El gran enigma. Ateos
y creyentes ante la incertidumbre del más allá
Capítulo primero. Razón, ciencia, filosofía, ¿permiten
salir con seguridad de la incertidumbre metafísica?
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consiguiente, es un hecho incuestionable que en la modernidad tienen
una presencia real inequívoca tanto la metafísica teísta –en las
religiones y en la experiencia religiosa personal– como su alternativa
en la metafísica atea, agnóstica, o en el indiferentismo religioso.
Ambas han sido dogmáticas durante siglos, absolutamente seguras de su
propia metafísica. Esta escisión metafísica está ahí y produce sin duda
una inevitable incertidumbre. Ahora bien, tanto la metafísica teísta
como la metafísica ateísta, como posiciones subjetivas, han sido
consideradas por sus defensores como dogmáticamente conformes con la
razón. Pero, ¿puede ser esto así? ¿Pueden ser ambas realmente conformes
con la razón? O, en otras palabras, ¿representan, cada una, una
metafísica que sea argumentable dogmáticamente ante la razón natural?
O, más bien, ¿no será que, en el fondo, la razón natural
científico-filosófica avala sólo a una de estas dos metafísicas, de tal
manera que la otra debiera juzgarse como una visión del universo y de
la vida puramente emocional, sin fundamento y al margen de la razón?
Quizá pudiéramos pensar que la razón filosófica, fundada en los datos
de la ciencia actual, pudiera ser hoy el camino eficaz para sacarnos de
la duda y avalar con toda seguridad una cierta metafísica, la teísta o
la atea. Muchos, en efecto, creen que la ciencia es su fuerza. Pero,
como vamos a ver, no debería ser este el caso. La razón
científico-filosófica no puede sacarnos con seguridad de la
incertidumbre. La ciencia no nos da el problema resuelto, imponiéndonos
qué debemos hacer. Por ello la ciencia es hoy, más bien, el factor
decisivo que nos hace salir de una cultura dogmática para entrar en una
cultura crítica e ilustrada, propia de la segunda mitad del siglo XX.
La naturaleza enigmática del universo nos emplaza así a tener que tomar
una decisión personal en la incertidumbre. Es decir, en el fondo, a
asumir una creencia, bien sea religiosa o arreligiosa. ¿Por qué lo
decimos?
La razón científico-filosófica actual ante las opciones metafísicas en la modernidad
En este capítulo, tratamos exclusivamente la argumentación
científico-filosófica que lleva a lo metafísico. De acuerdo con la
ciencia, por sus resultados objetivos, ¿es posible avalar con total
seguridad alguna de las dos metafísicas alternativas que, con
pretensiones dogmáticas, se forman en el pasado, pero están todavía
presentes en nuestra sociedad? Como veremos, la ciencia no sólo no
avala ningún dogmatismo, ni teísta ni ateísta, sino que impulsa hacia
la superación de una cultura dogmática antigua. La ciencia promueve la
entrada de la modernidad en la nueva cultura crítica e ilustrada de
nuestro tiempo. Es lo que está pasando desde los dos últimos tercios
del siglo XX, al producirse el tránsito desde la modernidad dogmática a
la modernidad crítica.
Teísmo y ateísmo buscan poner a la ciencia crucialmente de su parte
Pero, ¿qué dicen la ciencia y la razón filosófica en ella fundada? Si
la ciencia nos ofreciera, en efecto, una imagen de la materia, del
universo, de la vida, del hombre y de la historia, que permitieran
demostrar con seguridad (o, al menos, cuasi demostrar) que Dios existe
o no existe, entonces el problema metafísico estaría resuelto en
esencia. Si la razón científico-filosófica impusiera o rechazara con
objetividad y seguridad la idea de Dios (incluso aunque la imposición o
el rechazo no llegaran al cien por cien de seguridad), entonces es
claro que este dictamen se impondría de hecho en la cultura y acabaría
estableciendo lo que el hombre debería hacer con su vida: a saber,
adaptarse moralmente a una vida en conformidad con la honesta imagen
racional de un universo con Dios, o sin Dios.
Pero, en contra del deseo del teísmo y del ateísmo dogmático, el
ejercicio de la razón natural, en todas sus facetas, en la ciencia y en
la filosofía, no nos permite salir de la incertidumbre. Es importante
afirmarlo explícitamente acerca de los resultados de la ciencia: ésta
no nos ofrece el atajo, los datos “clave” o “cruciales”, la vía segura
para salir de la incertidumbre sobre la verdad metafísica última del
universo y avalar las posiciones dogmáticas, bien sean las del teísmo o
las del ateísmo tradicional. Tampoco puede hacerlo la filosofía cuando
argumenta sobre lo metafísico a partir de los datos ofrecidos por la
ciencia. Puesto que a la ciencia no le competen ciertos problemas de
corte filosófico o metafísico, lo que en realidad interesa es si los
resultados de la ciencia permiten a la filosofía sacar con seguridad
unas u otras conclusiones metafísicas. La incertidumbre es, pues, un
resultado decisivo de la visión del universo en la cultura moderna. Si
la incertidumbre y ambivalencia metafísica del universo, descrito por
la ciencia y por la filosofía, no fueran reales, probablemente no nos
hallaríamos en la incertidumbre existencial y social propia de nuestro
tiempo.
En este capítulo comprobaremos, con informaciones y conocimientos
objetivos, que la ciencia moderna, en efecto, induce a la filosofía
actual a quedar en esta incertidumbre metafísica de que hablamos.
Debemos, pues, habituarnos a la incertidumbre, aceptarla, porque es el
único punto de partida realista para construir hoy tanto la
argumentación teísta como la atea, contando con las condiciones
objetivas reales de nuestra posición en el universo. Es lo que haremos
en estos tres capítulos, y en la Conclusión. Por ello, el discurso
sobre lo metafísico debe comenzar por aceptar que el universo nos
instala de hecho en la incertidumbre.
Los resultados de la ciencia en la argumentación filosófica del teísmo y del ateísmo
Por consiguiente, entrando ya en lo concreto, ¿cuál es la imagen
científica de la materia, del universo, de la vida y del hombre? ¿A qué
reflexión filosófica conduce en relación con las últimas preguntas
metafísicas, sobre la existencia o la no existencia de Dios? Es claro
que la ciencia produce muchos resultados que no tienen relevancia en
orden a las grandes cuestiones metafísicas (por ejemplo, la
investigación bioquímica sobre drogas anticancerígenas no tiene
relevancia filosófica). En realidad, en mi opinión, los tres grandes
campos-de-problemas que surgen en la ciencia y que deben ser razonados
por la filosofía en orden al problema metafísico son tres. A) El
problema de la consistencia y estabilidad absoluta del universo. B) El
problema de las causas que han producido el orden físico y biológico
dentro de la evolución del universo. C) El problema de la explicación
de la naturaleza y del origen de la sensibilidad- conciencia dentro del
proceso evolutivo del universo, es decir, la explicación del
sorprendente hecho de que dentro del universo hayan emergido por
evolución física seres vivos con sensibilidad y con conciencia. Seres
con las propiedades y las facultades del psiquismo animal y humano, tal
como pueden describirse fenomenológicamente y se muestran con evidencia
en nuestra experiencia individual y en la vida social.
Sin duda, se trata de cuestiones complicadas que, para ser bien
entendidas, deben ser estudiadas atendiendo a mucha información
científica y filosófica. Pero, ¿es posible presentar estos complejos
problemas científicos y filosóficos en términos sencillos, de tal
manera que se entienda fácilmente su verdadera dimensión y su sentido
en orden al conocimiento filosófico último? Creemos que sí, en efecto,
aunque cualquier exposición del contenido de la ciencia siempre
implique una cierta dificultad inevitable en la comprensión. Es una
dificultad producida por la misma profundidad de los temas tratados,
dentro de la complejidad del conocimiento científico y filosófico. De
ciertas cosas se habla o no se habla; pero, si se habla es inevitable
hacerlo con una profundidad mínima. Somos conscientes de ello. Pero,
queremos presentar la explicación asequible que nos permita, al mismo
tiempo, seriedad en el contenido expuesto e inteligibilidad. Las
intuiciones básicas que exponemos seguidamente hacen referencia a
cuestiones científicas y filosóficas que no podemos trivializar, ya
que, si lo hiciéramos, se perdería la credibilidad de cuanto decimos.
Pero deberemos intentar que la imagen global del universo que describe
la ciencia sea entendida en su máxima claridad. Esperemos darnos a
entender, aun dentro de la inevitable dificultad que la ciencia y la
filosofía llevan siempre consigo. A quien tenga el hábito de leer cosas
de ciencia y filosofía le resultará fácil cuanto decimos. En cambio,
quienes no tengan este hábito (por ser más bien de “letras”) deberán
leer despacio y con atención, en cada momento procurando aprender y
retener lo que se va diciendo.
A) El problema de la consistencia y de la estabilidad absoluta del universo
El hecho del que partimos es obvio para todos: la existencia del
universo que nos contiene y nos ha producido en la evolución (dicho de
forma más filosófica: la existencia del sistema objetivo de la
realidad-en-su-conjunto). Este universo se presenta de hecho como una
estructura dinámica: o sea, como un conjunto de elementos relacionados
entre sí formando una unidad interdependiente que evoluciona en el
tiempo (esta es la definición de estructura). Es, pues, real y
existente como estructura dinámica: partículas, energía, vibraciones
ondulatorias, luz, átomos, campos físicos, moléculas, materia, seres
vivos, hombres, cuerpos celestes, estrellas, planetas, galaxias, etc.,
todo ello relacionado en el sistema global interdependiente que
nombramos como universo o cosmos. La experiencia impone, pues, el hecho
de la existencia del universo.
El hecho de que el universo es real y existe obliga a postular su suficiencia
De ahí surge una inferencia racional básica: si el universo está ahí,
es real y existente, es porque puede estar. Es decir, porque debe de
tener todo aquello que le permite ser real. Esto quiere decir, por
tanto, que la razón postula que el universo debe ser suficiente o
autosuficiente. ¿Qué quiere esto decir? Pues simplemente que debe
poseer aquellas propiedades y contenidos suficientes que le permiten
mantenerse en el tiempo sin deshacerse. Esta capacidad para mantenerse
en sí mismo sin deshacerse es la suficiencia, es el “bastarse a sí
mismo para mantenerse en la existencia”. Es claro que este universo
suficiente debería ser eterno, ya que, si en algún momento dejara de
existir, la razón no podría entender que de la nada pudiera producirse
algo. Por tanto, si algo existe, esto quiere decir que seguirá
existiendo con necesidad y que la nada no se ha dado nunca, ni se dará
en el futuro. Si algo existe, es necesario postular la necesidad de que
siempre existió algo y que nunca dejará de existir algo en el futuro.
¿Es esto difícil de entender? Creemos que no.
La suficiencia es postulada por la razón como una propiedad que el
universo debe tener. Pero si la suficiencia no pudiera ser atribuida a
nuestro universo, porque entendemos que este no puede tenerla tal como
vemos que realmente es por experiencia, entonces la suficiencia debería
en todo caso salvarse y situarse en algún otro “sitio” o “fundamento
real”. Así, si el universo nace por las buenas en un momento del
tiempo, podría pensarse que la suficiencia debe atribuirse a algo que
no es el universo, por ejemplo “Dios” u otro “universo” suficiente del
que nacería el nuestro (que, por lo dicho, sería entonces insuficiente
por sí mismo para dar razón de su existencia). Después volveremos sobre
esto. Se habla entonces, por principio, de la consistencia y
estabilidad del universo en sí mismo (teniendo en cuenta que algo
estable puede ser dinámico), de forma absoluta en el sentido de que su
suficiencia debe estar en un ámbito-de-realidad que ya no necesita
referirse a algo exterior para justificar su propia realidad (esto es
lo que suele entenderse en filosofía por ab-solutum, es decir,
absoluto, liberado-de dependencias externas para dar razón con
suficiencia de su propia realidad). En resumen: el hecho de la
existencia del universo nos hace postular que debe existir en un
ámbito-de-realidad (bien sea el universo que vemos, otro meta-universo
en el que se produjera, o Dios) que debe bastarse a sí mismo (ser
absoluto) en orden a la propia realidad, es decir, que debe ser
suficiente.
Tal como el universo es, ¿podemos entender su suficiencia absoluta?
Orientada por esta inferencia básica (una intuición que todos tenemos),
la razón observa el universo para conocer cómo está formado de hecho,
cuáles son sus contenidos, propiedades y características, y para
entender cómo, en efecto, es suficiente o autosuficiente. Esto es lo
que ha hecho la ciencia por el método científico: describir los hechos
y sacar consecuencias racionales por medio del análisis y la síntesis
de los hechos en estructuras (el universo es real y existente como
estructura). Todo lo que la ciencia puede decir del universo se funda
en las evidencias empíricas y en los hechos: a partir de ellos describe
cómo se relacionan en estructuras reales (verbigracia, el complejo
sistema o estructura de una célula viviente, o del universo en su
conjunto). Por consiguiente, ¿a qué imagen científica de la naturaleza
del universo han llegado la razón humana y la ciencia? ¿Ha sido posible
entender lo que la razón postula por principio, a saber, la
autosuficiencia absoluta del universo?
Las ideas contenidas en estos párrafos anteriores son importantes. Son
ideas que forman parte de lo que se llama una epistemología, una
comprensión de cómo funciona el conocimiento humano. Debemos
reflexionarlas, incluso releerlas, si es necesario, porque de ellas
depende el discurso de la ciencia y de la filosofía. De momento miramos
al universo real que se nos impone: tal como lo describimos, ¿es fácil
entender donde radica la suficiencia que debemos postular?
La ciencia describe el universo: el modelo estándar, ¿ofrece una imagen autosuficiente del universo?
En un primer momento la ciencia ha querido trazar aquella imagen de la
materia y del universo que puede argumentarse a partir de las
evidencias empíricas (es decir, que hay hechos empíricos firmes,
describibles con objetividad por el método científico, en su caso
experimentales, que permiten pensar que tales estados físicos de la
materia y del universo se produjeron en el pasado o se producirán en el
futuro). Esta imagen científica (argumentada con rigor desde las
evidencias constatables por diversos métodos empíricos y teóricos) es
lo que se llama, por una parte, el modelo estándar de partículas (sobre
la materia o mundo microfísico, o sea, para entendernos, lo pequeño,
las partículas, los “átomos”) y, por otra parte, el modelo cosmológico
estándar (sobre la cosmología o mundo macrofísico, o sea, lo grande, el
universo como totalidad). En el modelo estándar, por tanto, apenas hay
especulación fuerte (no hay grandes imaginaciones especulativas, que no
puedan probarse ante los hechos, sobre cómo sería el universo). La
especulación débil que contiene, o teoría necesaria para ligar los
hechos entre sí, trata de pisar el suelo de los hechos y justificarse
siempre como una exigencia inevitable de las evidencias empíricas. El
modelo estándar es siempre prudente y parsimonioso.
Ahora bien, la pregunta de fondo apunta a la suficiencia. El modelo
estándar, ¿ofrece una imagen autosuficiente del universo? Como se verá
más adelante, tras la exposición de la naturaleza del modelo estándar,
su problema filosófico radica en que, de momento, no es fácil
justificar que ese universo descrito por el modelo estándar pueda ser
un sistema autosuficiente y eterno, tal como la razón postula que
debería ser. Lo explicamos seguidamente.
La materia: el modelo estándar de partículas
La ciencia ha conocido que la materia germinal del universo responde a
ciertas propiedades extrañas que se describen en la llamada mecánica
cuántica. Esta afirma que la misma materia puede presentarse como
corpúsculo y como vibración ondulatoria. La materia se presenta como
partícula, pero también como campo físico, algo que se extiende en el
espacio ondulatoriamente (así se habla en física, por ejemplo, del
campo gravitatorio o del campo electromagnético). El modelo estándar de
partículas ha descrito las diferentes clases de partículas existentes
(algo así como el sistema periódico de los elementos químicos, pero
como una clasificación de partículas). Este modelo no sólo describe las
propiedades de las partículas (masa, carga, spin, su función de onda,
etc.), sino sus interacciones, cómo actúan unas sobre otras y cómo se
transforman, aparecen o desaparecen.
Aparte de otras clasificaciones de las partículas, este modelo
distinguía entre bosones y fermiones (diferenciados por sus
propiedades, verbigracia, su spin). Los bosones son partículas que se
diluyen con facilidad en estados unitarios (o campos) en que la
individualidad desaparece (ejemplo intuitivo: un cucurucho de helado,
un campo de luz). Los fermiones, en cambio, son partículas cuyas
propiedades vibratorias dificultan la pérdida de su individualidad para
formar estados unitarios de campo indiferenciados (ejemplo intuitivo:
un cucurucho de peladillas, protones, neutrones, electrones, en que
cada entidad mantiene una individualidad diferenciada de las otras).
Pero bosones y fermiones son la misma materia.
Este modelo estándar, formulado hace unos cuarenta años, se ha
comprobado ya por la experimentación de forma fehaciente. Sin embargo,
la lógica y armonía teórica del propio modelo, para poder explicar las
mismas partículas (su origen, sus propiedades, sus interacciones),
exigía postular la existencia del llamado campo de Higgs y del bosón de
Higgs. Pero el campo y el bosón de Higgs carecieron durante décadas de
confirmación experimental.
Sin embargo, poco antes de la redacción de este ensayo, en julio de
2012, se anunció la confirmación experimental de la existencia del
campo/bosón de Higgs. Para explicar la forma en que las vibraciones
producidas en el big bang, en el proceso expansivo del universo, se
convertían en partículas y adquirían su masa propia, debía postularse
la existencia del llamado campo de Higgs, que permearía absolutamente
todo el espacio del universo. Una vibración en ese campo sería el bosón
de Higgs. De esta manera se entendía por fin la unidad de la materia y
la relación entre bosones y fermiones como constituyentes del universo.
Por ello, el descubrimiento del bosón de Higgs ha completado la
concepción teórica del modelo estándar de partículas.
El mundo macroscópico clásico para el modelo cosmológico estándar
El modelo estándar explica cómo la materia primigenia (cuántica), al
producir partículas de una cierta forma de vibración (llamadas
fermiones en honor de Enrico Fermi) y en interacción con el campo de
Higgs que les confiere su masa, causó la aparición del mundo objetivo
que vemos por nuestros sentidos: nuestro mundo, hecho de objetos firmes
y estables, diferenciados, separados unos de otros en el espacio y en
el tiempo (planetas, seres vivos, distancias, etc., que están hechos de
electrones, protones, neutrones como partículas estables fermiónicas
que dan firmeza y consistencia al mundo que vemos).
Este mundo de experiencia humana es el mundo que describió la mecánica
clásica de Newton. Las leyes de la mecánica clásica explican, por
ejemplo, el equilibrio de pesos de un rascacielos (que es, al igual que
todos los otros cuerpos, los vivientes también, una estructura de
peladillas que mantienen su independencia y entidad, unas frente a
otras). Pero las interacciones entre los objetos clásicos (verbigracia,
los rascacielos de la isla de Manhattan) no responden a las propiedades
de la materia germinal cuántica que, no obstante, los constituye
internamente (si los rascacielos no estuvieran hechos de peladillas,
sino de un plasma cuántico, o helado, se derrumbarían y no tendrían
consistencia). Gracias a la existencia de ese mundo clásico de materia
fermiónica tenemos un cuerpo y una biografía personal.
La ciencia afirma, por tanto, que el universo está hecho sólo de un
único tipo de materia, aunque ésta tenga dos formas de manifestarse:
clásica y cuántica, siendo la clásica, en último término, también la
misma materia cuántica. El mundo clásico macroscópico, nuestro mundo,
ha sido posible por una particularidad vibratoria especial de la
materia cuántica que se origina en el big bang. A las partículas con
esa particularidad vibratoria especial (que los físicos llaman su
función de onda que dificulta la llamada coherencia cuántica) las
llamamos partículas fermiónicas.
La ciencia describe el universo: el modelo cosmológico estándar
La experiencia muestra la existencia de un universo macroscópico que se
extiende en el espacio y en el tiempo. Ahora bien, este universo de
experiencia, hecho de partículas fermiónicas, ¿cómo ha nacido y
evolucionado en el curso del tiempo? Es decir, ¿qué estados ha
atravesado el universo en el pasado y qué estados deberá todavía
transitar en el futuro? También ahora, al igual que al hablar de la
materia, no se trata de especular sino de argumentar el pasado y el
futuro en función estricta de las evidencias empíricas. Es lo que hace
el modelo cosmológico estándar. Su idea de la evolución del universo
depende siempre de su idea de la materia, ya que el universo no es otra
cosa que la organización de la materia en el curso del tiempo evolutivo.
Aquí es donde comienza la cosmología científica. Argumentando a partir
de las evidencias empíricas del presente, ¿qué puede pensarse de los
estados que fue atravesando el universo en el pasado? Esta
retrotracción hacia el pasado termina en la postulación de un estado
primordial, el big bang, en que se produjo una inmensa fuente de
energía vibratoria que fue transformándose primero en materia germinal
primigenia, en materia bosónica y campos físicos. Pero una parte de las
partículas producidas respondieron a ciertas propiedades que dieron
origen a la formación del mundo visible (el mundo clásico). La
organización de estas vibraciones especiales (que llamamos vibraciones
fermiónicas) en materia clásica dio origen después a los cuerpos
celestes, es decir, materia organizada en cuerpos estables. Es la
materia clásica, que acabó produciendo los cuerpos físicos, la vida y
la final aparición evolutiva del ser humano. Todo concuerda en apoyar
que así sucedió en realidad. En la organización de la materia en el
curso del tiempo ha jugado un papel esencial la fuerza gravitatoria,
primero descrita por Newton y después revisada en la relatividad por
Einstein. Las ecuaciones de Einstein siguen hoy siendo decisivas para
describir la concentración, equilibrio y evolución de la masa en el
universo que conocemos.
Esta energía germinal y la materia naciente tenían unas propiedades que
la ciencia ha descrito. ¿Por qué el universo real es como de hecho es?
¿Por qué la materia ha ido produciendo el orden y la complejidad de los
cuerpos físicos y biológicos? La ciencia no puede sino ofrecer una
respuesta: por las propiedades ontológicas que de hecho muestra tener
la materia primordial. Las leyes de la naturaleza no son sino la
formulación de las constancias, regularidades y modos de organización
que se derivan de esas propiedades de la materia. Por ello, supuestas
las propiedades de la materia, el proceso evolutivo se explica como un
proceso autónomo. El orden y la complejidad aparecen como resultado de
la forma de organización inducida por las propiedades germinales de la
materia.
Sin embargo, la ciencia no tiene razones para afirmar por qué las
propiedades de la materia, y las leyes derivadas –capaces de producir
orden y complejidad– son tal como de hecho son. Podrían haber sido
distintas. Quizá una materia que no hubiera podido llegar a engendrar
orden. Pero el hecho es que las propiedades fácticas de la materia (que
podían haber sido diferentes) son las que han hecho posible el
nacimiento del orden, de la vida y del hombre. Por eso se dice que el
universo es antrópico: con las propiedades precisas que hacen posible
la aparición de la vida y del hombre en la evolución. El universo es
autónomo, pero antrópico.
El modelo estándar y el futuro del universo
Ahora bien, ¿qué pasará con el universo en el futuro? También en
función de las evidencias del estado actual del universo, la ciencia
hace conjeturas sobre lo que pasará en el futuro. Y, en el estado
actual de la ciencia, todo mueve a pensar que la hipótesis más probable
es que el universo vaya evolucionando hasta perder toda su energía y
desaparecer. Puesto que para la ciencia la energía ni se crea ni se
destruye, la energía inicial del big bang habría nacido de un extraño
fondo o mar de energía (¿el campo de Higgs?) en el que poco a poco, al
final de la historia del universo, quedaría reabsorbida toda la energía
que se desplegó en su nacimiento. No parece hoy que el universo tenga
suficiente masa gravitatoria para frenar la expansión actual y entrar
en una fase de concentración hasta un big crunch (un colapso futuro)
que produjera otro big bang en una historia oscilante del universo (de
expansión/concentración). Por ello la hipótesis de la muerte energética
futura del universo es hoy la más probable para el modelo cosmológico
estándar.
Sería un universo que crea el orden por procesos neguentrópicos (si
entropía es aumento del desorden, la negentropía sería la producción de
orden), pero que acabará dominado por una entropía que diluirá
finalmente el orden y producirá una muerte energética. En todo caso,
debe tenerse en cuenta que la idea del nacimiento y muerte del universo
de acuerdo con el modelo estándar depende todavía de la idea que se
alcance en los próximos años de la naturaleza de la materia oscura y de
las ontologías de ese fondo del universo del que todo surge (vacío
cuántico, mar de energía, campo gravitacional, campo de Higgs, campo
electromagnético, etc.). A todo ello contribuirán sin duda los
recientes descubrimientos sobre el bosón de Higgs. No sabemos qué nos
depararán los futuros conocimientos, pero es muy probable que se acabe
por imponer una cosmología del modelo estándar mucho más completa que
la actual (que es muy deficiente hasta el momento) y que puedan
hallarse nuevas propuestas sobre la estabilidad del universo. No lo
sabemos.
¿Qué decir entonces de la posible autosuficiencia del universo tal como
es descrito por el modelo estándar en el estado actual de los
conocimientos? En función de las evidencias empíricas no se puede decir
más del universo que lo antes expuesto. Pero esta imagen construida por
la ciencia es insuficiente para entender lo que la razón humana postula
en principio: a saber, que el universo debería ser suficiente o
autosuficiente para mantenerse de forma consistente y estable a lo
largo del tiempo, sin deshacerse. Por ello es extraña la existencia de
un universo que tiene su origen real en el big bang y que se deshará en
el futuro por una muerte energética.
Sin embargo, la ciencia no tiene fundamentos empíricos para establecer
hipótesis argumentadas sobre lo que había antes del big bang y lo que
habrá después de su muerte energética. Es lo mismo: el enigma de ese
mar de energía fontanal del que nace y en el que se reabsorbe el
universo. De ese mar de energía, que no vemos pero inferimos, puede
afirmarse científicamente, eso sí, todo aquello que debe poseer para
hacer posible la génesis de energía y su reabsorción final. Pero,
aparte de esto, no es posible decir más cosas que tengan fundamento
empírico. Sin embargo, en un nivel especulativo, se discute hoy cómo se
relacionarían los agujeros negros o la materia/energía oscura con ese
misterioso fondo holístico del universo, en cuyo caso estaría situado
eventualmente el hipotético metauniverso del que habríamos sido
producidos como universo finito.
Recapitulemos, pues, nuestra idea estándar del universo
La ciencia quiere conocer la naturaleza, entender sus causas, saber
cuál es en profundidad la constitución del mundo físico que tenemos
ante los ojos por los sentidos. Lo determinante es, pues, el mundo que
aparece ante nosotros: objetos, piedras, minerales, planetas, soles,
seres vivos, árboles, animales, hombres... Todos estos objetos
constituyen nuestra experiencia sensible. Si se hacen más pequeños
llega un momento en que ya no los vemos sensiblemente. Por eso nuestro
mundo de experiencia es de objetos grandes, macroscópicos (se dice,
claro está desde la perspectiva humana). Percibimos un mundo de objetos
clásicos. La ciencia ha querido conocer este mundo a partir de su
propio método: no decir nada más que cuanto la evidencia empírica, o
experimental, permite rigurosamente afirmar. Así se ha llegado a
conocer que la materia está hecha de partículas (radiación o vibración
en alguna manera plegada ondulatoriamente sobre sí misma): es lo que
describimos en el modelo estándar de la teoría de partículas, hoy
completado por el conocimiento del campo/bosón de Higgs.
El modelo cosmológico estándar nos dice que el universo nació en la
inmensa energía de un primer suceso primordial conocido como el big
bang, que fue transformándose en materia clásica y que acabará
desapareciendo en una muerte energética final. Aunque en detalle todo
es más complicado, creemos que los grandes perfiles de esta imagen
clásico/cuántica del universo en el modelo estándar son inteligibles.
¿Qué hubo antes del big bang? Además, ¿en dónde se resolverá la
disolución energética de la materia en el futuro final del universo? La
ciencia no puede responder hasta el momento porque, según su método
experimental, no tiene datos para hacer ningún tipo de conjeturas, ni
sobre el pasado ni sobre el futuro. Quizá en el futuro, cuando se
conozca qué es la materia y la energía oscura, así como la naturaleza u
ontología de los campos que constituyen el fondo del universo (vacío
cuántico, mar de energía, campo de Higgs...), el modelo estándar podrá
avanzar en el conocimiento. Pero hasta ahora no han llegado todavía las
evidencias que permitan construir esos conocimientos.
En busca de la suficiencia más allá del modelo estándar: especulación
sobre posibles formas de universo, supercuerdas y multiversos
Es posible especular científicamente (como seguidamente veremos), pero
sólo como pura teoría de la que, en el fondo, no tenemos pruebas
empíricas de que se corresponda con la realidad. Las puras teorías son
legítimas y tienen cabida en la ciencia, aunque no podamos saber si se
corresponden con la realidad (por no tener, de momento, un aval
empírico y experimental que las respalde). Son muchos los conocimientos
científicos, hoy confirmados por la experiencia, que en su momento
fueron sólo puras especulaciones.
La idea de átomo fue sólo especulativa, hasta que se llegó a confirmar.
También la teoría de la relatividad de Einstein fue pura teoría que más
tarde se confirmó. Pero, además, existe otro tipo de especulación
posible y legítima: es la especulación filosófica. Como veremos, tanto
el teísmo como el ateísmo no son ciencia, son sólo una especulación
filosófica posible a partir de los resultados empíricos y teóricos de
la ciencia.
Por ello, la ciencia, más allá del modelo estándar, entra en un segundo
momento en el que predomina la legítima especulación, bien sea
científica (la pura teoría especulativa) o la filosófica (metafísica).
La especulación no es arbitraria, ni en la ciencia ni en la filosofía.
Tiene siempre argumentos legítimos a su favor, aunque falte todavía la
definitiva confirmación empírica o experimental. Nos referimos a
continuación a ambas especulaciones, la científica y la filosófica.
Especulación científica sobre la materia: microfísica y teoría de supercuerdas
La especulación científica ha buscado concebir alguna explicación que
permita entender el universo (o el sistema de la realidad-en-su-
conjunto) como una realidad autosuficiente, consistente y estable en el
tiempo para mantenerse en sí misma con suficiencia. A esta especulación
han contribuido dos teorías que se complementan: por una parte, la
teoría de cuerdas o supercuerdas y, por otra, la teoría de
multiuniversos. Cabría también referirse a la opinión extravagante de
que el universo podría surgir desde la nada. Lo explicamos.
La teoría de cuerdas, o supercuerdas, ha sido en los últimos cuarenta
años una portentosa especulación teórica y matemática sobre las
propiedades germinales de la materia. La materia que habría sido
producida desde el big bang habría nacido en forma de pequeñas
vibraciones, o cuerdas, que para ser descritas y distinguirse unas de
otras exigirían atribuirles un valor en nueve dimensiones (después en
once, según la teoría de supercuerdas). Esta teoría concebiría la
posible existencia de una cuasiinfinitud de tipos de materia, según la
posible combinación de valores y variables en esas once dimensiones.
Nuestro universo, por tanto, tendría un tipo de materia con valores
especiales previstos por la teoría de cuerdas. Por tanto, podría
concebirse que los cuasiinfinitos universos burbuja producidos en el
metauniverso de la teoría de multiversos habrían asumido por azar
diversos juegos de valores previstos por la teoría de cuerdas para la
materia. Los valores de nuestro universo, por azar, serían antrópicos
porque permitirían la evolución de la materia hasta el hombre. La
teoría de cuerdas dista mucho hoy de ser algo comúnmente admitido.
Tiene alternativas, también especulativas, como la propuesta por Roger
Penrose. Pero, además, ha sido criticada con gran fuerza por otros
autores; entre ellos, Leo Smolin que ha insistido en la arrogancia con
que esta teoría ha dominado el mundo académico en los últimos treinta
años, siendo así que es algo discutible.
Especulación científica sobre el universo: macrofísica y teoría de multiuniversos
La especulación sobre multiversos supone que ese mar de energía (del
que brota y en el que se diluye finalmente nuestro universo) podría
entenderse como una metarrealidad, es decir, un meta- universo o
dimensión transcendente de realidad (transcendente a nuestro universo
empírico) en la que se estarían produciendo continuamente diferentes
universos que serían reales en paralelo. Cada uno tendría comienzo en
un big bang y, por azar, su tipo de materia y sus leyes responderían a
alguna de las formas de materia previstas por la teoría de cuerdas.
Nuestro universo sería uno más de entre esa infinitud de universos que
nacerían y morirían. Por azar, no sería extraño que nuestro universo
tuviera el conjunto de propiedades que hacen posible la vida y el
hombre (por azar uno de los cuasiinfinitos universos tendría las
propiedades que permiten producir la vida y el hombre). No sería
extraño que, por azar, se hubiera producido un universo antrópico, como
de hecho es el nuestro (ver lo que antes decíamos sobre el universo
antrópico).
Por tanto, estas dos teorías, supercuerdas y multiversos, son sólo
especulativas, pura teoría, sin fundamento empírico y experimental.
Pero son lógicamente posibles; algunos autores indican que incluso, por
su propia naturaleza física, nunca podrían llegar a tener el respaldo
de evidencias empíricas. En realidad son teorías muy discutidas y les
crecen las alternativas por todas partes. La mayor parte de los
científicos, que con prudencia sólo quieren hacer ciencia y no
especulación teórica o filosófica, se limitan a decir lo que puede
decirse dentro de lo que hemos llamado antes el modelo estándar de
partículas y el modelo cosmológico estándar; sin osar a adentrarse, por
tanto, en el campo de la especulación, ni científica ni filosófica.
¿Un universo surgido de la Nada?
El universo, ¿surgido en la Nada? Siguiendo vagas propuestas del físico
Alan Guth se ha hablado no hace mucho acerca de que el universo se
habría podido producir en la Nada. El concepto filosófico, y
científico, de Nada es de carácter negativo: es la negación de toda
realidad existente. Por tanto, la Nada no es real y no existe: en
consecuencia no puede nombrarse como algo positivo que sea real o
exista. Por ello, propuestas como la de Guth no pueden tomarse en
serio, ya que no es inteligible en absoluto para la razón que de la
Nada pueda surgir algo. Lo que pasa es que esta afirmación ha sido un
recurso expresivo (que busca impactar), pero que, cuando lo analizas,
resulta que no quiere decir propiamente la Nada. Si se habla de vacío
cuántico o de fondo del universo, quizá se quiere decir que es la Nada
de nuestro universo, del que vemos, pero no la Nada absoluta. Es decir,
el fondo de referencia del que brota y en el que se absorbe la energía
del universo tiene que ser algo real que, si se mantiene, también puede
decirse que existe.
La ciencia se proyecta sobre la filosofía: ¿dónde fundar la suficiencia? Teísmo y ateísmo
La especulación filosófica se construye a partir de los modelos
estándar y de las especulaciones teóricas posibles. La especulación
científica (verbigracia, supercuerdas o multiversos), aunque no tenga
respaldo empírico, es lógicamente posible y nos permite concebir un
universo que pudiera ser real. Por ello debe ser tenida en cuenta por
la filosofía. Por tanto, argumentar el teísmo o el ateísmo supone
siempre moverse necesariamente dentro de la especulación filosófica. No
puede ser desdeñada por las buenas. En la ciencia se preparan
conocimientos previos que son importantes, deben ser tenidos en cuenta
y orientan la especulación, pero la metafísica es filosófica. Esto es
inevitable. La ciencia como tal no impone una metafísica científica, ya
que toda metafísica, aunque fundada en la ciencia, es siempre
filosófica. No existen ateos puramente científicos: todos suponen
aceptar una creencia filosófica que es su metafísica de la ciencia
personal. Tanto teísmo como ateísmo, como decíamos, son creencias
(creencias filosóficas argumentadas, pero creencias que suponen un
compromiso personal libre para asumirlas).
Autosuficiencia de un universo o metauniverso eterno: el ateísmo científico-filosófico
El ateísmo argumentado científico-filosóficamente debe conseguir
ofrecer una explicación bien construida de la autosuficiencia del
universo. Es claro que, hasta el momento, la imagen del universo en el
modelo cosmológico estándar (universo que no se sabe de dónde nace y en
dónde se diluirá al morir) no hace fácil concebir esta autosuficiencia.
Para concebirla, el ateísmo tiene en la actualidad dos vías posibles:
a) argumentar la existencia de un universo oscilante de
expansión-concentración eterna (Hawking lo defendió hace años y en 2010
Roger Penrose en su obra Cycles of Time ha ofrecido una nueva versión
de algo así como multiversos oscilantes) o b) argumentar la existencia
de multiversos que se producirían en una dimensión de metarrealidad
(Stephen Hawking ha publicado también en 2010 su teoría de multiversos,
abandonando al parecer su primera teoría oscilante). Hoy en día, la
mayoría de los científicos/filósofos ateos, y con militancia atea, se
inclinan más bien por la teoría de multiuniversos, aunque sea discutida
y puedan ponérsele muchas objeciones.
Un defensor (Stegmark) de los multiversos ha promovido incluso la
pintoresca opinión de que, aunque no haya evidencias empíricas, debemos
pensar que es real y existente todo aquello que nuestra razón puede
construir formal o lógicamente como posible (esta era, más o menos, la
tesis del racionalismo clásico del XVIII). Por tanto, si los
multiversos están bien construidos como teoría (matemática y física)
deberíamos postular, según Stegmark, su existencia real. La
especulación científico-filosófica se proyectaría entonces hacia lo
metafísico y argumentaría que, de poder probarse la existencia real de
un sistema de multiuniversos autosuficiente de esta naturaleza,
entonces se explicaría perfectamente su propia existencia y haría
innecesaria la referencia a Dios. Esto es lo que dice Hawking en El
Gran Diseño de 2010: no demuestra que Dios no exista (como erróneamente
han dicho algunos periódicos), sino que afirma que, si pudiera probarse
que los multiversos existen (cosa que Hawking sabe que no se ha hecho),
entonces tendríamos una imagen del universo que haría innecesaria la
referencia a Dios para explicarlo.
Por tanto, la imagen actual del universo en la ciencia, desde el punto
de vista de la consistencia y estabilidad del universo, que deben ser
postulados por la razón natural, científica y filosófica, permite dar
el tránsito filosófico a una metafísica atea. El universo real del
modelo estándar, o un meta-universo productor de cuasi- infinitos
universos, podrían ser suficientes para explicar el hecho de que son
reales y existentes. El modelo cosmológico estándar no hace fácil
concebir la suficiencia de nuestro universo; pero no lo excluye, sobre
todo teniendo en cuenta que el modelo estándar no está cerrado. Sin
embargo, es posible concebir la posibilidad especulativa de la
existencia de multiuniversos y de que la teoría de supercuerdas (u otra
similar) respondiera a la realidad. Ello facilitaría concebir un
universo autosuficiente y sin Dios. Pero en todo caso se trata siempre
de una pura hipótesis o conjetura teórica. Admitir o no admitir que
esta conjetura posible, racional y científicamente, de que el universo
se fundara en un sistema autosuficiente natural puramente mundano, sin
Dios, responde a la realidad existente, depende de la actitud personal
valorativa libre y de indudables estados emocionales.
La suficiencia fundada en una Divinidad creadora: el teísmo científico-filosófico
El teísmo, en cambio, está avalado en parte por la imagen del universo
en el modelo cosmológico estándar. No es que el modelo estándar
conduzca con necesidad al teísmo (también podría ser compatible con el
ateísmo), pero es una visión del universo que de hecho hace la
hipótesis teísta muy verosímil. El teísmo funda su argumentación en dos
pilares: a) la inferencia racional de que si algo existe (el universo)
debe estar fundado en una suficiencia absoluta; y b) el hecho de que la
forma de ser del universo real que podemos describir tiene unas
propiedades que hacen muy difícil entenderlo como una estructura real a
la que pueda atribuírsele la autosuficiencia absoluta que debería
postularse. En otras palabras: el universo aparece de hecho como
insuficiente, tal como se presenta en la experiencia, para dar razón de
una existencia eterna, consistente y estable.
¿Qué explicación cabe dar a un universo que surge extrañamente en el
big bang y se diluye energéticamente en el curso del tiempo? El ateísmo
argumenta que el mar de energía podría ser entendido como una
metarrealidad que produce infinitos universos; es una especulación,
pero es posible. El teísmo argumenta, en cambio, que es posible pensar
que esa metarrealidad podría ser entendida como un Ser divino que funda
la suficiencia del universo, lo crea y lo diseña con su Inteligencia.
La suficiencia absoluta que la razón postula, por tanto, no estaría en
el puro universo, sino en un Dios personal transcendente fundamento
creador del universo. Dentro de esta lógica, que permite hablar de Dios
como fundamento del universo, Dios debería concebirse con aquellos
atributos necesarios para que pudiera cumplir la función por la que se
postula su existencia: la transcendencia, la personalidad para poder
decidir la creación, la inteligencia para concebir su diseño, etc. Dios
es también es una especulación, pero es posible y los pensadores
teístas piensan que explica mejor el fundamento del universo, su
carácter racional y antrópico, siendo, al mismo tiempo, más congruente
con la persistencia histórica de la humanidad en las ideas religiosas.
Para el teísmo, por tanto, el universo real de experiencia, descrito en
el modelo estándar, no parece ser suficiente en sí mismo para ser real
y existir. Esto es un hecho. Por ello saca una consecuencia de
principio: entonces el universo no es autosuficiente y debe de tener su
suficiencia fundada en la autosuficiencia de una realidad distinta (que
no es universo o una parte del universo) y que debe responder a las
propiedades de un Ser Divino (que pueda crearlo, fundarlo en un ser
suficiente y diseñar su racionalidad cósmica).
Para el teísmo poner en Dios el fundamento suficiente y necesario del
Ser sería una solución posible y más fácil. Para los autores teístas la
idea de un universo oscilante o de la existencia de infinitos universos
es muy oscura y discutida: no tiene la fuerza requerida para imponerse
con claridad, aunque sean hipótesis defendibles lógicamente. La
solución más fácil y mejor construida es atenernos a que el universo
real sólo es el que describe con seguridad empírica el modelo
cosmológico estándar y referir la existencia del universo a un Dios del
que se postularía la suficiencia. Dios sería el fundamento
autosuficiente del Ser y el diseñador inteligente de una creación
antrópica que puede conducir a la generación del hombre. En todo caso,
Dios es una hipótesis posible y puede ser asumida libremente. Depende
de la libertad valorativa y además, sin duda, de otros factores
emocionales. No cabe duda de que la hipótesis teísta tiene serios
argumentos a su favor, que pueden ser libremente valorados y preferidos.
Debe advertirse que la filosofía, al establecer su opción metafísica
última, Dios o el puro mundo sin Dios, no hace sino aceptar una u otra
hipótesis. Pero hacerlo no significa que se conozca perfectamente qué
es Dios o qué es el puro mundo en su ontología profunda. Tanto Dios
como el puro mundo, en caso de ser la verdad final, absoluta, son un
enigma. Pero al hombre no le cabe sino considerar que el universo que
vemos se resolverá metafísicamente en uno de estos dos enigmas: o será
Dios o será puro mundo. No hay otra opción. Tiene que ser
necesariamente una de las dos. De lo que se trata entonces es de
argumentar racionalmente cuál de estos dos enigmas aparece como más
verosímil y aceptable. Puesto que ninguna hipótesis metafísica se
impone dogmáticamente, entonces debe ser asumida con libertad por el
individuo. La ciencia es ciencia y no llega por sí misma, con sus
razonamientos rigurosos, a imponer una metafísica. Sólo nos deja
abierta la incertidumbre metafísica que da pie a nuestra valoración
filosófica personal.
Además, el teísmo tampoco excluye totalmente que Dios hubiera podido
crear el universo por medio de los multiversos, o que hubiera podido
crear de tal manera que fuera posible, al menos, concebir
correctamente, desde dentro de nuestro universo, la hipótesis
cosmológica de multiversos (así piensan William Stoeger o George Ellis,
por ejemplo). Como hemos visto en la Introducción y veremos más
adelante, el cristianismo, tal como hoy debemos entenderlo, no pretende
decir que Dios ha creado un mundo para imponerse racionalmente al
hombre con toda evidencia. Al contrario, Dios ha debido crear el
universo de tal manera –como entendemos en la modernidad– que el hombre
pueda rechazar el reconocimiento de su existencia para vivir libremente
al margen de Dios. Un universo, creado por multiversos o que, al menos,
permitiera concebir su posibilidad, podría traslucir la estrategia
divina de crear un universo que pudiera ser entendido sin Dios, de
acuerdo con una ideología atea.
El problema de la consistencia del universo nos deja en la incertidumbre
Es claro que el ateo, movido por impulsos emocionales a negar la
existencia de Dios, se inclinará científico-filosóficamente por su
hipótesis atea. Lo mismo le pasa al teísta, movido sin duda
emocionalmente por su conexión con la presencia de Dios en la historia
de las religiones, y quizá en la propia experiencia religiosa
individual. Como seguiremos explicando a lo largo de este ensayo, la
decisión del hombre ante lo metafísico no es una consecuencia exclusiva
de una opinión sobre el universo a partir de una reflexión filosófica
fundada en los resultados de la ciencia (la mayor parte de la gente ni
siquiera tiene preparación para abordar una reflexión en profundidad
científica y filosófica). En la posición del hombre ante Dios, como
veremos, juegan un papel otros factores existenciales y emocionales de
no poca importancia. No se trata de discutir quién tiene la razón
objetiva, cuestión racionalmente insoluble por cierto.
Pero el hecho es que estas dos hipótesis metafísicas se muestran
socialmente y su presencia es inequívoca. Por tanto, este hecho avala
la constatación de que el universo es enigmático y da pie a la
incertidumbre metafísica que todos deben personal y libremente
resolver. Los resultados de la investigación científica actual, y de su
prolongación en la metafísica científico-filosófica, al reflexionar
sobre el problema de la consistencia y estabilidad del universo, no
permiten una metafísica que se imponga por sí misma. Nos dejan abiertos
a un universo cuya consistencia y estabilidad son enigmáticas. Nos
dejan, pues, en la incertidumbre metafísica que advertimos
existencialmente en nuestra vida y que ha dado origen en la historia a
las ideologías teísta y ateísta como respuesta al impulso a la vida.
Conclusión. La razón humana entiende que la existencia fáctica del
universo nos impone postular que, en alguna manera, debe fundarse en
una realidad autosuficiente; es decir, una realidad que pueda
mantenerse a lo largo del tiempo sin deshacerse, sin dejar de existir.
Ahora bien, en función de las evidencias empíricas analizadas por la
razón, ¿a quién debe atribuirse la autosuficiencia? ¿A Dios o a un puro
mundo sin Dios? Esta es la gran cuestión, el gran enigma, sobre el que
han pensado los filósofos durante siglos. Enigma al que actualmente la
ciencia ofrece resultados relevantes, decisivos, que deben ser tenidos
en cuenta para responder. ¿Dónde se funda la consistencia y la
estabilidad del universo como realidad suficiente? Como hemos visto, la
imagen del universo en la ciencia moderna – desde el enfoque de la
postulación de la consistencia y estabilidad del universo– no permite
responder con total certeza y seguridad. Deja abiertas para la
filosofía diversas hipótesis metafísicas congruentes con la
incertidumbre metafísica a la que nos hemos referido antes
repetidamente. Es un enigma de qué forma –cómo y por qué– el universo
real posee la estabilidad y consistencia, la absolutez, que debemos
postular. Podría tenerla en Dios, pero también en un puro universo
sin-Dios.
B) El problema de las causas del orden físico y biológico
¿Qué permite decir el problema de las causas del orden físico y
biológico? Dejando aparte la explicación científico-filosófica de la
existencia misma del universo, su suficiencia o autosuficiencia, el
hecho es que ese universo existe y a través de un proceso evolutivo
dinámico (generado en la energía del big bang) ha producido un orden y
complejidad altamente cualitativa, en lo físico y en lo biológico. Es
propio de la ciencia preguntarse por las causas reales que han
producido la aparición de este orden: no hay duda de que el orden está
ahí y de que se habrá producido por ciertas causas que la ciencia debe
conocer. Pues bien, la deliberación científico-filosófica sobre ellas
ha sido otro de los campos problemáticos relevantes en que la ciencia
se ha proyectado sobre las grandes cuestiones metafísicas.
La razón por la que el hecho del orden, físico y biológico, se proyecta
sobre las posibles hipótesis metafísicas no depende de que el universo
sea autónomo para producir el orden que aparece evolutivamente. Esto
quiere decir que, contando ya con el hecho de la materia, con sus
propiedades y con las leyes derivadas de estas propiedades, no cabe
duda de que el universo es un sistema autónomo evolutivo dinámico que
produce poco a poco todo su orden interno. El problema no es la
autonomía del desarrollo evolutivo, sino la razón de que la materia que
emerge en el big bang tenga las propiedades precisas (que pudieran ser
otras) para que su evolución autónoma acabe produciendo el orden físico
y biológico que lleva en último término a un orden antrópico. ¿Por qué
la génesis del universo en el big bang es como es y la materia
emergente tiene las propiedades que harán posible el orden evolutivo
posterior? Este es el gran enigma. Si existe un solo universo, entonces
el teísmo apunta a la hipótesis de un diseño racional creador. Pero, si
existieran multiversos, uno de ellos por azar podría haber nacido con
las extrañas propiedades antrópicas de nuestro universo. Es claro,
desde este planteamiento, que el ateísmo tiene cada vez mayor necesidad
de defender la existencia de la teoría de multiversos, aunque sea
puramente especulativa. En el fondo es casi la única posibilidad de
hacer verosímil un universo autosuficiente. Si el universo es único, el
hecho del orden, físico y biológico, parece apoyar la verosimilitud del
teísmo. Por ello, el ateísmo, tal como hoy se ven las cosas, necesita
la teoría de multiversos. Con mayor brevedad, digamos ahora algo sobre
todo esto.
La explicación atea del orden
Para el ateísmo es esencial defender que el orden cósmico se ha
producido por la naturaleza misma de la materia surgida del big bang.
Sus propiedades, y sus leyes consecuentes, son las que han producido la
aparición del orden, su forma de organización y el aumento evolutivo de
la complejidad que han derivado al orden físico y al orden biológico.
Para poner un ejemplo, podemos recordar a Richard Dawkins. Para dar
razón de que nuestro universo haya surgido de una materia con las leyes
apropiadas para que se produzca el orden físico y biológico recurre a
los multiversos (que presenta como una especie de darwinismo cósmico en
que, por azar, la materia de nuestro universo ha resultado agraciada
por sus sorprendentes propiedades antrópicas). Notemos que ningún ateo
niega hoy en día el hecho de la existencia de propiedades antrópicas,
ya que forman parte del modelo cosmológico estándar. Dawkins también lo
admite. Pero, además, las leyes de esta materia y los lentos procesos
evolutivos de ensayo y error, entendidos en el marco de referencia de
una teoría darwinista general, explican que sistemas altamente
complejos hayan podido surgir como una combinación entre las
propiedades ontológicas de la materia, el azar y la necesidad, así como
la utilidad adaptativa al medio en sentido darwinista. La causa del
orden sería el azar; pero para que pueda haber azar se necesitan
multiversos. Nótese que, aunque multiversos y teoría de supercuerdas
sean especulación teórica, son lógicamente posibles y quizá podrían ser
realidad. Son por ello una parte de la ciencia que hace posible un
universo sin Dios.
Existe, pues, en el ateísmo una explicación autosuficiente del orden
producido evolutivamente dentro del universo, tanto del orden físico
como del biológico. Pero cabe observar también, como decíamos, que si
nos movemos sólo dentro del modelo cosmológico estándar, que considera
la existencia de un universo único, no sólo es difícil de momento
explicar la consistencia y estabilidad del universo, sino que es
igualmente más difícil incluso explicar el orden físico y biológico (o
sea, explicar las propiedades antrópicas del universo). Por ello, es un
hecho que la mayor parte de los científicos ateos miran con simpatía la
especulación filosófica que hace posible las teorías complementarias de
supercuerdas y de multiversos, tal como hemos explicado.
La explicación teísta del orden
El teísmo, por su parte, tal como hoy es entendido, admite que la
ontología de la materia (es decir, el modo de ser real de la materia,
sus propiedades y sus leyes) haya sido la causa del orden producido en
la evolución. Incluso los procesos y estados de mayor complejidad
biológica constatados (como son los procesos embriogenéticos de orden
en general o, como casos concretos, en la formación evolutiva del globo
ocular o en las propiedades del sistema inmunológico) pueden explicarse
dentro de un proceso causal autónomo de la naturaleza. Dios ha creado
una naturaleza autónoma en el sentido de que, evolucionando según la
ontología de la materia que la constituye, y sus propias leyes
derivadas (que para el creyente son creadas, pero no para el
increyente), puede producir todos los procesos y estados internos que
aparecen en la evolución, incluso los más complejos, sin necesidad de
una intervención puntual de Dios como un Deus ex maquina o un
Dios-tapa-agujeros (incluso la antigua escolástica decía que Dios, al
crear, no obra a través de las “causas segundas”, es decir,
interviniendo en las interacciones causales de la naturaleza en este
mundo autónomo). El universo, una vez “puesto en marcha”, puede
explicar por sí mismo todos los estados de su proceso evolutivo. Podría
ser un universo autónomo que se explica por sus propiedades iniciales.
El mundo, por tanto, para el teísmo y la creencia, aunque siempre desde
el soporte del concurso divino (puesto que Dios no sólo crea en un
momento sino que debe sostener continuamente el mundo creado en su
existencia real, pues la creación es continua, como siempre afirmó la
filosofía escolástica), funciona autónomamente. Esta es la autonomía
del universo creado. En la teología cristiana actual no se admite lo
que se ha llamado el Intelligent Design, promovido sobre todo por el
fundamentalismo protestante americano (con el que han colaborado
algunos autores católicos como Behe). Este fundamentalismo entiende que
el universo no es autónomo, ya que la producción y mantenimiento de su
complejo orden natural exige la continua intervención divina. Sin ella,
el universo no podría producir los complejos estados de orden, sobre
todo biológico, que continuamente genera. Así, por ejemplo, sucedería
en estados de complejidad elevada como son la embriogénesis, el globo
ocular, o el sistema inmunológico.
Por ello, el hombre, desde el interior del mundo, puede entender la
autonomía de ese proceso natural sin Dios. En otras palabras: la
producción del orden físico y biológico que aparece en el proceso
evolutivo no exige recurrir a la existencia de Dios, ya que se explica
por la ontología de la materia y por sus leyes. Podría decirse que es
comprensible que Dios haya creado un mundo autónomo porque Dios no
quiere imponerse absolutamente a la razón humana, sino crear un
universo enigmático que permita con más fuerza la libertad humana para
decidir el sentido de la vida dentro de la incertidumbre (de esto hemos
hablado y hablaremos con mayor precisión en este escrito). La autonomía
del universo es esencial para que pueda ser entendido ambivalentemente
por el teísmo y el ateísmo.
Por consiguiente, aun reconociendo esta autonomía natural, el teísmo es
libre para valorar que la enorme complejidad del universo y su
orientación a medida de la génesis de un escenario antrópico (orientado
al hombre) permite establecer la hipótesis de que todo el universo y su
escenario antrópico respondieran al diseño racional de la Inteligencia
Ordenadora de un Ser Divino. ¿Por qué la ontología de la materia, y las
leyes naturales consecuentes que generan el orden, la vida y el hombre,
son las que realmente son y no otras? La verdad es que (como ya hemos
comentado) no existen argumentos científicos (ni filosóficos) que nos
obliguen a pensar que necesariamente deban ser las que de hecho son. La
complejidad racional de las propiedades emergentes de la materia en
cuanto deben producir la enorme complejidad evolutiva que hará posible
al hombre en ese proceso, que como decíamos es autónomo, permiten la
hipótesis de un Diseño Global de la racionalidad profunda del universo.
Postular la existencia de este diseño divino haría compatible atribuir
una finalidad al diseño inicial antrópico con la afirmación de que, por
otra parte, el proceso sea autónomo.
Por consiguiente, la sorprendente complejidad de las propiedades
antrópicas de la ontología material y de las leyes de la naturaleza
debe explicarse. El ateísmo sólo podría recurrir al azar dentro de la
teoría de multiversos y de supercuerdas. El teísmo cree, en cambio, que
la mejor y más simple explicación es recurrir a postular que el
universo ha sido creado por un diseño de la Inteligencia Ordenadora de
Dios, cuya obra creadora estaría orientada a la producción de la vida y
del hombre.
Por consiguiente, la explicación teísta del orden no niega la
posibilidad de la hipótesis atea, pero considera que postular una
Inteligencia Ordenadora es una hipótesis mejor, viable tanto más por
ser congruente con la posibilidad de que la suficiencia, la
consistencia y estabilidad, del mismo universo se fundara en la
existencia de una Divinidad creadora. El universo autónomo haría así
posibles ambas hipótesis, la teísta y la ateísta.
El problema del orden físico y biológico nos sigue dejando en la incertidumbre
Nada impide, en efecto, que esta hipótesis teísta sea enunciable,
argumentable y admisible, ya que el teísmo y el ateísmo responden a la
libertad valorativa humana, abierta dentro del enigma de la
incertidumbre metafísica del universo. El hecho de que se haya
producido “orden” dentro del proceso evolutivo del universo no es un
hecho crucial que permita descartar teísmo o ateísmo como hipótesis
metafísicas últimas. De la misma manera que el problema de la
consistencia y estabilidad del universo no es crucial, tampoco lo es el
problema del orden físico y biológico. Sigue siendo posible una
explicación teísta, pero también una explicación atea. En este sentido,
la ciencia sigue dejando al hombre en la incertidumbre metafísica.
Conclusión. La constatación de que en la naturaleza existe un orden,
cuyas causas deben conocerse en la ciencia y en la filosofía, ha sido
uno de los grandes temas de reflexión para argumentar las hipótesis
metafísicas. El hecho del orden se explicitó en ocasiones como la
racionalidad plasmada en la naturaleza. Hoy podemos decir que el orden
de la naturaleza surge de un proceso evolutivo autónomo que se produce
como consecuencia de las propiedades ontológicas de la materia y de las
leyes naturales que se derivan de esas propiedades. Lo que tiene, pues,
implicación metafísica no es el proceso mismo (que es autónomo) sino
las propiedades ontológicas iniciales de la materia germinal. Ahí debe
colocarse el enigma de la racionalidad del universo. Debemos decir que,
en último término, la explicación de su sorprendente carácter antrópico
es lo que deja abierta la alternativa entre teísmo (diseño de una
Inteligencia Divina) o ateísmo (azar dentro de una infinitud de
multiuniversos).
C) El problema de la emergencia evolutiva de la sensibilidad y de la conciencia
Es un hecho empírico –incuestionable para la ciencia puesto que ésta
debe explicar todo lo que ha sido producido dentro de la evolución del
universo– que la sensibilidad (capacidad de sentir, presente ya
probablemente en animales unicelulares) y la conciencia (sensibilidad
integrada que percibe el mundo referido a un sujeto psíquico que
impulsa las acciones de respuesta al medio, tal como aparece ya en
animales superiores) han emergido, forman parte constitutiva de los
seres vivos y son un elemento necesario para entender lo que
objetivamente es el mundo biológico. La manera de explicar qué son los
seres vivos, qué papel juegan en ellos la sensibilidad, la percepción y
la conciencia, cómo y por qué su forma de ser biológica específica se
relaciona con el mundo físico del que emerge, ha sido también un
objetivo explicativo, definido y necesario, propio de la ciencia. Lo
que la ciencia ha dicho, pues, sobre la
sensibilidad-percepción-conciencia ha tenido una repercusión relevante
sobre la metafísica; o sea, sobre la forma en que los resultados de la
ciencia, en la reflexión filosófica, se proyectan sobre la idea
metafísica última del universo. En lo que sigue, en este epígrafe,
reflexionamos sobre ello para entender su papel en las hipótesis
metafísicas.
El problema del origen y naturaleza de la sensibilidad-conciencia ha
sido, por tanto, el tercer campo problemático que se proyecta sobre la
metafísica. Así ha sido en la historia del pensamiento filosófico y de
la filosofía de la ciencia, y así sigue siendo en la actualidad.
Podemos anticipar que, en relación con este problema, tampoco los
resultados de la ciencia permiten elegir con seguridad entre teísmo y
ateísmo. El hecho de la sensibilidad-conciencia, que exige de la
ciencia una explicación causal, tampoco es una cuestión crucial que
dilucide el problema metafísico. Pero también es verdad que el teísmo
se hace hoy más y más verosímil, al considerar la moderna imagen del
universo que debe explicar por qué han emergido la sensibilidad y la
conciencia desde la ontología de la materia. Pero la consideración
científica del problema de la sensibilidad-conciencia, no cierra la
posibilidad racional del ateísmo. La incertidumbre metafísica sigue
todavía abierta.
Hacer inteligible la experiencia fenomenológica de la conciencia desde el mundo físico
Como decíamos, no cabe duda de que la imagen que la ciencia debe
ofrecernos del universo, de la materia, de la vida y del hombre, debe
hacer inteligible que en el proceso evolutivo se haya producido la
emergencia de la sensibilidad y de la conciencia. Hacer inteligible
significa que la ciencia debe conocer las causas que, dentro de la
unidad del proceso evolutivo, han hecho posible la emergencia de la
sensibilidad. Ahora bien, puesto que el origen del mundo biológico, en
el que aparece la sensibilidad, es el mundo físico, cabe pensar
entonces que ese mundo físico debe de tener una constitución ontológica
tal que haga posible la emergencia de la sensibilidad- conciencia. El
universo, en efecto, durante miles de millones de años sólo fue
realidad física. De ella debió de surgir la realidad biológica.
¿Cabe una alternativa a este supuesto científico? Es claro que no
existe. Si la sensibilidad-conciencia surgió dentro de lo biológico,
entonces es evidente que debe suponerse que sus causas deben darse en
la naturaleza del mundo físico que lo ha producido todo evolutivamente.
No podemos albergar dudas acerca de que es obligación de la ciencia
abordar la explicación de las causas de que en el universo haya
sensibilidad y conciencia. La pregunta es, pues, en un ámbito
estrictamente científico: ¿cuál es el soporte físico, o sea, la
ontología primordial, o manera de ser real de la materia, que haga
posible la emergencia del mundo de la sensibilidad-conciencia? La
ciencia, en efecto, debe explicar por qué ha sido posible
evolutivamente la sensibilidad-conciencia. No puede hacerlo sino a
partir de la ontología, las propiedades y las leyes de la
radiación/materia primordial que se originó en el big bang. Ahora bien,
explicar significa conocer las causas que hacen posible la emergencia
de la conciencia, de acuerdo con las propiedades fenomenológicas que
esta tiene y son descritas en las ciencias humanas. ¿Cuáles son estas
propiedades?
Las tres propiedades fenomenológicas básicas son a) la unidad de la
conciencia que integra en una unidad la totalidad del cuerpo y sus
acciones, b) la indeterminación o libertad impulsora de las acciones y
c) la experiencia campal u holística que proporcionan los sentidos (así
el campo de la visión o la experiencia campal del propio cuerpo,
sentido como un todo unitario que abarca el espacio y el tiempo). La
conciencia –como sistema sensitivo integrado y referido a un sujeto
psíquico que impulsa las acciones– se produce en animales y en hombres
(no así la razón que es propia sólo del hombre). ¿Cuál es entonces la
explicación causal ofrecida por la ciencia para el hecho evolutivo
evidente de que hayan sido producidas la capacidad de sentir y de la
conciencia?
El problema que ha surgido en la ciencia ha consistido en explicar las
propiedades fenomenológicas de la conciencia a partir del mundo físico
(ya que, en el proceso evolutivo, como antes decíamos, todo tiene su
origen en un universo puramente físico). Durante miles de millones de
años sólo existió universo físico y de él debió de emerger el universo
psíquico. Se trataba, por tanto, de entender el “soporte físico” (el
modo de ser del mundo físico) que hiciera posible explicar por qué han
aparecido en la evolución la sensibilidad, la conciencia, así como las
propiedades psíquicas fenomenológicas de animales y de hombres. Por
tanto, la ciencia debía explicar las propiedades psíquicas, pero de
acuerdo con la forma en que nosotros las advertimos como un hecho. La
discusión de esta necesidad explicativa de la ciencia llevará al
problema metafísico de la conciencia (a la proyección de este problema
sobre nuestra idea metafísica del universo).
En efecto, una idea del universo físico reduccionista (más bien fundada
en una imagen sólo mecanoclásica del mundo) favoreció durante siglos
una imagen mecánica y determinista del hombre, así como una metafísica
atea, ya que no hacía fácilmente inteligible cómo el universo podía
relacionarse con Dios. En cambio, la moderna imagen holística y campal
del universo físico (fundada no sólo en la mecánica clásica sino
también en las propiedades extrañas del mundo cuántico) no sólo hará
posible una imagen no- reduccionista y humanista del hombre, sino
también la imagen del universo físico en que la posible existencia de
Dios como su fundamento ontológico se hace mucho más posible,
inteligible y por ello verosímil.
El reduccionismo y el equilibrio clásico/cuántico en la explicación física de la conciencia
Es sabido que la ciencia fue durante siglos sólo mecanoclásica (antes
lo hemos explicado). De ella nació una idea de los objetos físicos, y
de las interacciones clásicas (newtonianas) entre ellos, que respondían
sólo a los principios del mecanicismo, determinismo, escisión,
diferenciación y distancia en un espacio-tiempo métrico (una cosa está
aquí y la otra allí, a distancia, manteniendo cada una su
individualidad impenetrable frente a las otras). Esto acabó conduciendo
a lo que conocemos como reduccionismo. Es decir, a la pretensión de
explicar la sensibilidad-conciencia a partir sólo de esos mismos
principios mecanoclásicos en que predomina la imagen de un mundo de
objetos o entidades discontinuas y diferenciadas que ejercen unas sobre
otras acciones mecánicas deterministas. Por consiguiente, reduccionismo
no significa querer explicar el psiquismo desde lo físico, ya que esto
es correcto, sino por reducir la explicación física sólo a la mecánica
clásica, sin advertir que el universo físico es también cuántico.
No obstante, frente a esto, la Nueva Física (la de los últimos setenta
años) ha insistido poco a poco en que la raíz profunda, digamos
ontológica, del mundo de objetos clásicos es el mundo mecanocuántico en
el que rigen propiedades que no se cumplen en las interacciones de
objetos del mundo clásico. Digamos ahora, aunque no lo expliquemos, que
estas propiedades ontológicas son la coherencia cuántica, la
superposición cuántica, la indeterminación cuántica y la
acción-a-distancia (o efectos EPR). La diferenciación entre partículas
bosónicas y fermiónicas es también esencial. Estas últimas tendrían una
función de onda (un modo de vibración ondulatoria) que las haría
mantener su independencia (como se dice en física, con un spin y una
masa propias). Pero esto no pasa con las partículas bosónicas que
disuelven su individualidad vibracional en un estado de coherencia
cuántica, unitario e interiormente indiferenciado (de todo esto
hablamos ya anteriormente cuando comentábamos las ideas básicas de la
mecánica clásica y de la mecánica cuántica, dentro de nuestras ideas
actuales sobre el modelo estándar).
Por ello, la tendencia actual de la neurología cuántica sería explicar
los seres vivos no sólo a partir de la física clásica (reduccionismo),
sino como un equilibrio balanceado entre mundo clásico (el cuerpo
consistente y estable) y mundo cuántico (los fenómenos cuánticos
imbricados en lo clásico que explicarían lo que el reduccionismo
determinista no puede explicar satisfactoriamente, a saber, la unidad
de la conciencia, su indeterminación o relativa libertad y su dimensión
holístico/campal). Más adelante abordaremos una explicación más amplia
de la forma en que hoy se concibe la neurología, en el marco del
proceso evolutivo y la imagen del hombre en la ciencia contemporánea.
La idea de un universo holístico y la verosimilitud de la ontología holística de Dios
Por ello, además de ciertos filósofos que se anticiparon a su tiempo
(como Nicolás de Cusa), tanto en la física antigua (como es el éter de
Newton y su sensorium divinitatis, desprestigiado años después por el
experimento de Michelson-Morley y la teoría de la relatividad), como en
la nueva física se ha tendido siempre a postular la existencia de un
fondo unitario de la realidad física, entendido como un fondo holístico
omniabarcante, un mar de energía fontanal, como el universo implícito
de Bohm, como el reciente vacío cuántico, como el fondo de referencia
para los operadores de creación y destrucción de Dirac (que formuló ya
en los primeros años del nacimiento de la mecánica cuántica), o cómo el
fondo referencial en que nace o en el que se disuelve finalmente la
energía del universo. Recordemos que el modelo cosmológico estándar
exige un fondo de referencia ontológico que hace nacer la energía del
universo y en el que se disolverá finalmente.
Este fondo unitario del universo es el que parece haberse confirmado
por la existencia del campo-de-Higgs, que permea el universo en su
totalidad, y su vibración en forma de un bosón-de- Higgs que conferiría
la masa a las vibraciones generadas desde el big bang. De esta manera,
las partículas, o vibraciones fermiónicas, adquirirían la masa que hace
nacer el mundo mecanoclásico objetivo. Nacerían los objetos
macroscópicos ordenados, físicos y biológicos, que entre otras cosas
forman el universo y nos permiten tener un cuerpo estable con el que
construir una biografía personal. La teoría y comprobación experimental
del campo/bosón de Higgs – de acuerdo con su papel en el modelo
estándar de la teoría de partículas– contribuye en nuestros días de una
forma nueva, por primera vez avalada experimentalmente, a considerar la
existencia de un fondo unitario que permea universalmente el espacio.
Así, el modelo estándar, reafirmado por Higgs, asume con nueva fuerza
la visión unitaria de la materia que constituye el universo; materia
unitaria que se manifiesta como bosónica y como fermiónica, pero
siempre dentro de una profunda unidad ontológica que permea el fondo
del universo.
Al contribuir, por tanto, desde su perspectiva conceptual propia, a
fundar una imagen holística del universo, el campo/bosón de Higgs
acerca la ciencia de forma significativa a la verosimilitud de los
intentos por explicar la naturaleza de la sensibilidad-conciencia a
partir de las propiedades cuánticas campales de la materia y del
universo físico. Notemos que la teoría del campo/bosón de Higgs es sólo
puramente física, no implica por sí misma una explicación del
psiquismo, ni hace referencia alguna a Dios. Pero es un resultado
científico que facilita el esfuerzo conceptual de los científicos y
psicólogos (en las ciencias humanas), efectivamente comprometidos en la
explicación de los seres vivos como un balance equilibrado
clásico/cuántico. Higgs nos dice que la realidad física está
constituida por campos primordiales previos que fundan la aparición del
mundo clásico, pero que todavía no están atrapados en la rigidez
determinista y diferenciada de ese mundo clásico. Higgs, aun sin
saberlo, ha abierto una puerta a la explicación del sorprendente hecho
de que la evolución haya generado la sensibilidad y la conciencia.
La imagen física del universo y la viabilidad de la imagen de Dios
La viabilidad de la hipótesis de un universo creado por obra de un ser
metafísico transcendente entendido como Dios, como hace la metafísica
teísta, depende en gran parte de la ontología del mundo físico, tal
como sea conocida por la ciencia. La idea de Dios supondría una
presencia holística que abarca todo el universo como su fondo más
profundo. Esta es la experiencia del hombre religioso que halla siempre
a Dios en lo profundo de su ser. Además, esa ontología divina fontanal
sería la que habría hecho nacer el universo como creación. La
experiencia de un Dios que abarca la ontología profunda de todo el
universo es esencial no sólo para la experiencia religiosa, sino
también para explicar cómo Dios puede ser el origen profundo de todas
las cosas, la ontología radical de la que nace el universo.
Pues bien, la verdad es que la imagen reduccionista de la ciencia,
todavía remanente en algunos, está limitada sólo a una imagen
mecanoclásica. Esta imagen no favoreció, durante muchos años, la
viabilidad de la idea de Dios. El universo aparecía para el
reduccionismo clásico como una pluralidad de entidades desintegradas,
separadas unas de otras, que hacían difícil entender la unidad
holística profunda del universo. Pero el reduccionismo no sólo no
favorecía imaginar la presencia holística de Dios en el universo, sino
que hacía inviable incluso el mismo humanismo que todos advertimos en
nuestra experiencia social. Hacía inviable la explicación
indeterminista y holística de los seres vivos. El reduccionismo
llevaría a una idea robótica de los seres vivos, tal como vemos hoy en
las modernas psicologías computacionales, que son la versión moderna
del mecanicismo-determinista del XIX. Este robotismo mecanicista no
podría explicar nunca las propiedades fenomenológicas del psiquismo
animal y humano (la unidad de la conciencia, la experiencia campal y la
indeterminación de las respuestas al medio). El mecanicismo
reduccionista clásico, mecanicista e indeterminista, nunca podía llegar
a explicar el indeterminismo y holismo campal, tal como están dados
fenomenológicamente en la experiencia animal y humana.
De ahí que la nueva física, al hacernos ver la importancia de que el
universo no sólo sea mecanoclásico sino a la vez, en su raíz ontológica
primordial, también mecanocuántico, haya contribuido a hacer más y más
verosímil la idea de Dios como realidad fontanal del universo. El
entender que el universo no es un mosaico de entidades escindidas,
aisladas, puramente clásicas, sino una entidad unitaria que responde a
la ontología holística en que existe el universo, ha sido un cambio de
perspectiva científica que ciertamente hace más verosímil que tras ese
fondo físico campal que la ciencia atisba a postular como concepto
físico –y también hoy a comprobar experimentalmente y a describir con
conceptos sólo científicos– pudiera en alguna manera esconderse el
enigma de la presencia holística de la ontología de la divinidad (de
una forma que desconocemos). En ella se habría producido el universo y
en ella estaría sustentado en el ser continuamente por la voluntad
divina (insisto en que estas consideraciones son sólo filosofía teísta,
legítima como filosofía, pero no son pura ciencia como tal).
En otras palabras, en tanto en cuanto la ciencia se acerca a entender
el universo como unidad holística, la ciencia hace tanto más verosímil
el holismo divino. La conexión de este holismo físico con la idea
fontanal de Dios, sin embargo, no sería ciencia como tal, sino una
legítima interpretación filosófica del teísmo.
Un universo holístico de ontología psíquica sigue haciendo viable el ateísmo
Pues bien, en este sentido, el descubrimiento del campo/bosón de Higgs
debe entenderse como la primera gran comprobación experimental de que
el universo existe efectivamente inmerso en un campo holístico que se
describe como el campo de Higgs (aunque éste, como antes decíamos, no
deba confundirse con el fondo campal del universo, anterior al big
bang, del que nace y en el que se reabsorbe la energía total del
universo). Hasta ahora había mucha especulación sobre el fondo campal
de la realidad. Desde ahora, al menos el campo de Higgs forma parte ya
de la ciencia experimental. Sabemos que estamos en un universo que
responde a una ontología holística. Y en este sentido se hace más
verosímil pensar hoy en la ontología divina fontanal del universo que,
de existir, debería ser también holística y estaría más allá del campo
de Higgs. En este sentido creemos que el descubrimiento del campo/bosón
de Higgs contribuye a hacer más verosímil la especulación filosófica
del teísmo. Verosimilitud filosófica, insistimos, que, por descontado,
no elimina la posibilidad de la interpretación alternativa, también
filosófica, del universo en una hipótesis ateísta.
Pero debemos hacer todavía una observación. Hay que admitir que debe
postularse la cualidad psíquica primigenia de la ontología de la
materia no implica una metafísica teísta. ¿Por qué entonces la materia
tiene la propiedad de producir sensibilidad-conciencia, como muestra de
hecho la evolución y debemos postular? ¿Por qué más bien no la tiene?
Nunca lo sabremos, pero en nuestro universo debemos atribuir esa
propiedad a la materia porque sin ella no pueden explicarse los
productos fácticos posteriores de la evolución. Debemos también
observar que la materia primordial podría tener una ontología psíquica
y, no obstante, ser un sistema natural autosuficiente, puramente
mundano, sin Dios. Por ello, debemos decir explícitamente que admitir
la ontología psíquica de la materia no es un supuesto crucial que
permita decidir entre teísmo y ateísmo.
Sin embargo, aun siendo todo esto así, no cabe duda también de que,
tras el campo/bosón de Higgs, se abre para la metafísica teísta la
puerta a una mayor verosimilitud de la hipótesis de Dios como
fundamento fontanal del universo. Esta puerta no estaba abierta en los
tiempos en que predominaba sólo el reduccionismo. Si vivimos en un
universo que flota en una realidad campal y holística a la que cabe
atribuir una ontología psíquica profunda, entonces ese universo nos
hace mucho más verosímil el pensar que pueda estar producido por una
ontología divina de fondo cuya transparencia o conciencia absoluta se
atisbaría en los campos psíquicos de sensibilidad- conciencia que se
han ido abriendo en el proceso evolutivo (y, en este sentido, apunto
que no deja de ser sugerente la teoría del Tzim- Tzum en la Cábala
judía).
Conclusión. Una ciencia que describiera el mundo físico de forma ciega,
sin sensibilidad-conciencia, robótica, mecánica y determinista, ni
sería humanista ni sería apropiada para entender el mundo religioso.
Pero esa ciencia, en realidad, no sería ciencia porque su obligación es
explicar que en la evolución se haya producido el hecho incuestionable
de la sensibilidad-conciencia. Y lo que exige esta explicación lleva a
la ciencia a una imagen holística del universo que, aun haciendo más
verosímil la ontología holística de la Divinidad, sin embargo, no por
ello cierra la puerta a una explicación atea, sin Dios, del universo.
Por ello, el problema del origen y de la naturaleza de la
sensibilidad-conciencia nos deja sumidos todavía en la incertidumbre
metafísica. La ciencia no permite salir de la duda sobre la verdad
metafísica última del universo.
El cambio de la imagen científica del universo y la nueva idea del hombre
La modernidad dogmática se transformó en modernidad crítica a partir de
la segunda mitad del siglo XX. Esta transformación ha hecho posible el
diálogo y el acercamiento entre cristianismo y modernidad. El cambio en
la ciencia –desde el nacimiento de la mecánica cuántica a fines de los
años veinte– fue una de las causas de que la modernidad se transformara
en modernidad crítica. Lo primero que cambió fue la imagen de la
materia y del universo. Como consecuencia de este cambio fundamental,
ya expuesto, en la física de la materia y del universo cambió también
la imagen científica de la vida y del hombre. A esto nos referimos
ahora.
La imagen científica de la materia y del universo
1. Mecánica clásica, mecanicismo determinista y reduccionismo. En la
primera experiencia del universo por nuestros sentidos constatamos la
existencia de un mundo espacio-temporal de objetos que forman entidades
compactas, separados unos de otros en un espacio métrico, que se
transforman en momentos del tiempo, distantes, diferenciados,
discontinuos, que ejercen entre sí acciones y reacciones deterministas
(partículas, átomos, moléculas, cuerpos, piedras, seres vivos,
vegetales y animales, hombres, planetas, galaxias, etc.). Fundándose en
los datos inmediatos de los sentidos Newton describió este mundo
objetivo en la mecánica clásica (variables como espacio, tiempo,
velocidad, aceleración, fuerza y energía, trabajo, etc., así como sus
sistemas de medida para cada variable y las ecuaciones que describían
las formas matemáticas de interacción entre ellas). Así, Newton
concibió un universo gravitatorio a partir de la fuerza de la
gravitación universal.
El reduccionismo fue aquel intento de generalización que asumía que
todos los fenómenos físicos y biológicos podían explicarse a partir de
la aplicación exclusiva de los principios de la mecánica clásica. De
ahí que el universo en su conjunto, y la forma de ser de la vida en su
interior, estuvieran regidos por el determinismo. El universo era el
clock work, una obra de relojería mecánica similar al universo de
Albert Einstein, uno de los últimos grandes deterministas de la física.
Para el reduccionismo los seres vivos acabarían siendo robots
biológicos. Las teorías computacionales del cerebro serían las formas
actuales robóticas en que habría pervivido el reduccionismo mecanicista
determinista.
2. Mecánica cuántica: campos e indeterminación. La mecánica clásica
concibió que “lo pequeño” o microfísico (átomos, partículas) era una
miniaturización del universo macroscópico-clásico de Newton. Pero en
las primeras décadas del siglo XX se descubrió que la materia
microfísica, o primigenia, respondía a unas propiedades que no se
cumplían en el mundo clásico de nuestra experiencia por los sentidos.
Así comenzó a nacer la mecánica cuántica. La idea de la realidad física
como materia (corpúsculo) y como radiación (que la mecánica clásica no
había sido capaz de explicar unitariamente) dio pie al principio
cuántico esencial de la dualidad corpúsculo-onda. La misma materia
podía presentarse en forma de un corpúsculo ubicado
espacio-temporalmente, pero podía transformarse en una realidad difusa
que llenaba un campo vibratorio en forma de onda. La materia era
“local” y “campal”. La idea científica de campo físico, presente ya en
la teoría electromagnética de James Maxwell en el XIX, formó parte
esencial de la imagen física de la ontología de toda materia. Pero,
aparte de la “campalidad”, ¿cuáles fueron las propiedades de la materia
primigenia descubiertas en la mecánica cuántica? Señalemos sólo cuatro
principales.
2.1. Coherencia cuántica. La materia podía estar fraccionada en
corpúsculos o partículas independientes, cada una constituida por una
determinada vibración que estaría, digamos, como “plegada sobre sí
misma”. Ahora bien, una masa de partículas independientes entraría en
“coherencia cuántica” al perderse la individualidad y aparecer un
estado vibratorio extendido en un campo, en el que no cabría distinguir
una partícula de otra. Habría aparecido un campo de materia unitario.
La coherencia sería la entrada en unidad cuántica de las partículas.
Pero la decoherencia sería la pérdida del campo y la aparición de las
partículas. Así, un campo vibratorio de luz en coherencia cuántica se
convertiría en fotones por la colisión con los cuerpos.
2.2. Superposición cuántica. La materia cuántica puede no estar en un
estado ya cerrado y determinado, sino abierta a la posibilidad de
derivar a una pluralidad de estados, de tal manera que “está en todos
ellos” y “no está en ninguno”. Al suceder esto, se dice entonces que el
estado cuántico está en “superposición” (tiene “superpuestos” diversos
estados posibles). Así, un electrón en su orbital sería sólo una
vibración armónica que está en “superposición” a colapsarse
(convertirse en partícula) en cualquiera de sus puntos.
2.3. Indeterminación cuántica. Cuando la materia está en estado
cuántico (o sea, no clásico) en el tiempo 1 puede derivar a una
variedad de estados futuros en el tiempo 2 (por ejemplo cuando la
materia está en “superposición”). Ahora bien, la mecánica cuántica
entiende que la materia está indeterminada al pasar del estado 1 a
cualquiera de los estados posibles en 2. No existe, para la mayoría de
los autores, una evolución determinista cerrada. La materia está, pues,
abierta e indeterminada (dentro de cierto abanico de posibilidades).
2.4. Acción a distancia, causalidad no-local o efectos E.P.R. Einstein,
Podolski y Rosen concibieron en 1935 un experimento imaginario para
mostrar que, según la mecánica cuántica, dos partículas “entrelazadas”
(entanglement) deberían estar en interacción inmediata no-local, a
distancia (verbigracia, a millones de años luz). Esto se comprobó
experimentalmente en 1982 (Aspect, en París) y hoy es una evidencia
continuamente replicada. Esto quiere decir que los efectos causales se
producen de forma no-local. Estados cuánticos separados en el espacio
pueden estar formando un sistema cuántico unitario en interacción. La
coherencia cuántica, por tanto, podría darse en sistemas cuánticos
separados “a distancia”.
3. Origen del mundo clásico desde el cuántico. La ciencia moderna no
alberga dudas sobre la unidad ontológica de la materia. La materia es
siempre la misma materia y responde a las mismas propiedades
ontológicas (de su modo de ser real), tal como son descritas por la
mecánica cuántica que ha conocido como es la materia primigenia o
primordial. Sin embargo, ¿por qué existe el mundo que vemos, el mundo
clásico newtoniano, formado por objetos cuyas interacciones no
responden a las propiedades cuánticas primigenias (campalidad,
coherencia, superposición, indeterminación, acción-a-distancia)?
La explicación que ofrece la ciencia es que el mundo clásico está
formado por un cierto tipo de partículas (protones, neutrones,
electrones) cuya forma de vibración ondulatoria hace muy difícil que
entre ellas se produzca coherencia cuántica. Cada una mantiene su
individualidad y diferenciación frente a las otras. En un átomo, por
ejemplo, cada electrón está vibrando en su orbital sin formar un campo
unitario, o plasma material indiferenciado que anularía la estructura
de la materia clásica. Gracias a la existencia de esta materia, llamada
fermiónica, tenemos un cuerpo biológico estable. En cambio, la materia
que entra con facilidad en estados de coherencia es la llamada materia
bosónica.
4. Cosmología cuántico-clásica. La cosmología moderna entiende el
origen del universo en el suceso primordial que nombramos como big
bang. En él se produjo una fuente de radiación de altísima energía (la
que sigue teniendo el universo). En el curso del tiempo esa radiación
unitaria fue fraccionándose en vibraciones o partículas que son la
materia del mundo que conocemos. Apareció materia bosónica y materia
fermiónica. A partir del campo de Higgs y de la interacción con el
bosón de Higgs fue apareciendo toda la materia, incluida la materia
fermiónica que, al interactuar y organizarse, produjo los objetos del
mundo clásico. Pero existe una gran cantidad de materia a la que no
tenemos acceso por nuestros sentidos ni por la instrumentación
científica. En todo caso, sabemos que en el universo existen estados de
materia bosónica (por ejemplo, la luz) y que dentro de las estructuras
materiales del mundo clásico pueden entreverarse estados de materia
cuántica en que se cumplieran las propiedades extrañas (campalidad,
coherencia, superposición, indeterminación, acción-a-distancia) que,
por otra parte, no se cumplen en las interacciones clásicas.
Este universo real es el que, de acuerdo con las evidencias empíricas,
se describe en el modelo estándar, o sea, en el modelo estándar de
partículas y en el modelo cosmológico estándar. Un universo que surgió
de un fondo campal que desconocemos y en el que acabará siendo
reabsorbida su energía. Es el universo cuya “suficiencia” podría ser
referida a una Divinidad fontanal, o podría fundarse en un
meta-universo en el que fueran produciéndose cuasi- infinitos
“universos burbuja” que respondieran a una posible variedad de
propiedades de la materia previstas por la teoría de supercuerdas.
La imagen científica de la vida y del hombre
Una evidencia empírica incuestionable es que la evolución del universo
produjo la aparición de los seres vivos. Es, por tanto, obvio que la
ciencia debe explicar por qué y cómo aparecieron. Es decir, debe
conocer las causas que llevaron a su génesis evolutiva. La ciencia, por
consiguiente, debe explicar las causas de lo que son los seres vivos en
nuestra experiencia inmediata. La evidencia empírica incuestionable es
que la vida es tal como la advertimos: los seres vivos son entidades
psico-bio-físicas. Físicas porque forman parte del mundo físico. Bio
porque son entidades físicas especiales: son cuerpos organizados de
manera más compleja que las puras entidades físicas no vivientes,
presentando propiedades nuevas (reproducción, variabilidad, adaptación,
etc.). Psico porque presentan una psique o psiquismo que, a partir de
la sensación- percepción-conciencia, produce la actividad de la mente
animal y de nuestra mente humana.
El supuesto básico de la ciencia es que la entidad psicobiofísica de
los seres vivos se ha producido a partir de las propiedades del mundo
físico, es decir, de la materia que lo constituye. ¿Existe alguna otra
alternativa? No parece. Durante unos diez mil millones de años sólo
hubo universo físico y la vida emergió de las estructuras del
mundo físico. La vida, por tanto, no puede ser sino una forma especial,
más compleja, de organización del mundo físico. Ahora bien, si en un
determinado momento emergieron también las propiedades psíquicas, estas
no se habrían podido producir tampoco si el mundo biofísico no hubiera
tenido capacidad para producirlas a partir de la ontología primigenia
de la materia.
1. El origen del cuerpo viviente. No cabe duda de que nuestra vida
depende de que tengamos un cuerpo biofísico estable que permite
emprender las acciones, construir la propia biografía y mantener la
identidad en el curso del tiempo. Pero nuestro cuerpo forma parte del
mundo clásico y está sometido a una enorme cantidad de puras
interacciones deterministas y mecánicas. Todos los sistemas orgánicos y
el mismo cerebro funcionan en gran parte por interacciones causales
deterministas (verbigracia, las señales químico- eléctricas por vía
sináptica). El que la biofísica y la bioquímica sean formas de la
organización específica de los seres vivos no significa que no sean
“físicas”. Tenemos una mayor complejidad, emergida evolutivamente a
partir de los códigos genéticos que con seguridad determinista
garantizan una alta fiabilidad en la transmisión de la herencia a la
especie. La ciencia biológica actual, en armonía con los paradigmas
físico-químicos, explica el origen de todos los contenidos de la
complejidad biológica: la genética, la embriogénesis y los mecanismos
del cerebro.
2. El origen del psiquismo y de la mente. La ciencia debe explicar
también algo que se presenta como evidencia empírica innegable: el
hecho del psiquismo, evolucionado a partir de la emergencia de la
sensibilidad-percepción-conciencia y del sujeto psíquico que aparecen
en el curso de la escala zoológica. ¿Cuáles son las causas del
psiquismo? La ciencia sólo puede abordar una respuesta desde dos
supuestos epistemológicos. A) Debe describir primero las propiedades
fenomenológicas del psiquismo que deben-ser- explicadas (explicandum).
Así, se constatan la campalidad, la indeterminación y la causalidad
controladora del cuerpo que culmina en la acción del sujeto. En el
hombre, además, se constatan específicamente la racionalidad, la
libertad y la responsabilidad del sujeto psíquico (o persona humana).
B) Las causas de que sean reales este tipo de entidades, con todas
estas propiedades psíquicas, deben ser investigadas por la ciencia
(hallando un explicans). Ya se ha dicho que el supuesto esencial de la
ciencia, para buscar el sistema causal del psiquismo, es que las causas
radicales deben de estar en la ontología del mundo físico (soporte
físico del psiquismo).
3. Reduccionismo. Entonces, ¿puede reducirse el sistema causal del
psiquismo sólo a interacciones clásicas deterministas, mecánicas, entre
entidades diferenciadas, aisladas y discontinuas? La mecánica clásica
no puede explicar la mayoría de las propiedades del psiquismo. Por
ello, el reduccionismo provocó la recurrencia al dualismo, dada la
imposibilidad convincente de explicar en un marco monista, lo físico y
lo psíquico, sólo fundado en la mecánica clásica, sin infravalorar las
propiedades psíquicas, reducidas a lo robótico (como se ve en el
reduccionismo computacional moderno).
4. La explicación clásico-cuántica. No se puede poner en duda que los
seres vivos, como entidades psicobiofísicas, son en gran parte
entidades clásicas que responden al tipo de interacciones clásicas
deterministas (el cuerpo biológico). Sin embargo, en las actuales
ciencias humanas se ha constatado algo evidente: que aquellas
propiedades psíquicas que no son explicadas por la mecánica clásica,
tienen una similitud extraordinaria con las propiedades extrañas del
mundo cuántico: la coherencia cuántica en conexión con la campalidad;
la superposición y la indeterminación cuánticas en relación con la
experiencia real de indeterminación, de libertad y de la acción causal
del sujeto; la acción-a-distancia para entender tanto la campalidad
como el holismo de los sistemas psicobiofísicos. De ahí que la
hipótesis cuántica para explicar las causas del psiquismo establezca
que los seres vivos no sean sólo sistemas clásicos deterministas, sino
que, además, deben de contener ciertos “nichos cuánticos” en que
podrían hacerse realidad aquellas propiedades “extrañas” de la materia
primigenia, cuántica (no atrapada todavía en la rigidez de las
estructuras clásicas deterministas), que constituirían el “soporte
físico” apropiado de las propiedades “extrañas” del psiquismo. De esta
manera los seres vivos se explicarían causalmente por un sistema
clásico-cuántico balanceado: el cuerpo clásico (estabilidad, identidad)
y los nichos cuánticos (campalidad, indeterminación), ambos coordinados
por un diseño evolutivo.
5. La hipótesis Hameroff-Penrose. La hipótesis general acerca de las
causas del psiquismo en los nichos cuánticos (hipótesis Von
Neumann-Stapp) deja abierta una cuestión básica: ¿dónde y de qué manera
se hallan implementados, por tanto, los “nichos cuánticos” que postula
la hipótesis Von Neumann-Stapp? Es esta una cuestión abierta. Pero en
la actualidad la llamada hipótesis Hameroff-Penrose es la respuesta más
notoria y discutida a esta pregunta. Argumenta que en los microtúbulos,
distribuidos a lo largo del citoesquelo de toda célula, y de las
neuronas, se cumplirían aquellos requisitos suficientes para
implementar los nichos cuánticos que pudieran explicar las propiedades
del psiquismo. Entre los microtúbulos (en una neurona y en sistemas de
neuronas, redes o engramas) se establecerían por acción-a-distancia
estados sistémicos de coherencia cuántica y en estado de superposición
que serían colapsados a unas u otras activaciones por impulso del
sujeto psíquico que controlaría así causalmente el cerebro y las
acciones del cuerpo en una u otra dirección. En este sentido la
explicación del sistema causal de los seres vivos sería
clásico-cuántica. Un cuerpo clásico, sometido a las interacciones
clásicas deterministas en sus procesos internos, y en su relación con
el medio externo, y unos nichos cuánticos entreverados en el cuerpo
clásico y conectados con los campos físicos externos de naturaleza
cuántica (verbigracia, la luz en los campos de la visión). De todo esto
he hablado más ampliamente en otros escritos (por ejemplo, en el
capítulo cuarto de Hacia el Nuevo Concilio).
6. La explicación evolutiva de la mente animal. Las primeras células
fueron con casi completa seguridad sistemas puramente clásicos
deterministas (como es en nosotros todavía el determinismo
embriogenético regido por el código genético). La sensibilidad emergió
probablemente en un estadio avanzado de la evolución de los vivientes
unicelulares (a partir de los microtúbulos del citoesqueleto, si fuera
correcta la hipótesis Hameroff-Penrose). En los animales pluricelulares
se fue especializando un sistema nervioso para organizar la sensación
interna y externa, y para utilizarla como sistema de información para
responder al medio con eficacia. En la conexión estimulación /respuesta
fue emergiendo poco a poco el sujeto psíquico. Las sensaciones en los
diversos sentidos se transmitieron al sistema nervioso central
(cerebro) donde se produjo la activación de engramas (o sistemas de
neuronas interactivas por vía sináptica clásica y, quizá, con sus
consecuentes efectos cuánticos sobre los microtúbulos). La activación
de estos engramas (o patrones, pautas, mapas o redes neuronales) tuvo
como efecto psíquico el correlato de las sensaciones (imágenes
sensibles) que comenzaron a registrarse en todo el cerebro (desde el
cerebro antiguo al córtex moderno). Al aparecer el córtex en los
mamíferos se perfeccionaron los mecanismos de memoria para registrar y
conectar entre sí por medio de links neurales los diversos engramas y
ordenarlos en la mente facilitando su recuperación. El animal comienza
entonces a responder al medio en función del remembered present,
el presente recordado de Edelman. El animal comienza así a actuar no
sólo en función de lo sentido en tiempo real, sino en función también
de otros contenidos de la memoria que se hacen presentes al activarse
por la red de links que los conecta. Mediante esta combinatoria de
imágenes, del presente y del pasado, el animal comienza a formar
“paquetes representativos”, produce abstracciones, es capaz de
categorizar, realizar funciones lógicas primitivas, anticipar el futuro
y tener planes de conducta. Todo ello sin que se haya producido todavía
la ruptura del carácter signitivo o instintivo que domina todavía el
conocimiento y la conducta animal.
7. La explicación evolutiva de la mente humana. La hominización es el
tránsito evolutivo desde el conocimiento/conducta animal al
conocimiento/conducta humana. El punto de inflexión entre lo animal y
lo humano es la emergencia de la razón. Es claro además que la razón
produjo un nuevo mundo emocional. Por ello podríamos decir que la
inflexión se produjo en la emergencia de la razón- emocional. Ahora
bien, ¿cuáles son las causas de la emergencia evolutiva de la razón y
en qué consiste su naturaleza? ¿Qué es la razón? Dentro de la teoría
emergentista, de acuerdo con la teoría de engramas o redes neurales,
pueden establecerse un conjunto de causas que probablemente produjeron
la emergencia de la razón: la inespecialización biológica (A. Gehlen);
el trabajo (Luria, la neurología marxista); la socialización-lenguaje
en el grupo animal (Eccles, Tobias, Richard Leakey); la complejización
de las conductas protohumanas aparecidas en el mundo animal (K. Lorenz,
la biología del conocimiento de su discípulo Rupert Riedl); la teoría
de Zubiri que establece que la causa de la hominización fue la
hiperformalización producida en el sistema nervioso animal (que se
convirtió así en humano). Estas cinco teorías son armónicas y
congruentes entre sí para explicar el sistema-de-causas que produjo la
hominización, es decir, el orto evolutivo de la razón. La teoría de la
hiperformalización de Zubiri hipotetizaría que el estado específico
propio del sistema nervioso humano (hiperformalización) habría
producido a) sentir los estímulos no ya como puros estímulos, sino como
“realidades”, b) de tal manera que esta nueva mirada hacia las cosas
reales en sí mismas habría hecho que el hombre cayera en la cuenta de
que son reales como “estructuras”, c) llevando todo esto a la
emergencia de una nueva función de la mente, la razón, que por medio
del análisis y síntesis de las estructuras reales, llevaría a formar en
profundidad representaciones racionales del mundo. Por esta búsqueda de
las raíces fundantes de la realidad habría quedado abierta la mente
humana al conocimiento racional, a la ciencia y a la metafísica. Que la
psique humana fuera capaz de producir este tránsito a la razón se
explica, además, por el estado de hipercomplejidad psíquica producido
ya en las especies animales superiores, en especial en los homínidos.
La abstracción, la categorización, las inferencias lógicas básicas, la
imaginación, la anticipación del futuro..., eran ya todas ellas
funciones de la mente animal que, sin duda, hicieron posible el
tránsito evolutivo a la nueva “representación humana de la realidad”. A
todo esto me he referido ampliamente en otros escritos.
8. La historia se explica como producto de la mente humana. Acabamos de
ver cómo se explican la naturaleza de la mente humana y de la razón en
el marco de la ciencia actual. Es mucho más difícil explicar cómo y por
qué ha emergido la capacidad de “sentir” (incluso en animales
unicelulares) que explicar, supuesta ya la existencia evolutiva del
universo y la emergencia en su interior de la “vida sensible”, las
causas y procesos que pudieron llevar a la hominización, es decir, a la
emergencia de la razón emocional. Hemos ofrecido, pues, una explicación
científica hipotética del origen y naturaleza de la mente racional.
¿Necesitamos algo más para explicar las causas de cuanto ha hecho el
hombre en la historia? No lo creemos. El hombre, de forma muy similar a
la mente animal, pero ya como mente racional, nace con una organización
de sus sistemas sensitivos, internos y externos, con unos buses (vías
de conexión) con el sistema nervioso superior (organización normal de
la especie que puede remodelarse hasta extremos sorprendentes por la
plasticidad cerebral). A medida que vive va configurando en su mente
una enorme cantidad de engramas o mapeados que, al activarse, producen
que el sujeto psíquico sienta en tiempo real o recuerde por la memoria.
El cerebro animal, sólo sensorio-motor, ha sido completado por el
conocimiento y por el pensamiento que interpretan el mundo sensible.
Así, tanto el conocimiento como la interpretación del mundo quedan
registrados en engramas de las zonas frontales y prefrontales
(específicas de la especie humana). En el lenguaje ha hallado la
especie humana un instrumento superior para conocer y pensar sobre el
mundo. El hombre conoce y piensa no sólo por medio de las imágenes
sensibles, sino también por medio del lenguaje. Una enorme cantidad de
registros neurales (engramas) van localizándose en el cerebro,
mapeándolo, en relación con lo sensitivo-imaginativo, el conocimiento,
el pensamiento creativo- interpretativo y el lenguaje. Cada biografía
personal supone un mapeado personal del cerebro. Al mismo tiempo, el
mundo del conocimiento y el mundo de las acciones, ambos en un mismo
sistema representativo/motor, están unidos por una densa trama de links
al cerebro emocional que conecta con el “valor” determinante de la
“vida”. El hombre –a saber, su “yo”, sus sistemas sensitivos,
cognitivos, imaginativos, representativos, motores, emocionales– no es
otra cosa que la compleja red de engramas neurales de su mente. Cuando
la red falla, como pasa en la vejez y en enfermedades degenerativas del
sistema nervioso, su personalidad individual se desmorona
dramáticamente y el “yo biográfico” desaparece. Es un hecho
incuestionable.
El pensamiento humano, las religiones, las organizaciones sociales, la
cultura, la ciencia, la filosofía, las emociones, la literatura y la
poesía, el arte y todas las formas de la imaginación humana, la
historia en todas sus manifestaciones, son un producto de la actividad
neural de la mente, tal como hemos descrito. No es, por tanto, que el
hombre no sea el hombre de la poseía, del arte, de la literatura, el
hombre de todas las manifestaciones más finas de su sensibilidad. Pero
lo que hoy sabemos es que ese hombre es capaz de producir todas esas
manifestaciones de su vida psíquica a partir de la actividad neural de
su cerebro. Es verdad lo que hoy se dice: científicamente el hombre es
su cerebro. Esto es lo que hoy nos dice la ciencia.
9. Neurología de la religión. Podemos ilustrar lo dicho con una breve
referencia a la religión. El cerebro humano se ha ido configurando por
adaptación al medio y su evolución no está cerrada, es abierta y
plástica. El mundo físico real es así un mundo de objetos (piedras,
árboles, precipicios...) y por ello el sistema de los sentidos ha
evolucionado para hacer sentir a los animales ese mundo de objetos
(verbigracia, en la imagen visual, en alguna manera isomórfica con el
mundo). Ahora bien, al emerger la razón, se añadieron aspectos a una
configuración racional del cerebro que antes no existía. Todo parece
indicar que los hombres prehistóricos comenzaron a ejercer la razón y
la experiencia del universo, unida al impulso por conseguir la plenitud
de la vida, orientó su imaginación racional hacia la filosofía y la
metafísica. Allí apareció también lo religioso. Estas referencias
metafísicas han sido tan constantes en la especie humana que, poco a
poco, han llegado a hacerse un hueco en las estructuras neurales.
Hoy en día se sabe que estos engramas están en la parte interior del
córtex temporal y se extienden a las zonas prefrontales. Además, una
trama densa de links conectan estos engramas cognitivos con las zonas
emocionales del sistema límbico (la amígdala). Por ello la idea de Dios
produce profundas emociones místicas que parecen unir al individuo con
el Todo, con el cosmos, con una Divinidad envolvente, tal como se
describe empíricamente en la fenomenología clínica. Este hecho no
demuestra que Dios exista o no exista, pero sí muestra que la religión
es posible porque el cerebro funciona por engramas y existen
localizaciones neurales específicas que sirven de soporte a la
experiencia religiosa. No hubiera podido ser de otra manera, dado lo
que sabemos del cerebro y de la mente humana.
Consistencia del universo, producción de orden, sensibilidad-conciencia: valoración final
La imagen del universo (materia y universo) en la ciencia moderna
parece llevar a tres conclusiones que responden a las evidencias
empíricas, y sólo en una pequeña parte pueden considerarse
especulativas.
A) En primer lugar, el universo empírico queda descrito por el modelo
estándar (modelo estándar de partículas y modelo cosmológico estándar).
Ahora bien, un universo que es de hecho así –que parece nacer del big
bang y se diluye energéticamente en el futuro– difícilmente puede ser
considerado como suficiente. Por ello remite a postular la existencia
de algo así como una metarrealidad que lo generara y lo reabsorbiera
(mar de energía, vacío cuántico, universo implícito, fondo holístico,
campo geométrico y gravitacional relativista, campo de Higgs...). B) En
segundo lugar, es también un hecho que el universo evolutivo ha
producido una portentosa complejidad en el orden físico y biológico.
Las propiedades de la materia, y las leyes naturales derivadas,
explican con autonomía el orden producido en la evolución. Pero es
también un hecho que esas propiedades germinales de la materia
responden a un carácter antrópico sorprendente: podrían ser otras, pero
son precisamente aquellas que hacen posible la aparición evolutiva de
la vida y, terminalmente, del hombre. Por esto se llaman propiedades
antrópicas: porque conducen evolutivamente al hombre con toda
precisión. Por tanto, si esto es un hecho (que forma parte del modelo
estándar), ¿cuáles son sus causas? ¿Por qué nuestro universo es un
universo antrópico? C) En tercer lugar, la ciencia constata un hecho,
del que debe dar una explicación científica: el hecho de que
evolutivamente se haya producido la emergencia de la
sensibilidad-conciencia, primero en el mundo animal y, terminalmente,
en el mundo humano. Por tanto, el hecho de que el mundo psíquico haya
emergido evolutivamente, tal como fenomenológicamente podemos
describir, ¿qué implicaciones tiene sobre nuestro modo de concebir el
universo? ¿Cómo entender las causas que han producido el psiquismo
animal y humano? Estas tres conclusiones responden a los tres campos de
problemas que, desde la ciencia, se proyectan sobre la filosofía.
A grandes rasgos, la posición del ateísmo ante estos tres hechos es
definida, y ha sido ya expuesta en lo anterior. A) La metarrealidad a
la que habría que atribuir la suficiencia se concibe hoy, por lo
general, como un meta-universo que produciría de una forma ciega cuasi
infinitos universos, cuya materia respondería a los diversos juegos de
propiedades previstos en la teoría de supercuerdas (o en cualquier otra
que la sustituyera). Por tanto, el meta-universo se concebiría como
suficiente y absoluto (necesario), siendo interpretado por medio de
conceptos como vacío cuántico, mar de energía, y otros que permitirían
la conexión conceptual básica con esta metarrealidad conjetural. B) En
este proceso general de cuasi- infinitos universos burbuja no sería
extraño que, por azar, hubiera surgido el universo antrópico que nos
hace posibles. La causa, por tanto, del orden antrópico sería el azar
dentro de los multiversos. C) Habría también que postular que las
propiedades de la materia de nuestro universo responden a una ontología
real que debe hacer posible la producción de la emergencia evolutiva de
la sensibilidad- conciencia. En consecuencia, habría que aceptar
también la imagen indeterminista y holística del universo cuántico, no
sólo mecano- clásico reduccionista, de tal manera que se explicaran las
propiedades fenomenológicas del psiquismo animal y humano.
Por consiguiente, la manera de pensar del ateísmo, y su dependencia de
la teoría de multiversos y supercuerdas, no es sólo consecuencia de la
necesidad de justificar la consistencia y estabilidad del universo, que
en el supuesto de multiversos debería atribuirse a esa metarrealidad
(en alguna manera “metafísica”) que los produce y a la que pertenecería
nuestro universo. A esta metarrealidad debería atribuírsele la
suficiencia.
Pero hay algo más. Si el universo fuera único, aunque fuera consistente
y estable, difícilmente podría aducir las causas verosímiles de que sus
propiedades fueran antrópicas, en el sentido expuesto. Que lo antrópico
pueda ser explicado por azar, parece exigir una teoría de multiversos,
ya que el azar sería posible sólo en el marco de una infinitud de
universos. Por otra parte, aunque el reduccionismo justificaba muy bien
el ateísmo (así en el siglo XIX), el estado actual de la nueva física
no permite a la ciencia eludir la explicación causal de la evidencia
empírica de la emergencia de la sensibilidad-percepción-conciencia. El
ateísmo debe abordar la explicación de esta evidencia, postulando que,
de hecho, las propiedades de la materia en nuestro universo, producido
por azar, son susceptibles de producir sensibilidad-conciencia. Admitir
que a la materia debe atribuírsele la capacidad de generar conciencia
es asumible por el ateísmo y no implica una visión teísta.
El teísmo, a su vez, hace una interpretación diferente de la
metarrealidad que, en todo caso, parece obligarnos a postular el modelo
estándar. A) Para el teísmo la solución más fácil es postular que la
metarrealidad, a la que deberíamos atribuir la suficiencia, responde a
la idea de Dios, como ser fundamental que produciría el universo por
creación. B) La causa real de la creación de un universo autónomo, y
del diseño de sus propiedades antrópicas debería atribuirse a una
Inteligencia Creadora y Ordenadora que respondería a la idea filosófica
de ese Dios que fundaría el Ser del universo. C) Pero, superada ya la
imagen reduccionista del universo en la mecánica clásica, mecanicista y
determinista, la nueva física que lleva a un universo holístico y
campal, con una ontología profunda que responde a una naturaleza
“psíquica”, haría mucho más verosímil la imagen de una Divinidad que
constituye el fondo holístico del universo, tal como hemos explicado.
Toda idea de que el universo es una realidad unitaria que responde a un
fondo holístico que permea todo lo existente es sin duda congruente y
armónica con la idea (filosófica y teísta, no científica) de que el
fondo ontológico de ese universo pudiera ser la unidad profunda de la
Divinidad que todo lo abarca.
Ahora bien, siendo todo esto así, a) la necesidad de atribuir la
suficiencia a una dimensión de metarrealidad, b) el hecho del carácter
antrópico del proceso autónomo de la evolución, así como c) la
emergencia de la sensibilidad-conciencia y la ontología holística, y
“psíquica”, del universo físico, tal como hoy en día se está
configurando en la nueva física, harían más y más verosímil que la
explicación metafísica del universo fuera la ontología holística
fontanal de una Divinidad que fundara la suficiencia del universo,
diseñara su orden antrópico, y produjera la ontología psíquico- campal
de los seres vivientes. En este sentido, la hipótesis de Dios se haría
más verosímil, aunque siguiera siendo también posible la hipótesis
metafísica de un puro mundo sin Dios. Dios es más verosímil hoy que en
el reduccionismo de hace cien años. Pero el ateísmo sigue siendo
posible con toda legitimidad racional.
Ateísmo y teísmo, por tanto, no serían “ciencia” sino “filosofía”, es
decir, la metafísica de la ciencia. La especulación metafísica que
parte de los datos de la ciencia y se hace posible por ellos. La
ciencia de la modernidad, en la segunda parte del siglo XX, ha hecho
posible tanto la metafísica atea como la teísta. Pero no en un marco
dogmático sino crítico. Ha sido el importante tránsito histórico desde
la modernidad dogmática a la modernidad crítica. En este tránsito la
ciencia ha jugado un papel de protagonismo estelar.
El universo y la metafísica, desde la ciencia y la filosofía
Una vez que la ciencia moderna produjo una imagen de la realidad
avalada por el rigor del método científico, la filosofía no podía
ignorar los resultados de la ciencia. Pensar sobre el universo real,
físico, era hacerlo a partir de su imagen descrita por la ciencia. La
filosofía y la metafísica debían atender primordialmente a la ciencia:
a la imagen del universo físico, al orden físico y biológico producido
en la evolución, y al hecho de la emergencia de las realidades
psíquicas en el mundo animal y humano. ¿Cuál es, por tanto, esa imagen
de referencia que la ciencia ha producido y que es el punto de partida
de la filosofía?
Imagen del universo en la modernidad crítica
1.1. Un universo monista. El universo se presenta hecho de una única
realidad física generada como radiación y energía en el big bang. Esa
realidad es materia bosónica o fermiónica. Pero se organiza en
estructuras que constituyen los cuerpos del mundo clásico. La
estructura no es algo distinto de la materia, sino sólo su forma de
organizarse. La ciencia no conoce la existencia de dos tipos de
realidad irreductibles entre sí como el Ser y el No-ser del dualismo
clásico (verbigracia, la teoría hilemórfica aristotélico-escolástica).
1.2. Un universo clásico/cuántico. La materia generada en el big bang
responde toda ella a las propiedades cuánticas primigenias. Pero la
“función de onda” de cierto tipo de vibraciones produjo su organización
como objetos del mundo clásico. Por ello, el universo es, a la vez,
clásico/cuántico.
1.3. Un universo generador de orden. La aparición del orden físico y
biológico se ha producido dentro del mundo clásico como consecuencia de
las propiedades ontológicas de la materia primordial. Pero el orden
clásico está coordinado con las propiedades cuánticas de la materia y
de aquellas formas de materia bosónica que siguen existiendo en el
universo.
1.4. Un universo autónomo. Las propiedades de la materia, y las leyes
naturales que de ellas se derivan, explican perfectamente la aparición
del orden físico y biológico. Para la ciencia el universo es autónomo
en la generación de todos sus estados internos. La materia, en sus
propiedades actuales, se basta a sí misma para explicar la generación
evolutiva del orden.
1.5. Un universo fundado en la suficiencia. La ciencia supone que si el
universo físico existe, debe asumirse que está fundado en una
suficiencia. Por ello debe ser, o estar referido a, algo absoluto, es
decir, que se basta a sí mismo para mantener su realidad eternamente en
el tiempo.
1.6. Un universo abierto, dinámico,
determinista/indeterminista. El universo que la ciencia conoce no es
fijo y cerrado, sino abierto y dinámico: un sistema en proceso de
transformación abierto. Su futuro es abierto por las propiedades
indeterministas de la materia cuántica y, además incluso, por la
indeterminación de los mismos procesos caóticos del mundo clásico.
1.7. Un universo holístico. Aunque el mundo clásico existe y presenta
objetos diferenciados, independientes, discontinuos, con interacciones
deterministas, sin embargo, las propiedades cuánticas de la materia son
holísticas o campales. La realidad presenta campos holísticos unitarios
y, además, está referida a un fondo holístico del que habría brotado el
universo y en el que quedará reabsorbido en su final. El universo no es
discontinuo sino continuo, campal, holístico.
1.8. Un universo psíquico. Es decir, la ciencia debe asumir que el
universo debe ser capaz de generar la existencia del mundo psíquico. La
ciencia no conoce en su totalidad y profundidad las propiedades de la
realidad física que produce el universo (monismo). Pero la evidencia
del mundo psíquico le impone asumir dos cosas. Primero que la materia
primordial debe poseer aquellas propiedades ontológicas que hagan
posible la aparición del mundo psíquico. Segundo que las propiedades
del mundo físico deben ser suficientes para explicar las propiedades
que, de hecho, presenta fenomenológicamente el mundo psíquico.
1.9. Un universo antrópico. El universo es autónomo porque las
propiedades y leyes de la materia bastan para explicar el proceso
evolutivo. De ellas depende que el universo haya derivado a la
emergencia de la vida y del hombre. Pues bien, el universo es antrópico
porque posee las propiedades precisas para acabar en la emergencia del
hombre. Estas propiedades son las que de hecho son, pero no hay razones
científicas que permitan establecer que deban ser necesariamente estas
y que no pudieran ser otras. El universo es sorprendentemente antrópico.
1.10. Un universo conocido desde la provisoriedad del conocimiento.
Esta es la consecuencia fundamental de la epistemología actual de la
ciencia. La ciencia se construye por incertidumbres que dan lugar a
teorías diversas, a diversidad de modelos que evolucionan
continuamente. La ciencia es un sistema de hipótesis abierto y crítico.
No es un sistema de verdades absolutas.
La filosofía piensa la verdad última del universo: suficiencia y necesidad
La filosofía depende de la imagen del universo en la ciencia y no tiene
un camino propio por el que pueda llegar a la metafísica considerando
el universo al margen de los resultados de la ciencia. Hacer esta
observación tiene su importancia porque la filosofía escolástica
defendió (dentro de la tradición griega) que existía una forma de
razonar metafísica, exclusiva y propia de la filosofía (la ontología
del ser y el problema del ser contingente y necesario) que permitían a
la filosofía por ella misma (por un razonamiento metafísico que no
dependía de la ciencia) establecer que el universo real sólo podía
tener su fundamento en Dios.
¿Por qué lo decía? Con la seguridad que permitía este razonamiento
metafísico, independiente de la ciencia y válido en todos los tiempos,
la escolástica imponía un teocentrismo racional que se calificaba como
certeza metafísica, absoluta, de la existencia de Dios como fundamento
del universo real y existente. La razón del hombre intuía
inevitablemente esta certeza y, por ello, no podía dudarse de la
realidad de Dios como fundamento de la realidad existente. ¿Por qué
pensaba así? ¿En qué se fundaba esta manera de pensar metafísica
independiente de la física?
El punto de partida –que se remontaba a la filosofía griega de
Parménides– era la constatación de que algo existía realmente (el hecho
del universo, del Ser): de ahí se sacaba la consecuencia de que el Ser
debía existir y no podía dejar de ser (existía con Necesidad). El ser
existente realmente debía fundarse en un Ser Necesario (que existe y no
puede dejar de existir). Es la intuición de la razón natural a la que
antes hemos aludido: si algo existe es que debe seguir existiendo
porque si la Nada se hubiera producido en algún momento, sería ya
imposible que algo existiera. La existencia de algo exigía postular la
“necesidad de existir”.
Ahora bien, la filosofía escolástica pensaba que solo Dios podía
entenderse como el Ser necesario. El universo se mostraba por la
experiencia como contingente (no tenía en sí la razón suficiente de su
existencia). Por ello el mundo exigía inferir la existencia de un Ser
al que debía atribuirse la necesidad. Y ese Ser era Dios y a Él debía
atribuirse también la necesidad. Ahora bien, la necesidad como
propiedad intrínseca de un Ser sólo podría atribuirse a Dios, ya que el
universo podría o no podría existir, pero no cabría pensar nunca que
necesariamente debiera existir. Aunque fuera autosuficiente y autónomo,
no podría ser nunca necesario. De Dios, en cambio, por necesidad,
debíamos pensar que le competía la existencia. Sólo de Dios no podía
dejar de pensarse que no existiera. Cabría pensar que el universo
existiera o no; pero de Dios no cabía pensar que no existiera porque
existía “por necesidad”. Era “necesario” que Dios existiera. El clásico
argumento de san Anselmo, aunque no admitido por santo Tomás, tuvo
siempre una cierta presencia en la metafísica escolástica.
Sin embargo, esto no puede entenderse así ni para la ciencia actual ni
para una filosofía que dependa de la ciencia, tal como hoy entendemos
que debe ser. ¿Qué decir entonces? Pues simplemente que la razón no
tiene otro comienzo posible que establecer inferencias desde los
hechos. La razón humana no puede fundarse sino en la experiencia, a
posteriori, del mundo. Y el hecho real es que el universo existe,
ciertamente. Por tanto, el primer estadio del razonamiento científico
(y filosófico) consiste en tratar de conocer la forma en que la
realidad existente es suficiente (ya que, si algo existe de hecho, debe
inferirse que existe porque puede existir, es decir, porque tiene
suficiencia o autosuficiencia). Esto es lo que, como hemos visto,
razonan correctamente tanto la ciencia como la filosofía. El postulado
de Parménides de que si algo existe es porque puede existir y debe
poder mantenerse a sí mismo, sigue estando vigente.
Ahora bien, es este discurso racional sobre la suficiencia, o
autosuficiencia, supuesta ya la experiencia del universo, lo que deja a
la razón humana abierta a dos posibles hipótesis, relativas a dónde
habría que situar la suficiencia que se postula: un fundamento en la
suficiencia transcendente de Dios, o en un puro mundo autosuficiente
sin-Dios. Esto quiere decir que la atribución de necesidad es una
cuestión lógicamente posterior que depende de la forma en que se haya
resuelto previamente la cuestión de la suficiencia de la realidad
existente.
Por tanto, si la suficiencia estuviera fundada en Dios –que es lo que
piensa la filosofía teísta–, entonces debería atribuírsele a Dios la
necesidad. Pero si, en cambio, el universo real que vemos, o un
meta-universo que no vemos, fueran suficientes, o autosuficientes, que
es lo que piensa el ateísmo, entonces deberíamos atribuirle la
necesidad a ese universo, ya que no tendría sentido pensar que el
universo pudiera existir o no existir, “dejar de existir”, puesto que,
en este caso, ya no existiría. Esto quiere decir, además, que la
célebre cuestión de Leibniz, que ha sido repetida continuamente a lo
largo de la historia, es irresoluble.
¿Por qué existen Dios o el universo o por qué más bien no existen?
En efecto, ¿por qué existe el puro mundo o más bien no existe? ¿Por qué
existe Dios o más bien no existe? Es imposible responder estas
preguntas: lo único que la razón puede hacer es partir de los hechos
empíricos y preguntarse cómo pueden mantenerse en su ser existente con
suficiencia. Lo que de hecho se impone como punto de partida de la
razón es que algo existe. Pero no tiene sentido excluir que la Nada
“existiera”, es decir, que no-existiera Nada. No podemos atribuir
necesidad a la existencia. No es posible excluir que no-
existiera-Nada, es decir, que “hubiera” sólo la Nada. Pero admitimos,
sin poder explicarlo, que de hecho existe algo. Sólo lo sabemos post-
factum, es decir, a posteriori, después de la experiencia del universo.
Y de ahí partimos, buscando su suficiencia por la razón.
Ahora bien, hoy en día, teniendo en cuenta los resultados de la
ciencia, es posible conjeturar que a) la suficiencia esté en un puro
mundo, sin Dios, autosuficiente, o que b) se deba atribuir a un ser
transcendente entendido como Dios, creador autosuficiente y diseñador
inteligente. En otras palabras, nunca podemos decir, al estilo del
argumento ontológico de san Anselmo: es necesario que Dios exista,
porque a Dios le compete existir por necesidad. A priori, antes de la
experiencia de que existe algo real, la razón humana no puede concebir
ni que existiera Dios ni que existiera un universo. Pero la razón parte
de la experiencia, a posteriori, de que algo en realidad existe. Es el
hecho. La razón humana parte de la existencia de un universo que se
impone como un factum: por ello busca su suficiencia y, a posteriori,
atribuye la necesidad a Dios o al puro mundo, tal como hemos explicado.
Allí donde esté la suficiencia, allí deberá predicarse la necesidad.
Por consiguiente, el concepto de necesidad, tal como es concebido por
la mente racional humana, no quiere decir que ésta sea capaz de
entender que haya algo (Dios) que deba existir por necesidad y, por
ello, no se pueda concebir su no-existencia. La razón puede, al
contrario, a priori, concebir que no existiera algo, es decir, que la
Nada fuera real (en este caso obviamente no habría nadie que fuera
capaz de advertir la Nada). O sea, la razón puede concebir que ni el
mundo ni Dios en realidad existieran. A priori, no repugna a la razón.
La razón depende de la constatación fáctica de que en realidad algo
existe; y esto cambia radicalmente la situación.
¿Por qué existe o más bien no existe el universo? ¿Por qué existe Dios
o más bien no existe? La razón no puede responder; y creer que puede es
una ilusión. Esta fue la ilusión de la metafísica escolástica. La razón
debe atenerse a la constatación de que de hecho existe un universo
fáctico; aunque sea un enigma por qué existe o más bien no existe.
Inicialmente sólo puede inquirir su suficiencia.
El concepto de necesidad se aplica, pues, con sentido sólo post factum,
después de constatar que, de hecho, algo existe. Pero, antes de aplicar
el concepto, la razón natural debe tratar de conocer dónde y cómo tiene
la realidad existente el fundamento suficiente. Ya hemos visto que la
discusión racional del problema de la suficiencia del universo, en
función de sus manifestaciones empíricas, lleva a dos posibles
hipótesis de suficiencia en el Ser: Dios (teísmo) o la pura mundanidad
sin Dios (ateísmo). En uno y otro caso habría que atribuir la
necesidad: a Dios o a un puro mundo sin Dios. Entonces deberían
pensarse como necesarios post factum: en el sentido de que, supuesto
que ya existen, no podría pensarse que dejaran de existir. Por
necesidad habría que atribuírseles una existencia eterna, que se
mantuvo y se mantendrá en el tiempo con necesidad, pues si en algún
momento dejaran de existir y se impusiera la Nada (un momento en que
no-existiera-Nada), entonces no tendría explicación racional que ahora
algo existiera (tal como sabemos que de hecho existe por la experiencia
que se nos impone).
La ciencia nos saca de una cultura dogmática y nos introduce en la cultura crítica e ilustrada moderna
En la modernidad se produjo la escisión metafísica de una sociedad que
antes era inequívocamente religiosa. A la metafísica religiosa teísta,
impuesta desde la antigüedad, se le enfrentó la alternativa de una
nueva metafísica arreligiosa atea (indiferencia popular, ateísmo,
agnosticismo). Por ello, fue socialmente inevitable que en la cultura
de la modernidad se produjera la molesta sensación de enigma e
incertidumbre metafísica. Así nació la consecuente angustiosa inquietud
ante el enigma del universo y la incertidumbre metafísica, tanto del
hombre religioso como del arreligioso. Incertidumbre que no podría
evitarse incluso en la situación de que tanto teísmo como ateísmo,
ambas alternativas, intentaran imponerse como una cosmovisión dogmática.
Las metafísicas dogmáticas y su recurso a la ciencia
Ambas hipótesis metafísicas, a lo largo de los siglos, fueron
construyendo un cuerpo argumentativo que las respaldaba, les daba
sentido y todavía ha estado influyendo sobre nosotros. La penosa
sensación de angustia existencial y de incertidumbre en que hoy nos
hallamos es una herencia recibida de la cultura de los últimos siglos
en que ambos polos de la alternativa se enfrentaban de forma dogmática.
La incertidumbre era producida por el hecho de que hubiera dos
dogmatismos radicales enfrentados y excluyentes. ¿Dónde estaba la
verdad? Vivimos la incertidumbre metafísica que, en alguna manera, la
historia misma nos entrega desde un pasado todavía presente, dejándonos
abiertos a dos metafísicas excluyentes y enfrentadas, dogmáticas.
Es explicable que el hombre haya intentado siempre salir de la
incertidumbre. Ha querido sentirse seguro, firme, moralmente
justificado, apoyarse con certeza en un conocimiento definitivo y
absoluto sobre el universo. De esta manera, la existencia humana
respondería a lo que la razón le impone con una seguridad dogmática. Su
atenimiento a la razón natural sería garantía moral del comportamiento
metafísico. Por ello, desde tiempos antiguos buscó siempre el aval de
la filosofía, y tras la modernidad, buscó el impresionante aval de la
ciencia actual, complementada por la filosofía. Así fue en el pasado y
así sigue siendo en el presente. Teísmo y ateísmo han buscado, y
buscan, el respaldo absoluto de la ciencia y de la filosofía para
fundamentar sus metafísicas dogmáticas.
Pero, ¿es esto así? Razón, ciencia, filosofía, ¿permiten salir con
seguridad de la incertidumbre metafísica? Con toda convicción debemos
denunciar que las certidumbres con que hoy tratan de envolverse tanto
el teísmo como el ateísmo dogmático son una ilusión del conocimiento.
La ciencia actual y la reflexión filosófica construida desde ella no
permiten salir de la incertidumbre metafísica de los últimos siglos y
del presente. La sociología de la ciencia, así como también el análisis
pormenorizado de los resultados de la ciencia actual, y su proyección
sobre el discurso metafísico, tal como hemos hecho en este capítulo,
confirman que la razón, la ciencia, la filosofía, no avalan salir de la
incertidumbre, sino todo lo contrario: dan fundamento a una nueva
manera, no dogmática, de entender la incertidumbre metafísica. Una
incertidumbre crítica, construida por alternativas no dogmáticas, sino
sólo verosímiles.
Estamos en incertidumbre no porque a nuestro dogmatismo se oponga otro
dogmatismo alternativo que esté en contradicción con el nuestro.
Estamos en incertidumbre porque el universo real es enigmático y no
permite metafísicas dogmáticas. Los resultados de la ciencia, como
hemos visto, al proyectarse sobre la metafísica, permiten argumentar
dos hipótesis posibles, a saber, la metafísica teísta y la metafísica
ateísta. Es evidente que la Verdad no será al mismo tiempo teísmo y
ateísmo. Pero el hombre natural no puede saber con certeza racional
absoluta si la verdad es el teísmo o es el ateísmo. No puede construir
certezas dogmáticas sino hipótesis verosímiles y esta es la causa de
que estemos abiertos al enigma del universo y a la incertidumbre
metafísica. Por ello el hombre debe vivir en la incertidumbre. Los
resultados de la ciencia, por tanto, son hoy la ocasión histórica para
vivir la incertidumbre metafísica de una manera mucho más profunda, la
propia de nuestro tiempo.
La modernidad hace inviable el dogmatismo e introduce la incertidumbre crítica
Por tanto, la metafísica, ni en el teísmo ni en el ateísmo, puede ser
dogmática. No puede serlo porque la ciencia no es dogmática y deja
abiertas hipótesis o conjeturas verosímiles, pero que nunca son
dogmáticas y cerradas, que tienen como consecuencia que la filosofía, o
metafísica última, tampoco pueda ser dogmática. Pero entonces, ¿qué
hacer? ¿Qué posición asumir ante el más-allá?
Las consecuencias sociales de cuanto decimos no son triviales. Debemos
saber aplicarlas a la interpretación de cuanto vemos con nuestros ojos,
tal como se manifiesta en la sociedad actual. Hoy persisten posiciones
intelectuales que son claramente dogmáticas. Hay quienes tienen
posiciones teístas, por ejemplo cristianas dentro de la tradición
escolástica, que defienden que la razón natural, en la ciencia y en la
filosofía, no puede sino concluir en una existencia de Dios que se
impone como única posibilidad de explicar el universo, con una certeza
metafísica absoluta. Sólo es posible un humanismo racional y éste es
sin duda alguna exclusivamente religioso, teocéntrico. Esto es lo que,
en definitiva, se pensó durante siglos y hoy todavía se sigue
defendiendo. Igualmente, hay otros muchos que dan por supuesto que la
ciencia moderna no permite justificar la creencia en Dios que aparece
así como algo extemporáneo, anacrónico, irracional, fuera de su tiempo
que sólo se mantiene por la inercia histórica y social que Dennett o
Dawkins llamarían de los memes (condicionamientos de las tradiciones
pasadas que se imitan y se transmiten irracionalmente). Para muchos, la
ciencia excluye a Dios, y a lo religioso, con toda seguridad científica
y filosófica. Quienes piensan así son hoy un sector social importante
entre la academia de los países desarrollados. Crean un amplio consenso
social, en complicidad con este sector ateo, que se siente seguro de sí
mismo y desprecia todo lo religioso. Establece férreamente lo que se
considera en ciertos ambientes como “políticamente correcto”. Aunque
esta manera de pensar y de actuar sea superficial e ilusoria, no cabe
duda de que está muy extendida, como se muestra en el seguimiento de
los medios de comunicación actuales.
Sin embargo, frente a las posiciones dogmáticas, sean las que sean,
hemos defendido una tesis inequívoca. A saber, que los resultados de la
ciencia moderna, y su proyección sobre la filosofía, no avalan ninguna
metafísica dogmática, bien sea teísta o atea. La reflexión filosófica
sobre los resultados de la ciencia abre a un universo enigmático que
explica la incertidumbre, pero no avala nunca el dogmatismo. Es un
universo enigmático que da pie tanto a una argumentación teísta como a
otra atea. Pero sólo como posibles hipótesis de interpretación que no
pueden establecerse con toda seguridad dogmática, sino sólo con
verosimilitud. Si pensamos bien las cosas, veremos que la situación
social refleja sin lugar a dudas nuestro punto de vista. De hecho hay
científicos y filósofos con toda preparación técnica que son teístas y
otros son ateos. ¿Es esto así porque unos son listos y los otros
tontos? ¿Están unos cegados por sus emociones y los otros no? Como
vemos, la única posición sensata es admitir que la escisión social
metafísica sucede de hecho y se impone sociológicamente porque el
universo es enigmático, no impone una solución dogmática, ni a la
ciencia ni a la filosofía, y nos instala por ello en una incertidumbre
que reconoce las posibles hipótesis que de hecho constatamos
diariamente en nuestra sociedad.
Solo si nos situamos, pues, en el reconocimiento de que estamos, nos
guste o no, en un universo enigmático que crea en nosotros, personal y
colectivamente, una profunda incertidumbre metafísica, estaremos en
condiciones apropiadas para reflexionar sobre la vida y para
orientarnos racionalmente ante las últimas decisiones que debamos tomar
libre y personalmente sobre el sentido de nuestra vida. Sólo si somos
capaces de entender la incertidumbre propia de nuestro tiempo, dándonos
cuenta de que responde con toda coherencia a los resultados de la
ciencia y de su proyección filosófica; sólo si somos capaces de aceptar
la incertidumbre propia de la modernidad y comenzamos a pensar desde
ella, podremos entonces orientarnos con corrección y realismo en el
mapa del territorio que debe llevarnos a nuestras decisiones
metafísicas personales.
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