
continuación de una lucha de siglos contra la Cristiandad, ahora contra
Occidente y contra las libertades de la modernidad. Las versiones más
recientes
de la doctrina de la yihad, renovada en el siglo XX, satanizan
frontalmente a
las naciones modernas y, para justificarlo en su visión del mundo, les
aplican
una consabida etiqueta coránica, pretendiendo que están sumidas en la
«era de
la ignorancia» (yahiliya), una imaginaria época anterior al
islam,
marcada por el politeísmo y la depravación social, contra la que hay
que
combatir
por mandato divino.
Ya
he mencionado a los
Hermanos
Musulmanes de Egipto, fundados en 1928, para luchar contra semejante
«ignorancia». Su principal teólogo e ideólogo, Sayyid Qutb, elaboró
teóricamente
los planteamientos del islamismo fundamentalista de nuestros días.
Formuló una
teología política, en la que se han adoctrinado la mayoría de los
grupos
salafistas y yihadistas existentes. Expone una virulenta crítica de las
sociedades capitalistas y también de los regímenes totalitarios ateos,
cuya
perversidad, según él, es imperativo repudiar y destruir. Propugna como
alternativa una «vía árabe», que recupere el islam de los antepasados.
Este
salafismo da una visión totalmente mitificada de los tiempos de Mahoma,
sus
compañeros y los cuatro primeros califas «rectamente guiados». En su
obra Hitos
del camino, Qutb sostiene que el verdadero islam no puede jamás
admitir
componendas con la modernidad, con ninguna de esas sociedades de
infieles perdidas
en la «ignorancia» y lejos de Alá. De ahí que los musulmanes tengan el
deber de
organizarse en plan militante, para llevar contra ellos la guerra,
hasta prevalecer.
Escribe:
«Por
tanto, es necesario que
el
fundamento teórico del islam –la creencia– se materialice en la forma
de un
grupo organizado y activo desde el principio. Es necesario que este
grupo se
separe de la sociedad yahilí, convirtiéndose en independiente y
distinto
de la sociedad yahilí activa y organizada, que tiene como
objetivo
bloquear el Islam. El centro de este nuevo grupo debe ser un nuevo
liderazgo;
el liderazgo que por primera vez se dio en la persona del profeta, y
después de
él fue delegado en los que se esforzaron por traer a la gente bajo la
soberanía
de Dios Todopoderoso, su autoridad y sus leyes. Una persona que da
testimonio
de que no hay ninguna deidad digna de culto más que Alá y que Mahoma es
su
mensajero debe cortar su relación de lealtad con la sociedad yahilí,
que
ha abandonado, y con el liderazgo yahilí, ya sea en la forma de
sacerdotes, magos o astrólogos, o en la forma de liderazgo político,
social o
económico, como hizo el profeta en su tiempo con los curaisíes. Él
tendrá que
dar su completa lealtad al nuevo movimiento islámico y al liderazgo
musulmán»
(Qutb 1964: 58).
La
figura de Sayyid Qutb es
hoy uno de
los máximos mentores de la yihad, concebida como lucha global por la
instauración de la saría y el Estado islámico. Pero no es el
único ideólogo
en el que se inspiran los yihadistas. Está el indopaquistaní Abul Ala
Maududi, también
mencionado ya, que, en su libro La yihad en el islam, nos
aclara:
«La
verdad es que el islam no
es una
‘religión’, ni los musulmanes son una ‘nación’ en el sentido
convencional de
los términos. En realidad, el islam es una ideología y un programa
revolucionarios que pretenden cambiar y revolucionar el orden social
del mundo
y reconstruirlo de acuerdo con sus propios principios e ideales. Del
mismo
modo, ‘musulmanes’ es de hecho un partido revolucionario internacional,
organizado bajo la ideología del islam para llevar a cabo su programa
revolucionario. Yihad es el término que significa la lucha
revolucionaria, el
máximo empeño del Partido Islámico revolucionario para conseguir la
revolución
islámica. (...) Cualquier Estado y poder que se oponga a la ideología y
programa del islam, dondequiera que sea y quienquiera que pueda ser, el
islam
está decidido a eliminarlo. El islam se propone la dominación de su
propia
ideología y programa, sin que importe quién protagoniza su causa ni de
quién es
el poder que vence en este proceso. El islam exige no una porción de
tierra,
sino el poder sobre todo el planeta» (Maududi 1939a, págs. 5 y 6).
Según
este teórico musulmán,
la verdad
del islam radica en el islamismo fundamentalista revolucionario del
islam. No
es solo una posición suní. En la corriente chií, la coincidencia es
completa. Las
palabras del ayatolá Jomeini, en Irán, no pueden ser más explícitas y
ofensivas
en su incitación a la guerra despiadada para la conquista del mundo en
nombre
de la religión coránica:
«El
islam obliga a todos los
adultos
varones, con la única excepción de los discapacitados, a prepararse
para la
conquista de países a fin de que el mandato islámico se obedezca en
todos los
países del mundo. Quienes estudian la yihad islámica comprenderán por
qué el
islam quiere conquistar el mundo entero. (...)
Quienes no saben nada del islam creen
que el islam es contrario a la guerra. Estos son unos estúpidos. El
islam dice:
Matad a todos los no creyentes tal como ellos os matarían a todos
vosotros.
¿Acaso significa esto que los musulmanes deben cruzarse de brazos hasta
que los
devoren? El islam dice: Matadlos, pasadlos a cuchillo y dispersadlos.
¿Significa esto que hemos de cruzarnos de brazos hasta que nos
derroten? El
islam dice: Matad por Alá a todos los que puedan querer mataros.
¿Significa
esto que debemos rendirnos al enemigo? El islam dice: Todo lo bueno que
existe
es gracias a la espada y por la amenaza de la espada. ¡Solo con la
espada se
puede conseguir la obediencia de la gente! La espada es la llave del
Paraíso,
que solo los guerreros santos pueden abrir. Hay otros cientos de himnos
y
hadices que instan a los musulmanes a estimar la guerra y combatir.
¿Significa
esto que el islam es una religión que impide que los hombres libren una
guerra?
Escupo sobre todos los imbéciles que proclaman tal cosa» (citado en Ibn
Warraq
1995, prólogo a la edición española de 2003: 16-17).
Otro
ideólogo de gran impacto
es Aymán
Al-Zawahiri, discípulo de Sayyid Qutb y mentor de Osama Bin Laden. Es
hoy el nuevo máximo
dirigente de la organización terrorista Al Qaeda. En junio de 2011,
Al-Zawahiri,
a través de un vídeo difundido en sitios yihadistas, emplazada a los
musulmanes
para continuar en la «senda de la yihad» contra Estados Unidos, contra
todos
los «cruzados» y sus colaboradores.
También
goza de gran
predicamento el
teólogo islámico egipcio Yusuf Al-Qaradawi, vinculado a la organización
Hermanos Musulmanes. En público se declara contrario al extremismo
yihadista.
Preside el Consejo Mundial de Ulemas y es muy popular por sus sermones
a
través de
la cadena de televisión Al Yazira, con su programa La saría y la
vida. Desde
su púlpito, Al-Qaradawi pontifica: «El islam volverá a Europa como
conquistador
y victorioso tras ser expulsado de ella dos veces, una desde el sur, de
Andalucía, y la segunda desde el este, cuando llamó a las puertas de
Atenas.
Conquistando Europa el mundo será del islam» (citado en varias páginas
de
Internet).
A
partir de los Hermanos
Musulmanes, se
creó la Yihad Islámica egipcia, de la cual se desgajó Al Qaeda, y
también la
Yihad Islámica palestina, así como el partido Hamás que gobierna en
Gaza. Los
Hermanos Musulmanes han marcado el camino para muchos grupos
yihadistas, en
diferentes países. Todos ellos parten del axioma de que la única
alternativa a todas
las civilizaciones es el sistema islámico. Por tanto, todas sus
actividades van
dirigidas a la
instauración del islam en el mundo entero. No es otro el objetivo que
justifica
el hostigamiento permanente de la yihad, en sus propios términos: «la
gran
yihad para eliminar y destruir la civilización occidental desde
dentro». El
plan pasa por «construir centros islámicos, organizaciones islámicas,
escuelas
islámicas», por «destruir el execrable mundo occidental, a fin de que
no
exista, y que la religión de Alá se alce con la victoria sobre todas
las otras
religiones» (Manifiesto de los Hermanos Musulmanes de América del
Norte,
traducido del vídeo documental The Third Jihad, 2008). El
desarrollo de
tal proyecto cuenta con el apoyo de numerosas organizaciones afines o
afiliadas,
entre las que figuran no pocas que se consideran «moderadas», como
Islamic
Circle of North America (ISNA), Muslim Students Association (MSA),
Islamic
Association for Palestina (IAP), etc.
El
gran ayatolá iraquí Ahmad
Hussaini
Baghdadi es otro personaje que nos lo manifiesta de manera inequívoca
en su
discurso: «La yihad ofensiva significa atacar al mundo a fin de
propagar las
palabras No hay más dios que Alá y Mahoma es el mensajero de Alá
en todo
el mundo» (Al Yazira, mayo de 2006). No son bravatas de gente
extremista
exaltada, es la convicción consuetudinaria en su religión.
En
Pakistán, predomina el
magisterio de
Maududi, en el que se inspira la coalición de partidos religiosos
antioccidentales, que reclaman la aplicación de la saría en el
país. En
2007, asaltaron la Mezquita Roja, en el centro de Islamabad, donde su
jefe
Abdul Rashid Ghazi, cayó muerto. En una entrevista previa, había
enunciado su
teoría: «Si nos atacan, la obligación del musulmán es extender la lucha
a todo
el mundo. Persona por persona, ojo por ojo, nariz por nariz, oreja por
oreja,
diente por diente». Así citaba el Corán, a la vez que ponía su
confianza en
que les
siguen miles de jóvenes dispuestos a morir y en que son más poderosos
porque
Dios está de su parte.
Todas
las corrientes del
islam, sea este suní
o chií, sea tradicionalista o pretendidamente modernizador, sustentan
una
visión del mundo esencialmente idéntica.
Las
organizaciones islamistas
minan
Occidente
Por
todas las latitudes,
descubrimos la
misma teoría de la yihad y organizaciones cortadas por el mismo patrón,
con
diferentes grados de apelación a la violencia. Pero, en el fondo, se
trata de
un sistema de creencias único, de pretensión universal y radicalmente
intolerante.
Nos lo
recuerda el predicador Zakir Naik, al explicar en una cadena de
televisión de
Bombay, en India: «El Corán (3,85) dice que Alá no tolerará jamás otra
religión
que el islam. Por consiguiente, sabiendo que el islam es la única
religión
verdadera, nosotros no toleramos la propagación de otras religiones».
De esta intolerancia
dogmática brota la misión de combatir con todos los medios por la
expansión de
la fe mahometana. Son perfectamente coherentes los musulmanes que
suscriben
fervientemente
las palabras del jeque Feiz Mohammad, australiano de orientación
wahabí, director
del Global Islamic Youth Centre, en Sidney, cuando afirma: «La cumbre,
el
cénit, la más alta cima del islam, esto es la yihad». En efecto, saben
que eso
forma parte esencial e imprescriptible del mensaje de Mahoma.
No
faltan quienes se resisten
a creer
que el planteamiento de la religión islámica sea realmente así y que
los actos
de violencia terrorista que hoy observamos respondan a la llamada a «la
yihad en
el camino de Dios». Se preguntan si el mundo islámico, en general,
apoya
la
violencia yihadista. Por muchas excepciones particulares que pueda
haber, la
respuesta es globalmente afirmativa; y lo es porque cuenta histórica y
teológicamente con una sólida legitimación religiosa. Ya hemos señalado
cómo las
fuentes islámicas, el Corán, la biografía, las tradiciones, las
exégesis
clásicas, el derecho islámico, las escuelas de jurisprudencia, por no
mencionar
la historia de los imperios califales y de los países musulmanes, sin
excepción,
lo
atestiguan. El islam autoriza y sacraliza el empleo de la violencia
contra los
no creyentes, la saría regula jurídicamente los casos
previstos. El
mismo Corán tacha de «hipócritas» y amenaza con las penas del infierno
a aquellos
que se muestran reacios a la hora de ir al combate.
Los
propósitos del islam
militante fundamentalista
están definidos de manera transparente, aunque a veces se disimulen. El
disimulo es una táctica frecuente, sobre todo en Occidente, donde
tampoco
faltan las declaraciones desinhibidas o santurronas. Por ejemplo, un
imán de Washington,
llamado Abdul Alim Musa, no tiene empacho en decir públicamente: «El
islam
viene a los Estados Unidos no por la violencia. El islam viene a los
Estados
Unidos como el cristianismo fue a Roma. (...)
Alá dice que el islam alcanzará el
lugar que merece en el mundo, aunque esos politeístas, esos hipócritas,
esos
criminales, esos opresores, aunque todos esos se junten, el islam
dominará, les
guste o no» (The Third Jihad, 2008).
Otro
ejemplo: un capellán
musulmán del
Servicio Penitenciario de Nueva York, Warith Deen Umar, adoctrinaba a
unos
jóvenes en la prisión: «Hermanos, estad preparados para combatir, para
morir y
matar. Esto forma parte de la religión. No soy yo quien os lo dice, es
la
historia, el Corán. Nadie lo puede negar. (...)
¿No estará el terrorismo en el Corán?
Se llama irhab. Está escrito en la sura 8,12 del Corán. No es
cuestión
de la traducción. No es cuestión de quién lo dice. No. Está muy claro:
‘Yo
infundiré terror en los corazones de los infieles. ¡Cortadles el
cuello,
amputadles los dedos!’» (The Third Jihad, 2008).
Por
su parte, un tal Abu
Mujahid,
portavoz de la Islamic Thinkers Society estadounidense, declaraba que
su meta
es la instauración del Estado islámico mundial: «Alá dice que el mundo
entero
estará bajo su dominio. El mundo acabará por obedecer a las leyes
divinas». Y
otro militante de la misma asociación, Yousef Khattab, proclamaba
durante una
manifestación islámica en Nueva York, en 2007: «El islam dominará. Eso
es lo
que va a ocurrir. (...)
Queremos la saría aquí y la tendremos. La
bandera de ‘No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta’ ondeará en
la Casa
Blanca, si lo queremos. Solo es cuestión de tiempo. (...)
Pero la ley islámica la impondremos. Inch
Alá» (The Third Jihad, 2008). Hace falta estar muy ciego
para no ver
que, en Occidente, estos colectivos musulmanes no están reclamando
derechos, sino
conspirando
para la dominación del islam, para reemplazar la constitución
democrática por
la saría, ese derecho medieval islámico.
Al
parecer, los políticos
occidentales
prefieren no darse por enterados del asunto. El
fundador del American Muslim Council,
Abdurahman Alamoudi, supuestamente
un musulmán «moderado», fue recibido en audiencia, en su día, por los
presidentes Clinton y Bush. Luego, en 2004, sería detenido y condenado
a pena
de prisión por terrorismo, y su organización, prohibida. Lo cierto es
que
siempre había estado operando en el plan de islamizar Estados Unidos:
«Tenemos
la oportunidad de llegar a ser la fuerza moral de Norteamérica. La
única
cuestión es cuándo. Esto ocurrirá un día, loado sea Alá. No tengo
ninguna duda.
Esto depende de nosotros. Será ahora o dentro de cien años, pero este
país se
hará musulmán» (The Third Jihad, 2008).
Llevan
razón quienes nos
avisan de que
lo sensato es desconfiar de las «organizaciones musulmanas moderadas»,
por la
sencilla razón de que su islam, su Corán y su Mahoma no son distintos.
Nunca
sabremos, pese a la buena voluntad, si la aparente moderación es, o no,
solo una
táctica. La piedra de toque de las verdaderas opciones estará,
seguramente, en qué
es lo que hacen y qué apoyan. Demasiadas veces hemos oído palabras
como
tolerancia, libertad o verdad que, en realidad, servían para encubrir
todo
lo
contrario. Pudiera ocurrir verosímilmente que, bajo la etiqueta de
«religión de paz», se esconda
un
propósito de guerra.
Solo de manera excepcional,
y a
contrapelo de la
corriente imperante, hay unos cuantos casos de repulsa hacia la yihad
violenta.
Así, Zuhdi Jasser, fundador y presidente del American Islamic Forum for
Democracy, versado en teología islámica, se pronuncia abiertamente como
contrario
al islam fundamentalista y al yihadismo. Se dirige a los jóvenes
musulmanes norteamericanos
para prevenirlos ante el islam político, que lanza tremendas
acusaciones contra
Occidente, incitando al odio, en vez de predicar el amor de Dios. Llega
a
desenmascarar el proceder típicamente yihadista. Dice: «Hay dos
estrategias de
yihad. La yihad violenta, en la que los islamistas se sirven de la
violencia y
el terrorismo para vencer a su enemigo. Y lo que se llama la yihad
cultural, en
la que los islamistas se sirven, con una gran doblez, de las leyes y
los
derechos que les otorga nuestra sociedad para intentar subvertirla» (The
Third Jihad, 2008).
Si
miramos lo que pasa en
Europa, vemos
que el yihadismo está por doquier y va tejiendo sus redes, sobre todo
entre los
inmigrantes musulmanes, pero también entre conversos al islam.
Probablemente
no es dominante, pero no se puede negar que opera ahí el proyecto de
combatir
en nombre de Alá a los descreídos, que no son otros que los países
anfitriones.
En Alemania, desde 1990, se ha observado la radicalización de los
musulmanes
residentes, la mayoría turcos, y, por si fuera poco, un incremento de
la
conversión de ciudadanos alemanes al islam. Estos últimos se calculan
en unos
cien mil, extrañamente más mujeres que hombres. Cada cierto tiempo, la
policía desarticula
células yihadistas, que preparando atentados en suelo alemán, o que
reclutan jóvenes
islamistas para combatir en las guerras de Irak, Afganistán, Siria,
etc. También
se les exhorta a atacar a los enemigos del islam en Europa. Y se les
presenta
los terroristas suicidas como héroes y mártires de la yihad, un buen
modelo.
Los
sectores más activos
fomentan un
movimiento religioso-político que se denomina Euroislam. Su proyecto
estriba en
hacerse con Europa y, desde ahí, promover la islamización mundial. Para
darse
un cierto barniz de modernez, agregan a la ideología tradicional
musulmana unos cuantos
componentes culturales occidentales. Por ejemplo, hay quienes se
apropian de la filosofía
de Heidegger. El converso Abu Bakr Rieger, director del órgano
islamista Islamische
Zeitung, defiende la tesis de que el libro Ser y tiempo
aporta una fundamentación
válida para el «pensamiento de la unidad» tan esencial en el islam; y
cree que
existen en la filosofía de Heidegger otros elementos aprovechables para
combatir la modernidad ilustrada y democrática, como la crítica a la
técnica y
al pensamiento racional. Se reproduce aquí la convergencia del discurso
político islamista con la ideología nazi, no solo de Martin Heidegger,
sino de
otros como Ernst Jünger y Carl Schmitt. Se trata de una clara afinidad
con las
ideas totalitarias, que cuentan con fervientes seguidores en la
República
Islámica de Irán. Tales ideas son fácilmente incorporadas al sistema
islámico,
de modo que contribuyen eficazmente a la legitimación del violento
rechazo de la
modernidad y de Occidente, reforzando los cimientos teóricos y
políticos para
la destrucción de la sociedad abierta y democrática, y para la
implantación del
totalitarismo, esta vez en forma de teocracia islámica.
De
manera visible o
clandestina, el
hecho incuestionable es que el islam habita en nuestras ciudades. Hay
que ser
conscientes de que no se trata del islam idílico, idealizado,
mitificado o
domesticado con el que intentan engañarnos tantos ignorantes, crédulos
o
embaucadores con quienes tropezamos. El islam realmente existente es
otro, en
el que se incluye el proyecto político fundamentalista y yihadista.
Está aquí y
se esfuerza por ganar terreno, con el consabido objetivo de avanzar
hacia la
supremacía de Alá, a medida que se obtiene poder para imponer la
vigencia de la
ley islámica. A todo musulmán se le exige el compromiso con la yihad,
que participe
a su manera en el combate frente a la sociedad no musulmana; una lucha
que se
libra en todos los frentes: religioso, cultural, espiritual, económico,
político,
militar, terrorista. Resultaría un error fatal creer que la amenaza
yihadista
queda lejos, o que tiene escasas posibilidades de arraigar en nuestras
sociedades
avanzadas.
Finalmente,
en España, es ya ubicua la presencia de organizaciones islamistas,
muchas de
ellas radicales. Conforme señalan los informes oficiales del Gobierno,
desde
hace años, la presencia del fundamentalismo islámico en España está
articulada,
sobre todo, en torno a cinco organizaciones conocidas. Lo que no
excluye que
haya otros grupos directamente terroristas (cfr. Reinares 2003 y 2014).
Son las siguientes:
En
primer
lugar, el movimiento y partido político Justicia y Caridad, fundado por
el
jeque Abdul Salam Yasin. Es una organización islamista tolerada, pero
ilegal,
en Marruecos. En España se propaga, predicando un islam tradicionalista
y
enemigo de la modernidad. Aunque rechaza la violencia, fomenta la
radicalización de sus adeptos y obstaculiza la integración de los
musulmanes en
nuestra sociedad. Su influencia se canaliza por medio de la llamada
Organización
Nacional para el Diálogo y la Participación. Controla la mayoría de las
mezquitas de Murcia y, en parte, las de Andalucía. En su interior,
incluye una
rama política más activa, denominada Alianza para la Libertad y la
Dignidad.
Segundo,
está
una filial de los Hermanos Musulmanes, una facción de origen sirio,
cuya
estrategia mira a la islamización de los países europeos que acogen
inmigración
musulmana. Al parecer, se hallan implantados en Valencia.
Tercero,
el
salafista Partido de la Liberación Islámica (Hizb ut Tahrir al-Islami),
procedente
de Asia central, está asentado en Cataluña. Insta a los musulmanes a no
mantener relaciones con el Estado español y promueve un islam «puro»
cuya meta
sea la restitución del califato mundial.
Cuarto,
la
Jamaat e-Islami (Asamblea Islámica) es un movimiento de origen
indopaquistaní, que
radica en Barcelona. Con una ideología radical, incita al odio contra
Occidente
y contra los judíos, y preconiza también la instauración del califato.
Por
último, la
secta Tablighi Jamaat (Asociación para la Predicación), también
antioccidental
y antidemocrática, pretende reavivar la fe de los musulmanes en la
línea de un
yihadismo radical. Se ha propagado, sobre todo, en Ceuta.
Todo
este horizonte histórico y
presente
de calamidades atribuibles a una cosmovisión religiosa y política
caracterizada
por la yihad, cuya cronología y teoría es la que se ha expuesto, sin
embargo,
no anula del todo la posibilidad de que los musulmanes, ellos, abran la
historia del islam a la modernización y a la convergencia con la ética
universal. No lo tienen fácil, porque requiere una transformación muy a
fondo
de la tradición y una revisión del libro sagrado. Pero, como se hizo en
otras
grandes tradiciones religiosas, a los musulmanes les incumbe escoger lo
mejor
de sí mismos y reformular el mensaje islámico en sintonía con la
conciencia común
de humanidad. En este sentido, tal vez deberán empezar por la
aceptación de las
investigaciones histórico-críticas, la crítica textual de las fuentes y
la
consiguiente reinterpretación de la yihad, de forma que se neutralice
el
imperativo de agresión contra los otros y se potencie la cooperación
para
solucionar los problemas globales de la humanidad. Es lo que
intentaron, hasta
ahora sin éxito, diversos reformadores musulmanes desde el siglo XIX.
Un caso emblemático es el del pensador y
político liberal
sudanés Mahmud Mohamed Taha, quien, en sus escritos, argumentaba la
diferencia
entre dos períodos de la vida y del mensaje de Mahoma, y distinguía
netamente
al «mensajero de Dios», que exhorta a la fe y a la paz, en el período
de La Meca, y
el
posterior del «profeta armado» en Medina. Defendía la tesis de que este
segundo
período
solo tiene una validez circunscrita a aquel contexto particular,
mientras que
el mensaje universal del islam ya está completo en el primer período.
Por
desgracia, no tuvo acogida, sino un rechazo total: el régimen islamista
de Sudán, presidido por Al-Numeiri, persiguió su obra, lo juzgó, lo
condenó y,
el 18 de enero de 1985, Taha fue ahorcado en la plaza pública de Jartum.
El hecho es que, desde el siglo VII, la aparición
de lo que
llegaría a ser el islam surgió con la guerra y se expandió por medio de
la guerra, que llaman yihad. Siglo tras siglo, el islamismo
llevó la guerra en nombre de su Dios a todas las regiones donde hizo
acto de presencia. Inmune a toda modernización, hasta ahora, el islam
no ha cesado de predicar su guerra santa contra todas las
civilizaciones.
Bibliografía y sitios en Internet
LA
CRONOLOGÍA Y LA TEORÍA DE LA YIHAD
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