Hacia el nuevo
concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia
1. La crisis de lo religioso en la
modernidad
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1. La
vida humana y su
sistema de sentidos
2. El hecho
religioso:
religiosidad y religiones
3.
Preguntas críticas por el
"hecho religioso"
desde la sociedad
4.
La pregunta por la crisis del
"hecho religioso"
en la modernidad desde el cristianismo
5.
Conclusión: presencia social y enigma del hecho religioso
El hecho religioso presenta diferentes facetas
que tienen que ver con Dios, con la religiosidad y con la religión.
Existe una relación entre estos tres factores, pero no son lo mismo.
Tanto la religiosidad como la religión, referidas a lo divino,
responden a la necesidad humana, derivada de su naturaleza emocional y
racional, de construir "sistemas personales de sentido" que orientan su
autorrealización en el mundo. Los hombres, pues, han construido en sus
mentes y han vivido experiencialmente lo religioso para "dar sentido a
sus vidas". Ahora bien, ¿qué es el hecho religioso? El puro hecho no
impone en modo alguno su interpretación. Esta ha sido muy divergente a
lo largo de la historia y, sobre todo, a la luz del pensamiento
filosófico y teológico moderno. Pero la incuestionable realidad fáctica
del hecho religioso universal y su transcendencia histórica hacen que
la sociedad se siga reformulando numerosas preguntas -antiguas y
nuevas- sobre él desde la perspectiva neutra u objetiva propia de la
antropología científica o de la historia. Desde este enfoque neutro y
objetivo son muchas, en efecto, las perplejidades modernas ante el
hecho religioso. Desde una perspectiva distinta, que supone ya la
creencia, el hombre religioso y las religiones se preguntan también hoy
por el hecho religioso. Todo apunta a que el misterioso mundo de lo
religioso -misterioso para el observador neutro, para los no-creyentes
pero también incluso más para los creyentes- debe ser de nuevo
reflexionado responsablemente desde las religiones. Debe ser
"clarificado" (no digo resuelto) al enmarcar su sentido en el mundo
moderno, tanto para dar respuesta a las preguntas neutras que la
sociedad se plantea como a las inquietantes incertidumbres vividas en
la actualidad desde el mundo religioso cristiano. El cristianismo
siente la necesidad de analizar ordenadamente qué está en realidad
sucediendo. ¿Puede el cristianismo ofrecer una explicación filosófica y
teológica del hecho religioso? ¿Puede hacer inteligible la experiencia
religiosa desde la cultura de nuestro tiempo? La fuerza tradicional del
hecho religioso entra en una profunda crisis en la modernidad. Esta
crisis produce en el cristianismo una perplejidad que lleva a la
necesidad de una reflexión crítica cuya lógica conduce, a nuestro
juicio, tal como se argumentará en este ensayo, a la necesidad de un
nuevo concilio. Entremos primero en el hecho religioso para después, en
otros capítulos, explicar cómo la crisis de lo religioso en la
modernidad fundamenta la lógica argumentativa que conduce al nuevo
concilio.
¿Dios? ¿Religiosidad? ¿Religiones? Estas preguntas apuntan a aspectos
de la vida humana que no son iguales. Hablar de Dios se refiere por lo
común a un ser personal que fundamenta y crea el universo. La
religiosidad describe la actitud humana de "sentirse religado" a una
numinosidad divina cósmica. La religión, supone además que la
religiosidad personal es vivida socialmente en el marco de las
organizaciones que llamamos "religiones". Pero caben todavía más
matices. Se puede hablar de Dios, y aceptar su existencia, sin tener lo
que llamamos un "temperamento religioso" y sin tener una religión (un
"teísmo", digamos, sin religiosidad y sin religión). Se puede también
ser religioso pero sin hablar de un Dios personal, como pasa en la
religiosidad budista en que la vida se orienta hacia una numinosidad
final imprecisa, un más allá salvador o nirvana enigmático del que no
se afirma positivamente que sea un Dios, pero al que el hombre se
"religa". Algo parecido pasa también en ciertas espiritualidades
modernas cuasipanteístas (al estilo de algo así como el New Age, por
ejemplo, de influencia budista). Las religiones, por tanto, suelen
hacer referencia a un Dios personal (o no, como en el budismo) y
presentan por lo regular algún tipo de religiosidad que vincula al
hombre hacia un Dios o hacia algo así como, digamos, una numinosidad
mistérica final que produce la "salvación" (la religiosidad es
soteriológica, apunta siempre a una salvación final). Como se ve, por
tanto, las actitudes humanas ante la vida, lo enigmático y "lo
religioso" (Dios, lo numénico, la religiosidad, las religiones) son
complejas y no se reducen a descripciones simplistas.
En todo caso no hemos mencionado a quienes ante lo religioso toman una
posición de indiferencia o negación. Hay, en efecto, quienes viven su
vida desde una total indiferencia ante Dios, ante toda forma de
religiosidad personal y, mucho más, ante cualquier religión. Entre
estos, muchos, la mayoría, no afrontan un especial esfuerzo en
justificar esta indiferencia por argumentos racionales: simplemente no
hay nada en sus vidas que les pida prestar atención a esas dimensiones
metafísicas. Viven desde una intuición imprecisa, pero efectiva, de que
la religión no les interesa, aunque no sepan explicitar con coherencia
los argumentos que les hacen sentir así (y que sin duda existen), bien
sean racionales o existenciales, como son la experiencia del desorden
natural, de la enfermedad o del mal. De la misma manera que la mayor
parte de los creyentes y los religiosos no saben argumentar sus
vivencias, así también ocurre con la inmensa mayoría de ateos,
agnósticos e indiferentes, ya que no saben argumentar seriamente sus
vivencias, ni tienen la preparación y cultura necesaria para poder
hacerlo. Otros, en cambio, sí toman una posición intelectual y tratan
de argumentar, con mayor o menor calidad de razonamiento, el hecho de
hallarse en una posición agnóstica o incluso atea que contraviene las
creencias de la mayoría de la humanidad. Estos últimos responden a lo
que comúnmente se conoce como "intelectuales", en mayor o menor grado.
Son los que, por lo general, tienen la entereza de llamarse incluso
"ateos" o "agnósticos" de forma consciente y responsable.
Esta especie de tipología de actitudes ante "lo religioso" siempre se
ha dado a lo largo de la historia, en unas y otras culturas. Lo que ha
cambiado han sido las proporciones (y las formas de exteriorización
social) en que los hombres se han situado en una u otra posición. En
siglos pasados lo más extendido han sido, sin duda, la religiosidad y
las religiones establecidas socialmente. Lo han advertido así la
totalidad de historiadores de la cultura, tanto los filósofos
(recordemos a Kant, Hegel o Comte, por ejemplo), como los fenomenólogos
e historiadores de la religión. Pero modernamente, en cambio, con
claridad desde el renacimiento, ha ido aumentando continuamente la
proporción de indiferentes, agnósticos y ateos. En el siglo XIX había
muchos más ateos; en el XX, sin embargo, frente a los ateos, ha crecido
la proporción de agnósticos. El ateísmo ha disminuido, pero no la
indiferencia religiosa popular que ha crecido también, sin duda alguna,
en el siglo XX. Ha sido también muy significativa la extensión
creciente de una forma de religiosidad vaga, progresivamente separada
de las religiones establecidas: se ha dado masivamente en países
occidentales de origen cristiano, pero también, aunque en menor
proporción, está produciéndose en otras culturas que han permanecido
más afincadas en los valores ancestrales de siglos pasados (por
ejemplo, en el islam, en el hinduismo o en el budismo).
1.
La vida humana y su sistema de sentidos
Quizá estas observaciones iniciales sobre la posición humana, positiva
o negativa, ante la experiencia religiosa, personal o social, pueda
sugerir que lo religioso exprese la totalidad del "sentido de la vida".
Y no es así. Lo religioso, en efecto, juega un papel relevante, en
algunos quizá el más importante, en la configuración del sentido de la
vida; en otros, en cambio, juega un papel muy marginal. Pero hay
siempre más elementos que debemos atender y aprender a describir. Su
análisis se realiza hoy en el marco de conceptos establecidos por lo
que llamamos una psicología de la cultura. Esta nos hace
entender qué
papel juega lo religioso (religión y religiosidad) en el conjunto del sistema
personal de sentido (SPS) de los individuos y en los sistemas
culturales de sentido (SCS) que llenan el horizonte de ofertas de
la
sociedad.
Sentido. Ya en el mundo animal la actuación en
el medio responde a un
conjunto de instintos conductuales que adecuan el animal a su Umwelt
objetivo y le hacen eficaz en la supervivencia. El instinto por vivir
supone que los organismos se han construido asumiendo el valor de la
vida: vivir es mantenerse en la experiencia de la propia realidad
existente, gozarla, y realizar todo aquello que contribuye al
mantenimiento de la vida (el animal tiende así a una autorrealización
instintiva). Pero esta actividad vital va unida siempre a la
experiencia del mundo ambiente propio de cada animal: la experiencia
gozosa de la propia realidad es mundana, ambital, integrada. Podemos
decir, pues, que el animal goza instintivamente el sentido de su
adecuación al medio. Vivir es gozar la vida "en" el mundo. El "sentido"
es una experiencia de integración cósmica presente en la vida animal
(dentro, evidentemente, del ámbito de posibilidades de su psiquismo
específico que, como sabemos, no es racional).
En el hombre los instintos han sido evolutivamente superados, aunque
integrados, en un nivel de emergencia superior que le abre a un modo de
ser realidad existente cualitativamente nuevo: la persona racional.
Esto quiere decir que hemos recibido un instinto ancestral a asumir la
vida, a vivir. En el hombre esta respuesta, comprometida en todas sus
actuaciones vivientes, está fundada en los instintos, pero controlada o
mediada por unas funciones nuevas que denominamos "razón" (o, más en
general, psiquismo humano). El animal, pues, ha construido
instintivamente sus "sentidos", sus formas de integración en el cosmos.
En el hombre, en cambio, los instintos se asumen en un "constructo
racional de sentido". El sentido es siempre, por tanto, en animales y
hombres, esta vivencia de adecuación al ámbito de existencia real; es
una vivencia de coherencia e integración correcta en el cosmos. Vivir
con sentido racional es hacerlo en conformidad con la propia idea de la
verdad humana en el universo.
Significación. El animal ha ido aprendiendo
los "signos" percibidos que
disparan sus programas de respuesta para lograr esa eficacia fundada en
una real adecuación a las circunstancias objetivas del medio en que se
debe sobrevivir. Los signos están en el medio (interno y externo) y
deben determinar las acciones para que estas tengan "sentido"; o sea,
adecuación coherente al medio objetivo. También el hombre busca obrar
en su vida con "sentido humano" y, por ello, busca "significación":
acciones fundadas en circunstancias relevantes del medio objetivo que
dicen algo a su conducta (es decir, que sean "significativas", o sea,
con capacidad de ser "signo" que oriente la conducta adaptativa
viviente hacia el "sentido"). Obrar, pues, con significación es hacerlo
en congruencia armónica con el fundamento de la experiencia real del
ámbito que nos condiciona como especie. En último término obrar
significativamente es hacerlo dentro del marco de nuestra experiencia
posible del mundo.
Por ello, el hombre busca obrar con significación y sentido. Se busca
lo significativo: lo que está dado en la realidad y, además, tiene
también relevancia para nuestra vida. Si no formara parte de la
realidad difícilmente podría influir realmente en nuestras vidas. Se
elude lo no-significativo: lo que no conecta con nuestra realidad de
experiencia y lo que nos saca de la realidad objetiva, fuera del mundo
real en que además debemos vivir. Lo no significativo, por tanto, es lo
que no tiene sentido para nuestra vida por no insertamos en la realidad
del mundo.
Sistemas personales de sentido. Cada especie
animal ha construido el
universo de signos que le induce hacia una vida adaptada, con sentido
para su especie. Pero en el hombre los sistemas de sentido se producen
siempre desde la existencia personal. Entendemos ahora cómo el hombre,
movido por el impulso hacia la vida, heredado de las especies animales,
al actuar racionalmente ha ido dotando de "valencia" o "valor" a
ciertos signos y a los programas de comportamiento activados por ellos,
generadores de consecuencias beneficiosas para su vida. Así, el hombre
ha ido dotando de valencia o valor a muchos signos y construyendo en su
mente un "sistema de sentidos" que tienen que ver con lo inmediato (con
la supervivencia inmediata): la alimentación, vivienda, trabajo,
relación social, económica, política, familiar, afectiva, sexual,
profesional, lúdica, estética, etc. El valor de cada uno de esos
ámbitos de sentido no es idéntico en cada existencia personal; cada uno
construye de forma intransferible e individual su sistema de sentidos
inmediatos. Hay quienes, por ejemplo, diferencialmente, hacen eje de su
vida las valencias familiares, políticas, profesionales, religiosas,
lúdicas, o estéticas. Existen, en efecto, muchos "sistemas" (o
"modelos") personales de sentido inmediato que permiten vivir la vida
personal de formas distintas. Son elecciones creativas permitidas por
la especificidad racional de cada hombre que supera en mucho la
flexibilidad ya presente en la vida animal y hacen de él un "animal
abierto y creativo".
Pero, además de los sentidos inmediatos, la racionalidad humana ha
movido a dotar la vida de otras valencias que, frente a lo inmediato,
quizá podríamos calificar acertadamente como "metafísicas". En ellas
busca el hombre dotar a su vida de un sentido congruente con la imagen
última del universo construida con su razón. En los sentidos
metafísicos pretende el hombre adecuar su vida a la verdad última del
sistema que le contiene, que es también, en definitiva, la verdad de sí
mismo. Son valores o sentidos metafísicos -ciñéndonos solo a lo
fundamental- el teísmo, el ateísmo o el agnosticismo.
La valencia de sentido que llamamos "religión" es siempre una forma de
teísmo. Pero no todo teísmo es religioso. Recordemos a Einstein que, al
parecer, era teísta, pero, sin embargo, no había integrado su "teísmo"
en, digamos, una religión histórica determinada (ni judaísmo, ni
cristianismo, ni hinduismo). Por consiguiente, los sistemas de sentido
metafísico último (bien sean teísmos o religiones, ateísmos,
agnosticismos) forman parte también del sistema personal de sentido que
cada persona construye. En cada individuo, a la vez, se configuran
valencias o sentidos inmediatos y sentidos metafísicos. Estos últimos
son muy relevantes en algunos, pero no en todos. Hay vidas en que
predomina la atención a valencias de sentido inmediatas (trabajo,
profesión, política, juego, estética, sexualidad, afectividad,
familia...) y esto suele ser hoy lo más común por los imperativos
inmediatos que fuerza la misma dinámica de la vida (la tarea de
sobrevivir nos arrastra y se impone el valor de lo inmediato). Pero en
otras personas, en cambio, predomina lo metafísico (son un caso
evidente de esto aquellos cuya religiosidad se hace el centro
existencial de sus vidas). Además la vida evoluciona y también los
sistemas de sentido. Lo metafísico acaba siempre haciendo acto de
presencia en uno u otro momento de la vida.
Sistemas culturales de sentido. Los sistemas
personales de sentido han
producido identificaciones en los grupos humanos. Han producido
sistemas de sentido compartidos que denominamos sistemas culturales de
sentido. En un primer paso son las familias, los clanes y grupos, las
comunidades, las naciones, e incluso amplias zonas geográficas con
multitud de naciones, las que comparten en grupo sistemas culturales de
sentido. Estos, una vez constituidos, toman fuerza por sí mismos e
influyen en la conducta de los individuos; es decir, en el proceso
creativo individual que conforma el sistema personal de sentido. Por
tanto, los sistemas culturales de sentido son obra de sistemas
personales de sentido previos creados por individuos; pero, una vez que
los sistemas culturales de sentido han sido conformados
socioculturalmente, con una presencia social manifiesta, influyen a su
vez en el proceso personal de conformación de sistemas de sentido
individual. Es algo así como una causalidad bidireccional.
Si observamos, en efecto, qué pasa hoy en nuestra sociedad y en nuestra
cultura, vemos que han tomado forma poderosa una serie de sistemas
culturales de sentido. Pensemos en las religiones, en los sistemas
socio-políticos, en los sistemas de sexualidad y de relación
interpersonal, en los sistemas estéticos (música, cine...), en los
sistemas lúdicos (deporte, juegos, turismo...), etc. Los individuos, a
medida que se hacen adultos, y por la transmisión de valores ya
presente en las mismas familias, se ven atraídos por esos grandes
sistemas de valores que compiten en el escenario socio-cultural. Muchos
de estos sistemas culturales de sentido no son compatibles entre sí
(aunque otros sí lo son). En las sociedades modernas existe una
competición abierta entre ellos para atraer hacia sí la capacidad
creativa libre de cada individuo. Este debe elegir y construir
personalmente su propio mundo de sentido (sistema personal de sentido)
ante la oferta competitiva de quienes le ofrecen un "modelo ya
construido" que imitar.
La sociedad-cultura general (también la familia y los grupos cercanos a
cada individuo) influyen en los valores y sentidos personales que se
aceptarán; pero no se imponen absolutamente. Frente a todo está siempre
la capacidad creativa y crítica del ser humano que debe responder como
individuo de su propia vida y de sus sentidos personales. Esta
creatividad crítica personal ha sido también fundamento de la evolución
de la historia misma en cuanto creativa e innovadora, y lo sigue siendo
actualmente cuando se crean nuevas formas de sentido con influencia
social potente. Si el hombre individual no hubiera podido sobreponerse
a la cultura ambiente, la historia no se hubiera transformado y
avanzado creativamente.
La historia no es, por tanto, solo memética (Dawkins, Dennett); no está
solo dominada por memes que condicionan de forma clausurada, cerrada,
el futuro de la historia. La historia, en efecto, se explica en parte
por factores meméticos, por memes; o, si se quiere, como siempre se ha
dicho, por tradiciones que se trasmiten y se imitan. Pero solo en parte
porque por encima de la fuerza de las tradiciones repetitivas y
meméticas está siempre la creatividad innovadora de las personas
individuales que se trasmite a la creatividad de la historia misma.
Conclusión: religión en el marco de los sistemas
de sentido. Decíamos
antes que la religión no es siempre lo más importante de la vida.
Incluso en aquellos casos en que lo religioso juega un papel importante
en el sistema personal de sentido de un individuo, la religión debe
convivir siempre necesariamente con otras valencias o sentidos, bien
sean socio-políticos, lúdicos, profesionales o estéticos, por ejemplo.
Por otra parte, hay también muchos otros casos en que el factor
religioso del sistema de sentido, o bien es directamente rechazado, o
apenas existe, o juega un papel poco relevante en la práctica; en
muchos casos la vida está de hecho absorta por valencias no-religiosas.
La religión existe, pero debe situarse correctamente en aquel ámbito y
dimensión en que realmente se presenta para cada individuo.
Hay culturas orientales y africanas donde la religión todavía sigue
siendo el factor de sentido sin duda más importante para la mayor parte
de la población. Sin embargo, creemos, fundándonos en estudios
sociológicos relevantes y en la experiencia directa de cuanto acontece,
que en los países desarrollados occidentales, y en otros de su
influencia inmediata (es decir, en aquellos países que constituyen la
base social del cristianismo histórico), la religión ha dejado de ser
el factor más importante de sus sistemas de sentido. Incluso para
ciudadanos "occidentales" que son sinceramente religiosos la religión
está ahí, como factor de acompañamiento, pero con frecuencia su vida
gira de inmediato en torno a otro conjunto de factores de sentido
ofrecidos, e impuestos de hecho, por la sociedad moderna. Los países
cristianos de Latinoamérica son probablemente los que presentan todavía
hoy sectores más amplios de población en que lo religioso sigue jugando
un papel de importancia primordial. En todo caso no cabe duda de que el
factor religioso ha sido, es y probablemente seguirá siendo uno de los
elementos metafísicos más importantes tanto en los sistemas personales
de sentido como en los sistemas culturales de sentido.
Sea todo dicho sin ignorar que las estadísticas confirman hoy en día
que la mayor parte de la población mundial se declara creyente en Dios
y se considera parte de las grandes religiones históricas: el
cristianismo en todas sus iglesias y grupos, hinduismo, budismo,
islamismo o judaísmo, entre otras. Incluso en los países avanzados más
descreídos, como Francia u otros países europeos, o antiguos países
comunistas como residuo del ateísmo impuesto por tantos años de ateísmo
oficial (como pasa la antigua República Democrática Alemana), los
porcentajes de creyentes siguen siendo muy superiores a la increencia.
Y esto debe ser dicho sin ignorar, además, que estos porcentajes
dominantes de creencia y religiosidad se alcanzan con personas en su
mayoría sin formación religiosa, con poca cultura, incluso en ocasiones
con una religiosidad o increencia un tanto fanática o difusa. Personas
que apenas saben explicar las razones de las metafísicas y de las
religiones a las que dicen pertenecer.
2. El
hecho religioso: religiosidad y religiones
Decimos, pues, que la religión es un factor relevante en los sistemas
personales de sentido y en los sistemas culturales de sentido. Pero,
¿en qué consiste propiamente el factor religioso? ¿En qué consiste la
religiosidad? ¿Qué decimos al hablar de Dios en las religiones o en la
religiosidad? Debemos ahora analizar con matices más precisos eso que,
en general, llamamos el "hecho religioso", profundizando algunos
perfiles insinuados en lo anterior. Si no tenemos una idea precisa de
cómo se presenta el hecho religioso en la realidad individual y en la
social, como puro hecho fenoménico, difícilmente podremos estudiar con
acierto cómo se puede valorar desde la objetividad social, desde las
religiones y desde el cristianismo. El hecho religioso en su pura
facticidad como realidad fenomenológica, con sus perfiles propios y su
diversidad, debe ser sin duda el fundamento de su explicación
filosófica.
Muchos autores han descrito el hecho religioso como fenómeno, sean
Kant, Hegel, Otto, Mircea Eliade u otros. En lo que sigue no ofrecemos
la, digamos, doctrina común acerca de la fenomenología de la religión
(con la que, por otra parte, coincidiremos), sino solamente la
selección y la ordenación de rasgos fenomenológicos que a nosotros
personalmente nos satisface.
En primer lugar, por tanto, exponemos aquellos perfiles básicos de la
fenomenología del hecho religioso en la religiosidad y en las
religiones. En segundo lugar, me referiré a conocimientos de la
neurología moderna que pueden ayudamos a valorar la profundidad y la
extensión del hecho religioso en la naturaleza humana. Por último, en
tercer lugar, veremos que el hecho religioso -y sus fundamentos
neurológicos- pueden ser objeto de diferente interpretación: hay
quienes ven lo religioso como actitud humana posible que responde a una
congruencia racional con la realidad (en posible congruencia con la
realidad) y otros como actitud incongruente, ilusoria y evasiva.
2.1. Fenomenología del hecho religioso
El hecho religioso presenta rasgos que, en conjunto, son propios de la
experiencia religiosa. Sin embargo, la religiosidad no siempre presenta
las mismas características en todas las religiones. Estos rasgos, pues,
son solo el "marco general" que encuadra los matices y sesgos que
presenta después cada religiosidad concreta. Al hablar aquí del hecho
religioso incluimos los dos aspectos que venimos mencionando:
experiencia religiosa y religiones. Si no hubiera experiencia religiosa
no habría religiones. Pero no son lo mismo. El hecho religioso nos hace
ver cómo las religiones organizan en la sociedad la experiencia
religiosa de sus miembros.
Coherencia cósmica metafísica. Para todo
creyente su religiosidad
representa un conocimiento último, metafísico, del universo. Lo
religioso tiene así un contenido cognitivo que supone desvelar
destellos (hasta un cierto punto) acerca de los misterios y enigmas
últimos del universo, de la vida y del hombre. Si, tal como
explicábamos, la esencia de la existencia humana es la búsqueda de la
"vida plena" mediante el "sentido", esto es, mediante la adecuación
coherente del hombre al mundo objetivo en que se sobrevive, la religión
representa entonces el sentido final, el horizonte final que dice al
ser humano qué son últimamente las cosas y cuál es el sentido que puede
acoplarlo a la verdad cósmica que nos envuelve y nos confiere la vida.
Así, esta verdad última permite al hombre inferir qué debe hacer para
vivir con "sentido", esto es, para instalarse en el "sentido cósmico"
último. El hombre religioso sabe que debe tener otros sentidos
inmediatos (cazar, comer, trabajar, organizarse en sociedad, jugar...)
que pueden quizá atraer de forma absorbente durante tramos de su vida;
pero el sentido religioso, en último término, debe tener prevalencia e
influir sobre todo lo inmediato porque es el que nos permite saber
dónde está lo final, lo seguro, lo permanente, los valores últimos.
Donde están las esperanzas finales y perdurables de "vida" personal y
colectiva.
Numinosidad cósmica. En todas las religiones
se presenta siempre una
experiencia de "numinosidad cósmica" en que el sujeto percibe el cosmos
como manifestación luminosa de una numinosidad oculta que representa
para la especie humana una esperanza actual y final de salvación vital
realizadora y plenificadora. La numinosidad cósmica sentida por el
hombre religioso hace percibir en el cosmos una vida, una cercanía
ontológica a lo humano, un mensaje cósmico de unidad, de coherencia y
de sentido, que abre a la alegría y a la esperanza de que, más allá de
todo, la vida puede acabar bien, que la autorrealización humana vale la
pena y que es posible la alegría de esperar una plenificación final de
nuestra apetencia a vivir. El hombre religioso busca acogerse a esa
numinosidad cósmica enigmática, mistérica, insertarse en su "sentido",
en su dinámica de luz y de vida. Esta vivencia de numinosidad cósmica
no es "teísta", no habla de Dios. Es algo previo que se da siempre en
la religión. Hay incluso religiones con una clara apertura a una
numinosidad cósmica que no son teístas. Por ejemplo el budismo. Este
entiende la vida como un camino (sámsara) hacia el Nirvana en que la
numinosidad cósmica se traducirá finalmente en un estado de salvación
humana. Para el budismo el Nirvana no equivale a Dios (pienso que
tampoco lo niega): es un futuro enigmático, mistérico, que salva al
hombre y al que el hombre debe acceder por la práctica religiosa.
Muchas religiosidades primitivas se fundamentan en esta sensación de
numinosidad cósmica y tratan de integrarse en los ritmos de la vida por
la religión (que los fenomenólogos de la religión llaman ciclos de la
cosmo-biología). No pocas espiritualidades modernas, como por ejemplo
el New Age (algunas con clara influencia budista) se han fundado
también en estas experiencias numinosas.
La fenomenología de las religiones nos muestra que la numinosidad
cósmica es, ante todo, una experiencia vivencia!. Es una intuición que
se funda en las experiencias inmediatas del cosmos y del psiquismo
humano inmerso en él. No es un resultado organizado de la razón, bien
sea en constructos filosóficos o teológicos, aunque es verdad que en
las religiones establecidas, han surgido filosofías y teologías que
argumentan y describen las experiencias primordiales de cada religión,
entre ellas lo que aquí llamamos "numinosidad cósmica". Pero no
olvidemos que las religiones se fundan primero en experiencias
primordiales que más tarde se han descrito en filosofías y teologías.
Pero lo numinoso es siempre primordialmente una experiencia vivencia!.
Divinidad, divinidades. Todas las religiones
-o sea, todos los hombres
religiosos- tienen siempre la experiencia de numinosidad cósmica y, por
ella, se sienten envueltos en el misterio enigmático de un cosmos
luminoso, viviente, psíquico. Pero la mayor parte de las religiones han
dado un paso más y se han atrevido a postular que ese misterio numinoso
se resuelve en una Divinidad o en divinidades cósmicas diversas. En
ocasiones se trata de la postulación de una divinidad superior que
convive con otras divinidades inferiores a las que controla. En último
término la numinosidad cósmica, por tanto, manifiesta y revela la
presencia oculta de una Divinidad o de divinidades que constituyen el
fundamento y explicación final de las cosas. Por tanto, la divinidad
asume y explica finalmente la fuerza previa de la numinosidad cósmica.
Esta, podríamos decir, funda el acceso a la divinidad o a las
divinidades.
La idea de que la numinosidad cósmica revela la presencia oculta de la
Divinidad tiene, evidentemente, una relación con el hecho de la
experiencia psíquica del mismo hombre. Este proyecta una sublimación de
su propio ser personal experiencia! como explicación final del cosmos.
El hombre se inspira, sin duda, en sí mismo para formar la idea de Dios
y para hablar de los dioses; si a esto se le llama hablar
"antropomórficamente" de los dioses, debemos conceder que probablemente
es así. Pero debemos advertir de nuevo que la fenomenología del hecho
religioso describe una experiencia vivencia!: la experiencia de un
cosmos numinoso como Divinidad. Se trata de una experiencia vivencia!
presente en las religiones. Más adelante las religiones teístas se
dotarán también de una filosofía y de una teología. Así es, en efecto.
Hay teísmo sin religión. Pero aquí, sin embargo, insistimos en la
experiencia fenomenológica y vivencial de la Divinidad en las
religiones "teístas". La mayor parte de las religiones son teístas:
hinduismo, judaísmo, islamismo y cristianismo, así como la totalidad de
las religiones asiáticas, africanas, las religiones primitivas y
antiguas. El budismo, como es sabido, rechazó el teísmo por creerlo
incompatible con el mal y el sufrimiento humano, quedando por ello
reducido a una religión fundada en la pura numinosidad cósmica y en la
apertura a una pura esperanza enigmática de salvación por la ascesis.
Sin embargo, no olvidemos que en la religión popular budista se habla
de los devas, o dioses intermedios, que forman parte del mundo
transitorio (no están en el Nirvana) y que establecen con los creyentes
un denso negociado popular de apaciguamiento o intercesión.
Temor ante la naturaleza. Es un hecho que el
hombre religioso en todo
caso, pero más el hombre primitivo, ha tenido que enfrentarse a la
dureza del esfuerzo por la supervivencia. Surgen el temor y la angustia
ante el fragor de las fuerzas naturales bien sea la escasez de
alimentos o de recursos de amparo ante el frío, el calor, las lluvias,
los azotes naturales, o la agresión de las alimañas salvajes; pero es
también el temor ante otros seres humanos enemigos y el enfrentamiento,
el desamparo, el dolor y la soledad, así como la angustia ante las
enfermedades y la amenaza final de la muerte. Esta experiencia parece
ser contradictoria con la numinosidad cósmica y la Divinidad: en esta
aparece un cosmos acogedor, pero en el temor natural aparece la cara
amarga de un mundo que produce el sufrimiento. La vida humana se
realiza como un drama en que el hombre ve frustradas las apetencias de
vida plena. En algunos casos, como en el budismo, la experiencia del
sufrimiento se ha considerado incompatible con la Divinidad, aunque no
con la numinosidad cósmica. Sin embargo, en la mayor parte de las
religiosidades humanas el hecho fenomenológico es que el hombre
religioso acepta resignado, sin un cuestionamiento profundo, que el
mundo numinoso-teísta sea al mismo tiempo el mundo del sufrimiento y
del mal. La experiencia religiosa, tal como se nos muestra, asume el
temor ante la naturaleza, el sufrimiento y el mal, y ello no es óbice
para la aceptación de lo divino.
Religación. El hombre religioso acepta, pues,
el dramatismo de la vida
natural, sin cuestionar sus vivencias religiosas fundamentales. Esta
actitud es parte constituyente de la religiosidad. Pero hay más: no
solo acepta lo religioso, sino que se religa a ello. Religación
significa precisamente apoyar y referir la vida a la Divinidad (o, en
su lugar, a la numinosidad cósmica enigmática). Dios es así, para la
experiencia religiosa, Alguien en quien se puede fundar la vida de
manera fiable y segura. Por consiguiente, el hombre entiende por ello
que el estado de cosas en el mundo, por muy dramático que sea, no debe
impedir el sentido religioso. Dios, en alguna manera, cuenta con la
vida tal como es y no puede cambiarla. Pero el hombre al religarse sabe
que puede fundar su existencia en lo divino. Este talante existencial
de vivir religado es parte muy importante en casi todas las
experiencias religiosas. Normalmente religiosidad va siempre unida a
sentimiento existencial de religación, de fundamento y dependencia de
la divinidad cósmica última.
Salvación. Las religiones suponen también una
experiencia de salvación,
o soteriológica, que se deriva inmediatamente de la religación,
como
"camino de salvación", y está referida estrechamente a ella. Dios es
Aquel que puede salvar la existencia y que, en efecto, la salva. La
salvación se considera siempre en dos dimensiones: una inmediata y otra
transcendente. La inmediata hace referencia a las circunstancias más
inmediatas de la vida en que el ser humano se angustia ante el futuro y
pide ayuda: en una batalla, en una enfermedad, ante la amenaza de la
muerte, en el fracaso, en el trabajo... El hombre religioso solicita
así a Dios lo que ya en el pensamiento bíblico primitivo se entiende
por bendición: se pide a Dios que bendiga la vida para que las cosas
vayan simplemente bien. Se acepta un mundo en que existe el Mal, pero
se confía también en que Dios puede intervenir puntualmente y responder
al hombre angustiado. La dimensión transcendente es la salvación final
y definitiva más allá de la muerte. Dios puede así salvar lo humano más
allá de la corrupción más terrible y definitiva de la muerte. De ahí
que las religiones hayan ido casi siempre unidas a la idea de
perdurabilidad del ser humano más allá de la muerte.
Perdurabilidad y culto a los muertos. La idea
de perdurabilidad, obra
del poder salvador de la Divinidad, que acabamos de mencionar, va casi
siempre unida al culto de los muertos. Hemos mencionado antes la
angustia ante el dramatismo de la vida, pero hay un dramatismo quizá
peor por el que todos pasan: el de ver perecer y sufrir a las personas
queridas. La fuerza del amor hace que el ser humano no se resigne a
pensar que aquellos que ha amado han perecido por siempre y ya no
existen en absoluto. La ternura existencial de la madre ante el hijo
que sufre y muere no se resigna. Por ello, se dejará llevar por la
experiencia religiosa de que el poder salvador de la divinidad acoge a
los muertos. Estos pasan a pervivir en una dimensión numénica o divina,
y son objeto de un culto enmarcado en las vivencias religiosas. Ya los
neandertales de la cueva de Shanidar en Irak, descubiertos hace ya
muchos años por Solecky, enterraban a sus muertos ritualmente y los
cubrían de flores. El descubrimiento de las actitudes más antiguas de
la religiosidad ha ido así unida al culto a los muertos. Culto que se
repetirá y presentará rasgos variados en la mayor parte de las
religiones históricas y modernas.
Sacrificio. La religiosidad supone, como hemos
observado, reconocer que
ese ámbito numinoso o divino tiene una potencialidad salvadora, que
afecta a lo transcendente, pero también a lo inmediato. El hombre
entiende así que su relación con lo divino depende de su voluntad
personal de estar religado, de aceptar el mundo tal como es y
disponerse alegremente a someterse a la salvación obrada por la
Divinidad. Esta dimensión religiosa es la más poderosa para obrar la
bendición de la vida: es el poder de lo numinoso y de lo divino. El
individuo se siente así movido a mostrar a la enigmática Divinidad su
entrega total e incondicionada: se pone a la Divinidad por encima de
todo otro interés o beneficio inmediato; es decir, se antepone a
cualquier otra instancia de salvación o beneficio. El sacrificio es así
la forma, repetida en casi todas las religiones, en que el hombre
muestra su entrega al poder divino: se renuncia a bienes inmediatos, a
algo significativo para el hombre que se sacrifica, como signo de la
prevalencia de la entrega a lo divino. El signo sacrificial se
constituye así en ofrenda de la voluntad humana a lo numinoso. No es
solo el sacrificio de animales u otros bienes importantes. En
ocasiones, en religiones primitivas o en ritos religiosos de un tipo u
otro, el sacrificio se realiza de tal manera que permite leer signos de
respuesta de la voluntad divina y sobre el futuro (recordemos, por
ejemplo, los ritos auspiciales en la antigua Roma). Esta especie de
mercantilismo o negociado de lo religioso (ofrenda para conseguir la
benevolencia divina) se da en todas las religiones (verbi gratia, las
velas en el catolicismo o el giro de las ruedas del destino o los ritos
budistas para aplacar a los devas). La idea de sacrificio, unida a la
experiencia de "culpa" (por no haberse religado a Dios y haber
desconfiado de la "salvación") es esencial en la casi totalidad de las
religiones.
Experiencia numénico-divina. La religiosidad
crea en el individuo una
tensión hacia el diálogo con la Divinidad. El sacrificio, y las
liturgias de petición o aplacación, son intentos de diálogo con la
Divinidad. El hombre religioso supone que la Divinidad "escucha" y, por
ello, tiene una tensión potente hacia el diálogo con Dios. Que Dios
intervenga y salve depende de un diálogo en que interviene el hombre
como factor esencial. Este habla emitiendo lenguaje o con su "voz
interior" para dirigirse a Dios y se siente respondido: a veces por
medio de acontecimientos externos (verbi gratia, en los auspicios) ,
pero en la mayoría de los casos por una mistérica voz interior que
produce sensación de paz, de armonía, de unión ontológica a esa entidad
enigmática numinosa y divina. Es frecuente que la religiosidad
conduzca, pues, a experiencias interiores que denominamos "místicas",
de trance o incluso de éxtasis, en la fenomenología de la religión. La
religiosidad se convierte así en una experiencia interior de apertura y
diálogo con una Divinidad que acompaña en la vida, y que se convierte
en una dimensión esencial a la que el hombre se siente obligado a
prestar lealtad y fidelidad absoluta. Estas dimensiones "místicas" o
"experiencia religiosa" se encuentran en casi todas las religiones:
cristianismo, islam, judaísmo, hinduismo o budismo. Hoy en día
conocemos, como después indicaremos, las huellas neurológicas que la
experiencia religiosa ha dejado en el ser humano.
Entrega confiada. Una consecuencia de todo lo
anterior es el refuerzo
existencial de la confianza religiosa en la Divinidad. El dramatismo y
caos de la existencia en el mundo, las penalidades de todo tipo y el
escenario final de la truncación y de la muerte, no son obstáculo para
que el hombre religioso se entregue confiadamente a la Divinidad. Se
produce aquí una confianza ciega. Es como si esta entrega confiada
fuera la prueba definitiva en que se hace valer la decisión humana de
jugárselo todo en la entrega al poder salvador de la Divinidad. Es una
entrega que se refuerza por las experiencias religiosas interiores,
místicas, por el ejercicio del sacrificio y por las prácticas de los
ritos religiosos en general. Se trata de una confianza no racional,
sino fundada en la experiencia personal. La religiosidad es ante todo
emocional y vivencia!, cuando nos referimos al hecho individual
religioso. El que sea emocional no quiere decir, después lo veremos,
que detrás de lo religioso pueda, o no, existir un fundamento real que
le dé sentido y que pueda estar siendo ya difusamente intuido por el
hombre religioso. Pero debemos insistir en que la religiosidad no es
ante todo un constructo racional frío, sino una intuición vivencia! no
organizada reflexivamente que se estabiliza como experiencia emocional.
Comunión interhumana. La religiosidad es
vivida casi siempre como una
experiencia de comunión interhumana. El individuo religioso se siente
vinculado a una experiencia comunitaria: es la familia, el clan, el
grupo, la comunidad, la nación... , la que siente la misma experiencia
y refuerza así a cada uno de sus miembros a iniciarse en ella. La
religión comenzó en tiempos ancestrales de la historia y se transmite
con constancia y firmeza. Pasa de padres a hijos, de generación en
generación. En parte, responde a memes transmitidos y tiene, por tanto,
una estructura memética; esto es incuestionable, es un hecho y no
prejuzga el sentido o sin-sentido de lo religioso. Por tanto, en lo
religioso se conjugan dos elementos que se complementan: la experiencia
individual insustituible y la experiencia de comunión interhumana. Es
la primera la que produce la segunda; pero la segunda, una vez
constituida, refuerza el acceso y consolidación de la experiencia
individual.
Profetismo. La religiosidad vivida
comunitariamente genera casi siempre
la aparición de "profetas". El profeta se siente así como vehículo
especial de comunicación con la Divinidad. Pero no se trata de un don
individual, sino social. La voz de la Divinidad resuena a través del
profeta pero se dirige a la comunidad e ilumina el futuro. En ocasiones
se trata de mensajes que se enmarcan en circunstancias muy concretas y
especiales de la comunidad. En otras ocasiones se trata de mensajes
"revelación" que señalan de forma más general y permanente aspectos de
la naturaleza cósmica, de la Divinidad y del sentido ritual del
comportamiento religioso. A veces el profeta se convierte en "medium"
que entra en "trance" y conecta con la Divinidad públicamente durante
rituales místicos religiosos. El profeta es, sin duda, la persona que
vive con fuerza extraordinaria lo religioso y así es identificado por
la comunidad. Esta lo reconoce, le cree y sigue sus enseñanzas con
veneración. En este sentido los profetas se convierten en algo así como
líderes de la experiencia religiosa. Son un modelo viviente de cómo la
religión llega a poner en contacto al individuo con un Dios que oye al
hombre, le responde, le orienta en el curso de la vida y le salva. La
comunidad religiosa ve en el profeta una manifestación palpable de la
Divinidad.
Religión. La experiencia religiosa vivida
comunitariamente acaba en la
formación de las religiones. Así ha sido históricamente. En ocasiones
los profetas han jugado un papel determinante en su nacimiento. Es el
caso, por ejemplo, del budismo y del islamismo; y también del
cristianismo. Por ello, al organizarse socialmente la religión produce
una serie de figuras -sacerdotes, liturgias, prácticas rituales,
mediaciones de todo tipo... - que vehiculan poco a poco la práctica
religiosa de los individuos. La religión llega a jugar incluso un papel
esencial en el orden político: Dios ampara al pueblo religioso, el
monarca es el caudillo del pueblo y, por ello, es el "ungido" iluminado
por Dios para gobernar rectamente. Llega un momento en que toda
experiencia personal religiosa se siente forzada a realizarse dentro de
los moldes de la religión que socialmente le vincula. Si no lo hace así
se siente responsable de infidelidad a lo divino, ya que considera su
religión como resultado de la relación religiosa real de la comunidad
con un Dios que se ha manifestado por los profetas y por la tradición
de su comunidad. Han sido las religiones organizadas las que han
dirigido la construcción de sistemas de pensamiento complejo para
razonar y explicar los contenidos teológicos de su cosmovisión propia.
Pensemos, por ejemplo, en la tradición filosófica del budismo, de
increíble complejidad y escuelas variadísimas. Pero estas filosofías y
teologías de la religión han aparecido en la historia con posterioridad
a una tradición religiosa ancestral que sigue presente en los creyentes
y constituye el eje vertebral de lo religioso. Como antes decíamos lo
religioso no es una filosofía racional, sino una experiencia emocional
de vivencia de lo numinoso-divino que nace en tiempos primitivos en que
lo intelectual estaba poco desarrollado. Por tanto, es un hecho
fenomenológico que la experiencia religiosa se nos presenta casi
siempre vivida en el contexto social de las religiones socialmente
establecidas.
Conclusión: originalidad personal de la
experiencia religiosa. En esta
fenomenología del hecho religioso hemos descrito rasgos que por lo
común se presentan siempre en la experiencia religiosa. Pero debemos
insistir en que en ocasiones no se presentan todos y cada uno de estos
rasgos. En el fondo lo religioso es siempre algo propio,
intransferible, original, que toma en cada uno de los individuos
perfiles definitorios personales. De la misma manera que cada "sistema
personal de sentido" es intransferible y fruto de la creatividad de
cada hombre para con su propia vida, así también los "sistemas
religiosos de sentido" (dentro de cada SPS) son propios de cada
individuo. Sea esto dicho con la matización, ya expuesta, de que, sin
embargo, la experiencia religiosa ordinaria suele entrar dentro de los
perfiles descritos, aunque sea en mayor o menor grado, intensidad,
cualidad, y según especificaciones personales. Además, la conexión
religiosidad-religión tiende a unos rasgos comunes de identificación
social.
Concretando, hay sentimientos numénicos y teísmos. Hay también
sentimiento de religación, pero no siempre; en este caso hablaríamos de
teísmo no religioso, no vinculado a la Divinidad, independiente y
volcado a sentidos más inmediatos. Por ello mismo los temperamentos
menos dados a la religiosidad son también de poco talante sacrificial,
litúrgico e incluso orante y místico. Es obvio, además, que hay
religiosidades más autónomas, personales, independientes, no vinculadas
a religiosidades históricas, hasta llegar incluso a posiciones críticas
con relación a estas. Todo esto lo damos por supuesto. Por último, no
se puede tampoco atribuir para siempre una forma de religiosidad (o no
religiosidad) a una persona: puede darse una evolución y transformación
sustancial de la persona, sea pasando de no-religiosidad a religiosidad
(o viceversa), de una intensidad a otra, de unas formas a otras.
Religiosidad y religión evolucionan dinámicamente a lo largo de la
biografía personal y de la historia en su conjunto.
2.2. Neurología del hecho religioso
La religiosidad es un hecho antiquísimo, prehistórico. En el hombre de
neandertal se dio ya la religiosidad y muy probablemente en grupos muy
anteriores del homo erectus heidelbergensis. No hay dudas tampoco de la
religiosidad del homo sapiens sapiens. Las civilizaciones primeras que
nos introducen en la historia fueron también religiosas y en ellas se
recogió la tradición religiosa del hombre primitivo. No es, pues, de
extrañar que la religiosidad haya dejado su huella en el sistema
neuronal humano. Veamos primero los hechos y pasemos después a su
interpretación.
Neurología de lo religioso. El hecho es que la
neurología moderna ha
conocido la existencia de ciertas localizaciones neuronales que al
activarse producen la experiencia religiosa. Entre otros, los
profesores Persinger, O, Aquilli y Newberg han contribuido a divulgar
en América la idea de una mente o cerebro místico (The Mystical Mind),
tal como también ha hecho repetidamente Ramachandran. En España García
Albea relacionó ya la epilepsia de santa Teresa con sus
predisposiciones místicas y el profesor Rubia ha escrito hace poco
sobre La conexión mística. Francisco Mora se ha referido también a la
neuroteología (verbi gratia, en Neurocultura, 2008). Se trata de
localizaciones cuya activación en ocasiones produce también la llamada
hiperfilosofemia (impulso incontrolado a filosofar de forma no
pertinente y absurda). Se sabe que estas localizaciones se hallan en
ciertas capas interiores del lóbulo temporal que miran y conectan con
las partes emocionales del sistema límbico (principalmente la
amígdala). Hoy en día se ha ampliado la zona: se habla del lóbulo
temporal, en efecto, pero conectando hacia las zonas frontales e
incluso parietales (un poco hacia arriba). En algunos casos de
epilepsia localizada sobre esas zonas la tormenta químico-eléctrica que
hiperactiva los engramas allí construidos tiene como consecuencia la
aparición de hiperreligiosidad, y en ocasiones también de la antes
mencionada hiperfilosofemia. La experiencia producida crea en los
individuos una sensación de enorme bienestar corporal, de fusión con el
cosmos, de pérdida de sí mismo en una armonía cósmica que va unida
también a una extraña sensación mística de presencia de lo numénico y
de lo divino. Es algo así como el trance de armonía vivencia!
transformadora que se vive al quedar sobrecogido por los acordes de una
sinfonía. Es como si la numinosidad cósmica en que alienta la divinidad
se manifestara en el interior del propio psiquismo y se tuviera la
sensación de verse arrastrado por una luz que revela la verdad profunda
del universo. Así se expresan, en efecto, haciéndolo más o menos en
estos términos, los individuos afectados, como puede verse en la
descripción de pacientes divulgada por Ramachandran.
Significado de la neurología religiosa.
Notemos que la existencia de
estas localizaciones neuronales conectadas con lo religioso (o
filosófico-metafísico) es una evidencia empírica. Otra cuestión es su
interpretación: ¿qué significa, qué dice de la realidad este hecho
experimental? En primer lugar hay quienes consideran que el hecho
demuestra que la religión (Dios) no tiene significado: lo religioso es
pura neurología, un constructo de la mente producido ancestralmente que
nos condiciona, pero que no responde a resultado alguno de la
racionalidad moderna. En segundo lugar hay también quienes argumentan
en sentido contrario; estas localizaciones prueban que la comunicación
con Dios ha sido un hecho en la historia humana, hasta dejar incluso
una huella neuronal irrebatible; la neurología muestra así la
importancia de lo religioso en la especie humana y la verosimilitud de
que detrás de estas experiencias pudiera esconderse la presencia real
de "lo divino".
Existe una posición intermedia, que nosotros apoyamos, distanciada de
los dos radicalismos mencionados. Lo único que parece poder inferirse
con cierta seguridad es que el comportamiento religioso ha estado tan
presente en el hombre primitivo que ha llegado a producirse una
localización neuronal (cognitivo-emocional) para la experiencia
religiosa. Hagamos una comparación: una vez que el psiquismo humano
llegó a su estado de madurez, tanto por la presión de una razón
naciente como por las presiones sociales, se fueron produciendo
localizaciones neuronales para gestionar el lenguaje (áreas de Broca y
de Wernicke). Lo más probable es que con lo religioso pasara igual. El
psiquismo racional humano comenzó a referirse a lo último, lo
metafísico (conectado con lo emocional) y en ese marco se formaron las
hipótesis religiosas que se transmitieron socialmente. Este tipo de
vivencias fueron hasta tal punto importantes y persistentes que
acabaron produciendo un lugar especializado en el cerebro para
gestionarlas. Lo que el puro hecho neurológico prueba no puede ir más
allá de atribuir a ese ámbito religioso una presencia inequívoca en la
especie humana desde sus orígenes remotos (que no sabemos si fue en los
primeros pasos del homo erectus, en el heidelbergensis,
en el neandertal o en el sapiens sapiens).
Sin embargo, ¿qué se esconde detrás de este hecho neurológico y qué
significación debemos atribuirle desde nuestro tiempo, asistidos por la
ciencia y la filosofía actual? La forma de responder a esta pregunta va
más allá del puro hecho neurológico en sí mismo, incluyendo nuevos
factores argumentativos de naturaleza filosófica de mucha mayor
amplitud. Hay quienes hoy responden diciendo: la religión no puede
fundarse en un análisis racional de la realidad y, por tanto, la
religiosidad surgida primitivamente debe considerarse una ilusión, un
error, una construcción útil de la mente humana, con soporte
neurológico, que se explica porque cumplió funciones beneficiosas,
personal y socialmente. Pero es posible responder también de otra
manera; la religión responde a posibilidades ofrecidas por el mundo
objetivo, hoy apoyadas por la ciencia y la filosofía, y que el hombre
primitivo en alguna manera intuyó con acierto, aunque confusamente. Las
localizaciones neurológicas de las vivencias religiosas, por tanto,
serían así el medio psíquico para una conexión humana con lo numénico y
divino, entendido como fondo ontológico del universo.
Y sabemos que el hecho religioso ha sido interpretado por unos de forma
negativa y por otros positiva; no es este el momento de discutir y
matizar ambas posiciones, ya que lo haremos seguidamente y a lo largo
de todo nuestro discurso. Pero no queremos concluir esta referencia a
la neurología de la religión sin hacer una observación importante: no
hay manera de evitar que la religiosidad esté dentro de nosotros.
Podemos tener mayor o menor predisposición a ella, ya que todo humano
tiene perfiles deferenciales inequívocos. Hay cerebros fríos
religiosamente; pero otros están hiperactivados. Es posible incluso que
la epilepsia cree en algunos una especial inclinación y facilidad a la
experiencia religiosa, y en ciertos casos hasta llegar incluso a
manifestaciones anormales. Es posible que con el ejercicio de la razón,
y bajo la influencia de los sistemas culturales de sentido no
religiosos (hoy presentes masivamente en nuestra cultura moderna),
seamos capaces de controlar y reducir a inoperancia nuestras tendencias
religiosas profundas (y lo haremos con mayor facilidad cuanto más
débiles sean estas neuronalmente). Pero lo religioso está ya ahí, en
nuestra mente, en nuestra neurología fáctica, y en el momento en que
menos lo pensemos, ante un fracaso, una enfermedad, por la vejez, o por
lo que sea, será posible que nos veamos de pronto atrapados por la
reverencia temblorosa ante el enigma numinoso y divino del universo, y
nos sintamos estremecer por el escalofrío de una experiencia religiosa
que creíamos totalmente controlada desde una cultura superior.
2.3. Interpretaciones históricas del hecho
religioso
Que el hecho religioso es algo real producido en la historia con rasgos
fenomenológicos objetivos no parece poder ponerse en duda; de hecho
nadie sensato lo hace. Que la neurología moderna haya constatado además
las evidencias mencionadas es también algo empírico que, como tal,
tampoco puede ponerse en duda; nadie sensato, que sepa de qué habla y
no mezcle las cosas, lo niega. Sin embargo, como acabamos de indicar,
el puro hecho religioso "fenomenológico" no lleva en sí mismo eo ipso
su propia interpretación en profundidad: es decir, argumentada desde el
grado de madurez del conocimiento y del pensamiento humano, en ciencia,
filosofía y teología, que hoy podemos alcanzar desde nuestra cultura
avanzada del siglo XXI. Lo que se esconde detrás del hecho religioso
podría entenderse de diversas maneras. Además, no se trata solo de
cuanto podamos decir nosotros hoy (que es lo principal) sino de que esa
valoración profunda de lo religioso fue abordada ya en otros momentos
anteriores de la historia de la cultura desde sus perspectivas propias.
Nuestra opinión sobre la valoración que hoy podemos hacer será expuesta
a lo largo de estas páginas. Pero ahora nos centraremos simplemente en
recordar con rapidez qué han supuesto las interpretaciones del pasado,
que aquí llamamos históricas.
Valoración positiva de la religiosidad. En
ella, mediante argumentos
propios, se considera que el hecho religioso fenomenológico responde a
ciertas posibilidades objetivas, dadas en la naturaleza del universo,
de la vida y del hombre. En la religiosidad, por tanto, no se pierde la
congruencia con la realidad. Si vivir con sentido es estar adecuado a
las posibilidades ofrecidas por la realidad objetiva, la religión se
considera entonces con "sentido". Si significación es también todo
signo conectado con lo real que nos confiere "sentido", la religión es
entonces también "significativa". La religiosidad, como decíamos, no es
germinalmente razonamiento ordenado sino una vivencia de conexión con
lo numinoso-divino. Pero la religiosidad ha producido la formación
social de las religiones y estas han producido filosofías y teologías
que han argumentado que la religiosidad tiene un sentido y una
significación que le confieren dignidad humana: no es una "alienación",
una ficción ilusoria que desconecta al hombre de lo real. El
cristianismo, el budismo, el hinduismo, el judaísmo, el islamismo,
tienen en esta línea sus argumentaciones propias. Advirtamos que no
siempre se trata de "demostrar" que el comportamiento religioso sea
"correcto" o "verdad"; la mayor parte de las religiones, o al menos sus
grupos más representativos, se contentan con argumentar que se trata de
una opción viable dentro de las posibilidades ofrecidas por un universo
enigmático y misterioso. Por lo general, las religiones no
"demuestran", sino que muestran su significación (signos de
verosimilitud) y su sentido (coherencia con lo real). Al hombre le es
posible ser auténticamente "hombre" y dar a la vez un sentido religioso
a su vida.
Valoración negativa de la religiosidad.
Consiste en argumentar que lo
religioso no está posibilitado por la realidad objetiva y, por tanto,
debe considerarse una ficción ilusoria de la mente humana, inducida por
ciertas compensaciones o beneficios existenciales y sociales producidos
por ella. En ocasiones se valora negativamente la religiosidad, pero
otras veces esta valoración negativa va dirigida solo a las religiones
socialmente vigentes. Es de sobras conocida la crítica de lo religioso
surgida sobre todo en la cultura moderna (aunque también se dio antes).
Podemos recordar la crítica marxista (la ilusión del hombre indigente
sostenida como sobreestructura ideológica), la psicoanalítica (la
ilusión del Super-Padre como neurosis colectiva nacida de la
frustración), la positivista y analítica (la ilusión que sustantiva en
el lenguaje como "Dios" emociones de un hombre indigente y
cognitivamente inmaduro), la vitalista (la ilusión de un Padre Supremo
que anula las ganas de vivir y de asumir la responsabilidad humana
autónoma y libre). Estas críticas "clásicas" del XIX-XX tienen siempre,
además, su fundamento en la crítica filosófico-científica: la razón
científica, apoyada por la razón filosófica, no permite argumentar ni
la existencia de lo numinoso, ni de Dios, ni de los dioses. No existen
evidencias objetivas en absoluto que permitan inferir la existencia
real de aquellas entidades en que se fundamenta la experiencia
religiosa. Por consiguiente, como esta existe y es un hecho histórico
se debe explicar qué ha producido el nacimiento de las religiones. Si
estas son "alienación", entonces las teorías explicativas del
nacimiento de las religiones serán "teorías de la alienación''
(alienación por indigencia, por frustración afectiva, por el lenguaje
religioso, por cobardía humana ante la vida). Las críticas a lo
religioso son ya conocidas ampliamente, y no queremos insistir aquí en
ellas.
El hecho de la no religiosidad y de la increencia.
Son dos hechos hoy
no menos reales que la religiosidad. Aunque siempre se dieron, incluso
en épocas intensamente religiosas, ha sido en la modernidad (desde el
XV-XVI en adelante) cuando estas dos posibilidades tomaron una
presencia social incuestionable. Ya hemos hecho antes alusión a ellas.
Digamos, por último, que, de la misma manera que hemos analizado en
detalle la fenomenología del hecho religioso, también ahora cabría
hacerlo del hecho de la no religiosidad y de la increencia. En
principio digamos solo que no se trata primordialmente de persuasiones
intelectuales basadas en un ejercicio profundo de la razón: son, como
pasa en la religiosidad, talantes vivenciales y actitudes personales.
En la no religiosidad el sujeto está absorbido por sistemas de sentido
inmediatos y le parecen lejanos los sentidos metafísicos. No es que se
sea formalmente ateo o increyente, pero de hecho se vive al margen de
lo religioso, de un mundo que no le interesa y del que cree poder
prescindir en su vida real. En la increencia, en cambio, el sujeto es
consciente de que no cree ni en lo numinoso, ni en Dios, ni en las
religiones y asume responsablemente su increencia. Es consciente de que
hay ciertos argumentos que le justifican, pero que, en la mayoría de
los casos, no están avalados por una preparación personal y una cultura
que le den una cierta profundidad en los análisis.
a) En la fenomenología de la indiferencia y de la increencia religiosa
destaca un rasgo repetido con gran frecuencia (aunque no siempre): la
amargura ante la indigencia humana, ante el sufrimiento, ante el mal en
general, y la incomprensible indiferencia de un posible Dios ante el
caos y dramatismo de la historia. Recordemos, por ejemplo, que el
budismo es numinoso pero ateo, sin Dios, porque cree incompatible el
sufrimiento con la idea de lo divino, o, al menos, no se atreve a
afirmar a Dios.
b) Otro rasgo frecuente es el refuerzo de la actitud increyente por la
crítica a las religiones establecidas: se trata en muchos casos de una
incompatibilidad vivencia! total con las religiones, sus
filosofías-teologías, con sus ritos, con sus representantes y con sus
contradicciones sociales. Hay individuos que están emocionalmente
contra la "religión" y "lo clerical" (y a veces con una emotividad no
siempre equilibrada).
c) En todo caso debemos observar que la increencia, al igual que la
religiosidad al derivar a la religión, hace un esfuerzo intelectual por
hallar la ciencia, la filosofía, e incluso la "ateología" (permítasenos
esta expresión aquí contextualmente impropia, pero sin duda sugerente)
de su propia "increencia". Así, la historia de la valoración negativa
de la religiosidad, mencionada en el párrafo anterior, muestra muchas
de las escuelas de esta "ateología" de la increencia. Por lo general el
sujeto serio, consciente y responsablemente increyente (no hablamos del
increyente exhibicionista por moda social que no sabe de qué habla),
juzga subjetivamente su posición increyente ante lo religioso como más
coherente con los resultados de la filosofía y de la ciencia.
d) Finalmente digamos que el indiferente, pero sobre todo el
increyente, insisten en que no tienen ninguna sensación de emoción ante
lo numinoso o lo divino. El increyente suele ser frío ante esa
sensibilidad religiosa tan aparatosa y emocional en la mayor parte de
la humanidad. En este sentido, sus centros neurales de la religiosidad
están en ellos al parecer desactivados, probablemente bajo el control
racional de un "sistema personal de sentido" y una influencia social
que les coloca al margen de la religiosidad. Todo es perfectamente
posible y debe admitirse la relación hecha por el increyente al dar fe
de su frialdad interior religiosa.
Seguridad de creencia y de increencia. ¿Qué
seguridad tienen creyente e
increyente en la "verdad" de su respectiva posición metafísica? Si se
habla de "seguridad racional" debemos recordar que, en siglos pasados,
tanto creencia (en todas las religiones) como increencia, se movían
dentro de lo que en epistemología se llama "dogmatismo": seguridad
racional absoluta de la propia verdad. En la segunda mitad del siglo XX
la epistemología moderna propició una extensión socialmente masiva de
una actitud crítica, moderada, tolerante, ilustrada, que insiste en que
las cosas no son siempre inequívocamente claras y el mundo sigue siendo
un enigma. Caben muchas opiniones diferentes que deben ser respetadas.
Esto no es relativismo, ya que cada uno debe construir "su" verdad y
comprometerse establemente con ella; es simplemente el reconocimiento
objetivo de la problematicidad intrínseca del conocimiento humano. El
individuo no es relativista ya que tiene su propia metafísica, bien sea
teísta o ateísta, y se compromete con ella con firmeza; el pluralismo
es un término apropiado que describe bien el hecho de una sociedad en
que coexisten "pluralidad" de metafísicas, ideologías y religiones.
Este estilo tolerante de nuestro tiempo ha influido sin duda en
corrientes de la creencia y de la increencia contemporánea moviéndolas
a superar el dogmatismo, aunque no siempre con éxito. Sectores muy
amplios de la creencia y de la increencia actual están todavía en un
dogmatismo racional declarado con firmeza. Sobre esto deberemos volver
de nuevo a lo largo de este escrito.
En ocasiones se observa, sin embargo, de acuerdo con cuanto hemos
expuesto, que creencia e increencia no son en su base un análisis
racional, sino una vivencia personal. Se afirma entonces que la
seguridad se deriva de la experiencia subjetiva, aunque el creyente la
tenga en una línea y el increyente en otra. Lo subjetivo tiene solo
validez para el propio sujeto. Este, en efecto, llega a la certeza y
seguridad subjetiva total de su creencia o increencia; pero el ámbito
de validez de esta persuasión no puede ir más allá del propio sujeto
por la naturaleza misma de las cosas. En realidad, una fenomenología de
creencia y de increencia nos las muestra socialmente seguras de su
posición, aunque no siempre se matice cómo contribuyen a ello razón y
experiencia. Es más una seguridad de actitud, de talante, que de
conocimiento absoluto. Lo fundamental es la experiencia religiosa o el
talante no religioso; la argumentación filosófica ha sido también
aportada tanto por las religiones como por la no religiosidad, pero no
es, a nuestro entender, lo más importante. Más adelante volveremos con
mayor precisión sobre estos extremos.
3.
Preguntas críticas por el "hecho religioso" desde la sociedad
El "hecho religioso", por tanto, es una realidad incuestionable como
tal: como pura modalidad del comportamiento humano que se constata en
cualquier descripción fenomenológica de la sociedad. Aunque son
posibles también la no religiosidad y la increencia, sobre todo en la
cultura de la modernidad, el hecho social de la religiosidad
mayoritaria es una evidencia fuera de toda duda. Una de las
características fundamentales de la modernidad -de la cultura que
comienza en el romanticismo-ilustración de los siglos XVI-XVII- es la
aparición de un proceso ininterrumpido de emancipación social y
existencial frente a la religión, e incluso también, aunque en menor
medida, frente a lo religioso. El ateísmo, el agnosticismo y, con mayor
impacto, la indiferencia religiosa de gran parte de la población han
hecho entrar en crisis el "hecho religioso cristiano" que durante
siglos había dotado de sentido la vida individual y la organización
socio-política de las naciones. La modernidad ha mirado con "sospecha"
el mundo cristiano y este se ha sentido agredido y ha entrado en una
profunda crisis social.
En todo caso es incuestionable la gran importancia social, política, e
incluso económica, de las creencias religiosas. En la actualidad la
inmensa mayoría de la sociedad sigue siendo todavía creyente, incluso
en las sociedades avanzadas, aunque en muchos casos la relación de los
estados (laicismo) y de los individuos con las religiones establecidas
sea tenue. La influencia social de la religión en las formas de vida
tradicionales de muchos países sigue siendo hoy decisiva. En política
la religiosidad es también esencial en naciones todavía teocráticas
(verbi gratia, las islámicas) y sigue influyendo en el voto político de
muchos ciudadanos en los países democráticos (verbi gratia, en Estados
Unidos).
Lo religioso es tan importante que, nos guste o no, es inevitable
interesarse por ello. Es la sociedad, como conjunto, la que debe y
tiene que interesarse por la religiosidad y por las religiones. Es
posible que un sujeto individual no-religioso o increyente no quiera
interesarse por lo religioso en lo referente a su vida personal. Es lo
que ha pasado con el movimiento secularizador moderno que ha hecho
entrar en crisis la religión cristiana en los países occidentales. Pero
ahora estamos diciendo que todos, los religiosos y los no religiosos,
como parte comprometida con una sociedad responsable, interesada en el
conocimiento, deben preguntarse por lo religioso por las mismas razones
por las que nos interesamos por cualquier otra realidad objetiva. Sería
el enfoque neutro y, en principio, objetivo. ¿Por qué? Pues simplemente
porque, al margen de nuestras convicciones personales, no es posible
ignorar que la religión es un protagonista tan decisivo del mundo real
del que formamos parte.
3.1. Preguntas y perplejidades sociales ante
lo religioso
La religiosidad humana y las religiones han sido también observadas y
estudiadas en las ciencias humanas y en la filosofía para producir
conocimiento objetivo sobre ellas. No han dejado nunca indiferente a la
sociedad que se ha formulado, se formula y se seguirá formulando una
serie de preguntas sobre el fenómeno religioso. Pero no solo preguntas,
sino también la formulación de perplejidades racionales en torno a la
religión que no tuvieron explicación en el pasado ni la tienen en el
presente. A estas preguntas y perplejidades, tal como hoy se formulan
en una perspectiva social y neutra, nos referimos seguidamente. Todo
ello refleja la "sospecha" de la sociedad sobre lo religioso.
La existencia de lo numinoso y de lo divino.
Lo religioso depende en
todo caso de ciertas entidades que se consideran existentes, bien sea
Dios o, en todo caso, lo numinoso. Lo religioso depende de esas
"realidades". Sin embargo, la verdad es que nunca han sido vistas,
constatadas como un fenómeno: como algo que aparece y se manifiesta con
evidencia. Solo la pretendida experiencia de las personas religiosas
(experiencia interior e intransferible) nos habla indirectamente de su
existencia. Pero esta experiencia humana subjetiva podría responder, o
no, a la existencia de Dios o de lo numinoso. Se trata, pues, en último
término, de un misterio, de un enigma; unos piensan que sí y otros que
no, ya que, como sabemos, la valoración social está dividida. Es el
enigma de si realmente existen lo numinoso y lo divino. La
religiosidad, nuestra o de otros, nos hace convivir a todos con un
enigma metafísico que deja perpleja a la sociedad al constatarlo
objetivamente y tratar de conocerlo. A todos, incluyendo a ateos,
agnósticos y no creyentes en general. Es inevitable.
Perplejidad ante la diversidad de religiones.
Si lo religioso responde
a un sentido objetivo surgido de la naturaleza y de la condición
humana, sería de esperar que sus manifestaciones tuvieran una cierta
unidad, una cierta coincidencia. Y así es, en efecto, en un cierto
grado. Por ejemplo, se repite siempre una idea de Dios (o de los
dioses) más o menos congruente. Sin embargo, si se consideran el
conjunto de las religiones, el análisis objetivo recibe un impacto de
extraña diversidad que nos deja en la perplejidad. Si nos fijamos solo
en las tres grandes religiones monoteístas - judaísmo, cristianismo e
islamismo-, vemos que las tres presentan la convicción firmísima de
fundarse en una revelación, para ellas incuestionable, que funda su
verdad. Sin embargo, sus contenidos y creencias, sus ritos, su camino
de salvación, son muy distintos, perplejamente diferenciados entre sí.
¿A qué atenemos? ¿Son revelaciones que provienen del mismo Dios? En la
forma de hablar la iglesia católica cuando se dirige a la sociedad en
su conjunto, por ejemplo, se muestra una persuasión subjetiva de la
posesión de la verdad (verdad que se expresa ignorando el parecer de
las otras religiones). Pero el observador social imparcial, objetivo,
desde fuera, ve que unas religiones dicen una cosa y las otras otra.
¿Qué es entonces lo humano y lo divino en este mundo complejo y
divergente, al menos, de la enorme diversidad histórica de las
religiones? La perplejidad social ante la existencia, o no, de lo
divino queda así intensificada por la perplejidad ante la diversidad y
divergencia del mundo de las religiones, con doctrinas diferentes y
cada una persuadida de su "verdad". Si lo divino existe y ha hecho acto
de presencia en la historia humana de las religiones, ¿dónde está
realmente? ¿No será que en realidad no está en ninguna parte y las
religiones son un "producto humano"? Las religiones, por tanto,
consideradas en su conjunto objetiva y comparativamente, dan la
impresión de ser "producto humano" y no dejan fácilmente vislumbrar "lo
divino" en la letra pequeña de sus diversidades. No son así un criterio
para saber si Dios realmente existe, ya que muchos factores nos inducen
a pensar que pudieran ser una pura creación de la mente humana. El que
las religiones aparezcan como "invención humana" no excluye que Dios
pudiera existir, pero ciertamente el caos religioso es un factor
importante en la "sospecha" global de la modernidad sobre el mundo de
las religiones.
La valoración de las teologías. Esta
perplejidad ante lo religioso
quizá pudiera aminorarse cuando, más allá de un puro contacto
sociológico con las religiones, entráramos en la ponderación profunda
de sus teologías, en el sentido de que quizá en ellas halláramos esa
unidad y coherencia de las religiones como manifestación de un
hipotético único Dios. Para ello, por tanto, la observación objetiva de
la sociedad se dirige a las teologías de las diferentes religiones para
ponderar su significado. El resultado objetivo es que cada religión
sigue su camino, normalmente con ciertas pretensiones de universalidad,
más o menos radicales, que, aunque intenten "respetar", no acaban de
"comprender e integrar" la vía de salvación de las demás. Sabemos que
hoy existen conversaciones ecuménicas o interreligiosas, pero no han
ido mucho más allá del respeto, del aprecio y de la cortesía. Este es
el hecho. Ni siquiera las iglesias cristianas acaban de entenderse
entre sí. Si las mismas religiones no entienden su unidad y
convergencia de sentido, ¿cómo va a entenderlo un análisis social,
imparcial y objetivo, científico que abarque el conjunto de las
religiosidades humanas? Las teologías (o sea, las explicaciones
racionales ofrecidas por cada una de las religiones) siguen dejando a
la sociedad en la misma perplejidad.
El examen de la religión ante la ciencia. La
aparición de la ciencia en
la modernidad y su impresionante desarrollo, sobre todo en los siglos
XIX y XX, hizo concebir la esperanza de que, entre otras cosas, podría
quizá contribuir a resolver las perplejidades persistentes ante el
fenómeno de la religiosidad y de las religiones. Si el conocimiento
preciso producido por las ciencias lograra "demostrar", o al menos
"argumentar", la existencia o no existencia de lo numinoso o lo divino,
entonces se habría dado un paso decisivo para salir de la perplejidad.
Un primer obstáculo a este objetivo surgió cuando la reflexión
epistemológica hizo entender que lo religioso afecta a una dimensión
metafísica última que no puede ser argumentada por la ciencia como tal,
sino por la filosofía. La ciencia puede producir, eso sí, resultados
que sean importantes para argumentar sobre lo metafísico; pero no es a
la ciencia, sino a la filosofía a la que compete argumentar esos
resultados. La ciencia como tal, por tanto, difícilmente podrá eliminar
de forma absolutamente "objetiva" las perplejidades religiosas. Es un
hecho que hoy, entrando en el siglo XXI, hay quienes usan resultados de
la ciencia para argumentar filosóficamente que Dios no existe. Pero hay
también otros muchos que con los mismos resultados argumentan, al
menos, la verosimilitud de la existencia de Dios (siendo también
científicos de incuestionable categoría y prestigio). La conclusión es
evidente: la ciencia no ha resuelto hoy inequívocamente las
perplejidades frente a lo religioso. Es más: la forma en que los
resultados científicos pueden ayudamos a clarificar la religiosidad,
las religiones y las teologías, sigue siendo otra perplejidad social
abierta. El examinador social de la religión ante la ciencia queda
perplejo ante el dictamen de esta y la discusión social abierta sobre
ello. Tampoco la ciencia ha resuelto las incógnitas acerca de la
religión.
El conflicto de las filosofías de la religión.
Las filosofías, en
efecto, según lo dicho, se han planteado el análisis de la
religiosidad, de la religión y de la idea básica de Dios. "Metafísica"
o "filosofía de la religión" son subdisciplinas clásicas en la
filosofía que, entre otras cosas, argumentan a partir de los resultados
de la ciencia. Pero la observación objetiva, desde arriba, de los
resultados de la filosofía de la religión es igualmente confusa. No hay
resultados convergentes. Hay filosofías de la religión favorables al
sentido de lo religioso, pero también hay otras filosofías
desfavorables. Las religiones (por ejemplo el catolicismo o el budismo)
han construido también su filosofía de la religión. A su vez, las
filosofías desfavorables constituyen el abanico de las conocidas
críticas científico-filosóficas a la religión en la cultura moderna:
desde Hegel al marxismo, psicoanálisis, vitalismo, neopositivismo y
filosofía analítica, críticas sociológicas y de la "teología de la
muerte de Dios", etc. Queremos insistir solo en una cosa: que la
divergencia entre las diversas filosofías de la religión nos mantiene
en la misma perplejidad social. No se trata, insistimos, de que cada
uno no pueda tener su opinión personal propia, "su" filosofía de la
religión, incluso quizá participada por otros. Pero, en conjunto,
considerándolo todo desde arriba para un análisis social objetivo, la
enorme diversidad y divergencia de las valoraciones filosóficas nos
hace ver que el problema sigue planteado. El enigma persistente de la
religión, como elemento del enigma último metafísico, sigue socialmente
abierto y sin resolver.
El silencio de Dios. Este término es ya
clásico y sirve para designar
el hecho de que ante este panorama de perplejidades frente a lo
religioso el "posible" Dios sigue en un silencio de fondo que nos
produce un nuevo perfil de perplejidad. Las religiones dicen tener
experiencia de lo divino; antes lo describíamos fenómeno, lógicamente.
Pero se trata de experiencias subjetivas que no son universales: por la
diversidad de religiones y por la existencia del ateísmo, de la
increencia y de la indiferencia religiosa. La consideración objetiva y
social del panorama global nos muestra una historia que parece puro
producto del hombre. Pero incluso para el hombre religioso, su
experiencia es enigmática, misteriosa y es compatible con esta misma
experiencia vital de enigma religioso. La divinidad, si existe, parece
haber abandonado a sí misma la historia humana. Este silencio, o
aparente indiferencia del posible Dios ante los eventos humanos, se
muestra en la incógnita de los humanos ante su último enigma
metafísico, ante la diversidad y divergencia de las religiones, ante el
hecho de que muchos hombres vivan en indiferencia o abominación de la
Divinidad. Pero este silencio divino, además, se hace más hiriente por
la indiferencia de la Divinidad ante el mal, el caos, el sufrimiento
humano. ¿Tiene sentido el silencio divino? Del silencio no se deduce
con certeza la no existencia de Dios. El hombre religioso incluso
soporta, como veíamos, este silencio. Pero el silencio de Dios es,
ciertamente, un nuevo e inevitable principio de perplejidad para el
análisis social objetivo de la religiosidad. Es el enigma y misterio
del silencio de Dios.
Mal, caos, sufrimiento en el proceso de la vida.
El llamado "problema
del mal" fue siempre un problema clásico de la reflexión filosófica
sobre Dios que, en el fondo, forma parte del "problema del silencio de
Dios". El sufrimiento humano personal y colectivo es inconmensurable.
El hombre religioso soporta el sufrimiento, como decíamos en la
fenomenología del hecho religioso. Pero también es verdad que pide
ayuda a Dios y recibe normalmente la respuesta del silencio. Es un
hecho. Ya desde el mismo Job el hombre se ha sublevado ante el
sufrimiento y muchos han acusado a Dios de haber hecho posible el mal
en el mundo. Como sabemos el budismo y gran parte de la filosofía y
teología del proceso giran en torno al problema del mal. En todo caso,
la indiferencia de Dios ante el mal, el caos, el sufrimiento en el
proceso de la vida ha sido y sigue siendo uno de los perfiles más
agudos de la perplejidad social ante el fenómeno religioso.
La fiabilidad del profetismo. La religiosidad
siempre se ha asentado
sobre profetas que se consideran modelos de experiencia religiosa de
una relación especial con Dios y, en ocasiones, incluso fundadores de
religiones establecidas. Jesús de Nazaret es el profeta o fundador
(para los cristianos no solo eso) que quizá menos críticas a su persona
ha suscitado, se esté de acuerdo o no con su mensaje. Pero otros
profetas y líderes, en todos los niveles, que tratan de arrastrar y
conducir los sentimientos religiosos, han sido siempre objeto de
crítica. Lo humano se ha traslucido en ellos con frecuencia y ha
desdibujado la fiabilidad de sus mensajes de fondo. No solo se trata de
que en ocasiones, como sigue pasando también en la actualidad,
importantes líderes religiosos queden desprestigiados por su conducta.
Es el desprestigio que por aquí y por allá producen pequeños líderes o
profetas que en sus ámbitos sociales representan lo religioso y son
motores de la fe local de los grupos religiosos. La observación social
constata el lado oscuro de quienes ejercen la religión, bien sean sus
líderes o los simples humanos en su religiosidad concreta. Por ello,
una grave perplejidad social ante lo religioso consiste en la
constatación de la crítica al profetismo que, en todos sus niveles,
repetimos, lo representa y ejerce. Es el contraste entre lo sublime de
lo numinoso-divino, por una parte, y la realidad indigna de la
condición humana revestida de profetismo, por otra.
La fiabilidad de la experiencia religiosa. Es
la misma conducta de las
religiones y de los creyentes, de los que viven la "experiencia
religiosa", la que produce un déficit de fiabilidad que se extiende
sobre el fenómeno religioso. Es verdad que, en este sentido, no todo es
negativo: todas las religiones presentan ejemplos edificantes de
religiosidad que ponemos fuera de cuestión. Pero en conjunto, la
observación social de lo religioso constata ciertos aspectos que lo
enmascaran con aristas oscuras. Citemos por ejemplo el cierto
"mercantilismo" (ponemos la "vela" o "rezamos" para obtener un favor
interesado de lo alto) que ha acompañado siempre los comportamientos
religiosos de los creyentes más sencillos, pero que son mayoría en
todas las religiones. Otras veces son los comportamientos de los
líderes religiosos y clérigos que no están a la altura de lo que
predican o que se hallan enredados incluso en oscuros intereses
sociales y económicos. A veces, pues, la sociedad observa con crítica o
antipatía a los representantes de la experiencia religiosa. El
anticlericalismo ha ido creciendo en la historia a medida que las
religiones iban ocupando un espacio social más dominante. La
consecuencia es la creciente desconfianza ante lo religioso. La
experiencia religiosa se da en el cristianismo, pero también en los
mártires del terrorismo islámico, o en otras muchas manifestaciones
llenas de pintoresquismo (y aparente irracionalidad) en variadas
religiones. El escenario de conjunto es desconcertante. La experiencia
religiosa aparece demasiado humana, e incluso "extraña", y es difícil
vislumbrar en ella la presencia fiable de lo Transcendente.
En conclusión, por tanto, la observación objetiva de la sociedad, al
margen de la posición personal subjetiva de cada uno en favor o en
contra de la religión, sigue quedando hoy en un estado de perplejidad
ante el enigma de Dios, de lo religioso y de las religiones. Un enigma
enmarcado en el enigma final sobre la verdad última, metafísica, del
universo en que hemos sido producidos y en el que debemos vivir nuestra
vida. Analizar el fenómeno religioso desde la perspectiva neutra y
objetiva de la sociedad es importante porque con frecuencia se hace
solo el análisis desde alguna de las creencias o modos de increencia,
que por principio no son neutros y con dificultades evidentes para
acercarse a la objetividad. La sociedad ve las perplejidades sobre lo
religioso con inquietud: el mundo religioso es tan enigmático que no
permite concluir evidencias, pero si lo religioso no desvela la
existencia de un Dios metafísico, entonces la historia humana, personal
y colectiva, queda abocada solo al horizonte final de fracaso
existencial y de muerte.
4. La pregunta por
la crisis del "hecho religioso" en la modernidad desde el cristianismo
Nos hemos referido hasta ahora al hecho religioso en general. Una de
las manifestaciones históricas más importantes del hecho religioso ha
sido y es el cristianismo. Por tanto, lo dicho se refiere también a la
religiosidad cristiana. ¿Cómo se presenta en la actualidad el hecho
religioso cristiano? ¿Cómo juzga el cristianismo las manifestaciones
actuales del hecho religioso en general y de la religiosidad cristiana?
Aunque lo religioso sigue siendo hoy un factor esencial para entender
las sociedades contemporáneas, es en el hecho religioso cristiano -en
la sociedades secularmente cristianas- donde mejor puede medirse la
dimensión de la crisis actual de lo religioso. Para hablar de "crisis"
debemos referimos a un cambio de situación. El cristianismo (en su
nivel otras religiones) vivía en una seguridad ideológica y social.
Pero la evolución acontecida desde la modernidad le ha sumido en la
inseguridad: se pone en cuestión su "verdad" por la ciencia, la
filosofía y la cultura, no tiene la influencia socio-política de
antaño, muchas personas abandonan la práctica o la integración en la
iglesia (aun siendo incluso religiosas en su fuero interno), se tiene
la percepción de que el discurso cristiano no es potente para
sostenerse frente al acoso de la cultura moderna que tiende a
trivializar lo religioso y se siente una debilidad innegable en la
misma firmeza de las instituciones cristianas, donde reina la inquietud
y el malestar.
El hombre religioso entiende que "lo suyo", la religión, sea un
"enigma", discutible en muchos sentidos, para la sociedad. Pero el
creyente, que vive su religiosidad en una religión social (hinduismo,
cristianismo, budismo, etc.), tiene una forma específica, propia, de
preguntarse por Dios, por el sentido religioso y por su religión. Las
religiones, el cristianismo y las iglesias cristianas pueden, y deben,
enfrentarse al hecho religioso y preguntarse cómo entenderlo desde sus
enfoques específicos. La crisis del hecho religioso cristiano fuerza
por su propia naturaleza un proceso de reflexión, distinto de la
reflexión puramente social por nacer de una creencia sincera. La crisis
de lo religioso en la modernidad hace nacer un impulso a la reflexión
profunda sobre la esencia de la religión.
Es difícil, al mismo tiempo, situarse hoy en el enfoque particular de
cada religión o iglesia cristiana. Nos preguntamos aquí por el hecho
religioso desde el enfoque cristiano católico. Es necesario partir de
una perspectiva, pero iremos abriendo poco a poco nuestros análisis
hacia las otras confesiones cristianas y religiones. El cristianismo
(como también las otras religiones) cree ser expresión de la auténtica
religiosidad humana. El hecho religioso debería ser, por tanto,
congruente con las expectativas del cristianismo. Algo tan enraizado en
la naturaleza humana como la religiosidad y las religiones (recordemos
la fenomenología antes expuesta), debería seguir dándose con fuerza en
nuestros días. Pero, sin embargo, el hecho religioso, tal como hoy
puede describirse en el conjunto de las culturas y en el marco de las
preguntas surgidas en el mundo moderno, principalmente en las naciones
occidentales, se halla en una situación desconcertante para la fe
cristiana. Por ello, la consideración objetiva del hecho religioso
actual plantea numerosas preguntas al cristianismo. Son preguntas
radicales que deben responderse porque tocan puntos cruciales de la
religiosidad y no son intranscendentes. Muy al contrario, afectan al
modo de entender qué es la esencia del cristianismo.
Crisis, perplejidad, reflexión crítica, concilio.
Este ensayo -como se
ve ya en el título que lo encabeza, Hacia el Nuevo Concilio- es una
argumentación en orden a justificar la apelación a la necesidad
histórica apremiante de un nuevo concilio de la iglesia católica. El
hilo argumentativo se construye sobre ciertos hechos y circunstancias
históricas que constituyen algo así como los cimientos que conducen a
entender la necesidad del concilio que este ensayo propone. Ahora bien,
¿por qué comenzamos por una reflexión sobre el hecho religioso y su
crisis en la cultura moderna? Por una razón obvia: porque es la
circunstancia histórica impactante que, al ser constatada por el
cristianismo, se constituye en detonante del proceso de análisis
intelectual que lleva a concebir la necesidad del concilio. La vivencia
apasionada del hecho religioso desde la fe cristiana y, al mismo
tiempo, la constatación de la sospecha con que es visto por la sociedad
actual, así como la evidencia de la crisis religiosa de la modernidad,
dejan al cristianismo en perplejidad: ¿cómo es posible el desenganche
masivo de la experiencia religiosa y de las religiones producido en
amplios sectores de las sociedades modernas, supuesta la tradición
universal de las religiones y la intensidad de la experiencia
religiosa? La perplejidad se traduce en un impulso hacia la reflexión
crítica al percibirse la "debilidad" de las explicaciones de que se
puede disponer hasta el momento: ¿qué causas han producido la crisis de
la religión en la modernidad? ¿Cómo entender hoy qué es la religiosidad
y qué es el cristianismo? ¿Cómo entender lo que sucede y qué actitud
tomar ante ello? El impulso a la reflexión crítica genera un inevitable
proceso de complejo análisis social, científico, filosófico y
teológico, que sienta los fundamentos que llevan a establecer los
argumentos que justifican la apelación a un nuevo concilio. Este
proceso de análisis constituye la temática de los capítulos de este
ensayo, que por su propia lógica establecen la lógica y el contenido de
lo que debería ser el nuevo concilio. Este debería ser, como se verá al
hilo de nuestro discurso, una respuesta de la iglesia católica exigida
por las circunstancias del tiempo. Sería, en efecto, la respuesta
debida en justicia al hecho religioso y a su crisis en la modernidad.
Notemos que el cristianismo, según su fe religiosa, cree que debe hacer
presente el mensaje de Jesús en cada momento de la historia, haciéndolo
inteligible y mostrando toda su fuerza para convertirse en una
apelación a todo hombre para que lo acepte en libertad. Para el
cristiano el problema no es que se haya producido una pérdida de
influencia o de poder. Es el problema de que se es consciente de la
"debilidad", la "baja calidad" con que se está proclamando la doctrina
de Jesús. La modernidad ha desconectado del cristianismo porque "no
entiende" y no lo hace porque es probable que la iglesia "no sepa
proclamar correctamente el mensaje". Esta es la razón profunda de que
la crisis percibida se traduzca en un inevitable proceso de reflexión
teológica. Es este proceso el que, a nuestro entender, como explica
este ensayo, conduce argumentativamente a justificar la necesidad del
concilio, entendido como instrumento esencial para reformar la
hermenéutica en la proclamación del mensaje cristiano en el tiempo de
la modernidad.
4.1. La crisis desde la religiosidad y la
experiencia cristiana
El hecho religioso universal muestra que la condición humana conduce a
una experiencia religiosa históricamente persistente y multiforme. Pero
esta experiencia se presenta vivida en religiones: cada una con su
contenido propio y diferenciado de creencias, ritos y actuaciones,
teologías, códigos morales, así como formas de inserción social y
cultural. Pensemos en un monje budista rotando sin cesar la rueda del
tiempo o un fiel cristiano poniendo velas en una iglesia. Pero el
cristianismo es también una religión vivida en diversas iglesias o
confesiones con perfiles propios diferenciados, aunque con un fondo
unitario que permite considerarlas "cristianas". No es igual hablar de
religiosidad, de religiosidad cristiana o de "religión cristiana". Pues
bien, la crisis moderna de la religión es sobre todo una crisis de
"mediación": todo parece indicar que la experiencia religiosa profunda
pervive más ampliamente en las personas, pero la identificación con las
"mediaciones religiosas" ha entrado hoy en una profunda crisis. Crisis
que se ha hecho especialmente sensible en las culturas cristianas.
Experiencia religiosa y mediación cristiana.
El hecho religioso es,
pues, universal, persistente y multiforme. En la historia ha sido
mediado por religiones concretas: confesiones cristianas, budismo,
hinduismo, islamismo, judaísmo. Pero la fuerza de las religiones radica
en la experiencia religiosa. Es un hecho histórico que las religiones
han creado, cada una a su manera, un conjunto de mediaciones sociales
(teología, ritos, oraciones, etc.) que vehiculan y potencian la
experiencia religiosa, contribuyendo decisivamente a difundir y
consolidar la vivencia y la práctica religiosa (diríamos, a la
vitalización de los "memes" religiosos). La verdadera fuerza de todas
las religiones radica en la experiencia religiosa individual apoyada en
estas mediaciones. La religión católica, por ejemplo, se apoya en una
enorme cantidad de creyentes que sienten esa experiencia religiosa de
apertura a lo numinoso y de relación con Dios. Para cada uno es algo
íntimo, personal, "sentido" en profundidad e intransferiblemente
vivido. Esta experiencia está mediada por la tradición religiosa en
cuya historia han vivido su religiosidad: y, por ello, ponen velas, van
a misa, respetan a los jerarcas católicos, respetan la moral de su
tradición que vinculan a su fidelidad a Dios, etc. A su manera, pasa lo
mismo en otras religiones. En el budismo, por ejemplo, existe una
intensa experiencia religiosa mediada por otra teología y por otras
prácticas. Distinguir entre "experiencia religiosa" y "mediación
religiosa" (mediación cristiana específicamente) es importante porque
estas dos cosas no han sido afectadas igualmente por la crisis moderna
de la religión. Es difícil una medición real del alcance de la crisis
interna de la religiosidad; sin embargo, es evidente el alcance social
de la crisis de la "mediación religiosa" (o cristiana).
Perplejidad y crisis de la mediación cristiana de
la religiosidad. La
forma en que el cristianismo se sitúa ante el hecho religioso es
distinta a como lo hace la sociedad. Esta lo hace desde un enfoque
neutro y el hecho religioso aparece, en definitiva, como un enigma
cuestionable en la cultura moderna que produce la perplejidad que antes
comentábamos. Por ello, el cristianismo puede entender que la sociedad
quede en perplejidad y plantee ciertas preguntas ante la religión. Pero
el cristiano está en la creencia y en la experiencia religiosa: para la
creencia Dios y lo numinoso están ya fuera de cuestión. Por ello la
perplejidad del cristianismo ante la crisis del hecho religioso es
distinta: su perplejidad no afecta a la propia creencia, sino que nace
de la percepción de que su "estructura religiosa de mediación" ya no
parece ser eficaz para vehicular socialmente la experiencia religiosa
en nuestra época. Las incertidumbres y preguntas que afectan al
cristianismo sobre el hecho religioso dependen de esta "crisis
cristiana de mediación". Son preguntas cruciales que ponen en cuestión
ante todo a la "religión cristiana". La constatación de que parece
haber más "religiosidad cristiana" que "religión" plantea para el
cristianismo la necesidad de reflexionar sobre sí mismo en la
modernidad: sobre el hecho religioso, sobre la religiosidad cristiana,
sobre la forma y contenido de la mediación "religiosa" cristiana que
durante siglos se mostró eficaz para sostener la experiencia religiosa
popular y hoy parece no ser entendida por la sociedad moderna. Las
otras religiones atraviesan la misma crisis de mediación, aunque en
menor medida, ya que no han sufrido en la misma medida los efectos de
la cultura de la modernidad.
4.2. Crisis social de la "religión" cristiana
La consideración, pues, del hecho religioso cristiano en la actualidad
lleva a la constatación de una profunda crisis social del cristianismo
como "religión". Crisis que se contempla por referencia a épocas
pasadas en que toda la sociedad, de forma cuasi monolítica, era
religiosa y cristiana. Esto sucedía en el mundo antiguo y medieval.
Desde el renacimiento, la religiosidad cristiana comenzó a cambiar en
dirección hacia lo que en la actualidad puede describirse como la
"crisis de mediación". Los signos que la muestran son evidentes y pocos
dudan de que, en efecto, la crisis es una realidad innegable.
Presencia social de religiosidad y religión
cristiana. El hecho
religioso -en la sociedad que en conjunto se denomina cristiana- debe
ser analizado desde una perspectiva sociológica. Es la forma de
ponderar el alcance de la crisis en las sociedades cristianas. Para
hacernos una idea más precisa, por tanto, del alcance de esta crisis
moderna de "mediación cristiana" podríamos hacer una propuesta de
análisis de la estratificación ideológico-religiosa actual de alguna
sociedad desarrollada de origen cristiano. Tomemos por referencia la
sociedad en España, país tradicionalmente católico de tipo medio. En
esta sociedad cristiano-católica podríamos distinguir algunos grupos
diferenciados que ayudan a entender cómo han cambiado las cosas y
cuáles son los perfiles de la actitud ideológica ante el "hecho
religioso cristiano tradicional". Hagamos una propuesta de cartografía
de los diversos grupos sociales y cristianos, tal como hoy se muestran
en el tipo de sociedad católica tradicional en la actualidad.
A) Grupos no religiosos. Una parte cualitativa importante y
creciente
de la sociedad declara no tener experiencias religiosas y, por tanto,
ser indiferente, arreligiosa, atea o agnóstica. Las estructuras
sociales objetivas además se desvinculan de la religión yendo hacia un
laicismo radical y la religión queda así más y más aislada en un
proceso creciente conocido en la sociología religiosa como
"secularización". Estos grupos proyectan sobre el hecho religioso un
perfil crítico: es la crisis de la no religiosidad. El hecho de que
haya más y más gente no religiosa plantea interrogantes sobre la
naturaleza de un "hecho religioso" que parecía esencial, constante y
fiable a lo largo de la historia. La potente presencia social de la
increencia (probablemente más intensa que la increencia misma) ha
sembrado una "sospecha" sobre la religión. Esta sospecha ha crecido
especialmente en sociedades que fueron en otros tiempos secularmente
cristianas.
B) Religiosidad sin religión. Esta posición ideológica y
existencial es
difícil de medir, ya que obviamente no se manifiesta socialmente con la
patencia de la increencia. Parte importante de la sociedad, sin
embargo, tiene "experiencia religiosa interior" y lo reconoce
subjetivamente (aceptando, o no, símbolos cristianos como la cruz, la
salvación ...), pero, en todo caso, rechazando su conexión con la
mediación social y religiosa de las iglesias. Es posible que se trate
de una religiosidad teísta o que en ella, aun sin conexión con la
iglesia, haya una cierta influencia residual de símbolos cristianos.
Estas personas viven su religiosidad de forma totalmente privada; su
mundo religioso es interior y no se identifican con formas de
"religión" organizadas. En ocasiones algunos actúan incluso
críticamente, rechazando con agresividad el papel religioso "mediador"
de las religiones. Otros, en cambio, la mayoría de este grupo, viven su
forma de religiosidad al margen de la "religión", pero sin agresividad;
es solo su forma de ser y así la viven sin problema de conciencia. Es
la crisis de la religiosidad sin religión. En esta "religiosidad sin
religión" puede haber (hablamos especulativamente porque no hay datos
operativos) intelectuales conscientes de su posición, pero, sobre todo,
grupos sociales muy numerosos indiferentes pragmáticamente ante lo
religioso. Este tipo de gente ha aumentado masivamente en las
sociedades modernas y es una medida del alcance real de la crisis de la
"mediación cristiana". El rechazo o aislamiento social del cristianismo
es consecuencia de la fuerza social de esta actitud.
C) Religiosidad ritualizada sin iglesia. Hay también quienes
tienen
experiencia religiosa personal, incluso en ocasiones muy intensa,
fijada en ciertas prácticas, devociones o ritos muy concretos,
cristianos, pero en parte desvinculados de la iglesia (pensemos, por
ejemplo, en muchas tradiciones y devociones cristianas en pueblos de
España, vividas con sorprendente intensidad, por ejemplo en la Semana
Santa de Andalucía). Son experiencias religiosas muy intensas, vividas
en el marco del cristianismo, pero quienes las viven ven muy lejana la
conexión real con la iglesia, como religión organizada concreta. En
ciudades como Barcelona hay incluso procesiones de Semana Santa
puramente populares organizadas al margen de la iglesia. Esta crisis de
religiosidad ritualizada sin iglesia hace que la religión cristiana
sienta su crisis de "mediación". Se trata de intensísimas experiencias
religiosas que se han aislado de la religión social. Muchas de estas
personas viven su religiosidad en ocasiones puntuales, la mantienen
interiormente, pero apenas conectan ordinariamente con la "religión".
La iglesia es algo que, por decirlo así, no va con ellos, aunque muchos
de sus ritos hayan nacido de la religiosidad cristiana.
D) Religiosidad popular. Hay también quienes viven su
experiencia
religiosa dentro de la iglesia cristiana con una identificación
deliberada e inequívoca: aunque tenue, media o intensa en su grado. En
muchos casos su condición religiosa apenas se distingue y podrían ser
confundidos con increyentes o, al menos, como indiferentes. Sin
embargo, en el fondo, es gente religiosa que reconoce su pertenencia a
la iglesia y no lo dudan. Pero en la mayoría de estos casos con
desorientación, con muy poca formación religiosa y conocimiento
reflexivo de la significación del cristianismo. De hecho, en la vida
ordinaria, están arrastrados por los estímulos de mil tipos que les
brinda la sociedad de consumo y la necesidad de responder a exigencias
inmediatas de la vida y del trabajo. Su experiencia religiosa, que es
sin duda sincera, les hace apegarse a la iglesia sin dudar en absoluto
de su identificación con ella, participando ocasionalmente y
siguiéndola con compromisos existenciales y emocionales; pero no tienen
un fundamento intelectual serio. Existe una decidida voluntad de
identificación inequívoca con la "religión", con la iglesia cristiana,
pero apenas existe formación intelectual sobre el contenido de sus
creencias, tal como son entendidas en la iglesia; en realidad lo
religioso no siempre ocupa una parte importante de sus vidas. Es la
crisis de la religiosidad popular. Es una crisis profunda del hecho
religioso cristiano por cuanto personas identificadas con la iglesia y
con experiencia religiosa sincera no han sido capaces de "entender" lo
que la iglesia les dice y su fe tradicional les dice. La religión no ha
comunicado a la religiosidad popular de estas gentes un mensaje
inteligible incluso para aquellos que están dispuestos y se identifican
con la iglesia.
E) Religiosidad culta y crítica. Vemos también grupos
cristianos
minoritarios (si consideramos la totalidad de la iglesia), aunque en sí
a veces numerosos en apariencia (unos miles parecen muchos si están
concentrados en un punto, aunque sean pocos si se considera como punto
de referencia el conjunto de la sociedad). Estos cristianos cultos
viven una religiosidad madura con suficiente asimilación del conjunto
de elementos mediadores tradicionales ofrecidos por la iglesia;
entienden y aceptan la iglesia tal como hasta ahora se ha venido
explicando a sí misma. Estos grupos son hoy en la iglesia católica el
clero, los religiosos y las religiosas, los movimientos y asociaciones
eclesiales de todo tipo, así como otros grupos minoritarios de
cristianos cultos. Aunque conocen y aceptan la explicación oficial de
la iglesia, muchos de estos cristianos tienen la intuición de que no es
efectiva y carece de eficacia "mediadora" en nuestro tiempo (es decir,
que su forma de explicación no llega a la gente). Conocen la enorme
desafección social sobrevenida en la vinculación a la iglesia; saben
que hay mucha más "religiosidad" que "religión" y la mayoría de este
grupo intuye por sentido común que la religión debería en consecuencia
"cambiar" o "adaptarse". A este grupo pertenecen hombres cultos de la
comunidad cristiana, así como otros filósofos y teólogos cristianos que
se esfuerzan en proponer nuevas vías de renovación que hicieran más
eficaz la mediación cristiana ante la sociedad. En conjunto este grupo
vive la crisis del hecho religioso cristiano y es consciente de la
necesidad de cambio, aunque no por ello se pone en cuestión su adhesión
culta a la iglesia. Es la crisis de la religiosidad cristiana
responsable y constituye el soporte social más importante de la iglesia
católica.
F) Religiosidad culta y fundamentalista. Entre estos cristianos
cultos
descara un pequeño grupo que no podemos olvidar: el de aquellos que
viven la crisis como algo exterior sobrevenido por causas ajenas a una
"mediación cristiana" que se considera perfecta, pertinente y actual.
La crisis (que no pueden negar ya que es una evidencia objetiva) no les
hace preguntarse si la "mediación" que hasta ahora ha gestionado la
iglesia ha podido tener parte de la culpa. Todo está bien y es
perfecto: la iglesia no debe cambiar porque está donde siempre ha
estado y donde siempre deberá estar. Estos cristianos están instalados,
pues, en un "fundamento" que consideran insustituible. La crisis ha
sido causada por causas externas incontrolables que han pervertido la
voluntad de los individuos. Cabe nombrar este último talante como la
crisis de la religiosidad cristiana fundamentalista, ya que se trata de
grupos cristianos cuya actitud de fondo parece insensibilizarles a la
autocrítica, instalándolos en un dogmatismo que tiende a ser cerrado.
Es obvio que la jerarquía de la iglesia debe sostener el mantenimiento
de "lo que hay" y considerarlo correcto (y más cuando no se ven
alternativas viables). Por ello quienes mantienen esta posición
fundamentalista entienden que su "fundamentalismo" equivale a apoyar a
la iglesia fielmente e identificarse con ella.
Consideraciones estadísticas. Los estudios
globales de la religiosidad
en el mundo (verbi gratia, el dirigido recientemente por el sociólogo
Peter Berger) concluyen que la religiosidad (la creencia) está hoy
aumentando en conjunto. Sin embargo, en medio del panorama mundial
aparece Europa como un punto negativo de tendencia más bien contraria
(no así en los Estados Unidos, donde continua la religiosidad en
crecimiento). Si consideramos el caso especial de España (en Europa) ,
sabemos que las estadísticas suelen mostrar repetidamente que entre un
76 y 81% de la población se declara católica. El resto de la población
puede ser quizá religioso pero sin iglesia, pertenecer a otras
religiones, ser indiferente, ateo o agnóstico, o simplemente sin
definición metafísica (aunque en porcentaje minoritario). Sin embargo,
el porcentaje mayoritario de católicos y de creyentes no se manifiesta
socialmente en la vida ordinaria (conversaciones, contenidos difundidos
en medios de comunicación social, en la vida familiar o en las
relaciones de padres e hijos, etc.). Una densa trama, surgida en la
modernidad, de intereses sociales, políticos, anticlericales, morales,
comunicativos... , ha impuesto un silencio social sobre la religión que
muchos no osan contradecir. Lo religioso se ha convertido en muchos
ambientes sociales en algo "políticamente incorrecto". Sin embargo,
este hecho no debe impedirnos ver que, detrás de ese silencio social,
en el interior de las conciencias, la mayoría social sigue siendo
religiosa; inculta pero religiosa. Cabe también inferir que muchas
personas que, ante la responsabilidad y sinceridad de una declaración
estadística anónima, se declaran católicos pertenecen, según el
análisis propuesto, a la religiosidad ritualizada sin iglesia, la
religiosidad popular, la religiosidad culta y la fundamentalista. Es
claro, por tanto, que entre los que se declaran católicos predomina la
incultura, la desorientación, la percepción social de la crisis de la
religión, pero, a pesar de ello, son fieles a su experiencia religiosa
profunda en el marco tradicional.
Cuestionamiento de la crisis. En conjunto, la
religiosidad cristiana
está en una crisis social profunda manifiesta desde diversas vertientes
que exponemos seguidamente. Es, pues, una "crisis del hecho religioso
cristiano" porque este se presenta en proceso creciente de disolución
social y con innegables muestras de inconsistencia interna. En realidad
se trata de perfiles de una crisis única que plantea obviamente
preguntas sobre las causas que la producen. Las preguntas críticas se
las plantea principalmente el grupo religiosidad culta (E). La religiosidad
popular (D), por lo general no tiene preparación
suficiente para plantearse reflexivamente las preguntas pertinentes,
aunque pueda intuirlas. La religiosidad fundamentalista (F)
acepta la
crisis, pero la atribuye a cambios sociales externos que no son
controlables por la misma religión cristiana; pero no se plantean
preguntas serias de autocrítica y transformación. Su actitud frente a
la crisis es pensar que la "religión" debe responder haciendo lo mismo
de siempre, pero mejor. Es obvio que nuestro punto de vista estaría en
el grupo de la religiosidad culta (E): solo desde ella tendría
sentido
emprender este ensayo.
4.3. Dimensiones de la crisis social de
"mediación cristiana"
Esta crisis del "hecho religioso cristiano" permite distinguir algo así
como cinco dimensiones o facetas:
a) Crisis participativa. El hecho básico que muestra la
gravedad de la
crisis de la religión cristiana es la disminución en identificación y
participación en las actuaciones de la iglesia. Se trata de un hecho
social patente descrito en multitud de estudios sociológicos. Notemos,
pues, que la mengua en participación es tanto más llamativa por cuanto
todo indica que la experiencia religiosa como tal no ha disminuido en
la misma medida en que lo ha hecho la "religión". Hay más crisis social
de "religión" que de "religiosidad". Así, muchas personas siguen siendo
en su interior religiosas (permanecen abiertas a lo numinoso y a Dios),
pero se resisten a la integración tanto social como intelectualmente en
la religión cristiana. Es una resistencia tanto popular como
intelectual. Se resisten a que su religiosidad sea "mediada" por la
iglesia cristiana que perciben socialmente y con la que no se
identifican.
b) Crisis explicativa. Los que se han retraído de la religión
cristiana, bien sean indiferentes prácticos, ateos, agnósticos o
religiosos, lo han hecho porque no entienden la religión cristiana. La
forma en que esta se presenta no llega a la gente: su experiencia
humana e interior no queda reflejada en los andamiajes mediadores y
explicativos de la religión cristiana. Esto parece ser un hecho
incuestionable. No es que no se haya oído hablar de los contenidos de
la religión cristiana: pero la explicación cristiana oficial no dice
nada, hasta el punto de que no produce motivación para dejarse llevar
hacia la religiosidad y su mediación en la iglesia. Es incluso patente
que hay incluso quienes viven intuitivamente los símbolos cristianos,
pero no entienden las explicaciones de la iglesia. Es claro, pues, que
esta crisis explicativa se refiere a la filosofía y a la teología
cristiana. En conjunto, el lenguaje eclesiástico al uso parece arcaico
y antiguo, difícil de entender desde las novedosas circunstancias
actuales de la sociedad y de la cultura moderna, principalmente
influidas no solo por la imagen científica del mundo, sino por otras
muchas formas de la cultura emergente.
c) Crisis de ubicación social. Sin duda, una consecuencia
importante de
la crisis explicativa y de falta de coordinación del mundo cristiano
con la sociedad y la cultura actual consiste en que la iglesia no acaba
de hallar su puesto en la sociedad. En ocasiones da la impresión de que
la iglesia es un poder organizado y jerárquico que pretende ejercer un
papel social (similar al que siempre asumió en la historia
socio-política pasada) que no es entendido hoy por la sociedad. La
disputa medieval de las investiduras nos hace recordar el celo con que
la iglesia defendió su influencia y tutela en una sociedad
"teocrática". Si la crisis explicativa quiere decir que la iglesia no
se acaba de entender a sí misma en el mundo moderno, y por esto mismo
no se explica bien a la gente, no es extraño que tampoco muestre una
posición social lúcida y congruente ante la sociedad moderna en la
perspectiva socio-política: ante los individuos, ante las dinámicas
sociales (motivaciones e intereses reales), la cultura, los gobiernos,
grupos políticos y ante los mismos estados. Se tiene la sensación de
que la iglesia está en una "onda" y el mundo está en otra distinta. La
iglesia parece representar con desorientación un papel anacrónico y
desfasado en el que se siente atrapada. Debe jugar el papel de
detentadora y proclamadora de la "verdad" frente a una sociedad que
apenas parece percibirlo. La iglesia no parece haber hallado su sitio
en una sociedad nueva muy distinta de la de siglos anteriores.
d) Crisis de liderazgo moral. Es un hecho que la iglesia
cristiana tuvo
siempre intención no solo de influir ideológica y socio-políticamente,
sino de normativizar y controlar las "costumbres" de sus creyentes. En
otras épocas eran estos la totalidad de la sociedad y, por ello, se
trataba, en el fondo, de un control social de las costumbres. Está
claro, como hoy vemos, que en la sociedad actual esta influencia se ha
perdido en su mayor parte. Incluso aquellos sectores sociales más
cercanos a la iglesia tienen enormes dificultades en seguir el
liderazgo moral de la iglesia; muchos son cristianos, pero prescinden
por completo del liderazgo moral de la iglesia. Por ello, los clérigos
deben afrontar dificultades insalvables al intentar influir en las
costumbres y, en no pocos casos, por vía de los hechos, se resignan a
dejar que las cosas sigan el ritmo inevitable que impone una sociedad
arreligiosa al margen tutelar de la iglesia. En la práctica muchos
clérigos no se atreven a defender las doctrinas morales oficiales de la
iglesia. La iglesia atraviesa hoy una aguda crisis de liderazgo moral
de las costumbres.
e) Crisis relativista de credibilidad. La crisis explicativa se
integra
en una crisis más amplia de credibilidad. La religión cristiana no se
hace así creíble en sus contenidos mediadores y produce un
distanciamiento social creciente: en su teología, en su filosofía, en
sus ritos, en sus liturgias, en sus actuaciones, en su instalación en
el poder y la seguridad residual, en su arqueología general, en sus
líderes y representantes. Pero, al dejar de ser creíble, la iglesia
cristiana se "relativiza": deja de ser una mediación donde se ve la
presencia inequívoca de la Divinidad. En otras épocas, por ejemplo en
la Edad media, la sociedad era cerrada y la mediación cristiana
aparecía casi como la única posible. En la apertura de la sociedad
moderna la religión cristiana pasa a convertirse en una manifestación
humana más, incluso incómoda, junto a las otras religiones e
ideologías. Todo comienza a verse como mero producto humano de la
historia. Por otra parte, dentro de la iglesia se han producido
escándalos de dimensiones colosales, publicitados en todas partes. La
no religiosidad queda así reforzada y las diversas formas de
religiosidad popular comienzan a confiar más en su propia experiencia
interior privada y subjetiva que en la mediación de la religión
institucional que va quedando marginada en la sociedad.
Conclusión: ¿se trata de una crisis real? La
valoración de la forma en
que hoy se presenta el "hecho religioso cristiano" depende en gran
parte del talante del grupo en que cada uno se integra. Quizá haya
quienes tiendan a minimizar y reducir el alcance de la crisis real de
la religión cristiana, a pesar de que la mayoría de sociólogos,
filósofos y teólogos coinciden en reconocerla en todo su alcance. La
religiosidad fundamentalista (F) tendería a reducir el alcance de la
crisis, ya que la ve como algo externo y sobrevenido. Hablar de crisis
no debe hacernos olvidar que, como prueban constantemente las
estadísticas, la inmensa mayoría de la humanidad sigue siendo
religiosa, también en los países cristianos tradicionales. Esto es así,
a pesar de la imposición social del silencio sobre lo religioso (en el
sentido de ser "políticamente incorrecto") de las grandes campañas de
desprestigio (en parte debidas a hechos reales, responsabilidad de la
iglesia misma). No debemos olvidar también que la crisis es más de
"religión'' que de "religiosidad". En nuestra opinión es verdad que la
figura del papa sigue gozando del prestigio que merece un líder
espiritual cristiano (no solo por ser cabeza del Estado vaticano) que
hace acto de presencia histórica desde hace casi dos mil años. Así lo
muestran los estados y la misma comunidad internacional de las Naciones
Unidas. Los viajes papales son éxitos incuestionables que movilizan a
masas de creyentes muy numerosas. De ahí que dé la impresión de que la
política de la iglesia católica se ha fundado en los últimos años en la
fuerza social de los viajes papales. Por ello, la falta de fuerza de
arrastre de los liderazgos religiosos locales se viene supliendo por
una multiubicuidad de la presencia papal. El éxito de estos viajes es
comprensible, sobre todo en los países de tradición católica y
cristiana, porque su presencia moviliza puntualmente a un número
suficiente de ciudadanos pertenecientes a la religiosidad
fundamentalista, religiosidad culta, religiosidad popular, religiosidad
ritualizada e incluso a la pura religiosidad. Estos sectores son
suficientes para dar esplendor social innegable a los actos. Pero no
debemos olvidar que solo participa una parte reducida, minoritaria, de
la sociedad y de la comunidad cristiana. Estos éxitos no deben
ocultarnos, ni enmascarar, las dimensiones de la crisis real de la
religión cristiana en nuestras sociedades y que afecta a quienes acuden
masivamente a estos actos. Llenar una inmensa campa en un viaje papal
no significa que la crisis religiosa ya no exista. Muchos asistentes,
quizá la mayoría, están afectados por la crisis. La misma jerarquía de
la iglesia es consciente de que la crisis existe y es profunda; la
iglesia la ha reconocido sin ambigüedades y la ha descrito en numerosas
ocasiones, mostrándose también preocupada por ella. Sin embargo, no
siempre se ha llegado a la autocrítica explícita sobre los aspectos
teológicos explicativos, de ubicación social y de liderazgo moral, que
hubiera debido darse.
4.4. Preguntas por el hecho religioso desde el
cristianismo: el orden lógico de este ensayo
Son preguntas, digamos de antemano, que, según lo anterior, surgen de
la crisis, perplejidad y necesaria reflexión crítica
del creyente: si
Dios es real, y el creyente cristiano no lo pone subjetivamente en
duda, ¿cómo se explica la crisis multidimensional de la iglesia? ¿Cómo
es posible que una parte tan significativa de la sociedad, incluso
muchos que conservan una religiosidad personal sincera, hayan dado las
espaldas a una iglesia que en otros tiempos constituía el principal
factor no solo de "mediación religiosa", sino incluso de cohesión
social de los grandes países cristianos? ¿Cuáles son, pues, las causas
reales de que la religión cristiana atraviese una crisis social tan
manifiesta? ¿Habrá algo "incorrecto", o al menos insuficiente y
necesitado de revisión, en la "mediación religiosa" hasta ahora seguida
por las iglesias cristianas?
La reflexión crítica lleva a preguntas concretas: ¿por qué la
modernidad ha hecho crecer la arreligiosidad en general, indiferencia,
ateísmo o agnosticismo? ¿Por qué la "religiosidad" rechaza hoy en tan
gran medida la "religión" y no se siente "a gusto" con ella? ¿Por qué
tanta agresividad social contra las religiones y contra el
cristianismo? ¿Cómo vive el hombre actual su "sentido religioso", si en
absoluto es tal sentido posible? ¿Cómo debería conectar el cristianismo
con el sentido religioso "posible" del hombre moderno? Estas preguntas
surgen de la perplejidad y de la crisis social del cristianismo. Pero
conducen inevitablemente a la necesidad de reflexión crítica.
Responderlas de forma plenamente objetiva, crítica y reflexiva,
permitiría hacer, en definitiva, un diagnóstico preciso de qué es lo
que sucede y por qué está sucediendo.
El cristianismo vive con honestidad y sinceridad existencial la
realidad del hecho religioso. Se trata de su propia experiencia
religiosa, avalada por una profunda teología, elaborada desde hace
veinte siglos. Es dramática, por ello mismo, su constatación del estado
actual de la vivencia cristiana en la sociedad moderna. No se trata
solo del crecimiento de la indiferencia religiosa, del agnosticismo o
del ateísmo. Probablemente lo más dramático y descorazonador es
constatar que el hecho religioso está ahí, como hemos descrito en este
capítulo, pero muchos de quienes tienen una experiencia religiosa
vivida desde la tradición cristiana -en países secularmente cristianos-
no entienden el sentido de los grandes contenidos de la fe cristiana.
Ni desde el punto de vista teológico, ni desde el social, es la iglesia
para muchos "vehículo" de su religiosidad. De ahí la inmensa incultura
religioso-cristiana y el aislamiento distanciado de la iglesia frente a
la gran masa social, en el fondo todavía "religiosa" en su fuero
interno. El hecho religioso está ahí; las estadísticas sociológicas
muestran que sigue siendo la opción existencial absolutamente
mayoritaria en todas las culturas y también en el mundo desarrollado.
Pero las iglesias cristianas (y no solo el catolicismo) no son capaces
de "conectar", ni ideológica ni socialmente, con esa inmensa densidad
de experiencia religiosa todavía existente (esta incapacidad creciente
para conectar con la gente es vivida también por las otras religiones).
La religiosidad queda por ello más y más relegada a los ámbitos
internos de privacidad existencial, porque la iglesia no ha sido capaz
de afrontar una proclamación renovada y adecuada a las circunstancias
de la modernidad.
Autoexamen y "revisión crítica" del cristianismo.
La consideración de
la realidad del hecho religioso -religiosidad y religiones-, tal como
se ha expuesto en este capítulo, deja al cristianismo en perplejidad.
Solo cabe, pues, una actitud consecuente: el autoexamen y la revisión
crítica. Solo cabe ponerse a pensar para poner en orden la casa:
reflexionar con orden y concierto sobre cada una de las circunstancias
que concurren en la situación actual y vislumbrar qué se debería hacer
desde la lógica de la fe cristiana para proclamar con fuerza el mensaje
cristiano. La consecuencia inevitable de la consideración cristiana del
hecho religioso es la exigencia de emprender el autoexamen y la
revisión crítica que constituye el argumento lógico de nuestro
ensayo,
cuyo despliegue nos llevará finalmente a argumentar la necesidad del
concilio en los términos que habrán ido naciendo a lo largo de nuestro
recorrido. La dinámica generada en la crisis religiosa de la modernidad
es la que lleva al concilio. Este argumento lógico se despliega en el
itinerario de capítulos cuyo contenido anticipamos ahora.
a) Qué es el cristianismo: el kerigma cristiano. La ordenación
de ideas
debe comenzar por reconstruir cómo aparece el hecho religioso cristiano
en la historia de las religiones. El enfoque es comenzar pensando el
hecho del cristianismo, para después proyectar este enfoque tanto a las
religiones como a las metafísicas en general. Esto nos lleva, por
tanto, a comenzar por la religiosidad histórica de Israel y por la
figura de Cristo: es la persona de Jesús quien, desde la cultura
hebrea, proclama un mensaje que se presenta como revelación del plan de
Dios en la creación y para la salvación del hombre. El mensaje se
proclama y Jesús reclama la adhesión de la fe a su contenido por un
acto humano de confianza en su palabra. El mensaje, llamado kerigma al
ser transmitido por la iglesia, es aceptado por la comunidad cristiana
primitiva que entiende su misión como predicación o proclamación
renovada de ese kerigma en la historia, recabando la libre adhesión
humana a la creencia. Así pues, el cristianismo aparece como
proclamación universal de un kerigma cuya esencia constituye la fe
cristiana. Frente a la religión veterotestamentaria de Israel y frente
a las otras religiones el cristianismo nace como una adhesión personal
al kerigma predicado por Jesús y mantenido por la comunidad cristiana.
Lo que está en cuestión, por tanto, es si la adhesión a este kerigma es
todavía posible en la sociedad moderna. El kerigma cristiano (el
contenido esencial de la fe) será explicado en el capítulo segundo de
este ensayo.
b) La explicación del kerigma en el paradigma grecorromano.
Pero la
religión cristiana -aunque en su esencia es solo predicación de un
kerigma que reclama la adhesión personal en libertad- trató también de
explicar la naturaleza y contenido de ese kerigma en consonancia con la
cultura del tiempo. La actitud explicativa, o hermenéutica, se dio
desde el principio. Por ello, en realidad, la presentación del kerigma
fue siempre "interpretada": no se propuso solamente la adhesión a un
"puro kerigma" sino a algo más, a un "kerigma interpretado" (explicado
de un cierto modo en consonancia con la cultura). Quiere esto decir que
el cristianismo actual está también proclamando la adhesión personal al
kerigma a través de una interpretación que debemos identificar y
distinguir del puro kerigma. Pudiera ser, en efecto, que la falta de
sintonía del cristianismo con el mundo moderno no estuviera causada por
el contenido del kerigma, sino por su "interpretación". Por tanto,
¿cuál es la interpretación o explicación del kerigma cristiano en el
cristianismo actual? Antes que cualquier otro análisis es, pues,
necesario saber dónde está hoy el cristianismo: cuál es su historia,
cómo nació, cómo ha ''interpretado" su doctrina, desde qué presupuestos
filosóficos y culturales, interpretación o interpretaciones, se orienta
hoy la presencia social del cristianismo y la "razón de su sentido" que
ofrece en su discurso propio. En el capítulo tercero concluiremos que
el cristianismo construyó en los primeros siglos una interpretación que
se ha extendido desde entonces y todavía es la columna vertebral de la
interpretación actual del cristianismo: el paradigma grecorromano.
Paradigma que tiene dos dimensiones complementarias: en la base la
dimensión filosófico-teológica y, en congruencia con ella, la dimensión
socio-política. Estas dimensiones han determinado, y siguen
determinando, los rasgos más significativos de la presencia de la
religión cristiana en la sociedad de hoy. Deberemos estudiar, pues, los
rasgos esenciales de este paradigma y su pervivencia en la iglesia
actual.
c) La imagen de la realidad en la cultura moderna. Es
inevitable por
ello la pregunta que hoy debe proponerse el cristianismo: el hecho
religioso, como religiosidad y religión, y el kerigma cristiano, ¿están
bien interpretados en el marco del paradigma grecorromano? ¿El
paradigma clásico antiguo tiene fuerza explicativa en la modernidad? Si
no la tuviera, entonces, podríamos atribuir quizá a esa interpretación
deficiente la falta de sincronía del cristianismo con la sociedad
actual. Pero, en todo caso, estas preguntas no pueden responderse sin
estudiar cuál es la imagen de la realidad en la cultura moderna y
compararla con la imagen de la realidad en el paradigma grecorromano.
La cultura moderna tiene su historia y es fruto de un conjunto de
factores y circunstancias en que asumen un protagonismo importante la
razón, la ciencia y la filosofía. La razón ha orientado la política, la
economía, el orden social, la cultura en general; pero la ciencia ha
sido su producto más importante. En último término, los hombres han
buscado su adaptación óptima al medio desde el conocimiento científico
que permite el dominio técnico del mundo. Así, la imagen del universo,
de la vida y del hombre en la ciencia, y las nuevas dimensiones de la
cultura moderna, han supuesto la aparición de un mundo muy distinto de
aquel que se consideró correcto en siglos anteriores y que fue el
supuesto filosófico para explicar el cristianismo. En el capítulo
cuarto podremos enumerar con toda precisión en qué sentido decimos que
el paradigma grecorromano y la cultura moderna nos ofrecen una imagen
tan distinta de la realidad que parece hacer inevitable una
reinterpretación del kerigma cristiano. Expondremos con precisión qué
ha cambiado en la imagen del mundo moderno y por qué es necesaria una
reinterpretación del kerigma cristiano que lo haga inteligible en la
cultura actual. La nueva imagen de la realidad en la modernidad hará
entender que el universo creado por Dios, la ley natural diseñada por
Dios en la creación, no es tal como nos fue descrita en el paradigma
antiguo.
d) El paradigma de la modernidad en el cristianismo. Si es un
hecho que
el kerigma cristiano fue, y sigue siendo, interpretado desde el
paradigma grecorromano y si el mundo moderno ya no es congruente con
este paradigma antiguo, entonces se concluye que debería construirse
una nueva explicación del kerigma que se fundara en la imagen de la
realidad en el mundo moderno. ¿Es posible esta nueva interpretación?
Pudiera ser que no. Pero en todo caso hay que estudiarlo atendiendo,
primero, al contenido del kerigma y, segundo, a la imagen de la
realidad en el mundo moderno. Este estudio será abordado en el capítulo
quinto de nuestro ensayo y en él concluiremos que la cultura moderna
nos lleva por su propia lógica al nuevo paradigma de la modernidad que
debe hacer posible una nueva lectura histórica, una nueva hermenéutica,
del cristianismo. El paradigma de la modernidad permitirá aportar nueva
luz tanto a la explicación del hecho religioso como al entendimiento de
la unidad de las diversas manifestaciones históricas del hecho
religioso, de las religiones y de las metafísicas que han orientado la
vida humana. El paradigma de la modernidad deberá propiciar, por tanto,
la presentación del kerigma cristiano en la sociedad moderna. Deberemos
exponer las propiedades de este paradigma y su distancia del paradigma
antiguo.
La tesis central de nuestro ensayo, por tanto, consistirá en
caracterizar la naturaleza del nuevo "paradigma de la modernidad" y
diseñar la reforma de la iglesia que debería derivarse desde la nueva
hermenéutica de la modernidad. Una vez establecido el paradigma, en el
capítulo quinto, la lógica de la reflexión crítica emprendida irá
aplicando en cada caso sus consecuencias en dos líneas fundamentales:
primero en el diálogo y en la convergencia intercristiana e
interreligiosa (capítulo sexto); segundo en el papel histórico del
cristianismo y de las religiones en conexión con la filosofía de la
historia (capítulo séptimo). Por último, las diferentes líneas
argumentativas del ensayo convergerán en los argumentos que
justificarán la necesidad del nuevo concilio. En este concilio se
respondería a la urgencia histórica del cambio de paradigma
hermenéutico en el cristianismo (dimensión filosófico-teológica de la
modernidad) y al compromiso de los ciudadanos cristianos en la
configuración de un Nuevo Mundo, atisbado hoy en la filosofía de la
historia civil de las naciones (dimensión socio-política de la
modernidad). El nuevo concilio regularía los principios hermenéuticos
del cristianismo en el "paradigma de la modernidad" y cerraría la etapa
histórica del paradigma grecorromano, diseñando un nuevo estilo para la
proclamación del kerigma, la presencia social cristiana en nuestro
tiempo y la realización de la fe en el mundo moderno (capítulo octavo).
Este ensayo permite así entender que existe una alternativa congruente
para superar el paradigma grecorromano y entrar en el cambio de
paradigma cristiano exigido desde hace siglos, desde el momento en que
la cultura entró a construir, en lo científico-filosófico y en lo
socio-político, la modernidad. La percepción de que es ya posible
concebir la alternativa teológica al mundo antiguo deberá constituirse
en una fuerza que impulse definitivamente a la comunidad cristiana a
las reformas necesarias para la congruencia histórica con la
modernidad. El concilio deberá jugar un papel necesario y esencial para
afrontar las reformas requeridas.
5.
Conclusión: presencia social y enigma del hecho religioso
No cabe duda de que el hecho religioso es una realidad social tangible,
tan antigua como la humanidad. La mayor parte de la población mundial
ha sido y es creyente, religiosa de diversas formas; pero sin que
"religiosidad" implique siempre necesariamente la identificación con
las grandes religiones históricas. Al mismo tiempo, la importancia
ideológica, social, cultural, política, incluso económica, de los
grupos religiosos y de las religiones fue, y sigue siendo en la
actualidad, inmensa. Las religiones asumen un protagonismo
incuestionable, aunque haya también, sin duda, sobre todo en los países
desarrollados, amplios sectores de la población indiferentes,
agnósticos o ateos. Describir y explicar el hecho religioso es uno de
los grandes retos intelectuales que deben afrontarse. En este ensayo
apuntamos a entender el hecho religioso y su crisis histórica en la
modernidad (introducida en este primer capítulo) desde la perspectiva
intelectual del cristianismo. El hilo conductor del hecho religioso
cristiano y de la teología cristiana conducirá a entender qué es el
hecho religioso en general y cómo las religiones pueden mantenerse en
la Era de la Modernidad. Aspiramos, pues, a que la hermenéutica del
cristianismo permita también paso a paso comprender la profunda unidad
de sentido entre todas las manifestaciones de la religiosidad humana.
En este capítulo hemos considerado las variedades del hecho religioso,
y también de otras actitudes metafísicas "cuasirreligiosa" como
indiferencia, ateísmo y agnosticismo. Por tanto, siguiendo el hilo
conductor de la religiosidad cristiana deberemos llegar a entender en
su profunda unidad de sentido esa desconcertante variedad de
religiosidades y de actitudes metafísicas.
¿Por qué el ser humano es naturalmente religioso? ¿Responde la religión
a posibilidades racionales objetivas? ¿Es una evasión ilusoria de la
mente humana ante la indigencia y el sufrimiento? ¿Responde a
mecanismos psicológicos de un negociado mercantilista con poderes
divinos ocultos ante un futuro siempre incierto? ¿Por qué lo religioso
se ha integrado con tanta fuerza en los "sistemas personales de
sentido"? ¿Cómo armonizar la realidad del cristianismo con las otras
religiones y metafísicas? La naturaleza humana, entendida desde la
cultura moderna, ¿permite hoy un "sistema personal de sentido" que
asuma la religiosidad en general y la religiosidad cristiana? Si es
posible, ¿cómo podría argumentarse la religiosidad como proceso humano,
cognitivo y emocional, congruente e integrado en las circunstancias
objetivas de la modernidad?
El camino lógico que comenzamos en este ensayo parte de la experiencia
cristiana de la crisis del hecho religioso. Su desarrollo final conduce
a postular la necesidad de un nuevo concilio. Pero la conciencia actual
de la crisis de la religión es tan solo un punto de partida. Los
análisis y los argumentos que propondremos -que se irán abriendo en su
campo de cobertura- ayudarán, por tanto, no solo a quienes viven el
presente desde la experiencia religiosa cristiana, sino también a
quienes lo están haciendo desde enfoques existenciales diversos, sean
religiosos, cristianos, indiferentes, agnósticos o ateos. Quien nos
quiera acompañar en el itinerario que iniciamos podrá plantearse con
seriedad una reflexión personal sobre el gran enigma del universo y del
sentido de nuestra vida. En último término, sobre el gran enigma del
futuro que nos espera y que pesa sobre nosotros con presión existencial
continua y creciente a medida que recorremos el tramo finito de la
existencia y nos acercamos al final. Es el enigma del universo que se
prefigura en algo tan enigmático como es el hecho religioso y
metafísico presente desde siempre en la historia de la humanidad y
todavía no resuelto por nadie.
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