Hacia el nuevo
concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia
6. Paradigma de la modernidad y religiones
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1. La
lógica del diálogo interconfesional e interreligioso
2. El mutuo reconocimiento
interconfesional e interreligioso
desde el "paradigma de la modernidad"
3. El
judaísmo
4. El
hinduismo
5. El
budismo
6. El
islam
7.
Las religiones en la cultura de la modernidad
Las relaciones de las confesiones religiosas
cristianas, iglesias cristianas, y de las grandes religiones a lo largo
de la historia suponen una experiencia oscura que unos y otros
quisieran hoy olvidar. No cabe duda de que las tensiones del pasado, y
todavía en parte del presente, dependieron de formas de pensar
antiguas, no desaparecidas por completo. Uno de los factores
determinantes de la forma de mirarse unas religiones a otras fue la
teología antigua, siempre fundamentalista, que en el cristianismo
respondió a lo que se ha llamado en este ensayo el paradigma
grecorromano. Especialmente por su teocentrismo y por su teocratismo
socio-político. Si se cumpliera la hipótesis, que este ensayo quisiera
promover, del tránsito al paradigma de la modernidad, entonces la nueva
hermenéutica cristiana debería hacer posible una nueva forma
multidireccional de entendimiento entre confesiones cristianas y
religiones. Una nueva situación intelectual, filosófica y teológica,
debería promover la actitud del mutuo reconocimiento entre confesiones
cristianas y religiones. En este capítulo exponemos cómo debería
entenderse este "mutuo reconocimiento" y cuáles deberían ser sus
fundamentos filosóficos y teológicos. Por tanto, en el horizonte
cercano podrían vivirse acontecimientos históricos con efectos
excepcionales no solo en el mundo religioso, sino también en el curso
de las naciones hacia la realización de los grandes ideales humanos y
en la lucha contra el sufrimiento. En el cambio hacia el nuevo
entendimiento interreligioso, ya desde el paradigma de la modernidad,
debería jugar un papel promotor el cristianismo, a través del impulso
inicial de la iglesia católica. La necesidad de este protagonismo será,
como veremos, una de las columnas que sostendrán la argumentación
lógica que conduce al nuevo concilio. Pero, además, el proceso de mutuo
reconocimiento interreligioso haría posible que las religiones, unidas,
asumieran un nuevo protagonismo -respondiendo a una deuda con la
historia- para hacer posible la evolución de la historia civil hacia un
Nuevo Mundo.
Si observamos el panorama universal de la religiosidad y de las
religiones, constatamos la existencia de un gran número de ellas;
nombrando solo las que se consideran principales, recordemos el
judaísmo, el islamismo, el hinduismo, el budismo, el confucionismo, el
taoísmo, etc. En la antigüedad existieron también muchas otras
religiones extinguidas. Además, dentro del cristianismo como religión
existen numerosas iglesias y sectas; los diccionarios sobre esta
temática suelen contener más de cuatrocientas entradas. Es un hecho que
casi todas estas religiones, iglesias y sectas, pretenden -cada una a
su manera-haber sido objeto de manifestaciones de la Divinidad (o
divinidades) -llamadas hierofanías (manifestaciones de lo "santo") o cratofanías
(patencias del poder divino) en la ciencia de las religiones-. Pero no
es solo esto: viven también una profunda experiencia religiosa actual
mantenida en su relación con la Divinidad.
Por otra parte, el estudio comparado de las religiones constata algunos
hechos dignos de consideración. Primero,
la gran diversidad de doctrinas: es decir, cómo entienden a Dios o a la
religiosidad (verbi gratia, en caso de religiones no teístas),
cómo
describen la realidad del universo, de la vida y del hombre, cómo debe
recorrerse el camino de la vida para alcanzar la salvación; sus
teologías, por tanto, son diferentes y, en muchos casos,
contradictorias. Segundo, que estos grupos religiosos
-persuadidos todos ellos dogmáticamente de su "verdad"-se nos presentan
en la historia en agria disputa ideológica: unos a otros se han acusado
de falsos y han refutado sus respectivas doctrinas. Tercero,
que la historia nos muestra sin lugar a dudas que la violencia se
desató con frecuencia entre las religiones (verbi gratia, las
guerras
entre iglesias cristianas en Europa, entre islam y cristianismo, o
entre hinduismo, islamismo y budismo en la India). La densa y triste
historia de las "guerras religiosas" constituye un capítulo casi
interminable que todavía hoy prosigue abierto con intensidad no
despreciable.
Pues bien, la contemplación objetiva del panorama universal de la
religión nos llena de perplejidad. Por una parte, la universalidad de
religiosidad y de religiones parece hablar más bien en su favor. Pero,
por otra, es extraño que, si todas se fundan en un mismo Dios, con el
que creen relacionarse en la forma de sus experiencias religiosas
específicas, hayan aparecido tantas diversidades en la doctrina, tanta
agresión ideológica desde el dogmatismo doctrinal e incluso tanta
violencia. La verdad es que este aparente "caos religioso" no habla a
favor de la religión: nos la presenta, más bien, como una obra nacida
de la pluriforme imaginación humana, donde es difícil advertir la
presencia eventual de una acción divina congruente que, de haberse dado
en realidad, más bien debiera haber producido convergencia y haber
inspirado respeto ideológico y concordia convivencial.
Esta misma sensación de perplejidad ha sido percibida modernamente por
los grupos religiosos. Aunque las heridas siguen todavía abiertas, el
intento de superar estas contradicciones ha impulsado el movimiento
ecuménico para el diálogo y mutuo entendimiento entre las iglesias
cristianas y el movimiento de diálogo interreligioso para fomentar
también mutuo respeto y reconocimiento entre las grandes religiones.
¿Cómo debe esto producirse? Si por "convergencia interreligiosa"
entendemos respeto, mutuo reconocimiento y sentimiento de estar unidos
en la experiencia del mismo Dios, ¿cómo podría producirse en nuestro
tiempo una deseable convergencia religiosa? Nótese, pues, con toda
claridad que la "convergencia" señalada aquí como deseable no apunta a
que todas las confesiones y religiones se disolvieran y se juntaran en
una nueva religión "convergente". Aquí no estamos hablando de ninguna
forma de "sincretismo" interreligioso.
Nuestra tesis de este ensayo es que, al superarse hoy el paradigma
grecorromano y entrar eventualmente el cristianismo en el nuevo
"paradigma de la modernidad", se abren posibilidades nuevas al
entendimiento interconfesional e interreligioso. Esto es lo que
precisamente nos proponemos explicar. Creemos que el nuevo paradigma no
solo nos introduce en una nueva Era para la profundización teológica
del kerigma cristiano, siempre abierta en la historia, sino que también
abre unos nuevos tiempos para el diálogo interconfesional e
interreligioso.
1. La lógica del
diálogo interconfesional e interreligioso
Para reconstruir esta lógica debemos situarnos en un punto de partida
que parece inevitable: reconocer dónde hemos estado en siglos pasados,
y dónde todavía nos hallamos (ya que la eventual entrada en una nueva
Era no es ya un hecho sino un posible proyecto al que deseamos
contribuir intelectualmente). El pasado tiene rasgos específicos en las
diversas confesiones cristianas y en cada una de las grandes
religiones. Ha dejado en todas ellas una huella incuestionable sobre el
presente.
1.1. La lógica del pasado y la tendencia actual
Es claro que la lógica del pasado en el cristianismo estuvo determinada
por la ideología del paradigma grecorromano. No solo influyó en la
iglesia católica sino también en otras confesiones cristianas, aunque
con matices especiales en cada una. No obstante, puede hablarse de una
similitud de actitudes respectivas aplicables, por una parte, a las
relaciones entre las confesiones cristianas entre sí y, por otra, a las
relaciones de estas con las religiones no cristianas. Pero, a su vez,
estas últimas tuvieron formas de relación características entre sí, con
el cristianismo en general o con confesiones cristianas específicas. En
lo que sigue me refiero, con matizaciones, a ciertos rasgos generales
que describen el estilo de las relaciones interconfesionales e
interreligiosas del pasado. Pero finalmente aludiré también a qué queda
actualmente de ese pasado.
Fundamentalismo dogmático. Fundamentalismo
significa que se tiene una persuasión absoluta de poseer la verdad;
esto se traduce en la formulación de dogmas que describen esta verdad.
El fundamentalismo se funda en casi todos los casos en una experiencia
religiosa, participada en la historia de una comunidad de creyentes que
recoge hierofanías y cratofanías primordiales e instala
a los individuos en una seguridad insobornable subjetiva de "estar en
la verdad". En otras ocasiones (como pasa en el cristianismo y en sus
iglesias) a lo "experiencia!" (personal y comunitario) se suma lo
"racional": estas verdades experienciales se consideran avaladas por el
ejercicio de la razón natural que "converge" con la "verdad religiosa
experiencia!" (así, por ejemplo, el kerigma cristiano hizo converger la
razón filosófica natural con la fe en el paradigma grecorromano). La
deriva del fundamentalismo condujo a que unas iglesias cristianas y
unas religiones a otras se consideraran "falsas". El concepto de
"religión verdadera" y "religión falsa" fue de uso común desde la
perspectiva subjetiva de cada grupo religioso. Cada religión construyó
así sus argumentos para "refutar" las iglesias y religiones
adversarias. Se refutaron respectivamente las teologías y cuerpos
doctrinales, las pretendidas experiencias de lo divino y el modo de
entender sus caminos de salvación.
Universalización, proselitismo y conversión.
La persuasión fundamentalista movió a entender que lo correcto, y por
tanto, deseable y urgible moralmente, era la universalización de la
propia experiencia religiosa. La verdad religiosa debe extenderse
universalmente: nada justifica contentarse con que gran parte de la
humanidad siga en la "falsedad". Nace así una forma de actuación social
de las iglesias y de las religiones conocida como "proselitismo
religioso": la difusión de la propia religión, mostrando su verdad y
refutando las pretensiones rivales de las otras religiones. El
resultado del proselitismo fue siempre la "conversión": es decir, el
abandono de la propia religión para "convertirse" en creyente de la
"religión verdadera". El proselitismo orientado a la conversión se dio
en Europa como resultado de la escisión del cristianismo en iglesias
tras la reforma protestante. Europa y Norteamérica han sido en los
últimos cuatro siglos escenario continuo de la competición proselitista
hacia la conversión, orientada multidireccionalmente entre las
diferentes iglesias cristianas.
Despliegue misionero. El movimiento
"misionero" (si usamos un término habitual para las iglesias
cristianas) surgió como la "misión" de implantar la propia religión en
ámbitos culturales dominados por otras religiones: así, por ejemplo, el
cristianismo en África o Asia (en la India o China), o el islamismo en
África o en la India, o la actual extensión del hinduismo o budismo en
los países occidentales. En la actualidad muchas iglesias y sectas, por
lo general cristianas financiadas por capital norteamericano, se han
embarcado en una expansión misionera importante en América, Asia y
África. En ocasiones, la expansión de los movimientos religiosos no
solo se emprendió por "misiones" pacíficas, sino que se apoyó en
guerras religiosas o de conquista (el cristianismo en la América
hispana o el islamismo en África o en Asia).
Agresión, conflicto y violencia interreligiosa.
Tanto las misiones pacíficas como la expansión apoyada en la guerra han
producido en muchas religiones la impresión de sentirse agredidas por
otras. En ocasiones esta agresión misionera fue acusada de "jugar
sucio" por las religiones que la sufrían. Aparecieron en consecuencia
muchos conflictos ideológicos y sociales. La violencia fue una
derivación inevitable. En la Edad media no se toleraba la discrepancia
religiosa, ni en las sociedades cristianas ni en las islámicas. En el
cristianismo (no solo en el católico) la represión y la inquisición se
mantuvieron durante mucho tiempo y muchas personas (verbi gratia,
las
brujas en Europa) fueron ajusticiadas. La modernidad (desde el siglo
XVI) produjo en el cristianismo una evolución pausada hacia la
tolerancia; esto, sin embargo, todavía no se ha dado en el islam. En el
islam actual son muchas las voces integristas que consideran que su fe
está sometida a una agresión cultural y religiosa desde occidente; esta
agresión justifica la defensa de la fe en una lucha religiosa que se
lleva a sus extremos (incluso hasta el terrorismo como forma radical de
autodefensa). En la India el hinduismo (con la ayuda del islamismo)
hizo desparecer el budismo y en la actualidad han aparecido nuevos
grupos hinduistas integristas que pretenden también eliminar por
violencia lo que entienden como "agresión" de otras religiones. El
conflicto interreligioso ha sido, y es, interminable.
La tendencia actual al diálogo. Este penoso
escenario de las relaciones interconfesionales e interreligiosas
continua todavía en la actualidad. No creo que pueda dudarse en general
(salvadas las excepciones y matizaciones justas), que las cosas fueron
en el pasado como hemos descrito. En nuestros días continua todavía
este mismo escenario, aunque no en tonos tan graves como en el pasado.
Sin embargo, aun siendo así, también es verdad que en la actualidad las
grandes confesiones cristianas y las grandes religiones están
comprometidas en crear un ambiente de diálogo y de mutuo respeto. Todos
aceptan que lo sucedido en el pasado no ha sido correcto. Esto ha dado
lugar al movimiento ecuménico (diálogo en las grandes iglesias
cristianas que apuntaría a la unidad del cristianismo) y al movimiento
mundial de diálogo interreligioso (diálogo entre las grandes
religiones). En el mundo cristiano ya el concilio Vaticano II se
comprometió vivamente en fomentar estos movimientos de diálogo. La
iglesia católica, además, ha publicado importantes documentos en que se
reconocen los valores de las otra religiones y la presencia en ellas
del Espíritu universal de Dios. Las diversas confesiones e iglesias
cristianas se han asociado en organizaciones mundiales y regionales,
estando en muchas de ellas, al menos como observador, la iglesia
católica. Desde entonces multitud de encuentros entre confesiones e
iglesias, a todos los niveles (recordemos los encuentros de Asís, en
Italia), han tenido lugar. Sin embargo, esta buena voluntad actual, en
nuestra opinión, está condicionada por las teologías e ideologías en
que todavía están inmersas tanto las confesiones cristianas como las
grandes religiones. Esto ha supuesto un freno considerable a los
resultados tangibles y concretos de estos movimientos multiformes de
diálogo. En el cristianismo, por ejemplo, nos guste o no, el hecho es
que -como hemos argumentado a lo largo de este libro-todavía está
oficialmente vigente el paradigma grecorromano. Por ello no se tienen a
la mano paradigmas sustitutorios más potentes. De ahí que, cuando la
necesidad obliga (y aquí la necesidad es la persuasión de que se debe
dialogar), se echa mano puntualmente de lo que antes hemos llamado
"soluciones ad hoc" que siempre son fragmentarias y de poca
fuerza. En todas las iglesias y religiones siguen estando presentes
ideologías fundamentalistas (hoy en día en otras ocasiones una teología
puramente kerigmática, pero sin una hermenéutica apropiada) que frenan
la buena voluntad existente.
Nuestra tesis es, pues, como decíamos, que a este proceso moderno de
convergencia interconfesional e interreligiosa puede contribuir
sustancialmente el cambio de paradigma en el cristianismo: el tránsito
desde el paradigma grecorromano al paradigma de la modernidad. El nuevo
modo de entender el kerigma desde la razón moderna permitirá, como
exponemos en este capítulo, un marco teológico mucho más potente para
concebir nuevas vías para realizar el diálogo y la convergencia
interconfesional e interreligiosa dentro de la más estricta ortodoxia
cristiana. En este capítulo podremos comprobar cómo la hermenéutica de
la modernidad permite ir más allá, pero en la misma línea que hoy
desearían la iglesia y la mayoría de teólogos.
1.2. Principios básicos de antropología
religiosa
Desde una antropología religiosa o filosofía de la religión,
complementada por una fenomenología de las religiones, debemos
establecer algunos principios básicos que, sin duda, nos ayudarán a
perfilar cómo las confesiones y las religiones deben mirarse unas a
otras. Mirada en la que debe crecer el respeto y que debe acercarnos a
concebir qué es la convergencia religiosa. La reflexión que aquí
proponemos parte del supuesto de un Dios real y existente que parece
haber establecido una relación con los hombres en la forma atestiguada
por cada una de las diversas tradiciones religiosas de la historia de
la humanidad. Si es así, ¿cómo debemos entender la historia religiosa
de la humanidad? ¿Desde qué principios antropológicos y religiosos
básicos debemos entender la diversidad de las grandes confesiones y
religiones?
Presencia universal del Espíritu como comunión con
Dios.
Si, en efecto, es real y existente un Ser Divino, creador y diseñador
del universo para establecer una relación con los hombres, cabe pensar
que esta relación está abierta a todos los hombres. Es universal. No
tiene límites. Ningún hombre, ninguna nación, ninguna cultura, ha sido
excluida por Dios de este diseño salvador universal. ¿Hay alguna
religión que se atreva a decir que la voluntad salvadora no es
universal? El supuesto es, por tanto, que, en consecuencia, cabrá
admitir una presencia universal del Espíritu de Dios que llama
misteriosamente a todos los hombres y establece una comunicación
interior con ellos. La experiencia propia de las religiones es esta
extraña "sensación" de lo divino. De una forma objetiva la antropología
religiosa describe, en efecto, las diversas formas en que las
religiones han vivido mistéricamente esta experiencia religiosa (que
coincide con la experiencia mística dada en todas las religiones). En
el supuesto, por tanto, de que detrás de la experiencia religiosa se
hallara la presencia real de un Dios que actuara como Espíritu en el
"espíritu" humano para atraer al diálogo y a la salvación, cabría
entender que la forma de esta presencia divina debería ser universal.
Debería ser el mismo Dios el que, con su ontología unitaria, llama en
la misma forma a todos los seres humanos. Dios debería, pues, con una
misma forma de presencia real, estar en todas las religiones (al igual
que está en todos los hombres).
Historicidad de las religiones. Sin embargo,
en la antropología religiosa se muestra la diversidad de las
religiones. Esto significa que la eventual presencia divina supuesta
(siempre similar como acción divina) no ha roto ni interferido
sustancialmente, sin embargo, la libre creatividad humana en la
producción de conocimiento, en la singularidad de las emociones, en la
teología explicativa de sus experiencias religiosas, en los ritos y en
la organización social religiosa. Una misma experiencia religiosa (un
mismo Dios) ha sido reflejado en la mente humana, libre para crear su
propia existencia, en la variedad de las tradiciones religiosas de la
humanidad. Este factor "historicista" -respeto a cada tradición por ser
reflejo de la libre creatividad humana-es esencial para entender lo que
representan las religiones. Son una respuesta creativamente
diferencial, posible, a una misma llamada divina universal. Es el mismo
Dios el que ha querido, en caso de ser efectivamente real, que su
llamada (ontológicamente similar) haya sido reflejada en la creatividad
"historicista" de las sociedades humanas.
El factor humano en la organización religiosa.
Mencionar en este contexto el "factor humano" es aludir a la
precariedad de la acción humana. Es precario el conocimiento. Lo son
las emociones. Las teologías y los ritos. La función de lo religioso en
lo social y en lo político. Es precaria la forma de entender las
relaciones sociales de la religión con las otras religiones. Quiere
esto decir que, aun concediendo la eventual presencia universal de un
mismo Dios en la base de la experiencia religiosa, sin embargo, las
religiones son obra de la precaria "condición humana". El
fundamentalismo de las religiones, su mutua exclusión, conflicto y
violencia -antes mencionados-son una consecuencia de este "factor
humano", la precaria condición humana, que ha producido históricamente
las religiones. Afecta a todas las religiones, aunque a cada una de
ellas según los condicionantes y vicisitudes de su propia historia. Por
tanto, por más penoso que resulte constatar y aceptar la multiforme
contaminación del factor humano, la antropología religiosa y la
filosofía de la religión no dejan de reconocer la eventual presencia
universal de lo divino en la experiencia religiosa. Dios podría estar
universalmente presente en las religiones, pero la "gestión humana" de
esta presencia podría estar sometida a la precariedad de las ideas,
emociones, ritos, actitudes interhumanas, sociales, políticas, propias
del factor humano. En esta precariedad estaría incluido el factor
humano de las mismas personas que gestionan las religiones: precariedad
detectable en sus fundadores y maestros, en sus ministros y en los
simples creyentes.
El "valor específico" de la religión. No
obstante, aunque reconozcamos el enmascaramiento de la experiencia
religiosa universal por obra de multiformes precariedades humanas, la
antropología religiosa reconoce el valor propio de las religiones. En
medio de la parafernalia historicista y de la precariedad humana las
religiones se han asentado firmemente por contener ciertos valores
potentes que han creado un humus apropiado de ideas, ritos y formas
sociales, como para "acoger" viablemente la experiencia religiosa
universal. Sin "valor específico" las religiones no hubieran podido
soportar históricamente la experiencia interior fundada en la eventual
presencia de Dios. Este "valor específico", sentido con profundidad por
cada grupo religioso, ha creado el amor a la propia tradición que ha
sido, y es, vehículo ancestral (conceptual, emocional, ritual, social)
de la experiencia religiosa universal. Las diferentes tradiciones
religiosas -judaísmo, cristianismo, islamismo, hinduismo,
budismo-tienen un núcleo de valores, una axiología profunda, que son
sentidos por sus miembros en comunión emocional con su propia historia
y tradición. Esta axiología profunda es la esencia de toda religión que
debe convivir con la contaminación producida por la multiforme
influencia del "factor humano", específico en la historia propia de
cada una de las tradiciones religiosas. En el caso del cristianismo es
claro que la esencia de su tradición consiste en su conciencia de ser
la respuesta humana que se adhiere a la persona de Jesús, confiando en
la revelación del designio divino que se proclama en su doctrina.
El "valor universal" de la religión. El "valor
específico" de una religión es una forma de vivir su "valor universal".
Este no es sino la actualización en una vivencia de la presencia
universal de Dios. Si la axiología propia de una religión tiene fuerza
existencial ante sus miembros es solo por cuanto explicita y da forma a
una vivencia profunda de la relación con Dios. Es la relación fundada
en una misma presencia universal de Dios. Por tanto, cabe aquí entender
que los "valores específicos" de las religiones son formas
historicistas que reflejan el "valor universal" de la religión, esto es
la presencia universal de Dios. En este sentido podríamos decir
-inspirándonos en el historicismo-que cada religión reflejaría un valor
posible de la relación con Dios. Pero si en este reflejo está presente
la verdad de la experiencia religiosa de un mismo Dios, no debería
haber contradicción entre la "esencia axiológica" de estos diferentes
reflejos. Unos y otros se enriquecerían mutuamente por iluminación
respectiva en la experiencia universal de lo divino. La religiosidad
contaminada por los "factores humanos" podría ser fundamentalista,
excluyente, conflictiva e incluso violenta; pero el "núcleo axiológico"
de las religiones podría ser una vía hacia el mutuo enriquecimiento
existencial y religioso.
1.3. El "mutuo reconocimiento" religioso desde
la dialéctica hegeliana
Supuesta, por tanto, esta presencia universal de Dios en las
religiones, les posible el "mutuo reconocimiento" religioso? ¿En qué
debería consistir? En la respuesta a estas preguntas se cifraría
entender qué hacer para que la historia de las relaciones
interconfesionales e interreligiosas deje de ser lo que tristemente fue
(fundamentalismo, exclusión y conflicto). En otras palabras saber
responder con acierto permitiría hacer realidad lo que hoy todos
quieren promover: el respeto a través del ecumenismo y del diálogo
interreligioso. Nos proponemos ahora perfilar las condiciones que
deberían cumplirse para poder hablar de este "mutuo reconocimiento"
entre las religiones. Para ello partimos de un concepto importante que
ha jugado un gran papel en la historia de las ideas: el "mutuo
reconocimiento" en la Fenomenología del Espíritu de Hegel.
Mutuo reconocimiento existencial en la dialéctica
hegeliana.
La filosofía de la historia en Hegel perfiló en el concepto de Espíritu
lo que debiera haber sido la historia, si esta hubiera discurrido
correctamente (en la terminología filosófica de Hegel el término
"espíritu" significaba solo aquel estado ideal de la humanidad en que
los hombres permanecen unidos en el proyecto existencial de dominar el
mundo). La humanidad llegaría al Espíritu cuando se hiciera realidad el
principio de que "el yo es el nosotros y el nosotros es el yo". A esta
unión de los hombres se llegaría al realizarse el "mutuo
reconocimiento". Al verse frente a frente, cada hombre tiende a
realizar su propio proyecto, dominando al "otro" y sometiéndolo como se
domina a un objeto (reduciéndolo a la condición de "objeto", no de
"hombre"). El "mutuo reconocimiento" es la superación de esta actitud
errónea, entendiendo que el otro hombre es parte del propio yo: que
todos los hombres forman parte de un "yo universal" y que cada
individuo es un reflejo de esa condición universal de la especie. Es
entonces cuando se entiende que "mi verdad" es realmente la "verdad del
otro" y que todos somos momentos de la "verdad universal".
Mutuo reconocimiento religioso. Este análisis
hegeliano podría ayudamos a perfilar la naturaleza del "mutuo
reconocimiento" religioso. Cada religión vive con fuerza apegada a la
"verdad subjetiva" de su propia tradición. Existe, pues, una inercia a
que las otras religiones aparezcan como algo que "niega" la propia
verdad y que, en consecuencia, debe anularse y someterse. Esta mirada
es la que lleva al fundamentalismo, la exclusión y el conflicto. Sin
embargo, este es el origen de un rumbo erróneo en las relaciones
interreligiosas. Las religiones, sin embargo, debieran haber
constituido su unidad en el Espíritu (que aquí podría tener el
significado de presencia mistérica de la realidad transcendente de
Dios). En el Espíritu debería entenderse que "el yo (cada religión en
su propio "valor específico") es el nosotros (la integración en el
"valor universal" religioso del que participan todas las religiones) y
el nosotros es el yo". Esto sería posible por el "mutuo reconocimiento"
cuando cada religión viera en la otra religión una manifestación de la
propia religiosidad: una forma de pertenencia a la "religión universal"
o respuesta humana a la presencia universal del Espíritu. Aceptar el
nosotros (la verdad universal de la religión diversificada en la
historia) no sería negar el yo (la verdad de la propia tradición
religiosa emocionalmente vivida). El nosotros sería una forma de
enriquecimiento potenciador del propio yo en su religiosidad
específica. La senda del "mutuo reconocimiento" llevaría así a la
vivencia de la unidad de las religiones en una verdad universal que
todas ellas atestiguan desde sus tradiciones específicas. Pero para
hacer posible el "mutuo reconocimiento", ya en detalle, ¿qué
condiciones deberían cumplirse? Es decir, ¿qué debería ver, o
reconocer, una religión en la otra para que se produjera ese encuentro
en la "verdad universal" religiosa?
a) Reconocimiento de la presencia del Espíritu. Este es el
factor esencial y más importante: reconocer que es el mismo Dios
viviente, el mismo Espíritu, el que está presente en la experiencia
religiosa de las diferentes confesiones y de las grandes religiones.
Dios, presente en todo y en todos por la ontología divina que abarca el
universo, está actuante en todos los hombres y tradiciones. Dios habla
y mantiene una relación interpersonal profunda con cristianos, judíos,
musulmanes, hinduistas o budistas. Todas las religiones están referidas
al Dios único y en la experiencia mística de la misma presencia divina
tienen su unidad esencial. El reconocimiento religioso se funda en la
admisión entusiasta de que el mismo Dios real está en todas las
tradiciones religiosas.
b) Reconocimiento de la coincidencia en lo universal religioso.
La religión es la respuesta a la presencia mistérica de un Más-Allá
transcendente que funda la esperanza de una salvación obrada más allá
de la muerte. Ese Transcendente divino es sentido de forma coincidente
en todas las religiones y de Él depende la esperanza de una salvación
eterna. Frente al puro mundo y la increencia todas las religiones
coinciden: a) en la existencia de una Divinidad transcendente (las
creencias específicas del budismo serán analizadas después); b) en el
poder de esa Divinidad para realizar la salvación final de la historia
humana; c) en la fe en un Más-Allá transcendente, escatológico, más
allá de la historia actual, en que se realizará la pervivencia eterna
de los seres humanos; d) en la actuación responsable de cada ser humano
para disponerse a esa salvación por las propias acciones libres. El
universal religioso, en que todas las religiones coinciden, es una
consecuencia inmediata de la experiencia interior del mismo Espíritu:
es el testimonio y la vivencia de un poder salvador transcendente en el
que se confía y al que se religa la propia existencia personal y
comunitaria. El reconocimiento hace, pues, entender que todas las
religiones coinciden en un universal en que todos pueden verse
reflejados. Es un "nosotros religioso" en que se refleja el "yo
religioso" de cada una de las religiones.
c) Reconocimiento del núcleo creativo específico. La
experiencia
religiosa universal se ha expresado personal y socialmente en una
variedad de religiones que responden a la creatividad específica de los
grupos humanos. Han nacido así teologías, ritos, espiritualidades,
vinculaciones sociales y políticas, que han sido características de las
tradiciones religiosas. El Dios real ha sido "tolerante" con ese
andamiaje humano construido creativa y diferencialmente por cada una de
las religiones. Y ha seguido estando presente en la religiosidad
profunda de los seres humanos que se han apoyado en esos andamiajes
para aceptar y vivir la llamada interior de Dios a todos los hombres.
Sin aceptar esta presencia de Dios en las diferentes "tramas
religiosas" urdidas en la historia, y en una de ellas en concreto, no
se puede hablar de auténtico "reconocimiento religioso". En el conjunto
de estas "tramas religiosas" puede hallarse contaminación de los
"factores humanos" antes mencionados. Pero, al mismo tiempo, en toda
religión hay un núcleo creativo específico que contiene un reflejo
auténtico del Espíritu y de lo universal religioso. En ese núcleo se
manifiesta la profunda relación de esa religión con el Dios único de
todas las religiones. Pues bien, reconocer a una religión -por parte de
otra-significa reconocer ese núcleo creativo esencial que le es propio.
Reconocer no es solo ver la coincidencia en lo universal religioso,
sino también reconocer el núcleo creativo de la experiencia religiosa
del "otro". Reconocer es saber hacer la auténtica "hermenéutica" de la
experiencia de las otras religiones: ser capaz de revivir y admirar la
belleza de la experiencia del núcleo religioso que los otros han sido
capaces de construir (y en el que Dios se ha hecho indudablemente
presente).
d) Reconocimiento del mutuo enriquecimiento respectivo. Pero el
"mutuo reconocimiento" supone un paso más: ser capaz de entender y
revivir que el núcleo creativo de la otra religión enriquece y
complementa el propio núcleo creativo, la esencia de la propia
religiosidad. Esto significa que ninguna religión representa la
totalidad de los reflejos humanos posibles de la experiencia del
Espíritu. Una visión "historicista" de la historia de las religiones,
en efecto, nos diría que cada religión es un reflejo posible de la
respuesta humana a la misma Divinidad. El fundamentalismo vería la
propia religión como reflejo único y absoluto, total, de la Verdad. El
historicismo -crítico, ilustrado, tolerante-cree, en cambio, que las
religiones deben verse como reflejo auténtico, aunque no absoluto, de
la riquísima experiencia de la Divinidad. Puede hablarse, pues, en
estos términos de un verdadero enriquecimiento respectivo, ya que las
religiones se enriquecen unas a otras. El reconocimiento de la otra
religión debería llevar consigo, por tanto, la humildad necesaria para
admitir que la otra religión me hace más rico religiosamente: que su
experiencia religiosa es un reflejo posible que enriquece mi propia
experiencia.
e) Reconocimiento de la legitimidad histórica. Reconocer la
legitimidad de las otras religiones supone admitir: a) que responden a
la experiencia del mismo Espíritu universal de Dios; b) que Dios mismo
las ha legitimado cuando se ha hecho presente en medio de la "trama
religiosa" específica que han sido capaces de crear las diversas
tradiciones religiosas; c) que cada religión ha aportado a la
experiencia religiosa la riqueza específica de su núcleo creativo
esencial; d) que las grandes religiones se han legitimado por siglos y
siglos de historia que han creado de hecho sus importantes tradiciones
teológicas y culturales. Esto quiere decir que está ya fuera de lugar
hablar de religiones "falsas", ya que todas ellas son manifestaciones
legítimas del universal religioso en que el mismo Dios de la realidad
está universalmente presente. Las religiones han existido, tienen su
lugar en la historia y sería un empobrecimiento que dejaran de existir.
Sea dicho esto con la matización implícita de que las religiones son
reflejos posibles de la respuesta humana a la Divinidad. Ninguna es
expresión del único reflejo posible de la auténtica religiosidad. Son
reflejos posibles que empobrecerían la historia humana si dejaran de
existir, de la misma manera que la riqueza de la vida se empobrece cada
vez que se extingue una especie viviente. Todas las religiones son, en
conjunto, un rico escenario complementario de la fecundidad creativa de
la experiencia religiosa fundada en una misma Divinidad.
Factores interculturales del "mutuo
reconocimiento" religioso.
El "mutuo reconocimiento" implicaría consecuencias interculturales
evidentes que suponen un clima distinto en la relación social de unas
religiones con otras. Quiere esto decir que el fundamentalismo, la
exclusión y el conflicto, entre confesiones y religiones que se
consideran unas a otras "falsas", debería sustituirse por nuevas
actitudes interculturales en el marco del "mutuo reconocimiento".
Destacarían las siguientes.
a) Renuncia al proselitismo. Es evidente que el proselitismo,
que derivó en pura lógica de concepciones fundamentalistas de la propia
religión, debería ser suprimido. El proselitismo fue la organización
estratégica de actuaciones hacia la "conversión" de miembros de otras
religiones. Si este proselitismo hubiera triunfado, la consecuencia
habría sido la extinción de las religiones sometidas a este acoso
continuo. Pero en el supuesto de religiones que han hecho realidad el
"mutuo reconocimiento" el proselitismo (que tantos conflictos
interreligiosos ha producido en la historia) debería ser olvidado. La
superación del proselitismo se debe entender como lo que hoy pide un
comportamiento interreligioso. Pero no debe ser anacrónico. En otros
tiempos, con otra mentalidad, el movimiento que llamamos misionero tuvo
su sentido y ha rendido frutos que hoy benefician el mismo diálogo y
convergencia interreligiosa. Que en África o en Asia haya hoy
importantes núcleos cristianos (verbi gratia, en la India o
Japón), o
que en el mundo occidental se hayan difundido el islam y otras
religiones orientales, son unos factores de cercanía que favorecen que
hoy sea más fácil el conocimiento mutuo y el diálogo.
b) Respeto a la libertad individual. Sin embargo, eliminado el
proselitismo gestionado y fomentado por las instituciones, debería
sostenerse el apoyo a la libertad personal de cada individuo que, por
unas razones u otras, podría decidir el paso de una religión a otra. Se
trata del respeto a los derechos de la persona que en ningún caso
tendría sentido que se pusieran en cuestión por alguna de las
religiones. La "conversión" a unas u otras religiones debería aceptarse
sin que ello significara acusar de proselitismo a la religión que
recibiera al converso. El paso de una religión a otra debería verse
como una pura decisión personal que siempre puede darse sin escándalo
como manifestación de la libertad y de los derechos humanos.
c) Respeto a la interculturalidad nacional e internacional. El
hecho es que en la actualidad las sociedades modernas son
interculturales, y por ello mismo son también interreligiosas. Este
fenómeno se ha producido, entre otras, por dos causas: la primera es la
actuación misionera de otros tiempos que implantó ciertas religiones en
territorios de cultura distinta (un caso evidente es la acción
misionera cristiana en la India, en el Japón y en muchos países
africanos); la segunda causa ha sido el creciente flujo migratorio
orientado a los países ricos. Estados Unidos es el país intercultural
por excelencia, donde conviven las más diversas religiones. En Europa
la sociedad se va transformando por los flujos migratorios, haciendo
que la mayoría de los países europeos sean también hoy interculturales
e interreligiosos. El "mutuo reconocimiento" religioso debería
traducirse en el respeto al hecho ya históricamente establecido e
inevitable de la interculturalidad tanto nacional como internacional.
Es decir, el reconocimiento debería ayudar al aprendizaje de la
convivencia y a la aceptación de que la interculturalidad e
interreligiosidad son un factor enriquecedor que no supone amenaza para
ninguna religión. No tendría ya sentido combatirlo para tratar de
defender a las sociedades fundamentalistas, cerradas, culturalmente
monolíticas. La presencia de la otra religión no sería ya una amenaza
sino enriquecimiento en orden al testimonio unitario de la realidad
transcendente de Dios.
d) Respeto al flujo libre de información. Por otra parte, la
persuasión de que las religiones se aceptan y se respetan en el "mutuo
reconocimiento" debería no solo permitir, sino incluso promover el
flujo de información multidireccional entre las diversas tradiciones
religiosas. Esta información abierta contribuiría al mutuo
enriquecimiento y asentaría el fenómeno religioso universal. A ello nos
referiremos de nuevo más adelante.
2. El
mutuo reconocimiento interconfesional e interreligioso desde el
"paradigma de la modernidad"
No creo equivocarme al pensar que la lectura del epígrafe anterior
quizá haya suscitado inquietud en algunos teólogos cristianos.
Consideramos que lo dicho es correcto y forma parte del discurso de una
antropología religiosa o de una filosofía de la religión (por tanto,
discurso que no es teológico cristiano). En todo caso advertimos que
ninguna frase aislada del epígrafe anterior tiene valor en sí misma si
no se entiende a la luz de cuanto vamos a exponer seguidamente, ya en
una perspectiva teológico-cristiana. Comencemos estableciendo algunos
principios que son esenciales en la teología cristiana y que determinan
la forma en que el cristianismo puede abrirse al diálogo
interreligioso.
2.1. La universalidad como esencia del kerigma
cristiano
El cristianismo es esencialmente la adhesión personal a la doctrina de
Jesús y el compromiso en la proclamación de esa doctrina a la historia.
La iglesia no puede, pues, alterar el contenido del kerigma. Se siente
inspirada por Dios para expresar en la Sagrada Escritura el contenido
de la doctrina de Jesús y se siente asistida por el Espíritu para
mantener la presencia de esa doctrina en la historia. Pero la iglesia
sintió también la necesidad de explicar el kerigma: de hacer teología
en el marco de la razón presente en la cultura. Por ello la misma
iglesia hacía también teología y velaba por la congruencia de los
nuevos constructos teológicos con el kerigma primitivo. Pudiera ser
incluso (creemos que no es el caso) que la fe cristiana, dentro de su
lógica esencial, hiciera inviable el diálogo interreligioso. Los
principios básicos para entender qué posición puede tomar el
cristianismo ante el diálogo y el "mutuo reconocimiento" religioso se
hallan en el mismo kerigma primitivo, son algo esencial que no puede
dejarse de afirmar, a no ser que el cristianismo sea infiel a su propia
lógica interna. Algunos de estos principios fueron también
interpretados más adelante por la teología, de tal manera que se
iluminó cómo debía ser entendida la exigencia misma del kerigma en
orden al diálogo interreligioso. Sin embargo, el hecho que antes ya
hemos apuntado ha sido, más bien, que las otras religiones fueron
juzgadas con exclusión y se tendió al enfrentamiento. Veamos ahora
aquellos contenidos más esenciales del kerigma que perfilan el marco
que, en perspectiva cristiana, debe orientar el diálogo interreligioso.
Llamada universal a la comunión divina. La
doctrina de Jesús, que revela el eterno designio de Dios para la
creación del universo y la salvación, anuncia inequívocamente la
universalidad de la oferta divina a la comunión con la vida trinitaria.
La filiación divina ofertada a la especie humana a través del escenario
de la creación no tiene un numerus clausus: esta ofertada a todo
hombre, ya que todos tienen acceso suficiente a la posibilidad de
hacerse conscientes de esta oferta y capacidad de aceptarla o
rechazarla. Es universal: a judíos y a gentiles, a los hombres del
pasado, del presente y del futuro, a los de antes de Cristo y a los de
después de Cristo, a los que han conocido el cristianismo y a los que
no lo han conocido. A todos los hombres de la especie humana sin
exclusión de ninguno. Jesús revela, por tanto, este sorprendente
anuncio divino de salvación universal. Ciertamente, esta universalidad
parece necesaria dentro de la lógica de un plan divino. ¿Qué se podría
pensar de un Dios que crea la especie humana pero que limita su oferta
de salvación a solo a una selección de escogidos? Ciertamente no parece
tener mucho sentido. La oferta es universal, y así ha sido visto por la
tradición cristiana. Otra cosa es que, supuesta una oferta universal,
el hombre libre, que tiene capacidad de aceptarla o rechazarla, la haga
realidad en su vida. Hablar de una oferta universal no supone hablar de
una salvación universal. El cristianismo entiende que Dios está
esencialmente comprometido con la libertad. Y Dios no salvará a nadie
al margen de su libertad, aunque el Dios misericordioso agote todos los
medios para inducir al hombre a un recto uso de su libertad personal.
La salvación de que habla el cristianismo nunca vendrá "impuesta", sino
"asumida" por la persona libre.
Universalidad de la mediación cristológica en el
acceso a Dios.
El kerigma primitivo recogía la doctrina de Jesús, como se ve en la
teología kerigmática de san Pablo, al proclamar que al hombre solo le
es posible acceder a la creencia en un Dios que oferta la salvación
transcendente a través de lo que se llama la "mediación cristológica":
es decir, no puede aceptarse a Dios si no se acepta el misterio de
Cristo, el Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo. Así, el
acceso humano a Dios es siempre "en" y "por" Cristo: supone la fe en
Cristo y esto es aceptar el Misterio de Cristo, su muerte y
resurrección. Solo en Cristo le es posible al hombre "creer en Dios".
En otras palabras: solo aceptando a Cristo es posible aceptar la oferta
universal de salvación abierta por Dios. Por tanto, no solo es que
Cristo, el Verbo divino, asuma la salvación universal (su sacrificio
redentor hace posible la obra creadora y la salvación de todos), sino
que el hombre -desde su perspectiva subjetiva- solo queda abierto a
Dios admitiendo el logos o sentido del Misterio de Cristo. Se trata de
una mediación universal, sin excepciones, que afecta a todo hombre: de
antes de Cristo y de después de Cristo, hayan o no conocido al Cristo
histórico o la proclamación de su doctrina en el kerigma de la iglesia,
pertenezcan a una u otra religión. Esta pretensión de mediación
cristológica universal fue difícil de entender, pero se proclamó con
una fuerza y persuasión que apuntan a que esto era lo que de hecho
habían oído predicar a Jesús. Fue el eje esencial de la antropología
teológica de san Pablo y de los escritos joánicos, que forman parte
esencial del kerigma primitivo que nace de la Escritura inspirada por
el Espíritu.
Universalidad del "testimonio de la Verdad": el
Espíritu de Jesús.
La oferta universal se hace relativamente fácil de entender, pero no
así la pretensión de una mediación que supone aceptar a una persona,
Cristo, que aparece en un momento de la historia y que no ha sido
conocido por la mayor parte de la humanidad. ¿Qué papel se asignaría a
Cristo, por ejemplo, en la biografía de un indio que hubiera vivido mil
años antes de Cristo, en un ambiente cultural en que ni siquiera se
conociera el mundo hebreo? No es algo, ciertamente, fácil de entender.
Sin embargo, la proclamación del kerigma tuvo desde el principio la
persuasión, fundada en la predicación de Jesús, de que todo hombre
estaba abierto a tres testimonios esenciales que manifestaban la Verdad
(que podía ser aceptada o rechazada): testimonio de la naturaleza (del
Padre), testimonio del Misterio de Cristo (del Verbo) y testimonio
interior del Espíritu (del Espíritu Santo trinitario). Dios se
manifiesta en su obra creadora a la razón humana; se manifiesta en el
misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo y se manifiesta en la
llamada interior del Espíritu Divino. Puesto que, como hemos explicado
(capítulo V) el logos que da sentido a la creación desde el eterno
designio es el logos cristológico, estos tres testimonios tienen una
unidad intrínseca que se expresa como Espíritu de Jesús. El Espíritu de
Jesús está presente en la obra creadora del Padre que, tal como el
hombre constata (en la modernidad claramente), es una creación
"borrosa" que manifiesta ya la humildad de la kénosis de Cristo. El
Espíritu Paráclito es también la otra Persona trinitaria cuya presencia
se entiende en la teología cristiana como el Enviado (el Paráclito,
enviado por Jesús y por el Padre dentro de la solidaridad del designio
trinitario) a dar testimonio y a mover al hombre hacia el Espíritu de
Jesús que significa aceptar el Amor de Dios por encima de su lejanía y
de su silencio. Por ello, para la teología cristiana, la esencial
unidad ontológica de la presencia trinitaria en todo lo creado, y en el
"espíritu" del hombre, son los tres testimonios -del Padre, del Hijo y
del Espíritu Paráclito-que convergen en hacer presente el Espíritu de
Jesús que, por el logos cristológico, da sentido a la obra creadora de
Dios. Estos tres testimonios son universales, afectan a todos los
hombres. Todos se sienten apelados a responder afirmativamente a la
oferta de filiación divina (que pueden rechazar) por estos tres
testimonios de alcance universal. Es comprensible la universalidad del
testimonio natural ante la razón; también lo es el testimonio del
Espíritu que se acerca al interior del espíritu de todo hombre de
manera imperceptible, mística o sobrenatural, por la ontología divina
omnipresente. Pero no es, sin embargo, fácilmente comprensible la
universalidad del testimonio de Cristo, cuya concreción a unos espacios
y tiempos determinados lo hace de difícil generalización universal.
La universalidad de la iglesia. La iglesia
cristiana es la unión de aquellos que aceptan el testimonio de Jesús y
mantienen el compromiso de proclamarlo a lo largo de la historia. Si el
testimonio de la Verdad es universal en el kerigma cristiano, entonces
todo hombre religioso acepta el testimonio del Misterio de Cristo,
aunque nos sea difícil entender cómo. Por tanto, si aceptar a Cristo es
en alguna manera integrarse en la iglesia, entonces cabe pensar que
pertenecer a la iglesia cristiana es una consecuencia inevitable de esa
aceptación. Por ello, la creencia de que sin aceptar a Cristo no hay
salvación se tradujo en la creencia teológica que se expresó en la
sentencia teológica del santo Padre san Cipriano: extra ecclesiam
nulla salus
(fuera de la iglesia no hay salvación). La razón de este famoso
aforismo teológico no es otra que la persuasión kerigmática de que sin
aceptar a Cristo no hay salvación y de que aceptarlo es ya estar en la
iglesia de alguna manera. Sin embargo, estas consideraciones teológicas
nos permiten calibrar hasta qué punto no solo el kerigma sino también
la teología cristiana afirmaron que no era posible la salvación fuera
de Cristo. La obra salvadora universal de Dios no era, pues, posible
sin la mediación de Cristo, y por ende de la iglesia. Esto habría que
aplicarlo universalmente, a todos los hombres y todas las religiones.
La explicación teológica de la universalidad de la
salvación.
Estando así las cosas, la teología cristiana se veía en una situación
explicativamente difícil. Por una parte, había que mantener, siguiendo
a san Pablo, y tal como hemos ya explicado, la llamada universal a la
salvación humana: "Dios quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad". Por otra parte, la salvación
solo era posible por la aceptación del Misterio de Cristo, y por ende
por la pertenencia en alguna manera a la iglesia. ¿Cómo conciliar estos
aspectos inequívocos contenidos en la proclamación del kerigma
cristiano? Durante mucho tiempo este tema no fue abordado a fondo por
la teología. La persuasión general era que sin bautismo (sin aceptación
de Cristo y consecuente adhesión a la iglesia) no podía haber
salvación. El hecho de la muerte de niños sin bautizar replanteó la
necesidad de una reflexión teológica para entender cómo relacionar
entre sí la universalidad de la salvación y la necesidad del bautismo
(aceptación de Cristo). En la edad media esto favoreció la teología
acerca del "limbo": la pervivencia más allá de la muerte podría darse
en un Paraíso natural (no sobrenatural) para acoger a los niños muertos
sin bautismo y, en su caso, a los seres humanos que vivieran
honestamente de acuerdo con su conciencia, pero que no tuvieran una
aceptación personal del Misterio de Cristo. Se pensaba que los méritos
de Cristo redentor que habían hecho posible la salvación para todos los
hombres, justificaban también la salvación de los no bautizados.
Algunos pensaron también que, al aceptar el último trance de la muerte,
el hombre se identificaba con la muerte de Cristo y, en alguna manera,
se aplicaba a sí mismo el mérito redentor de Cristo. Estas
especulaciones teológicas nunca derivaron a una claridad suficiente. La
teoría del teólogo tomista Karl Rahner (mencionado ya en el capítulo
III) acerca de los llamados "cristianos anónimos" establecía también el
criterio de que vivir con autenticidad humana significaba también, en
alguna manera, ser "anónimamente cristiano". En el marco de este
postulado "cristianismo anónimo" gran parte de la teología
contemporánea ha admitido una imprecisa aceptación de Cristo y, por
ello, un bautismo implícito (con su pertenencia implícita a la iglesia)
que se extendería a todos los hombres y a todas las religiones no
cristianas: de esta manera la teología trataba de conciliar la
universalidad de la oferta de salvación y la necesidad universal del
bautismo (o aceptación de Cristo).
Discusión de la teología cristiana de la salvación
universal.
Queda claro en lo expuesto que la teología tuvo la intención de
postular por necesidad lo que podríamos llamar una "cierta aceptación
implícita de Cristo y del bautismo que integra en la iglesia". Solo
esta vía hacía conciliable la llamada universal a la salvación con la
mediación cristológica universal. Sin embargo, la explicación teológica
apenas ha ido más allá de postular esta "pertenencia implícita". Cabe
también recordar que el problema no está en considerar que todo hombre
que se salva lo hace por la cobertura de los méritos de Cristo redentor
(esto es esencial en el kerigma, como se ha expuesto desde el capítulo
II). Lo que se cuestiona es cómo todo hombre puede aceptar el Misterio
de Cristo en un proceso personal subjetivo en que se decide él mismo
con libertad. Es decir, en alguna manera, el hombre debe "conocer" y
"ponderar" si acepta el Misterio de Cristo. Este es el problema que, a
nuestro entender, nunca se ha argumentado teológicamente de forma
convincente más allá de la postulación de un "cristianismo anónimo". En
lo que sigue ponderamos por qué el "paradigma de la modernidad" ofrece
una posibilidad teológica más precisa para entender la naturaleza de
ese postulado "cristianismo anónimo".
2.2. Universalidad y cristocentrismo en el
paradigma de la modernidad
El "paradigma de la modernidad" permite una nueva interpretación de
este contenido esencial del kerigma cristiano: la conciliación entre
universalidad de la oferta de salvación y la enigmática mediación
cristológica, también universal. ¿Qué hace posible la nueva
interpretación? La respuesta es inequívoca: la nueva imagen del
universo, de la vida y del hombre, en la Era de la Ciencia. En la gran
época histórica del paradigma grecorromano se vivió en el teocentrismo,
en la Verdad universal que resplandecía ante todos inequívocamente por
la Razón (en clave grecorpatrístico-escolástica) y por la Revelación,
ambas en profunda concordancia. El nuevo paradigma nos ha situado en un
entendimiento más preciso del universo, de la vida y del hombre, que
Dios ha creado y, por ello, se ha hecho posible entender mejor el
"alcance real" de la doctrina de Jesús que se proclama en el kerigma
(la doctrina de Jesús se refiere al hombre tal como este realmente es
y, por ello mismo, mayor precisión en el conocimiento del hombre
supone, en principio, una mayor profundidad en la interpretación del
kerigma). Damos por ello tres pasos. Primero, la antropología que nos
dice cuál es la real experiencia humana ante el enigma de Dios (la
nueva antropología en la Era de la Ciencia). Segundo, como consecuencia
de esta antropología, la hermenéutica del Misterio de Cristo como
piedra angular del mensaje de Jesús. Tercero, la hermenéutica que
explica en qué sentido podemos hablar de la universalidad
cristocéntrica de la salvación.
La experiencia religiosa universal. Al
explicar (capítulo V) en qué consiste el "paradigma de la modernidad"
hemos insistido en que el hombre entiende la revelación de la doctrina
de Jesús desde sí mismo. Su verdad humana es lo que Dios mismo ha
creado y, por ello, la palabra de Jesús debe ser congruente con la
autoexperiencia del hombre en el mundo. A ella va precisamente dirigida
la revelación que se constituye en el "desvelamiento" final de la
naturaleza en el plan de Dios. Pues bien, la Era de la Ciencia ha
permitido la descripción nueva, más profunda, de la autoexperiencia
humana en el mundo. Probablemente es la forma humana de sentir y
entender que han tenido, y siguen teniendo, todos los hombres por su
simple situación en el mundo como seres racionales (aunque la cultura
no hubiera alcanzado un conocimiento preciso de esa autoexperiencia,
tal como eventualmente, en nuestra opinión, pasó en la época del
paradigma grecorromano). Según argumentamos ampliamente, el hombre
busca su propia verdad en el universo y queda abierto a un enigma final
que pudiera ser Dios pero que pudiera ser también puro mundo sin Dios.
El dramatismo trágico de la propia existencia sufriente -expresado en
la imagen final de la muerte-llena al hombre de angustia y depresión;
pero la pasión por la vida le hace aspirar a la liberación y a la
felicidad. Es la situación en que, como veíamos, queda abierto al
enigma de la Cifra Jaspers) y a la pregunta por el sentido del Ser
(Heidegger) como rasgo esencial del dramatismo existencial del hombre
de nuestro tiempo (y de todos los tiempos). La condición humana deja
así inevitablemente a todo hombre en el trance existencial de abrirse o
cerrarse a la creencia de que la posible Divinidad realmente existiera.
Pero la apertura o la clausura a ese Dios depende del sentido en que se
responden dos preguntas esenciales, grabadas en la naturaleza
racio-emotiva de todo hombre: les real un Dios que permanece lejano,
oculto y en silencio, ante el sufrimiento y el drama de la historia?
¿Es real un Dios oculto que, más allá de su silencio, tiene intención
de emprender la salvación liberadora de toda la historia más allá de la
muerte? Inquietud que se resume en una sola pregunta: les real un Dios
oculto y liberador? El hombre religioso -en cualquiera de las
religiones existentes-responde a estas preguntas en positivo y queda
abierto a la esperanza de que, más allá del sufrimiento, hay un Dios
que salva más allá de la muerte. Todo hombre religioso es experiencia
de sufrimiento y de silencio divino, apurando hasta el final el drama
de la vida: pero este hombre religioso acepta racio-emotivamente un
poder divino en que se cifra la salvación liberadora. Todo hombre -en
cualquier cultura y religión sufre, se angustia ante el silencio
inoperante de Dios, pero anhela la felicidad salvadora y cree en un
poder divino liberador a pesar de la lejanía aparente de Dios. Esta es
siempre la experiencia religiosa. Dada la condición humana no es
posible ser religioso sin aceptar en alguna manera este logos del
ocultamiento divino que permite abrirse a una esperanza de salvación.
Esta es la experiencia religiosa universal (capítulo V).
La hermenéutica del Misterio de Cristo desde la
modernidad.
La escucha de la palabra de Jesús, el Misterio de su muerte y
resurrección, proclamada en el kerigma, es abordada por el hombre desde
una condición humana así descrita. Más en concreto: desde la inquietud
existencial por el posible Dios oculto y liberador de la historia. Es
la condición humana descrita en la Era de la Ciencia (que nos hace
entender que no estamos en un universo teocéntrico sino en una apertura
natural a Dios como enigma cósmico). Permite entender la altura y la
profundidad del Misterio de Cristo como logos divino de la creación:
por una parte, la kénosis del Verbo por la encarnación y por la muerte
en cruz en que se manifiesta y realiza el designio divino de la kénosis
en la creación; pero, por otra, el designio divino liberador de la
historia que se manifiesta, se realiza y se anticipa por la
resurrección de Cristo. Como ya explicamos, el "paradigma de la
modernidad" es el entendimiento del cristianismo desde el conjunto de
factores que constituyen la "modernidad", siendo la ciencia un factor
esencial de esta en la imagen de la realidad. En esta nueva
hermenéutica juega un papel esencial la teología de la kénosis: el
darnos cuenta de que el Dios manifiesto en la doctrina de Jesús, y
proclamado en el kerigma cristiano, es un Dios que se oculta, es un
Dios kenótico que no impone su presencia y crea en el universo las
condiciones de la libertad y dignidad personal del hombre. Por ello, el
camino de la relación del hombre con Dios está siempre mediado por la
aceptación del misterio de ese Dios kenótico en la cruz (oculto y en
silencio) y la apertura a la esperanza de la salvación más allá de la
muerte por la resurrección.
La mediación cristocéntrica universal. Hemos
mencionado los tres martiría o testimonios que permiten al hombre
conocer al Dios oculto y vincularse a Él en su religiosidad personal y,
en su caso, integrándose en una religión. Primero, es el testimonio de
la naturaleza: enigmática, misteriosa, pero que hace posible y
verosímil que Dios exista (revelación del Padre). Segundo, es el
testimonio del Espíritu que, desde el interior del "espíritu" de todo
hombre, llama e impulsa a todo hombre a aceptar que Dios es el fondo
profundo de nuestro ser personal y del universo en que estamos
inmersos. El tercer testimonio, como decíamos, el testimonio del
Misterio de Cristo, nos parecía más difícil de entender por ser un
acontecimiento histórico puntual (Cristo) que debería hacerse presente
a lo largo de la historia universal. ¿Cómo y en qué sentido podría ser
esto posible? Desde el nuevo paradigma, sin embargo, existe una forma
obvia de entender lo que significa "mediación cristológica universal".
Está implícito en lo que venimos comentando. En la esencia de la
experiencia religiosa universal estarían dados dos elementos que, en
conjunto, supondrían una aceptación implícita de esta mediación
cristológica. A) Por una parte, aceptar a Dios y ser religioso desde la
experiencia del ocultamiento, lejanía y silencio de Dios, desde el
sufrimiento, sería creer en un Dios que ha diseñado su alejamiento de
la realidad: sería en este sentido una aceptación del Misterio de la
Cruz, el misterio de un Dios cuyo logos es la kénosis de sí mismo en la
realidad. B) Pero, por otra parte, el hombre religioso acepta también a
Dios como salvador, como liberador más allá de la muerte: sería por
ello una aceptación del Dios que liberará por la Resurrección.
Podríamos decir entonces que la situación natural del hombre en el
mundo, que está en la base de toda experiencia religiosa, en cualquier
religión, le hace entender que la estructura inevitable de la realidad,
por una parte, le impulsa a desear la felicidad, pero, por otra, le
impone el drama de una vida indigente. Por ello, su misma condición
humana le mueve a entender que tiene sentido abrirse a la esperanza
religiosa de un Dios que se oculta (la cruz) pero que nos salvará (la
resurrección). Se ve movido a creer en la voluntad liberadora de un
Dios oculto por encima (a pesar de) su lejanía y de su silencio. Ser
religioso desde un mundo en que Dios calla y está inoperante ante el
dramatismo de la vida solo es posible si la libertad humana se inclina
a creer en el Amor Liberador de un Dios Oculto aceptando el sufrimiento
presente en la confianza del designio divino. La aceptación libre, por
tanto, del Dios oculto (cruz) que libera (resurrección) es una forma
implícita de aceptar el Misterio de Cristo. Cabe pensar, fundándonos en
esta argumentación, que toda religiosidad natural supone siempre
aceptar de forma implícita un Dios que se anonada ante la naturaleza,
kénosis, pero que tiene la voluntad de una liberación final. Todo
acceso natural a Dios está, pues, "mediado" por este logos (sentido).
La religiosidad natural sería cristológica por su propia naturaleza:
sin conocer al Cristo histórico se estaría sin embargo aceptando la
esencia del mensaje propuesto por Cristo y, al mismo tiempo, de su
sacrificio liberador; es decir, aceptando la confianza en un Dios
kenótico que, sin embargo, liberará escatológicamente. Sería una
aceptación implícita del Misterio de Cristo.
2.3. La lógica del mutuo reconocimiento en las
iglesias cristianas
Al hablar de iglesias cristianas nos referimos a las que han creído en
Jesús, han aceptado su doctrina y están comprometidas en proclamar su
mensaje en el curso de la historia. "Cristiano" no puede significar
sino adhesión personal y comunitaria a Jesús. Pero la referencia
radical a Jesús y a la proclamación del kerigma ha sido entendida de
diversas maneras y las diferencias interpretativas han producido la
escisión en iglesias separadas. Dejando aparte algunas iglesias
cristianas antiguas separadas, de poca importancia, primero fue la
escisión de las Iglesias Orientales y después de las iglesias de la
Reforma Protestante que, en siglos siguientes, produjo la constitución
de multitud de iglesias, e incluso de sectas innumerables. El
enfrentamiento de todo tipo, a veces violento, entre las iglesias
cristianas es historia, es conocido por todos y no procede relatarlo
aquí. Pero, como antes decíamos, hoy aceptamos como único camino viable
para los cristianos el horizonte del movimiento ecuménico que ha
propiciado ya el diálogo y el respeto. Los resultados tangibles, sin
embargo, son todavía escasos y difícilmente van más allá de las buenas
palabras y de la predisposición interpersonal positiva. Las tesis que
defendemos aquí tienen un perfil definido, concorde con nuestra línea
argumentativa general: el reconocimiento del "paradigma de la
modernidad" en la cristiandad debe permitir diseñar un nuevo modelo de
progreso en el mutuo reconocimiento interconfesional cristiano.
2.3.1. La lógica del reconocimiento
intercristiano
El mutuo reconocimiento cristiano. ¿Qué supone
el mutuo reconocimiento religioso? La respuesta a esta pregunta se hizo
ya, como recordamos, en este capítulo (epígrafe 1.3). El mutuo
reconocimiento cristiano responde a la misma lógica del religioso y la
asume. Sin embargo, entre las iglesias cristianas no solo cabría un
mutuo reconocimiento religioso, sino además el específicamente
cristiano. Por tanto, la pauta que ahora debemos seguir para entender
la lógica del mutuo reconocimiento cristiano está ya trazada por la
lógica básica del reconocimiento religioso: el mutuo reconocimiento de
la presencia del Espíritu; el reconocimiento de la coincidencia básica
en el universal religioso; el mutuo reconocimiento de la coincidencia
en el universal cristiano; el reconocimiento del núcleo creativo
específico de cada iglesia cristiana; el reconocimiento del mutuo
enriquecimiento cristiano respectivo; el reconocimiento de la
legitimidad histórica de cada una de las iglesias. Decíamos también que
había otros factores interculturales del mutuo reconocimiento
religioso. Pero, en último término el reconocimiento intercristiano
debe significar que las iglesias, por una parte, se sientan parte del
universal cristiano del que participan y que es lo fundamental, y que,
por otra, unas y otras iglesias reconozcan su legitimidad histórica; es
decir, que el reconocimiento no se entienda en términos de supresión de
unas iglesias, integración en otras, o "victoria" de unas sobre otras.
Las iglesias se movieron hasta ahora por la estrategia de lograr la
"conversión" de unas a otras. Sin embargo, si existe un mutuo
reconocimiento verdadero, esta estrategia deberá dejar de tener
sentido. En la actualidad, de forma novedosa y positiva, promover el
mutuo reconocimiento conduce a una situación nueva en la que todas las
iglesias -de cierta manera que explicaremos-se enriquecerán en una
doble perspectiva. Primero, porque hallarán su expansión y su fuerza en
la integración consciente en un universal cristiano. Segundo, porque la
integración universal reforzará la legitimidad histórica y el sentido
de cada una de las iglesias. Así, el mutuo reconocimiento no debilitará
sino que reforzará a cada una de las iglesias en su propio núcleo
esencial. En todo esto juega un papel de importancia capital lo que
antes hemos llamado "identificación en el universal cristiano". Pues
bien, qué es ese "universal cristiano" es iluminado hoy desde el
paradigma de la modernidad. De ahí que la nueva luz que ilumina con
mayor profundidad qué es la esencia del cristianismo pueda también ser
un factor eficaz que promueva la identificación de las iglesias
cristianas en su verdadera esencia.
La esencia universal del cristianismo en la
modernidad.
El supuesto en que nos movemos por la fe es que la verdad del kerigma
cristiano se ilumina por la verdad del hombre en el mundo. Si la
modernidad es un paso más que nos acerca a la verdad del hombre,
entonces la Voz del Dios de la Revelación debe hacerse más inteligible
desde la Voz del Dios de la Creación. En consecuencia de este
acercamiento entre razón y revelación, ya argumentado, ¿cuál es la
esencia del cristianismo? ¿Cuál es el plan de Dios para la vida humana?
Es sencillo de explicar. El Dios Trinitario ha diseñado un plan eterno,
el eterno designio divino, para que el hombre acepte libre y
personalmente la oferta a la filiación divina: a participar en la misma
vida de Dios, como hermanos del Hijo de Dios, Jesucristo. El don de la
libertad iba a producir el pecado en la historia -el rechazo de esta
oferta-y, sin embargo, Dios siguió adelante con su plan porque el Verbo
asumió el pecado, lo perdonó y redimió al género humano: es decir, hizo
posible la Vida y la Creación. Este mensaje fue anunciado por Jesús, el
Verbo de Dios encarnado que, en el Misterio de su Muerte y
Resurrección, manifestó y realizó el eterno designio divino. La
experiencia moderna hace entender que, en efecto, no estamos en un
horizonte de teocentrismo impositivo sino de kénosis de la Divinidad
que hace posible nuestra libertad. Por ello, al hombre no le será
posible acceder a la fe y confianza en Dios, si no acepta el misterio
del Dios oculto que será más allá de la muerte el Dios liberador de la
historia. Por ello, el plan de Dios es que los hombres acepten su
comunión con Él creyendo en su Amor por encima de su ocultamiento. Para
ello, les atrae interiormente por la presencia del Espíritu y ha dotado
al universo de una estructura que hace posible el conocimiento natural
de Dios, como fundamento verosímil último de la realidad. Así todos
cuantos mueren en la esperanza de un poder salvador divino, habiendo
aceptado la cruz del sufrimiento y de la angustia de sus vidas, son
implícitamente cristianos y, en este sentido, tal como antes
explicábamos, son parte "espiritual" de la iglesia cristiana. Lo que
salva al ser humano en sentido cristiano es la aceptación -explícita o
implícita- del misterio del Dios oculto/liberador que es el Misterio de
Cristo y la voluntad eficaz de transformar la propia vida como
consecuencia natural de esa fe.
El núcleo esencial de identificación cristiana.
Dado que la mayor parte de los hombres no fueron, ni son, ni
probablemente serán cristianos y dado que se debe asumir la voluntad
universal del plan de salvación divino, abierto y eficaz para todos los
hombres, entonces cabe concluir que la salvación cristiana no es, en su
esencia universal, la aceptación de los ritos o letra pequeña de tal o
cual iglesia cristiana. El núcleo esencial del cristianismo es la
proclamación de la "esencia universal" de la fe cristiana que acabamos
de exponer. Sentirse unidos en esta "esencia universal" es ya reconocer
la comunión en la "esencia religiosa universal" y en la presencia del
Espíritu. Por ello, la proclamación en la historia del mensaje
universal de salvación -esto es lo que pretenden todas las iglesias
cristianas-debe ser la apelación existencial a todos los hombres para
que crean que es real un Dios oculto y liberador presente en todas las
religiones y en el interior del "espíritu" de cada individuo. El
cristianismo debe proclamar que la Voz del Dios de la Creación,
presente en las religiones y en las culturas, ha sido confirmada por la
Voz del Dios de la Revelación. Esto es hoy lo fundamental para las
iglesias, en momentos de crisis en que todas las religiones sienten su
debilidad para proclamar la creencia en un Dios salvador frente a una
cultura desacralizada y atea (capítulo I). Por consiguiente, las
iglesias cristianas, frente a las otras religiones no-cristianas y
frente a la increencia, deben sentirse unidas en la proclamación de la
esencia cristiana: la proclamación del eterno designio salvador de Dios
para que el hombre libre acepte al Dios oculto que liberará la historia
más allá de la muerte. Frente a la angustia humana, a la desesperanza,
a la frustración por el sufrimiento, a la desmoralización por la
increencia, las iglesias cristianas deben sentirse en la unidad
esencial de proclamar una misma fe universal. Este es el núcleo
esencial de las creencias cristianas que asume la identificación en los
principios esenciales de la religión natural. Por ello, el cristianismo
es en su esencia siempre "cristianismo universal".
En su esencia universal asequible a todos los hombres el cristianismo
es muy sencillo en su forma implícita: es la creencia en el Amor de un
Dios oculto y liberador por encima de su lejanía y de su silencio. Sin
embargo, las iglesias cristianas están unidas en algo más: en la
creencia en el designio de un Dios Trinitario, en la divinidad de
Cristo y en el Misterio universal de su Muerte y Resurrección que debe
ser proclamado por la comunidad cristiana. El núcleo esencial de
identificación cristiana (que asume la religiosa) supone tanto aceptar
esta doctrina como el compromiso de proclamarla en la historia. Las
iglesias, al identificarse en esta "esencia cristiana", sienten que su
comunión en lo esencial es mucho más potente que la diferenciación en
los núcleos específicos de cada una de las iglesias.
El núcleo creativo específico y enriquecedor de
las iglesias.
Es un hecho ya histórico que debemos aceptar la escisión de las
iglesias cristianas. Cada una de las iglesias hoy existente, si es
cristiana y este es el supuesto, participan de la misma adhesión al
kerigma cristiano que contiene la doctrina de Jesús y están
comprometidas en proclamarlo ante la sociedad. Es obvio que cada
iglesia tenga un núcleo esencial que le da sentido como iglesia
cristiana específica: nació en un determinado contexto histórico y esta
iglesia vive con pasión que su origen estuvo justificado como respuesta
a una "cierta exigencia sentida honestamente de ser fiel al mensaje
proclamado por Jesús". En otras palabras: en cada iglesia se vive la
autenticidad y el sentido moral de su propia condición de iglesia como
res, puesta al seguimiento de Jesús. Cada iglesia se entiende como
creatividad de una exigencia moral fundada en la fidelidad a Jesús. Lo
que normalmente ha sucedido en el pasado ha sido la falta de
reconocimiento, de unos a otros, y no se ha admitido la existencia de
los "núcleos creativos específicos" que permitían medir en toda su
dimensión la grandeza y la altura moral de cada una de las iglesias. En
el mutuo reconocimiento intercristiano, sin embargo, es necesario que
unas iglesias sepan mirar a las otras reconociendo la grandeza de sus
"núcleos específicos". Y no solo reconociéndolos, sino incluso
admitiendo que estos núcleos diferenciados son mutuamente
enriquecedores. Es evidente que -si lo miramos desde el pasado- esto
supone una conversión a la humildad y al reconocimiento de los propios
límites. Pero es una exigencia ineludible del mutuo reconocimiento.
El "núcleo creativo específico" de cada iglesia responde a formas
diversas de sentir qué exigía la fidelidad a Jesús y el compromiso con
ella. Pienso que en esto se distinguen dos formas de fidelidad: por una
parte, fidelidad a las raíces y a la unidad de la iglesia de Jesús (la
iglesia católica); pero, por otra, fidelidad al compromiso crítico
subjetivo con la recta autenticidad de la doctrina de Jesús (iglesias
separadas). Pero la honestidad subjetiva de estas dos fidelidades es
compatible con la eventualidad de que la historia haya llegado a
entender que su seguimiento se haya hecho acompañado por el "error"
(digamos, la deficiencia) en unos y en otros, bien sea por acción o por
omisión, en uno u otro sentido. Reconocer estas fidelidades y estos
errores será una parte inevitable del camino que lleva al mutuo
reconocimiento intercristiano. Será necesario reconocer con objetividad
histórica qué significaron las acciones y omisiones de la propia
iglesia desde el punto de vista de la lógica del cristianismo. En lo
que sigue nos referimos a estos "núcleos específicos" de una forma
general (la única abarcable en un ensayo como este).
a) El "núcleo" de la iglesia católica. Entiende que de Jesús
nació una sola iglesia que, desde el principio, fue construyendo su
conciencia de que había sido "inspirada" por Dios para escribir las
Escrituras Sagradas y de que estaba siendo "asistida" para mantener
eficazmente la proclamación de la revelación en la historia. Para el
catolicismo es esencial esta conciencia de un hecho histórico
incuestionable: la continuidad de la misma iglesia sin rupturas en
comunión con la tradición apostólica más antigua fundada en la
predicación de Jesús. La iglesia católica es la que ha mantenido la
continuidad con la tradición apostólica a la que Dios prometió su
asistencia en el curso de la historia. El concilio Vaticano II, en
Lumen Gentium 8, reiteró con toda claridad que la Iglesia de Cristo
subsiste en la Iglesia Católica. El camino que se recorrió durante más
de veinte siglos en continuidad conduce, sin duda alguna, a la iglesia
católica. Esta, a trancas y a barrancas (si recordamos los recovecos de
la historia entenderemos qué queremos decir con esta expresión popular,
aquí aplicada a la historia de la iglesia), ha logrado sin duda su
objetivo de hacer presente en el siglo XXI la proclamación del kerigma
cristiano, siendo la iglesia cristiana más importante en número de
fieles, en extensión universal y en prestigio. Por tanto, para la
iglesia católica hay un núcleo de sentido que es conforme a la idea de
la iglesia que se formó ya primitivamente desde la época patrística:
que no existen problemas teológicos o circunstancias disciplinares,
culturales, sociales o políticas que justifiquen la ruptura con la
tradición apostólica derivada de Jesús y que representa hoy la iglesia
católica. La lógica teológica patrística más primitiva es la lógica de
la unidad y de confianza en la "asistencia" del Espíritu. Aun siendo
así, la iglesia católica reconoce hoy sus pecados, sus errores y sus
deficiencias. La historia ha sido oscura en muchos de sus tramos y no
puede negarse. Entre estos cabe mencionar los que, cada uno en su
momento histórico, propiciaron la escisión de la iglesia ortodoxa
oriental y de las iglesias de la reforma. A ello nos referimos
seguidamente. No obstante, repetimos, es esencial para la iglesia
católica la conciencia de que en ella subsiste en continuidad histórica
ininterrumpida la Iglesia de Cristo.
b) El "núcleo" de la iglesia ortodoxa oriental. La iglesia
oriental se separó de la iglesia occidental -Constantinopla se separó
de Roma-en la Edad media, en un tiempo en que la forma de entender la
iglesia y su gobierno estaba bajo el influjo de los factores
socio-políticos del paradigma grecorromano. La iglesia oriental
entendió que su fidelidad a la iglesia querida por Jesús no le permitía
aceptar el papel del papado romano, tal como en aquel tiempo se
entendía. En el trasfondo de aquella falta de entendimiento jugó un
papel importante aquel teocratismo religioso que, unido a la idea del
imperio romano (que pervivía en Constantinopla y que después pasó a
Moscú tras la caída de Constantinopla en poder del Islam), tuvimos
ocasión de presentar al estudiar el paradigma grecorromano (capítulo
III). La iglesia ortodoxa vive el núcleo esencial de su fidelidad a la
iglesia de Jesús en una concepción descentralizada del cristianismo. El
error de la iglesia romana fue quizá moverse en aquel tiempo en la
teología política del teocratismo heredado del imperio romano (error
que tampoco fue ajeno a la iglesia oriental). Este marco teocrático
medieval produciría el cesaropapismo, el problema de las investiduras y
la disputa medieval en torno a la crítica del poder eclesiástico
(Marsilio de Padua) que llevaría a la reforma en el siglo XVI. Aparte
de las cuestiones jerárquicas, las diferencias teológicas con la
iglesia ortodoxa son mínimas, siendo lo más relevante algunas normas
solo de carácter disciplinar. En forma positiva es claro que el núcleo
de la vivencia ortodoxa es una fidelidad a la iglesia que Jesús quiso.
La parte negativa es la separación de la tradición apostólica,
rompiendo la unidad de la iglesia; pero quizá ellos no lo interpretaron
como ruptura sino como establecimiento de la debida autonomía
jerárquica entre la tradición de la iglesia occidental y de la
oriental. En todo caso la pervivencia del kerigma cristiano en la
iglesia ortodoxa impresiona y produce experiencias estético-religiosas
imborrables. Pensamos que, superado el paradigma grecorromano y sus
derivaciones teocráticas, el nuevo paradigma de la modernidad, como
seguimos explicando, puede ofrecer el marco para un encuentro entre la
iglesia occidental y la iglesia ortodoxa.
c) El "núcleo" de las iglesias de la reforma. En un tiempo en
que la iglesia católica romana atravesaba una grave crisis disciplinar
y teológica (por las ideas nominalistas) los creadores de la iglesias
de la reforma sintieron la fidelidad a la autenticidad cristiana, tal
como la entendían, como una exigencia que justificaba la ruptura y
separación del cauce continuo de la tradición apostólica. Realizaron
una crítica de la iglesia de Roma y buscaron un cristianismo más
auténtico. En alguna manera buscaban mantener la fidelidad a la esencia
del cristianismo que Jesús había predicado. Dejando aparte las
historias personales poco edificantes, como la de Enrique VIII de
Inglaterra, el núcleo de la vivencia que justificaba la legitimidad de
las nuevas iglesias era la fidelidad al cristianismo auténtico. Este
cristianismo reformado se fundó en la libre interpretación personal de
la Biblia y nacieron de él un conjunto variado de iglesias, en Europa y
en América. Lo positivo de su vivencia fue, pues, el sentimiento de
honestidad en la fidelidad a su idea de la doctrina de Jesús; lo
negativo fue la ruptura de la unidad con la iglesia que se mantenía en
la tradición apostólica. Las iglesias de la reforma han vivido su
adhesión específica a Jesús durante siglos y mantienen hoy una firme
presencia en la sociedad contemporánea. Pensamos, en efecto, como
reconocen la mayoría de los historiadores que la iglesia de aquel
tiempo necesitaba una reforma. Pero los tiempos no estaban maduros para
la Reforma que se necesitaba en lo disciplinar y en lo teológico. El
concilio de Trento hizo lo que pudo. Pero probablemente la reforma que
la iglesia debía afrontar es la que deberá darse con el tránsito hacia
el paradigma de la modernidad. Ello creará un nuevo marco de
entendimiento y reflexión con las grandes iglesias protestantes.
La legitimidad histórica de las iglesias. La
permanencia del catolicismo en su tradición apostólica, así como la
ruptura a instancias de una autenticidad cristiana crítica en la
iglesia ortodoxa y en las iglesias de la reforma tuvo, pues, su sentido
desde la vivencia del "núcleo específico" de cada una. Hubo sin duda un
compromiso de autenticidad cristiana y errores por parte de todos, de
la tradición católica y de las iglesias separadas. Ya a muchos años de
distancia de los tiempos borrascosos en que las tensiones, los errores
y las separaciones se consumaron por exigencias subjetivas de
autenticidad cristiana, vivimos ahora nuevos tiempos en que el mutuo
reconocimiento es una instancia moral que se nos impone. No lo
lograremos sin ser capaces de reconocer que las iglesias han vivido su
génesis y mantenimiento durante siglos fundadas en una vivencia de
autenticidad y de compromiso con la doctrina de Jesús que debemos
reconocer, valorar y aprovechar para el enriquecimiento de cada uno.
Esta rica vivencia es la grandeza de su historia. Al menos más de
cuatro siglos de historia para las iglesias de la Reforma, diez para
las iglesias orientales (y veinte en la iglesia católica), han creado
en esas iglesias la tradición de ricas culturas historicistas: viven en
el apego a sí mismas, a la vivencia pasional de su sentido religioso y
de los compromisos defendidos con esfuerzo, al recuerdo de las
dificultades atravesadas, a la identificación con la fe de sus padres y
de sus antepasados, a la identificación con las culturas que las han
acogido, etc. La constitución de este cuerpo riquísimo de
"historicismo" vivido con honestidad subjetiva confiere a estas
iglesias una incuestionable legitimidad histórica. Son iglesias que se
han formado por compromisos religiosos honestos, que tuvieron derecho a
nacer en su momento como creación humana, que han consolidado su
derecho creando una rica tradición historicista y que en la actualidad
siguen teniendo un incuestionable derecho histórico y teológico a
existir como iglesias. Creemos, por tanto, que el reconocimiento de
legitimidad histórica a existir como iglesias es también un factor
esencial para que pueda llegarse al mutuo reconocimiento.
2.3.2. La estrategia de la comunión
intercristiana
Situémonos, pues, en el supuesto de que el paradigma de la modernidad
ha propiciado en las iglesias cristianas una comprensión más profunda y
actual de la esencia del cristianismo. Se vive por en ello en la nueva
conciencia de que el tiempo borrascoso del pasado llegó ya a su fin y
de que, al entrar en una nueva época, en que la creencia en el Dios
fundamento de la realidad está en crisis principalmente en países de
tradición cristiana, las iglesias cristianas deberían hacer un esfuerzo
ecuménico final para llegar a una verdadera comunión que les permita
proclamar juntas el impresionante mensaje salvador del cristianismo que
desvela de forma sorprendente y sobrecogedora el enigma mistérico de la
realidad. Sigamos en el supuesto de que estas iglesias cristianas son
capaces ya de reconocerse mutuamente como auténticas iglesias
cristianas alentadas por la presencia del Espíritu, con sus "núcleos
creativos específicos" que enriquecen respectivamente a todos y con su
incuestionable legitimidad histórica a existir. En estos supuestos,
¿qué estrategia debería seguirse entonces para realizar la nueva
comunión de las iglesias en la proclamación del kerigma cristiano? El
término "comunión" lo entendemos aquí como "acto o vivencia de
participar en lo común". Comunión de las iglesias debería ser, por
tanto, la acción y vivencia de estar participando de algo que es común
a todas ellas, a saber, la adhesión a Cristo y al kerigma cristiano
proclamado en la tradición. Esta comunión haría que las iglesias se
sintieran unidas en la esencia común de su fe cristiana de tal manera
que en ellas se impusiera una vivencia emotiva y existencial religiosa
profunda de unidad. Las iglesias deberían sentir más la unión en lo
común (es decir, en la participación de lo esencial o transcendental)
que la diferenciación (es decir, la diversidad en lo secundario o
categorial). Lo que aquí proponemos sería, pues, una "comunión"
explícita en lo esencial cristiano coordinable con una tolerancia hacia
la historia (que significa una tolerancia mutua de las diferencias
históricas, disciplinares, jurídicas y teológicas).
Adviértase que, al menos visto desde la iglesia católica, el ecumenismo
ha ido enfocado a lograr la "unión" de las iglesias. Es evidente que,
si esta unión pudiera alcanzarse sería lo mejor. Pero en la práctica es
muy difícil porque la iglesia católica, expresado claramente, entiende
"unión" por disolución de la iglesias existentes e integración en la
Iglesia católica en quien subsiste históricamente la Iglesia de Cristo.
Que se avanzara hacia esta unión y que el diálogo teológico necesario
progresara no tiene por nuestra parte ninguna objeción. Sin embargo,
nuestra propuesta es que, antes de una eventual unión (en la práctica
de muy difícil acceso), debería promoverse lo que aquí llamamos
"comunión" de las iglesias, entendida como un estado previo más fácil
de alcanzar (nosotros pensamos que, con una estrategia dirigida a
lograrlo, podría estar incluso muy próximo). Para constituir la base
teológica de esta comunión cada una de las iglesias debería conceder
"algo" que permitiera entrar en la comunión: pero no sería una cesión
esencial ya que las iglesias podrían seguir dignamente en sus
respectivas tradiciones históricas a la espera de que el tiempo hiciera
quizá posible una futura "unión" que reconciliara la historia
cristiana. Si nos referimos a la iglesia católica, esta comunión no
supondría ceder un ápice en el principio teológico de que la Iglesia de
Cristo subsiste en la Iglesia católica. Las otras iglesias cristianas
deberían reconocer esta "troncalidad básica" (históricamente
incuestionable) de la iglesia católica, pero al mismo tiempo verían
reconocida su legitimidad histórica, independencia y su tradición por
la iglesia católica. El nuevo estado de comunión que se alcanzaría no
debilitaría a ninguna de las iglesias, sino que muy al contrario las
reforzaría para hacer frente a los retos comunes de la modernidad. La
estrategia que aquí proponemos para llegar a este estado de "comunión"
debería, pues, atender a la siguientes dimensiones.
Fundación de la Asamblea de la Comunión Cristiana
(ACC).
Supuesta, por tanto, la persuasión intercristiana de llegar a una
comunión en la fe, el primer paso debería ser la constitución de una
Asamblea de la Comunión Cristiana que debería ser distinta de las
asociaciones de iglesias cristianas hoy existentes. La nueva Asamblea
debería ser producto de la nueva situación y su novedad sería signo de
ella. Alguien debería liderar la constitución de esta nueva ACC. Por su
importancia histórica, por su continuidad directa con la tradición
apostólica, por sus dimensiones universales y por su prestigio, este
liderazgo debería pertenecer a la iglesia católica. Hasta ahora la
iglesia católica, celosa de su abolengo en lo histórico y en lo
teológico, evitando que se la viera solo como una más de las iglesias
en un mismo nivel, se ha mantenido al margen de las asociaciones de
iglesias cristianas. El tiempo nuevo del paradigma de la modernidad
debería llevar a la iglesia católica a un nuevo espíritu de liderazgo
ecuménico amplio y generoso orientado hacia la "comunión". Volveremos
más adelante sobre ello. ¿Quiénes deberían ser invitados a formar parte
de esta ACC? Pienso que la estrategia debería ser gradual. En un primer
momento las grandes iglesias tradicionales de Europa y América deberían
formar la ACC: las iglesias ortodoxas históricas, la iglesia anglicana,
la iglesia evangélica alemana, los luteranos de diversos países, los
presbiterianos, baptistas, episcopalianos, etc. Esta ACC constituyente
que se hubiera formado debería establecer el "núcleo esencial de la
comunión en la fe cristiana". De acuerdo con él, en procesos sucesivos
e independientes, la ACC debería invitar a otras iglesias y grupos
cristianos que se consideraran en condiciones para asociarse. Asimismo,
la ACC resolvería las peticiones de asociación presentadas. La ACC
constituyente debería tener el poder permanente para admitir y excluir
a los miembros de la asociación. Igualmente debería establecer la
"constitución" y el "reglamento" funcional de la ACC.
Presidencia de la ACC y el papel de la iglesia
católica.
La ACC estaría constituida, pues, por las cabezas de las diferentes
iglesias. Son evidentes las razones históricas y teológicas que
justificarían que la ACC estuviera bajo la presidencia permanente de la
iglesia católica; por tanto, del papa de Roma. Si las iglesias -en
conformidad con el supuesto en que nos movemos- hubieran reconocido el
núcleo específico de la iglesia católica (y esta hubiera, de la misma
forma, reconocido el núcleo específico a las demás iglesias) deberían
haber reconocido a la iglesia católica como el tronco histórico
primigenio en que subsiste la iglesia que, aun consciente de sus
errores y del pasado, en muchos sentidos lamentable, ha mantenido la
tradición apostólica. Aunque por los errores de unos y otros (no solo
de unos) se produjo la separación por la justificación subjetiva de
algunos que veían en la separación una forma, en aquel momento
inevitable, de fidelidad a la iglesia de Jesús, las iglesias deberían
reconocer que la lógica del cristianismo (a la que todos, por diversas
causas, fueron infieles) nunca debió haber producido la desunión que de
hecho se produjo. La ruptura, aunque se llegó a ella, nunca debiera
haberse producido (y menos el enfrentamiento) entre las iglesias
cristianas. En el mundo cristiano, el nuevo "espíritu de la modernidad"
debería eliminar en todas las iglesias el temor a reconocer el
incuestionable papel de la iglesia católica y del papa como eje
histórico del cristianismo en la estricta continuidad de la tradición
apostólica. En alguna manera, la ACC representaría una vuelta de las
iglesias a sus raíces, una conversión germinal a la unidad: una vuelta
a la "comunión esencial" en la unidad cristiana que no niegue el hecho
histórico ya irreversible de la existencia de las diversas iglesias. En
esta vuelta a la unidad en la comunión cristiana la iglesia católica
debería jugar el papel conferido por la historia y por la teología.
Tras la comunión, en los términos planteados aquí, la iglesia católica
mantendría los principios dogmáticos de su tradición que no se verían
afectados por el "reconocimiento" de las otras iglesias que supondría
la integración en la ACC.
La independencia de las iglesias y su papel en la
ACC.
La integración en la ACC, así como la presidencia de la iglesia
católica, del papa, no significaría la disolución de las iglesias. Al
contrario permanecerían en su independencia y por una decisión libre
revocable formarían parte de la ACC. Serían independientes en su
teología, en su orden disciplinar, en su administración, en la pastoral
de sus fieles y en todas las decisiones jerárquicas. La presidencia
mencionada de la iglesia católica no supondría evidentemente (como se
contemplaría tanto en las constituciones como en el reglamento de la
ACC que estarían orientados a la comunión en la fe) que el papa
"mandara sobre los demás" (como temerían las angustias ancestrales y
las prevenciones ante la agresiva iglesia católica del pasado en un
contexto histórico muy distinto). La presidencia sería solo moral y
honorífica; las decisiones de la ACC como tal serían asamblearias. De
la misma manera que las iglesias reconocerían a la iglesia católica en
la esencia de su continuidad con la tradición apostólica, así
igualmente la iglesia católica reconocería el núcleo específico de cada
una de las iglesias y su incuestionable legitimidad histórica e
independencia en los términos comentados.
El núcleo esencial de comunión cristiana. En
la ACC, una vez constituida, debería acordarse por consenso el "núcleo
esencial de comunión cristiana". En su cobertura deberían mencionarse
todos los contenidos esenciales del kerigma cristiano. No creo que
hubiera grandes problemas para ello, ya que el kerigma está ya presente
en las grandes iglesias de la tradición cristiana y los problemas
existentes son más bien hermenéuticos. A mi entender debería establecer
que el cristianismo es la adhesión a la doctrina de Jesús que ha sido
proclamada en un kerigma presente en las iglesias. En la revelación se
desvelaría el eterno designio divino para la creación del mundo y de
una especie humana a la que se ofrece participación en la vida divina.
El único Dios creador como Dios Trinitario que establece un orden para
la libertad, que hace posible el pecado, el Espíritu y la Gracia, así
como la voluntad redentora universal que se personaliza en el Verbo. La
encamación del Verbo, la predicación de Jesús, sus palabras y sus
hechos, hasta la muerte y resurrección como misterio esencial del
cristianismo, deberían ser también parte esencial del consenso.
Igualmente los principios consensuados sobre el acceso a la fe en Dios
por mediación universal del Misterio de Cristo. Por último, debería
contener los principios básicos de la teología de las iglesias como
vehículo de transmisión a la historia del mensaje de Jesús. A mi
entender sería posible que en este "núcleo esencial" consensuado se
contuviera también la explicación de la significación real del misterio
de Cristo de acuerdo con la hermenéutica que en la actualidad permite
el paradigma de la modernidad. El cristianismo, de acuerdo con esta
hermenéutica consensuada, debería presentarse como la religión que
llama a todos los hombres a creer en el Amor de un Dios oculto que crea
la libertad y que se nos manifestará salvador por la resurrección. En
este consenso debería, además, proclamarse la forma en que el
cristianismo se entiende a sí mismo en relación al "universal
religioso" y a las otras religiones, en los términos que han sido
hechos posibles por la hermenéutica desde el paradigma de la
modernidad. Estas indicaciones son solo una sugerencia que esbozamos
intuitivamente en este momento, ya que el "núcleo esencial" consensuado
debería ser objeto de profundo y preciso estudio teológico, antes de
ser aprobado por la ACC.
Mutua tolerancia de los núcleos teológicos y
disciplinares específicos.
No se niega, por tanto, que las iglesias pudieran tener sus "núcleos
específicos" que se justifican por la independencia y la legitimidad
histórica de las iglesias. Por ello existirán diferencias teológicas y
disciplinares que deberán ser excluidas del "núcleo esencial"
consensuado en la ACC. Este "núcleo esencial", por otra parte, no
estaría nunca en contradicción con los "núcleos específicos" de cada
iglesia. Pero el "principio de tolerancia" debería permitir que cada
iglesia viviera en su tradición propia. De la misma manera que en la
iglesia católica han existido diferentes escuelas teológicas que han
dado interpretaciones diferenciadas del kerigma por diferentes
hermenéuticas, así igualmente debería admitirse la existencia de
tradiciones teológicas, disciplinares, organizativas y jerárquicas
diferenciadas en las iglesias, dentro de la unidad en la comunión
cristiana esencial. Por tanto, cada iglesia seguiría teniendo sus
pastores, sus teólogos, sus seminarios, sus revistas, sus formas de
proclamar el kerigma cristiano y hacerlo presente en la sociedad. Pero
lo harían siempre en el espíritu de la comunión intercristiana y todas
las iglesias serían conscientes de estar embarcadas en una tarea común:
promover el acceso a Dios a través de la adhesión a la persona divina
de Cristo. El espíritu de comunión intercristiana impulsaría además el
diálogo teológico, de tal manera que creciera el mutuo entendimiento
entre unos y otros, facilitándose probablemente la ampliación de
futuros consensos teológicos (y quién sabe quizá incluso a la deseable
"unión" de los cristianos).
Política unitaria de la ACC ante la sociedad.
La actuación de la ACC en lo referente al fortalecimiento de la fe
cristiana universal sería su tarea más propia. Sin embargo, la ACC
debería tener también una función nueva: gestionar y dirigir la
presencia del cristianismo en el mundo. Las actuaciones que para ello
se emprendieran serían también fruto del consenso intercristiano. Por
primera vez en la historia moderna el cristianismo tendría voz unitaria
ante el mundo en problemas sociales, culturales, éticos, económicos,
políticos, etc. Si hasta ahora ha sido impresionante seguir las
actuaciones del papa ante las naciones y los organismos internacionales
como representante de la iglesia católica, mucho más lo sería si lo
hiciera en representación del cristianismo universal. Por ello, las
posibilidades reales de influir en la sociedad y de hacer presente el
kerigma cristiano entrarían en una nueva dimensión desconocida hasta
ahora. Debemos recordar que, según lo dicho, esta voz unitaria de la
cristiandad en la ACC no supondría que cada una de las iglesias, como
ha hecho hasta ahora la iglesia católica, no pudieran seguir
dirigiéndose a la sociedad desde su independencia.
Renuncia al proselitismo y respeto a la libertad
religiosa personal.
No es posible realizar el "mutuo reconocimiento" intercristiano y
mantener al mismo tiempo muchos de los hábitos que han regido hasta
ahora las relaciones entre iglesias cristianas. Me refiero a la
búsqueda de la "conversión" de los creyentes de unas iglesias a otras.
La renuncia al proselitismo se funda en la persuasión de que todas las
iglesias están en la fe cristiana esencial ·y en el Espíritu de Dios.
Hay diferentes tradiciones: pero existe también una comunión en la
esencia de la fe y una unión visible de esa comunión en la ACC. A mi
entender, no solo debería ser habitual la renuncia al proselitismo,
sino que debería instaurarse en las iglesias el hábito de que unos y
otros exhortaran a la permanencia sentida y responsable en la propia
tradición cristiana. No obstante, hay algo que nunca puede olvidarse:
el principio de la libertad personal. Debería siempre respetarse que un
cristiano quisiera integrarse en otra iglesia. El que esto sucediera
nunca debería interpretarse como resultado de una incitación a la
conversión (que no debería darse al renunciar al proselitismo entre las
iglesias). Debería mantenerse en estos casos un principio de tolerancia
a las decisiones personales, sin que ello produjera tensiones entre las
iglesias afectadas.
El conocimiento reciente -cuando se estaba procediendo a la revisión
final de este manuscrito- de las disposiciones de la Santa Sede para
hacer posible un Ordinariado Personal y la creación de un rito
anglicano-católico para acoger a un número importante de cristianos
anglicanos en la iglesia católica, se presta a una reflexión de fondo.
Por una parte, es claro que estas valientes disposiciones de la iglesia
católica responden al proceso clásico de "conversión" de unas iglesias
cristianas a otras, mantenido en los últimos siglos. Ha sido por ello
una decisión arriesgada porque pudiera haber enturbiado las relaciones
ecuménicas; aunque las declaraciones de la jerarquía anglicana, al
menos de cara a la opinión pública internacional, lo hayan asimilado
con apertura y comprensión. Sin embargo, la decisión vaticana muestra
cómo la iglesia católica puede convivir con ciertas peculiaridades y
tradiciones especiales, litúrgicas y teológicas, de iglesias que han
sido acogidas en su seno o que gozan de una legitimidad histórica para
el mantenimiento de sus tradiciones (esto pasa con los ritos orientales
católicos). Lo que nosotros proponemos como futuro de las relaciones
interconfesionales cristianas hacia su convergencia en la plena
"comunión eclesial" (la ACC) es algo de mucha mayor envergadura que, a
todas luces es distinto. Si la iglesia anglicana -hagamos el supuesto
-reconociera el "núcleo esencial de la iglesia católica", integrándose
en la ACC y volviendo a su unidad en la continuidad de la tradición
apostólica, en los términos expuestos, ¿qué problema tendría la iglesia
católica en reconocer la autenticidad subjetiva y cristiana, la
legitimidad histórica, la independencia funcional, las tradiciones
teológicas propias de la iglesia anglicana en su conjunto? La verdad es
que no veo dificultad y debería ser una decisión asumida por la iglesia
católica, en aras de la unidad cristiana en el mundo, que no
contravendría en absoluto ningún principio teológico católico sobre la
manera en que la iglesia se ha entendido a sí misma durante siglos. Se
trataría de una decisión de gobierno, una decisión política, que, en un
sentido u otro, no afectaría al núcleo teológico del kerigma.
2.3.3. Los frutos del reconocimiento:
fortalecimiento por la comunión
Es posible que estas propuestas, nacidas de la lógica del paradigma de
la modernidad, creen en mentalidades conservadoras una sensación de
vértigo y desorientación. Una sensación de que mundos hasta ahora
autosuficientes van a desmoronarse por aplicación de estrategias en el
fondo disolutorias de unos y de otros. Nada más distante de las
posibilidades reales que, a nuestro entender, se contendrían en el
impulso hacia el mutuo reconocimiento intercristiano. El fruto del
reconocimiento sería el fortalecimiento por la comunión.
Fortalecimiento de la iglesia católica. Es
claro que la evolución ecuménica intercristiana que proponemos
significaría un cambio sustancial en la política de la iglesia
católica. Hasta ahora ha sido marcar diferencias para que nadie dude de
que ella es la que mantiene la tradición apostólica, que las otras
iglesias se han separado, son culpables y deben volver a la unidad; el
ecumenismo actual ha hecho compatible esta persuasión con palabras
amables, diálogo teológico y, en último término, retórica. Podría
pensarse que la nueva política cristiana que proponemos podría
debilitar a la iglesia católica. Pienso, sin embargo, que es todo lo
contrario. La cesión generosa de la iglesia católica concediendo: a)
los errores propios que pudieron provocar la separación, b) la
justificación subjetiva de la separación como intento de búsqueda
crítica de la fidelidad a Jesús, c) la plena legitimación histórica de
las iglesias y del derecho a existir de sus ricas tradiciones, d) su
plenitud cristiana como vivencia en el Espíritu de la adhesión a Jesús
y como proclamación del kerigma cristiano en la historia, se
equilibraría por lo que las iglesias asociadas en la ACC concederían a
la iglesia católica. En compensación la iglesia católica recibiría de
las iglesias a) el reconocimiento de su condición de tronco histórico
esencial de la cristiandad y fundamento de la tradición apostólica de
la fe cristiana, b) igualmente el reconocimiento de la presidencia
moral consecuente de la ACC y, por tanto, en algún sentido, como cabeza
real de la cristiandad, c) reconocimiento del error que, de parte de
unos y otros, significó la separación, ya que nada debiera haber roto
la unidad de los cristianos, d) reconocimiento, en consecuencia, del
protagonismo papal como cabeza de la iglesia católica y como líder
moral de la ACC.
Estos cambios supondrían que la ACC asumiría lo que la iglesia católica
considera el "núcleo esencial específico" de su doctrina. La política
fue en el pasado diferente; pero hoy la iglesia podría libremente ser
generosa y abrirse a la comunión con las otras iglesias cristianas en
los términos propuestos. Podría ser líder promotor de la ACC. No
considero que pudiera haber ningún tipo de problema teológico a que la
misma iglesia tomara estas decisiones políticas. Por otra parte, una
vez constituida la ACC, la iglesia católica continuaría como hasta
ahora: con independencia doctrinal, con la organización administrativa
y pastoral existente, con la misma capacidad de actuación independiente
ante sus fieles y ante el mundo. Haber promovido la ACC sería una
fuente de prestigio superior y, además, se habrían eliminado los focos
de tensión con las grandes iglesias cristianas. La tensa rivalidad del
pasado habría sido sustituida por la sensación de una verdadera
comunión en el Espíritu con todas las iglesias. Esto sería tanto más
positivo cuanto que, en la actualidad, el problema real no es conseguir
tres o cuatro conversiones de cristianos de otras iglesias, sino
afrontar la verdadera promoción de la fe entre los católicos
existentes, en gran parte descristianizados por la crisis de fe en el
mundo contemporáneo y en impulsar nuevas adhesiones a la fe en el mundo
de la increencia y de la indiferencia. El movimiento ecuménico sería
así -en el marco del concilio al que pronto nos referiremos- un impulso
nuevo de gran envergadura universal para promover la fe católica.
Fortalecimiento de las iglesias cristianas. Lo
mismo podemos decir de las iglesias cristianas. Podrían tener la
sensación de que el mantenimiento firme de las fronteras ha sido su
mejor estrategia de defensa. Sin embargo, ante la crisis de la
religiosidad aludida que afecta a todas las iglesias, su cobertura
teológica en el marco de la ACC sería el mejor camino para ganar
prestigio y seguridad frente a sus fieles y frente a la sociedad. Al
mismo tiempo, participarían en una comunión sentida con las otras
iglesias en los proyectos para una proclamación nueva y renovada del
kerigma cristiano ante la sociedad. Estarían en mejores condiciones
para mantener firme la fe de sus fieles, para proclamar con mayor
fuerza el kerigma cristiano y para recibir nuevas adhesiones entre
ciudadanos de las sociedades en que se hayan tradicionalmente insertas.
Para las iglesias cristianas la crisis real sería seguir en su declive
mantenido de presencia social y de fe como hasta ahora. El
fortalecimiento sería hacerse miembros activos de la ACC, instaurando
la conciencia de que ante todo somos cristianos unidos en una verdadera
comunión de fe universal que se manifiesta en las diversas iglesias que
los avatares de la historia hicieron nacer, legitimaron por la
consolidación de sus tradiciones teológicas y que hoy representan
formas comunitarias de vivir diferencialmente una misma esencia de la
fe cristiana en solidaridad. Con el soporte de la unidad cristiana en
la ACC múltiples proyectos interconfesionales llevarían al
fortalecimiento social de todas las iglesias.
Conclusión. Las dos grandes separaciones de
las iglesias cristianas tuvieron causas muy precisas. La iglesia
católica, ya en plena Edad media y entrando en el renacimiento, se
hallaba en plena crisis, atrapada principalmente en las redes del
antiguo diseño socio-político teocrático derivado del paradigma
grecorromano (capítulo III). La reforma protestante en el siglo XVI
quiso acercarse a un cristianismo más auténtico por la crítica
teológica: quiso hacer la crítica del cristianismo existente en su
tiempo que, en efecto, como es reconocido por todos los historiadores,
tenía ciertamente mucho que criticar. La iglesia ortodoxa de
Constantinopla no vio que la idea del papado inspirada en el
centralismo político fuera propia de la cristiandad. Estas
circunstancias que provocaron la ruptura cristiana están siendo
superadas por la misma evolución de la iglesia católica. Al entrar en
el paradigma de la modernidad la iglesia católica habría llegado a la
madurez que le permite emprender la crítica del paradigma grecorromano
y la adaptación a los nuevos tiempos en plena congruencia con su
tradición teológica. La iglesia podría hacer hoy la crítica racional
que el protestantismo quiso emprender (y que probablemente no llegó a
poder realizar plenamente porque el tiempo no había llegado a su
madurez). Pero hoy pueden reencontrarse catolicismo y reforma en la
madurez de la nueva hermenéutica de la modernidad. Pero, por otra
parte, si la iglesia católica, como aquí hipotéticamente contemplamos,
emprendiera la constitución de la ACC, se habría dado un paso capital
para un replanteamiento del lugar del papado en la iglesia universal y
del papel autónomo de las diferentes iglesias, orientales y reformadas.
Esto sería, sin duda, un factor clave para que la iglesia occidental
romana, que tiene al Papa como Cabeza, y la iglesia ortodoxa de
Constantinopla y de Moscú volvieran a reencontrarse.
2.4. La lógica del mutuo reconocimiento
interreligioso
El epígrafe 1 de este capítulo estudió la lógica del diálogo
interreligioso e interconfesional. Este nos llevó al concepto de "mutuo
reconocimiento" (al que accedimos desde la fenomenología de Hegel). En
el epígrafe 2 hemos abordado hasta ahora la reflexión sobre el "mutuo
reconocimiento" que, en primer lugar, hemos dirigido al reconocimiento
interconfesional en el cristianismo. Queda abierta finalmente la
pregunta por el mutuo reconocimiento entre las grandes religiones. Hoy
podemos hablar solo sobre el cristianismo en general, pero conscientes
de la diferenciación de las iglesias. Si las iglesias ya estuvieran en
la ACC podrían, en efecto, dirigirse como "cristianismo" a las otras
religiones en una interpelación de mucha mayor fuerza. Finalmente, nos
referimos ahora, en los epígrafes que restan en este capítulo, al
"mutuo reconocimiento" entre las grandes religiones: judaísmo, budismo,
hinduismo e islamismo. Los conceptos fundamentales fueron ya antes
introducidos. Nos permiten entender ya en qué debe consistir el "mutuo
reconocimiento" interreligioso desde la modernidad.
Lo "universal religioso" desde el "paradigma de la
modernidad".
En el razonamiento defendido en este capítulo hemos mantenido una
constante en la referencia al paradigma de la modernidad. La
racionalidad del tiempo moderno permite una nueva comprensión del
"universal religioso" que nos adentra tanto en la mejor comprensión del
cristianismo como en la esencia de la religiosidad natural, presente en
todas las grandes religiones. La forma, pues, de entender el mutuo
reconocimiento interreligioso se argumentará siempre, como veremos,
desde un "paradigma de la modernidad" que, a nuestro entender, hace
posible hoy una mirada distinta de unas religiones sobre otras.
El mutuo reconocimiento entre las grandes
religiones.
El proceso de mutuo reconocimiento interreligioso responderá a las
características generales que se han aplicado a entender qué debería
ser el reconocimiento interconfesional en el cristianismo. Se trata de
lo mismo, pero aplicado ahora a entender cómo deben mirarse y
entenderse las grandes religiones, reconociendo, por una parte, que
todas forman parte del "universal religioso", pero que, por otra, cada
una tiene su "núcleo específico" propio y su incuestionable legitimidad
histórica. Lo que el mutuo reconocimiento permitiría sería una
"comunión" más profunda en el universal religioso. Cuando el "paradigma
de la modernidad" nos dice que ese "universal religioso" es cristiano,
no quiere decir que el cristianismo se imponga sobre las otras
religiones, sino que la esencia del cristianismo es la de todas las
religiones. En otras palabras podríamos considerar que el cristianismo
debe saber -y esto se hace posible por el nuevo paradigma- que su
esencia religiosa no es algo "local", particular que represente un
"historicismo" frente a los otros "historicismos" religiosos. La
esencia del cristianismo es la universalidad: es la Voz del Dios
Universal de la Creación que ha resonado en la doctrina de Jesús, en la
Voz del Dios de la Revelación. Por esto el cristianismo no es solo de
las iglesias cristianas: el logos natural de la religión, la Voz de la
Creación, es de todas las religiones. Cuando estas ahondan en su
sentido profundo no es que se hagan cristianas, sino que se adentran en
el logos de su misma religiosidad. Por eso puede darse una comunión en
el "universal religioso".
3. El judaísmo
El mutuo reconocimiento entre judaísmo y cristianismo puede presentarse
como obvio porque el segundo se funda en la tradición religiosa del
primero. La dificultad puede estar precisamente en esa misma unidad de
la tradición y en las tensiones que, por la misma cercanía, han surgido
a lo largo de la historia. Las variables, sin embargo, del mutuo
reconocimiento religioso pueden cumplirse entre judaísmo y cristianismo
con gran profundidad teológica. La historia ha sido, sin embargo, un
lamentable escenario -que no podemos juzgar con principios
anacrónicos-de enfrentamiento. Para los judíos los cristianos se
salieron de la tradición rigurosa de la Ley para seguir la doctrina
arriesgada de un extraño y revolucionario profeta. Para los cristianos
los judíos se cerraron a la doctrina de Jesús que representaba la
revelación. La coincidencia de judíos y cristianos en el universal
religioso es total. Además, bidireccionalmente la mirada de respeto, de
amor y de reconocimiento hacia el núcleo esencial específico de ambas
religiones puede ser muy grande: se comparte el mismo origen, muchos de
los grandes profetas y personajes, la misma historia, y parte de las
Escrituras. La penosa historia de incomprensión y enemistad de tantos
siglos, sobre todo de persecución de cristianos sobre los judíos, debe
ser perdonada y olvidada. En el marco del paradigma de la modernidad,
una visión nueva del cristianismo debe facilitar el reencuentro con el
judaísmo, en cuya historia están las raíces de la religión conocida
como judeo-cristiana. El cristianismo debe mirar al judaísmo como a
padre y el judaísmo como hijo al cristianismo. Igualmente el mutuo
reconocimiento judeo-cristiano debe abrirse al mutuo reconocimiento
entre las grandes religiones, especialmente con el islam. Recordemos
primero la historia y doctrina del judaísmo para reconstruir finalmente
la mirada teologal de mutuo reconocimiento entre estas dos religiones
de la misma familia.
3.1. Israel y los orígenes de la religión
judía: La Alianza
Unos 1800 años a.C. en las montañas cercanas al río Jordán, alejadas de
las ricas llanuras junto al mar Mediterráneo habitadas por otros
pueblos (cananeos, filisteos, etc.), los hebreos eran unas pobres
tribus nómadas agrupadas en clanes familiares sometidos a la autoridad
de un patriarca. Se vive en un ambiente politeísta: cada pueblo tiene
sus dioses y prácticas religiosas propias. El patriarca Abrahán cree
tener la experiencia de que un Dios, Yahvé, se ha dirigido a él, y a su
pueblo, ofreciéndole establecer una Alianza. Abrahán, y los suyos,
deben reconocer a Yahvé como su Dios, serle fiel y ser sus testigos;
Yahvé les ofrece la Bendición: bendición es, en sentido bíblico, la
gracia de que las cosas vayan bien en la vida inmediata, la
prosperidad, el amparo y la ayuda para superar las penalidades de la
vida. Pero la promesa de bendición en la Alianza con Abrahán es
universal: "Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra"
(Génesis 12,3). A partir de entonces la historia de la religiosidad de
Israel es la historia de un pueblo que espera la realización de la
Promesa de Bendición. Pero pasa el tiempo y la bendición no se cumple,
surgen problemas y la esperanza flaquea; parece que por fin se ha
cumplido pero vuelve otra vez el sufrimiento. Este tira y afloja entre
confianza y desconfianza en la Promesa es la historia religiosa de
Israel. En la actualidad el judaísmo sigue confiando en la Alianza y en
el cumplimiento futuro de la Promesa de Bendición, que se realizará en
este mundo y que afectará a toda la humanidad (todos los linajes de la
tierra).
Los judíos bajan a Egipto y la Promesa todavía no se ha cumplido. La
persecución les hace huir hacia la Tierra Prometida bajo el liderazgo
de Moisés; el cumplimiento de la Promesa se asocia a la bendición, la
de poseer una tierra propia (la Tierra Prometida). Tras múltiples
penalidades los judíos logran instaurar la monarquía triunfante de
David y Salomón -que construye el gran templo de Jerusalén-, e
interpretan, precipitadamente, que se ha cumplido la Promesa. Pero la
monarquía se hunde e Israel es de nuevo presa de sus enemigos. Asirios
y babilonios deportan a los judíos a Babilonia donde los intensos
sufrimientos hacen flaquear la persistencia en la confianza religiosa
en la Alianza con Yahvé. Aparecen entonces las escuelas proféticas que
llaman a seguir confiando en la Promesa: Natán, Elías, Elíseo, Amós,
Oseas, Isaías, Jeremías, intervienen en distintos momentos y
circunstancias para purificar y mantener la fe de Israel, a pesar de la
desmoralización y de la desconfianza. Los judíos acaban volviendo a su
tierra, pero la diáspora, o diseminación del judaísmo en naciones
cercanas, extiende sus comunidades por todo el Oriente Próximo (en la
comunidad de Alejandría se elabora la primera traducción de la Biblia
al griego, llamada de los Setenta). Los judíos quedan integrados en los
reinos helenísticos y son humillados: Antíoco IV Epífanes (175-164
a.C.) convierte el templo judío en templo de Júpiter Olímpico; es
cuando interviene el profeta Daniel. La rebelión de los Macabeos
permite restaurar el culto judío en el templo. A largo de estos tiempos
difíciles se consolida la interpretación judía de que el cumplimiento
de la Promesa irá unido a la aparición de un Mesías -anunciado de forma
oscura en los diversos profetas-que conducirá a la restauración de la
nación y del culto religioso en el templo de Jerusalén. Parece que esta
interpretación nacionalista de la religiosidad de Israel
(principalmente bajo los Macabeos) provocó la separación de la secta de
los esenios, tendente a un mayor espiritualismo. En el año 63 a.C.
Pompeyo se apodera de Jerusalén y se estabiliza el dominio romano que
acaba con la organización civil de los judíos. Por último, en el año 70
d.C. la rebelión de los judíos provoca la cruenta represión romana que
lleva a Tito en el año 70 d.C. a la destrucción absoluta del templo de
Jerusalén (y también a la destrucción del asentamiento esenio en
Qumrán). Son los momentos más duros y trágicos de la historia de
Israel.
3.2. El judaísmo después de la destrucción del
templo
Los desastres políticos promueven una progresiva emigración de los
judíos hacia otros países. La comunidad judía de Palestina ya no es la
más importante. Otra rebelión frente a los romanos, en el año 135 d.C.,
conduce a una nueva represión del emperador Adriano y a una nueva
emigración que reduce más la presencia judía en Palestina. La expansión
del islam en la zona, a partir del siglo VII, contribuyó a reducir la
presencia del judaísmo civil, aunque el islam fue en general bastante
tolerante con los judíos, siempre que se mantuvieran como un gueto y no
hicieran proselitismo. De unos países se emigró a otros, en ocasiones
como consecuencia de persecuciones, llegándose así a la fundación de
comunidades judías en todo el Oriente Próximo, Norte de África y países
europeos, incluida Rusia. La llegada a los Estados Unidos se hizo en
tres grandes oleadas, la primera ya en los siglos XVII-XVIII. En la
Edad media, ya estaban presentes en la España musulmana y cristiana,
dando origen a la importante comunidad sefardí, los sefardíes, que
emigrará a otros países tras las sucesivas expulsiones de España. La
comunidad de los judíos centroeuropeos, los askenazíes, será también
muy importante, creando incluso una lengua, el yídico o yidish (una
transformación judía del alemán} todavía hoy existente entre ellos.
Para mantener la cohesión como grupo en condiciones tan difíciles el
judaísmo mostró una voluntad extraordinaria, pero tuvo que organizarse
de forma muy cerrada e introvertida, siempre agrupada en torno a la
Sinagoga que ocupa el lugar del templo destruido. Las diversas
comunidades judías, muy distanciadas y aisladas unas de otras,
produjeron teología y filosofía, literatura y poesía, mística,
ritualismos, compilaciones de la ley, filosofías y aportaciones
culturales de todo tipo. Su aportación a la cultura española es enorme.
Todo ello debe ser añadido a su rico patrimonio religioso. Tras muchas
persecuciones, y penosas vicisitudes de los judíos en diversos países,
a fines del XIX se fundó el Movimiento Sionista Internacional orientado
a fomentar la reconducción de los judíos a Palestina con la idea de
refundar allí un nuevo estado judío. La primera marcha (Alyah) fue de
1881 a 1903, produciéndose después otras cuatro hasta 1939. El judaísmo
moderno ortodoxo sigue esperando el cumplimiento de la Promesa de
Bendición y la llegada del Mesías que la realice.
3.3. La Torá y los Libros Sagrados en el
judaísmo
Un aspecto importante de la religión de Israel es que se entiende
causada por una iniciativa divina. Es Dios quien se ha dirigido a
Abrahán y se ha revelado, estableciendo una Alianza. Ahora bien, la
revelación ha quedado plasmada en unos libros y, por ello, los judíos
creen que Dios ha inspirado eficazmente esos libros para que
contengan correctamente La Ley, el contenido de la Alianza. Este
concepto de revelación es propio de Israel y está más allá del concepto
de libro sagrado que encontramos también en otras religiones. La
revelación de Dios se contiene en dos libros santos: la Biblia y el
Talmud. La Biblia está compuesta por La Torá (Génesis, Éxodo,
Números, Levítico y Deuteronomio), los Profetas (comprende los libros
históricos y los profetas) y las Hagiografías (Sabiduría, Proverbios,
Job y otros); más o menos equivale al Antiguo Testamento cristiano,
pero con otra forma de agrupación. El Talmud es el segundo
libro santo, constituido por tradiciones orales que describían aspectos
de la teología y rituales judíos. Al producirse la diáspora y temer que
pudiera perderse la tradición oral se fue poniendo progresivamente por
escrito; abarca sobre todo leyes rituales referentes a las bendiciones
y la vida agrícola, festividades, familia y relaciones conyugales,
código moral y civil judío, leyes de pureza y purificación, sobre todo
en la alimentación. El estudio científico, tanto de la Biblia como del
Talmud, es altamente complejo y da lugar a numerosas especialidades
universitarias. En la Biblia se denomina el estudio histórico-crítico.
Desde el punto de vista de la fe religiosa judía se estudia la forma,
los sentidos, en que debe leerse la Biblia para interpretarla y
entender desde ella la revelación: sentidos aparente, alegórico, moral
o metafísico, místico, etc. Los escritos cabalísticos, la llamada
Cábala, surgidos del siglo II al XVI, no son libros sagrados del
judaísmo, pero son altamente valorados como manifestación de
especulaciones filosóficas, teológicas, simbólicas, rituales, pero
siempre un tanto esotéricas, especulativas, que se fueron produciendo
en las distintas comunidades judías de la diáspora. La escuela de la
Cábala sigue viva en la actualidad, aunque no es seguida por todos.
3.4. Contenidos teológicos de la religión judía
Monoteísmo. Frente a las otras religiones, el
judaísmo destaca por un riguroso y absoluto monoteísmo. No está claro
desde el principio, ya que se necesitará una larga evolución hasta que
se cae en la cuenta de que Yahvé se ha revelado como el Dios único y
absoluto. Es un Dios personal que interpela al hombre y que se
manifiesta como Padre; el judío se relaciona personalmente con Él por
las oraciones y los rituales. Es un Dios que ama al hombre y quiere ser
amado por el hombre (recordemos la mística judía de todas las épocas,
presente ya en la Biblia, verbi gratia,, en el Cantar de los
Cantares,
cuyo sentido se refiere a la relación con Dios, o en las mismas
tradiciones místicas de la Cábala). Es un Dios que se preocupa por los
individuos y por el pueblo de Israel. Es, además, transcendente al
universo (no es una parte del universo); pero es, al mismo tiempo
creador y fundamento ontológico del universo, no solo en un primer
momento, sino en una creación desde la nada y fundamento continuo de su
permanecer en el tiempo. El perfeccionamiento de esta idea de Dios se
va produciendo poco a poco a lo largo de la historia bíblica. Aunque es
transcendente es, sin embargo, cercano a todos los seres, presente en
el espíritu del hombre, omnipresente y omnisciente, ya que lo abarca
todo y lo contiene. Puede ser también un Dios que se ofende por las
acciones humanas y que castiga.
La tradición filosófico-teológica de la Cábala contiene preciosas
exposiciones sobre cómo entender que Dios sea transcendente y, al mismo
tiempo creador del universo desde la nada. La pregunta era entender
cómo Dios había creado el universo desde sí mismo. Las ideas de Luria,
judío sefardí del comienzos del XVII, asentado en Palestina,
reinterpretaron ideas de la Cábala por medio de la imagen del
Tzim-Tzum: Dios es luz que hace en sí la oscuridad por un proceso
interno de retracción o autovacío que hace nacer el universo; en esa
ontología del mundo como oscuridad van produciéndose partículas de luz
que configuran poco a poco el mundo físico hasta la emergencia de los
seres vivos y del hombre, ser ya plenamente abierto a la luz de Dios.
De esta manera, la cábala enlaza la apertura a la luz como la inmersión
mística en la luz divina como forma de espiritualidad.
Antropología e historia de salvación. El
judaísmo no es dualista. El alma humana es el principio vital, el
hálito viviente, el espíritu que brota del cuerpo. No responde al
dualismo griego en ninguna de sus formas, aunque la Cábala se vio
influida por el neoplatonismo y en ella aparecieron ideas del "alma"
cuya congruencia con las tradiciones más antiguas de la antropología
hebrea habría que estudiar. El hombre, a través de Abrahán y del pueblo
judío, está llamado a la Alianza que garantiza la realización de la
Promesa de Bendición. Por ello, el judaísmo concibe la historia de
forma lineal: es la historia de salvación que se va realizando poco a
poco; la historia es un camino hacia la salvación. La realización de la
Promesa es la constitución del Reino de Dios, la nueva monarquía de
David, que es un estado de bendición en el más-acá, en la Tierra. El
judaísmo es, pues, una religión orientada esencialmente a lo terreno.
Pero reconoce también una vida más-allá de la muerte. El alma, tras la
muerte, entra en el Jardín de Edén, pero solo si está purificada; si es
impura irá al Sheol. De esta manera, toda la humanidad camina hacia la
bendición conducida por el testimonio de Israel, primero el reino
terreno y después el Jardín de Edén. La humanidad se agrupa así en
cuatro grandes círculos: todos los hombres, el pueblo escogido o
Israel, los sacerdotes de Israel y el gran sacerdote judío que
representa a la humanidad ante Dios.
El Rabinismo. Al desaparecer en la diáspora la
organización civil de Israel comienza a tomar importancia creciente el
rabino, responsable de la sinagoga y de la lectura, de la
interpretación y del cumplimiento de la Ley (Torá). La teología judía
pasó a atribuir al cuerpo rabínico el revestimiento con una autoridad
divina en la tutela de la fe judía. Unos a otros se confieren y
transmiten la autoridad rabínica en cada comunidad. Ciertos rabinos,
por ejemplo, el Gran Rabino de Jerusalén destacan por su autoridad
reconocida. Pero no existe una centralización total, reconocida y
efectiva con autoridad única. Los rabinos no son todavía, sin embargo,
el gran sacerdote del templo de Jerusalén que aún no ha sido
reconstruido.
Teología del ritualismo judío. Una de las
cosas que más llaman la atención de la religión judía, vista desde
afuera, es la fuerza con que se apega a los rituales: en la comida (no
comer cerdo, sangre o partes impuras del animal...), en el vestido (el
uso del solideo o quipá, o las filacterias...), en la oración (rituales
de inclinaciones continuas de cabeza...), etc. Hay que tener en cuenta
que la esencia del judaísmo es la Alianza y el creyente judío se
manifiesta corno tal en el testimonio de su fe en Yahvé: todos los
rituales son en el fondo signos externos, sociales, de una fe en la
Alianza. En el sometimiento a estos signos rituales es donde se prueba
el nivel de compromiso personal con la fe judía.
3.5. La espiritualidad del judaísmo moderno
El judaísmo moderno presenta muchas formas, cuya presencia es
manifiesta, por ejemplo (aunque no solo), en el estado de Israel
actual. Al menos podemos distinguir dos tipos de judaísmo: el ortodoxo
y el racionalista. El judaísmo ortodoxo se esfuerza en general por
mantener al pie de la letra todos los contenidos teológicos, rituales y
tradiciones del pasado, considerando una traición a la fidelidad
judaica cualquier intento de revisión, relajación o apertura de nuevas
perspectivas. Pero dentro de este integrismo hay niveles de
intransigencia; así, por ejemplo, en el parlamento israelí los llamados
ultraortodoxos están hoy en la posición más radical. El judaísmo
racionalista, en cambio, admite la fe judaica pero considera que debe
acomodarse en contenido, rituales y tradiciones, a una sociedad moderna
y, sobre todo, a los resultados de la razón. Este tipo de judaísmo
liberal ha sido más flexible y ha permitido la adaptación a las
exigencias funcionales de la sociedad moderna; sus orígenes en el siglo
XIX se encuentran en el judaísmo centroeuropeo y americano. En todo
caso, el judaísmo moderno es consciente de que su actividad de alta
cualificación en todos los ámbitos científicos, tecnológicos,
artísticos, políticos y económicos del mundo occidental (sobre todo en
los Estados Unidos) es una contribución al avance de la humanidad hacia
una bendición intramundana, un Reino de Yahvé en este mundo, al que se
sienten llamados a comprometerse como pueblo escogido por una especial
llamada de Dios para ello.
3.6. El "mutuo reconocimiento" judeo-cristiano
Judaísmo y cristianismo no solo coinciden en el universal religioso,
sino que pueden mirarse con respeto y también con el amor propio de la
relación familiar. El "mutuo reconocimiento" judeo-cristiano puede y
debe ser muy profundo. El ambiente posibilitado por el paradigma de la
modernidad, la nueva actitud católica ante el diálogo interconfesional
cristiano y el eventual proceso ecuménico intercristiano facilitarán el
"mutuo reconocimiento". Deberá ser reelaborado teológicamente de
acuerdo con directrices que, a nuestro entender, responderían a los
siguientes principios.
La mirada del cristianismo sobre el judaísmo.
Es la mirada de un hijo a la tradición familiar, a las raíces que le
dan sentido y que le han hecho nacer. El kerigma cristiano responde a
las expectativas históricas de la religión de Israel y consiste en que
Cristo se presentó como el Mesías que desvelaba y realizaba la Promesa
de Bendición prometida a los primeros padres. Las angustias de Israel
en espera del cumplimiento de la Promesa son los mismos desvelos
cristianos y de la condición humana ante la incógnita de un misterioso
Dios liberador de la historia y el drama desconcertante de la
existencia ante el abandono divino.
a) Legitimidad de la fidelidad crucial de Israel. El cristiano
no suele ver en su dimensión real cómo apareció el fenómeno cristiano a
los ojos del judaísmo tradicional. Un profeta de doctrinas
revolucionarias como Jesús podía suponer la desaparición del judaísmo
como tal, de las alianzas y de las fidelidades tal como eran emotiva y
ancestralmente vividas. Cerrarse a la transformación que el
cristianismo representaba fue vivido por muchos judíos como la
fidelidad a la Alianza en un momento crucial de su historia. Esta
fidelidad subjetivamente sentida legitimaba la pervivencia histórica de
Israel a través de su religión.
b) Presencia de Dios en la tradición de Israel. El cristianismo
debe aceptar que Dios, el Espíritu, sopla en todas direcciones. Alentó
a los cristianos que en los primeros momentos siguieron a Jesús. Pero
estuvo también presente en el impulso interior que hizo a los judíos
mantener la fidelidad a lo que había sido, y seguía siendo, su fe
religiosa. El cristianismo actual debe consolarse en la presencia del
Espíritu divino en la religión de sus padres en la fe.
c) La santidad de la fidelidad a la Ley en la tribulación. La
fidelidad de la religión judaica a lo largo de los siglos debe
calificarse de conmovedora. Las tribulaciones sin cuento atravesadas
antes de Cristo -también patrimonio del cristianismo-y el trágico
deambular por tierras extrañas durante siglos y siglos, con la
persecución como compañero inseparable de camino, no debilitaron la fe
de Israel que ha llegado hasta nuestros días. La misma fidelidad
cumpliendo las extrañísimas obligaciones rituales de la Ley son un
ejemplo de lealtad religiosa extraordinario. La historia de Israel es
una historia de resignación y de apertura a Dios ante las más grandes
tribulaciones y de fidelidad eximia a la Alianza con Yahvé. El
cristianismo debe consolarse con el ejemplo de fidelidad ofrecido por
Israel a lo largo de los siglos.
d) La Promesa de la Tierra Prometida, el Reino de Yahvé. La
religión de Israel es un signo y un testimonio de que la Promesa de
Bendición de Dios no es solo transcendente, sino que la humanidad
aspira y camina hacia un Reino de Yahvé o Tierra Prometida mundana. El
cristianismo no renunció al Reino de Dios anticipado en este mundo
(capítulo VII), pero insistió en lo escatológico. La fe de Israel, sin
embargo, es una llamada a la Tierra Prometida que debe ser atendida por
el cristianismo como enseñanza presente en la fe de sus raíces.
e) El judaísmo, una presencia esencial de la historia. El
panorama actual de las religiones que testimonian complementariamente
la vivencia humana del universal religioso no sería igual si el
judaísmo faltara. Es un momento esencial de la historia de las
religiones. Sin judaísmo no habría habido cristianismo. Por ello la
presencia histórica del judaísmo no solo es subjetivamente legítima
como acto de fidelidad a la Alianza, sino que responde a una
Providencia divina y a una acción del Espíritu sobre Israel durante su
larga historia. El cristianismo debe así consolarse viendo a Dios en la
religión de Israel.
La mirada del judaísmo sobre el cristianismo.
El judaísmo es la religión en que nace el cristianismo. Este es, pues,
una transformación del judaísmo y así se presentó Jesús a sus
coetáneos: como quien representa el cumplimiento final y la
continuación de la religión de Israel. También Israel debe aprender a
pensar que su producto, el cristianismo, puede responder a un plan de
Dios. Quizá Dios no quiso que la religión de Israel desapareciera y ha
velado por ella a lo largo de la historia. Lo mismo puede pensarse del
cristianismo: Dios pudiera estar detrás de la religión cristiana y
haber amparado su tránsito por la historia. El diálogo interreligioso
debe ser capaz de aceptar que Dios está detrás de toda experiencia
religiosa y de creer que su presencia en una historia de salvación no
supone la exclusión de su presencia en otras. Dios es el cumplimiento
de toda tradición religiosa auténtica porque en todas ellas está
presente el "universal religioso" que, de acuerdo con la revelación
cristiana es el "logos cristológico".
Por tanto, tanto cristianismo como judaísmo deben aprender a
interpretar la Providencia de Dios sobre la historia para reconocer la
pluriforme unidad y la complementariedad de la inspiración divina. Dios
estuvo con Israel y veló por su fidelidad histórica porque representa
una faceta de la experiencia religiosa tan rica que no puede
desaparecer. Pero admitir la cercanía divina a Israel no supone negar
la Providencia de Dios sobre el cristianismo (también sobre otras
religiones) y su papel histórico en el desvelamiento final del designio
divino en la Creación a través del logos cristológico, tal como ha sido
expuesto, que hoy nos hace comprender con mayor profundidad el
paradigma de la modernidad.
a) La legitimidad de la respuesta a Jesús, parte de la historia de
Israel.
De la misma manera que la subjetividad judía que fue fiel a la religión
de los padres y patriarcas fue legítima, así también la subjetividad de
los cristianos que se adhirieron a la persona de Jesús fue también
legítima. Pudo ser el mismo Dios quien alentaba ambas fidelidades
porque cada una, según sus planes, tenía un papel distinto en la
historia. Israel debe aprender a mirar el cristianismo como un producto
del Dios que comenzó la relación con Israel, cuyos planes se hacen más
ricos con la fidelidad de Israel y la novedad del cristianismo.
b) La presencia del Espíritu en el cristianismo. Por tanto,
Israel debe ver el Espíritu de Dios presente en la realidad del
cristianismo. El Dios cuya fuerza no se agotó con Israel es el mismo
Dios que impulsa al cristianismo. Por ello, en alguna manera, la
religión de Israel y la religión cristiana tienen una misma raíz en el
Espíritu que se complementa por el mutuo reconocimiento. La acción de
Dios a través del cristianismo no elimina, no deja sin sentido, la
fidelidad de la religión de Israel a sus raíces (que Dios ha querido
mantener en la historia) sino que representa la revelación, el "sí"
divino al universal religioso (aceptar a Dios a pesar de la angustia,
de su abandono, lejanía y silencio) que Israel ha vivido de forma
eximia a lo largo de su dramática historia.
c) El logos cristiano universal. Israel debe aprender a leer lo
que permite hoy entender el paradigma de la modernidad: la esencia
universal de la fe que anunció y realizó Jesús. En la doctrina de Jesús
se contiene la doctrina esencial de su muerte y resurrección que
manifiesta y realiza el ocultamiento de Dios para la libertad humana,
el perdón del pecado y la liberación final de la historia. Al igual que
en las otras religiones, esta confianza en Dios a pesar de la angustia
de la muerte, es la esencia de toda posible religiosidad humana.
d) La condición cristiana de Israel. Iluminado por la
aportación
cristiana en la doctrina de Jesús, Israel puede advertir que Dios ha
honrado la historia con las tribulaciones de pueblo judío como
experiencia humana y religiosa donde se ha realizado y realiza la
esencia del cristianismo con mucha más intensidad que en algunos
cristianos. Ninguna religión ha experimentado como los judíos la
oscuridad de las tinieblas en la cruz y ninguna religión ha mantenido
fidelidad a Dios tan grande como el pueblo judío a lo largo de los
siglos. En este sentido el judaísmo ha vivido el cristianismo.
e) El cristianismo, presencia de Israel en la historia. Jesús
es
un hijo de la religión de Israel y Dios escogió a Israel, el pueblo
elegido, como cauce de su comunicación con los hombres de una manera
especial. Así piensa el cristiano y así puede pensar también el judío.
En alguna manera, el judaísmo debe ver en el cristianismo una
prolongación de sí mismo y sentirse honrado de la presencia universal
de Israel a través de la religión cristiana. Dentro del principio de un
reconocimiento mutuo de la legitimidad y sentido histórico de ambas
religiones, no cabe duda de que la convergencia vivencia! con el
cristianismo beneficiará a Israel y a la religión judía en todos los
sentidos.
4. El hinduismo
Hinduismo y budismo son las dos grandes religiones orientales, a las
que deberíamos añadir el confucianismo, propio de China, y el
shintoísmo, propio del Japón. El hinduismo es exclusivo de la India,
pero el budismo, que nació también en la India como una escisión dentro
del hinduismo, ha desaparecido por las persecuciones (hinduistas y
musulmanas) de su país de origen, la India, para extenderse después en
toda Asia, principalmente en la China y el Japón. El shintoísmo nos es
prácticamente desconocido en occidente. El confucianismo también,
aunque la emigración china a todos los países ha despertado mucho la
curiosidad por los característicos modos de comportamiento chino que,
en gran parte, translucen la filosofía confucianista de la vida
ordinaria. En cambio, el hinduismo y, sobre todo, el budismo, se han
extendido en occidente (por una especie de obra misionera moderna) y
son más conocidos. Nos referirnos aquí exclusivamente al hinduismo y al
budismo. Así como judaísmo y cristianismo son dos religiones
familiares, en cambio hinduismo y judea-cristianismo son movimientos
religiosos distantes tanto en el espacio como en lo cultural. El mundo
de ideas y de emociones de la península continental del Indostán nació
desde vivencias e interpretaciones conceptuales (historia, filosofías,
teologías, tradiciones religiosas y ritos) distintas del mundo
mesopotámico, mediterráneo y judea-cristiano. Sin embargo, en el
cristianismo y en el hinduismo está presente siempre el "universal
religioso" participado, pudiéndose producir un "mutuo reconocimiento"
enriquecedor en el marco de los principios antes expuestos (ver
epígrafes 1.2 y 1.3 en este mismo capítulo). Veamos ahora los perfiles
esenciales de la religión hinduista que al final nos permitirán
precisar la mirada de reconocimiento mutuo.
Por hinduismo no solo se entiende una religión, sino un complejo
entramado de elementos culturales formados en los pueblos que habitaban
la cuenca del río Indo y que acabaron por extenderse en toda la
península del Indostán. Nace con el Vedismo, la religión de los
antiguos pueblos indoeuropeos que estaban arribando a la región en
torno a unos 2.000 años a.C. Desde entonces una enorme variedad de
creencias religiosas, unidas a aspectos sociales, económicos,
políticos, culturales, folklóricos, etc., se fue formando y
coexistiendo. Una cosa son las teologías cultas con sistemas
filosóficos bien construidos y otra muy distinta las variedades de la
religiosidad popular donde aparece una compleja amalgama religiosa de
dioses locales y universales, más o menos personales, demonios y
fetichismos, prácticas de ascetismo y misticismo, variadas creencias
reencarnatorias y esoterismos de todo tipo. El pueblo suele ser
consciente de la creencia en una divinidad superior que sería el origen
de todo, incluidas las deidades locales. El hinduismo es esencialmente
tolerante. Admite todo tipo de creencias y trata de coordinarlas, sin
tratar de excluirlas y negarlas. Es raro encontrar doctrinas que deban
ser excluidas. Lo religioso está más allá de las definiciones verbales
y por ello excluyen todo dogmatismo, no existiendo organizaciones,
jerarquías o autoridades centrales. Para ellos cabe incluso la
posibilidad de aceptar otra religión sin dejar de ser hindú. A
continuación vamos a resumir los principios generales básicos del
hinduismo culto.
4.1. El Atman-Brahman y la Trimurti (trinidad)
hinduista
Atman-Brahman, origen de la realidad. La
creencia fundamental es la existencia de un principio eterno, infinito,
transcendente y omnipresente, que es la única realidad, causa última y
fundamento, fuente y objetivo de la existencia. Esta realidad última es
llamada Brahman. Todos los seres son una emanación suya y el universo
es una transformación de su esencia. Brahman es impersonal, aunque es
la sustancia que constituye el origen de todo ser. Brahman está
presente en todos los seres y constituye el "alma" interior de todo; es
el Atman (alma). El Brahmanes el origen creador, preservador,
transformador y reabsorbedor de todo: todo nace del Brahman y acaba
terminalmente en él. Sin embargo, aunque el Brahmanes impersonal, el
hinduismo entiende que en el Brahman se han producido unas deidades
personales últimas que, en el fondo, están hechas de Brahman. La
personificación más fundamental es Brahma que se entiende como el
trasfondo creador de todo. Pero, junto a Brahma, el Brahman ha
producido otras dos deidades personales supremas que establecen una
relación con el hombre y son objeto de culto. Son Visnú y Siva los
dioses personales supremos que fundan la religiosidad y culto de los
fieles hinduistas. Las regiones de la India tienen así su Dios y Señor
"favorito", apareciendo así el culto a Visnú y el cuico a Siva. Visnú
es el Dios preservador que mantiene el ser y ampara al hombre en su
necesidad; Siva en cambio es el Dios que produce la vida, el cambio, el
movimiento, la destrucción, y dentro del dinamismo ampara también el
curso de la existencia humana. De esta manera Brahma, Visnú y Siva son
los tres dioses últimos producidos por el Brahman. Es la llamada
trinidad hindú o Trimurti (significa "el Uno con tres formas"). En la
teología india más profunda se considera que esos tres dioses son
manifestación de una única realidad, el Brahman, y por ello mismo son
como tres formas de una realidad divina única. Junto a estos dioses
últimos, el hinduismo admite la existencia de una enorme cantidad de
dioses locales, aparecidos a lo largo de la historia. Además, la
tradición religiosa popular ha ido atribuyendo esposas divinas a sus
dioses, incluidos los del Trimurti. Así, la diosa Kali, vinculada al
culto de Siva, que aparece representada como una mujer desnuda danzante
con multitud de brazos en movimiento es el símbolo del tiempo
destructor.
El Ahimsa: respeto universal al Brahman. La
metafísica hinduista está determinada por la creencia de que todo es
producto de la emanación de una única sustancia o Brahman. De ahí que
todo tipo de realidad natural infunda un "respeto ontológico". Todo es
Brahman. Pero muy especialmente los seres vivos, donde el Brahman tiene
una presencia más profunda produciendo su Atman (alma). Por ello el
Ahimsa es la virtud más importante del hindú: el respeto e
identificación con todos los seres vivientes fundado en la creencia en
una unidad ontológica de toda la vida en el Brahman. El Ahimsa es la
base del humanismo hindú y la clave para entender sus razonamientos
éticos, referidos a la naturaleza y al mundo de la vida. Todo lo real
tiene para el hinduismo un sentido sacra!. El Universo es sacro, un
producto emanado de la divinidad. De ahí el respeto a los animales en
general (la vaca en especial), la tradición vegetariana de la comida
india y respeto sacra! de la naturaleza.
4.2. El Karman, la transmigración y el sendero
de salvación
La doctrina de la transmigración, o reencarnación, unida a la doctrina
complementaria del Karman es comúnmente aceptada por todas las
tradiciones hinduistas. Tras la muerte el Atman (alma) sufre una
transmigración que le hace reencarnarse en otro ser. La totalidad del
proceso de reencarnaciones se llama el sámsara: no tiene comienzo y en
muchos casos tampoco tendrá final. No es necesariamente un proceso de
purificación de final feliz, ya que el Atman puede estar esclavizada en
el mundo de forma indefinida en ciclos de vida que retornan una y otra
vez. El karman está constituido por la naturaleza de los actos
realizados por uno mismo, bajo la propia responsabilidad, y es el
factor que determina la condición en que se producirá la reencarnación.
El ka1man ata sin remisión a los Atman de los seres a recorrer una
agobiante serie de muertes y nacimientos sin fin. Esta concepción ha
derivado a un cierto fatalismo de la sociedad india y a la creencia en
que las desgracias individuales se producen por el propio karman, por
las propias acciones; igualmente se reconoce la existencia de un karman
colectivo, obra de todos, que determina el curso de la historia.
La salvación está así dirigida a lograr una interrupción del proceso de
karman-transmigración que conduce a una emancipación final o moksa. El
hinduismo tiene una sensación de que el Atman está atrapado en el
mundo, pero su verdadera existencia debe huir de la existencia mundana.
Solo ha entendido el sentido de esca liberación final quien tiene la
experiencia de que el Atman humano es en realidad Brahman (el principio
originario) en el que debe ser reintegrado. El fin de la emancipación
es volver al Santo, a Dios, a Brahman. Es el estado de salvación y paz
eterna (por influencia del budismo algunos hinduistas llaman también a
este estado final el nirvana). La atadura a los objetos mundanos
retrasa -y puede ser eternamente-la reintegración en el Brahman. El
"camino de la salvación" hacia la emancipación (moksa) está
constituido, según la doctrina hinduista, por tres senderos o margas.
Lo que produce el karman, y la esclavización, más que las obras mismas,
es el deseo del resultado de las obras mismas. Para eliminar el deseo y
llegar a la salvación hay tres senderos. Primero, el sendero del deber,
el honesto cumplimiento de los ritos religiosos y obligaciones sociales
con los demás. Segundo, el sendero del conocimiento que conduce a la
concentración intelectiva, a la que se llega por las enseñanzas del
yoga, que conduce a la vivencia de la identidad de uno mismo con el
Brahman. Tercero, el sendero de la salvación, entendida como la
devoción al Brahman como Dios personal, bien en la forma de Visnú o
Siva. En la vida ordinaria y popular del hindú se habla del Dharma como
virtud individual y familiar que conduce a cumplir honestamente las
leyes y deberes, buscando un equilibrio con el cosmos, la naturaleza y
la sociedad, en una actitud resignada por la represión de los deseos
que conduzca a la salvación.
4.3. Formas y etapas del hinduismo
Período védico (norte de la India) y dravídico
(sur): 2000 a 600 a.C.
Aparecen los primeros elementos de la cosmovisión hinduista (Brahman).
Pero en su forma popular acaba derivando a una religión donde prevalece
el sacrificio, una pluralidad de dioses regionales y un cierto
mercantilismo con ellos. El budismo reaccionará ante este tipo de
religiosidad.
Brahmanismo. En esta época védica se forma
también el brahmanismo al destacarse la creencia en una clase
sacerdotal, los brahmanes, que poseen una supremacía espiritual por su
nacimiento. Son Atmans en un estado de perfección superior, capacitados
para realizar la lectura e interpretación de los Vedas o textos
tradicionales de la literatura religiosa antigua. El brahmanismo se
completa además con la progresiva escisión de la sociedad india en
clases, caracterizadas por su diferencia en perfección espiritual.
Período de reacción: 600 a 300 a. C. Es el
tiempo de la crisis védica y de la reacción de Buddha y Mahavira,
fundadores del budismo y jainismo. La corrupción religiosa, y relativa
degeneración popular del hinduismo, produjo el nacimiento de nuevas
religiones, aunque en la misma tradición conceptual.
Período de los Purana: de 300 a.C. a 1200 d. C.
Es el período clásico de la teología hinduista. En él se afianzan las
teologías visnuitas (Visnú) o sivaitas (Siva) por medio de la
interpretación de inmensas obras de relatos antiguos llamados purana.
Es la época en que se producen también complejas interpretaciones
teológicas de los Upanisads (libros sagrados antiguos). Se forma la
teología en tomo a las encamaciones de Visnú que se manifiesta, bien en
la forma de Rama (que da lugar al escrito épico Ramayana) o Krisna. Las
narraciones, y teologías, en tomo a Krisna muestran el aspecto
bondadoso, humano, amoroso, cercano en todos sus aspectos a la vida
humana, familiar, sentimental, lúdica, estética... , de la divinidad.
Es la divinidad cercana y solidaria con el hombre en su vida natural y
que, al mismo tiempo, le ayuda a encontrar la salvación. Krisna es así
el rostro amable de la divinidad hinduista.
Período de influencia musulmana: 1200 a 1700 d. C.
La ocupación musulmana de la India produce una gran represión del
hinduismo que pierde influencia oficial, pero se refuerza en el plano
popular, familiar e individual. El hinduismo se purifica hacia la
acentuación del monoteísmo y el misticismo (de este tiempo data la
poesía mística religiosa hinduista).
Período moderno: 1700 a 1947 d. C. El
hinduismo entra en relación con la cultura occidental, principalmente a
través de sus relaciones con la Inglaterra del colonialismo. Un grupo
importante de intelectuales de gran altura emprenden una renovación
profunda del hinduismo procurando eliminar aquellos contenidos y ritos
religiosos más "duros" que se habían adherido a la cultura religiosa
popular (por ejemplo, el sacrificio de la viuda en la pira funeraria
del marido, o la escisión social en las castas, especialmente el
desprecio a los "intocables"...). Rabindranath Tagore (Premio Nobel de
literatura) y, sobre todo, Ghandi son los grandes exponentes de este
movimiento intelectual. Hoy en día es también muy conocido Krisnamurti
y su filosofía-teología sobre el sufrimiento humano.
4.4. Conclusión: la espiritualidad hinduista
moderna
Modernamente el hinduismo teológico se ha purificado intentando
expresar la síntesis más importante de su cosmovisión religiosa. Se
destaca el monoteísmo, compatible con la aceptación de las formas
diversas de presentación de una divinidad única (el trimurti clásico).
Pero es esencialmente tolerante con toda forma de religiosidad,
principalmente con las mismas formas de religiosidad popular del
hinduismo popular. Tiene una concepción monista del universo a partir
del Brahman y ello deriva a un respeto renovado hacia la naturaleza y
toda forma de vida. La ecología, la defensa de las formas naturales de
vida que respetan lo natural, la vida integrada en la naturaleza, el
respeto a los animales, son temáticas que han sido acentuadas en el
hinduismo moderno. Y ello conduce también al pacifismo a ultranza, el
rechazo a la violencia, la solidaridad entre los hombres derivada de la
misma unidad en el Brahman. La espiritualidad hinduista tiende también
a reprimir los deseos por el disfrute y dominio sobre los objetos
mundanos. Favorece así una vida moderada y elemental, poco adaptable a
la moderna sociedad de consumo occidental. Los métodos hinduistas de
meditación y autocontrol, por ejemplo el yoga, han servido también para
fomentar variados caminos de experiencias religiosas, tendentes a
excitar la comunión con la unidad del Cosmos. Numerosos gurús
hinduistas han propagado y fundado en occidente grupos de
espiritualidad, orientados a la meditación y a la vida natural (como
evasión muchas veces del estresante mundo occidental). El grupo de Hare
Krisna, por ejemplo, fundado por un gurú en 1966, se basa en las
enseñanzas de Krisna (encarnación de Visnú) sobre la bondad de la
naturaleza, del amor, del pacifismo, de la mística basada en la
monótona repetición del mantra "hare Krisna" para inducir sentimientos
de paz y estabilidad.
4.5. El "mutuo reconocimiento"
hinduista-cristiano
Cuando se estudia la religión hinduista en profundidad, en la
perspectiva del cristianismo, lo primero que sorprende son las
numerosas similitudes. Pero, de acuerdo con lo dicho antes, el camino
para el mutuo reconocimiento no es enfocar estas similitudes para
"identificarlas": para acabar diciendo que es "lo mismo", reduciéndolas
finalmente por el "sincretismo". Cada tradición religiosa debe
mantenerse por sí misma como tal en su contexto histórico-cultural, con
sus contenidos teológicos autónomos, su presencia del Espíritu y su
legitimidad historicista. El diálogo interreligioso debe orientarse a
reconocer la solidaridad entre formas diferenciadas del mismo
"universal religioso". Cada religión debe sentirse iluminada por la
otra, enriquecerse y sentir la legitimidad de su propia tradición. Esta
corriente de simpatía y mutuo reconocimiento debe ser el fundamento de
la cercanía de las ideas y de la acción.
La mirada del cristianismo
sobre el hinduismo. Para la tradición cristiana la revelación
irrumpió
en la historia súbitamente por Jesús y la fe cristiana es una adhesión
existencial a su persona. El hinduismo, en cambio, es la larga historia
de vivencias religiosas de la península del Indostán que se acompañan
por ideas que acaban constituyendo su cuerpo doctrinal teológico. Este
cauce no interrumpido de ideas y vivencias, teológicas y populares, no
tiene autoridades normativas (como en el cristianismo) sino que está
abierto a una evolución que, sorprendentemente, a pesar de la
imaginación popular difícil de controlar en todas las culturas, ha
mantenido una profunda unidad cosmovisional. Así se ve a sí mismo el
hinduismo y la mirada del cristianismo descubre en él una enorme
cantidad de enseñanzas que le enriquecen.
a) Una profunda idea de Dios. Aun sin pretender "identificar",
es
difícil no reconocer la profundidad de la idea hinduista de Dios, como
manifestación del "universal religioso". El fondo ontológico del
Brahman se personaliza en tres formas divinas compatibles con la unidad
de Dios: Brahma, Visnú y Siva. La proliferación popular de dioses no
anula la idea fundamental de Dios, su poder creador y su transcendencia
a la que está enfocada la salvación. Estos elementos y otros, antes
comentados, ofrecen una visión impresionante del hinduismo y su forma
de entender el origen ontológico del universo en la Divinidad. La
trimurti o trinidad hinduista debe ser vista por el cristiano como una
aproximación a la idea trinitaria de Dios revelada por Jesús. La
teología hinduista y la cristiana se ven por ello en la misma línea del
universal religioso.
b) Una visión holística de la ontología divina del universo. El
cristianismo tuvo una idea de Dios fundada en la cultura hebrea y,
posteriormente, en la idea griega del universo. La teología cristiana
siempre habló de la omnipresencia y omnisciencia divina, pero su
holismo estuvo siempre frenado por la ontología griega, bien fuera
platónica, aristotélica o neoplatónica (esta última, sería la más
similar al hinduismo). La visión hinduista del universo representa una
intuición holística altamente enriquecedora en la línea de la
transformación holística de la ciencia que debería ser asumida en el
paradigma de la modernidad (capítulos IV y V). La visión hinduista
podría enriquecer considerablemente la teología del cristianismo en la
actualización en la vía hacia el holismo moderno.
c) Una esperanza religiosa de la salvación humana. La
estructura
esencial de la antropología hinduista está orientada a la creencia
religiosa en un camino de salvación que conduce al alma (atman) hacia
su vuelta a la Divinidad, a su retorno al Brahman. El esfuerzo personal
(karman) y las reencarnaciones se conciben de forma distinta al camino
de salvación cristiano. Pero antropología y soteriología hinduista son
ambas de profunda significación religiosa. La vuelta del alma al
Brahman contiene tonos que reproducen, desde la perspectiva del
hinduismo, los tonos místicos presentes en todas las religiones. La
ascética del hinduismo puede ser vista con simpatía y respeto por el
cristianismo.
d) Una actitud de ternura sacral ante la vida y la naturaleza.
Sentir
que la vida es sacra y que incluso el universo son una manifestación
del Brahmanes una verdad religiosa que el cristianismo, aunque en el
fondo la debiera tener, de hecho la olvidó con frecuencia. Sentir la
sacralidad de la vida no es afirmar que los animales sean "dioses". No
creo que así deban interpretarse las tradiciones populares de la India.
El hinduismo ha sido una religión que, en su teología profunda y en las
vivencias populares sencillas, se ha adelantado en miles de años a la
sensibilidad ecológica actual. El cristianismo mira y "admira" esta
profunda ternura hinduista para con la realidad.
e) Una ética no violenta y pacifista. El pacifismo hinduista es
resultado de esta sensibilidad sacra! ante la vida. A lo largo de una
cultura popular tan larga y compleja puede haber habido excepciones que
derivaron a lo violento (así la violencia contra el budismo, las
relaciones con musulmanes tras el caos de la independencia y el
conflicto actual con Pakistán). Pero la tendencia general es muy clara
para la tradición cosmovisional hinduista y para la sensibilidad
popular (el modo de ser de la gente): por ello sus grandes pensadores
han sido siempre no-violentos y pacifistas. La India debe ser vista así
con admiración como uno de los grandes promotores de la paz en el
mundo.
f) Una actitud no dogmática y tolerante. El hinduismo no tiene
autoridad central, aunque es una cultura popular espontánea firme y
estable. Admite que la evolución es legítima y respeta la imaginación
popular hinduista que deriva, al igual que en otras religiones, a un
variado folklore y ritualismo religioso. Es una religión abierta a
nuevos enfoques y vivencias que, en último término, tampoco estarían
cerradas al diálogo interreligioso. En ocasiones, el hinduismo ha sido
violento contra otras religiones (a veces no ha sido tanto el mismo
hinduismo cuanto otras sectas o religiones derivadas de él). En la
actualidad se han visto agresiones contra los cristianos en algunas
regiones de la India. Sin embargo, es claro que la línea auténtica de
su sensibilidad lleva a la tolerancia, al antidogmatismo y a la
apertura a cuantas ideas enriquezcan la sensibilidad religiosa
ancestral propia de su tradición, sentidamente vivida.
La mirada del hinduismo sobre el cristianismo.
El cristianismo ha sido
sin duda para el hinduismo en los últimos siglos -claramente desde la
dominación inglesa- una religión unida a sensaciones colonialistas. Una
religión lejana que, viniendo de fuera, intenta el dominio: destruir lo
que hay y sustituirlo por algo nuevo. La transformación del
cristianismo por el paradigma de la modernidad deberá facilitar una
nueva mirada del hinduismo sobre el cristianismo. Lo que el hinduismo
puede hallar en el cristianismo puede ayudar positivamente a que se
enriquezca su tradición abierta y tolerante, sin que por ello se
violente o se elimine su misma tradición.
a) Una religión que busca el mutuo reconocimiento. El
cristianismo que
se entiende a sí mismo desde el paradigma de la modernidad es también
religión abierta en los términos expuestos. Busca el mutuo
reconocimiento desde la persuasión de que el mismo Dios está presente
en todas las religiones que deben respetarse en su legitimidad
histórica. Así debe ser visto el cristianismo por el hinduismo. Ambas
religiones deben sentirse unidas en el pacifismo, tolerancia y
reconocimiento historicista de la multiforme acción del Espíritu
divino, del Brahman, en las diferentes culturas. Deben sentirse unidas
en el testimonio de la creencia en una Divinidad que crea el universo y
emplaza a los hombres hacia un camino de salvación que les conduce a la
liberación.
b) La coincidencia en el "universal religioso". El hinduismo
debe
advertir que las creencias cristianas -la revelación que el
cristianismo cree haberse producido en la persona de Jesús-no están muy
distantes de sus doctrinas propias. Presentan diferencias pero
responden perfectamente a las constantes del "universal religioso";
pero incluso con similaridades sorprendentes como la doctrina del
trimurti o trinidad hinduística, la idea de encarnación de Visnú en
Rama o Krisna, o el conjunto del camino de salvación de vuelta al
Brahman en el marco de las doctrinas ascéticas y morales. El hinduismo
debe hallar en el cristianismo algo familiar que hace presente en ambas
religiones al "universal religioso".
c) Una religión que ilumina el sentido de la religiosidad. En
conformidad con su apertura y tolerancia características, el hinduismo
puede reconocer el sentido del mensaje esencial que el cristianismo
quiere comunicar a las otras religiones: que el Dios creador del
universo se ha ocultado, permanece lejano y en silencio, dejando a la
especie humana ante un camino de soledad y de dolor, pero será un Dios
salvador que liberará a la historia en su conjunto. El mensaje
cristiano le dice al hinduismo que se debe permanecer creyendo en la
trinidad creadora, aceptando el camino sufriente de la vida, porque el
cristianismo cree que Dios ha revelado que efectivamente es así: que el
Dios oculto será el Dios liberador de todo hombre que le busca. La fe
cristiana, a la que el hinduismo debe estar abierto, le dice que el
camino sufriente no debe entorpecer la creencia hinduista de que la
salvación se producirá. La creencia cristiana es así un apoyo para las
creencias hinduistas. Aceptar la esencia del cristianismo no implica la
renuncia a la propia tradición religiosa. De la misma manera que el
cristianismo puede enriquecerse con los grandes valores del hinduismo
así también este puede enriquecerse aceptando la esencia del
cristianismo sin negar la esencia de su propia tradición. No es que el
cristianismo esté dentro de la esencia de las otras religiones (por
representar, tal como ha sido expuesto, la respuesta divina al
"universal religioso"), sino que igualmente las otras religiones, por
lo mismo, están dentro del cristianismo.
d) Una religión que ilumina el camino de salvación. Tanto el
hinduismo
como el cristianismo creen que el hombre recorre durante la vida un
camino de salvación. El hinduismo entiende que el camino es difícil y
se llega al final por el esfuerzo de las propias acciones, tras una
difícil historia de reencarnaciones. El cristianismo cree que el camino
es más fácil: la creencia en el mensaje de Jesús le hace entender que
Dios perdona las malas acciones si tenemos la fe en el Dios que nos Ama
y nos liberará, a pesar de que esté en silencio y nos haya dejado solos
con el sufrimiento. Dentro de la tolerancia y admisión de nuevas ideas
propias de una tradición tan humana, tan antidogmática y tan dinámica
como es el hinduismo, la consideración del "espíritu" del camino de
salvación cristiano sería sumamente enriquecedora, sin que por ello se
viera dañada la esencia teológica del hinduismo.
e) Una profundización en el pacifismo humanista del hinduismo. Para los
mismos pensadores y teólogos modernos hinduistas se han planteado dos
necesidades de perfeccionamiento teológico de su tradición. La primera
es la idea de las castas -con su consiguiente escisión social-y la
segunda la cierta parálisis que impide ayudar al prójimo sufriente ante
el temor de interferir en el proceso de purgación que está atravesando
su camino de salvación. Es evidente que este pasivismo fatalista del
hinduismo podría frenar el compromiso social en la superación del
sufrimiento y, en último término, el avance moderno de la sociedad
hacia el progreso. Por otra parte, el hinduismo se compromete con el
amor a la vida, combate la muerte y se abre a la esperanza de la paz
universal. Mirar, pues, a la tradición occidental del cristianismo (la
fe en el Dios oculto y la esencia del camino de salvación) podría
ayudar al hinduismo a perfeccionar su propia tradición en el marco del
diálogo interreligioso. Nada sería más propio y más posible en la
tradición abierta y tolerante del hinduismo.
5. El budismo
Como hemos dicho, el budismo es una escisión del hinduismo que, junto a
otra religión llamada jainismo, fundada por Mahavira, se asienta en
toda la India entre los años 600-300 a.C. Por tanto, muchos de sus
conceptos son repetición y reinterpretación de la tradición hinduista,
aunque otros conceptos hinduistas son rechazados. En conjunto, el
budismo es una religión que ofrece importantes novedades, representando
una visión nueva, original, religiosamente profunda, frente a lo que
hasta entonces había sido el simple hinduismo. Por consiguiente, dados
los paralelismos entre el hinduismo y el budismo, situados en la misma
tradición familiar (como judaísmo y cristianismo), exponemos en primer
lugar la esencia del pensamiento budista, para comentar después la
esencia de su religiosidad, sin volver a entrar en consideraciones ya
expuestas en el diálogo con el hinduismo. Algunos conceptos
fundamentales de la tradición ascética de la vía de salvación hinduista
(como las reencarnaciones) son recogidos, aunque reinterpretados, en la
religión budista.
5.1. Buddha y su experiencia religiosa
germinal: el sufrimiento
Buddha. Ningún historiador duda hoy la
existencia real de Buddha,
aunque es difícil distinguir los hechos históricos de las leyendas de
la tradición. Siddhartha Gautama nació hacia la mitad del siglo VI a.C.
en el norte de la India, muy cerca de la frontera del actual Nepal, en
el seno de una familia noble. Una experiencia dolorosa que desconocemos
le hizo caer en la cuenta del carácter doloroso e impermanente de la
condición humana. Se retiró entonces a una vida de asceta errante. Se
entregó a mortificaciones extremas orientadas por ascetas de su tiempo,
pero fracasó y no encontró la paz. Finalmente, tras un prolongado
tiempo de concentración meditativa, alcanzó la solución al problema del
sufrimiento humano. Según los hagiógrafos había entrado en la
liberación, el Despertar, y por ello se le llama Buddha, el Liberado o
Iluminado. Había llegado entonces a la extinción de las pasiones, a la
eliminación de la existencia, y por tanto de todo dolor, en la
conciencia de que ya no renacería nunca más. A partir de ese momento
Buddha recorrió toda la India propagando su religiosidad, lo que
equivale al nacimiento del budismo. Murió el 480 a.C. a una avanzada
edad, tras una corta enfermedad.
Buddha y el problema del sufrimiento. Parece
ser que la explicación de
la experiencia religiosa de Buddha depende del estado de crisis en que
se encontraba el hinduismo védico y brahmánico. El vedismo, sobre todo
en el ámbito de la religiosidad popular (presa de una religiosidad
elemental o mágica), hacía prevalecer la idea de sacrificio. Los fieles
ofrecían sacrificios, en ocasiones humanos, para obtener beneficios o
prevenir angustias o males. Los ritos tenían un carácter mecánico,
engendrando la confianza ciega en que acciones rituales mecánicas
alcanzaban la benevolencia automática de los dioses. Buddha entendió,
también por propia experiencia, que la esencia de la vida humana era el
sufrimiento que oprimía la existencia de todos. Pero la solución no era
una religiosidad basada en el "negociado" con los dioses. Para Buddha
la idea de Dios personal, y de dioses intermedios, era incompatible con
la existencia del Mal, del sufrimiento humano. No era posible pensar en
un Dios personal si existía el Mal. Por ello, el budismo es así una
religión atea, sin dioses (aunque esto hay que entenderlo con ciertas
matizaciones que más adelante haremos). Buddha entendió su doctrina
como la predicación de un "camino" que conducía sin dioses a la
salvación; es decir, a la eliminación de la existencia (fuente del
sufrimiento) y a la salvación. La doctrina de Buddha se transmitió
primero oralmente, pero los Concilios Budistas Antiguos
trataron de
fijar definitivamente su contenido.
5.2. Impermanencia, No-yo, indigencia: Las
Cuatro Nobles Verdades
En su convicción de que todo es impermanente y, por tanto, causa del
sufrimiento, Buddha predicó una extraña concepción que afectaba a todo
lo real. Todo es impermanente, una realidad fluida y transitoria, que
desaparece y se deshace al mismo tiempo que nace; lo real es
esencialmente morir. Esto se aplica a las entidades físicas, vivientes
y al mundo de los fenómenos del psiquismo humano. El hinduismo concedía
al mundo, a los seres vivientes, al hombre y a los dioses, estabilidad
y una verdadera, esencial y última realidad. Contradiciendo a los
Upanisads (tratados sacros hinduistas) Buddha defendió que el Atman
(alma o el "Yo") no existía. Es una pura apariencia fenomenal que no
esconde detrás ninguna realidad metafísica. Todo es impermanente, puro
fluir inestable, pero la llamada teoría del Anatman budista nos dice
que el Yo no existe, su verdad es la de un No-Yo. Sin embargo, el
hombre, aun no siendo nada, pura apariencia, está sometido al ciclo de
nacimientos y muertes, el Sam1ara, puesto que la extinción de la vida
en un ciclo no significa el fin de la existencia, sino la proyección
del yo-fenoménico sobre otro yo fenoménico. La existencia que vemos es,
pues, esencialmente impermanente y, por ello, fuente de todo tipo de
sufrimiento. La salvación budista no es, pues, salvar la existencia,
sino llegar a suprimirla. El más-allá, la salvación, no es otra
existencia, sino el momento en que se consigue suprimirla y entrar en
otra dimensión.
Las Cuatro Nobles Verdades: el Sermón de Benarés.
Según la tradición,
después de su Iluminación, Buddha pronunció el célebre Sermón de
Benarés para explicar su doctrina acerca de la supresión del
sufrimiento o Dukkha. La primera verdad es la
universalidad del
sufrimiento. No quiere decir solo dolor en el sentido ordinario: es la
impermanencia ontológica (Anitya), la no sustancialidad del Yo
(Anatman) y la vacuidad total de todo (Sunyata). El
sufrimiento es un
estado continuo de la existencia que se deriva de la esencial
impermanencia, de que todo existir es morir; existir es sufrir. La segunda
verdad es el origen del sufrimiento. Para Buddha la causa del
sufrimiento es el deseo ávido y apasionado (la sed) , ya que el
deseo
origina vinculación, encadenamiento engañoso del hombre a su condición
impermanente y vacía. El ir hacia la existencia vacía por el deseo es
el Karma, en la interpretación budista. La energía del Karma es
la que,
más allá de la muerte, provoca la recaída en la existencia por la
reencarnación del yo-fenoménico. El hombre se encuentra, pues, ligado
al Sámsara por el Karma. La tercera verdad es la
supresión del
sufrimiento. Para lograrlo es necesario suprimir la causa, a saber, el
deseo. Así, al suprimir el deseo, podemos liberarnos del Karma y,
libres del Karma, se estará liberado del Sámsara (el ciclo de muertes y
nacimientos). La supresión del sufrimiento es la liberación de la
existencia que equivale a la entrada en una dimensión nueva, el
Nirvana. La cuarta verdad es el camino que conduce a suprimir
el
sufrimiento. Saber en qué consiste suprimir el sufrimiento no significa
conocer el final al que el camino nos conduce. Debemos conocer, pues,
el camino hacia el Nirvana. En definitiva es la práctica de la
no-vinculación, o sea, la eliminación del deseo. El deseo proviene de
la falsa ilusión de la consistencia permanente de las realidades
fenoménicas, impermanentes, sobre todo la gran ilusión de la
consistencia del propio Yo. Librarse de esta ilusión supone llegar a la
intuición de la sabiduría de la verdad del No-Yo. Querer adherirse
continuamente a algo convierte al hombre en prisionero de ese algo.
5.3. La ley de la originación dependiente y el
Camino Óctuple
La ley de la originación dependiente. Es
atribuida al mismo Buddha y
sostenida por todas las escuelas budistas. Nos dice que todo estado
fenoménico se produce necesariamente desde un estado anterior que, a su
vez, es causado por otros estados anteriores. El mundo fenoménico es
así, pues, una inmensa cadena de causas fenoménicas en que cada ser se
encuentra atrapado. Para el budismo es importante descubrir cuál es la
cadena de estados, unos dependientes de otros en una cadena de
causas-efectos, que producen la aparición de los objetos, de los
sentidos, del psiquismo y de la vinculación-deseo de este a los
objetos. La descripción pormenorizada del origen y desarrollo cíclico
de estas cadenas del mundo fenoménico que atrapan al hombre en el
deseo, el Karma y la reencarnación fenoménica, es una de las temáticas
clásicas de la teología budista. Se ha descrito en diversos tiempos y
en escuelas religiosas diferenciadas.
El Camino Óctuple. La cuestión es cómo escapar
a este ciclo
continuamente renovado que conduce al sufrimiento, una vez que ya
conocemos por la ley de la originación los mecanismos que lo producen.
La respuesta la ofrece la doctrina del Camino Óctuple. Es un camino que
conduce diversificadamente a una purificación que consiste en eliminar
el deseo y el Karma consecuente. Este camino se encuentra en cada uno
de sus senderos gracias a la meditación continua que permite romper el
arrastre hacia la cadena de causas que atan a lo fenoménico. El Camino
Óctuple es el recto modo de mirar las cosas, el recto pensamiento, el
recto lenguaje, el recto comportamiento, el recto modo de vivir, el
recto esfuerzo en toda actividad, la recta conciencia, la recta
meditación. Es importante advertir que para Buddha todos los hombres
eran semejantes y podían emprender en igualdad de condiciones el camino
ascético hacia el Nirvana. En este sentido el budismo superó la
escisión en clases que se había creado en el hinduismo a través del
brahmanismo. Los historiadores atribuyen a esta popularización del
camino de salvación, sin castas, gran parte del éxito de esta nueva
religiosidad en respuesta a la predicación de Buddha.
5.4. El Nirvana y la doctrina de los tres
cuerpos de Buddha
El Nirvana. El objetivo final alcanzado a
través del ejercicio en el Camino Óctuple es el Nirvana.
Nirvana es el estado en que se entra una
vez que se ha conseguido eliminar el Karma y romper el Sámsara.
Para
entender el pensamiento budista hay que decir que Nirvana no es
existencia (ya que esta es siempre fenoménica, impermanente): es, pues,
otra cosa. Sin embargo, el hombre personal, digamos, entra en el
Nirvana como una realidad transformada. Si no fuera así el budismo no
sería una doctrina de salvación para el hombre personal concreto.
Buddha no explica positivamente qué es el Nirvana o, negativamente, qué
no es. La teología budista dice que el Nirvana está más-allá,
transcendente, y no puede ser comprendido y explicado desde el más-acá.
Además, hay que tener en cuenta que no se afirma que el Nirvana sea
Dios, o que en el Nirvana haya un Dios, o dioses; aunque tampoco puede
excluirse porque, en definitiva, el Nirvana es un enigma. Decir que no
hay Dios equivaldría a saber qué es el Nirvana. Destaca, no obstante,
que el budismo desarrolla toda su teoría religiosa como un proceso de
purificación, al margen de los dioses personales propios de la religión
hinduista y, en este sentido, se habla del budismo como una religión
atea. La religación, la esperanza religiosa de salvación en el budismo,
es así una entrega confiada a una dimensión transcendente enigmática y
misteriosa, el Nirvana. El budismo es la confianza en un futuro
salvador desconocido y enigmático.
Los tres cuerpos de Buddha. El Nirvana, sin
embargo, debe ser entendido
también a la luz de la doctrina budista acerca de los tres cuerpos de
Buddha. Este, en efecto, ha sido Iluminado ya en vida, ha eliminado el
Karma, roto el Sámsara, y al morir ha entrado en el Nirvana. En el
Nirvana permanece como Buddha en una nueva dimensión desconocida, pero
en la que sabemos que está ya Buddha. Por tanto, en el Nirvana hay, al
menos, un ser personal, Buddha: en este sentido el Nirvana queda
personalizado por la presencia de Buddha; lo transcendente se hace así
personal, divino. De hecho la figura de Buddha se representa como un
Dios y, en este sentido, se produce en el budismo algo así como una
divinización personificada de la enigmática transcendencia. De ahí la
doctrina de los tres cuerpos de Buddha. El primer cuerpo es
fenoménico,
el Buddha histórico. El segundo cuerpo es el Buddha
transfigurado al
eliminar el Karma y romper el Sámsara: en él resplandece ya el gozo de
haber entrado en el Nirvana por la Iluminación. El tercer cuerpo
es el
Buddha transhistórico o glorificado, ya en el Nirvana (podríamos decir
"nirvanado"): es el Buddha divino como realidad espiritual, ilimitada,
coextensiva con el universo. Es entonces el fondo de toda la realidad,
la verdad inmanente en todos los seres. Para el budismo todo otro
hombre que entra en el Nirvana se convierte también en un Buddha, el
primer Buddha histórico fue solo quien enseñó el camino y lo recorrió
en primer lugar. Por esto la teología budista tiende a identificar
finalmente a todos los Buddhas en una última entidad "divina" situada
en el Nirvana.
Por consiguiente, en el budismo popular parece tener más importancia la
divinización del futuro en una personalización del Buddha glorificado
en quien por identificación final pueden sentirse representados codos
los hombres que aspiran a llegar a la condición de Buddhas. Así, podría
entenderse que la imagen de Buddha en un templo budista es la
representación del primer Buddha en su cuerpo transhistórico, ya
divino, en el que están unidos todos los Buddhas que han entrado en el
Nirvana. Por otra parte, en el budismo popular se ha desarrollado la
creencia en la existencia de los Devas, dioses menores que existen como
seres especiales, aunque superiores, sometidos al mundo fenoménico (no
son, pues, parte del Nirvana). En el budismo tibetano, por
ejemplo,
estos Devas se representan con caretas terroríficas con las que se
negocia, buscando su benevolencia, según los mecanismos permanentes de
la religión elemental mágica. Esta, de una u otra manera, se hace su
sitio en todas las religiones populares (pensemos en las "velas" a los
santos en el catolicismo).
5.5. Formas y etapas del budismo
Las 18 escuelas primitivas. Primero las
enseñanzas de Buddha se
transmitieron y se asentaron por tradición oral. Pero los llamados Concilios
Budistas Antiguos trataron de recoger estas tradiciones y
establecer la doctrina oficial de Buddha. Esto no pudo, sin embargo,
frenar la pluralidad de escuelas teológicas que, a lo largo de los tres
primeros siglos, ya habían llegado al número de 18. Las enseñanzas
teológicas esenciales de estas escuelas constituyen el budismo
primitivo, llamado Theravada. En este tiempo tomó forma la
estructuración del budismo como comunidad social o Sangha. Está
formada
por todos aquellos fieles que siguen al Buddha como guía en el "camino
de salvación". Los más comprometidos dan el paso de integrarse en las
comunidades monásticas: formadas por neófitos y monjes plenos. El más
excelente miembro es el "Santo" o Arhat. Este conduce a su
comunidad a
su transformación en Buddhas, para integrarse en el cuerpo del Buddha
glorificado del primer Buddha.
El budismo Mahayana. Esta escuela budista,
también llamada "Gran
Vínculo", se extendió en toda Asia a partir del siglo I d.C. Partiendo
de las escuelas antiguas elaboró una compleja filosofía en torno a la
apariencia fenoménica de lo real, llegando así a su máxima expresión la
especulación budista en torno a la naturaleza ilusoria del universo
visible. Fue, sin embargo, un budismo tolerante con la adhesión de
supersticiones, fetichismos y Devas (dioses locales) en el budismo
popular. Una de sus doctrinas más importantes fue la del hombre santo o
bodhisattva. Es el Santo o Arhat que llega a
ser un Buddha, pudiendo
entrar en el Nirvana, pero elige libremente seguir en la reencarnación
para ser iluminación y guía de los otros hombres. El bodhisattva se
convierte así en un "hombre para los demás".
Budismo tántrico. Apareció a partir del siglo
III d.C. en el norte de
la India y una de sus escuelas es el budismo tibetano. Este budismo
insiste en que todo es apariencia e ilusión, incluido el propio Yo,
aceptando los principios del budismo mahayana. Todas las
apariencias
del universo se reflejan en la conciencia. Por ello, las ideas de
dioses, divinidades, ritos, prácticas religiosas, magias, alquimias,
folklore, fetichismos, imágenes, etc., son ilusiones de la conciencia
que no tienen valor real, pero ayudan en el camino hacia el despertar
perfecto. Una de las características de este budismo es la meditación
por repetición insistente de fórmulas mágicas o mantras, pronunciadas
en tono monótono y ritual hasta la extenuación; repetición a veces
acompañada por ritos igualmente insistentes y monótonos de ruedas o
cilindros que representan simbólicamente aspectos de la teología
budista. La popularidad del Dhalai Lama por la represión comunista en
el Tíbet ha contribuido a la extensión en occidente de este tipo de
budismo.
Budismo japonés: el Zen. En general, el
budismo japonés, introducido
muy pronto desde China, se caracterizó por una naturalización,
socialización y estatalización de las doctrinas budistas, buscando
siempre hacerlas compatibles con los intereses más inmediatos y
familiares (más interés por el más-acá y menos por el más-allá o
Nirvana). Sin embargo, una escuela budista japonesa, el Zen, se orientó
en una línea muy distinta: la espiritualización por técnicas de
concentración-meditación como camino más rápido hacia el despertar
final. Para el Zen todos llevan dentro un Buddha latente que se debe
descubrir por una concentración en el propio interior, sabiendo romper
con las reglas del pensamiento lógico que nos domina en la vida
cotidiana. Entonces es cuando se produce el despertar de una sabiduría
interna, o transcendental, procedente de lo profundo del yo que instala
al hombre en la verdad, ya en la cercanía del Nirvana.
5.6. Conclusión: la moderna espiritualidad
budista
El éxito de la moderna espiritualidad budista en el mundo occidental
parece deberse a sus rasgos puramente espirituales. Se repite que mucha
gente occidental ha buscado en el budismo una espiritualidad pura.· El
budismo apunta a una salvación transcendente, el Nirvana, rodeado de un
profundo misterio enigmático. Aunque el moderno budismo tiende a
aceptar la idea de un Nirvana unido a la Divinidad, sin embargo esto no
es esencial. No es, pues, una fe en creencias cerradas, sino una fe en
un futuro enigma salvador desconocido. Junto a esto, la práctica de la
meditación, de la vida natural, del amor a los demás, del pacifismo...
, todo ello según los principios del Camino Óctuple, constituye también
una parte de su atractivo. El eco que tienen en occidente las visitas
del Dhalai Lama puede ser un exponente de esta presencia social del
budismo en el mundo occidental.
5.7. El mutuo reconocimiento budista-cristiano
El budismo es hijo del hinduismo y ha heredado parte de su contenido.
Así la idea de la reencarnación de las almas en un proceso de
purificación continuo. En el fondo, la ascético-mística budista es un
método para romper la cadena de transmigraciones anímicas y entrar en
el Nirvana. Sin embargo, el hinduismo es teísta, cree en dioses
personales y el mundo tiene una entidad sustancial; el budismo, en
cambio, no afirma la existencia de dioses personales, considera incluso
la dificultad en admitir su existencia real por razón del sufrimiento y
nos ofrece una ontología fenoménica de la realidad en que esta se
diluye en un puro fluir, inconsistencia y volatilidad del No-Ser.
Hinduismo y budismo, en cambio, al igual que el cristianismo, coinciden
en creer en un camino de salvación que por la ascética lleva al hombre
al Nirvana. Las perspectivas expuestas sobre el mutuo reconocimiento
hinduista-cristiano pueden aplicarse también al diálogo entre budismo y
cristianismo. Me limitaré a considerar aquí el horizonte abierto para
el encuentro interreligioso budista-cristiano solo desde dos contenidos
preferentes: la idea fenoménica inconsistente de lo real y la posición
ateísta, si es que así puede llamarse, o sea, el peculiar "ateísmo
budista" compatible con una profunda religiosidad. Para otros posibles
aspectos del diálogo budista-cristiano me refiero, pues, a lo dicho al
comentar el hinduismo.
La mirada del cristianismo sobre el budismo.
En mucho mayor grado que
en el hinduismo, el budismo da la impresión de ser una gran tradición
filosófica, compleja en su evolución y en sus contenidos. Así se
entiende a sí mismo el budismo, a saber, como tradición filosófica
avalada por la experiencia espiritual de los grandes maestros,
comenzando por el mismo Buddha. Aun admitiendo que el budismo vive
enraizado en su tradición, en la que se configuran aspectos esenciales,
sin embargo, es el budismo una filosofía abierta que no renuncia a la
evolución y a la reinterpretación de sus creencias. Esta apertura y
capacidad de diálogo ha sido confirmada por el talante del Dhalai Lama
en los últimos años a lo largo de sus muchos encuentros con el mundo
intelectual de occidente. La mirada del cristianismo descubre en el
budismo el "universal religioso" y otros contenidos específicos que
enriquecen la misma experiencia cristiana.
a) Un mundo inconsistente y fenoménico. Produce admiración la
filosofía
fenomenista en que el budismo, ya desde sus etapas primitivas,
profundizada más adelante en el budismo mahayana, fue capaz de
transmitir la persuasión de un mundo evanescente, en un tiempo donde la
visión común de la gente (y así sigue siendo todavía hoy) está
instalada en la convicción de un mundo de cosas consistentes, estables
y sustanciales. En este sentido el fenomenismo budista es una
profundización en la filosofía del dolor y sufrimiento. El hombre es
sufrimiento porque su misma esencia es devenir y evanescencia: aquello
a lo que ilusoriamente quiere aferrarse desaparece y con ello produce
dolor; el sufrimiento de descubrir que no-se-es, o se es la nada. En
parte, la ciencia moderna ha confirmado muchas intuiciones del budismo
(capítulo IV). Lo que permanece, dice la ciencia, son estructuras que,
en su fondo ontológico, están construidas sobre la evanescencia y
no-identidad de las partículas elementales (es el fluir del "fuego" en
el mundo heracliteano). En conjunto la ontología hinduista-budista, a
mi entender, es de una riqueza y modernidad considerables (una
ontología más acertada que la del paradigma grecorromano, construida
sobre Platón, Aristóteles y el Neoplatonismo).
b) Profunda experiencia existencia. del
sufrimiento. Impresiona la
nitidez intelectual y la dignidad humana con que Buddha se planteó el
problema del sufrimiento. La consecuencia valiente (pensemos en la
revolución que supuso para la tradición hinduista) es la imposibilidad
de pensar a Dios, incompatible con el sufrimiento humano. El
sufrimiento es un factor decisivo para todo ser humano y encuentra en
el budismo una reflexión paradigmática, aprovechable para todo "camino
de salvación". Igualmente, la experiencia del dolor y del sufrimiento,
presente en el cristianismo, puede enriquecerse con la experiencia
budista. Toda experiencia religiosa pasa en algún momento por la
angustia del "ateísmo budista"; es decir, de la absurdización del
sufrimiento en Dios, tal como hizo el santo Job, o, más recientemente,
muchos de los autores modernos de la teología del proceso (Whitehead).
La lejanía y la oscuridad de la vivencia de Dios, en que el hombre se
siente distante infinitivamente de Dios y como en una separación
absoluta de la Divinidad, se ha descrito en experiencias místicas de
muchas religiones. En la espiritualidad cristiana el concepto de la
"noche oscura" de san Juan de la Cruz describe precisamente esta
sensación emocional de que Dios ha abandonado al hombre. En la mística
budista existe también una profunda sensación emocional de que el drama
de la vida distancia al hombre de la Divinidad. No obstante, la
religiosidad budista se abre a la esperanza de un camino que conduce a
una enigmática salvación en el Nirvana.
c) Convicción religiosa de la salvación. No obstante, y esto es
un
elemento formidable de la religiosidad budista, aun a pesar de la
desmoralización producida por el ocultamiento divino ante el
sufrimiento humano, no se resigna a no creer, sino que se abre a la
esperanza de una salvación mistérica transcendente donde el hombre
hallará la permanencia glorificada, frente a la inconsistencia del No
Ser que produce el mundo fenoménico. La religiosidad budista es una
muestra eximia de cómo el ser humano no se resigna al vacío total, sino
que, aunque no entienda, da sentido a su vida por la creencia en el
Nirvana, como misterioso estado de una salvación final en que todo
hombre será glorificado con el tercer Buddha. Esta entrega a la
esperanza, a pesar de todo, es una gran lección de religiosidad a las
otras religiones.
d) Una ascética esencial. Impresiona también la profundidad con
que en
la ascética budista se pondera qué es el universo, su fenomenicidad
apariencial y su inconsistencia ontológica como fuente del dolor. La
metodología budista que lleva a la eliminación del deseo para entrar en
el Nirvana es muy dura, pero al mismo tiempo lógica y consecuente. Para
el cristianismo incluso es demasiado dura, ya que está abierto al Dios
que perdona las insuficiencias (el pecado) y que salva por la redención
de Cristo, tal como se ha explicado. Sin embargo, en la ascética
cristiana hay siempre un llamamiento a una renuncia que es, en parte,
budista y de la que puede aprender en radicalidad.
e) La compasión como "camino de salvación". En el
camino-de-salvación
budista, el Camino Óctuple, la compasión es un elemento esencial. Es un
recto comportamiento que no busca que el prójimo siga en la ilusión de
lo transitorio, sino que, al contrario, encuentre su
camino-de-salvación. Todos los hombres forman así una comunidad de
salvación, una solidaridad en la salvación. Así, el bodhisattva del
budismo mahayana elige libremente seguir en la reencarnación para ser
iluminación y guía de los otros hombres. Esta compasión religiosa lleva
también a la misma tradición hinduista de paz y tolerancia que
constituyen un foco de inspiración para las otras religiones.
La mirada del budismo sobre el cristianismo.
En el marco interreligioso
de diálogo esbozado en este capítulo, tras la entrada cristiana en el
paradigma de la modernidad, el budismo debe mirar la experiencia
religiosa de otras religiones para iluminar su propia experiencia
religiosa. Si Dios es el mismo Dios en todas las religiones, cabe
admitir que todas tendrán un reflejo complementario para la propia
tradición. ¿Cómo puede iluminar el cristianismo la experiencia budista?
Parece que una experiencia religiosa tan densa y fecunda como la
producida en la tradición judea-cristiana deberá aportar algún
enriquecimiento a la tradición budista. Aquí nos limitamos solo a lo
que consideramos como esencial y más importante. Lo debemos
complementar con las observaciones hechas antes al hilo del diálogo con
la tradición hinduista.
a) La experiencia del sufrimiento en el cristianismo. El
budismo debe
ver que el cristianismo no olvida el problema del sufrimiento que tiene
un lugar esencial desde los orígenes de la tradición religiosa de
Israel. También toda la teología cristiana es, en el fondo, una
explicación del dolor y del sufrimiento que Dios ha permitido. La fe
cristiana en Dios supone haber admitido el plan de salvación
establecido por Dios, que contiene un mundo de sufrimiento que al
cristiano no le impide, sin embargo, creer que el universo ha sido
creado para la plenitud humana. Así como el cristianismo puede
enriquecerse con la teología budista del sufrimiento, así también puede
hacerlo el budismo si sabe mirar cómo vive el cristianismo el
sufrimiento. El sufrimiento, en el cristianismo, para un hombre libre
que puede negar a Dios, independizándose frente a Él en el mundo, es la
ocasión de convertirse a Dios al entender que solo en Él podría hallar
la liberación. En el plan de Dios cristiano el sufrimiento es la
pedagogía que lleva hacia Dios a los hombres libres que pueden pecar.
b) Un Nirvana Divino por la fe en el Misterio de Cristo. Pero
lo que
puede interesar más a la religión budista es entender por qué el
cristianismo, sabiendo la enorme dificultad que entraña creer en un
Dios que permite el sufrimiento, sin embargo, acepta y cree
fervientemente que el enigmático futuro salvador se resuelve en un ser
personal divino. La razón es que el cristiano se ha adherido a la fe en
la persona de Jesús que revela el mensaje divino de que, en efecto, el
Dios real ha querido ocultarse (y permitir el misterio del Mal) para
constituir la plenitud humana de la libertad. El Misterio de la muerte
en cruz de la Divinidad revela así, para los cristianos, que Dios asume
un orden natural en que existe el sufrimiento. Lo que Dios dice al
hombre en el cristianismo es muy sencillo: no desfallezcamos en
abrirnos a la esperanza final de que existe un Dios salvador, agobiados
por el sufrimiento, porque el Dios real lo ha admitido como factor que
conduce a la creencia en Él y a la liberación final. El camino del
sufrimiento, la indigencia humana, es así la vía que nos conduce a Dios
en libertad, esto es, a entender que la plenitud no está en un universo
transitorio sino en la entrega a Dios. El cristianismo supera la
angustia atea del sufrimiento cuando se adhiere personalmente al
mensaje de Jesús que nos hace esperar en Dios a pesar de la cruz. El
budismo puede enriquecerse con esta imagen cristiana del sufrimiento.
c) Perdón de los pecados y camino de salvación cristiano. Pero
hay más,
ya que el Misterio de Cristo no es solo que Dios haya aceptado ante la
realidad su anonadamiento kenótico, sino que por la resurrección
anticipa y descubre el plan salvador de Dios. En el tránsito
transcendente al Nirvana -para el cristiano un Dios personal-es
esencial el perdón divino del pecado: el difícil camino de salvación
hinduista-budista a través de complejas reencarnaciones es asumido por
Dios que perdona a quienes se acogen a la fe en Cristo (en el Dios
oculto que nos salva) y viven en consecuencia. El hombre no solo lleva
al Nirvana por sus obras sino por la Gracia y la Misericordia de Dios.
Sin duda que la teología cristiana puede ayudar al budismo a vivir la
tradición auténtica de su propia religiosidad. Hoy en día hay una
corriente budista importante que tiende a dar un sentido teísta al
Nirvana; en realidad, como antes explicábamos, no se puede nunca negar
que la posibilidad queda abierta por la lógica misma del budismo. El
diálogo interreligioso debe permitir que el mutuo reconocimiento
enriquezca a todas las religiones. El teísmo cristiano ofrece un marco
coherente para que el budismo profundice en el teísmo de acuerdo con su
propia tradición y legítima autonomía histórica como religión.
d) La evolución de la ontología cristiana. Por otra parte,
tanto el
hinduismo como budismo deben atender al hecho de que el mundo cristiano
también es abierto y tolerante. Todo él está referido a la adhesión a
la doctrina de Jesús que considera revelada. Pero la interpretación del
kerigma cristiano está abierta en la historia. Si, en efecto, el
cristianismo caminara hacia su reinterpretación en el paradigma de la
modernidad, tal como proponemos en este ensayo, entonces se abandonaría
el paradigma antiguo que distanciaba por su rigidez de las cultura
orientales: su dimensión socio-política teocrática (capítulo VII) y la
filosófico-teológica con sus ontologías propias, eran, en efecto, muy
distantes del mundo oriental hinduista-budista. El cristianismo, al
entrar en el paradigma moderno, inspirado en la Era de la Ciencia,
podría alcanzar una cercanía mayor a las tesis clásicas del holismo
hinduista y del fenomenismo budista.
6. El islam
Es la tercera gran religión monoteísta, formada también, como el
judaísmo y el cristianismo, en el Oriente Próximo. El islam es la
comunidad de todos los creyentes en la revelación de Dios a través del
profeta Mahoma. El principio "Alá es Dios único y Mahoma su profeta" es
el dogma fundamental del islam que resume sus creencias. Mahoma,
conociendo ya las religiones monoteístas, la tradición judeo-cristiana,
concibe una religión sencilla pero muy cohesionada socialmente, en que
se borra la frontera entre sociedad religiosa y sociedad civil. El
islam quiere hacer de su vida civil un reflejo de su fe religiosa. En
la actualidad el islam es la religión más numerosa, como unos 1.300
millones de fieles, extendida en los cinco continentes. Por tanto, uno
de cada cinco hombres es musulmán; aunque solo el 20% de los musulmanes
sean árabes. Sin embargo, el islam nace en la península arábiga, donde
están las ciudades sagradas de la religión (La Meca y Medina) y el
Corán está escrito en árabe. En Europa es hoy muy numerosa la
emigración islámica; sobre todo en Francia donde es ya la religión más
practicada (la mayoría de los franceses, aunque sean católicos, de
hecho, no son practicantes). Por razones políticas, los principios de
la religión islámica son hoy protagonistas, diarios y continuos, de una
u otra manera, de los medios de comunicación del mundo occidental. Hoy
en día no puede realizarse un entendimiento interreligioso mundial sin
contar con el islam. Para algunos es difícil la misma hipótesis de
"contar con el islam". Sin embargo, creemos que la religión islámica
cuenta con los ingredientes necesarios para que se integrara en el
movimiento de diálogo religioso en la era de la modernidad.
Muchos piensan que es difícil considerar un mutuo reconocimiento con el
islam, no solo con el cristianismo sino con las otras religiones
(pensemos en el judaísmo). No creo que sea así. Es verdad que solo
atendemos a los signos de que el islam es violento porque es lo que
sale en la prensa. Pero la inmensidad del mundo islámico tiene en la
paz su principio fundamental. Es verdad que en la actualidad lo
"políticamente correcto" en el islam es una tendencia radical e incluso
intransigente. Pero la evolución de la situación mundial podría cambiar
las tornas y hacer que en el futuro lo "políticamente correcto" fuera
el diálogo y la solidaridad con un movimiento de mutuo reconocimiento
interreligioso en la línea que aquí proponemos. Antes de reflexionar
sobre cuáles podrían ser los principios del mutuo reconocimiento
islámico-cristiano recordemos en qué consiste la religión islámica y su
teología.
6.1. Mahoma y la revelación islámica
Mahoma. El islam surge con la vida del profeta
Mahoma. Nace en La Meca,
en torno al año 570 d.C. Tras una infancia como huérfano, llena de
penalidades, vive con su tío materno. Trabajó en el transporte de
bienes por caravanas entre Siria, Arabia y Palestina, donde conoció la
religión judía y la cristiana. Se casó y hasta los cuarenta años no
pasó nada. Solía retirarse a orar en las grutas del monte Hira, en las
cercanías de La Meca. Fue en uno de esos retiros donde comenzó a
hacerse consciente de que Dios le llamaba para ser objeto de una
revelación. Su esposa Jadicha le creyó y animó a confiar en aquellas
revelaciones. Comenzó a predicar en La Meca y fue rechazado y
perseguido. Huyó a Etiopía donde el Negus cristiano le dio asilo por
diez años. Volvió a La Meca y se renovó la persecución, y las
vejaciones, que pudo soportar gracias a la ayuda de su esposa y de
algunos notables. La huida con sus seguidores de La Meca a Medina -la
ciudad rival- marca el comienzo de la Hégira, año 622, y el principio
de la era islámica. En Medina Mahoma se impone y logra organizar la
primera comunidad islámica, dándole a la ciudad sus leyes jurídicas,
sociales y religiosas. Aquella comunidad, como Mahoma vio, no podía
sostenerse sin el "esfuerzo" o Yihad. La doctrina de que vivir
la fe
islámica supone "esfuerzo", tensión combativa para mantenerla frente a
los peligros responde a las amenazas iniciales de sus primeras
comunidades y ha dado origen a la transformación de ese concepto por
ampliación a su manifestación más extrema o "guerra santa". Mahoma se
defendió de los habitantes de La Meca, pero, poco a poco, más y más
tribus se sometieron a su protección y admitieron organizarse según sus
principios religiosos. En el año 632, después de haber sometido las
últimas resistencias de La Meca, y haber eliminado de su piedra sagrada
o Ka 'aba toda referencia al politeísmo anterior de las tribus
arábigas, se produce la gran peregrinación, o vuelta, del profeta a La
Meca, acompañado de 80.000 fieles. Pocos días después de su regreso a
Medina se produjo su muerte.
El Corán o revelación islámica. Corán es el
libro que descendió
prodigiosamente la Noche del Destino, en el monte Hira, y se fue
completando poco a poco a lo largo de los años. Sus últimos contenidos
fueron dictados por el Profeta en su peregrinación a La Meca, poco
antes de su muerte. Es la palabra no creada, eterna, del propio Dios,
dirigida por Mahoma a los creyentes que quieran realizar sus vidas en
torno a ella. Para el musulmán Dios lo ha dicho todo en El Corán y
nadie puede añadir ni cambiar nada en absoluto. Salmodiando y meditando
sus palabras el musulmán las transfiere del escrito al corazón por
medio de la palabra. De esta manera la sensibilidad del creyente va del
sentido aparente (zahir) al sentido oculto (batim) del
mensaje eterno
de Dios pronunciado en el tiempo por Mahoma. Al contenido escrito de El
Corán añade el creyente el ejemplo del Profeta Mahoma: "hombre perfecto
y profeta escogido...". Los primeros discípulos recogieron el ejemplo
de sus obras y la forma en que vivió e interiorizó las palabras de El
Corán que él mismo había transmitido por mandato divino. La tradición
sobre la santidad de Mahoma está recogida en el Sello de los Profetas.
El Hadiz recoge la tradición de los dichos del Profeta y la Sunna
recoge sus comportamientos para resolver problemas sociales concretos.
El Hadiz y la Sunna son, junto al Corán, fundamentos de
la ley
islámica. La comunidad islámica entiende la vivencia de su fe como una
actualización de la vivencia religiosa de Mahoma al contemplar las
enseñanzas de El Corán. De esta manera, la revelación islámica presenta
tres facetas : El Corán, el Profeta y la Comunidad Islámica. El
creyente llega a la revelación por la palabra escrita, el ejemplo
viviente del Profeta y la participación comunitaria de la experiencia
religiosa en el islam. La diferencia entre sunitas y chiitas
consiste
en que los primeros se reducen a las enseñanzas del Profeta; en cambio,
los segundos las completan con las enseñanzas de Alí, primo y yerno del
Profeta, así como de otros familiares señalados.
6.2. La fe islámica
Alá, el Dios único. En el islam el contenido
más esencial de las
creencias religiosas es la proclamación ante la sociedad de la unicidad
de Dios, dentro del más estricto monoteísmo. Mahoma conocía el
monoteísmo judío y cristiano, pero su intención fue radicalizar todavía
más el monoteísmo, rechazando la confusión trinitaria cristiana en
torno al monoteísmo y, por descontado, el politeísmo anterior de las
tribus árabes de su entorno. Dios es creador absoluto, fundamento de
todo, misericordioso, omnipotente, tocio lo sabe, todo lo entiende,
todo lo ve. Así, el islam admite como profetas a todos los personajes
del Antiguo Testamento y al mismo Jesús, pero sin reconocerlo como Dios
ya que esto iría en contra de la pureza monoteísta. La religión
islámica se cree como la verdadera religión que proclama en el mundo la
doctrina más absolutamente monoteísta. El Islam cree en otros libros
revelados como La Torá, los Salmos, los evangelios, pero solo El Corán
es la revelación final y definitiva del Dios único.
Resurrección, Juicio Final y más-allá: la
salvación final. El Dios
único es creador del universo para conseguir la salvación del hombre.
Pero esta se produce escatológicamente, más allá de la muerte. La
descripción de los sucesos escatológicos tiene una gran importancia en
el islam; en ella se descubre una innegable influencia del pensamiento
judío y cristiano. El islam es así una religión intensamente volcada
hacia una esperanza de la salvación final que, en el Corán, se describe
con lujo de detalles. El más-allá comienza por los acontecimientos tras
la muerte (se concibe como separación del alma y del cuerpo). Después
se produce inmediatamente el interrogatorio ante la tumba o juicio
intermedio, realizado por ángeles. La gran catástrofe es el
escenario
en que se produce el Juicio Final (un potente resonar de
trompeta, el
temblor de la tierra, fenómenos cósmicos...). Antes del Juicio se
producirá la gran resurrección de todos los muertos: Dios es
omnipotente y puede llamar a los hombres a una nueva vida por la
resurrección. Dios será entonces el único y supremo juez. Pronunciada
la sentencia unos irán a un paradero neutral, otros al infierno y otros
al paraíso. El Corán describe con imágenes fastuosas los placeres
inefables del paraíso, la felicidad serena en el maravilloso jardín de
Dios con sus ríos de agua, leche, vino y miel, con su abundancia de
frutos y de cuanto contribuye al bienestar corporal, con su paz y
felicidad absoluta, con las relaciones sexuales con las jóvenes de
rasgados ojos o Huríes, etc. Las mujeres creyentes compartirán también
esas delicias y hallarán en el paraíso la benevolencia divina.
Siguiendo al Corán que dice, refiriéndose a Dios, que "las miradas no
le alcanzan", los mutazilíes rechazan en el paraíso la
posibilidad de
contemplación divina. Pero los azharíes, por el contrario, ven
en la
visión de Dios la felicidad suprema que Dios ha concedido a los
creyentes y a las creyentes.
6.3. El camino personal al Paraíso
Las obligaciones personales en el islam. El
creyente puede llegar al
paraíso y esta es la voluntad de Alá. Pero para ello debe seguir el
camino se11alado por Dios, que es el camino de la santidad, la sumisión
total a la divinidad (islam significa sumisión a Dios). La obligación
esencial es la profesión de fe o shahada. Es dar
testimonio de Alá como
Dios único y salvador: testimonio ante todos, ante los mismos creyentes
del islam y ante los no creyentes o infieles. Esta testimonialidad
supone una manifestación pública que es un riesgo y se hace con
valentía, con esfuerzo o Yihad. De ahí que se tienda a realizar
en
grupo todas las manifestaciones de la fe, donde el testimonio es más
eficaz, ante la comunidad islámica y ante el exterior. La segunda
obligación es la oración o salat. Las cinco oraciones
rituales tienen
nombre y hora. Pueden hacerse en cualquier sitio, mirando a La Meca. La
oración comunitaria en la mezquita es los viernes. La oración es la
relación con Dios que alcanza su máxima expresión en las numerosas
escuelas de mística islámica (sufismo). La tercera obligación es
el ayuno o siyám. Se realiza en el mes del Ramadán y
significa la entrega
a Alá por la oración y la espera de la salvación. La cuarta obligación
es la limosna o zakat. El hombre es solo depositario de
los bienes
poseídos, el único propietario es Dios. Los hombres desposeídos tienen
derecho a recibir la limosna del que posee algo. Limosna es compartir y
es una obligación esencial. Todos son libres en sus obras y pueden
acumular riquezas; pero aquel que llega a poseer tiene la obligación de
compartir por la limosna. La quinta obligación es la peregrinación
a La
Meca o Al-Hadch. Es la repetición ritual de la
peregrinación del
Profeta y supone la muestra exterior definitiva de la identificación
con la fe del islam pretendida en la propia vida. Los que no tienen
medios no están obligados.
El islam como proyecto de civilización. El
islam es una religión cuya
práctica se realiza de forma comunitaria y, por tanto, arrastra consigo
la organización de la comunidad. La vinculación testimonial ele unos a
otros, al arrastre comunitario en las prácticas, hace que lo social sea
esencial desde la misma familia, donde se proclama a Dios, se ora, se
ayuna, se hace limosna y se peregrina a La Meca. El creyente queda
profundamente impactado desde la misma infancia, psicológicamente
afectado y vinculado existencialmente a los suyos, a su comunidad. La
comunidad islámica -modernamente el Estado Islámico-se organiza para
vivir la fe islámica en comunidad, ya que la aplicación del Corán exige
una comunidad donde tenga vigencia. La ciudad islámica (la
primera fue
creada por Mahoma) tuvo así desde el principio una estructura coránica
que se repitió en todas las ciudades que se fueron creando. La sociedad
islámica va así encaminada a crear las condiciones ambientales y de paz
que permitan la realización de las obligaciones del creyente.
La Yihad islámica. El islam es una religión
esencialmente social, de
una forma mucho más intensa que cualquier otra religión. En principio
es una religión de paz, tolerante con las otras religiones, ya que la
religiosidad es siempre un acto libre. Sin embargo, El Corán alerta
continuamente a los creyentes a estar atentos porque son constantes las
agresiones que, desde el exterior, tratan de alterar la paz con que el
creyente, amparado por la comunidad islámica, por la ciudad islámica,
por el estado islámico, trata de seguir el camino ritual de las
obligaciones para alcanzar el Paraíso. Cuando esta paz de la comunidad
islámica se ve alterada por agresiones, el creyente debe responder con
el esfuerzo defensivo o Yihad. El islam es así tolerante con otras
comunidades religiosas que vivan encerradas en sí mismas y no
interfieran; pero si alteran la paz del islam (por ejemplo, si tratan
de hacer proselitismo) no son toleradas y se les responde con la Yihad,
el esfuerzo defensivo a que el islam tiene derecho. En los primeros
siglos de expansión del islam, los deseos de propagar las propias
creencias emergentes transformaron la Yihad en "guerra santa". En
ocasiones, una nación islámica puede ser agredida y el Yihad se
transformará automáticamente en "guerra santa"; pero, para los teólogos
islámicos, el islam no es una religión agresiva que trate de imponer
por la fuerza sus creencias (esto pudo pasar en otros tiempos quizá,
como también lo hacían los cristianos). Sin embargo, modernamente,
muchos imanes y dirigentes de la comunidad islámica observan que el
mundo occidental, por su fuerza comercial invasiva en todos los
sentidos, se ha convertido en una fuerza que irrumpe en el mundo
islámico y le quita la paz tradicional para vivir su religión. Por
ello, se trata de una nueva forma de agresión cultural difusa que exige
la respuesta defensiva de la Yihad establecida por el Profeta en El
Corán. En este sentido se señala al mundo occidental, especialmente a
los Estados Unidos, como Satán, como principio agresor responsable de
la corrupción moral e imposibilitador del cumplimiento del camino hacia
la salvación.
6.4. El mutuo reconocimiento islámico-cristiano
En principio, la coincidencia regional, en el Oriente Medio, de las
grandes religiones monoteístas -judaísmo, cristianismo e islam- es ya
un indicio de que, en efecto, entre ellas deben de haber numerosas
concordancias. Así es, incluso por la inspiración que al parecer, como
hemos indicado, condujo a Mahoma del conocimiento de la tradición
judeo-cristiana a la fundación del islam. Si tales concordias
religiosas existen no debe caber duda de que la mirada bidireccional
islámico-cristiana debe suscitar numerosas empatías. A pesar del
mencionado origen de las tres religiones dentro de una misma tradición
religiosa regional, el hecho es que islam y judeo-cristianismo son dos
tradiciones religiosas distintas; hay mucha menor conexión que entre el
judaísmo y el cristianismo, aunque los profetas y hombres santos
judeo-cristianos son así considerados por el islam, incluido el mismo
Jesús. Por otra parte, no debemos olvidar lo que antes se ha explicado
en este capítulo: que cada religión tiene derecho a tener sus propias
creencias. El hombre es libre para creer en las creencias religiosas
que considere. El cristiano es libre para adherirse a la doctrina de
Jesús y creer en Él. De la misma manera el islam es libre para creer en
la revelación de Dios a Mahoma en los términos de su propia fe. El
respeto profundo nacido del mutuo reconocimiento significa reconocer el
derecho a configurar una fe libre, sin estar sometida al escrutinio
fiscal racionalista de las otras religiones. Las diferentes creencias
son así vistas como diversos reflejos del mismo Dios presente en las
grandes religiones, tal como han sido configurados con la imaginación y
riqueza humana de sus respectivas tradiciones historicistas.
La mirada del cristianismo sobre el islam.
Insistimos en que la
prevalencia actual en la opinión pública occidental de la idea simple
de un islamismo radical y fundamentalista no se ajusta a la realidad.
Constatar la existencia de grupos de radicales no es falso; pero sí es
falsa la generalización, la universalización y la absolutización. Pero,
frente a visiones unilaterales, la visión empática de los cristianos
sobre el islam debe ser realista, ponderada y, sobre todo, empática en
la percepción de las grandes riquezas del islamismo como religión. Como
ya se ha explicado, un carácter esencial del islam es su dimensión
social y la idea del estado como organización de la sociedad islámica.
Por consiguiente, la mirada sobre el islam no puede olvidar rasgos
importantes de la concepción islámica de la sociedad que están
integrados perfectamente en la unidad de su fe. Lo que el cristiano
percibe inmediatamente en el islam es la estructura diáfana de una
comunidad de fe donde destacan con excelencia las grandes constantes de
lo que hemos llamado el "universal religioso".
a) Excelencia del "universal religioso" en el islam. El islam
es, sin
duda, una expresión de lo que podríamos llamar una religión esencial.
Cree de forma manifiesta y definida en un Dios Único al que libremente
somete la existencia humana en todas sus dimensiones, personales y
sociales. La comunidad islámica de creyentes concibe su vida
unitariamente, la vida civil es reflejo de la vida religiosa. La idea
de Dios en la teología islámica es la misma que en la tradición
judea-cristiana (a excepción de la trinidad cristiana): un Dios
creador, sostén del universo, providente, todopoderoso, omnisciente,
que ama al hombre y a su creación, etc. Dios ha establecido un plan de
salvación revelado finalmente al profeta Mahoma (admite también otras
revelaciones anteriores que culminan en Mahoma). Todos los hombres
serán examinados en conformidad con este plan en el Juicio Final y el
Paraíso, descritos con profusa imaginación por el profeta, será el
premio para quienes hayan vivido según la ley coránica. La respuesta
humana a este Dios es la oración, vivida con una profunda religiosidad.
El sentido de oración islámico es admirable, abarcando toda la vida del
creyente. El musulmán siente a Dios y vive unido a Él en una
experiencia de fe profunda que culmina en las manifestaciones eximias
de la mística islámica (por ejemplo, en el sufismo). La convicción y
seria vivencia de la fe islámica se manifiesta en la radicalidad del
testimonio y en la vivencia social de la fe. El musulmán vive una
explícita y constante vivencia de fe en la familia y en todas las
instancias del orden social. El islam no teme manifestar su fe y en los
creyentes la fe va por delante de la vida ordinaria, o mejor, en total
armonía con todas sus facetas. Las manifestaciones desviadas de esta fe
-como el fanatismo que lleva al fundamentalismo radical, incluso al
terrorismo- son también, en el fondo, una prueba de hasta qué punto la
vida del creyente musulmán se funda en la fe religiosa y compromete la
vida. La vivencia de la fe en el islam es un ejemplo para las otras
religiones y también para el cristianismo.
b) El monoteísmo islámico. El islam hace de la idea trinitaria
de Dios
en el cristianismo (o en el hinduismo) una cuestión polémica. Pero, en
cambio, para el mismo cristianismo el monoteísmo es también esencial y,
por ello, no puede sino reconocer la pureza del monoteísmo islámico. El
cristianismo es consciente de que su fe trinitaria deriva de la
doctrina, a su entender revelada, de Jesús y es un misterio en el que
los cristianos creen, remitiéndose a su creencia en el kerigma
primitivo. Pero en ningún momento considera un factor negativo el
monoteísmo puro islámico, tal como se ha configurado con legitimidad en
su tradición historicista. En la fe básica hay, pues, coincidencia, sin
que el cristianismo pretenda que el islam debiera asumir también la
idea trinitaria de Dios. El cristiano, cuando mira hacia el islam,
tiene la sensación de que se está hablando del mismo Dios de la
tradición judeo-cristiana.
c) La comunidad de fe en el islam. El hecho histórico es que el
islam
nació en la primera comunidad creada por Mahoma. Como acto libre de los
creyentes esa comunidad no distinguió la vida civil de la religiosa (en
aquellos tiempos hubiera sido extraño hacerlo, ya que lo común era la
identificación entre la sociedad y el estado, tal como pasó en el
teocratismo constantiniano cristiano). El cristianismo -y el mundo
occidental en general-debe aprender a mirar al islam como un grupo
humano que libremente asume sus formas de organización socio-religiosa
que conocemos como sociedad islámica. Recordemos que no hay más que un
derecho humano básico: la libertad. Es antes la libertad que la
democracia. Por tanto, cuando la mayoría social casi absoluta de las
naciones islámicas quiere dar forma a su convivencia de acuerdo con su
fe y su tradición islámica, es una decisión que debe ser respetada
porque es un acto colectivo de libertad.
d) La oración islámica. Es otro aspecto admirable de la
religión
islámica que se manifiesta en la forma de un serio testimonio ante la
comunidad. El factor social islámico se manifiesta como oración. Así,
la presencia viviente del Espíritu del Dios de todas las religiones se
hace presente en una experiencia de la oración en que lo comunitario
tiene un grado de intensidad especial. El islamismo tiene tres
elementos en su experiencia de oración que deben suscitar la admiración
del mundo cristiano: su intensidad emocional, su vivencia social y su
compromiso testimonial. El cristiano se siente unido a la experiencia
de Dios de los musulmanes que, sin duda, proviene del mismo Dios
universal que funda todas las religiones. La experiencia mística
musulmana es la experiencia del mismo Dios de la mística universal,
también cristiana.
e) La dinámica de la teología islámica. El cristianismo sabe
que el
islam se funda en la creencia de que Dios ha dictado El Corán al
profeta Mahoma. No se puede cambiar un ápice de su contenido. Por ello,
se piensa que el islam está "atado" a la literalidad de su Libro
Sagrado y ello produce un inmovilismo que dificulta su adaptación al
mundo moderno. No obstante, el cristianismo quiere entender que el
islam es también una religión susceptible de dinamismo, no para cambiar
El Corán sino para entender mejor su contenido. La teología cristiana
sufrió un proceso parecido, pasando de la "literalidad" en el
sometimiento a la Biblia a su interpretación. Interpretación no es
falta de fidelidad sino esfuerzo por mayor fidelidad, por un más
preciso conocimiento humano de la verdad que se halla en la revelación
que se admite. La presencia de la razón en el islam fue ya reclamada en
diversos tiempos (verbi gratia, Averroes) y la cultura islámica
fue
líder en el desarrollo científico durante los siglos que siguieron a su
fundación. El dinamismo podría ser promovido por los mismos teólogos
del islam.
f) El islam, religión de paz. El objetivo de la sociedad
islámica es
poder vivir en paz y sosiego la propia religión. El islam sabe que hay
otras religiones y creencias con las que debe convivir y debe respetar.
Así ha pasado en muchos momentos de la historia. La Yihad, antes
explicada, es una reacción defensiva contra las agresiones de uno u
otro tipo (verbi gratia, proselitismo) a la sociedad islámica y
no
puede entenderse como un principio de agresividad violenta contra el
resto de naciones y religiones para imponer el islam. Hubo momentos del
pasado en que, al igual que pasó con el cristianismo y con otras
religiones, se aplicó una política expansiva, violenta y de conquista.
Pero lo que se produjo por razones políticas del pasado no puede
generalizarse como principio de la teología del islam (tampoco pueden
generalizarse las políticas cristianas de la Edad media por las mismas
razones). Por ello, el cristianismo debe ver en el islam una religión
que, de acuerdo con sus principios, es susceptible de ser comprometida
en un proceso de paz universal.
La mirada del islamismo sobre el cristianismo.
El islam debe aprender a
mirar al cristianismo como una religión que evoluciona, siendo fiel a
sí misma, y que, en la actualidad, ya no es la religión de la Edad
media ni la que intentó mandar en siglos anteriores "misiones" a los
países islámicos para deshacerlos por el proselitismo sistemático. El
cristianismo no es ya ni siquiera responsable del caos moral de los
países occidentales, ni de sus políticas económicas y de dominio
expansionista colonial. El cristianismo es una religión que evoluciona
hacia el paradigma de la modernidad que proponemos en este ensayo. Este
paradigma, en efecto, permitiría que el islam mirara con nuevos ojos la
religión cristiana y descubriera en ella contenidos importantes que
pudieran ayudar a la mejor comprensión de la misma fe del islam. a)
Aprender a entender la esencia del cristianismo. El islam con
frecuencia considera que la esencia del cristianismo es su doctrina
trinitaria que contrapone a la idea islámica del Dios Único. Sin
embargo, la realidad es que los hombres que constituyen el islam son
seres humanos sometidos a la indigencia general de la condición humana:
son pobres, sufren enfermedades, tribulaciones familiares y muerte de
los seres queridos, violencias e injusticias, angustias y problemas
psicológicos, incomprensión... Sin embargo, a pesar de todo, aceptan la
vida tal como es, su condición trágica agobiante, pero ello no es
obstáculo para creer en el Dios Único y estar abiertos a la esperanza
religiosa de la resurrección obrada por el Misericordioso en el
Paraíso. En definitiva: la esencia de la experiencia religiosa humana
del islam es la de todo ser humano y la misma del cristiano: es la
actitud de apertura a la esperanza en un Dios liberador a pesar de su
silencio, de su lejanía ante la historia humana y el drama del
sufrimiento. Pues bien, la esencia del cristianismo es el mensaje
divino que nos confirma que, en efecto, el Dios real se ha ocultado, ha
admitido nuestro camino de dolor, pero es el Dios que nos resucitará.
Esto es lo que el islam cree y en esto puede estar unido al
cristianismo. El cristianismo cree que el Misterio de Cristo nos dice
que el Dios real ha establecido su anonadamiento kenótico, ha perdonado
el pecado y nos salvará por la resurrección anticipada en Cristo. Una
profunda religiosidad como la del islam debe ser sensible a este
mensaje esencial del cristianismo porque ya en su experiencia religiosa
esencial es implícitamente cristiano, seguidor del Dios oculto que, sin
embargo, nos salva.
b) Aprender a respetar la legitimidad historicista del cristianismo.
El
islam debe aprender a leer los signos de la historia. ¿Cabe pensar en
un Dios que ha abandonado a todos los pueblos y solo se hizo presente
en el islam? Esto no es lo que el islam cree (la revelación al Profeta
es solo la revelación plena), ya que Dios ha estado y sigue estando
presente en otros continentes, en otros pueblos y naciones, en otras
tradiciones culturales. De acuerdo con la lógica expuesta en este
capítulo, sobre el mutuo reconocimiento interreligioso, Dios ha estado
en los pueblos constituyendo diversas experiencias religiosas que son
legítimas y tienen el derecho a existir que Dios mismo les ha dado. El
derecho y legitimidad historicista del cristianismo -así como también
de las otras religiones-deben ser reconocidas por el islam. La
existencia del cristianismo no niega la existencia del islam, así como
la existencia de este no niega la de aquél. Pero hay algo más
importante: las visiones historicistas de las religiones no se
contradicen, deben tolerarse unas a otras, respetarse, admirarse y
enriquecerse mutuamente.
c) Aprender a sentirse respetado en el historicismo propio.
Reconocer
las otras religiones, y el cristianismo, permite también alcanzar la
persuasión de que las otras religiones reconocen también la propia. La
evolución de la religión cristiana hacia el paradigma de la modernidad
puede arrastrar a las religiones a la nueva sensación de que las otras
no son "adversarias" sino solidarias en el reconocimiento del Dios
Único ante la increencia. El islam debe aprender a sentirse reconocido
y valorado en su legitimidad histórica, respetado en la forma de
entender su religiosidad y apelado a solidarizarse con el universal
religioso.
d) Aprender la dinámica social y teológica de la fe. El islam
debe
mirar a las otras religiones, especialmente al cristianismo, para
constatar qué evolución se ha producido. El cristianismo cree
igualmente en una revelación que ha sido transmitida en las Sagradas
Escrituras. Hubo un tiempo en que la teología se atenía literalmente al
contenido bíblico, pero se llegó a la persuasión de que la misma
fidelidad al texto obligaba a interpretarlo. El islam puede admitir que
El Corán no pueda sufrir el cambio ni de una parte mínima. Puede
mantener este principio, pero si entiende mal el contenido se estará
falseando la revelación coránica. Muchos piensan que hoy hay
fundamentalistas que lo están falseando. Por ello, al no haber en el
islam una autoridad central, deberá ser la sociedad islámica la que con
la valentía de unos y otros vaya introduciendo poco a poco una
revolución teológica que beneficie a la misma sociedad islámica y la
purifique en sus creencias coránicas.
e) Integrarse en un proceso interreligioso de paz universal. El
motor
hacia el cambio dinámico de la sociedad islámica debe ser el impulso a
participar en el movimiento del mutuo reconocimiento interreligioso
que, si el cristianismo caminara hacia el paradigma de la modernidad,
según nuestra propuesta, podría producirse. Si el Dios Único
Misericordioso quiere la paz de la sociedad de los creyentes en el
islam y la paz de los pueblos en que inspiró las otras religiones,
entonces, en el marco del mutuo reconocimiento interreligioso, las
religiones deberán caminar juntas en el proceso de la paz. En ese
camino en que las religiones deberán asumir una responsabilidad
importante le corresponde al islam un papel de protagonismo al que no
puede cerrarse. Para ponerse en las condiciones apropiadas para
asumirlo, llegado el momento, el islam debe hoy comprometerse en un
proceso dinámico que le lleve al verdadero entendimiento del contenido
del Corán.
7. Las
religiones en la cultura de la modernidad
La configuración del mundo moderno, en especial el cambio en la imagen
de la realidad en la Era de la Ciencia, suponía en el cristianismo una
tarea de readaptación que, sin embargo no se llevó a cabo. La
pervivencia del paradigma antiguo hasta nuestros días determinó sin
duda una cierta manera de entender la relación entre el cristianismo y
las otras religiones. Sin embargo, actualmente se empieza a perfilar
una madurez histórica apropiada para el gran cambio que se realizará
cuando el cristianismo pase del paradigma antiguo al paradigma de la
modernidad. El nuevo paradigma permitirá un nuevo enfoque en el diálogo
interconfesional cristiano e interreligioso que hemos expuesto. Que las
líneas de actuación que hemos propuesto pudieran llegar a cumplirse
dependería de que, en efecto, el cristianismo fuera capaz de dar el
tránsito al nuevo paradigma de la modernidad. Todo son hipótesis y
propuestas que, aunque puedan hacerse desde una argumentación que en
nuestro caso es evidente, no van más allá de ser serias "especulaciones
argumentadas". Pero, en todo caso, permiten vislumbrar que tiempos
excepcionales podrían estar avecinándose para la convergencia
interconfesional cristiana y para el diálogo interreligioso.
La tormentosa historia de las relaciones interconfesionales cristianas
y de las interreligiosas ha sido, y es en cuanto todavía pervivan, un
hecho producido que debería avergonzar a todos los creyentes en Dios.
Esta lamentable situación de enfrentamiento secular es hoy tanto más
incomprensible por cuanto los problemas de las religiones no son las
otras religiones, sino el proceso social de secularización creciente, y
de increencia militante, ya en un alto desarrollo en los países
desarrollados, secularmente cristianos y hoy bajo la influencia de la
modernidad, pero que también comienza a extenderse a otras culturas
como la judía (sin duda), la hinduista, la budista, e incluso la
islámica.
El recorrido emprendido por la fe de las grandes religiones -judaísmo,
hinduismo, budismo e islamismo- sugiriendo la mirada enriquecedora
esencial que pudiera posarse desde unas sobre las otras, nos hace
vislumbrar que el diálogo y la convergencia, su unidad como testigos de
un único Dios, es posible. El "mutuo reconocimiento" podría brotar en
las relaciones interreligiosas hasta hacerse realidad una nueva época
-en que se saldara la deuda de las religiones contraída con la
historia-porque las grandes religiones fueran testigos o reflejos
poliédricos de la única luz del Dios creador, diseño y señor de la
historia. Este tiempo nuevo de la solidaridad interreligiosa supondría
poner en juego diversos factores que han sido argumentados a lo largo
de este capítulo y que estarían favorecidos por la entrada del
cristianismo en el paradigma de la modernidad.
El universal religioso. Las religiones creen
en un Dios que ha
establecido un "camino de salvación" que debe ser recorrido libremente
por el hombre (el budismo debería ser entendido en los términos antes
expuestos). La creencia en Dios salvador se hace siempre, como
exigencia natural inevitable, desde el drama de la existencia, abocada
a la indigencia y a la muerte. Las religiones desvelan el enigma del
universo y creen en un poder salvador divino aceptando el drama de la
vida, a pesar de la lejanía y del ocultamiento de la realidad divina.
Esta apertura confiada a lo transcendente, a pesar del sufrimiento y de
la oscuridad de la existencia, es la religión. El resultado es la
experiencia religiosa donde el único Dios, de la misma forma a través
de su ontología holística en el cosmos, hace acto de presencia en lo
íntimo del "espíritu" de los seres humanos, atestiguada en las
múltiples vías místicas en todas las religiones. La religión no puede
ser religión sin responder a la estructura de este "universal
religioso" que responde a la apertura a Dios desde un cosmos enigmático
y dramático. Este universal es la esencia de todas las religiones.
El cristianismo universal. Nada más esencial
para la tradición
cristiana que entender en el Misterio de Cristo la expresión sustancial
del eterno designio divino para la creación del mundo y para la
salvación del hombre. Así, en la hermenéutica del cristianismo desde el
paradigma de la modernidad se puede entender cómo y por qué el Misterio
de Cristo, Voz del Dios de la Revelación, es armónico con la Voz del
Dios de la Creación. La modernidad permite ver la universalidad del
cristianismo por cuanto en la revelación da Dios la respuesta
confirmatoria que dice "sí" al universal religioso de la condición
humana en todas las religiones. En otras palabras, el cristianismo es
decir "sí" al universal religioso; lo mismo es decir que el
cristianismo es el "sí" de todas las religiones. No podía ser de otra
manera si debe aceptarse la lógica de la presencia universal del Dios
viviente en todas las religiones, ya que el mensaje de salvación en el
cristianismo no va dirigido a un numerus clausus sino a la humanidad de
todo tiempo y lugar. La revelación de Dios en Cristo -su designio
salvador-no podía ser sino un designio salvador universal. La salvación
actuante, por la estructura natural asequible a todos, que se realiza
en la experiencia religiosa, personal y libre de todo hombre. El
cristianismo está así dentro de todas las religiones en la misma forma
en que todas están dentro del cristianismo.
La pluriformidad historicista de las religiones.
El universal religioso
ha sido interiorizado en las diferentes culturas y tradiciones
religiosas, produciendo en ellas diversos patrimonios historicistas
cuyos "núcleos específicos" pueden enriquecerse mutuamente, como hemos
comentado en la exposición precedente. Cada religión debe aprender a
reconocer la presencia en ella del "universal religioso". Este es la
fuente fundamental de solidaridad y unidad interreligiosa. Al mismo
tiempo cada religión debe aprender también no solo a tolerar, sino a
respetar, valorar y a enriquecerse con los "núcleos específicos" con
que las otras religiones han asimilado y vivido la experiencia del
mismo Dios. La religión cristiana debe aprender a entender que su
esencia es el "cristianismo universal" y que iluminar a los hombres con
el mensaje cristiano no es intentar imponer a otras las religiones la
"letra pequeña" de la iglesia y de sus perfiles historicistas, sino
hacer presente el "sí" divino al universal religioso, es decir,
proclamar la presencia universal del logos que se ha revelado en
Cristo. Dicho sea esto sin pretender ignorar que el cristianismo
defiende (y debe defender) que la iglesia cristiana es el vehículo de
la revelación en la historia, en los términos expuestos inequívocamente
en este ensayo (ya desde el capítulo II). Pero lo que la teología
dogmática católica nos dice sobre la iglesia es que su misión no es
imponer su inevitable "historicismo", sino proclamar la universalidad
del Misterio de Cristo para todos los hombres, culturas, experiencias
religiosas y religiones. Proclamar la "iglesia universal" (en el
sentido antes explicado) no es pretender unificar la humanidad bajo una
sola disciplina eclesiástica, anulando la riqueza multiforme de las
tradiciones historicistas, que Dios ha querido y en las que ha hecho
acto de presencia como Espíritu. Dios ha querido y ha fundado la
iglesia cristiana para que juegue un decisivo papel histórico para
hacer presente la revelación del Misterio de Cristo. Pero este papel
histórico está cifrado en la proclamación del cristianismo universal.
Es decir, la misión de la iglesia cristiana no consiste en luchar para
imponer un historicismo frente a otros, sino el proclamar la "iglesia
universal" como comunión de todos los pueblos en el "universal
religioso" que contiene implícitamente el "cristianismo universal".
Solidaridad interreligiosa en la creencia.
Este proceso de
profundización teológica promovido por el diálogo interreligioso en el
tiempo de la modernidad debería conducir al sentimiento de creciente
solidaridad en la creencia. Todas las religiones deberían respetarse
como manifestaciones de la presencia real de un Dios que ha hecho acto
de presencia en ellas. La tolerancia, el respeto y el mutuo
enriquecimiento teológico deberían producir prosperidad y prestigio de
las religiones en sus respectivos ámbitos de influencia social. Las
religiones, asumiendo sus respectivas tradiciones historicistas, pero
respetando las otras, deberían asumir conscientemente el hecho de ser
reflejos multiformes de la riqueza insondable de la presencia universal
del Dios de la creación. Ninguna religión hubiera podido soñar, en los
años del enfrentamiento, llegar a tener una influencia y un
reconocimiento universal como el que se posibilitaría por esta
solidaridad interreligiosa. Lo mismo podría decirse del cristianismo.
El camino de expansión misionera buscando las conversiones al
cristianismo no hubiera llegado nunca a un resultado tan decisivo como
el de proclamar ante todas las religiones el "cristianismo universal"
que permitiría la presencia consciente del Misterio de Cristo en
ámbitos insospechados.
La solidaridad interreligiosa en la lucha contra
el sufrimiento. El
proceso de solidaridad teológica interreligiosa en las creencias
profundas produciría un estado de euforia y fortalecimiento histórico
en todas las religiones: judaísmo, hinduismo, budismo e islamismo se
sentirían universales y vivirían la lógica de ser reflejos de una
presencia universal de Dios congruente y con sentido. Ya no estarían en
un "localismo religioso" deprimente, pues formarían parte de un proceso
universal de la religión con sentido teológico. Verían con claridad la
fuerza de la proyección universal de su mensaje religioso. Al mismo
tiempo tendrían la seguridad de ser ellas mismas, manteniéndose fieles
a las raíces de su tradición. El optimismo y simpatía, solidaridad
entre religiones, las pondría en condiciones favorables para jugar
juntas un nuevo protagonismo histórico excepcional posibilitado por la
evolución de la filosofía de la historia civil en el siglo XXI. Las
religiones podrían llegar a jugar un papel relevante en hacer posible
el protagonismo histórico de la sociedad civil en un esfuerzo final
para combatir, con pragmatismo y eficacia, el sufrimiento humano. Esta
será, sin embargo, la temática del siguiente capítulo de este ensayo.
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