Hacia el nuevo
concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia
7. Paradigma de la modernidad y filosofía
de la historia
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1. La
dimensión socio-política del paradigma antiguo
2.
El compromiso socio-político cristiano desde el paradigma
de la modernidad
3. La
filosofía política y de la historia
4.
Paradigma de la modernidad y filosofía de la historia
5.
Conclusión: una excepcional responsabilidad histórica
para con el progreso de la humanidad
El momento histórico excepcional en que se
produce la confluencia de ideas que deberá permitir el cambio de
paradigma en el cristianismo, tras veinte siglos de permanencia en el
paradigma antiguo grecorromano, coincide con la gestación en paralelo
de otro proceso de dimensiones históricas excepcionales. Me refiero a
la maduración en la conciencia de que la sociedad civil tiene
posibilidades realistas, pragmáticas, de influir en el curso de la
historia de las naciones y, por ello, de asumir una forma de compromiso
nuevo en la lucha secular contra el sufrimiento humano. Los argumentos,
construidos en filosofía política y en filosofía de la historia, que
fundan la conjetura de que se está gestando un cambio histórico de
dimensiones colosales, han sido presentados ya por nosotros en obras
anteriores, primero literariamente en Dédalo. La revolución
americana del siglo XXI y segundo en el ensayo Hacia un Nuevo
Mundo. Filosofía Política del protagonismo histórico emergente de la
sociedad civil.
La dimensión socio-política del paradigma de la modernidad supondrá
para el cristianismo (y por ende también para las religiones) la gran
ocasión histórica para salir decididamente de la pretensión teocrática
ancestral de controlar la sociedad desde la religión. Sin embargo, el
abandono del teocratismo abrirá el nuevo diseño de compromiso
socio-político cristiano-religioso más fecundo en el marco moderno de
la ciudadanía puramente. civil de los hombres religiosos. La exigencia
de compromiso civil cristiano-religioso coincidiría con el creciente
protagonismo histórico de la sociedad civil en la filosofía de la
historia del siglo XXI. La confluencia de la dinámica de la historia
civil con la dinámica de la historia religiosa en el paradigma de la
modernidad pondría a las religiones en unas excepcionales condiciones
para jugar un papel decisivo en hacer posible un Nuevo Mundo en que,
pragmática y eficazmente, la humanidad combatiera el sufrimiento
humano.
La historia humana es anterior al cristianismo. Hubo muchos siglos de
historia anterior y, una vez aparecido, la mayor parte de la humanidad
siguió al margen de su influencia. Así ocurre todavía hoy. Aunque gran
parte de las naciones estuvieron, y siguen estando, bajo la influencia
cristiana, la historia civil discurre al margen de la religión
cristiana. Podríamos decir incluso que al margen de las religiones,
aunque la influencia actual de la religión en los sucesos relacionados
con el islamismo pudiera hacemos pensar lo contrario. Hubo tiempos en
que la religión jugó un papel determinante en la historia de las
naciones: pensemos en la antigüedad y en la Edad media. Pero de aquel
pasado solo quedan hoy las sociedades islámicas. En realidad, a pesar
del pasado y de su presencia residual, la religión tiene solo una
cierta influencia en la historia actual que discurre por una lógica
autónoma.
Sin embargo, la religiosidad individual y las religiones tienen una
dinámica que conduce a influir en la vida civil de las naciones. Por
una parte la religión individual admite la benevolencia divina para con
los hombres. Dios ama a los hombres y los hombres deben amarse entre
sí. De ahí que el hombre religioso, coherente con su sensibilidad
religiosa profunda, si es sincera, tiende a mirar a los otros hombres
con la misma benevolencia con que Dios los mira. Lo mismo acontece, por
otra parte, en las religiones configuradas socialmente. De una u otra
manera la benevolencia divina aceptada se traduce siempre en inducir a
los fieles para que realicen unos con otros esa misma benevolencia
divina. Cuando las grandes religiones han determinado la forma misma de
las sociedades civiles (este es el caso del judaísmo, cristianismo,
hinduismo, budismo e islamismo), el factor religioso llevó a la
benevolencia interhumana: motivó hacia el amor, la compasión, la
misericordia, el respeto, la solidaridad, la ayuda de unos a otros (sea
esto dicho con las debidas cautelas). En alguna manera, por tanto, el logos
o racionalidad, el sentido de las sociedades civiles ha sido aportado
por las cosmovisiones religiosas. En otras palabras: la "filosofía de
la historia" (el logos con que la sociedad entiende el
fundamento del orden social) ha sido aportado por las religiones
durante mucho tiempo. Hasta el punto de que no es posible reconstruir
la "filosofía de la historia" de los grandes grupos humanos, de las
culturas y de las naciones sin entenderla como la "filosofía de la
historia" de sus respectivas religiones.
El fin de la "filosofía cristiana de la historia"
antigua.
El cristianismo, por consiguiente, actuó dentro de esta misma lógica
general de la historia. En los tiempos antiguos (que llegan hasta el
final de la Edad media) se encontró con una sociedad que, respondiendo
a exigencias naturales, se había dotado a sí misma de una cierta
organización social. En la época inicial el mundo civil era el imperio
romano. La adaptación a esta cultura ambiental primitiva condujo a la
formación progresiva del paradigma grecorromano, tanto en su vertiente
filosófico-teológica como en la socio-política (capítulo III). Así
nació la visión teocrática de lo sociopolítico que, de hecho, llega
hasta nuestros días. Sin embargo, el paradigma grecorromano que fundó
la racionalidad del orden socio-político de los tiempos antiguos llegó
a su fin con la modernidad, ya en el renacimiento. Así como la
ontología griega antigua se fue sustituyendo por la imagen de la
realidad en la Era de la Ciencia, así también la filosofía de la
historia antigua se sustituyó por una nueva filosofía social. Desde ese
momento quedó abierta para el cristianismo una tarea urgente, aunque
todavía pendiente en la actualidad: adaptar la propia "filosofía
cristiana de la historia" al nuevo condicionamiento de la modernidad en
la vida civil.
Al estudiar el paradigma grecorromano lo hicimos en dos dimensiones: la
filosófico-teológica y la socio-política (capítulo III). Pero al
estudiar después la formación del paradigma de la modernidad nos
referimos solo en primer lugar a su dimensión
científico-filosófico-teológica (capítulos IV y V), y, después, a la
oportunidad que el nuevo paradigma moderno ofrecía al movimiento
ecuménico interconfesional y al entendimiento interreligioso (capítulo
VI). Sin embargo, todavía no hemos abordado el estudio de la dimensión
socio-política del mismo paradigma de la modernidad. No lo hemos hecho,
en efecto, ni en relación con el cristianismo ni con las otras
religiones.
La "filosofía cristiana de la historia" de la
modernidad.
Si en el paradigma antiguo el cristianismo habilitó una cierta forma de
entender cómo realizar su "compromiso benevolente" a favor de la
sociedad humana (de acuerdo con la lógica de su tiempo), así
igualmente, una vez instalado en el nuevo paradigma de la modernidad,
el cristianismo deberá habilitar la nueva forma consecuente de entender
cómo realizar su "compromiso benevolente" para con la historia humana.
La nueva formulación no se ha producido todavía, a nuestro entender. Si
aún no se ha dado la maduración de las ideas hacia el paradigma
filosófico-teológico de la modernidad, menos todavía se habrá dado la
consecuente maduración hacia el nuevo paradigma socio-político de la
modernidad. Nuestra intención es proceder ahora a su explicación, de
acuerdo con la lógica general de nuestras argumentaciones. La
modernidad ofrece hoy al cristianismo, y a las otras religiones, un
ámbito de "compromiso benevolente" mucho mayor que en el pasado. La
emancipación de la sociedad frente al teocentrismo grecorromano no solo
no cierra las posibilidades de compromiso religioso y cristiano (al
haber asumido la sociedad civil la dirección de la historia al margen
de lo religioso), sino que "libera" a las religiones de ataduras
ideológicas pasadas que impedían vislumbrar las verdaderas dimensiones
de su compromiso. El "paradigma de la modernidad" como "paradigma de la
libertad" puede también ser liberador del cristianismo para emprender
una nueva época en que afrontar, unido a las otras religiones, su
verdadera responsabilidad para con la historia humana. La lógica de
este nuevo compromiso socio-político moderno para con la sociedad -la
nueva "filosofía de la historia" cristiana y religiosa desde el
"paradigma de la modernidad"-es lo que debemos exponer seguidamente.
Será, como decíamos, la profundización en esta nueva forma de
compromiso cristiano la que pondrá en condiciones a los ciudadanos
cristiano-religiosos para asumir excepcionales responsabilidades
históricas al entrar en confluencia con la lógica de la historia civil
hacia el protagonismo emergente de la sociedad civil.
1. La dimensión
socio-política del paradigma antiguo
Comencemos recordando dónde estuvo socio-políticamente el cristianismo
durante siglos como consecuencia del paradigma grecorromano. Este tenía
no solo contenido filosófico: tenía también una concepción de la
sociedad y del papel de la religión en ella. El resultado fue la
derivación hacia el teocratismo político. A ello nos referimos ya antes
(capítulo III). Supuesto cuanto entonces dijimos, hacemos seguidamente
algunas indicaciones para reinterpretar el origen y la significación de
este teocratismo grecorromano, así como para entender por contraste en
qué consisten las novedades del paradigma nuevo.
1.1. Consolidación del teocratismo en el
paradigma antiguo
El gobierno unipersonal caudillista en las
sociedades antiguas.
La forma de organizarse la sociedad ha dependido siempre de unos
ciertos ideales ético-utópicos que representan el sentir popular. Los
grupos humanos antiguos, por lo general asentados en lugares que por
agricultura, caza, pastoreo y artesanía, les daban lo necesario para
vivir, tuvieron siempre intereses básicos muy sencillos: el bienestar
familiar inmediato, la seguridad frente a la naturaleza, la paz con los
vecinos, el abastecimiento de las necesidades básicas, la
administración de justicia, el respeto a los propios bienes, etc. Sería
la forma popular más sencilla del antiguo ideal aristotélico de la
"vida buena". Esta forma de vivir abrió a la concepción de unos ciertos
ideales éticos (comportamientos al servicio de esta "vida buena") que
proyectaban a un horizonte utópico (de avance indefinido hacia el
progreso en estos ideales éticos). La sensibilidad popular derivó
pronto a una manera de entender el proyecto de acción en común
de ese grupo humano mediante la elección de un caudillo (rey, monarca,
tirano...) que dirigiera la unidad del grupo en orden a la realización
de sus intereses: un ejército para defenderse, la protección de los
bienes, la impartición de justicia, etc. El pueblo se sintió así
identificado con sus monarcas, ya que estos le representaban y le
protegían. La forma de "gobierno unipersonal" ha llenado prácticamente
toda la historia. Desde el gobierno de las polis griegas y del Imperio
romano hasta las monarquías medievales, prolongadas en las monarquías
absolutistas posteriores. Más adelante veremos que han surgido
alternativas al "gobierno unipersonal", siempre en último término
orientadas a la "participación popular" (ya en Grecia y Roma). Pero la
lógica primitiva del gobierno unipersonal ha estado siempre muy
arraigada y, con frecuencia, ha seguido presente en otras formas
políticas más modernas, aunque sea tomando diversos camuflajes (al
amparo de ciertas "democracias" modernas se siguen escondiendo, de
hecho, puros caudillismos). El papel de la religión en las sociedades
antiguas. Siendo la religión un factor social de importancia
extraordinaria era lógico esperar que se produjera una simbiosis con
las estructuras socio-políticas. Si el pueblo cree en su Dios, o en sus
dioses, se encomienda a su amparo y protección. Ahora bien, el amparo
divino al pueblo debía realizarse de forma especial como amparo al
monarca, de cuyas decisiones justas dependían el bien y la prosperidad
del pueblo. El monarca se hace así, a los ojos del pueblo, el "ungido"
por lo Alto que tiene la inspiración para gobernar. Por tanto, el
gobernante ya no solo es un político más: es un ser especial "ungido"
por Dios. El sistema político y el monarca se sacralizan al situarse
por la fe bajo el amparo y la providencia divina. Este teocratismo
estuvo presente en la monarquía de Israel. También lo estuvo en la Roma
republicana (de una forma especial, ya que en ella no hubo reyes) y,
sobre todo, en la Roma imperial, donde el emperador no solo fue el
"ungido" sino que algunos lo consideraron incluso asumido en el panteón
de los dioses.
El cristianismo en el paradigma socio-político
antiguo.
La iglesia primitiva no tuvo aspiraciones políticas. Bastante tenía con
ordenar la teología cristiana, asentar las comunidades en proceso de
expansión y hacer frente a la persecución cruenta del imperio romano.
Pero la decadencia de la religión oficial de Roma y el crecimiento
constante del cristianismo entre la población del imperio, así como sus
principios éticos superiores, le llevaron a un prestigio social
creciente. Sin duda que la conversión de Constantino se hizo eco de
este prestigio. Para el cristianismo, acostumbrado a la persecución, la
nueva situación fue un respiro. Pero Constantino albergaba el plan
estratégico de reforzar al imperio dotándole de una nueva religión de
estado, el cristianismo. Y así se hizo. Desde entonces el emperador
gobernaría a su pueblo como "ungido" del Dios cristiano. En la doctrina
de Jesús, que estaba siendo proclamada en el kerigma, no se contenía
(capítulo II) una teoría política definida; se daban por presupuestas
las prácticas sociopolíticas del espacio mesopotámico antiguo que
respondían a lo que los hombres habían querido hacer de sus sociedades.
El cristianismo era solo una doctrina sobre lo transcendente y la
soteriología, pero tuvo que adaptarse con una filosofía de emergencia
para responder a la nueva situación constantiniana.
Nacimiento del teocratismo socio-político cristiano.
El cristianismo llevaba en sí mismo una doctrina de amor al prójimo· y
de caridad fundada en la misma esencia del mensaje de Jesús predicado
en las bienaventuranzas evangélicas. La comunidad cristiana primitiva
se sintió urgida por la fe a la ayuda de unos a otros por la caridad,
hasta llegar a la misma compartición de bienes. Es evidente que esta
misma doctrina tenía un valor universal: una sociedad cristiana debía
instaurar el amor entre unos y otros, socorriendo a los pobres por el
ministerio de la caridad. Una sociedad injusta en que unos a otros se
desprecian, donde imperan el desamparo y la pobreza no es cristiana.
Mientras la iglesia era solo religión de comunidades aisladas,
ciertamente el cristianismo no era responsable de las circunstancias
sociales de pobreza, del desamor, injusticia y violencia. Sin embargo,
cuando el cristianismo pasó a ser religión de estado se produjo un
cambio sustancial: el Dios cristiano pasaba en alguna manera a
legalizar sacralmente el orden existente. La sociedad seguía siendo
como siempre había sido, con pobres y ricos, con nobles y plebeyos, con
señores feudales y siervos de la gleba (en la Edad media). Por otra
parte, los monarcas "ungidos" por el Dios cristiano, comenzando por el
mismo Constantino, no eran ejemplo de virtudes personales ni de
gobierno justo. El caos social y político siguió como siempre, sin
alterarse. Pero la sacralización de ese orden injusto se hacía ya desde
la religión cristiana. ¿Qué podía hacer el cristianismo ante esta
situación, una vez "atrapado" en el teocratismo grecorromano? Solo le
cabía hacer dos cosas que son las que, en efecto, intentó llevar a
cabo. La primera exhortar a la caridad y a la atención a los pobres,
como vemos en la formidable predicación de los santos Padres, apelando
sin cesar a una sociedad caritativa por exigencia cristiana esencial.
La segunda exhortar a los gobernantes, sobre todo al "ungido real o
imperial" del que todo dependía, a un gobierno adornado con las
virtudes cristianas: desde Eusebio de Cesarea, que no solo "sacralizó"
cristianamente el imperio romano y la figura de Constantino sino que
trazó la imagen ideal del monarca adornado con las virtudes cristianas
ideales, hasta el humanista renacentista Erasmo de Rotterdam
instruyendo el gobierno cristiano del emperador Carlos I y el género
literario llamado "espejo de príncipes", tan cultivado en la
patrística, en el imperio carolingio y en la Edad media.
La dimensión filosófico-teológica del paradigma
antiguo.
La iglesia, por tanto, se halló, tras la decisión de Constantino,
involucrada en la justificación del orden socio-político del imperio
romano. Hubo críticas a los gobernantes injustos, como vemos en los
santos Padres: pero ya se movió siempre en un marco teocrático de fondo
del que ya no pudo salir. Sin embargo, en ese tiempo, en la época
constantiniana y después en la patrística posterior, se construyó paso
a paso lo que hemos venido en llamar el paradigma grecorromano, de
naturaleza filosófico-teológica (capítulo III). Y el hecho fue que la
lógica del paradigma filosófico reafirmó a la iglesia en el papel
"legitimador" o "sacralizador" en que los acontecimientos políticos ya
la habían instalado. Este proceso ideológico lleva desde la patrística
hasta la teología escolástica medieval. A) El orden social se fundaba
ante todo en la razón natural y la iglesia era ya la depositaria
principal de la filosofía grecorromana. La cristiandad fue acaparando
la cultura y llegó un tiempo en que solo la iglesia producía
pensamiento. Esta filosofía racional -junto con la teología
patrística-había dejado ya claro que la razón natural llevaba siempre
al Dios cristiano como fundamento del orden social. B) La voluntad del
Dios creador había quedado también manifiesta en la ley natural que la
iglesia, detentadora de la razón natural, tenía la misión de proclamar
y cuyo cumplimiento tenía obligación de exigir a las autoridades y al
pueblo. C) Pero la voluntad divina no solo se manifestaba en la razón y
en la ley natural sino también, principalmente, en la ley de Cristo que
debía inspirar el orden social y político. Ya en su momento estudiamos
con cierto detalle el carácter teocrático implicado en la lógica del
paradigma grecorromano en su dimensión filosófico-teológica (capítulo
III). De ahí que la iglesia acabara sintiéndose "a gusto" en el papel
tutelar del orden político en que los avatares políticos la habían
colocado desde Constantino. No solo lo hacía de hecho (por avatares
políticos), sino que le competía por derecho, pues la ley de Dios era
fundamento de la sociedad en todos los órdenes.
La perversión del gobierno unipersonal. La
organización social por medio del gobierno unipersonal fue un recurso
constante a lo largo de la historia. Fue casi inevitable porque las
sociedades primitivas apenas tenían alternativa. Sin embargo, fue un
"proyecto de acción en común" peligroso, como la historia se encarga de
mostramos. El monarca, y su sistema delegado de gobierno, podía ser
justo; tenemos así el recuerdo de monarcas verdaderamente justos. Pero
la monarquía estaba siempre próxima a corromperse, utilizando el poder
para beneficiar los intereses personales del monarca y de los suyos.
Las complejas "estrategias de acción política" en los gobiernos
unipersonales de todos los tiempos muestran que, en efecto, hubo
sublevaciones populares, asesinatos, intrigas palaciegas, cambio de
monarcas, derrocamiento violento de dinastías... siempre como
consecuencia de un ejercicio injusto del poder. La constatación de la
perversión no se traducía nunca en poner en cuestión el sistema: solo
se trataba de corregirlo.
La perversión del ejercicio tutelar de la iglesia.
En medio de una sociedad todavía muy primitiva en continua convulsión
por las injusticias, arbitrariedades y violencias, la iglesia siguió su
camino evangélico, como muestran los muchos santos de estos años, así
como el esplendor de la vida monástica. Hubo papas, obispos, abades y
santos que intentaron denunciar que el orden socio-político existente
no era cristiano. Sin embargo, también es verdad que la "perversión del
gobierno unipersonal" arrastró a muchos sectores del mundo
eclesiástico. Parte de la iglesia no solo toleró la corrupción, sino
que se involucró en ella plenamente. La historia atestigua sin lugar a
dudas las dimensiones colosales que en estos tiempos oscuros alcanzó en
la iglesia la corrupción.
La seguridad teocrática, fundamento de la
represión religiosa.
Solo por la inmensa seguridad subjetiva de poseer la verdad teocrática
pueden explicarse los reiterados ejercicios de la represión religiosa,
ejercida al unísono por el poder eclesiástico y por el poder civil
asociado (en unas épocas más que en otras). Los juicios eclesiásticos,
las penas conferidas, los ajusticiamientos, las torturas y las mil
vejaciones de que fueron objeto los disidentes religiosos, solo pueden
explicarse en el supuesto del inmenso "fanatismo" de que estaban
imbuidos sus protagonistas. Se tenía la persuasión de que la sociedad
teocrática tenía derecho a eliminar físicamente, incluso a torturar, a
quienes representaban un peligro del orden social, que era por su
naturaleza un orden religioso. El bien común daba derecho a obrar hasta
la eliminación física de todo aquello que se considerara un peligro,
incluso aunque solo se tratara del peligro de las ideas. El juicio de
Juana de Arco o la represión contra los cátaros en Francia son ejemplo
de represión religiosa. También el tribunal de la Inquisición o la
persecución de las brujas en toda Europa (o en América, como las brujas
de Salem). Fue una represión religiosa multidireccional en que
católicos reprimían a protestantes y estos a los católicos (como es el
ejemplo del mártir inglés Edmund Campion), a la vez que católicos y
protestantes reprimían juntos a disidentes no cristianos.
1.2. Crisis y persistencia del teocratismo
grecorromano
Por consiguiente, el orden teocrático no solo era un hecho
circunstancial, sino un derecho divino consecuencia de la ley natural
de la razón y de la ley revelada de Cristo. La iglesia era el árbitro
natural que garantizaba el ejercicio de la ley divina. La persuasión de
ejercer un derecho fundado en el orden racional y teológico de las
cosas hizo a la iglesia muy difícil abandonar las posiciones
teocéntricas. En nuestra opinión, todavía no han sido abandonadas de
manera clara e inequívoca, sustituyéndolas por otro sistema de
pensamiento alternativo que presente una plena definición. Esto es lo
que, en último término, estamos intentando argumentar en este ensayo:
la necesidad de entrar de manera ya definida en el "paradigma de la
modernidad", avalado por la inequívoca evolución del mundo moderno. En
todo caso, debemos ser conscientes del proceso de crisis, de desmontaje
histórico del teocratismo que había llegado a su plenitud con la
cristiandad de Inocencio III tras la crisis de las investiduras y la
etapa anterior cesaropapista de la época carolingia y del sacro romano
imperio. El proceso histórico que acaba desmontando el teocratismo
comenzó a fraguarse fuera de la iglesia, como movimiento civil, y es lo
que conocemos como la modernidad.
Crisis del teocratismo por la perversión política.
La corrupción eclesiástica mencionada, al involucrarse parte de la
iglesia en la "perversión del gobierno unipersonal" de los dominios
feudales, de las monarquías y de los imperios, fue percibida por los
intelectuales, pero también por el pueblo llano. La Edad media estuvo
llena de movimientos de protesta populares, siempre antieclesiásticos,
que promovían una iglesia más auténtica y evangélica: desde los cátaros
y valdenses hasta Wiclef y Huss o las guerras de los campesinos
alemanes, ya a un paso de la reforma luterana. Los intelectuales de la
baja Edad media, tras el triunfo del poder eclesiástico, no cesan
también en su denuncia del incorrecto poder de la iglesia sobre la
sociedad civil. Marsilio de Padua fue un anticipo de ideas que se
repiten y llegan, ya en el renacimiento, a la reforma protestante, a
Maquiavelo, Hobbes y Locke. Por consiguiente, la asociación de la
iglesia al sistema del "gobierno unipersonal" fue un lastre de siglos y
siglos. Aquel sistema teocrático pudo ser ejemplar (en el marco de su
época), pero no lo fue. La perversión del sistema acabó arrastrando a
parte de la iglesia y comenzó una larga etapa de protestas entre los
intelectuales y en el pueblo. El teocratismo entró en crisis y entre
otras cosas produjo en parte la reforma protestante.
La crisis de fundamentos por la modernidad. La
insatisfacción y crisis por el estado de la iglesia acabó produciendo
primero la convulsión teológica del nominalismo y segundo el nacimiento
de la reforma protestante. Cuando esto sucedió, la modernidad estaba
solo naciendo. Por ello, la reforma no respondió plenamente al espíritu
de la modernidad; solo en algunos rasgos. Pero en otros, el
teocentrismo y el teocratismo propio de la Edad media siguió
manteniéndose sin asomos de crítica. Se combatió el poder eclesiástico
de Roma, pero este poder se entregó de nuevo a la sociedad civil, como
se ve en el teocratismo real de Enrique VIII, de Calvino y del mismo
Lutero. Sin embargo, aunque la crisis del teocratismo medieval ya
estaba en curso, el nacimiento pleno de la modernidad terminó de
socavar los fundamentos ideológicos del teocratismo civil. Cae el
teocratismo que la iglesia controlaba, pero se instaura otro
teocratismo gobernado por la misma sociedad civil (verbi gratia, de la
iglesia de Calvino o de las incipientes colonias en América). En el
paradigma antiguo el teocratismo era, en efecto, resultado convergente
de los dos aspectos del paradigma grecorromano: de su dimensión
sociopolítica y de su dimensión filosófico-teológica. La dimensión
socio-política era el gobierno unipersonal del imperio romano
constantiniano, después desplazado a monarquías medievales, al imperio
carolingio y al sacro romano imperio. Pero la concepción civil antigua
del orden social fue desplazada por la modernidad y la religión fue
pasando poco a poco de su papel institucional en el teocratismo
anterior a un mero papel residual en la vida personal de los creyentes
y de las iglesias. La posición de John Locke fue, en este aspecto,
clarividente. El teocratismo medieval anterior era un concierto entre
dos partes: la sociedad y la iglesia. Una de estas partes, la sociedad,
fue denunciando poco a poco el teocratismo y se salió unilateralmente
del concierto. La otra parte, la iglesia, quedó por ello colgada del
teocratismo, sin saber qué hacer, con la perplejidad y el desconcierto
de una novia a la que se ha dejado plantada. El proceso no fue
inmediato. La misma reforma mantuvo la unión iglesia-estado en muchos
de sus dominios. Pero se había abierto camino hacia la aconfesionalidad
del estado y al laicismo moderno, tal como se verá en la gran
constitución americana de la modernidad.
Mantenimiento del paradigma teocrático. ¿Qué
debía hacer la iglesia en la nueva situación? Su posición, como hemos
advertido, era ya desairada. Siempre de movimientos lentos, la iglesia
se había hecho al teocentrismo y, además, la misma dimensión
filosófico-teológica del paradigma grecorromano justificaba que el
hombre y la sociedad solo se entendían desde Dios. La sociedad debía
por ello fundarse en la ley natural y en la ley divina: en ambas
resplandecía la razón natural y la razón teológica. La razón imponía la
verdad de Dios y por ello el derecho natural era, por naturaleza,
teocrático. Aunque la ideología de la modernidad se imponía y se
extendía por todas partes, muchos países todavía conservaban gobiernos
unipersonales (verbi gratia, las monarquías nacionales absolutas del
XVII-XVIII) y mantenían referencias residuales a Dios y a la iglesia.
Pero el avance hacia posiciones aconfesionales y laicistas fue
constante. No obstante, la iglesia se mantuvo, y a nuestro entender,
todavía se mantiene, en la posición teocrática matizada en que estuvo
durante siglos. La iglesia aún proclama testimonialmente que la
sociedad debería fundarse en Dios, que el humanismo sin Dios es un
humanismo imposible y que los intentos de las nuevas sociedades hacia
la construcción de un orden al margen de Dios y de la iglesia son
intentos desorientados y fallidos que nunca conducirán al verdadero
humanismo. Solo la antropología y la sociología inspiradas en la ley de
Cristo podrían llevar a la sociedad al cumplimiento de sus fines. Sin
lugar alguno al desánimo, la iglesia ha seguido proclamando en
encíclicas (que constituyen la llamada "doctrina social de la iglesia")
cómo debería ser la sociedad para responder a la verdad de la razón y a
la ley de Cristo. Sin embargo, si nos situamos en la perspectiva de no
creyentes, de cristianos de otras confesiones o de miembros de las
otras religiones, parece que estas proclamaciones no se verán tanto
como "la" verdad cuanto como la verdad "de" la iglesia católica.
Adaptaciones "ad hoc". El problema para la
iglesia no era tanto el haber abandonado el gobierno unipersonal por
otros sistemas nuevos participativos, de soberanía popular,
constitucionales y democráticos, cuanto que los nuevos sistemas se
hubieran autonomizado frente al teocratismo cristiano. Si los nuevos
regímenes políticos (monarquías constitucionales y repúblicas) hubieran
seguido admitiendo el papel tradicional de Dios y de la iglesia, no se
hubiera planteado ninguna inquietud. Por ello, aun sin audiencia real,
a sabiendas de que la sociedad apenas se interesa por sus enseñanzas,
la iglesia ha seguido actuando como si las sociedades modernas
prestaran oído a su magisterio (como si no hubieran abandonado el
teocratismo). Sin embargo, aunque la iglesia sigue en un teocratismo de
fondo, lo ha ido matizando continuamente por una serie de adaptaciones ad
hoc
exigidas por lo inevitable de los hechos en los regímenes políticos del
mundo moderno. Estos esfuerzos de adaptación son relativamente
recientes (piénsese que hace 150 años Pío IX proclamó el célebre Syllabus,
cuando todavía el integrismo católico se hallaba en pleno combate
contra el mundo moderno y el liberalismo, actitud mantenida durante el
siglo XIX y parte del XX). Es el caso del reconocimiento de hecho de la
aconfesionalidad de los est;1dos, de la autonomía de la sociedad civil,
de la laicidad y hasta de la libertad religiosa, tema intensamente
debatido, y no fácil de resolver, en el concilio Vaticano II donde las
posiciones integristas, al estilo de Pío IX estaban todavía muy vivas
(Cardenal Ottaviani), como se ve en las actas de las discusiones del
concilio. Las adaptaciones ad hoc plantean, pues, una
incertidumbre de fondo: ¿significan entonces que la iglesia ha
desistido de su teocentrismo ancestral y nos hallamos abiertos a una
alternativa definida? Nadie lo podría asegurar porque no se sabe nunca
cuál sería la alternativa, dónde se encuentra formulada, a qué nueva
filosofía responde y además, cuando menos se espera, aparecen
actuaciones de la iglesia en concordancia con el marco teocrático
tradicional que parecía moribundo pero que revive con fuerza
insospechada. La iglesia de hoy sigue deseando -aunque defendiéndolo
con más equilibrio y discreción- que la sociedad se fundara en el
"humanismo religioso" que imponen la razón y la ley natural
2. El
compromiso socio-político cristiano desde el paradigma de la modernidad
La iglesia quedó, pues, "atrapada" por el paradigma grecorromano en los
términos expuestos. Desde que irrumpió la modernidad quedó "en el aire"
ya que desapareció el soporte civil que permitía el teocratismo con que
se había identificado. Desde entonces su posición fue más y más
incómoda en el mundo moderno. La iglesia católica, en nuestra opinión
hasta el presente, todavía no ha concluido su proceso de adaptación a
la nueva sociedad. En el fondo es todavía el mismo problema: su
persistencia en el paradigma grecorromano, tal como se ha comentado con
amplitud. En la dimensión filosófico-teológica el mundo moderno ha
producido una imagen de la realidad que exige que el cristianismo dé el
tránsito al "paradigma de la modernidad" filosófico-teológico (capitulo
V). Pero también en la dimensión socio-política la sociedad actual ha
producido un estado de cosas nuevo, que es lógicamente más correcto que
el anterior, y que exige que el cristianismo dé el tránsito hacia el
"paradigma de la modernidad" socio-político. En ambos casos se debe
abandonar el paradigma grecorromano para instalarse en el "paradigma de
la modernidad". La pregunta, por tanto, se debe formular en estos
términos: ¿cuál es la filosofía y teología socio-política del
cristianismo desde la lógica del paradigma de la modernidad?
2.1. La autonomía del discurso socio-político
natural
La autonomía del discurso natural. Un rasgo
esencial del paradigma de la modernidad es la nueva imagen del hombre
en la Era de la Ciencia. El origen evolutivo del hombre muestra cómo se
forma su razón y cómo se pregunta, por ejercicio de la razón, cuál es
su propia naturaleza en el interior del universo en su conjunto. Queda
así abierto al enigma del fundamento último del universo que pudiera
ser una Divinidad transcendente o un puro mundo sin Dios. Pero antes de
que se pregunte y responda cuál es la verdad metafísica última de las
cosas, el hombre se halla constituido en su condición humana y en
posesión de un discurso natural que no es resultado de su reflexión
metafísica sino lo que la hace posible. La ciencia nos dice hoy que la
razón (así como la condición natural humana) debe entenderse como algo
previo al discurso metafísico: este se encuentra como manifestación
especial del discurso natural. Este discurso (capítulo IV), que asume e
integra instintos y apetencias básicos de la evolución animal, coloca
al hombre en el mundo, le abre al diseño básico de su vida personal y
colectiva, le hace ponderar las grandes experiencias humanas con el
dramatismo que comportan y le lleva al momento, para él decisivo, en
que debe plantearse y responder a las preguntas metafísicas por el
sentido último de la vida. No es lo metafísico (ni lo religioso) lo que
constituye al hombre, sino que es el hombre el que construye libre y
personalmente sus representaciones y opciones en torno al sentido
último del universo.
El sistema natural de valores vitales. La vida
responde a un sistema natural de valores que han tenido su origen en el
mundo animal. Por lo general, los animales superiores sienten
instintivamente su individualidad y su pertenencia a la especie, o al
grupo. En el hombre el sistema de valores heredado del mundo animal,
sin embargo, debe rehacerse por el ejercicio de la razón. Esta es, en
efecto, la causa de los principios morales. El hombre se sabe, por su
condición natural, como individuo y, al mismo tiempo, parte de la
especie humana: parte de un grupo inmediato que le acoge y en el que
realiza su vida. El otro hombre puede aparecer como enemigo de su grupo
y debe defenderse. Él mismo puede ser un agresor para otros hombres
cuando se disputan bienes esenciales para la propia vida y la del
grupo. Sin embargo, el curso de la historia ha ido ampliando poco a
poco la identificación de cada hombre con grupos más numerosos: bien
sean tribus, ciudades, pueblos o naciones, estados y el concierto
internacional. La naturaleza racional, por tanto, tal como fue
reconocido por la escolástica clásica y por el iusnaturalismo de los
siglos XVII-XVIII, funda la moral individual, la moral social, los
principios de la organización política e incluso el sistema de valores
estéticos. Para el hombre es así natural la conciencia de la propia
dignidad, de su libertad, exigencia de autenticidad y de sus derechos
frente a los demás, así como el sentimiento abierto de respeto, de
justicia, de dignidad y de derechos del otro hombre, de solidaridad y
de "amor" a los demás. Es la urgencia natural de buscar la felicidad
propia y hacerla posible a los demás con una actitud "altruista" (hoy
muy investigada en psicología animal y humana).
El discurso socio-político natural. El
discurso natural, así como el sistema de valores naturales que produce,
es el origen del discurso socio-político. Los hombres han imaginado, y
realizado, formas de convivencia socio-política para alcanzar el
sistema de valores racionales (y emotivos, racio-emocionales) que
pertenecen a su naturaleza básica. El deseo ético-utópico de la "vida
buena" de Aristóteles responde a estos valores naturales. Igualmente el
diseño del sistema de convivencia socio-política bajo el "gobierno
unipersonal" es resultado del discurso natural. También lo son todos
los "proyectos de acción en común" que han sido diseñados a partir del
renacimiento. Es importante advertir, por tanto, que, en el marco de la
filosofía que nos permite el paradigma de la modernidad en la Era de la
Ciencia, la razón política no deriva del discurso metafísico, sino del
discurso natural que pertenece a la condición humana como tal.
Discurso socio-político natural y discurso
metafísico.
La misma razón natural, además, sitúa al hombre en un marco de
autorrealización como persona y diseña formas de convivencia
interhumana. Por ello, como exigencia de la razón, se ve conducida a
plantear y responder a las grandes preguntas metafísicas ante el enigma
final de las cosas. La respuesta deja abiertas dos posibles
explicaciones metafísicas: la hipótesis de la Divinidad y la hipótesis
puramente mundana de un mundo sin Dios. Estas hipótesis asumen el mismo
discurso natural y el sistema de valores de la condición humana. Es
posible que cada una de las visiones metafísica permitan hacer matices
añadidos y lleven a la apertura de nuevos valores. Es posible incluso
que permitan matices en el discurso socio-político natural. Pero
siempre asumen lo natural y lo integran en el contenido propio de la
metafísica (esto es lo que, en efecto, como veremos, hace el
cristianismo). La diferencia de la perspectiva moderna con el enfoque
del paradigma antiguo es que este era esencialmente teocéntrico. Por
tanto, el hombre, como resultado inexorable del ejercicio de la razón,
conocía con una certeza metafísica la existencia de Dios como
fundamento absoluto del ser del universo. Este conocimiento hacía que
la naturaleza y la razón natural se vieran como ley natural que
trasluce la voluntad divina; es decir, como ley natural que eo ipso es
ley divina. Dios era, pues, en consecuencia, para el teísmo el origen
de la moral y del orden socio-político (como siguieron diciendo tanto
la escolástica como el iusnaturalismo de origen cristiano, aunque antes
hubieran admitido que el orden social brotaba solo de la razón
natural). Para el paradigma de la modernidad la razón natural, en
cambio, puede inclinarse hacia la hipótesis de la Divinidad, así como
puede también inclinarse hacia la hipótesis puramente mundana. Para los
teístas en la modernidad (solo para ellos) Dios es la causa del orden
natural, pero la ley natural del orden creado por Dios no es ya la ley
del teocentrismo impositivo, sino la ley natural de la libertad
creativa hecha a medida de la dignidad del hombre (capítulo IV). Pero
para los ateístas la pura razón configura una ley natural al margen de
la creencia. En todo caso, para todos, teístas y ateístas, el origen
radical de la ley natural en la pura razón es la que constituye la
autonomía de la razón política y la que pone en condiciones de elegir
la cosmovisión que debe dar sentido a la vida.
2.2. El fundamento ético-social cristiano: la
axiología cristiana
El cristianismo, al igual que las otras religiones, es una metafísica.
No es un discurso filosófico, sino una metafísica consecuente con la
adhesión existencial a la persona de Jesús de Nazaret. Esta doctrina
religiosa, con la metafísica que contiene, supone el nacimiento de un
discurso nuevo "teológico" (construido sobre el discurso natural) y la
generación de un nuevo sistema de valores. Entre ellos un nuevo
fundamento para el comportamiento personal y socio-político. La
distinción entre la axiología natural y la axiología cristiana debe
hacerse a partir de algunos principios determinantes.
La asimilación de la axiología natural. La
axiología cristiana se construye a partir de la asimilación básica del
sistema natural de valores (que, por otra parte, está también
participado por otras metafísicas ateístas o agnósticas). Valores
naturales como dignidad, libertad, autonomía, justicia, derecho,
solidaridad, fraternidad, altruismo, sacrificio, respeto, amor... son
la columna vertebral del sistema de valores natural y cristiano. La
felicidad que busca el hombre natural es el cumplimiento de esos
valores. La vida mundana sin Dios se construye sobre esos valores, pero
no tiene posibilidad de sostenerlos porque finalmente se desmoronarán
por el hecho inevitable de la muerte. En cambio, el hombre religioso se
mueve por esos mismos valores y el deseo de que pervivan es la
motivación esencial para abrirse a la esperanza de un Dios salvador que
liberará la historia, a pesar de su lejanía y de su silencio. El
cristianismo y las novedades que supone no eliminan nunca el contenido
de la axiología natural. Esta se mantiene en lo personal, en lo social
y en lo político.
Novedad y especificidad de la axiología cristiana.
El sistema valora! que el cristianismo introduce supone dos cosas.
Primero, una novedad. Segundo, una especificidad diferenciadora
derivada de esa novedad. La novedad consiste en el factor religioso ya
que, a través de la doctrina de Jesús aceptada en la fe, se accede a
conocer en profundidad metafísica el fundamento del universo en Dios y
el plan divino de la creación. Este conocimiento funda un conocimiento
emocional nuevo de los valores que dan sentido a la vida. Este sistema
de valores cognitivo-emocional nuevo lleva a los hábitos vitales o
"virtudes teologales" de la teología, a saber, la fe, la esperanza y la
caridad. Pero, segundo, lo nuevo de la axiología cristiana es la base
de su especificidad: no niega la axiología natural sino que la asume,
la perfecciona y la completa. Lo que se conoce, y abre un nuevo
horizonte valora!, es el fundamento de la realidad en un Dios que es
Amor y que crea por Amor. El Amor es la esencia de la imagen cristiana
de lo real: Dios se da al hombre por Amor, en la kénosis que produce la
libertad y la dignidad humana, y así el hombre debe darse a Dios por
Amor en la kénosis inversa, negando el pecado, la autonomía del "seréis
como dioses", y ofreciéndose a Dios en libertad. En la profundidad
conocida del Amor divino el cristiano se sabe llamado a entrar en
comunión con el Amor trinitario en que consiste la Divinidad misma, y
hacerlo en la condición de hijo de Dios, hermano de Jesucristo, el
Verbo encarnado. Esto es lo que se proclama en el kerigma cristiano.
Así, en el cristianismo, el "amor natural" propio de la condición
humana (de por sí una tendencia natural maravillosa) es asumido,
perfeccionado y completado por el "amor teologal" o la "caridad
cristiana". Así igualmente, la solidaridad y fraternidad propias de la
axiología natural son asumidas, perfeccionadas y completadas por la
convicción cristiana de una fraternidad superior fundada en la llamada
a la filiación divina universal. Todo hombre es hermano no solo por la
carne (por axiología natural), sino que lo es porque todos somos amados
por Dios como hijos, llamados a la filiación divina en la hermandad con
Jesucristo (axiología cristiana).
La caridad universal como axiología esencial: la
sociedad cristiana.
La lógica de la fe cristiana lleva, por tanto, a una caridad universal:
esta es la esencia del "sistema de valores" propio del cristianismo
(axiología cristiana). Amor a Dios y Amor al prójimo, al otro hombre
sin limitación ni distinción. Incluso a los enemigos, a los que odian y
desprecian, como recoge la tradición evangélica primitiva. Esta
apertura al Amor, si es verdadera, supone siempre un convencimiento
intelectual, una vivencia emocional y una praxis realizadora. El
convencimiento intelectual pocas veces ha faltado. Pero sí han faltado
muchas veces la vivencia emocional y la praxis de la caridad. Obispos,
e incluso papas, en los tiempos oscuros de la iglesia, fallaron en la
caridad y se dedicaron a los faustos mundanos. Pero siempre hubo
santos, en todas las épocas, que vivieron a fondo la caridad universal.
Sin embargo, la lógica de la fe cristiana sabe que, aunque los
cristianos puedan ser pecadores y fallar, debe exigir que la iglesia
aspire a realizar la perfección de la caridad porque es una sociedad
perfecta, ya que los cristianos y la iglesia como tal viven el
compromiso de realizar la perfección a la que están llamados por Dios.
Si bien la iglesia es, pues, sociedad perfecta (llamada a la perfección
de la caridad cristiana), en cambio la sociedad natural no lo es. Es
una sociedad imperfecta porque, aunque llamada también por Dios a la
perfección en el orden natural, ni conoce la llamada divina ni se ha
comprometido con ella. La sociedad natural solo vive en la axiología
natural, de por sí maravillosa y base de la axiología cristiana; pero
una axiología todavía no perfeccionada por la fe. Esto tiene unas
consecuencias que no debemos olvidar: la idea cristiana de sociedad
perfecta, iluminada por la caridad, solo se aplica a la iglesia. La
iglesia debe ser una comunidad de Amor incondicionado entre sus
miembros (hablo de un principio, ya que en realidad todos sabemos qué
pasa). La iglesia, sin cesar, deberá proclamar la ley cristiana de la
caridad y exhortar a sus miembros para que la realicen sin limitación.
Tampoco debemos olvidar esta otra consecuencia: que la iglesia no puede
pretender -cuando habla de la realidad inmediata, de la realidad actual
de nuestros días y no de futuribles que no sabemos si alguna vez se
darán-que la sociedad imperfecta natural tenga por ideal propio la
sociedad perfecta de la iglesia (esta pretensión fue propia del
teocratismo del paradigma antiguo y nunca logró realizarla). Es verdad
que toda la humanidad está llamada a ser iglesia (aunque sea de forma
implícita y ya vimos que puede darse de diversas maneras: capítulo VI).
Si la identificación universal con la iglesia cristiana se diera,
entonces tendría sentido apelar a que la forma de la sociedad
respondiera a la caridad cristiana ·(en la Edad media se creía que toda
la sociedad era cristiana). Pero, si hablamos al hombre real, en las
circunstancias históricas actuales, el modelo de la sociedad perfecta
de la iglesia en la caridad no es apropiado para la sociedad natural
imperfecta (en la que la religión cristiana es solo una parte).
2.3. El compromiso socio-político cristiano
Se impone el hecho de que el cristiano se ve inmerso en la dinámica
social que tiende a realizar la axiología natural. Hubo tiempos
antiguos que tenían por modelo la axiología cristiana. La sociedad
teocrática era cristiana y la iglesia era la guía que orientaba al
cumplimiento civil de la perfección cristiana. Pero, tras la difusión
de la modernidad, la sociedad ha dejado de ser cristiana y el apoyo
civil del teocratismo ha llegado a su fin. La sociedad vive así solo
orientada a la realización de la axiología natural, ya de por sí rica
en contenido y posibilidades humanas, personales y colectivas. Esta es
la situación real. Por otra parte, el cristiano no tiene alternativa:
debe asumir un compromiso socio -político, ya que este es una parte
esencial de su compromiso cristiano por hacer realidad una sociedad de
Amor entre los hombres. La cuestión se plantea, pues, en relación a los
principios de acción: ¿qué principios deben guiar en las sociedades
actuales el compromiso socio-político del cristiano? ¿Cuál es el
compromiso que debe ser asumido por la iglesia en la dimensión
socio-política para responder a su exigencia moral de promover el Amor
entre los hombres?
Convergencia con el discurso natural y con la
axiología natural.
Por lo dicho, no parece que el compromiso socio-político del cristiano
deba orientarse a la realización social de la "caridad teologal" que
cabe promover en la iglesia como sociedad perfecta (en el sentido antes
expuesto). Lo único que tiene sentido es la convergencia en la
promoción de la axiología natural que es también cristiana porque
responde al diseño creador y ha sido asumida en la axiología cristiana.
La promoción tampoco debe hacerse por el discurso teologal cristiano
sino por convergencia con el discurso natural aplicado a la razón
socio-política en busca de la mejor forma de realizar la axiología
natural (dignidad, libertad, derecho, justicia, solidaridad,
fraternidad, amor...). La razón de que el camino sea la convergencia es
clara: la sociedad que realice la axiología natural debe ser obra de
todos los hombres, creyentes y no creyentes, de unas y otras
religiones. Por ello, el cristiano debe prescindir del proyecto de una
"sociedad teologal" (propio de la iglesia o de una sociedad
absolutamente cristiana no existente) para entrar en convergencia con
la axiología natural compartida. El criterio fundamental es compartir
con todos los hombres una misma axiología natural por convergencia. Si
no se hiciera así, y el cristiano pretendiera actuar como grupo para
imponer una axiología especial a los demás (digamos, la axiología
teologal cristiana), se convertiría la axiología teologal cristiana
(propia de la iglesia) en una axiología que se trata de imponer. Por
ello, el principio cristiano -más auténticamente cristiano- es la
convergencia en la dinámica social universal hacia un mundo natural en
libertad que realice mejor la axiología natural, ya de por sí
cristiana.
Motivación cristiana especial en el discurso
socio-político natural.
Esto no es obstáculo para que el cristiano actúe en la sociedad para
alcanzar la axiología natural con una motivación muy superior a la pura
motivación natural. El plus motivacional debe hacer del cristiano un
hombre más comprometido en pos de realizar valores como el amor, la
solidaridad, la fraternidad, la justicia... que para él son valores que
no solo le urgen como hombre, sino también por ser cristiano. Al
realizar la axiología natural el cristiano sabe que está realizando la
axiología teologal de la caridad que se debe estar alcanzando en
paralelo dentro de la iglesia. Así, por ejemplo, la justicia no solo es
para el cristiano exigencia natural, sino también un compromiso ante la
justicia divina; el amor es una realización del Amor divino, una
kénosis a la inversa en que el hombre niega su egoísmo natural y se
entrega totalmente a los demás. Es evidente que esta nueva sensibilidad
teologal del cristiano le hará especialmente sensible en el discurso
socio-político natural para seleccionar qué opciones racionales crean
mayor justicia, mayor libertad y creatividad, mayor respeto a la
condición humana y a la vida, mayor amor, mayor fraternidad y
solidaridad. De acuerdo con esto la promoción de la justicia se hará
siempre dentro de grupos humanos universales y pluralistas que se unen
para realizar la axiología natural. La historia muestra cómo, en
efecto, los partidos políticos que en un tiempo buscaban denominarse
explícitamente "cristianos" (y que jugaron un papel importante en
Europa y América Latina) han evolucionado hoy hacia una línea menos
explícitamente confesional (y así lo ha querido la misma iglesia que
antes les apoyaba).
Ejercicio ilimitado de la caridad cristiana.
La convergencia en la axiología natural para promover el bien común,
participando en consensos amplios sobre programas construidos con la
razón natural, no impide que el cristiano sea responsable también de
cumplir su compromiso especial con la axiología cristiana como caridad
teologal. Aunque objetivamente la acción socio-política discurre en un
plano natural, y en ella participa el cristiano, este puede ejercer la
caridad con todos los hombres, en un ámbito inmediato por la acción
personal (en el trato directo con las personas con quienes se
relaciona) y de forma indirecta participando en las innumerables
acciones sociales y caritativas de la iglesia con los pobres y
marginados. La generosidad en este ejercicio ilimitado de la caridad
teologal puede manifestarse 'también en las decisiones asumidas en los
ámbitos de acción política pluralista en que el cristiano participa.
Puede valer como ejemplo el compromiso cristiano con la vida. La
cultura de la muerte en que ha vivido y sigue viviendo la humanidad ha
producido guerras, violencia, ajusticiamientos injustos, eliminación de
los débiles e incómodos, aborto cruel de la vida en el seno materno,
etc. La iglesia participó en el pasado en la cultura de la muerte.
Modernamente, tanto la razón natural como la razón teológica y el
principio de la caridad teologal han producido un amplio consenso sobre
la exigencia moral ineludible de no secundar la cultura de la muerte.
Pues bien, el cristiano comprometido en grupos políticos pluralistas se
ve continuamente en el trance de ceder a la cultura de la muerte, y
mirar a otra parte, o comprometerse integral y generosamente con la
virtud teologal de la caridad ilimitada que es una prolongación del
principio de respeto a la vida en la axiología natural.
Condición ciudadana libre y personal del cristiano.
El compromiso para realizar máximamente la axiología natural depende de
propuestas elaboradas por la razón natural. El kerigma cristiano no
contiene una teoría natural sobre el orden sociopolítico. En otras
palabras: el mensaje de Jesús no contiene una teoría técnica sobre el
orden social. Contiene, eso sí, una proclamación del Amor originario de
Dios y una llamada a adherirse a su mensaje, viviendo la vida según el
principio de la caridad teologal. Además, el cristiano sabe que Dios es
el creador del orden natural que dota a la naturaleza de una ley
natural (capítulo IV) que puede ser conocida por la razón humana para
fundar una axiología natural que fundamenta la convivencia en sociedad.
El kerigma cristiano es así una llamada al compromiso personal con la
axiología natural y con la axiología cristiana. Pero esta llamada es
general, no contiene una teoría socio-política concreta que diga con
precisión cómo debe organizarse la sociedad en lo social, en lo
político y en lo económico. Por ello, la iglesia como tal no está
comprometida con una propuesta política concreta (de ahí que la
tentativa de partidos políticos "cristianos" haya acabado
abandonándose). La opción política concreta -que no es una verdad
absoluta sino una hipótesis posibilista en el sentido popperiano-debe
ser asumida por cada cristiano tras el ejercicio de su valoración
racional honesta y tras asumir la responsabilidad ante su propia
conciencia. Por ello puede haber cristianos en los diferentes partidos
políticos, porque las perspectivas y las valoraciones de conjunto no
siempre son iguales para unos y otros, dado el carácter crítico y
abierto del conocimiento humano.
Participación social de la iglesia. Aunque la
iglesia no quiere, ni debe, ni siquiera camufladamente (lo que podría
darse), interferir en la capacidad de juicio personal de cada cristiano
y en la libertad de sus compromisos personales, es evidente que esto no
puede querer decir que la iglesia como tal (institución que juega un
papel social representada por sus jerarquías) deba quedar reducida al
silencio. La iglesia puede dirigirse a sus fieles para informarles,
orientarles, aconsejarles, para realizar con ellos una reflexión
profunda sobre circunstancias de la vida. No solo en lo referente a las
creencias y a las costumbres morales de los creyentes (esto por
descontado, y más teniendo en cuenta la "asistencia" del Espíritu a la
iglesia de que antes hemos hablado), sino en lo referente a las
decisiones éticas que el cristiano debe tomar para actuar en una
sociedad plural y alcanzar la realización de la axiología natural.
Además, la iglesia puede también dirigirse a las autoridades públicas y
a la sociedad en general (también formada por no creyentes y miembros
de otras confesiones o religiones). Puede hacerlo en su magisterio
ordinario, en los concilios y en otras circunstancias de carácter
extraordinario. En las sociedades de la modernidad todo ciudadano y
toda organización social (entre ellas los grupos religiosos) tienen
derecho a la libre expresión de las ideas: no tiene justificación la
limitación de la capacidad de expresión, ni el ejercicio de sistemas
coactivos de uno u otro tipo para la autocensura o el silencio. Otra
cosa es la calidad de las ideas que se expresan y la audiencia que
alcanzan en una sociedad libre. La iglesia católica ha ejercido de esta
manera su magisterio con documentos de diversa índole elaborados por
obispos, conferencias episcopales y por el papa. Las encíclicas, por
ejemplo, se han referido, ya desde León XIII, a las cuestiones
sociales. Estos documentos no solo contienen referencias al kerigma
cristiano y a la caridad teologal, sino ideas y orientaciones concretas
sobre cómo actuar en la resolución de problemas planteados a la
humanidad (liberalismo, comunismo, capitalismo, sindicalismo, justicia,
pobreza, desarrollo, bien común, tecnología, orden financiero...).
Estas orientaciones y reflexiones concretas sobre la actualidad
pretenden ayudar a los cristianos, a todos los hombres que quieran
también escuchar y a los dirigentes políticos, a encontrar el mejor
camino para un orden más humano. Pero esta "doctrina social de la
iglesia", voz legítima de la iglesia expresada libremente en una
sociedad libre, no debe ser entendida como si la iglesia propusiera un
sistema técnico socio-político-económico alternativo, específicamente
cristiano, que pretendiera competir con aquellas propuestas políticas
que ya están siendo construidas por razón natural en orden a realizar
la axiología natural. Son exhortaciones a los cristianos ya creyentes e
ideas propuestas a todos los hombres para encontrar mejor en una
sociedad pluralista y convivencial el camino hacia la axiología natural
en que todos participan. Estas orientaciones no tratan de imponerse, ya
que el cristiano debe ejercer siempre su razón con responsabilidad
individual en un puro orden natural abierto y crítico. Pero quieren ser
una ayuda reflexiva que debe ser valorada críticamente por cada
cristiano.
2.4. Un nuevo ámbito de posibilidades: la
actuación ciudadana
Mientras la iglesia estuvo en el teocratismo del paradigma grecorromano
su posición ante la sociedad fue incómoda. En tiempos antiguos, sin
embargo, no había opción alternativa. Al imponerse la ideología de la
modernidad la iglesia quedó colgada en el aire, sin el soporte civil
que amparara el teocratismo con el que se había identificado. Aunque en
la actualidad la iglesia se encuentra en una posición de perfiles
indefinidos en que no se sabe con precisión dónde se está realmente, la
fuerza de los hechos ha ido forzando una serie de modificaciones ad
hoc
que han suavizado la fuerza del teocratismo (que todavía era muy grande
en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX). Sin embargo, cuando la
iglesia acabe de entrar plenamente, de forma explícita y definida, en
el paradigma de la modernidad, tal como nosotros propugnamos, se le
abrirá un inmenso horizonte de posibilidades nuevas para cumplir una
obligación esencial de la condición cristiana: promover radicalmente un
mundo donde se haga realidad la axiología natural, instaurada por el
Dios de la creación, y la axiología cristiana de la caridad teologal,
instaurada por la doctrina de Jesús. Estas nuevas posibilidades se
abrirán al superarse la atadura del teocratismo (que en el fondo es
pretender controlar el poder civil desde el derecho divino administrado
por la iglesia como institución) y al entender que el camino a recorrer
depende de saber utilizar una condición social establecida legalmente
por la modernidad: la ciudadanía libre de todo cristiano, el
asociacionismo libre de los ciudadanos y la condición de la iglesia
como institución social y religiosa libre en la sociedad.
El cristiano como ciudadano libre de derecho.
La sociedad concebida por la filosofía política instaurada por la
modernidad no se divide en ciudadanos libres y en hombres religiosos
(o, todavía peor, hombres "católicos"). Esto es claramente inadmisible
(ni por la teoría política, ni por la vía marginal de los hechos). El
hombre es ciudadano por su condición de hombre, no en función de sus
opciones metafísicas o religiosas libres. Es verdad que la modernidad
se hizo sobre el principio de la neutralidad "metafísica",
cosmovisional o religiosa del estado. Pero esto se hizo precisamente
porque se sabía que los ciudadanos tenían "metafísicas" que el estado
debía respetar, sin favorecer a unas u otras. Algunos gobiernos,
mostrando en ello su inmadurez intelectual, creen que el laicismo
moderno es "poner coto a la metafísica religiosa". Pero ellos, a su
vez, se comprometen en defender y en promover ideologías y metafísicas
de otro orden. Esta actuación injusta significa no haber entendido qué
quiere decir la neutralidad metafísica del estado en la modernidad. Por
consiguiente, la teoría política de la modernidad solo reconoce un tipo
de ciudadano y los hombres religiosos (así como los que poseen otras
metafísicas) son sin restricción alguna ciudadanos de pleno derecho.
Los católicos actúan así en la vida pública no por su condición de
tales, sino por ser simplemente ciudadanos. Esto quiere decir que en
sociedades en gran parte religiosas una parte sustancial de la
soberanía popular corresponde a los católicos, según el uso que estos
quieran hacer de ella (puesto que caben entre católicos diferentes
análisis y compromisos políticos). Según lo anterior, la opción de los
católicos en su compromiso socio-político no debe ser imponer una
sociedad que responda a la caridad teologal que, por su propia
naturaleza, solo es entendida por los cristianos. Su opción es promover
la axiología natural que, para el cristiano, depende del diseño creador
de Dios y es la base asumida por la axiología cristiana. Esto
representa un importante cambio de perspectiva: el control de la
sociedad para que sea mejor no depende del puro ejercicio desde arriba
de una autoridad teocrática religiosa (que hoy no se reconoce), sino
del ejercicio de la soberanía popular desde abajo que en parte
pertenece a los ciudadanos cristianos.
El asociacionismo cristiano libre. El
compromiso socio-político resulta de un ejercicio personal, libre,
intransferible, de la razón natural que pondera los diversos proyectos
alternativos en función de su mayor o menor contribución al bien común
(valoración por principio subjetiva). Esta diversidad valora ti va es
inevitable y produce la escisión de los cristianos en opciones o
partidos políticos diferenciados (por lo común contrapuestos y en
disputa). Aunque la libertad de los cristianos en su opción política
debe ser respetada al máximo por la iglesia, es un hecho que esta
escisión puede convertirse en una dificultad insuperable para que la
riqueza axiológica que el cristianismo puede aportar a la sociedad se
concrete en algo eficaz. Esto es lo que en realidad pasa, cuando la
presencia de los cristianos queda absorbida por la inercia dinámica de
los partidos, bajo el imperativo de "lo políticamente correcto". Son
silenciados y su cristianismo se somete al imperativo del sistema. La
urgencia para hallar una vía que posibilite la eficacia benefactora de
la presencia cristiana en los diversos ámbitos de la vida pública
depende de la seriedad cristiana de cuantos se comprometen
socio-políticamente. Al que, en el fondo, no es cristiano, todo le dará
igual. Pero al que vive el cristianismo como algo superior y más
fundamental en su sentido de la vida le parecerá algo esencial. Pues
bien, a mi entender, para que se supere este estado de dispersión e
ineficacia en el compromiso socio-político solo existe un camino:
promover el asociacionismo cristiano libre en lo político. Este
asociacionismo está implicado en la lógica de la ciudadanía cristiana
en las sociedades de la modernidad. Es evidente: la dispersión es causa
de la ineficacia y solo se supera mediante la asociación. Es claro que,
si cada cristiano puede optar diversificadamente, por el ejercicio de
su razón natural, la asociación no puede hacerse nunca (ni tendría
sentido) sobre el contenido diversificador a que el cristiano tiene
derecho individual, sino sobre aquello que une a los cristianos en la
axiología natural y en la axiología cristiana. Hablamos de asociación,
no de "partido político". En la asociación cabrían quienes sinceramente
fueran cristianos, pertenecientes a diversos partidos, instituciones
públicas, actividades civiles y ciudadanos cristianos en general. Las
asociaciones podrían ser varias, pero deberían relacionarse en una
asociación de asociaciones. En ellas los cristianos hallarían un
soporte para su actividad individual y un refuerzo en su actividad
intelectual. Deberían ser promovidas desde la base, por los mismos
cristianos. La iglesia institucional debería abstenerse del intento de
control, aunque podría mantener con ellas una relación lógica.
El liderazgo social de un asociacionismo abierto.
La dinámica asociativa cristiana respondería en lo esencial a la
preocupación por promover la axiología natural. En esta axiología
también coincidirían pluralmente ciudadanos de otras ideologías,
confesiones y religiones. Por consiguiente, la vía del asociacionismo
cristiano debería abrirse a la colaboración con otras organizaciones
similares laicas o también con otras confesiones y religiones. En este
proceso social de asociacionismo, las organizaciones cristianas podrían
ejercer un liderazgo en alguna manera inspirador, en caso de que no
existieran otras asociaciones de corte similar. El asociacionismo,
cristiano y social, sería, al menos, una vía para hacer posible la
influencia real de la soberanía popular que corresponde a los grupos
cristianos, humanistas y religiosos que constituyen el eje vertebral
sin duda más numeroso de la sociedad. Este asociacionismo abierto y
general de la sociedad contribuiría a dar realidad a la conciencia
ética que promueva con eficacia una axiología natural que la soberanía
popular mayoritaria quiere instaurar. Cabe suponer que, si este
asociacionismo estuviera organizado, los gobernantes, los partidos
políticos, las instituciones sociales, empresas civiles y gestores
sociales, deberían percibir el eco inequívoco de sus propuestas e
iniciativas. No solo habría una conciencia generalizada de las
exigencias humanísticas de la sociedad, sino que cristianos y otros
ciudadanos harían valer estos principios dentro de los partidos e
instituciones, sintiéndose fuertes y apoyados para ello.
Carencia de ideología para el liderazgo social.
En la iglesia actual se ha producido ya un cierto asociacionismo,
aunque en grupos pequeños y selectivos que apenas tienen influencia
social. Grupos que, además, suelen presentar unos perfiles ideológicos
cerrados y conservadores (en el fondo influidos todavía por una idea
teocrática de la iglesia). El asociacionismo, cristiano y social, que
aquí propugnamos todavía no se ha organizado en las dimensiones que
debería tener para poder influir realmente. La causa de que apenas
exista es obvia: no existe todavía el marco ideológico que lo haga
posible. La iglesia, en efecto, según lo que llevamos explicado, se
mueve con dificultades en los tiempos modernos. Su actuación responde
todavía al paradigma grecorromano, con las adaptaciones ad hoc
necesarias que el sentido común y el pragmatismo imponen para vivir
dentro de la modernidad, pero ofreciendo una imagen de perfiles poco
definidos y en parte anacrónicos. La mayor parte de los cristianos no
tienen cultura, no saben bien lo que creen y se vive en una crisis de
fe generalizada (capítulo I). Aunque hay cristianos, no se tiene la
fuerza ideológica suficiente para que ellos mismos emprendan procesos
asociativos de importancia. En la situación de anemia general cristiana
y en la carencia de sistemas ideológicos potentes es explicable que el
asociacionismo que debiera existir todavía no haya sido gestionado. El
cristianismo se percibe como un león dormido o un gigante con pies de
barro. En el fondo es inevitable concluir que este desconcierto general
entre los creyentes no se ha producido porque los no creyentes han
promovido las actividades que tienen derecho a promover, sino porque la
gestión de la comunidad cristiana en la modernidad ha tenido, y sigue
teniendo, un bajísimo nivel de calidad. Su actuación no ha ofrecido los
apoyos necesarios para que los creyentes con buena voluntad hayan
recibido un soporte de ideas, de emociones y de liderazgo, que les haya
permitido mantenerse en una creencia madura frente a una increencia
que, de forma más agresiva, ha difundido su propia cultura. Por otra
parte, tampoco ha sabido hacer operativo un compromiso cristiano
eficaz.
El soporte ideológico del paradigma de la
modernidad.
Desde el enfoque en que nos movemos la iglesia todavía no ha dado el
tránsito final explícito y definido hacia el paradigma de la
modernidad. No lo ha hecho en su dimensión filosófico-teológica y
tampoco en la dimensión socio-política. Es comprensible, por tanto, la
inseguridad, el desconcierto y la falta de nervio hoy constatable en la
sociedad cristiana. El cristianismo es, como decíamos, un gigante con
pies de barro: con la base social de la iglesia, la inmensa mayoría,
sumida en una gran incultura y en estado de una total desorientación.
Además, sin instrumentos de acción que hagan atisbar un cambio posible,
si todo sigue igual. Sin embargo, la propuesta que defendemos en este
ensayo haría concebir que estamos cercanos al momento en que la iglesia
entre en el paradigma de la modernidad y, cuando esto se produzca, las
circunstancias pudieran pronto cambiar y hacerse posible el
asociacionismo que, en nuestra opinión, hiciera posible una eficaz
influencia transformadora sobre la sociedad.
Conclusión. La esencia misma de la fe
cristiana, que se adhiere al kerigma que proclama la doctrina de Jesús,
lleva consigo la exigencia de caridad teologal que exige un compromiso
socio-político a favor de la axiología natural y de la axiología
cristiana en los términos expuestos. Este compromiso toma una nueva
perspectiva cuando se contempla desde el paradigma de la modernidad.
Durante siglos el cristianismo se movió dentro del teocratismo propio
del paradigma antiguo. Sin embargo, el nuevo horizonte delimita el
campo de actuación en que el cristianismo puede realizar su compromiso
por un mundo mejor: la condición ciudadana del cristiano y su
posibilidad de influir socialmente a través del asociacionismo
cristiano abierto al asociacionismo general de otras ideologías,
confesiones y religiones. En todo caso, cuando el cristianismo llegue a
estar en condiciones -si entra, en nuestra opinión, en el paradigma de
la modernidad de afrontar la responsabilidad civil ciudadana para
promover un mundo mejor, entonces deberá, a través de los cristianos y
de las asociaciones, preguntarse dónde está la historia humana y cómo
puede orientarse el compromiso cristiano. Al llegar a esta situación
deberá hacer uso de la razón natural, ya que la caridad teologal del
cristianismo no contiene un programa técnico de acción para cada
momento de la historia. Es la razón natural, ejercida desde el
cristianismo la que deberá descubrir el sentido de la historia civil
que, en paralelo, está entrando en una época de cambios excepcionales
en que los ciudadanos cristiano-religiosos podrían jugar un papel
excepcional al converger con los movimientos civiles en emergencia. Lo
exponemos seguidamente.
3. La filosofía
política y de la historia
Hemos argumentado que los proyectos encaminados a la axiología natural
se construyen con la razón natural. Esta axiología responde al diseño
del Dios creador, pero el kerigma cristiano no contiene un diseño
técnico, a la altura del discurso político-económico moderno, de la
forma que debe tener la sociedad para realizar la axiología natural y
la axiología cristiana. Por ello, el cristiano que debe comprometerse
socio-políticamente, tiene que ejercer su razón para decidir qué
compromiso asume. Pero, ¿qué hacer para asumir un compromiso que
realmente contribuya a producir un mundo mejor? Esta es la pregunta que
el cristiano debe responder ejerciendo su razón natural y bajo su
responsabilidad personal. La oferta de ideologías y filosofías
políticas, de partidos y grupos de acción política, se ha dado en la
historia y presenta su fisonomía especial en la actualidad. Pero, en
todo caso, puesto que el compromiso no es del pasado sino del presente,
valorar dónde estamos hoy, qué elegir y qué se puede hacer supone
necesariamente afrontar el discurso de la filosofía política y de la
historia. Es inevitable, tanto para el cristiano individual como para
las asociaciones de que pueda formar parte. Es inevitable incluso para
la propia iglesia, aunque se halle en la dimensión teologal de la fe
que la sitúa por encima de los acontecimientos ordinarios. Este
discurso natural, como veremos, conduce también hoy a la idea de que el
asociacionismo civil se perfila como el nuevo horizonte pragmático para
promover la axiología natural (y, por ende, la axiología teologal
cristiana).
3.1. El discurso cristiano en filosofía
política y de la historia
El cristiano que debe comprometerse, las asociaciones cristianas y la
iglesia a través de sus instituciones, necesitan, pues, una valoración
de la situación real para discernir qué se puede hacer. Es un proceso
de discurso natural que tiene algunas propiedades que conviene dejar
sentadas desde el principio.
Responde a una urgencia teologal. Aunque sea
un discurso natural tiene la urgencia que se deriva de la contemplación
del panorama desolador de la vida de los seres humanos desde la
perspectiva profundamente sentida de la caridad cristiana. El diseño
del plan de salvación divino ha permitido un mundo de sufrimiento
(capítulo II), pero el Amor de Cristo a todos los hombres urge en la
atención al que realmente sufre. Dios nos acompaña en el sufrimiento,
pero la caridad cristiana debe estar cercana para atender al hombre
sufriente. Este Amor es el que impele al cristiano desde una motivación
teologal a comprometerse en la mejora de la convivencia humana para'
que no sea fuente de dolor, injusticia, violencia, pobreza,
explotación, desamor y sufrimiento. Hay sufrimiento que es inevitable
por imposición de la indigencia natural; pero una gran parte del
sufrimiento depende de una mala gestión de la convivencia humana y ha
sido producido por ella.
Responde a la urgencia del sufrimiento inmediato.
El sufrimiento causado por el hombre al hombre es inmenso. Es inmediato
y está sucediendo sin cesar, afectando a millones y millones de seres
humanos. Sucede en cada minuto en cantidades inmensas. No admite
demoras. Es, pues, una urgencia que pide hallar soluciones ya. La
angustia del sufrimiento presente desespera ante soluciones que
supusieran años y años, siglos de gestión. La caridad inmediata propia
del cristianismo con pobres, marginados, enfermos y sufrientes es una
respuesta inmediata que la iglesia ha practicado y practica
continuamente. Pero la urgencia de la situación pide además las
soluciones estructurales socio-políticas que eliminen las causas
humanas del sufrimiento evitable.
Es eminentemente pragmático. Por ello mismo el
discurso que el cristiano afronta es siempre pragmático al buscar las
soluciones viables e inmediatas, las más rápidas que fueran posibles,
para aliviar pronto el desconcierto sufriente de la humanidad. Este
pragmatismo lleva a considerar que las puras palabras, los discursos en
el aire, los brindis al sol, las buenas intenciones, no resuelven los
problemas. No se trata de luchar por las ideologías y las pasiones
políticas, por imponer el odio ideológico de unos contra otros, sino
simplemente de remediar el inmenso sufrimiento universal que no admite
demora. El pragmatismo no se interesa por la política sino por la
urgente resolución de los problemas.
Es abierto y crítico. El cristiano está
acostumbrado, por el teocratismo del paradigma antiguo, a discursos
instalados en la "verdad". El cristiano cree en la Verdad por sus
opciones de fe y la vive existencialmente en la iglesia: es la adhesión
existencial a Jesucristo que es la Verdad para el creyente. Pero en el
terreno del compromiso socio-político no hay otra herramienta que el
discurso de la razón natural que es hipotético, abierto y crítico en el
sentido que hoy tiene esto en la epistemología moderna, ampliamente
consensuada (capítulo IV). Por ello, el cristiano sabe que su discurso
en busca del mejor compromiso para combatir el sufrimiento no es una
verdad absoluta: es una hipótesis abierta y crítica, asumida con
honestidad pero superable en el futuro. No tiene otra vía que obrar
honestamente desde hipótesis verosímiles.
Asume un compromiso con riesgo. Esta misma
precariedad inevitable en las opciones humanas coloca al cristiano (y
también a la iglesia) ante un dilema: o transigir con la precariedad de
las opciones o no asumir compromiso alguno. Es claro que la urgencia
teologal y la inmediatez del sufrimiento exigen asumir un compromiso. Y
este compromiso tiene siempre un riesgo: asumir la posibilidad de que
el compromiso no sea la absoluta verdad y que, con el tiempo, deba ser
corregido. El discurso cristiano y sus opciones deberán siempre admitir
que se hacen desde una precariedad humana inevitable. Pero a pesar de
ello deben asumir con total honestidad racio-emotiva los compromisos
que en cada momento se le presenten como más convenientes para el bien
de la humanidad.
Nexo: el discurso civil hoy concebible. Saber,
pues, hacia dónde ir depende de un discurso natural, puramente civil.
¿Dónde estamos hoy? ¿Hacia dónde ir? El cristiano, las asociaciones
cristianas y la iglesia desde su posición propia, no pueden asumir su
compromiso socio-político sin responder a estas preguntas. Sin embargo,
la respuesta no es una evidencia absoluta, sino una hipótesis asumible
y, por tanto, en alguna manera insegura y arriesgada. Sin riesgos no es
posible hacer la historia cuando esta surge desde la precariedad del
discurso natural. En lo que sigue quiero exponer una hipótesis
"arriesgada", una conjetura posible en filosofía política. No sé si la
hipótesis que propongo va a cumplirse; no soy un profeta. Pero
considero que la situación política real permite argumentar
correctamente que se dan las condiciones para que "pudiera suceder
algo"; que suceda o no, no lo sabemos, ya que dependerá de las
decisiones libres humanas y de que haya líderes capaces de dirigir las
tendencias objetivas de la historia. La historia no está hecha ni
determinada, en el sentido popperiano. Se hace en dependencia de las
actitudes humanas libres, y por tanto impredecibles con certeza. Pero
solo la consideración de estas hipótesis, construidas en puro discurso
civil en filosofía política, tiene unas consecuencias de largo alcance
no solo para el compromiso socio-político cristiano, sino cambien
interreligioso. Prestemos atención a esta consideración: si nuestra
hipótesis en filosofía política fuera correcta (se dieran las
condiciones objetivas para que "pudiera suceder algo"), entonces la
religión se hallaría en nuestro tiempo en unas condiciones
excepcionales para promover que ese "algo que pudiera suceder"
efectivamente sucediera y que la historia entrara por fin a caminar
bajo una lógica que pudiera conducir a resolver parte de sus problemas
estructurales endémicos. En otras palabras: la historia pudiera haber
llegado en nuestro tiempo a una coyuntura tal que pusiera al
cristianismo, y a las grandes religiones, en una posición apropiada
para protagonizar una contribución excepcional a la historia humana, de
tal manera que, en algún sentido, hubiera llegado el momento de que
todas las religiones, en conjunto, hicieran su gran contribución
pendiente a la resolución de los problemas endémicos de la humanidad.
1) Lo que pudiera suceder: la emergencia del protagonismo civil.
Quizá la referencia hecha a que "pudiera suceder algo" necesite una
aclaración. Como se explicará, la gran novedad del siglo XXI podría ser
la gestación histórica de un nuevo protagonismo socio-político, a
saber, el de la sociedad civil. Se trataría de un nuevo asociacionismo
civil internacional (no religioso, pluralista, abierto a todos) que
debería asumir su capacidad de control de la sociedad política para
encaminarla a sus fines propios en la realización de la axiología
natural. Ahora bien, el papel de las religiones en promover y hacer
posible el protagonismo de la sociedad civil podría ser decisivo. De
ahí la eventual importancia que pudiera tener el compromiso
socio-político de las religiones. Esto enlaza precisamente con lo que
antes decíamos al ponderar cómo el paradigma de la modernidad, superado
ya el teocentrismo del paradigma antiguo, habría situado el campo de
compromiso socio-político cristiano, y de las religiones, en la
condición de la pura ciudadanía que, para ser eficaz, exigiría un
asociacionismo cristiano y civil.
2) Hacia un Nuevo Mundo. El discurso natural que en la
filosofía
política analiza dónde se encuentra hoy la historia y qué deberíamos
hacer (es decir, ese "algo que pudiera suceder") lo he presentado en un
ensayo anterior: Hacia un Nuevo Mundo. El protagonismo histórico
emergente de la sociedad civil,
Publicaciones Universidad Comillas, Madrid 2005. A su vez, tanto Hacia
un Nuevo Mundo como Hacia el Nuevo Concilio, como indiqué en la
Introducción, son desarrollo de las ideas presentadas en forma
literaria en una primera obra: Dédalo. La revolución americana del
siglo XXI,
Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 2002. A estas dos obras me refiero
para una exposición adecuada de mi pensamiento. Aquí presento ahora en
lo que sigue solo un sumario de las ideas esenciales de Hacia un
Nuevo Mundo.
3.2. "Hacia un Nuevo Mundo" como discurso en
filosofía política
El discurso natural sobre la sociedad civil pertenece a la filosofía
política. Es verdad que, sin embargo, la filosofía política ha ido
unida durante muchos años al discurso teológico; es lo que sucedió, por
ejemplo, en la Edad media cristiana europea. En la sociedad islámica
actual sigue dándose también una fusión característica entre la
teología y la filosofía política. Además, el hecho religioso, incluso
en sociedades modernas, es algo que está ahí y debe ser considerado por
la filosofía política. Sin embargo, aun siendo así las cosas, la
filosofía política europeo-americana se ha venido distanciando del
discurso teológico para quedar reducida solo a un puro discurso civil;
es lo que ha ido produciéndose progresivamente desde el renacimiento y
la modernidad. Esta será también nuestra perspectiva. Comenzaremos por
un discurso en filosofía política estrictamente civil. En su momento
(en el epígrafe 4 de este capítulo) expondremos también la conexión con
la exigencia religiosa de compromiso socio-político, en el cristianismo
y en las religiones. Nos situamos, pues, en el discurso civil propio de
la filosofía política.
3.2.1. Origen ético del discurso en filosofía
política
El discurso político no es algo trivial. Nace de una exigencia ética de
las personas. Es verdad que puede perder sus perfiles éticos
germinales, como sucede al "profesionalizarse" o al ponerse al servicio
de intereses personales perversos (como el beneficio personal), a veces
condicionado al servicio a instituciones, partidos o empresas. En estas
ocasiones el discurso no busca responder honesta y racionalmente a
exigencias éticas objetivas, sino que se construye en función de la
supervivencia más favorable en la compleja piscina de escualos
constituida por la sociedad y por los grupos políticos. En estos casos
el discurso ya no es libre, sino "ideológico", en el sentido peyorativo
que esta palabra ha tenido siempre en la epistemología marxista clásica
o en la sociología del conocimiento.
Pero la llamada al discurso político resuena en todos los hombres; y en
especial en los políticos, esto es innegable, aunque en ocasiones les
sea difícil mantener la pureza ética de su compromiso germinal. Es una
llamada que nace de dos factores: por una parte, los principios
ético-morales asentados en la conciencia humana; por otra, la
consideración del estado en que se halla la sociedad más inmediata y,
en una perspectiva más amplia, la humanidad. El contraste entre la
conciencia ética (axiología natural) y la realidad social fáctica hace
brotar una pregunta indignada: ¿cómo es posible que los hombres hayamos
producido y mantenido una situación tan lamentable? La fuerza de esta
pregunta mueve al discurso político natural, construido según la
preparación intelectual de cada uno y sus condicionamientos personales
y sociales. Desde esa "filosofía política" personal, cada uno trata de
analizar el pasado, entender dónde estamos ahora y argumentar los
compromisos que cabe asumir para contribuir a que las cosas mejoren en
el futuro.
El compromiso ético ante el sufrimiento humano.
El sufrimiento de la humanidad es inmenso. Gran parte de ese
sufrimiento es inevitable hasta ahora y no depende de nuestra voluntad
personal o colectiva; tenemos la confianza en que con el tiempo
podremos aminorarlo. Pero otra gran parte del sufrimiento depende de
nosotros; somos nosotros quienes lo hemos producido y lo seguimos
produciendo. Palabras como insolidaridad, injusticia, explotación,
egoísmo, pobreza, enfem1edades, violencia, guerra... , nos refieren a
la parte de responsabilidad humana en la producción del inmenso
sufrimiento en que estamos dramáticamente enfangados. La filosofía
política que aquí tratamos de exponer ha nacido de este sentimiento
dramático del sufrimiento de la humanidad. Es moralmente imperativo
para todos los hombres, y así lo hacen en diverso grado, al esforzarse
en aportar una filosofía política, aun a sabiendas de que quizá no
sirva para nada.
Un discurso cuasi desesperado. No lo es
absolutamente, ya que en este caso no se emprendería. Pero sí es un
discurso cuasi desesperado porque la sociedad está sometida a una densa
trama de dominación, tan bien urdida y tan compacta que difícilmente
puede hacerse algo contra ella desde discursos "políticamente
incorrectos". Esta trama de dominación podría mantener el actual estado
de cosas por otros cien años controlando perfectamente cuantos brotes
antisistema puedan aparecer. El discurso político no busca nunca la
incorrección, sino el análisis racional honesto del camino que nos
conduce a luchar contra el sufrimiento. Pero la "incorrección" es
inevitable cuando la honestidad personal subjetiva (subjetiva porque
nadie tiene la seguridad de poseer la verdad) nos sitúa en ella. Y, si
el discurso político se emprende es porque, aun siendo cuasi
desesperado, todavía alienta un hilo final de esperanza de que la
honestidad intelectual compartida sea capaz de romper por fin lo que se
siente como una asfixiante trama de dominación social.
Un nuevo protagonismo histórico de la sociedad
civil.
Evidentemente para liderar la lucha pragmática eficaz contra el
sufrimiento humano. La filosofía política que aquí defiendo, en efecto,
llega a la honesta conclusión racional subjetiva de que nos hallamos en
un tiempo nuevo en que todo conduce a la emergencia de un nuevo
protagonismo histórico de la sociedad civil; esta deberá controlar de
una forma no ensayada hasta ahora al poder político para forzarlo a
encaminarse en la dirección que pragmáticamente puede conducir a
combatir el sufrimiento humano. No defiendo que la sociedad civil deba
sustituir al poder político: no, la sociedad debe seguir obviamente
gobernada por los políticos en el marco de la democracia formal nacida
de la modernidad. Pero pienso que el ejercicio del poder político
global (dejando aparte la buena voluntad subjetiva de muchos políticos)
está hoy en día apresado en la densa trama de dominación urdida dentro
de las estructuras socio-político-económicas de la modernidad. Si todo
sigue igual podríamos seguir sin variar por tiempo indefinido. Hace
unos sesenta años el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
nacieron con vocación de resolver problemas y, sin embargo, hoy todo ha
ido a peor. Pensamos, pues, que la organización autónoma de la sociedad
civil al margen del poder político, si logra romper las tramas de
dominación, puede ser hoy la ocasión histórica (la gran novedad
política del siglo XXI) para forzar a los políticos a emprender lo que
probablemente en su fuero interno muchos desearían. Este nuevo
protagonismo, emergido desde la lógica de la historia dentro de la
modernidad, es el que los ciudadanos cristiano-religiosos deberían
descubrir para aportarle la fuerza que, como veremos, podría resultar
decisiva.
3.2.2. Un modelo para el análisis de la
historia
Esta filosofía política responde a una argumentación construida siempre
por referencia a un cierto modelo para el análisis de la historia
socio-política. Este modelo no solo es clarificador para entender qué
ha pasado en la historia que lleva hasta nosotros, sino también, de la
misma forma, para entender el futuro hacia el que supuestamente se
encamina la historia del siglo XXI.
Un modelo analítico de cuatro factores. El primer
factor es, a nuestro entender, el ideal ético y el horizonte
utópico (el ideal-horizonte ético-utópico)
de una determinada sociedad. La causa primordial de la historia es
siempre el sentir popular: cómo la sociedad de un tiempo siente
(entiende) qué es la vida humana, qué debería ser idealmente, qué es el
bien común social, qué bienes inmediatos se apetecen, cómo se entiende
la convivencia y relación de unos con otros, cómo se ve la justicia y
la participación de los bienes, etc. El segundo factor es el
proyecto de acción en común
derivado del previo ideal-horizonte ético-utópico. Es la intuición
popular de la forma de organización social, política, económica, que
permite realizar de la mejor manera esos ideales-horizontes
ético-utópicos. La forma organizativa de las sociedades ha respondido
siempre a un proyecto en profundidad nacido de la sensibilidad de un
pueblo que, en alguna manera, se ha sentido "a gusto" con ella porque
era la forma de realizar sus apetencias. El tercer factor es la
estrategia de gestión política del proyecto.
Todo proyecto debe ser gestionado, de una u otra forma, bien o mal, con
tales o cuales virtudes o vicios: pero en todo caso, esta gestión
supone siempre una estrategia política de gestión. La estrategia diseña
el camino que conduce más eficaz y pragmáticamente a realizar
correctamente el proyecto de acción en común. El cuarto factor
son los protagonismos propios que cada ideal-horizonte, cada proyecto
de acción, cada estrategia política, hace surgir en cada momento de la
historia. Estos protagonismos históricos son esenciales para
explicar quiénes son y por qué surgen los actores estelares
característicos de cada etapa de la historia.
La historia que conduce hasta nosotros. Este
modelo factorial permite analizar y explicar la lógica interna de la
dinámica histórica que conduce hasta el momento actual. Nuestra
filosofía política considera que la mayor parte de la historia se
explica desde un ideal horizonte primitivo, sencillo y limitado a
necesidades primordiales de identidad, supervivencia y defensa, que dio
lugar a una forma de organizar la convivencia por medio de un proyecto
de acción en común concebido como "gobierno unipersonal consensuado"
(caudillismos, señoríos, monarquías...). Estos proyectos unipersonales
llegan hasta nuestros días y han supuesto una inercia histórica muy
difícil de romper. Sin embargo, en los últimos siglos (desde el
renacimiento en el XVI), se han configurado dos cambios importantísimos
en el ideal-horizonte ético-utópico del sentir popular, esto es, de la
sociedad o sociedad civil. Primero aparece el ideal-horizonte de la
modernidad que replantea la dignitas
clásica, propone el humanismo del renacimiento y la ilustración,
plantea los derechos humanos y de los pueblos, la soberanía popular, y
conduce primero al constitucionalismo, monárquico o republicano, y
después a la democracia formal, uniéndose a las doctrinas liberales en
el siglo XVIII y desarrollándolas hasta el neoliberalismo actual. Pero,
segundo, aparece también en el XIX el ideal-horizonte del
comunitarismo, construido desde una crítica social de la modernidad. El
comunitarismo, bien en la forma socialista-marxista, historicista o
anarquista, apunta al carácter fraternal y solidario de la existencia,
promoviendo el abandono de la forma de sociedad (democracia formal)
instaurada por la modernidad (para apoyar solo las iniciativas
individualistas del ciudadano burgués). En su lugar promovió nuevos proyectos
de acción en común alternativos (así los estados marxistas o
historicistas, o la sociedad asamblearia del anarquismo).
La historia que conduce hasta nosotros contemplada desde comienzos del
siglo XXI muestra, pues, la cabalgada conjunta y conflictiva entre esos
dos, digamos, paradigmas socio-político-económicos enfrentados: la
modernidad y el comunitarismo. No obstante, ya desde el entrante siglo
XXI, ambos paradigmas o ideales-horizontes ético-utópicos parecen haber
tocado fondo. El comunitarismo más que la modernidad, después del
hundimiento de los sistemas marxistas en la Europa del este y en la
URSS. Pero también la modernidad que, aunque sigue siendo el entramado
esencial de la sociedad mundial, está hondamente herida en su prestigio
al no haber resuelto, y parecer no poder ni querer resolver, los
problemas sangrantes de la injusticia, de la insolidaridad y de la
pobreza; en definitiva, el problema del sufrimiento humano. Modernidad
y comunitarismo parecen haber tocado fondo en el siglo XXI.
3.2.3. Las tesis de nuestra filosofía política
Estos análisis previos permiten ahora reformular con mayor precisión
las tesis fundamentales que defendemos en Hacia un Nuevo Mundo.
Para ello el modelo cuatrifactorial nos servirá también de guion
explicativo.
La primera tesis (primer factor) es que a fines del siglo XX y
comienzos del XXI se están viviendo tiempos históricos privilegiados
porque en ellos está naciendo una nueva sensibilidad ético-utópica: un
nuevo ideal-horizonte ético-utópico. Pocas veces se ha dado esto en la
historia. En realidad, las últimas emergencias significativas han sido
la modernidad a comienzos del siglo XVI y el comunitarismo en el XIX.
Pero en la actualidad está naciendo un nuevo tiempo histórico que
pudiera conducir a cambios sustanciales. Nuestra filosofía política
establece una serie de conjeturas hipotéticas para describir y estudiar
esta nueva sensibilidad que emergería desde la confluencia de
modernidad y comunitarismo, aunque con una forma propia eminentemente
pragmática y desideologizada.
La segunda tesis (segundo factor) es que, de la misma manera
que, en otros tiempos históricos, modernidad y comunitarismo, desde su
sensibilidad propia, derivaron lógicamente a un proyecto de acción
en común
específico, así también la nueva sensibilidad ético-utópica emergente
conduce al suyo propio: es lo que en nuestra filosofía política
denominamos el "proyecto universal de desarrollo solidario" (proyecto
UDS). Al igual que el ideal-horizonte emergente es una confluencia de
modernidad y comunitarismo, así también, por su propia lógica, el
proyecto UDS responde a esta misma confluencia. Nuestra filosofía
política explica con precisión la naturaleza de este proyecto UDS.
La tercera tesis (tercer factor) hace referencia a la
"estrategia de acción política" orientada a realizar el "proyecto de
acción en común"; en nuestro caso, el proyecto UDS. Y aquí es donde se
propone lo que consideramos, desde un punto de vista práxico, la tesis
más importante de nuestra filosofía política: la coyuntura actual va a
promover por primera vez en la historia la aparición de una nueva forma
de organización autónoma de la sociedad civil, al margen del poder
político, que supondrá un avance y un cambio cualitativo decisivo en
relación a otras formas civiles ahora existentes como el movimiento
ciudadano, ONG, voluntariado, etc. En la filosofía política que
proponemos se deberá contener un diseño organizativo del movimiento de
acción civil que llamamos Nuevo Mundo, cuyo objetivo sería precisamente
controlar al poder político existente hasta forzarlo a comprometerse en
la promoción del proyecto UDS. La emergencia de la acción de la
sociedad civil organizada será consecuencia de la lógica de la
coyuntura política e histórica.
La cuarta tesis (cuarto factor), como consecuencia de las
anteriores, es el nuevo "protagonismo histórico" emergente de la
sociedad civil en orden a gestionar políticamente la realización del
ideal-horizonte ético-utópico de nuestro tiempo a través del proyecto
UDS. El enredo de la política oficial y de los partidos políticos en la
trama de dominación urdida desde hace ya muchos años en el orden
político y económico internacional, es lo que exige la intervención
directa de la sociedad civil como vía más eficaz y pragmática que
permita romper la dominación e imponer los ideales utópicos de la
humanidad en nuestro momento histórico. Si antes hubo otros
protagonismos (reyes, emperadores, tiranos, ciudadanos, burgueses,
políticos, proletarios, etc.), el siglo XXI será testigo de la
aparición de un nuevo protagonismo histórico decisivo: la sociedad
civil.
Acción civil y filosofía política. Los
movimientos que en la dinámica de la historia han cambiado la sociedad
se han producido siempre desde la emergencia de una nueva sensibilidad
ético-utópica. Es lo que pasa en el renacimiento al nacer la modernidad
o en el siglo XIX al hacerlo el comunitarismo. Pero esta sensibilidad
popular hizo nacer también producción intelectual que, por
retroalimentación, acabó orientando y dando consistencia a las
vivencias populares. La sensibilidad estaba ya en Oliverio Cromwell,
pero necesitó de las ideas de John Locke para entenderse a sí misma,
organizarse y asumir un compromiso eficaz y pragmático que realmente
cambiara la historia, y en concreto cambiara el sistema político inglés
y europeo. Así, de la misma forma, el comunitarismo socialista no se
entendería sin la aportación intelectual de Carlos Marx. Aplicando esto
a nuestro contexto, diríamos que hoy nos hallamos en una situación en
que tanto el ideal horizonte ético-utópico como el proyecto que lo
realiza, el proyecto UDS, y la exigencia estratégica de la organización
autónoma de la sociedad en el movimiento de acción civil Nuevo Mundo,
están vivenciados popularmente, pero solo en un estado de presencia
presentida. No tienen una presencia social inequívoca.
Son solo una intuición vivencia! difusa, aunque muy fuerte y ya
proyectada sobre la praxis (en los movimientos de acción social
asistencial ya existentes). Por ello, la función social importantísima
de la filosofía política que nace de esa misma sensibilidad presentida
tiene objetivos definidos: ayudar a que esta presencia presentida
se haga conciencia refleja organizada con presencia social
inequívoca,
formulada con precisión y que se posibilite así por ello mismo la
praxis eficaz y pragmática del cambio histórico hacia el protagonismo
de la sociedad civil.
Así entendemos la aportación de nuestra filosofía política: la vemos
como aportación intelectual que contribuya, junto con otras que
deberían producirse, a que la presencia presentida de nuestro tiempo se
haga reflexión organizada fundante de una praxis posible. Nos movemos
en la hipótesis de que esa presencia social presentida existe y es
real; pero, por principio, es algo solo emergente que no puede todavía
constatarse sino a través de indicios y síntomas premonitorios. Pero es
una hipótesis que asumimos con riesgo, aunque para nosotros sea una
certeza moral subjetiva; sabemos, por tanto, que no poseemos la verdad
absoluta y nos podemos equivocar: las cosas podrían en último término
no ser como las hemos pensado, o ser así pero que no surgieran líderes
apropiados para realizarlas. Nuestra filosofía política nace, pues,
desde el riesgo asumido de hablar de un proceso emergente, todavía
difuso en la conciencia popular: pero nace también, y en esto se apoya
para asumir el riesgo, de la persuasión moral subjetiva de que se trata
del proceso que configurará inevitablemente el camino del siglo XXI
porque hacia él apuntan lógicamente los elementos ya dados en la
confluencia de la historia que lleva hasta nosotros, y que permiten una
argumentación objetiva en el marco de la filosofía política.
3.3. La emergencia de una nueva sensibilidad
ético-utópica
Esta nueva sensibilidad es el origen de esta filosofía política.
Responde, en efecto, a un proceso de emergencia histórica, tan
importante como los que se produjeron en el renacimiento-ilustración
con la modernidad o en el siglo XIX con el comunitarismo. Esta
emergencia, es decir, que en este momento de la historia se configure
esta nueva sensibilidad, más allá de las anteriores, no es gratuito.
Sucede por causas definidas: deben buscarse en las circunstancias
objetivas de la historia, los hechos que afectan a las personas y que
las mueven a configurar en sus mentes una nueva sensibilidad, una nueva
visión racional del pasado, del presente y del futuro. Y entre las
circunstancias determinantes juegan un papel sin duda decisivo los
paradigmas o ideologías socio-políticas que confluyen en el presente:
la modernidad, más antigua, y el comunitarismo desde el siglo XIX.
De ahí que nuestra filosofía política parta de una reflexión en
profundidad sobre la modernidad y sobre el comunitarismo, para analizar
su significado y para argumentar el nacimiento de esa nueva
sensibilidad, detectar su presencia en el estado germinal de emergencia
y delimitar su perfil ideológico, asentando así el fundamento fáctico
de la nueva argumentación política que sobre el que debe construirse. A
esta reflexión, como ya hemos sugerido, están dedicados los tres
primeros capítulos de Hacia un Nuevo Mundo. La emergencia
colectiva de esta nueva sensibilidad ético-utópica, construida desde la
crisis de modernidad y de comunitarismo, sería la verdadera causa de la
transformación social que, según consideramos posible, debería
producirse en el siglo XXI.
3.3.1. Modernidad y comunitarismo
La problemática socio-político-económica, y sus contextos ideológicos
en la última parte del siglo XX y comienzos del XXI, no pueden
entenderse si no se reconstruyen en profundidad estos dos grandes
paradigmas o ideologías que confluyen confrontados en el presente. Al
hacer esta reconstrucción interesa entender qué han significado
históricamente, cuál es su contenido ideológico, cómo llegan hasta
nuestra época y qué han dejado como herencia, si es que en absoluto han
dejado algo, en la nueva sensibilidad emergente.
La modernidad. El nacimiento de la nueva
sensibilidad productora de la modernidad no se entendería probablemente
sin el humanismo clásico; es decir, sin la idea de soberanía popular y
los ensayos democráticos de Grecia y Roma. La Roma republicana, el
derecho romano y la vivencia de la condición de ciudadano libre y de la
exigencia existencial de la dignitas "renacen" en el renacimiento. El
humanismo renacentista está en la base de la nueva vivencia de los
derechos humanos, de la soberanía popular y de la imagen del monarca
moderno-renacentista; incluso la teoría política del monarca absoluto,
como ocurre en la escolástica española o en la filosofía política de
Maquiavelo o de Thomas Hobbes, se someten a un profundo repensamiento
adaptativo a la nueva sensibilidad. En todo caso, las circunstancias
fuerzan el tránsito hacia el constitucionalismo monárquico primero y
republicano después, apareciendo poco a poco la organización formal de
la democracia. La constitución americana es el gran momento histórico
de la modernidad, inspirado en la evolución constitucional de la
monarquía inglesa pero mucho más allá. Tras el nacimiento de la
doctrina económica del liberalismo en el siglo XVIII (Adam Smith) la
modernidad se une ideológicamente al liberalismo. Los conceptos de
ciudadano, creatividad, libertad, burguesía, sociedad civil y
liberalismo económico van unidos al concepto paradigmático de
modernidad. Pero el liberalismo no renunció a un hondo sentido social
de su teoría (como pasa en John Stuart Mill).
Momentos importantes en la filosofía socio-político-económica de la
modernidad son, pues, la consolidación de la doctrina liberal a través
del siglo XIX (recordemos a John Stuart Mili) y la convivencia con el
historicismo y con el socialismo-marxista triunfantes en la primera
mitad del XX, representada en nombres como Keynes, Schumpeter y
Galbraith. Solo después de la II Guerra mundial se crean las
condiciones para el progreso de la teoría liberal y su aplicación al
gobierno de las naciones. Así, el triunfo liberal en Alemania y en
Japón, la escuela de Chicago, el monetarismo económico, los
fundamentalismos americanos y las doctrinas neoliberales actuales,
aliadas de la estrategia de globalización, son hitos del desarrollo de
la modernidad en el siglo XX. La epistemología y la filosofía social y
de la historia de Popper contribuyeron conceptualmente con gran fuerza
al prestigio intelectual de la modernidad. Por último, mencionemos
también el llamado republicanismo político, que nosotros situamos
dentro de los límites de la modernidad, que supone una voz crítica y
reflexiva sobre la perversión alumbrada en la misma realización de la
modernidad y las "tramas de dominación" urdidas en ella.
¿Qué queda hoy de la modernidad? Queda, en definitiva, lo evidente: una
sociedad mayoritariamente organizada por el paradigma de la modernidad.
Sin embargo, ¿cómo se comporta la nueva sensibilidad ético-utópica
frente al paradigma de la modernidad? Nuestra tesis es que gran parte
de la modernidad ha sido asumida, pero asumida "críticamente", en la
sensibilidad del tiempo nuevo que intentamos describir. La soberanía
popular y la democracia, su realización dentro de los grandes estados
modernos, la búsqueda crítica del ejercicio soberano y de la
representación, la aceptación pragmática del liberalismo, la búsqueda
incesante de un liberalismo crítico y social, el valor de una sociedad
libre, creativa, personalista y burguesa, son reflejos parciales de la
forma en que la modernidad ha sido asumida en la nueva sensibilidad.
Pero, en nuestra tesis, hacemos resaltar también aquellos aspectos en
que la modernidad es vista críticamente y en qué sentido la nueva
sensibilidad apunta a su superación. A ello nos referiremos más
adelante.
El comunitarismo. Es el último gran cambio en
la sensibilidad social que explica la dinámica histórica de los siglos
XIX y XX. El comunitarismo es una reacción crítica ante la modernidad
por razón de su individualismo y su axiología burguesa. Para la nueva
sensibilidad la verdadera esencia del hombre es complementaria:
personalismo y comunidad, aunque el primer factor de esta dualidad
será, de hecho, reducido, infravalorado e incluso, según algunos,
reducido a la nada. El comunitarismo tuvo en los siglos XIX-XX tres
formas diferenciadas: historicismo, socialismo-marxista y anarquismo. A
su vez, cada una de estas formas comunitaristas tuvo internamente una
compleja evolución filosófica e ideológica. Los historicismos
evolucionaron desde el romanticisn10, pasando por Hegel y las
tormentosas ideologías nacionalistas de Alemania e Italia, hasta las
formas suaves del hoy llamado "comunitarismo" (nosotros usamos el
término en un sentido mucho más amplio). El marxismo se escindió en
tres grandes escuelas, ya desde el mismo XIX: la derecha de Bernstein,
el centro de Kautsky y la izquierda de Rosa Luxemburg y Lenin. La
segunda internacional quedó para los socialistas y los comunistas de la
tercera tuvieron que abrir un hueco para los trotskistas (cuarta
internacional). Además comenzaron a aparecer comunismos yugoslavos,
chinos, checoslovacos, vietnamitas, eurocomunismos, etc. En Europa,
sobre todo, una serie importante de autores comenzaron a proponer sus
lecturas personales del pensamiento marxista: Lefrebvre, Bloch,
Althusser, Gramsci, Berlinguer... La escuela de Frankfurt acabó siendo
la voz crítica nacida desde dentro de la misma tradición marxista.
Autores como Adorno, Horkheimer, Marcuse o Habermas hicieron la crítica
de la sociedad capitalista, pero no olvidaron dar una versión del
marxismo en una línea humanista que no coincidía con los marxismos
oficiales de su tiempo, bien fueran rusos, chinos, asiáticos o
europeos.
¿Qué queda hoy del paradigma comunitarista? El anarquismo nunca llegó a
jugar un papel social importante (excepto en algunos países) y así
sigue siendo en la actualidad. El historicismo como factor
geoestratégico global se hundió con la caída del Tercer Reich. Del
socialismo-marxista, después de la caída de la URSS, solo quedan
fragmentos marginales y, en un sentido muy amplio, los partidos
socialistas de los países occidentales. Sin embargo, a nuestro
entender, no es correcto considerar que el paradigma marxista ha
fracasado porque permanecen en la gente muchos de sus valores
profundos: la identificación esencial con el hombre universal, la
solidaridad integradora y el internacionalismo, el nacionalismo
historicista ponderado, la sensibilidad ante el sufrimiento humano y la
justicia solidaria, la crítica al liberalismo burgués individualista,
la postulación del control político de la economía en orden a promover
el bien común, la búsqueda de la desalienación política y de la
participación popular. Evidentemente, como seguidamente diremos, la
nueva sensibilidad no asume todos los valores del comunitarismo, aunque
en gran parte sea también hija de los valores que este paradigma supo
introducir.
3.3.2. La sensibilidad ético-utópica del
Tiempo Nuevo
Se trata de una nueva sensibilidad que se produce por causas históricas
perfectamente definidas; lo mismo aconteció tanto al nacer la
modernidad como el comunitarismo. En alguna manera, la nueva
sensibilidad es algo así como una necesidad histórica: las
circunstancias objetivas han creado unos valores potentes y un vacío
fáctico sobre la posibilidad de asumirlos en las ideologías existentes
que obligan necesariamente a superar un pasado que ya no sirve para
configurar una nueva estructura de valores asumibles. En cierta manera
toda la sociedad se ve arrastrada a situarse vivencialmente en una
nueva sensibilidad ético-utópica que comienza a manifestarse por
doquier. Esta sensibilidad será la que, por su propia lógica, llevará a
intuir el proyecto de acción en común que le correspondería, de
la misma manera que modernidad y comunitarismo también concibieron sus
específicos proyectos de acción en común. El movimiento del compromiso
cristiano-religioso, como explicaremos en adelante, debería entrar en
confluencia con esta nueva sensibilidad y con la promoción de su
proyecto propio por medio de un asociacionismo civil, entendido como
estrategia más apropiada para promover su realización urgente y
pragmática.
Causas históricas de la nueva sensibilidad
emergente.
En la coyuntura actual pesan sobre la conciencia del ciudadano algunos
factores que, en conjunto, acaban produciendo la emergencia necesaria
de la sensibilidad ético-utópica de que hablamos. a) Por una parte, la
mayor parte de la gente tiene hoy una profunda sensibilidad solidaria
con los otros hombres y la justicia se ha convertido en un ideal
participado: se siente en la propia carne el dolor de la humanidad,
aunque estemos individualmente en una situación confortable. b) Se es
consciente de que la humanidad dispone hoy de inmensos medios
tecnológicos y económicos para resolver los problemas del sufrimiento
humano que dependen estructuralmente de nosotros y de nuestra
organización. c) Se tiene la persuasión de que la modernidad, aunque
presenta valores que se asumen (antes los resumíamos), no ha resuelto
los grandes problemas de la humanidad y ha tocado fondo, sin presentar
horizontes eficaces que atisben un futuro mejor. d) Igualmente se tiene
la persuasión de que los comunitarismos tampoco han resuelto los
problemas y, además, han fracasado históricamente, aunque presenten
también valores importantes que se asumen con fim1eza (antes los
resumíamos). e) La sociedad civil se siente también atrapada en una
situación que no parece poder cambiar y en la que existe una densa
trama de dominación que lo abarca todo, incluyendo a los mismos
partidos políticos f) Sin embargo, pese a todo, la sociedad civil
siente la urgencia ética y moral a hacer algo eficaz, inmediato y
pragmático para resolver el problema del sufrimiento humano.
Una nueva sensibilidad por confluencia de
modernidad y de comunitarismo.
Este nuevo ideal-horizonte ético-utópico se ve forzado a nacer
impulsado por los factores constituyentes de la situación actual. Tiene
tres propiedades que debemos destacar ante todo. a) No es ideológico:
no está comprometido de forma co-religionaria con ninguna ideología
existente. No está interesado en defender el liberalismo o el marxismo,
por ejemplo, como ideologías que, de derecho, deban considerarse
correctas. Ha perdido el "interés" por ellas. En alguna manera asume ya
vivencialmente como superado el tiempo político anterior de "pasiones"
ideológicas. b) Es pragmático: busca hallar con realismo y eficacia los
caminos que permitan llegar con urgencia a la resolución del hiriente
problema del sufrimiento. c) Sabe que, aunque tanto la modernidad como
el comunitarismo estén desfondados y fracasados, ambos tienen valores
que hay que asumir e integrar, no solo por pragmatismo sino porque
suponen valores que merecen ser defendidos por sí mismos.
Este talante desideologizado, pragmático y abierto conduce a un
ideal-horizonte ético-utópico que asume e integra conciliatoriamente
aspectos muy importantes de la modernidad y del comunitarismo; antes
los hemos resumido. En definitiva, es un ideal que acepta
pragmáticamente el orden establecido de la modernidad para
perfeccionarlo con los grandes valores del comunitarismo. El
comunitarismo no es asumido como diseño básico en que situarse; pero la
modernidad tampoco se asume en su totalidad y debe ser corregida para
integrar valores esenciales del comunitarismo. Es un ideal que apunta a
una sociedad libre, creativa, personalista, democrática (modernidad)
donde sea posible una actuación solidaria y justa que elimine la
pobreza y la indignidad humana por la lucha contra el sufrimiento
humano (comunitarismo) dirigida por la regulación política. Y todo ello
con una lógica pragmática que busca el camino real viable que permita
resolver con urgencia los problemas de la humanidad. Es la intuición
inmediata, y de sentido común, de que el orden socio-político
establecido tiene valores y no puede desmontarse (modernidad) y de que,
sin embargo, debe completarse con la solidaridad (comunitarismo).
3.4. El desarrollo universal solidario como
proyecto de acción en común
Hasta ahora nos hemos referido solo al ideal-horizonte ético-utópico.
Sin embargo, este acaba conduciendo siempre al proyecto de acción en
común que debe realizarlo. Así, la modernidad acabó conduciendo al
constitucionalismo, a la democracia y, finalmente al sistema
democrático-liberal. A su vez, también los comunitarismos condujeron a
sus proyectos de acción en común propios: al estado socialista
marxista, al estado historicista o a la forma de sociedad asamblearia
del anarquismo. Por tanto, en la hipótesis de que actualmente esté
emergiendo una nueva sensibilidad ético utópica, esta debería conducir
por la misma lógica a su proyecto de acción en común propio.
Y esto es lo que, a nuestro entender, está pasando hoy: la sensibilidad
que emerge arrastra también consigo misma la emergencia de una nueva
manera de concebir qué debiéramos hacer en común para encaminarnos
hacia los nuevos ideales. En realidad el nuevo proyecto es una
consecuencia lógica del contenido de la nueva sensibilidad. Es esta
misma la que señala el camino que deberíamos seguir para acercarnos a
los nuevos horizontes utópicos. De la misma manera que el
ideal-horizonte es todavía hoy una intuición difusa que emerge, pero
que todavía no tiene una presencia social inequívoca, igual sucede -con
mayor razón-con el proyecto de acción en común que lleva implicado.
Esto quiere decir que hoy tenemos solo una intuición difusa e
imprecisa, apenas reflexionada, de lo que deberíamos hacer. Pero es una
intuición que está ahí y que la filosofía política debe analizar para
contribuir precisamente a declararla explícitamente, tal como también
pretende con la declaración más fundamental del ideal-horizonte
ético-utópico emergente en nuestro tiempo.
3.4.1. Un proyecto de acción lógico para la
nueva sensibilidad
Pragmatismo y eficacia desde la confluencia
histórica.
Como decíamos, lo que hoy parece demandar la sociedad civil es un
compromiso social claro y una resolución eficaz, urgente, del problema
dramático del sufrimiento. Una resolución que se piensa posible, si se
atiende a los enormes medios financieros, organizativos y tecnológicos
de que hoy disponemos. Para ello, el criterio esencial es el
pragmatismo: hay que seleccionar aquellos caminos y medios inmediatos
que permiten una praxis pronta y eficaz. Es el pragmatismo el que
conduce a entender que no es posible pretender hoy poner el mundo patas
arriba: hay que admitir la forma esencial de la sociedad
democrático-liberal que hoy existe, no solo porque sustituirla por otro
diseño sería muy difícil, sino porque se ha mostrado indudablemente
eficaz para fomentar la libertad, la creatividad, la responsabilidad,
la soberanía popular, la participación social y la riqueza. Pero
situarse en la modernidad no es dejar de reconocer su fracaso en la
solidaridad: por ello, se entiende que la modernidad debe abrirse a los
grandes valores del comunitarismo, la solidaridad, la fraternidad, la
justicia... pero ¿cómo llegar a esta integración de valores? La
intuición pragmática llega hoy a una conclusión inequívoca: por
decisiones particulares aisladas no se llega a ningún sitio; es
necesario un diseño del camino a recorrer por un acuerdo de todos en
dimensión internacionalista; diseño socio-político-económico que
permita mantener los grandes valores de la modernidad, pero haciendo
posible desde ella caminar hacia el horizonte utópico abierto por los
valores del comunitarismo. La intuición es clara y sencilla: pongámonos
a hablar para acordar entre todos el plan o diseño internacional que
debe conducirnos a crear la justicia solidaria desde dentro de la
libertad creativa de la modernidad.
Confluencia de liberalismo y regulación
internacional.
El ideal-horizonte ético-utópico es, como veíamos, confluencia
complementaria de modernidad y comunitarismo. Lo mismo sucede
lógicamente con el proyecto de acción en común derivado. Al mismo
tiempo es una intuición del sentido común de la gente, tal como se
explicaba en el epígrafe anterior: no es posible poner patas arriba el
orden de la modernidad liberal que, además, tiene importantes valores
asumibles; pero, por otra parte, los poderes públicos deben intervenir
regulando la actividad liberal y creando, por acuerdos internacionales,
las condiciones objetivas para que la actividad social creativa se
encamine hacia una lucha eficaz contra el sufrimiento y a favor del
desarrollo. En el fondo se trata de la intuición de que la regulación
internacional acordada por los estados no solo permitiría financiar el
desarrollo interno y externo de las naciones, sino que, además, sería
la única forma de combatir la irracionalidad de las condiciones
objetivas para el desarrollo económico y la creación por primera vez en
la historia de las condiciones que permitirían el primer gran
experimento de "liberalismo perfecto". Advirtamos que esta intuición,
aunque asume el liberalismo, no postula un tipo de liberalismo en que
el protagonismo del estado (internacionalmente, de los estados) sea tan
fino como sea posible para dejar que las cosas discurran por su propia
inercia en el mercado. Se asume un principio político fuerte propio de
la tradición comunitarista, y en especial del socialismo-marxista: el
estado (los estados por regulación internacional) debe intervenir y
regular la actividad económica para dirigirla con precisión hacia sus
objetivos humanísticos.
3.4.2. El proyecto de desarrollo universal
solidario (proyecto UDS)
El proyecto UDS es el "proyecto de acción en común" que constituye el
desarrollo lógico del ideal-horizonte ético-utópico que hoy se halla en
emergencia global. Como decíamos, está también intuido de forma difusa
y todavía no tiene una presencia social inequívoca. El objetivo y la
función social de la filosofía política consiste precisamente en
proponer una "declaración formal explícita" de aquello que ya en está
siendo sentido, intuido, alumbrado germinalmente, por la sensibilidad
de nuestro tiempo. La obra convergente de muchos intelectuales en el
trazado de los perfiles reflexivos de este proyecto deberá contribuir a
su nacimiento y consolidación social estable. En Hacia un Nuevo Mundo
hemos ensayado una declaración formal explícita de lo que debería ser
este proyecto UDS. Se trata simplemente del trazado coherente de las
líneas generales de un perfil esencial que debería prolongarse,
obviamente, con estudios técnicos multidisciplinares más precisos.
El proyecto UDS. Un primer paso en el análisis
del proyecto UDS debe ser, y así lo hacemos en Hacia un Nuevo Mundo, el
estudio de sus propiedades generales de forma, en cuanto directamente
derivado del ideal-horizonte que le da sentido. En concreto, se
presentan las siguientes propiedades generales de forma: un proyecto
viable y pragmático; innovador y creativo; reformista; con parsimonia
de medios; convergente y conciliador; ético y liberador; con
solidaridad social y desarrollo; regulado internacionalmente;
democrático-liberal; participativo, personal y nacionalista; principia!
y directivo; abierto y crítico. Pero, con mayor precisión, la
organización real, en el concierto de las naciones, del proyecto UDS
supondría un conjunto de pactos y proyectos estratégicos definidos.
Primero, el pacto político internacional que se estudia en sus
objetivos e instrumentos políticos, autonomía, liderazgo y miembros
asociados. Segundo, el pacto de financiación y desarrollo
del proyecto para la financiación interna y externa, con los contenidos
del pacto de financiación, las instituciones monetarias, la política de
planificación y créditos, etc. En tercer lugar, el pacto de
liberalismo perfecto
que, a través del estudio de la política impositiva, de inversión y
empresa privada, de regulación política y racionalidad competitiva, de
expansión y crecimiento, etc., mostraría por qué el proyecto UDS sería
la primera oportunidad en la historia que crearía las condiciones
objetivas, iguales para todos, que posibilitarían el primer ensayo
internacional de "liberalismo perfecto". Los otros pactos del proyecto
UDS serían el pacto de desarrollo sostenible, el pacto para
el gobierno del proyecto UDS, el pacto intercultural y educativo,
y el pacto jurídico internacional.
Un nuevo orden internacional, posible porque
pragmático.
El proyecto UDS es, a nuestro entender, la única forma viable del
demandado "nuevo orden internacional", tantas veces aludido y tan pocas
veces explicado para que podamos entender en qué consiste. El proyecto
UDS es una formulación clara de lo que debería ser su diseño y
contenido, desde un pragmatismo que lo hiciera posible. Representa un
diseño de actuación que no supone cambiar el marco político hoy
existente y que podría construirse sobre él: supone pactos
internacionales, pero no crea un gobierno mundial que sustituyera la
soberanía de las naciones actualmente existentes. A nuestro entender la
propuesta de un gobierno mundial no es pragmática, porque acabar con la
soberanía de las naciones podría hacer entrar el proyecto en una vía
muerta por largo tiempo. En lugar de gobierno mundial el proyecto UDS
contempla algo distinto, factible pragmáticamente: el pacto para el
gobierno del proyecto UDS. Además, el proyecto UDS podría construirse
sobre las instituciones internacionales hoy existentes, las Naciones
Unidas, sus Agencias, asi como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional. Estas instituciones, sin embargo, deberían ser
reformadas para adaptarlas al proyecto UDS; así lo proponemos en Hacia
un Nuevo Mundo. El proyecto UDS tiene una virtualidad de diseño que a
codos beneficia y a nadie perjudica. Juega a favor de todos y de la
historia común de las naciones. Esto es muy importante puesto que la
esencia de la sensibilidad actual mueve hacia proyectos pragmáticos y
posibles. En otras palabras, los proyectos políticos de conciliación
acaban siendo posibles; los proyectos agresivos, de unos contra otros,
acaban siendo siempre inviables y engendrando violencia.
3.5. La estrategia histórica hacia el proyecto
UDS
Según el modelo antes propuesto para el análisis de la dinámica
histórica, toda sociedad se explica por su ideal-horizonte
ético-utópico (primer factor) , por el proyecto de acción en común
derivado (segundo factor), pero también por las estrategias de
acción política
que una sociedad ha aplicado para llegar a realizar el proyecto
pretendido (tercer factor). Por consiguiente, en la hipótesis de que
efectivamente esté emergiendo un nuevo ideal-horizonte y una idea
difusa del "proyecto de acción en común" a que conduce (y que en
nuestra hipótesis quedaría declarado en la filosofía política del
proyecto UDS), ¿cuál es entonces la estrategia de acción política que
podría conducir a su realización? En otras palabras: si la sociedad
intuye lo que debería hacerse como el proyecto UDS, ¿qué estrategia
conduciría entonces a realizarlo? A esta pregunta están precisamente
dedicados dos capítulos de Hacia un Nuevo Mundo. Uno para
analizar las vías estériles que difícilmente conducirán por sí mismas
hacia un nuevo orden internacional como el que demandaría la nueva
sensibilidad social. Otro para estudiar lo que en nuestra filosofía
política se considera la vía eficiente, perfectamente posible y de
organización inmediata, que podría conducir hacia el proyecto UDS: la
organización de la sociedad en el movimiento de acción civil que
denominamos Nuevo Mundo.
3.5.1. Las vías estériles
La nueva sensibilidad y su proyecto, en la hipótesis de nuestra
filosofía política, supone un cambio; es pasar a algo nuevo. Lo nuevo
no rechaza en su totalidad el pasado, ya que asume gran parte de la
modernidad y gran parte del comunitarismo. Sin embargo,
bidireccionalmente, es abrirse a la modernidad desde el comunitarismo y
desde este a la modernidad. Es, pues, abrirse a lo que hasta ahora ha
sido el oponente histórico que se ha combatido. Como comenta Hegel en
la Introducción a la Fenomenología (Einleitung), avanzar en la historia
es, en parte, negarse a sí mismo, superarse (abrirse a la novedad).
Esto no es fácil y por ello la historia es para Hegel camino de la duda
y de la desesperación por lo que tiene de superación del pasado en que
uno se ha comprometido existencialmente.
Es comprensible, pues, que la actualidad esté caracterizada todavía por
los residuos del pasado que, aunque desmoronándose, están ahí; las
personas se sienten apegadas a ellos porque esa ha sido, en definitiva,
su vida. Por ello, en Hacia un Nuevo Mundo he abordado el estudio de la
situación actual desde la perspectiva de "las vías estériles en la
deriva de la modernidad" y las "vías estériles en la deriva del
comunitarismo". Hoy en día se hacen muchas cosas que responden a los
fantasmas del pasado y que, en último término, no llevan al futuro. En
este sentido son "vías estériles" que entretienen la historia y pueden
frenar el proceso emergente de la nueva sensibilidad. Reflexionar sobre
estas vías sin futuro, estériles, es importante porque solo por medio
del contraste podemos abrirnos con fundamento al entendimiento de lo
que significa la vía eficaz que podría posibilitar la emergencia de la
nueva sensibilidad y del proyecto UDS que supone.
3.5.2. La vía eficiente en el movimiento de
acción civil Nuevo Mundo
La consideración de que la sociedad civil tiende hoy a la emergencia de
un movimiento de acción civil que denominamos Nuevo Mundo es, a
nuestro entender, la contribución más relevante que hemos conjeturado
en Hacia un Nuevo Mundo.
Este título puede, pues, interpretarse como el movimiento que nos
conduce hacia el Nuevo Mundo de nuestros ideales (que nace de los
ideales de la modernidad en los tiempos en que se colonizó el nuevo
mundo y en que América hizo nacer el primer diseño importante de nación
de la modernidad); pero se puede ver también como una alusión al
movimiento de acción civil Nuevo Mundo que, según nuestra
filosofía política, debe conducirnos también a la transformación social
que deseamos. La propuesta, pues, de Nuevo Mundo, como movimiento de
acción civil autónomo frente al poder político, responde al tercer
factor
de nuestro modelo de análisis de la historia: es, por tanto, la
argumentación filosófico-política la que conduce a una conclusión sobre
la estrategia que podría conducir de forma pragmática y viable al
proyecto UDS. Pero el supuesto es que a esta misma conclusión
filosófico-política llegará también la sociedad civil, aunque en todo
caso alentada por la reflexión previa de los intelectuales que dan
expresión organizada a la sensibilidad de los nuevos tiempos.
Una parte importante de Hacia un Nuevo Mundo está, pues,
dedicada a estudiar y argumentar la propuesta de Nuevo Mundo como
movimiento de acción civil. La pregunta de que se parte es cómo pasar
del estado de intuición presentida, sin presencia social
inequívoca, tanto del nuevo ideal-horizonte como de su proyecto
UDS, a lo que llamaríamos la plataforma fundacional
del proyecto UDS (momento en que se constituyera el pacto internacional
que permitiera comenzar su aplicación). Esta pregunta apunta, a su vez,
a otra cuestión básica conectada: quiénes deberían ser los
protagonistas del cambio, los líderes que condujeran la historia a la
plataforma fundacional del proyecto UDS. El libro expone con suficiente
precisión la discusión básica sobre los candidatos iniciales a ser
protagonistas del cambio. La argumentación permite llegar a la
conclusión de que el candidato idóneo sería hoy la organización
autónoma, frente al poder político, de un movimiento de acción civil,
al que damos el nombre de Nuevo Mundo. Ahora bien, ¿cuáles deberían ser
las características formales del nacimiento, organización y función
social de Nuevo Mundo? En relación a su posible organización real, ¿qué
hipótesis y propuestas podrían hacerse sobre su nacimiento? ¿Cómo
debería ser su organización interna y su forma de actuación social para
encaminarse a sus objetivos, a saber, la promoción del proyecto UDS?
Estas preguntas, y otras, son objeto de análisis preciso en Hacia
un Nuevo Mundo,
hasta el punto de presentar algo así como una teoría fundacional de
Nuevo Mundo. Sin entrar en detalle hagamos alguna consideración
general.
Acción política y acción civil. Quiero dejar
constancia de que la filosofía política que defiendo no establece
rivalidad o contradicción entre acción civil y acción política. El
mundo debe seguir gobernado por políticos y, en último término, son
ellos quienes deberán constituir la plataforma fundacional del proyecto
UDS. Es muy posible que políticos profesionales, movidos por propósitos
decididamente éticos, entendieran la nueva sensibilidad y lo que
significa el proyecto UDS. Incluso que se comprometieran en su
promoción de forma personal. Sin embargo, el análisis de nuestra
filosofía política considera que la naturaleza institucional de los
partidos y su atrapamiento en las densas tramas de dominación urdidas
desde dentro de la modernidad, así como su deriva histórica por el
arrastre de los fantasmas ideológicos del pasado, no nos los presentan
como el lugar idóneo, por muchas razones que se analizan en Hacia
un Nuevo Mundo,
para asumir el protagonismo de la promoción pragmática y urgente del
proyecto UDS. La acción civil debería ser una fuerza autónoma,
independiente, exterior, que presionara sobre el poder político, para
forzar lo que la ideología de muchos partidos, tanto de la modernidad
como del comunitarismo, en el fondo desearían y querrían hallarse en
las condiciones de poder realizar.
Internacionalismo de la acción civil de Nuevo Mundo.
La plataforma fundacional del proyecto UDS debería asociar a las
naciones más importantes del momento; nos referimos a los Estados
Unidos, a la Unión Europea, a Rusia, a Japón, China y otra lista
interminable de países. Un movimiento de acción civil bien diseñado en
su ideología, independiente de los partidos (que suelen ser diferentes
en cada país, con su historia y peculiaridades), debería ser apto para
traspasar las fronteras y difundirse de un país a otro, de una cultura
a otra. Esta exigencia de internacionalismo, para la gestión del
proyecto UDS, es uno de los argumentos esenciales para entender que
Nuevo Mundo no debiera ser un partido político, ni confundirse con
alguno de los partidos ya existentes, sino organizarse como un
movimiento civil autónomo frente al poder político, con capacidad para
dialogar con todos ellos y establecer puentes interculturales. En Hacia
un Nuevo Mundo
se estudian también los presupuestos que permiten augurar, en caso de
organizarse y gestionarse correctamente, la rápida extensión
internacional del movimiento. Esta rapidez y eficacia sería
precisamente una de sus potencialidades pragmáticas.
Dificultad y posibilidad real de organizar Nuevo
Mundo.
Somos muy conscientes de que Nuevo Mundo es una novedad histórica:
sería una forma de organización e intervención de la sociedad civil no
dada hasta ahora en ningún momento de la historia. Sería, en
definitiva, la gran novedad histórica del siglo XXI: un factor nuevo de
intervención poderoso (puesto que en las sociedades democráticas el
poder depende del voto de esa misma sociedad) que jugaría un papel
determinante en la orientación política hacia el proyecto UDS; es
decir, hacia un mundo de libertad, creatividad, justicia, solidaridad y
paz. Precisamente por esa novedad y su carácter de denuncia de la trama
de dominio establecida al amparo de las estructuras formales de la
modernidad, Nuevo Mundo difícilmente sería apoyado por instituciones o
personas ya comprometidas con otros proyectos que, aunque sin futuro,
son simplemente los "suyos"; en último término, fantasmas del pasado.
Por consiguiente, hay que postular de principio lo peor: que una
organización de este tipo nacería en la indigencia, sin apoyos y con
muchas cosas en contra. Sin embargo, Nuevo Mundo sería posible
organizándose desde la base social y ampliando poco a poco su ámbito de
cobertura, según el análisis que presentamos en Hacia un Nuevo Mundo.
Organizaciones de mucha menor fuerza de atracción han logrado prosperar
y llegar a desarrollos importantes, movilizando a millones de personas.
Nuevo Mundo tendría unos objetivos moralmente elevados, tan elevados
como transformar la sociedad y producir un beneficio a plazo medio y
largo de dimensiones colosales. La fuerza de atracción de sus ideales,
una vez publicitado y gestionado con precisión de diseño, sería tan
grande que sus tasas de expansión crecerían con una fuerza
proporcional. Pero la posibilidad real de Nuevo Mundo dependería de que
la especie humana siga produciendo los audaces que siempre han existido
y a los que suele ayudar la fortuna. Es decir, de la aparición de los
líderes civiles con la fuerza profética suficiente para gestionar un
proyecto de acción civil tan ambicioso como Nuevo Mundo.
El pragmatismo ante la historia de América. No
quiero concluir esta exposición de mis ideas en torno a la filosofía
política del siglo XXI, hipotéticamente centrada en la emergencia del
protagonismo de la sociedad civil, sin hacer una referencia al papel de
América en este posible proceso histórico. El talante pragmático apunta
a encontrar siempre el camino más seguro e inmediato que conduzca a
conseguir lo que se pretende. La sociedad busca hoy un camino
pragmático para luchar eficazmente ante el sufrimiento humano. Por
ello, sería faltar al pragmatismo más elemental diseñar hoy una línea
de avance histórico, en nuestro caso avance hacia el proyecto UDS, sin
contar pragmáticamente con las naciones más importantes, ya que, sin
ellas, se haría absolutamente inviable, o al menos, dificultosamente
transitable, el camino hacia el proyecto UDS. Este camino sería hoy muy
difícil al margen o en contra de los Estados Unidos de América, dado el
papel protagonista de este país en el panorama geoestratégico mundial.
Por ello, surge una pregunta inevitable: les América en absoluto
coordinable con el proyecto UDS y el proyecto Nuevo Mundo? La verdad es
que hemos dedicado muchas páginas -en Hacia un Nuevo Mundo-
para responder a esta pregunta desde la persuasión de que la filosofía
de la historia de América es congruente con la nueva sensibilidad
descrita. Nos referimos a la sociedad civil americana, integrable en
Nuevo Mundo como una forma de profundizar en el sentido de América y de
fidelidad a su propia filosofía de la historia. No hay que confundir la
sociedad civil americana con las políticas concretas de gobiernos
americanos que, antes y ahora, muchos consideramos un grave error
histórico. Pero la persuasión argumentada de que Nuevo Mundo podría
difundirse en la sociedad civil americana, que se reconvertiría así
hacia su verdadera esencia como nación, es elemento esencial de un
optimismo pragmático hacia el futuro. De ahí nuestra insistencia en que
el coyuntural antiamericanismo, hoy tan en uso, debería transformarse
en una simpatía de fondo hacia la significación de la filosofía de
América en la historia del mundo moderno y hacia el papel protagonista
que la sociedad civil americana podría jugar convergiendo con el futuro
histórico de todos. En el momento de escribir estas páginas es
relativamente reciente el ascenso a la presidencia americana del
senador Barak Obama. Hemos visto cómo tras la elección se ha desatado
en todo el mundo una ola de optimismo, probablemente producida por el
cambio en relación a su antecesor y la sensación de descanso producida.
Se ha llegado hasta una sorprendente, y sin duda pintoresca, concesión
del premio Nobel. La personalidad progresista de Obama -más en su
actuación anterior que en sus criterios como candidato y presidente-y
el progresismo tradicional del partido demócrata han hecho concebir,
quizá precipitadamente, una expectativa de novedad que no se
corresponde con lo que realmente había, hay y habrá. Es la misma
sensación de optimismo y cambio que se produjo con el advenimiento de
John F Kennedy en los años sesenta o de Willy Clinton en los noventa.
Lo que objetivamente puede observarse es que Obama se ha rodeado del
establishment tradicional del partido demócrata, incluyendo incluso
figuras prestigiosas del republicano. Habrá más o menos diálogo y un
mayor o menor esfuerzo por alcanzar acuerdos en los focos de conflicto,
se tomarán unas u otras medidas económicas y sociales, se será más o
menos "progresista", pero en conjunto todo seguirá el curso habitual de
los acontecimientos. Como también pasó con Kennedy o con Clinton. Hago
estas observaciones para indicar que cuanto nosotros proponemos -a
saber, la extensión en América del movimiento de acción civil Nuevo
Mundo, el proyecto UDS y la presión civil sobre los políticos para que
asumieran su liderazgo-no tiene, de momento, nada que ver con lo que
actualmente está pasando. De momento estamos en una variante más o
menos progresista de "lo de siempre". Lo que nosotros hemos propuesto
es la revolución americana del siglo XXI, tal como expuse
literariamente en Dédalo. A esta obra nos remitimos ahora. Sin embargo,
y esto debe ser también señalado, lo que ha pasado con Obama muestra
algo que, a nuestro juicio, es crucial: la disposición de la sociedad
americana (y mundial) para dejarse arrastrar por una propuesta que
pudiera transformar nuestro decepcionante mundo. Queremos vislumbrar
que Nuevo Mundo podría ser la propuesta que, una vez percibida,
polarizara la nueva sensibilidad en emergencia y la condujera a
resultados eficaces.
4. Paradigma de la
modernidad y filosofía de la historia
A nuestro entender se están produciendo en la actualidad dos procesos
paralelos, ninguno de los dos históricamente concluido. El primer
proceso es la evolución de la iglesia católica hacia el paradigma de la
modernidad que, de producirse, tal como nosotros propugnamos, supondría
un cambio sustancial en las confesiones cristianas y en las grandes
religiones. Este proceso transformaría en profundidad las relaciones
interconfesionales entre las iglesias cristianas y las interreligiosas
entre las grandes religiones mundiales, haciendo posible su solidaridad
en procesos participados en orden a promover la justicia y la paz
universal (capítulo VI). El segundo proceso es la transformación en la
filosofía política y de la historia que, de ser tal como hemos
expuesto, haría irrumpir en el escenario socio-político el nuevo
protagonismo de la sociedad civil. Ambos procesos históricos de
importancia excepcional están todavía sin cumplir, aunque hemos
expuesto (y estamos exponiendo) los argumentos que permiten pensar que
es verosímil que sucedan. Las ideas de este ensayo (y de otras obras
que lo preceden) son, en definitiva, una contribución intelectual para
que ambos procesos pudieran producirse en realidad.
Quiero ahora, para concluir este capítulo, exponer algo que considero
de excepcional importancia: a saber, que entre estos dos procesos
podría darse una convergencia de consecuencias transcendentales. Por
una parte, el paradigma de la modernidad habría hecho entender que el
compromiso socio-político, que el cristiano (y la iglesia) no pueden
dejar de asumir, debe realizarse en el marco de la ciudadanía y de la
asociación ciudadana, buscando la convergencia plural con las otras
ideologías, confesiones y religiones en orden a realizar la axiología
natural. Por otra parte, la filosofía política y de la historia -en
cuyo discurso natural están implicados los cristianos y los
religiosos-nos estaría haciendo comprender que entramos en un tiempo en
que la nueva sensibilidad ético-utópica del pueblo apunta
inequívocamente a la organización de la sociedad civil como la vía más
factible, urgente y pragmática para resolver el problema acuciante del
sufrimiento humano alcanzando la realización de la axiología natural.
La convergencia de ambos procesos aparecería cuando el cristianismo y
las religiones caigan en la cuenta de que la lógica de su compromiso
socio-político en la historia para combatir el sufrimiento humano debe
consistir en sumarse al proceso de iniciativas civiles emergentes.
Entre el mundo de lo religioso y las iniciativas emergentes de la
sociedad civil podría darse una empatía que diera la verdadera fuerza y
transcendencia social a los movimientos civiles emergentes. Por su
convergencia con la acción civil, las religiones estarían en
condiciones de aportar la fuerza definitiva para forzar la
transformación de la historia hacia un mundo más humano, que hoy se nos
antoja imposible. Nunca las religiones habrían aportado algo tan
sustancial a la historia del mundo. En alguna manera, el humanismo de
las religiones ha creado en ellas una urgencia moral, religiosa o
teologal, de comprometerse para hacer un mundo mejor. A lo largo de la
historia solo fragmentariamente han conseguido alcanzar sus urgencias
morales. Pero la nueva situación histórica que se configura (por el
paradigma de la modernidad, así como por la filosofía política y de la
historia convergentes) pondría por primera vez a las religiones en
condiciones excepcionales para saldar su deuda pendiente con la
historia (deuda también con sus conciencias morales) y para contribuir
mediante un compromiso socio-político decisivo al control del rumbo de
la historia humana hacia la lucha final, pragmática y eficaz, contra el
sufrimiento.
4.1. Debilidad de la acción civil:
convergencia con lo religioso
Para entender qué pretendemos explicar debemos advertir que el proceso
emergente de la sociedad civil hacia un protagonismo definido que le
permitiera el control de la historia es algo posible porque las
diversas piezas sociales del puzle que hoy vivimos encajan
perfectamente en ese protagonismo. Pero, aun así, es algo
extraordinariamente difícil. De ahí que, por razones que se exponen, de
acuerdo con las circunstancias objetivas, el mundo de las religiones
aparece en el horizonte como aquel factor, probablemente único, que
podría dar el impulso definitivo al movimiento civil para que llegara
pronto a las cotas de influencia social necesaria.
Necesidad estratégica del movimiento de acción
civil Nuevo Mundo. En lo anterior hemos argumentado -siguiendo el
hilo conductor del ensayo Hacia un Nuevo Mundo-
que la existencia eventual de una nueva "sensibilidad ético-utópica"
(factor 1) con su correspondiente "proyecto de acción en común" en la
forma del proyecto UDS (factor 2) no garantiza llegar a ningún objetivo
eficaz y tangible. Para ello era necesaria una "estrategia de acción
política" (factor 3) que diseñara el camino efectivo para promover y
gestionar la realización del proyecto UDS. La reflexión estratégica
entiende que la sociedad civil debería organizarse. Pero no todo tipo
de organización podría llevarla a cumplir sus objetivos y al éxito. De
ciertas formas de gestión podría anticiparse un resultado
insatisfactorio, ya desde el principio, según el análisis de su propio
diseño. Los argumentos que, en efecto, hemos esgrimido para apoyar la
eventual creación del movimiento de acción civil Nuevo Mundo se fundan
precisamente en que solo a una organización que respondiera a las
características de Nuevo Mundo se le podrían atribuir ciertas garantías
de éxito final. Sin embargo, la creación de Nuevo Mundo sería una obra
de arquitectura social compleja que, además, se enfrentaría a numerosas
dificultades. Algunas de tal naturaleza y dimensión que podrían hacer
inviable el proyecto, a pesar de la calidad de su diseño. Debemos ahora
caer en la cuenta de estas dificultades para entender el papel que
podrían jugar las religiones.
Dificultad y posibilidad real de organizar Nuevo
Mundo.
Somos muy conscientes de que Nuevo Mundo es una novedad histórica:
sería una forma de organización e intervención de la sociedad civil no
dada hasta ahora en ningún momento del pasado. Sería, en definitiva, la
gran novedad histórica del siglo XXI: un factor nuevo de intervención
poderoso (puesto que en las sociedades democráticas el poder depende
del voto de esa misma sociedad) que jugaría un papel determinante en la
orientación política hacia el proyecto UDS; es decir, hacia un mundo de
dignidad, libertad, creatividad, justicia, solidaridad y paz.
Precisamente por esa novedad y su carácter de denuncia de la trama de
dominio establecida al amparo de las estructuras formales de la
modernidad, Nuevo Mundo difícilmente podría ser apoyado por las
instituciones o las personas ya comprometidas con otros proyectos que,
aunque sin futuro, son simplemente los "suyos"; en último término,
"fantasmas del pasado" que les arrastran en la deriva de los procesos
históricos terminales. Los partidos políticos, intervenidos por
dogmatismos anclados en el pasado y controlados por eficaces lobbies
financieros, pronto verían en las organizaciones civiles un potencial
rival de importancia para la arbitrariedad de su de facto "gobierno
unipersonal" absoluto, atrapado en las densas tramas de dominio urdidas
al amparo de la modernidad. Por consiguiente, habría que postular de
principio lo peor: que una organización de este tipo nacería en la
indigencia, sin apoyos y con muchas cosas en contra. Sin embargo, Nuevo
Mundo sería posible organizándose desde la base social y ampliando poco
a poco su ámbito de cobertura, según el análisis que presentamos en Hacia
un Nuevo Mundo.
Organizaciones de mucha menor fuerza de atracción han logrado prosperar
y llegar a desarrollos importantes, movilizando a millones de personas.
Nuevo Mundo tendría unos objetivos moralmente elevados, tan elevados
como transformar la sociedad y producir un beneficio a plazo medio y
largo de dimensiones colosales. No conozco, en efecto, ninguna otra
organización social de objetivos tan formidables y con tanta capacidad
de atractivo y movilización. En efecto, el atractivo de sus ideales
éticos, una vez publicitado y gestionado con precisión de diseño, sería
tan grande que su fuerza de expansión crecería con una fuerza
proporcional. Sin embargo, aunque Nuevo Mundo pudiera nacer y tuviera
mucho a su favor, la duda radica en si tendría el impulso suficiente
para vencer los numerosos obstáculos que saldrían al camino desde
diversos frentes. No se ve, en principio, un factor "de salida" que
pudiera ofrecer las garantías suficientes de un triunfo final del
movimiento. Sin contar con este "factor extraordinario" no se podría
excluir su fracaso. Aquí es donde surgiría la conexión del movimiento
de compromiso civil cristiano-religioso con lo que, en paralelo,
estaría sucediendo en la sociedad civil.
Ciudadanía, laicidad y factor religioso en Nuevo
Mundo.
Organizar Nuevo Mundo y gestionarlo hasta su madurez, no sería, como se
acaba de explicar, una tarea fácil, sino la construcción de un complejo
diseño de ingeniería socio-política. Y aquí es donde se introduce a
nuestro entender la consideración del fenómeno religioso y de su
conexión con el movimiento ciudadano Nuevo Mundo. La historia humana,
tal como hoy se concibe en la tradición del pensamiento occidental,
debe ser obra de un diseño social laico, abierto a todos, creyentes en
confesiones religiosas diversas, arreligiosos en general, ateos y
agnósticos. Vimos antes cómo, desde el paradigma de la modernidad, el
compromiso socio-político del cristiano debía instalarse en la
ciudadanía dentro de un contexto laico abierto a todos. En este
sentido, Nuevo Mundo no sería nunca un proyecto religioso, sino más
bien un proyecto laico, y así nos hemos referido a él hasta ahora. Sin
embargo, los hombres religiosos forman parte de la sociedad civil y
tienen el mismo derecho que todos a participar en sus proyectos y no
solo a participar, sino a diseñarlos y a promoverlos. Podríamos decir
incluso que la sociedad civil está constituida en su inmensa mayoría
por creyentes; incluso en los países desarrollados. Este hecho está en
la base de una consideración importante de nuestra filosofía política:
que las religiones (pero no una sola religión, sino todas en conjunto)
podrían constituir el factor social de apoyo decisivo a Nuevo Mundo,
hasta impulsarle hasta sus cotas finales de influencia social. Pero,
además, las religiones podrían jugar un papel esencial en el diálogo
intercultural que permitiera aunar en el proyecto UDS a todos los
pueblos y a las culturas, dada su necesaria aspiración internacional y
globalizadora. Lo explicamos seguidamente.
La eclosión inflacionaria de Nuevo Mundo y las
religiones.
La reflexión anticipada por la filosofía política puede prever las
enormes dificultades que supondría fundar y gestionar Nuevo Mundo desde
una inicial e inevitable precariedad. Podría crecer pero para ejercer
la influencia que se pretende en su diseño este crecimiento debería
llegar a cotas decisivas de influencia social muy alta que serían
difíciles de alcanzar. Podría crecer hasta un cierto límite y
estancarse. De ahí que la filosofía política se pregunte por la
posibilidad de que Nuevo Mundo, llegado un momento de su crecimiento,
pudiera hallar un factor de apoyo externo extraordinario y coyuntural
que le diera el impulso definitivo. Este impulso debería provenir de
algún tipo de organización social de influencia masiva en la sociedad y
que fuera capaz de producir algo así como la explosión inflacionaria en
la influencia social de Nuevo Mundo. Inflación es el repentino aumento
de volumen que siguió a la expansión inicial del Big Bang. Pues
bien, solo un tipo de organización parece reunir las condiciones
apropiadas para ser fuente de este apoyo externo: las religiones. No
solo por su implantación social en todas las culturas y civilizaciones,
sino porque las mismas religiones poseen en su doctrina una fuerte
llamada a la libertad, la solidaridad, la justicia y la paz. Entre el
humanismo laico de Nuevo Mundo y el humanismo de las religiones podría
darse la convergencia histórica requerida; aunque sin interferir nunca,
insistimos, en el diseño laico dado en la base de Nuevo Mundo. Llegado
un momento del proceso de crecimiento, el apoyo externo de las
religiones a Nuevo Mundo, respetando su laicidad y sin interferir en
ella, podría ser el último factor efectivo de movilización general.
Nuevo Mundo podría tener ya en su organización a numerosos cristianos y
religiosos no-cristianos actuando desde su condición de ciudadanos.
Pero el apoyo externo debería producirse cuando las organizaciones
religiosas, cristianas y no-cristianas, al unísono ofrecieran a Nuevo
Mundo un respaldo moral explícito que, aunque no fuera vinculante para
los creyentes (que actúan por ejercicio de su razón natural y
responsabilidad personal), sí tendría decisiva influencia social. La
sospecha y la inacción de muchísimas personas de diversas religiones
ante Nuevo Mundo se eliminarían de raíz y de pronto Nuevo Mundo se
vería reforzado interculturalmente por un potente prestigio y
credibilidad universal.
4.2. La situación mundial vista por las
religiones
Los ciudadanos creyentes, cristianos y no-cristianos, así como la
religión en general, podrían comprometerse con Nuevo Mundo. Pero en
todo caso unos y otros deberían tomar la decisión de asumir este
compromiso: cada ciudadano en su condición de tal y las religiones como
tales. En esta decisión jugarían un papel importante tanto la
consideración del dramatismo de la situación mundial, es decir, la
geografía y la amplitud del sufrimiento humano, como la inacción
insolidaria de los poderes públicos y el factor de urgencia y
pragmatismo de las decisiones a tomar. De esta consideración global de
la situación mundial debería depender la toma de decisión sobre la
forma de asumir el compromiso religioso a favor de la axiología natural
y en contra del sufrimiento universal. En el fondo se trataría siempre
de la mejor opción posible -aunque siempre arriesgada-para resolver con
urgencia y pragmatismo una situación mundial desoladora.
Pobreza y enfermedad. Todos vemos que el
sufrimiento humano real es inmenso. Así ha sido a lo largo de la
historia y así sigue siendo en la actualidad. Es el sufrimiento de las
guerras, de la pobreza, de las hambrunas que asolan áreas geográficas
enteras, de la marginación, de la emigración indigna y vergonzante, de
la explotación de unos por otros, de las penosas condiciones de vida
buscando un trabajo inestable, molesto y mal remunerado; es el
sufrimiento de las enfermedades y de la miseria, de los enfrentamientos
interhumanos y del odio, de las frustraciones psicológicas de todo
tipo, de la falta de respeto social e interpersonal y de la falta de
solidaridad interhumana, entre pobres y ricos, entre grupos humanos y
naciones. Esta descripción, y otras posibles más amplias y detalladas,
incluso con datos estadísticos precisos, pueden quizá parecer incluso
retóricas y repetitivas. Pero, aun así, sabemos que son correctas y que
ponen el dedo en la llaga. El panorama universal del sufrimiento humano
es inmenso. Es el panorama desolador de la pobreza que, por ejemplo,
arrastra consigo en muchos casos que el gran sufrimiento de la
enfermedad no sea aminorado con todos los medios de que disponemos. La
sanidad de los últimos años se ha visto condicionada más y más por la
política. En países desarrollados y en el tercer mundo. El cuidado
sanitario mira con tristeza e impotencia hacia países donde el caos
político está en la base del hambre, de la enfermedad crónica, de la
mortalidad infantil y de las reducidas esperanzas de vida para todos.
La sanidad sabe bien que su acción humanista para beneficiar a la
sociedad depende de la política: de la libertad y de la socialización
interventiva, tanto en la producción farmacéutica como en la actuación
profesional de la medicina, de las políticas sanitarias en los países
desarrollados y de la solidaridad en relación al tercer mundo. Es para
mí evidente que la mirada hacia un mundo en sufrimiento, producido en
gran parte por un desorden sociopolítico que no nos permite aplicar
óptimamente los enormes medios de que hoy disponemos, se dirige hacia
la historia y hacia el presente con desasosiego y con pesar porque no
somos capaces de hacer por los demás lo que intuimos que está en
nuestras manos. Es evidente que la religión no puede permanecer
indiferente ante el inmenso escenario de dolor, pobreza y enfermedad.
Violencia política. Aunque las cosas debieran
haber ido hacia el dominio solidario del mundo por el mutuo
reconocimiento interhumano, sin embargo, el hecho incuestionable ha
sido la eclosión de la violencia socio-política. A veces ha sido solo
una violencia social, producida por relaciones inmediatas de las
personas y de los grupos individuales. Pero otras veces ha sido
violencia de naturaleza superior: violencia generada y dirigida por
dirigentes políticos de la sociedad. A esta violencia política han
contribuido no pocos factores económicos; pero también factores
existenciales y psicológicos; en ocasiones la conjunción de lo
económico (el dominio) con lo psicológico. Han sido innumerables las
luchas fratricidas en la misma sociedad, de pueblos contra pueblos, de
naciones contra naciones, de culturas contra culturas; todo ello en un
marco geopolítico local, nacional o internacional. Un inmenso escenario
universal productor de continuo sufrimiento innecesario y evitable.
Pero, la pregunta es: ¿qué causas han producido este espectáculo de
violencia fratricida universal, tan contrario a la esencia misma del
hombre? ¿Cómo contribuir a eliminar estas causas por el compromiso
socio-político? El hundimiento del socialismo-marxista con la caída de
la URSS y de los países del este no ha derivado a la paz perpetua de
Kant. El ilusorio "fin de la historia" de Fukuyama por el triunfo del
liberalismo no pasa de ser un discurso filosófico poco perspicaz y
precipitado. El neoliberalismo, tal como ha sido entendido hasta ahora,
no ha resuelto los grandes problemas de pobreza, del sufrimiento y de
la injusticia en el dominio del mundo. Una inmensa cantidad de recelo y
violencia latente se alza hoy por todas partes ante el sistema que se
sigue manteniendo, insensible al sufrimiento humano. Por otra parte, ha
crecido también la violencia política producida por el historicismo
nacionalista. Nuevas formas de historicismo violento y agresivo están
naciendo por doquier: lo vemos en España, pero no podemos olvidar a
Rusia y a Estados Unidos, donde han renacido con insospechada fuerza
nuevas formas de nacionalismo historicista. Por último, la violencia
ideológico-religiosa en el mundo del islam nos hace vivir hoy en una
sensación de violencia latente que puede estallar de pronto por
doquier. El neoliberalismo actual -funcionando con lógica financiera
incorrecta y corrupta- no inspira en el mundo la paz, sino la rebelión
y los deseos de violencia.
Urgencia y pragmatismo. La preocupación
humanista por combatir el sufrimiento humano tiene dos caracteres: es
urgente y, por ello mismo, está de inmediato orientada al pragmatismo.
El sufrimiento humano universal urge a la acción, no admite demoras:
cada minuto que pasa sin afrontar las soluciones eficaces que resuelvan
el problema significa la persistencia de inmensos sufrimientos en los
países pobres, pero también en amplios sectores del mundo desarrollado.
La sinceridad y la intensidad de la preocupación religiosa por el
sufrimiento da la medida de nuestra sensación de urgencia. Es la
urgencia por encontrar sin demora las posibles vías de actuación ante
el sufrimiento lo que mueve al pragmatismo. Somos pragmáticos cuando
sabemos atenernos a los hechos reales con habilidad para hallar el
camino viable que lleva con eficacia al logro de nuestros fines. La
preocupación por ser pragmáticos se funda en que solo así llegaremos a
resolver un mal inmenso que pide soluciones urgentes y eficaces. El
pragmatismo es por ello la única respuesta posible ante la urgencia del
problema: es saber hallar el camino apropiado para ir con prontitud
hacia el cuidado eficaz del sufrimiento. Tiende a una solución
inmediata que no tiene por qué ser incompatible con las soluciones a
largo plazo. El pragmatismo ideal sería, por tanto, aquel que resuelve
el problema presente como aplicación de un criterio universal que
significa soluciones estables a largo plazo.
Insolidaridad y desconfianza ante los poderes
públicos.
La expectativa que es sin duda razonable apuntaría a los poderes
públicos como protagonistas de la resolución de estos problemas. Sin
embargo, la impresión inevitable es que todo puede seguir como hasta
ahora; es decir, sin resolver los problemas en los siglos por venir.
Muchas cosas, en efecto, han mejorado. Por ejemplo, la tecnología
sanitaria para hacer frente al sufrimiento. También ha mejorado la
situación socio-político-económica. Pero el avance es tan lento y, al
mismo tiempo, la geografía de la pobreza aumenta con tanta rapidez, que
tenemos la impresión de ir a paso de tortuga; y además sin saber
incluso con precisión adónde vamos. Las soluciones que se alcanzan
tocan a una parte selecta de la sociedad mundial, pero el crecimiento
de la población y las áreas de la pobreza aumentan más rápidamente que
las soluciones. Hace unos sesenta años, después de la II Guerra
mundial, se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
con la intención de resolver los problemas del mundo: palabrería y pura
palabrería. Hoy todo ha empeorado y muy pocos observadores e
intelectuales confían en que los organismos financieros internacionales
sirvan para algo. La sensación es que, si todo sigue igual, pueden
pasar otros cincuenta años en que todo siga más o menos como hasta
ahora: es decir, estancados en el sufrimiento de siempre, sin tomar
medidas eficaces para reducir ese inmenso mar de sufrimiento evitable
que agobia a la humanidad. De ahí nace, pues, la urgencia moral
religiosa por encontrar ya las posibles vías de actuación.
4.3. La disposición de las religiones para su
responsabilidad histórica
La urgencia moral de las religiones a hacer algo -que en el
cristianismo se llama caridad teologal o amor a los hombres fundada en
el Amor Originario de Dios-entra en desolación, en efecto, al
contemplar el escenario mundial de la pobreza, del sufrimiento y de la
violencia endémica universal. ¿Qué hacer? Esta es la pregunta del
hombre religioso que busca acertar en su compromiso sociopolítico y es
también la pregunta que se plantean los dirigentes de las religiones
que también, en alguna manera, deben tomar posiciones de compromiso que
les sean propias como instituciones. Queremos ahora defender que la
lógica de las obligaciones morales a que debe atender el compromiso
socio-político de los ciudadanos religiosos y de las religiones les
movería a promover las eventuales iniciativas de la sociedad civil a
favor de la axiología natural para combatir el sufrimiento. Esta opción
se fundaría en ser la única planteada con rigor en un marco de urgencia
y pragmatismo ante un mal agobiante.
El supuesto: la emergencia del protagonismo civil.
Cuantas circunstancias estamos sometiendo a consideración están
construidas sobre la hipótesis de que, en efecto, como hemos
argumentado, en nuestro tiempo está emergiendo una nueva "sensibilidad
ético-utópica" (primer factor) que produce la intuición de un nuevo
"proyecto de acción en común" como proyecto UDS (segundo factor) y que,
por su propia lógica histórica, opta por una "estrategia de acción
política" como proyecto de acción civil Nuevo Mundo (tercer factor) que
introduce en la historia el nuevo protagonismo emergente de la sociedad
civil (cuarto factor). El argumento esgrimido en Hacia un Nuevo
Mundo
a favor de promover la acción civil, independiente del poder político,
es precisamente la constatación de la ineficacia de la pura palabra y
la inoperancia del poder político en los últimos siglos. La acción
civil no pretende sustituir al poder político, sino controlarlo. Lo
pretende desde una lógica eminentemente pragmática: es lo único que
puede hacerse con expectativas racionales. Para una argumentación más
amplia me remito a Hacia un Nuevo Mundo: allí argumenté que actuar
dentro de los partidos, pretender fundar nuevos partidos, comprometerse
solo con las obras de caridad inmediatas, con las ONG, son actuaciones
positivas pero que no están a la altura de un proyecto universal,
internacional, de movilización de la sociedad civil. Ahora bien, si se
puede hacer algo (y aquí es casi lo único bien diseñado que se podría
hacer), entonces hay que hacerlo: la fuerza moral de la conciencia
cívica, la urgencia y el pragmatismo no permiten otra opción. El
supuesto es, por tanto, que la lógica de la acción civil solidaria está
flotando en el ambiente, es promovida por los intelectuales y, en
consecuencia, el ciudadano está más y más en condiciones de percibirlo.
Se intuye que las condiciones objetivas nos hacen pensar que
efectivamente la sociedad civil, organizada, podría imponer realmente
sus objetivos y controlar el poder político. ¿Por qué no hacer lo que
la razón política nos dice que "podría realizarse con garantías de
éxito"?
La opción religiosa urgente y pragmática por la
sociedad civil.
Lo que se está diciendo del ciudadano, como resultado de un análisis
racional de filosofía política y de la historia, es aplicable al
ciudadano religioso, bien sea cristiano o no-cristiano. Como todo
ciudadano está inmerso en la dinámica de la historia y percibe que se
está abriendo un horizonte emergente de posibilidades para la obra
transformadora de la realidad emprendida por la sociedad civil. Si
cabe, el hombre religioso siente todavía una más profunda motivación
religiosa (caridad teologal cristiana) a comprometerse, con urgencia y
pragmatismo, con aquella vía de acción más verosímil para combatir el
sufrimiento. El hombre religioso, como el simple ciudadano, ve cómo las
variables coyunturales de su tiempo le mueven a confiar en que la
acción ciudadana -al margen de la inoperancia ya secular de un sistema
político impenetrable-podría ser un camino digno de ser emprendido. La
opción por la acción civil, según lo antes dicho, no sería una verdad
absoluta, sino una opción crítica posibilista, sometida a posibles
errores y riesgos. Sería una opción libre, personal y responsable. No
se impondría como una solución única: sería posible que algún cristiano
hiciera la opción de actuar dentro de los partidos políticos
existentes. Por ello, los cristianos y los religiosos tendrían siempre
una libertad de opción ante diversas hipótesis legítimas sobre cómo
comprometerse en la lucha por el sufrimiento. Pero la opción de actuar
en el marco de la acción civil sería una opción posible impulsada por
el espíritu del tiempo nuevo, antes descrito, que debería ser
legítimamente alentada por las iglesias y por las religiones.
Asumir el liderazgo civil. La manera de dar
salida al compromiso con una acción civil dependería de la fuerza que
esta misma acción hubiera tomado ya en la sociedad. Podría ser, como
hasta ahora, que solo hubiera ONG orientadas a una acción social ante
necesidades inmediatas (pobreza, sanidad, educación, etc.); es evidente
que las ONG actuales no son la acción civil para el control del poder
político que nosotros consideramos emergente (pero son un signo de que
sociedad civil se está moviendo inequívocamente). Podría ser que
hubiera ya una conciencia intelectual bien formulada y un interés
ciudadano creciente, pero que solo hubiera organizaciones mal diseñadas
y sin unidad. Podría ser también que la misma sociedad -desde círculos
no especialmente cristianos o religiosos-hubiera hecho nacer un
movimiento de acción civil bien diseñado y con posibilidades de futuro,
al estilo de Nuevo Mundo. Las circunstancias que permiten entender que
Nuevo Mundo debiera ser fundado ya están ahí, con una presencia social
que puede ser percibida por observadores inteligentes. Es una
percepción asequible quizá más a los cristianos, por cuanto hemos
dicho. Por ello, pienso que el humus social más preparado para
hacer nacer Nuevo Mundo sería el ámbito de las organizaciones
cristianas. Así lo he concebido, en efecto, en la historia literaria de
Dédalo, donde Nuevo Mundo nace en la
organización comunitaria cristiana liderada por John E. Cardoso. En
Hacia un Nuevo Mundo, en cambio, hice un análisis más amplio de
diversos nichos sociales que podrían ser candidatos a ser los creadores
de Nuevo Mundo. Por tanto, Nuevo Mundo podría nacer desde dentro de
organizaciones cristianas, aunque -como ya se ha comentado- su diseño
debería ser estrictamente civil, Los cristianos son de todo derecho
ciudadanos plenos, con opción a formar cuantas asociaciones civiles
puramente ciudadanas y laicas consideren oportuno crear. En ellas
podrían integrarse miembros de otras religiones y ciudadanos en
general. Así debería ser Nuevo Mundo, como es el caso ya en la historia
literaria del Nuevo Mundo creado en América por el profe, sor John E.
Cardoso, donde, aun teniendo un origen en asociaciones religiosas, se
trata ya de un movimiento estrictamente civil o laico. Si Nuevo Mundo
hubiera sido creado con el diseño apropiado, los cristianos podrían
integrarse en él. Pero si las organizaciones existentes fueran de poca
calidad, o solo existiera un germen de Nuevo Mundo insatisfactorio,
entonces los cristianos deberían asumir el compromiso socio-político de
proceder a la fundación, o refundación, y al liderazgo de Nuevo Mundo.
De una u otra manera, mi convicción es que nuestra época histórica está
colocando al ciudadano cristiano, llamado en conciencia al compromiso
socio-político, en condiciones excepcionales para asumir creativamente
responsabilidades civiles excepcionales.
Convergencia interreligiosa en el supuesto del
nuevo paradigma.
La época que vivimos podría ser excepcional no solo por estar
produciendo la emergencia del movimiento de acción civil, sino también
por producir las condiciones que harían posible su triunfo. Hemos
dicho, en efecto, que la fuerza del movimiento dependería de que, dado
su diseño civil, laico, religiosamente neutro, contara con el apoyo de
ciudadanos de todas las religiones. ¿Es esto posible? La verdad es que
el estado actual de las religiones, muchas de ellas en crisis profunda
(así es en el cristianismo) y muchas en posiciones fundamentalistas (en
el islam y en parte en el mismo cristianismo), no permitirían vaticinar
una potente capacidad de influencia social de las religiones ni de
diálogo interreligioso. Sin embargo, si en la hipótesis que deseamos
promover, se estuviera produciendo en paralelo el cambio hacia el
paradigma de la modernidad (capítulo V), el cristianismo podría
recuperar entonces niveles más potentes de influencia social y, además,
podría entrar también en una etapa de "mutuo reconocimiento"
interreligioso (capítulo VI) que facilitaría una acción solidaria con
las confesiones cristianas y con las religiones. En este supuesto el
cristianismo en sus diferentes confesiones -y las religiones-estarían
en óptimas condiciones de recuperar su influencia social y, al mismo
tiempo, en conjunto, de ser promotoras legítimas de una profunda
transformación de la sociedad civil a través del compromiso ciudadano.
Convergencia ciudadana. El diseño de Nuevo
Mundo, en caso de que fuera liderado por asociaciones cristianas y
religiosas, debería ser hasta tal punto laico que permitiera la
inserción de todo otro tipo de ideologías y de cosmovisiones
filosóficas no-religiosas. Los cristianos y los religiosos
comprometidos en el liderazgo de Nuevo Mundo deberían ser muy
conscientes de que se promueve la axiología,pa~ur3l que pertenece a la
condición natural del hombre y responde a los intereses de todos. Un
diseño de Nuevo Mundo que no lo tuviera en cuenta carecería de la
fuerza de atracción universal que debería darle el prestigio y la
capacidad de influencia social efectiva. Además, el tránsito desde el
paradigma antiguo al paradigma de la modernidad en el cristianismo
permitiría obviar las posiciones en el fondo todavía teocráticas para
situarse en un reconocimiento de la condición enigmática del universo
y, en consecuencia, la legitimidad moral libre de las ideologías
filosóficas no religiosas.
Apoyo moral de las religiones. La pregunta,
¿qué hacer?, antes propuesta, no solo debe ser respondida por el
cristiano individual que, como ciudadano, debe comprometerse
socio-políticamente, sino también por las instituciones religiosas como
tales: las iglesias cristianas y las grandes religiones. La religión no
deja campo de opción al entendimiento de sus opciones morales: estas
deben afrontar la responsabilidad de comprometerse a favor de la
axiología natural y, de forma ya diferenciada, por sus respectivas
axiologías religiosas. Pensando en el cristianismo, y si nos atenemos
al paradigma de la modernidad, es claro que las iglesias como tales no
deben estar en una posición teocrática, ya que deben reconocer la
autonomía de la razón natural aplicada a la razón política. Así, las
iglesias y las religiones no pueden pretender imponer a la sociedad
civil un orden teocrático (dejamos aparte la sociedad islámica,
capítulo VI). Son los creyentes, como ciudadanos, los que deben
comprometerse, convergiendo con todas las ideologías, en promover la
axiología natural a través de proyectos construidos por la razón
natural. Estos proyectos no son verdades absolutas sino hipótesis
posibilistas, criticables y solo provisorias (en sentido popperiano).
A) Por consiguiente, las instituciones religiosas o iglesias dan cabida
en su interior a creyentes que se comprometen por opciones
diferenciadas, todas ellas honestamente asumibles. Por lo tanto, las
iglesias como tales no pueden apoyar solo una de las vías posibles de
compromiso. Su compromiso institucional debe moverse en la línea de los
principios generales, de la axiología natural y de las axiologías
propias de cada iglesia o religión. B) En ningún caso tendría sentido,
en consecuencia, que instituciones, iglesias o religiones se
comprometieran como tales en las acciones civiles de que hablamos, o en
la eventual organización Nuevo Mundo. Estas son asociaciones
estrictamente civiles, laicas, en que se integrarían los cristianos y
los religiosos a título de su ciudadanía meramente civil. Además, por
lo dicho, no todos tendrían por qué estar integrados en ellas. C) Sin
embargo, antes se ha afirmado, y ahora lo confirmamos, que las iglesias
y las religiones, en un cierto momento, deberían apoyar a Nuevo Mundo.
Este apoyo de las religiones (no de una sola) sería el punto de
inflexión en que Nuevo Mundo podría atravesar la final explosión
inflacionaria hacia su influencia definitiva. Postular este apoyo no
estaría en contradicción con lo anterior. a) Debería darse cuando Nuevo
Mundo hubiera consolidado su prestigio y hubiera llegado a un volumen
crítico de expansión. b) Debería darse en paralelo en las diversas
iglesias y religiones, tras las deliberaciones y acuerdos a que estas
hubieran llegado. c) Debería consistir en una especial declaración de
apoyo positiva que pusiera de manifiesto su seriedad de diseño,
fiabilidad ideológica y de gestión, así como la posible transcendencia
de su actuación para el bien de la humanidad. La clave de la
declaración exhortaría a los creyentes a considerar los objetivos de
Nuevo Mundo y a obrar de acuerdo con la propia conciencia individual.
La difusión de la declaración se haría para que llegara a los creyentes
a través de los medios de difusión propios de cada iglesia o religión,
así como de los medios ordinarios de comunicación. d) La declaración
institucional religiosa insistiría en que Nuevo Mundo es solo una
hipótesis humana, pero asumible y de transcendencia histórica para la
axiología natural y para la lucha contra el sufrimiento humano que,
además, no cierra otros posibles análisis y opciones para el compromiso
cristiano y religioso con el hombre.
5. Conclusión: una
excepcional responsabilidad histórica para con el progreso de la
humanidad
Es evidente que, así como en el paradigma antiguo la iglesia asumió una
línea de compromiso socio-político condicionada por su tiempo
(teocratismo), así también, tras el eventual tránsito al nuevo
paradigma, debería asumir otro nuevo compromiso adecuado a la nueva
situación. Hemos visto que el contexto de la modernidad sitúa el
compromiso cristiano como responsabilidad de cada uno de los ciudadanos
creyentes en conformidad con los dictámenes de la razón natural. Por
consiguiente, en el eventual proceso que llevaría consigo el tránsito
al nuevo paradigma, se producirían tres cosas: a) la reafirmación del
marco de la ciudadanía para el compromiso socio-político, tal como ya
se ha comenzado a instar en la iglesia como solución ad hoc
adaptada a las circunstancias actuales; b) el eventual crecimiento de
la influencia del cristianismo sobre los creyentes, producida por la
presentación renovada de su doctrina en el nuevo paradigma, de tal
manera que el compromiso de la ciudadanía cristiana podría crecer en
intensidad y en número; c) crecimiento de la solidaridad de acción con
las otras confesiones cristianas y religiones que, de acuerdo con el
eventual efecto del diálogo interconfesional e interreligioso,
promovería acuerdos de asociación para el compromiso conjunto por los
valores compartidos de la axiología natural y religiosa (capítulo VI).
Estos factores crearían en las iglesias, religiones y en los grupos
religiosos una condición favorable para asumir sus responsabilidades en
la historia, en los términos que han sido comentados. La naturaleza de
las nuevas situaciones políticas y la evolución misma de la religión
por la dinámica histórica confluirían en la época actual abriendo un
inmenso horizonte para el compromiso civil del hombre religioso.
Por consiguiente, según esto, el hecho es que, según nuestras
conjeturas en filosofía política, estos eventuales efectos de la
entrada en el paradigma de la modernidad coincidirían con la aparición
de una nueva sensibilidad ético-utópica de los ciudadanos que podría
producir cambios sustanciales en la situación política. Hemos
presentado los argumentos filosófico-políticos que permiten conjeturar
con fundamento que esta nueva situación consistiría en la aparición de
un emergente impulso epocal a la organización de la sociedad civil, al
margen del poder político, para tomar el rumbo de la historia y dirigir
por fin el esfuerzo colectivo a combatir la indignidad de la existencia
y el sufrimiento humano. El alumbramiento expuesto de esta "lógica
epocal para la acción civil" independiente coincidiría -de acuerdo con
nuestras suposiciones-con la nueva situación creada por el tránsito al
paradigma de la modernidad. Entonces la lógica del discurso
socio-político natural que mueve a la creación de Nuevo Mundo sería
percibida perfectamente por la dinámica del compromiso moral de los
creyentes que pronto entenderían que pueden llegar a ser un factor
protagonista sustancial de la nueva época histórica. La percepción de
qué serían capaces de hacer juntos movería pronto al protagonismo de
los creyentes en la nueva empresa histórica de consecuencias
excepcionales.
Hemos usado repetidamente el adjetivo "eventual" porque el tránsito al
paradigma de la modernidad es una propuesta que no sabemos si se
producirá. Tampoco sabemos, por tanto, si llegarán a darse los tres
supuestos que acabamos de esbozar. Con la propuesta de Nuevo Mundo como
movimiento de acción civil hemos querido dar respuesta también a un
cambio de sensibilidad ético-utópica que tampoco sabemos con certeza si
se producirá, aunque nosotros hayamos intentado promoverlo. Parece que
solo nos movemos en el plano de las "eventualidades" y de las
"propuestas". Así debe ser porque estamos hablando de ideas para el
futuro y este depende siempre de la libertad humana.
Quiero terminar observando que este "pensamiento conjetural" no debería
calificarse de arbitrario, porque han quedado expuestos los argumentos
que nos permiten pensar que las "conjeturas" podrían suceder. A) Es
evidente que las sociedades democráticas de la modernidad dependen del
voto ciudadano, de acuerdo con los principios de la soberanía popular.
B) Es evidente que estos mismos ciudadanos podrían organizarse
libremente en asociaciones civiles para controlar al poder político
según programas en defensa de la dignidad humana y para combatir el
sufrimiento. C) Es evidente que, si estas asociaciones tuvieran la
influencia necesaria, podrían imponer una política transformadora y que
esta influencia masiva podría venirles del apoyo de las religiones.
Los ciudadanos podrían hacerse con el control de la política. Y este
control podría decidir la realización de una política real para
combatir el sufrimiento. ¿Es esto imposible? Los argumentos presentados
avalan que es posible, solo con una condición: que haya ciudadanos que
comprometan su libertad en gestionar arriesgadamente el proyecto. ¿Qué
puede excusar al compromiso cristiano de intentar gestionar la vía que,
con urgencia y pragmatismo, podría conducir al control del sufrimiento
en un plazo razonable? ¿Qué podría excusar el apoyo moral de las
confesiones cristianas y de las religiones a un proyecto tan ético como
Nuevo Mundo? Como veremos en el capítulo siguiente, la respuesta a una
situación histórica excepcional, al producirse la entrada en una nueva
época no solo de cambio paradigmático cristiano sino también de cambio
en la filosofía de la historia, es uno de los argumentos cuya lógica
nos lleva a la necesidad del nuevo concilio.
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