Hacia el nuevo
concilio. El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia
4. La moderna imagen de la realidad en la
era de la ciencia
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1. La
evolución de la razón en la modernidad
2.
Epistemología, filosofía y metafísica de la ciencia
3. La
materia
4. El
universo
5. La
vida: sensibilidad-conciencia y neurología
6. Sujeto
psíquico y razón humana
7. La
imagen racional del mundo real en la Era de la Ciencia
8.
Metafísica de la ciencia
9. El
universo descrito por la ciencia como creación divina
El paradigma grecorromano, ¿ha quedado realmente
desfasado de la imagen del mundo en la modernidad? En este ensayo
defendemos que, en efecto, ha quedado desfasado y es uno de los
impedimentos para que el cristianismo haga presente el kerigma de tal
manera que sea inteligible en nuestro tiempo. Probablemente a esta
carencia de paradigma hermenéutico se debe atribuir parte de la crisis
moderna de la religión en el mundo cristiano. Sin embargo, ¿es esto
así? En realidad, supuesto que hemos argumentado en qué consiste el
paradigma antiguo y en qué sentido sigue presente actualmente en la
iglesia, no podemos justificar nuestra tesis sin dar un paso más: sin
exponer en qué consiste la imagen del universo, de la vida y del hombre
en la Era de la Ciencia para contrastarla con la imagen del antiguo
paradigma y poder constatar con precisión cómo y por qué se trata de
dos visiones de lo real sustancialmente diversas. El recorrido que
emprendemos en este capítulo nos llevará a reconstruir la génesis de la
ciencia moderna, su epistemología, la idea de la materia, del universo,
de la vida, del hombre, y en especial la génesis de la razón, como
factor determinante en la mente humana. Como veremos, si la Era de la
Ciencia nos ha suministrado una imagen de lo real distinta de aquella
que configuró el mundo antiguo, entonces podemos decir que la
modernidad hace posible una profundización en el conocimiento del mundo
que Dios realmente ha creado. La obra de la creación responde a las
características que constatamos en la razón moderna. ¿Por qué? Pues
simplemente porque la ciencia moderna constata con mayor precisión y
exactitud cómo realmente es el universo creado. Así es la obra creadora
de Dios (al menos hasta donde puede conocerse hoy en la modernidad, sin
excluir que el conocimiento científico, filosófico y teológico siga
perfeccionándose en la historia por venir). Por consiguiente, la imagen
de lo real en el mundo moderno permite una nueva formulación del
contenido de la ley natural que, al reflejar el orden que Dios ha
querido crear, es también una ley divina para el creyente. Dios no ha
querido que el mundo creado sea un instrumento de sometimiento a un
orden creado fijo, teocéntrico, sino el hábitat de la libertad donde la
naturaleza y el hombre deban construir creativamente su futuro. La ley
natural es la ley de la libertad y de la creatividad.
Trayectoria de este capítulo. La actitud
cristiana que hizo nacer el
paradigma grecorromano, dejando aparte el paradigma hebreo que estaba
en la base de la experiencia religiosa de Israel y de los primeros
cristianos, fue la persuasión de que Dios había hecho al hombre
racional, que Dios había creado el orden racional de la naturaleza y
que el uso de la razón debía conducir a Dios, en armonía con el kerigma
cristiano. La razón era aceptable para el cristianismo porque debía
suponerse que su uso autónomo permitiría conocer el orden racional que
había establecido el Dios revelado en Jesucristo. Entre el uso autónomo
de la razón y la idea del mundo proclamada en el kerigma no podía haber
sino convergencia y armonía. Así, la asimilación y perfeccionamiento de
la racionalidad clásica permitió construir el portentoso edificio del
paradigma grecorromano, mantenido durante siglos y que pervive todavía
en la actualidad.
El paradigma -como hemos dicho repetidamente- no era el kerigma, sino
una lectura o interpretación histórica. Pero se confiaba en el supuesto
de que el paradigma estaba racionalmente en la Verdad (aunque esta se
completaba en el kerigma). Esta "persuasión de verdad" estaba reforzada
por una obra de siglos y siglos perfeccionando el paradigma
grecorromano, con la contribución de una innumerable variedad de
autores y escuelas de extraordinaria calidad intelectual, y, al mismo
tiempo, por el firme compromiso mantenido por la iglesia durante siglos
con el fondo interpretativo del paradigma. Por ello, una inmensa
inercia histórica impulsó, y ha seguido impulsando, a la iglesia a
mantenerse en las líneas esenciales de la Verdad que se ha venido
enseñando durante siglos. Esta inercia de la Tradición es a todas luces
comprensible.
Hasta fines de la Edad media la filosofía-teología cristiana era
participada por toda la sociedad. Pero en el renacimiento y en la
ilustración comenzó a nacer poco a poco el mundo moderno. La nueva
imagen de la realidad en la modernidad estuvo decisivamente influida
por el conocimiento de la materia, del universo, de la vida y del
hombre en la ciencia. ¿Por qué el cristianismo no se inspiró en esa
nueva imagen para profundizar en el kerigma, permaneciendo ya a deshora
anclado en el paradigma antiguo? Probablemente, además de la fuerza
inercial de una tradición tan potente y rica en que se había expresado
el kerigma, el problema consistió en que no había una alternativa
viable. ¿Por qué no? Porque la imagen científica de la realidad no fue
apropiada, durante siglos, para afrontar desde ella la nueva
hermenéutica. Es verdad, como ha mostrado el historiador John Hedley
Brooke, que los grandes científicos ingleses -por ejemplo Newton- se
mantuvieron en la tradición teísta cristiana. Pero, la verdad es que la
ciencia fue haciéndose "reduccionista" y anticristiana. En este
capítulo vamos a exponer cómo la idea de la materia, del universo, de
la vida y del hombre, en la ciencia actual es, ciertamente, "monista"
-muy distinta de la ontología dualista del paradigma antiguo- pero, sin
embargo, cada vez más alejada del "reduccionismo" que imposibilitó el
diálogo con el cristianismo. El holismo de la ciencia contemporánea
está hoy madurando, pero abre ya el horizonte de una nueva forma de
entender la realidad más cercana a Dios, a la religión y a[
cristianismo. Si en otro tiempo la ciencia trataba de "reducirlo" todo
a una materia mecánico-determinista, hoy constatamos la tendencia a
entenderlo todo desde la realidad de la vida y de la conciencia abierta
a campos de realidad. La ciencia es como es y no podemos cambiarla.
Pero aceptar su imagen de lo rea[ no oscurece la hermenéutica
religiosa, sino que, al contrario, introduce una insospechada luz en la
hermenéutica del cristianismo. E[ recorrido que emprendemos en este
capítulo, ciertamente sembrado de conceptos difíciles para quienes no
estén habituados, debe abrir la experiencia de que, en efecto, la
imagen de la realidad producida por la ciencia moderna es muy distinta
de la ontología que fundamentó el mundo antiguo. La ciencia fue
progresando hasta que, ya a partir del siglo XVII, se constituyó en
punto de referencia de la idea del mundo que, en profundidad, trató de
construir la filosofía. La filosofía y el humanismo moderno trataron de
estar siempre en congruencia con la imagen de la realidad que ofrecía
la ciencia. Lo veremos con mayor precisión en el capítulo V, al
considerar entonces la antropología filosófica que construyó
modernamente la cultura en la Era de la Ciencia.
El cambio de perspectiva producido por el ejercicio moderno de la
razón, en la ciencia y en la filosofía, ha sido considerable. Como
defendemos en este ensayo esta imagen es más fiable que la antigua y
nos permite entender que el mundo real creado por Dios es el mundo
conocido por la razón moderna. Es un universo monista, estructural y
sistémico, autónomo, dinámico, evolutivo, abierto, que produce la vida
y, desde ella, la emergencia de la sensibilidad-conciencia y de la
razón en la especie humana. De entre sus propiedades nuevas debemos
destacar, sin embargo, la decisiva: frente a la patencia de la Verdad
propia del paradigma antiguo, el moderno nos impone la imagen de un
universo enigmático y borroso, de ambigüedad metafísica, que emplaza al
hombre a construir creativamente su sentido-de-la-vida. Estas
propiedades del universo real -del universo que Dios ha creado- deben
ser vistas por el cristianismo como la Voz del Dios de la Creación que,
como se explicará en el capítulo V, llevan a una nueva hermenéutica
congruente con la cultura de nuestro tiempo. Si el cristianismo no sabe
hacerse a esta nueva imagen de lo real, difícilmente podrá entrar en el
mundo moderno para proclamar con dignidad el kerigma cristiano.
1. La evolución
de la razón en la modernidad
Sin embargo, aparece pronto una pregunta inevitable, dada la autonomía
de la razón natura[ y su evolución en la historia: ¿y si el desarrollo
de la razón nos llevara a un punto en que el constructo racional de los
griegos, perfeccionado en el paradigma grecorromano del cristianismo,
debiera considerarse anticuado y nos viéramos obligados a abandonarlo?
E[ paradigma consideró, en efecto, que la razón podía seguir su
desarrollo, tal como era evidente en la ciencia. Pero, como veíamos en
el capítulo anterior, la actitud general fue considerar que los nuevos
conocimientos se iban integrando ordenadamente en el paradigma, de tal
manera que este quedaba incluso reforzado. Por consiguiente, el hecho
es que la fuerza misma del paradigma grecorromano, así como su inercia
histórica, le han impedido hasta ahora considerar la eventualidad de
abandonarlo por el avance de la razón.
Sin embargo, hay algo que debe establecerse de principio: si el avance
del conocimiento (dígase "ciencia") superara los sistemas de la
racionalidad grecorromana y si este avance supusiera un acercamiento
más correcto a la naturaleza de las cosas, entonces un "mejor
conocimiento" debiera permitir una "mejor interpretación" del kerigma
cristiano. Al fin y al cabo la doctrina de Jesús que se proclamaba en
el kerigma habla del Dios real de la creación, y por ello no podría
haber contradicción con la razón que describe la creación y el kerigma
proclamado por Jesús. En otras palabras: el avance de la historia
debería abrir nuevas posibilidades en la comprensión y profundización
del kerigma cristiano.
La modernidad y su impulso hacia el cambio de
paradigma. El supuesto
que aquí consideramos inevitable contempla, pues, con toda radicalidad,
que se llegara a un momento en que fuera patente la necesidad objetiva
de abandonar el paradigma interpretativo que durante siglos ha
constituido la lectura oficial del cristianismo. Es evidente que tal
situación podría producir vértigo a sinceros defensores del paradigma
en cuestión. Si el mundo platónico-aristotélico dejara de ser una
construcción racional viable, ¿podría entonces decirse que la iglesia
ha estado "enseñando el error" durante siglos y siglos?
Es comprensible que la imprecisa sentencia teológica "la iglesia no
puede haber enseñado el error", que en el pasado frenó numerosos
cambios, surja de nuevo y produzca un vértigo angustioso sobre las
decisiones que la iglesia deba prudentemente tomar. Esta angustia, sin
embargo, se plantea desde una mala teología: la teología católica solo
afirma la "inspiración" de la Escritura y la "asistencia" a la iglesia
para hacer presente en la historia el kerigma proclamado por Jesús.
Pero la fidelidad al kerigma, al patrimonium fidei, tutelada por la
Providencia divina no garantiza la verdad de los diversos sistemas
explicativos surgidos en la historia. Por consiguiente, no hay en
principio objeción teológica alguna al eventual hecho de que la iglesia
hubiera enseñado el "error filosófico platónico-aristotélico" (más
ampliamente el error del paradigma grecorromano del cristianismo) y
que, al mismo tiempo, bajo la Providencia divina, hubiera hecho
presente sin error la Verdad del contenido esencial del kerigma
cristiano.
Es evidente, por una parte, que la necesidad de abandonar el paradigma
se contemplaría solo en el caso de que el desarrollo de la racionalidad
moderna ofreciera una alternativa clara: mejor construida, socialmente
impuesta y con la posibilidad de permitir una nueva interpretación (o
hermenéutica) más rica del kerigma cristiano. Esta alternativa
consistiría obviamente en un conocimiento nuevo de las propiedades
ontológicas y antropológicas del universo creado por Dios. Por
consiguiente, es evidente también, por otra parte, que el conocimiento
nuevo de estas propiedades del mundo creado permitiría reconstruir una
nueva lectura del diseño creador de Dios, es decir, de la ley natural
que el cristiano debe entender como ley divina. La forma en que Dios ha
creado el mundo es la clave para entender qué ley ha pretendido imponer
Dios en la creación y cuál es su plan o designio eterno para la
salvación de la especie humana. Sobre este punto volveremos al concluir
este capítulo, al considerar qué tipo de mundo ha sido creado por Dios
si nos atenernos a los resultados de la ciencia.
Pues bien, la tesis que sostenemos en este ensayo es que la modernidad
ha supuesto el nacimiento de una segunda gran navegación del
pensamiento (la primera fue la navegación griega), siendo la ciencia el
elemento esencial que configura la nueva visión del universo, de la
vida y del hombre. Esta nueva visión del mundo afecta en lo más
esencial a la imagen de lo real propuesta hace siglos en el paradigma
grecorromano. No se trata de algo trivial que pueda ser integrado en el
paradigma anterior (en un proceso que Kuhn llamaría de ciencia normal).
Es una imagen sustancialmente nueva del universo que se nos impone
irremediablemente, que nos obliga a reconstruir desde sus fundamentos
nuestra visión de la realidad, que ofrece una imagen nueva del mundo
realmente creado por Dios y que abre una interpretación nueva, más rica
del kerigma cristiano, manteniendo íntegramente los principios del
patrimonium fidei. Es claro que hasta aquí solo hemos hecho una
declaración de los principios y de las creencias personales.
Para valorar la opinión acerca de la necesidad de un cambio de
paradigma debemos emprender primero, en este capítulo, la descripción
objetiva de los perfiles de esta nueva visión del universo, de la vida
y del hombre en la ciencia moderna. Una vez descrita la nueva imagen
del mundo en la ciencia, estaremos en condiciones de valorar en qué
sentido decimos que ya no es compatible con el viejo paradigma
grecorromano. Entonces podremos ponderar concretamente y con toda
precisión sus diferencias puntuales. De momento, en este capítulo, nos
referimos, pues, solo a la ciencia y, por tanto, por contraste, a la
dimensión filosófico-teológica del paradigma grecorromano (vista en el
capítulo anterior). Más tarde deberemos también referirnos, en otros
capítulos, a la emergencia del nuevo "paradigma de la modernidad" que,
en nuestra opinión, fundándose en la nueva imagen del universo, debiera
sustituir al paradigma grecorromano en la interpretación del kerigma
cristiano.
La expectativa eclesial del nuevo paradigma.
Aunque la iglesia
permanezca de hecho todavía en el paradigma grecorromano, la
expectativa de un nuevo paradigma que se fundara sobre la imagen del
mundo en la ciencia es una firme posibilidad abierta en la iglesia.
Recogemos ahora algunas palabras de Juan Pablo II en carta dirigida al
jesuita científico John Coyne, entonces director del Observatorio
Vaticano, sobre las relaciones de la ciencia con la teología. Juan
Pablo II, por otra parte tan sumergido en lo más clásico del paradigma
grecorromano, es consciente de que Aristóteles fue solo una lectura
impuesta por la cultura de entonces, pero no una verdad absoluta, y de
que la teología debería emprender en relación a la ciencia algo
parecido a lo que en su tiempo hizo santo Tomás de Aquino con el
aristotelismo.
"Se ha definido la teología, nos dice Juan Pablo II, como un esfuerzo
de la fe por alcanzar comprensión, como fides quaerens intellectum.
Como tal, debe estar hoy en intercambio vital con la ciencia, del mismo
modo que lo ha estado siempre con la filosofía y otros saberes. La
teología tendrá que recurrir a los descubrimientos de la ciencia en uno
u otro grado, mientras siga siendo principal incumbencia suya el ser
humano, los logros de la libertad, las posibilidades de la comunidad
cristiana, la naturaleza de la fe y la inteligibilidad de la naturaleza
y de la historia. La vitalidad y trascendencia de la teología para la
humanidad se reflejarán profundamente en su capacidad de incorporar
estos descubrimientos".
''Ahora viene una cuestión de delicada importancia, que hemos de
matizar con cuidado. No es propio de la teología incorporar
indiferentemente cada nueva teoría filosófica o científica. Sin
embargo, cuando estos descubrimientos llegan a formar parte de la
cultura intelectual de la época, los teólogos deben entenderlos y
contrastar su valor en orden a extraer del pensamiento cristiano
algunas de las posibilidades aún no realizadas. El hilemorfismo natural
de Aristóteles, por ejemplo, fue adoptado por los teólogos medievales
para servirse de él en el examen de la naturaleza de los sacramentos y
la unión hipostática. Esto no significaba que la Iglesia juzgara la
verdad o falsedad de la concepción aristotélica, ya que eso no es
incumbencia suya. Significaba que esta era una de las grandes
concepciones ofrecidas por la cultura griega, que necesitaba ser
comprendida, tomada en serio y contrastada en cuanto a su valor para
iluminar diversas áreas de la teología. Los teólogos podrían
preguntarse hoy si, con respecto a la ciencia, la filosofía y otras
áreas del conocimiento humano contemporáneas, han llevado ellos a cabo
este proceso extraordinariamente difícil, con la perfección con que lo
hicieron estos maestros medievales".
"El asunto es urgente. Los avances contemporáneos de la ciencia
constituyen un desafío a la teología mucho más profundo que el que
constituyó la introducción de Aristóteles en la Europa Occidental del
siglo XIII. Y estos avances ofrecen también recursos de potencial
trascendencia para la teología. Del mismo modo que la filosofía
aristotélica, por el ministerio de estudiosos de la magnitud de santo
Tomás de Aquino, acabó configurando algunas de las más profundas
expresiones de la doctrina teológica, ¿acaso no podemos esperar que las
ciencias de hoy, junto con todas las formas de conocimiento humano,
puedan vigorizar e informar las partes de la empresa teológica que se
relacionan con la naturaleza, la humanidad y Dios?".
Juan Pablo II, en esta carta, es consciente de que debería pasarse a un
nuevo paradigma. Nosotros lo llamamos "paradigma de la modernidad" y,
en este ensayo, proponemos una hipótesis sobre su contenido. Pero Juan
Pablo II ve en este mismo texto que la alternativa por la que suspira
no ha sido producida. Es lo que decíamos en el capítulo anterior:
estamos en el paradigma grecorromano, tenemos conciencia de que ya ha
pasado su tiempo, pero no tenemos alternativa. Por ello, Juan Pablo II
permaneció en lo que había: la tradición del paradigma vigente,
añadiendo aquellos cambios ad hoc impuestos por la necesidad (verbi
gratia, la valoración del evolucionismo darwiniano). La tesis de este
ensayo, por tanto, es que hoy ha madurado la visión científica del
mundo, que ya no es reduccionista, y también ha ido madurando la
reflexión teológica, hasta el punto de dejarnos en condiciones de
formular el nuevo paradigma en la Era de la Ciencia.
2.
Epistemología, filosofía y metafísica de la ciencia
La visión grecorromana de la realidad estaba avalada por presentarse
como resultado del ejercicio de la razón humana ejercida sobre el mundo
objetivo de los hechos patentes en la experiencia. La llamada segunda
gran navegación del pensamiento occidental comenzó cuando en el
renacimiento se emprendió un gran ensayo -en el que muchos
participaron- de reconstrucción de la imagen del mundo a que conducía
el ejercicio de la razón. En esta nueva empresa jugó un papel decisivo
la producción de conocimiento que llamamos "ciencia". La filosofía que
siguió construyéndose en la modernidad tuvo siempre la ciencia como
referente esencial (así como también el paradigma grecorromano, como
hemos dicho, que siguió cultivándose en círculos eclesiásticos, trató
de asimilar los resultados científicos hasta la actualidad).
Comenzamos explicando cómo nace y qué es la ciencia, cuál es la forma o
método de producción de conocimiento que la caracteriza. También vamos
a ver cómo comenzó influyendo en la filosofía y cómo de ella va
surgiendo lo que podemos llamar una filosofía o metafísica de la
ciencia. Nos interesa no solo describir objetivamente cuál es la imagen
del universo, de la vida y del hombre que la ciencia nos ofrece, sino
también reflexionar sobre la proyección con que esta imagen establece
condicionamientos básicos que influyen en la filosofía y en la
metafísica, si es que estas querían ser ejercicio de la razón fundado
en los hechos. La ciencia nos ofrece una nueva visión de la ontología
del universo, de la vida y del hombre, proyectada sobre la filosofía,
que deberemos comparar con la imagen proporcionada desde hace siglos
por el paradigma grecorromano. Esta comparación precisa deberá
permitirnos defender una opinión sobre la compatibilidad de ambas
visiones y también sobre la eventualidad de que la ciencia fuera
integrada en el paradigma antiguo de forma armónica, en un proceso
abierto -dicho en la terminología de Kuhn- de "ciencia normal".
La reflexión sobre la epistemología de la ciencia es esencial para
nuestros propósitos (describir la nueva imagen del universo, de la vida
y del hombre en la ciencia para contrastarla con el paradigma antiguo).
En este paradigma todo se fundaba en la creencia segura y firme en el
acceso a la Verdad objetiva. La ciencia moderna fue también tentada por
el racionalismo. Pero, si seguimos la evolución de sus ideas
epistemológicas, veremos que la ciencia ha contribuido a la conciencia
moderna de que vivimos inmersos en un gran enigma cósmico. El
conocimiento científico no es entendido como un conocimiento absoluto
de la Verdad, sino solo como trama de hipótesis revisables y sometibles
a crítica, organizadas en teorías de diverso orden, que se construyen
con precariedad dentro de un universo "borroso". La ciencia ha
contribuido a que la sociedad moderna sea una sociedad abierta, crítica
e ilustrada que tolera y respeta el derecho a la diversidad de
hipótesis para responder a unas mismas preguntas. Este hecho, como
veremos, tiene hoy unas consecuencias de largo alcance para la teología
y para la explicación moderna del kerigma propio del cristianismo.
2.1. Ciencia renacentista: el método científico
Aunque es verdad que la ciencia no nace en el renacimiento, también lo
es que en este tiempo se produce el nacimiento de la segunda gran
navegación que lleva sin solución de continuidad a la ciencia moderna.
El guion básico que nos relata este renacimiento de la ciencia nos
permite una primera aproximación a la metodología de la ciencia, su
naturaleza y su conexión con la filosofía.
Nominalismo, fenomenismo frente a esencialismo
abstractivo. El punto de
vista medieval, dominado por la escolástica, confería seguridad al
conocimiento por medio de la teoría abstractiva: la facultad humana de
conocer "abstrae" la esencia del ser de las cosas reales. Llega, pues,
a su verdad ontológica y conoce el universal (el ser de las ideas
platónicas o de las formas aristotélicas). Pero el nominalismo, como
hemos visto, consideró (como también hizo Suárez) que el conocimiento
es poner nombres a experiencias sensibles. El "fenómeno" (to phainein,
aparecer, manifestarse), o sea, la experiencia sensible dada en la
experiencia (empiría) es el único fundamento del conocimiento y de la
ciencia. Conocer es así describir los hechos (darles "nombres",
definirlos) y ponerlos en relación, según las conexiones entre ellos
dadas en la experiencia. Al mismo tiempo, estos principios hicieron que
no solo se prestara atención a la descripción cualitativa de los
hechos, sino también a su "definición operativa", a su medida y a su
matematización. Así nació la doctrina inicial del método científico
moderno: variables, medidas, experimentación y matematización.
El método científico: las formas matemáticas.
La ciencia moderna nació
de la persuasión de que para conocer el mundo era necesaria la
precisión y de que era necesario poseer un método que permitiera
comprobar que lo dicho por la ciencia se adecuaba al contenido de los
hechos. La precisión se alcanzaba por la definición operativa de los
hechos (variables), su medida y cuantificación por instrumentos
precisos de medición normalizados y por la matematización. La
comprobación, asequible a todos, se fundaba en el método experimental,
ya que este permitía repetir sus condiciones para obtener los mismos
resultados. La ciencia, pues, se fundaba en los hechos: pero no se
reducía a ellos. La ciencia quería producir conocimiento sobre el mundo
y, para ello, necesitaba construir una imagen o representación de cómo
era el mundo real que los hechos permitían inferir. La ciencia vio que
necesitaba teorizar, formular hipótesis, enunciar leyes y, en general,
inferir la naturaleza real del mundo, más allá de lo que pudiera ser
constatado por la experimentación. Sin embargo, las inferencias
especulativas de la ciencia solo estaban justificadas cuando en alguna
manera pudieran estar sugeridas por el contenido de los hechos, o
cuando dieran pie a que en algún momento futuro pudieran llegar a
comprobarse. La ciencia era consciente de que no estaba exenta del
error: podía describir mal los hechos, sacar de ellos consecuencias
erróneas, las teorías podían estar también mal inferidas, etc. Sin
embargo, la ciencia era consciente de que representaba la forma más
seria y rigurosa de producción de conocimiento sobre el mundo. La
reflexión de la ciencia sobre sí misma dio pie al nacimiento posterior
(siglo XIX y XX) de la epistemología que conducirá al positivismo y
racionalismo crítico popperiano que después mencionaremos.
Ciencia, filosofía y metafísica. La ciencia no
limitaba la amplitud de
sus pretensiones de conocimiento, siempre que pudieran producirse por
el método científico (no excluía, pues, por principio las cuestiones
últimas). Sin embargo, estaba limitada solo por lo que podía llegarse a
decir como consecuencia estricta de los hechos aplicando el método
científico. La razón humana en la ciencia, por tanto, estaba legitimada
para especular sobre lo último, sobre la verdad final del universo. Lo
que la ciencia no podía hacer por limitaciones metodológicas, podía (e
incluso debía) hacerlo la filosofía. La filosofía era argumentativa y
se fundaba en los hechos, pero su forma de proceder era más flexible,
teniendo más libertad para especular al margen de lo que se pudiera
llegar, o no, a comprobar experimentalmente. Pero, en todo caso, la
ciencia y la filosofía posrenacentistas entendieron perfectamente que
ya nunca se podría especular sobre la naturaleza última del universo,
sin tener en cuenta los conocimientos producidos por la ciencia.
La ciencia renacentista e ilustrada. El
proyecto de conocimiento
propuesto por la ciencia renacentista va unido a una serie de nombres y
escuelas. Quizá el diseño más característico se halle en Francis Bacon
(1561-1626) y su primera aproximación al método experimental. Debemos
recordar a Leonardo da Vinci (1452-1519), Nicolás Copérnico
(1473-1543), Johannes Kepler (1571 -1630), pero sobre todo a Galileo
Galilei (1564-1642). Isaac Newton (1642-1727), al que después nos
referiremos, es ya la madurez que recapitula los esfuerzos de autores
anteriores, fundando la época de la mecánica clásica. La ciencia gozó
también del apoyo externo del humanismo renacentista representado,
entre otros muchos, por Lorenzo Valla (1407-1459), Erasmo de Rotterdam
(1467-1536) y Luis Vives (1492-1540). Aunque por una vía mística,
especulativa y esotérica, la "filosofía natural" renacentista
contribuyó también a crear ambiente en aquel proceso de búsqueda de una
nueva aproximación a la naturaleza. No podemos tampoco olvidar a
Teofrasto Paracelso (1493-1541), Bernardino Telesio (1508-1588),
Francisco Patrizzi (1529-1577) y Tomás Campanella (1568-1639). En esta
línea el autor más conocido es, sin embargo, Giordano Bruno (1548-1600).
2.2. Filosofía de la ciencia: empirismo,
racionalismo y Kant
La ciencia, pues, a partir del renacimiento-ilustración, comienza a
jugar un papel decisivo en las doctrinas antropológicas, filosóficas y
metafísicas. En la filosofía empirista y racionalista, estrechamente
relacionada con Kant, se nos presenta en toda su amplitud la influencia
de la ciencia en la filosofía moderna.
El empirismo y la teoría inductiva de la ciencia.
La tendencia
naturalista del renacimiento (entender al hombre como ser natural) se
manifestó primero en el sensismo renacentista (XVI) y después en el
empirismo ilustrado (XVII). Se trataba de una teoría del conocimiento
que establecía que este tenía una sola causa: la sensación dada en la
experiencia (empiría). El hombre, pues, su mente, "estaba llena de
naturaleza", por así decir; no estaba construido por un diseño hecho
"desde fuera", sino que todo él se había hecho por la naturaleza
"sentida" y "vivida" desde dentro del mundo. Esta manera de pensar
llevó a concebir el conocimiento como un proceso a posteriori
(dependiente de la experiencia) en que las sensaciones se combinaban
entre sí para formar tanto las ideas como el pensamiento (es lo que
vemos en Locke, pero sobre todo en Hume). Esta teoría del conocimiento
derivó lógicamente en una consecuente "teoría inductiva de la ciencia".
La ciencia era solo constatar los hechos y generalizar las constancias
y regularidades advertidas por la repetición y la costumbre. A la
pregunta, ¿cuál es entonces el fundamento de la ciencia? se respondía:
la expectativa, la costumbre o creencia en que la naturaleza seguirá
funcionando como hasta ahora. Pero, en este supuesto, ni la ciencia, ni
la filosofía, ni la moral, ni la religión, respondían a una seguridad
suficiente. Todo era inseguro. El empirismo acabó así creando angustia
en quienes estaban acostumbrados a la seguridad y a la certeza.
La ciencia de Newton: universalidad y necesidad.
A fines del siglo
XVII, la ciencia de Newton supuso una de las grandes conmociones
culturales. La ley de la gravitación y la mecánica newtoniana
describían universalmente todos los fenómenos (ninguno se escapaba a la
regla) y, además, con necesidad (no se podía concebir que no cumplieran
las leyes de la física, en el sentido de que no era concebible que un
planeta se escapara de su órbita). La ciencia newtoniana era un
conocimiento absolutamente cierto, universal y necesario. Pero, ¿dónde
se fundamentaba esta universalidad y necesidad? La teoría empirista,
por la pura inducción, no era capaz de ofrecer una justificación de la
universalidad y de la necesidad del conocimiento en la física. Este
solo era una expectativa.
El racionalismo y la seguridad del conocimiento.
La Edad media, según
el paradigma grecorromano, había impuesto la Verdad del orden racional.
En la época en que el empirismo comenzó la siembra de inseguridad
(Montaigne, Rabelais, Charran, los sensistas italianos...) la sociedad
no estaba preparada para abandonar la seguridad proporcionada por un
conocimiento firme de la Verdad. El nacimiento del racionalismo en el
XVII responde a esta búsqueda de seguridad cognitiva frente al
escepticismo sensista. El primer gran racionalista, Descartes, muestra
en su peripecia biográfica su angustia ante la inseguridad y su
búsqueda de un método seguro para llegar a la Verdad. En general, la
teoría racionalista del conocimiento (en Descartes, Leibniz, Wolff...)
reconocía que una fuente del conocimiento era la experiencia a
posteriori (verdades de hecho), pero, al mismo tiempo, el conocimiento
se producía complementariamente por la aportación a priori de la pura
razón (verdades de razón). La razón era a priori porque no había
surgido de la experiencia: tenía por así decirlo un contenido y unos
principios que le venían "de fábrica". Pero los racionalistas tuvieron
una forma muy especial de concebir el papel de la razón a priori: la
razón pura por sí misma (al margen de las sensaciones) podía producir
conocimiento (verbi gratia, la idea de Dios en Descartes); además, los
contenidos y principios de la razón a priori se identifican con la
realidad (lo racional era siempre real por necesidad). Desde esta
perspectiva los racionalistas explicaron la seguridad del conocimiento
y de las ciencias: la universalidad y necesidad del conocimiento no se
fundaba en los hechos (empirismo) sino que era aportada por la razón a
priori (racionalismo).
Kant y la idea de la ciencia. La epistemología
de Kant se movió entre
el empirismo y el racionalismo. Por una parte creyó que no se podía
admitir que hubiera conocimiento a priori; por tanto para conocer eran
siempre necesarias las sensaciones (a posteriori). Pero las sensaciones
solas no podían justificar la universalidad y la necesidad de la
ciencia newtoniana. Como los racionalistas admitió por ello las
aportaciones a priori de la razón. La razón a priori estaba constituida
por un conjunto de principios que se aplicaban a formalizar (organizar)
las sensaciones. Estos dos elementos actuando conjuntamente (razón a
priori y sensaciones a posteriori) producían el conocimiento. La sola
razón (en contra del racionalismo) no producía conocimiento. Además,
los principios a priori formalizaban las sensaciones; pero no podía
afirmarse que coincidieran con la naturaleza de la realidad (en contra
del racionalismo). Por consiguiente, la ciencia se producía por los
principios a priori (universales y necesarios para toda la especie
humana, del pasado, presente y futuro). La ciencia produciría siempre
un conocimiento universal y necesario en las matemáticas y en la física
(los hombres verían siempre el mundo de la misma manera). Pero no
podríamos saber si la realidad en sí misma (nouménicamente) coincidía
con la forma en que nos la hacían ver nuestros principios a priori.
Conclusión. La disputa empirista-racionalista
en la ilustración terminó
en la propuesta kantiana; esta, en último término, solo tuvo una cierta
influencia en el ámbito filosófico posterior. No en la ciencia. La
ciencia evolucionó bajo la influencia del positivismo; este era una
nueva formulación en el siglo XIX del sensismo-empirismo anterior. La
ciencia es un producto creado por la razón, pero siempre en dependencia
de los hechos, sin admitir la existencia de factores a priori al estilo
racionalista o kantiano. En el siglo XX, el positivismo dio paso a la
teoría crítico-racionalista de Popper que tampoco creyó en lo a priori,
aunque sí en la capacidad especulativa y creativa de la razón. Todo
ello alejó la epistemología de la ciencia de la confianza en la
posesión cierta de la verdad.
2.3. Positivismo y racionalismo crítico
La idea actual de la ciencia se ha alcanzado a lo largo de tres
estadios que van unidos a los nombres de positivismo (neopositivismo),
racionalismo crítico popperiano y las escuelas de autores
pospopperianos. Se han superado las ideas racionalistas y kantianas de
la ciencia, concluyéndose en que la ciencia es un constructo de la
razón fundado en el análisis crítico de los hechos empíricos.
Positivismo y neopositivismo. El positivismo
fue la forma que tomó en
el siglo XIX la corriente sensista (XVI), empirista (XVII-XVIII) y
asociacionista (XVIII). Mantuvo la creencia básica en que el
conocimiento se producía por los hechos y por la negación de principios
a priori. Sin embargo, el positivismo del XIX nació en un tiempo en que
el prestigio racionalista (y su pretensión de una verdad absoluta)
gozaban de un amplio respaldo social. Por ello el positivismo quiso
también, aun siendo "empirista" (recordemos que para el empirismo era
muy difícil justificar la universalidad y necesidad del conocimiento, y
solo consideraba la ciencia como una creencia), justificar en algún
sentido la certeza absoluta de la ciencia. Lo consiguió con dos
estrategias. La primera diciendo que los puros hechos eran "lo dado en
el mundo" y si esto se constataba no podía ser falso. Era la patencia
absoluta de lo real en los hechos. Lo real, los hechos, no podían ser
falsos. La segunda estrategia fue postular la existencia en la
naturaleza de unas leyes universales y necesarias: por tanto, el
conocimiento al constatar las constancias y regularidades producidas
por estas leyes, aunque fuera en una inducción solo realizada en un
número finito de casos, estaba legitimado a generalizar la validez
universal y necesaria de la ciencia. En la ciencia los hechos se
representaban correctamente en la mente humana (en los conceptos) y
estos se expresaban adecuadamente en los enunciados protocolarios (que,
en el fondo, eran un puro "protocolo" o "acta" de "lo dado", das
Gegebene, en el mundo). A su vez, de los "enunciados protocolarios"
combinados entre sí, la ciencia podía extraer complejos sistemas
deductivos fundados en la verdad de los hechos que se sometían a examen
por la experimentación que suscitaban.
Estas ideas, enriquecidas con las aportaciones de Bertrand Russell y
Ludwig Wittgenstein (en relación al papel de la lógica en la
argumentación de la matemática y de las ciencias reales o físicas),
dieron lugar al nacimiento del neopositivismo lógico, o Wienerkreis, en
los años veinte. Esta fue la última gran escuela de positivismo en el
siglo XX. La ciencia debía tener seguridad para ser una guía fiable
para la sociedad (también en las ciencias humanas). Para que fuera
segura el neopositivismo debía establecer dos metodologías: una
metodología empírica para describir bien los hechos (si hubiera error
en esto, la ciencia fallaría por la base); pero además una metodología
lógica para asegurar que las consecuencias lógicas (sistemas
deductivos) fundados en los hechos fueran correctas (el error lógico
invalidaría también la ciencia). Por esto, tal como ya había hecho
Wittgenstein en el Tractatus, muchos neopositivistas (como Rudolf
Carnap) trataron de investigar sistemas lógicos que pudieran ser
aplicados a las diferentes ramas de la ciencia. Así, la verdad de la
ciencia debía ser "verificable" por el análisis lógico: es decir,
reduciendo los enunciados a sus fundamentos de experiencia (enunciados
protocolarios) por medio del análisis lógico del discurso científico.
Racionalismo crítico y pospopperianismo. La
posición del positivismo en
la historia de la teoría de la ciencia mostró, por tanto, una
ambigüedad entre el puro empirismo (que limitaba el alcance del
conocimiento) y el racionalismo (que pretendía fundar un conocimiento
seguro y cierto). Esta ambigüedad fue cortada de raíz por la
epistemología del racionalismo crítico de Popper (a partir de 1934).
Según la explicación de Popper propuesta por su discípulo ortodoxo Hans
Albert, la epistemología se debatía entre dos escuelas que respondían
al "modelo revelación" (el conocimiento se funda porque tiene acceso a
un punto de apoyo o fundamento que le permite una seguridad absoluta,
similar a la fuente de seguridad que la "revelación" representa para
las religiones). Primero el racionalismo que fundaba la seguridad en la
razón; segundo el positivismo que la fundaba en los "puros hechos".
Ambas epistemologías tienen un punto en común: el fundamentalismo (un
punto de apoyo incuestionable para acceder a la Verdad). Frente a todos
los fundamentalismos Popper propone la epistemología
crítico-racionalista: la razón, apoyándose siempre en los hechos, crea
conceptos para representar el mundo que no son sino tentativas que
deben ser revisadas y criticadas continuamente para sustituirlas por
otras. La ciencia, por tanto, ya desde los hechos (nivel sensitivo),
los conceptos (nivel representativo) y los enunciados (nivel
lingüístico) no es un reflejo objetivo del mundo, sino un sistema de
hipótesis e interpretaciones (teoría), en parte especulativo
(creativo), que debe ser continuamente sometido a crítica y discusión
en un proceso social abierto de revisión continua. Popper aplicó sus
ideas preferentemente a las ciencias de la naturaleza. Las cosas son un
enigma que puede suscitar diversas hipótesis que deben ser respetadas y
discutidas socialmente hasta crear ámbitos de consenso, siempre
provisorios y revisables. Las ideas científicas, por tanto, no se
"verifican" (se comprueba su verdad, en sentido positivista), sino que
muestran su validez provisoria cuando pueden ser "falsas" o
"falsificadas" (sometibles a pruebas empíricas que podrían demostrar
que son falsas), cuando resisten estas pruebas y se muestran eficaces
para actuar sobre el mundo. La forma en que la ciencia propone
hipótesis y las somete a pruebas de falsación es lo que Popper llama
"la lógica de la contrastación deductiva".
El pensamiento pospopperiano corresponde a discípulos de Popper que han
aportado intuiciones y análisis complementarios. Thomas S. Kuhn, en
efecto, muestra cómo la ciencia construye ciertos paradigmas (sistemas
coherentes de interpretación) que de tanto en tanto deben ser revisados
y sustituidos por otros (revoluciones de la ciencia). Nosotros hemos
aplicado este concepto para hablar del paradigma grecorromano y de su
eventual tránsito renovador hacia un nuevo paradigma de la modernidad
en el cristianismo. Paul Feyerabend ha aportado su teoría anarquista
del conocimiento para insistir en que la ciencia será más rica en tanto
en cuanto sea capaz de pensar "contrainductivamente" (siendo capaz de
proponer nuevas hipótesis para salirse del modo habitual de ver las
cosas). La "proliferación de teorías" , para discutirlas socialmente,
es la mejor manera de realizar la sociedad popperiana de un pensamiento
abierto y crítico.
La aplicación de las ideas popperianas a la naturaleza del conocimiento
en las ciencias humanas -realizada por el mismo Popper- dio también
lugar a su filosofía de la historia. De la misma manera que Popper
denunció y superó las pretensiones racionalistas en el positivismo, así
igualmente denunció y superó las pretensiones de racionalismo
residuales en la filosofía política (marxismo). A esto nos referiremos
en otros lugares de este ensayo.
2.4. La idea actual de la ciencia
La epistemología popperiana y pospopperiana se ha impuesto hoy en día
en la segunda parte del siglo XX, tanto en la idea de las ciencias
naturales como en las ciencias humanas (filosofía de la historia). Esto
significa que la evolución de la idea de la ciencia sobre sí misma ha
sido capaz de superar el racionalismo, la persuasión de que el
conocimiento o la ciencia nos sitúan en la Verdad, para sustituirla por
una idea moderada del conocimiento: no como una posesión de la Verdad,
sino como una búsqueda abierta y continua de la verdad donde los
hombres y grupos humanos pueden plantear hipótesis que producen
diversos consensos revisables. El universo de Popper es un "universo
abierto" en que la sociedad ha emprendido una "búsqueda sin término".
En este sentido debe ser valorada hoy la imagen de la materia, del
universo, de la vida y del hombre que hoy nos proporciona la ciencia.
La ciencia ha hecho posible una sociedad crítica e ilustrada, no
dogmática, donde la verdad no tanto se posee cuanto se busca. Como
veremos, al concluir el capítulo, esta imagen epistemológica de la
ciencia es esencial para impulsar también a la religión cristiana a
entenderse a sí misma de una forma crítica, abierta e ilustrada (muy
distinta de la idea del paradigma grecorromano, construido sobre la
persuasión de la posesión racional de la Verdad). El cambio de
paradigma, como veremos, exigirá ante todo un cambio del paradigma
epistemológico, esencial para ver en qué sentido el hombre moderno se
sabe inmerso en un universo enigmático.
3. La materia
La imagen del mundo real producida por la ciencia comienza por la idea
de la materia. Es un hecho fenoménico que, por nuestros sentidos,
tenemos acceso a la experiencia de un mundo constituido por objetos
físicos (nuestro mismo cuerpo es un cuerpo físico) que están hechos de
"algo". El término "materia" designa ese "algo" que constituye en
profundidad la ontología real de las cosas. Cuando la ciencia nombra la
"materia" no designa un conocimiento cerrado (como si se conociera ya
qué es la materia), sino el término de un proceso de conocimiento
todavía por recorrer: algo que debe ser conocido, alcanzando una
representación correcta de su ontología (de su modo de ser real y
existente). Por el método propio de la ciencia se han ido conociendo
muchas cosas de la materia: pero hoy en día se está todavía lejos de
conocer su naturaleza última. A su vez, el conocimiento científico del
universo como sistema depende de los conocimientos previos sobre la
materia, ya que las teorías cosmológicas se construyen a partir de la
física de la materia.
La idea científica de la materia es determinante a la hora de entender
cuál es hoy la imagen del hombre y, sobre todo, la imagen del psiquismo
humano, de su conciencia o de su "mente". Como vamos a ver, la idea de
la materia, en el marco de la mecánica clásica (Newton), acabó
derivando a lo que se ha conocido, y se conoce, como "reduccionismo".
Este lleva consigo implicaciones importantes en relación a la respuesta
filosófica a las últimas cuestiones sobre lo metafísico. Sin embargo, a
través de la mecánica cuántica, y de la necesidad de hallar una
explicación científica convincente de los seres vivos y del hombre, se
ha llegado hoy a una idea holística de la materia y del universo que
suponen en la actualidad un enfoque favorable para entender el universo
de una forma teísta. Para argumentar sobre las repercusiones
filosóficas y metafísicas de la ciencia es necesario saber entender el
proceso y la lógica representativa que llevan tanto al
reduccionismo-clásico como al holismo-cuántico moderno de la ciencia. A
continuación recapitulamos la historia de los hitos más sobresalientes
de este proceso de elaboración de una idea científica de la materia.
Preámbulo: física de campos y física de partículas.
El conocimiento del
mundo físico a principios del XIX constataba la existencia de dos tipos
distintos de "realidad física": la materia y la radiación. La materia
eran los cuerpos de la física de Newton que ocupaban un lugar definido
y puntual en el espacio-tiempo; estaban constituidos por la masa hecha
de una "materia" que les confería un "peso" dependiente de la
naturaleza última de ciertos "átomos", cuyo conocimiento venía ya de
los griegos (y que tenían por sí mismos un cierto "peso atómico"). La
radiación no era, en cambio, un fenómeno puntual sino de "campo". La
radiación se extendía en "campos" espacio-temporales donde producía
efectos vibratorio-ondulatorios. Se conocían tres tipos de radiación:
calor, electromagnetismo y luz (la teoría corpuscular de la luz en
Newton había sido ya superada por la ondulatoria de Thomas Young en
1812). A la idea de que no se trataba de cosas distintas sino de la
manifestación dual de la misma materia unitaria no se llegó hasta los
incipientes quanta de energía en Plank (1903), la idea
corpuscular-ondulatoria de la luz en Einstein (1905), su extensión al
electrón por De Broglie (1923) y el nacimiento de la mecánica cuántica.
Desde los años veinte sabemos, por tanto, que no solo hay una física de
partículas, sino también una física de los campos. Ambas describen
aspectos de una misma realidad física unitaria corpuscular (átomos) /
ondulatoria (campos). Sin embargo, algo ha pasado a lo largo de la
historia de la física en el siglo XX cuando esta, en ciertas
circunstancias, ha quedado "reducida" a una física de cuerpos y
partículas. De hecho, la física aplicada a la explicación del psiquismo
ha sido "reduccionista" y solo a fines del siglo XX se ha intuido que
la física de los campos (que ya era antigua y se conocía desde la
física de la radiación del XIX) debía también jugar un papel esencial
para explicar el "soporte físico" del psiquismo. Lo veremos
posteriormente.
3.1. Mecánica clásica: un mundo diferenciado
La física de Newton. Es la física del mundo de
objetos macroscópicos
que constituyen diferenciada y puntualmente el espacio-tiempo.
Observamos piedras, planetas, cuerpos celestes, plantas, animales,
hombres, moléculas, átomos, partículas... Son entidades reales
"diferenciadas" porque son cuerpos independientes que ejercen entre sí
una gran variedad de interacciones. La física de Newton describió ese
mundo por el análisis matemático y definió un complejo sistema de
variables para estudiarlo (masa, peso, fuerza, espacio, tiempo,
velocidad, aceleración, dirección, trabajo, etc.), así como los métodos
cuantitativos para medirlas y las funciones matemáticas que las
relacionaban (por ejemplo, la fórmula de la gravitación universal o las
fórmulas de la física del movimiento). Pero, ¿qué son estos cuerpos y
sus interacciones en el mundo newtoniano? ¿De dónde han surgido en el
curso de la evolución?
Génesis evolutiva del mundo clásico. Hoy en
día sabemos que el universo
comenzó siendo pura radiación; esto es así, tanto para la teoría del
big bang como para las hipótesis especulativas que propone la teoría de
supercuerdas. A medida que el campo de radiación fue enfriándose fueron
naciendo las partículas que constituirían la "materia" de los cuerpos.
La física actual sabe que surgieron corpúsculos de muchos tipos.
Esencial para nosotros es la distinción entre partículas bosónicas (de
Base-Einstein) y fermiónicas (de Enrico Fermi). A las bosónicas nos
referiremos después. Ahora nos ocupamos de las llamadas "fermiónicas"
porque de ellas está constituido preferentemente el mundo de la
mecánica clásica. Los fermiones (protón y electrón lo son) tienen
propiedades derivadas de su tipo de vibración (o función de onda). Un
rasgo esencial es que tienden a mantenerse diferenciados, sin
fusionarse entre sí o con otras partículas formando un campo vibratorio
común, indiferenciado y unitario. En un átomo, por ejemplo, los
electrones vibran en determinados orbitales (cada uno en su
espacio-tiempo) sin fusionarse y manteniendo la independencia; aunque
el electrón en su orbital no sea un corpúsculo sino una vibración, esta
se mantiene diferenciada en su orbital, sin fusionarse con otros
electrones que vibrarán en otros orbitales diferenciados. Gracias a la
persistencia de estas partículas en permanecer independientes existen
átomos, moléculas o cuerpos en general compactos, diferenciados y con
propiedades diferenciales. Este es el mundo de los objetos de la
mecánica clásica: nos hace posibles como seres vivos independientes que
construimos nuestra historia en medio de un mundo de objetos también
diferenciados. Si no hubiera el tipo de materia "fermiónica" no
existiría el universo de objetos físicos independientes que conocemos y
que ha hecho posible la vida.
Interacción causal clásica. Las interacciones
entre partículas
fermiónicas y entre los cuerpos clásicos explican nuestra experiencia
macroscópica. Por acción de las cuatro grandes fuerzas de la naturaleza
conocidas (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear
débil) las partículas se atraen o se repelen de forma precisa,
pegándose unas a otras para formar sistemas complejos como son los
átomos, moléculas, minerales, seres vivos o cuerpos en general. Dos
bolas de billar chocando o las fuerzas gravitatorias celestes del
universo newtoniano, son ejemplos de interacciones causa-efecto
clásicas. Los electrones -constituyentes esenciales de la materia-
interactúan por fuerzas electromagnéticas; los átomos se pegan y
despegan por medio de enlaces covalentes o iónicos. Pero en el mundo
clásico las interacciones causa-efecto se producen en la frontera entre
entidades que permanecen ellas mismas en su estado diferencial: la bola
de billar, cada electrón o protón, cada cuerpo celeste, cada ser vivo.
El efecto producido por causalidad clásica (las cuatro fuerzas) pega o
despega, atrae o repele, desplaza, deforma, divide en partes, etc.,
pero siempre actuando sobre entidades diferenciadas e independientes en
el espacio-tiempo que no se anulan como tales. Esta causalidad es
determinista: puestas ciertas condiciones antecedentes de su estado
físico el efecto se produce inexorablemente; por ejemplo, entre dos
electrones se producirá un enlace covalente o se deshará; un campo
magnético producirá tales efectos precisos; una fuerza aplicada
continuamente a una masa producirá tal aceleración. El ámbito de la
causalidad clásica aparece así como una trama de infinitas series o
cadenas causa-efecto que producen en conjunto un efecto que puede ser
ilustrado en la imagen de una "máquina". Causalidad ciega y
determinista.
Reduccionismo clásico. Todo físico sabe que la
realidad física no solo
son partículas fermiónicas y cuerpos diferenciados. Todo comenzó con
campos vibratorios que todavía siguen existiendo. La vibración produce
corpúsculos, pero los corpúsculos, la materia, puede deshacerse en
energía-vibración. Baste recordar que vivimos de la radiación solar o
la importancia de la tecnológica electrónica de la comunicación basada
en la física ondulatoria de campos. Sin embargo, existe una tendencia,
que llamamos "reduccionismo", a considerar que en el mundo real todo lo
que sucede se produce como efecto de interacciones causales clásicas.
Esta tendencia reduce las explicaciones campales a lo mínimo (solo
cuando es necesario para la tecnología) y trata de explicar los
aspectos más relevantes del mundo macroscópico por medio de
interacciones causales clásicas, incluyendo el mundo biológico. Para
los físicos la llamada mecánica cuántica estudia los fenómenos
microfísicos: a partir de ciertas dimensiones microfísicas todo es
mecánico cuántica. El electrón y el protón forman parte de la mecánica
cuántica. Sin embargo, hay una tendencia a explicar el mundo
microfísico desde el modelo de la física macroscópica clásica. El átomo
de Bohr, por ejemplo, se concibió desde el modelo del sistema solar.
Hay un modo "clásico" de considerar las partículas y eventos
microfísicos en que predomina la imagen clásica macroscópica de un
mundo de entidades diferenciadas entre las que existe solo una
interacción causal clásica. Nos movemos entonces hacia un
"reduccionismo" tendente a ver el mundo desde la imagen discontinua y
determinista de la física clásica.
Neurología clásica reduccionista. Tal como
después veremos, al hablar
de la vida y del hombre, se basa en nuestros conocimientos sobre el
mundo neuronal desde el punto de vista de que el cerebro es solo un
ámbito de causalidad clásica en el sentido reduccionista expuesto. La
luz, las vibraciones mecánicas del aire, los campos gravitatorios de la
Tierra, los sentidos, la retina, la cóclea, las neuronas, los axones,
los estímulos nerviosos, son siempre una complejísima cadena de
causas-efectos clásicos. Lo que sucede son, pues, interacciones
causales en la frontera entre unas entidades y otras (electrones,
macromoléculas, iones de calcio, bombas de potasio, neurotransmisores,
fotones, fotopigmentos, etc.). En ocasiones la acción causal y sus
efectos se producen en medio de enormes cantidades de eventos que
interactúan caóticamente (verbi gratia, en el citoplasma de la célula).
Pero en conjunto, con seguridad estadístico-probabilística, se
producirán finalmente tales o cuales efectos deterministas. Los seres
vivos son así cadenas de trasmisión de interacciones causa-efecto que
salen de un punto y llegan a otro (verbi gratia, desde la retina a las
activaciones neurales terminales del engrama de la imagen). En el mundo
neuronal se trasmiten efectos, pero se tiende a olvidar y a investigar
qué pasa con los campos.
3.2. Mecánica cuántica: un mundo holístico de
campos
Conexión mecánica clásica y mecánica cuántica:
monismo físico. El mundo
de Newton, la mecánica clásica, nació mucho antes que la cuántica. Sin
embargo, la perspectiva cuántica ha asumido la explicación del mundo
clásico-macroscópico. Es lo que acabamos de exponer: en alguna manera
(porque muchos problemas están todavía pendientes de resolución) la
mecánica cuántica actual nos explica cómo las partículas fermiónicas
quedan atrapadas estructuralmente en el orden de la materia y de los
cuerpos, produciendo un mundo de determinaciones mecánicas y de
regularidades estadístico-probabilísticas. La tendencia a explicar el
mundo real aplicando solo los recursos de la causalidad clásica
newtoniana es el reduccionismo. Pero la mecánica cuántica ha asumido
también que los fenómenos de radiación campal, conocidos desde el XIX,
han constituido y siguen constituyendo un aspecto esencial de la
explicación del universo actual.
Holismo en mecánica cuántica: la materia bosónica.
Como decíamos, el
universo se produjo probablemente desde una radiación germinal (en
forma de cuerdas o supercuerdas, si esta teoría especulativa resultara
correcta). El sustrato constituyente de la realidad física oscila entre
la corpuscularidad y la ondulatoriedad en un campo físico. Cómo
entender ese fondo fundamental de referencia (y la descripción de su
ontología física) en el que se produce la génesis o disolución de las
vibraciones o corpúsculos no ha estado ni está del todo claro en la
ciencia física: vacío cuántico, campo de energía, éter, espaciotiempo
relativista, orden implicado, etc. En todo caso, el proceso de
corpuscularización (o plegamiento de la energía en corpúsculos)
iniciado en el big bang parece que no condujo solo al nacimiento de
partículas fermiónicas (que acabaron atrapadas en la materia
macroscópica). También se produjo otro tipo de partículas llamadas
bosónicas (por el descubrimiento del "condensado Bose-Einstein" en los
años veinte). Los bosones pueden también quedar atrapados en la materia
fermiónica, pero pueden poseer ámbitos físicos donde les es posible la
existencia libre. Pero los bosones (verbi gratia, el fotón, la luz)
tienen una función de onda que les facilita perder su individualidad
(al contrario que los fermiones) formando con otras partículas
semejantes estados de vibración unitaria indiferenciada que llena
ciertos espacios acotados. La materia bosónica tiende a constituir,
pues, estados holísticos o campos de vibración de materia
indiferenciada. En el universo actual no solo existe materia estable
producida por fermiones, sino que existen también nichos o ámbitos
físicos acotados donde se producen efectos holísticos dentro de un
mundo clásico diferenciado de entidades aisladas de materia fermiónica.
Coherencia cuántica. Este importante concepto
de la mecánica cuántica
tiene estrecha relación con la equivalencia materia-energía,
corpúsculo-onda, discontinuidad-continuidad, localidad-no-localidad. La
conversión bidireccional entre cada uno de estos dos aspectos del
sustrato que constituye el universo explica el nacimiento de los
cuerpos desde el big bang (dirección energía a corpúsculo) y la
conversión de la materia en campo físico o energía (dirección
corpúsculo a campo). El estado de "coherencia cuántica" designa aquella
situación física en que las partículas pierden su individualidad
entrando en estados campales de vibración unitaria indiferenciada en
espacio-tiempos definidos. Es lo que se descubrió ya en los condensados
Bose-Einstein. Hoy en día hay incontables evidencias de estos estados
en variados contextos físicos. Al parecer la propiedad de entrar en
coherencia cuántica es propia de todos los corpúsculos (se sabe que en
condiciones experimentales extremas los electrones entran también en
coherencia cuántica), aunque los fermiones presentan mayor dificultad
para ello, dadas las propiedades físicas y la función de onda de las
partículas fermiónicas. El proceso en que un sistema pierde su
coherencia cuántica y se reduce a partículas individuales es lo que se
conoce como proceso de "decoherencia cuántica". De ahí que producir o
mantener procesos de coherencia cuántica no sea fácil, aun con
partículas bosónicas, ya que la interacción con el mundo macroscópico
clásico interfiere e induce la decoherencia que lleva continuamente a
que estas partículas queden también atrapadas en la rigidez ordenada
del mundo clásico.
Acción a distancia y no-localidad: efectos EPR.
El célebre experimento
imaginario de Einstein, Poldolski y Rosen en 1935, estando ya Einstein
en Princeton, permitió concebir imaginariamente que la idea de la
materia en la mecánica cuántica permitía la existencia de un nuevo tipo
de causalidad (que parecía inadmisible para la mecánica clásica): la
causación no-local o acción-a-distancia. El cambio en una partícula
podía causar un cambio correspondiente en otra partícula correlacionada
con ella a millones de años luz, sin trasmisión de una acción causal a
distancia, o sea, sin presencia local (causalidad no local). Estos
hechos, comprobados en 1982 por Aspect, y repetidamente comprobados
desde entonces en una gran variedad de experimentos, han abierto una
nueva perspectiva en el conocimiento de las interacciones entre la
materia. Diversos ámbitos de materia en coherencia cuántica, por
ejemplo, a distancia y sin contacto local, podrían entrar sin embargo
en interacción formando parte de sistemas unitarios, extendidos en el
espaciotiempo de forma discontinua.
Estados de superposición cuántica. Esta nueva
propiedad conocida en la
mecánica cuántica afecta a todo tipo de materia, fermiónica o bosónica;
aunque esta última, por ser más libre y oscilante, tenga quizá una
mayor facilidad ontológica a estar en estados de superposición.
Superposición quiere decir que una misma partícula, o un estado
cuántico, puede estar indeterminado, es decir, como flotando sin
definición en relación a diferentes valores de una variable o propiedad
de ese sistema: por ello se dice que un sistema en superposición está
al mismo tiempo en muchos estados (porque son posibles) y en ninguno
(porque no se ha comprometido con ninguno). Cuando, por ejemplo, una
partícula en superposición se realiza "eligiendo" uno de sus estados
posibles se produce el "colapso" de la función de onda de esa
partícula. Así un electrón, por ejemplo, está en su orbital vibrando en
estado de superposición, de tal manera que cuando se corpusculariza en
una posición definida se ha producido el colapso de su función de onda.
Un sistema en coherencia cuántica podría también estar en estado de
superposición, produciéndose en ciertas circunstancias su colapso en
una vibración concreta de todo el sistema.
Indeterminación cuántica. Es sabido que,
frente a la causalidad clásica
de corte por completo determinista, la mecánica cuántica consideró
necesario introducir la hipótesis de la indeterminación de los sucesos
cuánticos. Después de que Schrödinger propusiera su célebre ecuación
para describir la posición del electrón, otros dos sistemas
matemáticamente equivalentes fueron propuestos, la mecánica matricial
de Heisenberg y el álgebra de Dirac. Pero en cualquiera de las
formalizaciones del mundo cuántico se cuenta con que los eventos
presentan un ámbito de indeterminación que los hace impredecibles. No
solo porque el experimentador se introduzca en el mundo microfísico
para medir y produzca incertidumbre sobre los eventos futuros, sino
porque la misma interacción entre las partículas en niveles cuánticos
produce efectos de incertidumbre sobre su comportamiento futuro
(principio de incertidumbre de Heisenberg). No solo el comportamiento
futuro de una partícula se hace impredecible, sino que las fórmulas
para predecir el curso de las interacciones o reacciones microfísicas,
cuando se habla de grandes cantidades de sucesos, solo se pueden hacer
por medio de técnicas estadísticas y probabilísticas. A esto se añade
el mismo hecho de la superposición cuántica que presenta serias
dificultades cuando se trata de predecir de forma determinista cuándo y
por qué se producirá el colapso de la función de onda hacia un estado
concreto. La discusión sobre cómo interpretar la indeterminación en la
mecánica cuántica ha llenado el siglo XX y todavía sigue abierta. La
forma de relacionar el determinismo de la ecuación de Schrödinger con
la indeterminación cuántica, la eventualidad de que la indeterminación
fuera realmente ontológica (dada en la realidad microfísica misma), la
eventualidad de que fuera solo epistemológica (un déficit de
conocimiento que exigiera solo como recurso cognitivo o funcionalista
el uso de la probabilidad y la estadística, como piensa la Escuela de
Copenhague de Bohr), o la eventualidad de que hubiera variables ocultas
de tal manera que el mundo microfísico respondiera a la imagen
determinista del mundo clásico macroscópico (Einstein, Bohm), son solo
algunos de los perfiles de la problemática que ha planteado el
indeterminismo cuántico.
Neurología cuántica holística. En principio es
una hipótesis
heurística: una manera de entender a qué propiedades podría responder
el tipo de "soporte físico" que ha hecho posible la emergencia
evolutiva de la sensibilidad-conciencia. La neurología clásica (teoría
de engramas), como hemos visto y explicaremos más adelante, apostó por
la hipótesis de que las cadenas interactivas de causalidad clásica
bastaban para explicar el psiquismo. Sin embargo, se cayó en el
reduccionismo porque la libertad, indeterminación, la elección
espontánea que se da tanto en el mundo animal como humano (lo que los
anglosajones llaman el choice) y la experiencia fenomenológica campal
dada en el psiquismo (la percepción directa gibsoniana) difícilmente
pueden ser explicadas por la física clásica de un mundo diferenciado,
discontinuo, con una causalidad ciega, determinista y mecánica. La
neurología cuántica, frente a la clásica, es simplemente la apuesta
heurística que contempla que las propiedades psíquicas podrían tener su
"soporte físico" en las propiedades del mundo cuántico: ante todo en la
coherencia cuántica, la acción a distancia y causalidad no-local, la
superposición cuántica y la indeterminación. Es, pues, un programa de
búsqueda definido: ante todo de aquellas estructuras psicobiofísicas,
que deberían radicar en el sistema neuronal, que en los seres vivos
fueran el soporte de "nichos" o ámbitos de estados cuánticos en que
pudieran darse las propiedades descritas y que pudieran conectarse con
la explicación del psiquismo. Tarea no fácil puesto que la descripción
biofísica inicial de los organismos vivientes y sus sistemas nerviosos
muestran un compacto mundo de interacciones clásicas que parece imponer
inevitablemente el reduccionismo. La neurología cuántica es el intento
de no reducir la explicación del psiquismo a lo clásico, dejando que se
planteen hipótesis que nos abran a un mundo cuántico, tan legítimo en
la ciencia física como el clásico, ya que en principio se intuye que
entre las propiedades del psiquismo y las propiedades del mundo
cuántico parecen existir sorprendentes paralelismos.
3.3. La teoría de cuerdas y supercuerdas
La ciencia física contemporánea se construyó siguiendo dos vías
paralelas: la vía del mundo macroscópico que llevó a la mecánica
clásica newtoniana, más adelante completada por la mecánica relativista
de Einstein y la vía del mundo microscópico que, primero, se imaginó de
acuerdo con el macroscópico (verbi gratia, el átomo de Bohr), pero que
después se entendió de acuerdo con los principios de la mecánica
cuántica. La experiencia actual, el mundo macroscópico y el mundo
microscópico, responde respectivamente a la mecánica
clásico-relativista y a la mecánica cuántica.
Más allá de la Era de Planck. Existe también
la persuasión de que
cuanto se produce en lo macrofísico y en lo microscópico está de
acuerdo con cuatro fuerzas básicas de la naturaleza conocidas como
gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil. La
fuerza gravitatoria es esencial para explicar lo macroscópico (tanto la
estructura del universo como las interacciones entre cuerpos
macroscópicos). Las otras tres fuerzas explican los sucesos cuánticos y
los campos físicos. La ciencia física considera dos supuestos obvios:
a) que la materia, al producirse su nacimiento germinal, debería tener
unas propiedades y una naturaleza primordial que nos haga inteligible
cómo y por qué se producirán tanto el mundo microscópico de partículas
o estados bosónicos como el mundo macroscópico de objetos estables
según la estructura visible del universo. Sería un mundo primigenio,
previo a la diversificación paralela del mundo clásico-macroscópico y
del mundo cuántico-microscópico. Ese mundo debería explicar cómo y por
qué las propiedades de la materia producen germinalmente las fuerzas
electromagnéticas, nucleares fuertes y débiles, pero también cómo nace
y actúa en el mundo cuántico la fuerza de la gravedad. La falta de esta
teoría de la gravedad cuántica es responsable de que la mecánica
clásico-relativista y la mecánica cuántica discurran en paralelo sin
que se conozca el tronco común del que proceden. Ese mundo previo al
nuestro, en que el mundo cuántico no se habría diferenciado todavía del
mundo clásico-relativista, es conocido por los físicos como la realidad
física más allá de la Era de Planck.
La teoría de cuerdas y de supercuerdas. La
física teórica es consciente
de que, desde el momento inicial del universo en el big bang como
radiación hasta la aparición de las primeras partículas, existió un
tiempo -más allá de la Era de Planck- en que la materia respondía a
una oncología y unas propiedades a las que, de momento, no tenemos
acceso (evidencias empíricas o experimentales que nos permitan
conjeturar en qué consistieron). La teoría de cuerdas quiere ser una
conjetura sobre cómo pudo ser la naturaleza de la materia en su estadio
más primigenio. Es claro que las constricciones de dicha teoría quedan
trazadas por lo que conocemos: a saber, primero, la "teoría estándar de
partículas" (el conjunto de partículas que han dejado huellas empíricas
y que, con fundamento en los hechos, conjeturamos que se produjeron o
se han producido realmente) y, segundo, la evolución del universo en la
vía clásico-relativista y en la vía mecano-cuántica. Por tanto, la
teoría de cuerdas debería explicar cómo de ella, desde principios
primordiales simples, se produce lo que vemos, a saber, las partículas
de una ontología cuántica y el macrocosmos mecano-clásico.
La teoría de cuerdas, después reformulada como de "supercuerdas", es
una conjetura compleja sobre qué pudo ser la materia en su origen
primordial. La esencia de la teoría es que la materia respondería a
pequeñísimas entidades de una naturaleza vibratoria (pequeñas cuerdas
vibrantes), de reducidísimo tamaño (unas 100.000 veces más pequeñas que
el objeto más pequeño conocido en la "teoría estándar de partículas").
Se tuvo que concebir una teoría inicial que presentara una variedad de
cuerdas capaz de generar posteriormente la variedad de fuerzas
naturales (incluido el germen de la fuerza gravitatoria) y de toda la
variedad de partículas, así como la dualidad partícula-onda de toda
materia. Para hacerlo, la teoría de cuerdas concibió que las cuerdas
tenían un valor en nueve dimensiones (cuerdas) que después se ampliaron
a once (supercuerdas). De forma simple diríamos que, así como en un
espacio tridimensional la puntuación en cada uno de los ejes distingue
un punto de otro, así también la posición de las supercuerdas en once
dimensiones permitiría describir la ontología propia de cada una. Para
concebir cómo esas cuerdas multidimensionales podrían generar nuestro
mundo real ha sido necesario especular con multitud de modelos físicos
y matemáticos que han sido trabajados en la investigación universitaria
por miles y miles de investigadores.
Sin embargo, no ha sido posible hasta ahora recoger la más mínima
evidencia empírica o experimental que apoye la teoría de cuerdas. Es
más, incluso se piensa que por su naturaleza nunca podría llegar a ser
objeto de contrastación empírica. Por otra parte, existen alternativas
teóricas a cómo habría de concebirse la ontología de la materia más
allá de la Era de Planck, en momentos previos al nacimiento de los
mundos clásico y cuántico actual. Podemos recordar la geometría
no-conmutativa aludida por Michael Heller, reciente premio Templeton, o
la teoría de los twistors de Penrose. En todo caso, la teoría de
cuerdas es objeto creciente de severas críticas, como la de Lee Smolin,
y cada vez hay más gente que se cuestiona si habrá sido útil haber
dedicado tantísimas horas de especulación a su desarrollo teórico.
Conclusión. La ciencia se ha preguntado de qué
está hecho el mundo
físico que observamos (qué es la "materia"). Con fundamento en
evidencias empíricas sabemos que hay materia corpuscular y en estados
ondulatorios de campo. Pero aunque sabemos que hay espacio, tiempo,
corpuscularidad, campo, coherencia cuántica, superposición,
acción-a-distancia, etc., la verdad es que todavía no tenemos, más allá
de ciertas descripciones operativas controlables, un concepto preciso
de la ontología real a que responden todas esas propiedades. No todos
están de acuerdo en las mismas teorías; unos creen en el valor
ontológico de los conceptos físicos, otros son más funcionalistas, como
la escuela de Copenhague; además, no todos admiten la teoría de
cuerdas, y cuando se admite es solo como especulación verosímil. Ahora
bien, cuando se reúnen los conocimientos sobre la materia, con mayor
evidencia y objeto de un mayor consenso, hablaríamos de la "teoría
estándar de partículas" que constituye hoy la imagen de la materia más
fiable empíricamente. Pero, en todo caso, la teoría física de la
materia es importantísima porque es fundamento de nuestra explicación
del universo, de la vida, de la neurología y del hombre. Lo veremos
seguidamente. La ciencia física teórica sobre la materia nos muestra
ya, en efecto, cómo el conocimiento se enfrenta a un enigma que suscita
conjeturas teóricas no cerradas, abiertas a su crítica y revisión. La
ciencia de la materia no es dogmática, sino abierta, crítica e
ilustrada. Es un ejemplo de la epistemología científica que instala la
cultura actual ante una imagen borrosa del universo que funda la
tolerancia y el respeto de diferentes propuestas explicativas.
Una idea fundamental, por sus repercusiones filosófico-metafísicas, que
se desprende del conjunto de la especulación teórica de la ciencia
física en torno a la materia es que esta es en su esencia primordial
algo campal, holístico (que no sabemos todavía entender plenamente). La
materia es "algo" que se extiende en campos y crea el espacio. Los
cuerpos (el universo mecano-clásico) en el que vivimos y que nos dota
evolutivamente de un cuerpo psicobiofísico, han sido producidos como
resultado de un plegamiento de las vibraciones primordiales de la
materia (dando lugar a la materia fermiónica). Pero el mundo físico de
las entidades discontinuas y diferenciadas (cuerpos clásicos) podría
resolverse en la unidad holística que, en el fondo, constituye su
naturaleza. A medida que, en el siglo XX, la mecánica cuántica se ha
hecho eje de la explicación científica de la materia, ha ido mermando
la influencia del reduccionismo. El mundo de las propiedades cuánticas,
como veremos, es hoy la hipótesis más verosímil para explicar la
naturaleza de la conciencia y de los seres vivos. Al mismo tiempo, es
uno de los soportes conceptuales más firmes para entender que vivimos
en un universo que hace altamente verosímil la existencia de un posible
Dios.
Por otra parte, la idea de la materia que hoy nos ofrece la ciencia
física dista mucho de la idea de materia en el mundo clásico
grecorromano. Es verdad que algunas intuiciones asumibles por la
ciencia moderna surgieron ya en la cultura griega. Pensemos en el
atomismo presocrático o en la cosmología de la Estoa en la época
helenística. Sin embargo, ni los atomistas ni la Estoa fueron los
pilares grecorromanos sobre los que se construyeron los principios
hermenéuticos de la interpretación del cristianismo en el paradigma
antiguo. Se impusieron (como ya tuvimos ocasión de estudiar: capítulo
III) los principios ontológicos de la vía platónico-aristotélica,
posteriormente reinterpretados por los neoplatonismos (en que, como
pasa en Plotino, a pesar de su tendencia al holismo, se mantuvo el
esquema final dualista). El dualismo platónico duro de san Agustín o,
siglos después, el dualismo aristotélico de santo Tomás se hicieron los
pilares de la filosofía presupuesta como hermenéutica del cristianismo.
Frente al mundo del hilemorfismo, la ciencia moderna solo conoce un
principio monista material en el origen de la constitución de los
seres. La materia se organiza en estructuras, pero estas no son las
"formas" aristotélicas. Las estructuras de la materia no son algo
distinto de la materia misma, sino su pura forma de interacción. En
este sentido, la argumentación clásica griega que conduce a fundamentar
la idea de los principios irreductibles de "ser" y de "no-ser," en el
marco del problema del ser y el devenir, es profunda y no deja de
suponer una aproximación meritoria en los balbuceos del ejercicio de la
razón filosófica. Pero esta ontología tiene muy poco que ver con la
ontología que ha construido la ciencia moderna. Nos movemos en un mundo
distinto que exige un nuevo planteamiento integral de la lógica del
discurso científico y filosófico.
4. El universo
Supuesto nuestro conocimiento provisorio de la naturaleza de ese
sustrato primordial del universo que llamamos "materia", estamos en
condiciones de abordar la explicación científica del universo. Este no
es otra cosa que materia organizada evolutivamente en el
espacio-tiempo. En realidad, las preguntas por la materia y el universo
están conectadas y deben resolverse en paralelo (para saber qué es
materia necesitamos ciertas hipótesis sobre el origen del universo y
para saber qué es el universo dependemos de nuestra idea de la
materia). Por tanto, la evolución organizada de la materia ha producido
el universo. ¿Qué teorías ha aportado la ciencia para explicar qué
causas lo han producido, cómo nace la materia y cómo las propiedades de
esta producen la evolución de sus estados sistémicos? Como exponemos
seguidamente, las teorías físicas sobre el universo no están cerradas,
sino que nos dejan abiertos a un enigma profundo sobre la naturaleza
última de la realidad. En la cosmología llega la ciencia a sus límites
argumentativos, a las últimas preguntas, pero en ella quedan abiertas
incertidumbres filosóficas inevitables que después trataremos de
abordar. En el conocimiento de la materia y de la cosmología, en su
intrínseca conexión física, es donde la ciencia se proyecta principal y
básicamente sobre la filosofía. No solo en la cosmología; pero sobre
todo en la cosmología.
Como veremos, la ciencia no puede decirnos con certeza qué es el
universo y cómo ha sido producido. Una variedad de teorías explicativas
disputan entre sí el ser la más congruente interpretación de los hechos
empíricos. Pero muestran que el universo es todavía, en último término,
un enigma al que no puede darse una respuesta absolutamente
convincente. La ciencia, proponiendo conjeturas sobre este universo
enigmático, muestra de nuevo la borrosidad cognitiva que ha sido
descrita en la epistemología de la ciencia. En el universo de la
ciencia no queda patente su Verdad última y absoluta. Es un universo
enigmático que, como diremos más adelante, hace posible construir una
hipótesis metafísica de carácter puramente mundano, ateo, sin Dios, y
otra hipótesis metafísica teísta en que Dios se postula como fundamento
transcendente del ser del universo.
4.1. Un universo estable y eterno: Newton y
Einstein
El universo platónico no era eterno, sino creado por el Demiurgo a
partir de una materia que preexistía eternamente. Aristóteles creyó
solo en la existencia de un solo mundo que debía postularse como
eterno. Santo Tomás, influido por Aristóteles, pensó en la posibilidad
de un mundo eterno, pero al mismo tiempo fundado en Dios por una
creación ab aeterno. Los primeros modelos propuestos por la ciencia
moderna consideraron también la existencia eterna del universo. Tal es
el caso de Newton y de Einstein, ambos, aunque cada uno a su manera,
teístas por firme convicción interna. El cosmos que describe la ciencia
moderna es dinámico y evolutivo, abierto hacia el futuro, de tal manera
que no es posible predecir con precisión una evolución abierta por su
propia esencia. El cosmos griego platónico-aristotélico, e incluso
neoplatónico, era algo que respondía de forma estable a un determinado
"estado constructo". El universo clásico estaba "hecho" y el hombre
debía adaptarse a él, aunque en su interior fuera posible el movimiento
de los seres y de los procesos dinámicos que son objeto de nuestra
experiencia. Este universo fue asumido por el paradigma grecorromano e
inspiró una forma de entender cómo era el cosmos creado por Dios: un
cosmos hecho (creado), estable en sus formas y procesos. Pero frente a
este cosmos cuasiestático, la ciencia moderna presenta un universo
dinámico y abierto, que se crea a sí mismo con autonomía, y que hace
así al hombre partícipe de su autonomía y creatividad. Los cosmos
antiguo y moderno son distintos y, por ello, suscitarán un
entendimiento diverso de la obra creadora de Dios y de la ley natural.
Pero antes de abordar las teorías cosmológicas, debemos entender que la
expectativa de la ciencia es que el universo pueda ser entendido como
sistema consistente y estable que se mantiene a sí mismo con
suficiencia. Es en el fondo la intuición de Parménides: si existe un
universo es porque puede existir; si no, ya no existiría. Por
consiguiente, si de hecho el universo está ahí y existe, es porque está
fundado en una suficiencia absoluta y última. ¿Cómo entenderla? En
principio, la suficiencia parece que pide postular la eternidad del
universo; ya que, si en algún momento no existió, ¿cómo entender el
tránsito desde la nada al ser? Newton y Einstein tenían la expectativa
de un universo estable y por ello lo entendieron, en efecto, como
eterno.
El universo gravitatorio de Newton. Esta forma
de concebir el universo
era una consecuencia casi inevitable de la mecánica newtoniana, fundada
en la ley de la gravitación universal. Newton concibió un universo
gravitatorio extendido infinitamente en el espacio, de tal manera que
la fuerza gravitatoria proveniente de todos sus rincones quedaba
compensada y cada cuerpo celeste recorría sus órbitas con precisión
matemática. Este universo de relojería o clockwork, sin embargo, no era
concebible sin Dios porque Este era el creador de su orden racional y
porque sin intervenciones puntuales del Dios providente no podía
mantenerse eternamente la estabilidad de este orden (recuérdese el
problema de las fuerzas tangenciales introducido por Newton). Este
universo gravitatorio "flotaba" en un éter de fondo que era para Newton
como el sensorium divinitatis. Dios estaba, pues, para Newton, presente
ontológicamente como fondo de la realidad del universo. Las objeciones
que, a lo largo del XVIII-XIX, se propusieron a este modelo de universo
fueron minando poco a poco su credibilidad, y finalmente fue sustituido
por el universo de Einstein.
El primer universo relativista de Einstein.
Así como Newton propuso un
universo gravitatorio, así también el universo de Einstein es
gravitatorio. Pero se entiende desde una nueva teoría de la gravedad,
fundada en la teoría mecánica de la relatividad especial, generalizada
al universo como relatividad general. El universo de Einstein es
también eterno, suficiente y estable en sí mismo. No es infinito
(Newton) sino finito, aunque indefinido y sin límites. Un objeto que
circulara en su interior seguiría la estructura del espacio curvo de
Einstein y por la gravedad seguiría inevitablemente esas "guías" sin
llegar nunca al final. La idea básica de Einstein consistió en
identificar la gravedad con la curvatura del espacio-tiempo. Einstein
concibió que, en consecuencia, entre la estructura del espacio-tiempo
(curvatura gravitatoria) y la distribución de materia (causa de la
gravedad) en el universo debía de existir una relación. Las llamadas
ecuaciones de campo de Einstein son la formulación matemática (en una o
diez ecuaciones diferenciales) de la relación entre la
estructura-curvatura del espacio-tiempo y la distribución de materia.
La resolución de estas ecuaciones para situaciones locales del universo
permite entender por dónde van las curvas gravitatorias y dónde está la
materia que las produce. Resolviendo estas ecuaciones en situaciones
locales se predijo la existencia de numerosos objetos cósmicos y
agujeros negros. Einstein cometió el error de corregir lo que estas
ecuaciones parecían decir por sí mismas para mantener un universo
estable (no expansivo). Los hechos -de acuerdo con las ideas del abate
belga Lemaitre- le obligaron después a reconocer su error. El universo
de Einstein era eterno y estable en sí mismo, respondiendo a un
portentoso orden racional. La necesidad de reconocer este orden
racional y de atribuirle una causa suficiente es lo que movió a
Einstein a defender un teísmo racionalista y estético más o menos
indefinido, cuya interpretación ha sido objeto de numerosas disputas.
4.2. La teoría del "Big Bang" y sus
alternativas
La expansión del universo y su teorización en el
big bang. La teoría
que Einstein había construido entró en crisis cuando Hubble descubrió
en Monte Palomar el corrimiento hacia el rojo de la luz proveniente de
las estrellas por medio de sus análisis de espectrografía. El universo
que se descubría estaba en expansión, con un dinamismo centrífugo que
separaba las galaxias unas de otras a velocidades altísimas. Si en
función de esca expansión se reconstruían los estados pasados del
universo se llegaba a un primer estado que se denominó el big bang, una
inmensa explosión de energía de radiación expansiva que ya contenía la
energía total del universo, transformada en el curso del tiempo. La
ciencia solo alcanzaba a establecer algunas propiedades de aquella
explosión germinal y su evolución en reducidísimas porciones de tiempo
posterior. Pero la ciencia no tenía evidencias empíricas conocidas que
permitieran hipotetizar qué había antes del big bang. Las pruebas de
esta teoría - sobre todo la existencia residual de la llamada radiación
de fondo- se han confirmado en la actualidad con los recientes
registros tomados por el satélite COBE; es una teoría aceptada por la
mayor parte de los científicos y es el elemento esencial del llamado
"modelo cosmológico estándar". El big bang se ha completado con el
supuesto de la gran inflación: sería una segunda gran explosión
(inflación) que poco después del big bang habría hecho aumentar de
golpe el volumen del universo unas cincuenta veces. Esta "inflación"
explicaría ciertas propiedades de la distribución homogénea de materia
en el universo actual. Un tipo de universo así concebido inducía
fácilmente la pregunta filosófica sobre qué había antes del big bang: y
era evidente que los pensadores teístas iban a tratar de identificar el
nacimiento del universo con el momento de la creación. Esto explica que
pronto aparecieran alternativas al modelo del big bang, sobre todo para
evitar el teísmo que parecía sugerir.
La teoría del estado estacionario. Esta teoría
surgida en los años
cincuenta, unida inicialmente a los nombres de Hoyle, Bond y Goldi,
concebía un cosmos en expansión continua y una creación interna de
materia que mantuviera su densidad relativa y homogénea en todas sus
regiones. Esta expansión debería concebirse como si en un globo
pintáramos puntos (las galaxias) y al inflarlo los puntos se fueran
separando y entre ellos fueran apareciendo nuevos puntos para mantener
su densidad relativa (la superficie del globo es bidimensional y por
tanto habría que trasponer esta imagen a tres dimensiones). Al observar
este cosmos desde un punto daría la impresión de expansión, en la forma
en que se comprueba desde Hubble. Pero este universo se mantendría así
eternamente, sin necesidad de postular la existencia de un big bang.
Esta teoría fue superada por las pruebas y evidencias sobre el big
bang, pero sigue teniendo apasionados seguidores (como Ralph Arp). Hoy
en día se la relaciona con la teoría del "universo de plasma" y se
aduce la prueba de la aparición inexplicable de quásares en ciertas
galaxias, inexplicables en su opinión si no se les atribuye haber
surgido por la creación de materia postulada en esta teoría. Arp y
otros seguidores de esta teoría acusan a los seguidores mayoritarios de
la teoría del big bang de haber establecido un sistema de exclusión y
marginación científica de las universidades a quienes no siguen la
teoría oficial. Algo similar a lo que ha pasado en los últimos años con
la teoría de cuerdas, también impuesta como "políticamente correcta",
tal como ha denunciado Leo Smolin.
El universo oscilante de Hawking: del "big bang"
al "big crunch". En
esta teoría no se niega la existencia del big bang, pero se afirma que
tras un tiempo de expansión se produce un frenado que invierte la línea
del tiempo hacia una concentración progresiva o big crunch que acabaría
en una "singularidad" (estado de máxima concentración en que no podrían
aplicarse las leyes físicas del espacio-tiempo conocido) que se
traduciría en un nuevo big bang. A lo largo del tiempo cósmico se
sucederían diferentes movimientos de concentración y expansión, de big
bang y big crunch, separados por "singularidades". De esta manera se
trataría de un universo oscilante y eterno. Stephen Hawking, molesto
con las derivaciones teístas de la teoría del big bang hacia una
postulación de la creación, concibió un modelo matemático que
describiera este universo oscilante. Sin embargo, una formalización
teórica no es prueba de que exista algo real que responda a esa
formalización. Y las evidencias empíricas más bien llevaban a la
conclusión de que el universo oscilante no era posible. Primero porque
la masa crítica (aquella masa mínima que el universo debiera tener para
pensar que la fuerza gravitatoria unida a esa masa produjera una
inversión de la línea del tiempo hacia la concentración) distaba mucho
de acercarse a la cantidad requerida (se limitaba a un diez o quince
por ciento de la masa crítica). Es evidente que el cálculo de masa en
el universo depende de muchos factores (atribución de masa, o no, a
ciertas partículas, verbi gratia, neutrinos, materia oscura, energía
oscura, agujeros negros, etc.), pero los cálculos actuales quedan
todavía muy alejados de la masa crítica necesaria. Segundo porque
consideraciones en torno a un eterno proceso de expansión-concentración
hacen difícil pensar que se pudiera mantener la oscilación de forma
estable sin degenerarse; y esto daría al traste con el proceso. El
modelo oscilante de Hawking es una especulación posible, pero no
existen suficientes evidencias o argumentos teóricos que nos induzcan a
admitir que describa el único universo realmente existente.
4.3. Multiversos, cosmología cuántica y
complejidad
Multiversos. El "estado estacionario" y el
"universo oscilante" se
mueven en el supuesto de la existencia de un solo universo. Sin
embargo, la hipótesis de los llamados multiuniversos o de los
"universos burbuja" establece el supuesto de la existencia de una
infinitud de universos paralelos y sin relación entre ellos. ¿De dónde
habrían surgido? ¿Qué los habría producido? Es evidente que no es
admisible decir que salen de la nada. Por ello la teoría de multiversos
supone la existencia de algo así como una "metarrealidad" que
produciría infinitos big bangs, cada uno de los cuales sería origen de
un universo diferente. Después de un desarrollo en el tiempo expansivo,
estos universos se irían diluyendo en una muerte energética. Cada
universo sería finita, limitado en el tiempo, pero su existencia
dependería de otra realidad (la metarrealidad o metauniverso) a la que
se atribuiría eternidad y una ontología capaz de generar infinitos
universos (esta metarrealidad sería, digamos, el ser estable y eterno,
que es y permanece en su ser, postulado por la metafísica de
Parménides). Pero, ¿qué ontología debemos atribuir a esa metarrealidad?
La cosmología cuántica: el vacío cuántico y las
supercuerdas. La base
teórica de los multiuniversos se encuentra en los principios de la
teoría microfísica de la materia en la mecánica cuántica. Ya la
mecánica clásica de Newton, que veía el universo como un conjunto de
partículas diferenciadas agrupadas en materia, se vio obligada a
considerar la existencia del éter (una sustancia cósmica de fondo que
lo abarcada todo en que se transmitía la fuerza gravitatoria). La
relatividad de Einstein, después del experimento de Michelson-Morley,
rechazó la hipótesis del éter. Pero la idea ha resurgido constantemente
(verbi gratia, en Schrödinger, para concebirla como soporte físico de
los campos y fenómenos andularios de las partículas). La especulación
de David Bohm supuso también la existencia de un fondo holístico de la
realidad que llamó "orden implícito" (relacionado con la naturaleza de
la conciencia). La teoría de la relatividad tampoco explicaba con
claridad cómo había que entender la existencia de la "estructura
geométrica" del espacio-tiempo entendida como algo real. La mecánica
cuántica, por otra parte, fundada en diferentes consideraciones y
exigencias teóricas (verbi gratia, la creación y aniquilación de
partículas) ha construido la hipótesis de la existencia de la entidad
llamada "vacío cuántico", fondo de energía, a la que se atribuirían
aquellas propiedades necesarias para explicar los fenómenos cuánticos
que inducen a introducir este concepto. De esta manera todo el mundo
físico real -tanto lo corpuscular como lo ondulatorio- habría surgido
(o quedaría "reabsorbido") en un fondo holístico de la realidad. En
este sentido, el supuesto del vacío cuántico permitiría explicar el
origen del universo como una "fluctuación" en ese vacío cuántico, con
una emergencia de la energía necesaria para generar la dinámica
evolutiva posterior del universo. La teoría de multiversos podría
suponer que el concepto de vacío cuántico podría introducirnos en la
naturaleza de esa metarrealidad de la que irían surgiendo infinitos
universos desde infinitas fluctuaciones en el vacío.
Si esta fluctuación energética inicial hubiera producido la emergencia
de la materia en la forma de supercuerdas (de acuerdo con los supuestos
de la teoría de supercuerdas), cada uno de los universos podría
responder al azar a un cierto conjunto de valores diferenciados
(relativos a las once dimensiones necesarias para describir las
cuerdas). Podría calcularse incluso el inmenso número de universos
posibles que, repitiéndose, darían lugar a infinitos universos. Habría,
pues, una serie infinita de universos distintos, derivados del conjunto
de valores que germinalmente habrían asumido, por el azar mismo de la
fluctuación, cada uno de ellos.
Complejidad cósmica: orden racional y principio
antrópico. En
principio, la capacidad de generar orden y complejidad en la
organización de la materia dependerá de los valores y propiedades
iniciales de la materia. Si solo existiera un universo, las propiedades
ontológicas de esa única materia explicarían el orden que vemos. Si
existieran infinitos universos, la capacidad de producir orden en cada
uno de ellos dependería, en cambio, del conjunto de valores que por
azar hubiera asumido la materia surgida de una fluctuación "singular"
del vacío cuántico. Podría haber así universos con más o menos o:den, e
incluso universos que no superaran un estado generalizado de plasma.
Ahora bien, ¿en qué consistiría el orden propiamente dicho y cuál
podría ser la causa de su complejidad? La hipótesis científica obvia es
atribuirlo a la aptitud de relación y de combinación repetitiva de la
materia según sus propiedades ontológicas iniciales. Así, una ontología
(una forma de ser inicial) muy simple, generando combinaciones de forma
repetitiva, podría generar orden muy complejo (de la misma manera que
una relación matemática muy simple puede generar un orden fractal
sumamente complejo). Esta capacidad de generar orden y un principio
darwinista de selección natural podrían explicar la supervivencia
evolutiva de los órdenes más estables y el crecimiento de la
complejidad.
Sin embargo, en la explicación de la complejización de ese orden
evolutivo, la ciencia ha constatado el hecho de que en ciertos momentos
cruciales, en las "encrucijadas" del proceso, podrían haberse seguido,
por azar, diversas vías posibles y los valores de ciertas variables
hubieran podido responder a ciertas puntuaciones dentro de una gama de
posibilidades. Es decir, de entre una gama posible de oscilaciones en
la generación del orden, la evolución ha escogido de hecho solo
aquellas vías evolutivas y puntuaciones de variables que, a medio
plazo, podían concluir en el orden biológico y, a largo plazo, en el
orden que hace posible la vida humana. Por esta razón, la ciencia ha
introducido un nuevo concepto, el "principio antrópico", para constatar
que el orden evolutivo -de entre un conjunto de posibilidades abiertas
y no excluibles- ha seleccionado el orden que conducía a la vida y al
hombre. El orden creado por el universo es, por tanto, de hecho, un
"orden antrópico". Esta pura constatación del principio antrópico en
"sentido débil" (sin explicar su causa) es hoy una evidencia de la
ciencia que está fuera de duda.
La pregunta que la ciencia debe plantearse es clara: ¿cuál es la causa
de la existencia de un orden antrópico constatable en la evolución del
universo? Si el universo fuera único es difícil hallar una causa al
sorprendente orden antrópico. Una de las posibilidades sería atribuir
al universo un "diseño racional". En la teoría de multiversos (en su
caso completada con la teoría de supercuerdas) las sorprendentes
propiedades del orden antrópico de nuestro universo podrían atribuirse
al azar (en una infinitud de universos uno ha resultado por azar con
aquellas propiedades que nos hacen posibles a nosotros). Se habría
producido algo así como una selección natural de universos, una especie
de darwinismo cosmológico, hasta la aparición por azar del universo
sorprendente que hace posible al hombre.
4.4. El modelo cosmológico estándar
Como vemos, la cosmología moderna se ha construido sobre una inmensa
cantidad de especulación. Creemos que la especulación es necesaria y
esencial en la ciencia. Al menos, abre siempre perspectivas: nos hace
vislumbrar que las cosas "podrían ser" de una cierta manera. Pero no
puede nunca olvidarse que la ciencia es, desde sus fundamentos
epistemológicos, conocimiento fundado en los hechos empíricos. Es la
construcción del conocimiento que los hechos nos permiten establecer.
En este sentido, la ciencia nos previene el error de confundir las
especulaciones cualitativas (conceptos especulativos como los
multiversos) o matemáticas (modelos matemáticos especulativos como la
teoría de cuerdas) con la realidad existente. Que lo dicho por la
ciencia deba identificarse con la realidad (no de forma dogmática, sino
críticamente, en el sentido popperiano) solo puede fundarse en las
evidencias empíricas. La ciencia es una visión del mundo fundada en los
hechos empíricos y, por tanto, aunque la especulación sea legítima,
prevalecen siempre las teorías empíricas.
Pues bien, la cosmología científica ha construido el así llamado
"modelo cosmológico estándar" para tratar una imagen del universo, de
su origen y su evolución en el tiempo, que responda de forma
mínimamente especulativa a las evidencias científicas controladas por
la comunidad científica. Sería, pues, una forma de prevenirnos ante la
especulación, para ofrecernos un criterio de cómo distinguir lo que
podemos pensar como real de lo que constituye especulación. Aparece
aquí una imagen del universo construida sobre la hipótesis del big bang
y de su probable inflación subsecuente. Este universo, desde la energía
inicial, habría ido produciendo una expansión y una aparición de
materia/antimateria y del resto de partículas conocidas en los términos
hoy admitidos, un universo cuya dinámica expansiva se entiende a partir
de las ecuaciones de Einstein, tal como se readaptaron a la descripción
del universo expansivo. Este universo es también un universo cuyos
valores constatados muestran de hecho un inequívoco orden antrópico.
Por último, un universo que, mirando hacia el futuro, seguirá un
proceso de expansión indefinida (sin que se produzca frenado, o big
crunch) que concluirá en una muerte térmica en que las partículas
acabarán absorbidas en ese fondo de referencia o vacío cuántico.
Conclusión. Las teorías del universo están,
pues, en estrecha relación
con las teorías sobre la materia. Son interdependientes. En todo caso,
la revisión de las principales propuestas que se despliegan abriendo
una amplia panorámica de hipótesis y especulaciones nos hace evidentes
varias cosas. En primer lugar, la pertinencia de la especulación en la
ciencia: esta no es una pura relación de los hechos, de naturaleza
empírico-inductiva, sino construcción especulativa de corte
hipotético-deductivo que imagina cómo pudo ser la realidad más allá de
nuestra experiencia inmediata, más allá de nuestro espacio macrocósmico
(hacia lo microfísico-cuántico) y más allá de nuestro tiempo (hacia el
origen pasado y hacia el futuro del universo). En segundo lugar, que la
ciencia está lejos de haber conocido con certeza y seguridad el origen,
naturaleza y evolución futura del universo. El resumen es que se trata
de un universo enigmático que permite construir diferentes teorías, no
siendo posible diseñar experimentos cruciales que faciliten la
selección entre unas y otras. Estos hechos deberemos tenerlos en cuenta
cuando más adelante hablemos de la metafísica de la ciencia.
5. La vida:
sensibilidad-conciencia y neurología
Conocemos un universo resultado de la compleja evolución de la
"materia". Es un hecho que en esta evolución material se ha producido
primero la vida, la sensibilidad-conciencia presente en ella y,
finalmente, la razón y el psiquismo humano en toda su complejidad. Si
todo esto se ha producido, es que ha tenido, sin duda, causas que la
ciencia debe intentar conocer, aplicando para ello el método
científico. El supuesto básico de la ciencia es que la vida animal y la
humana se han producido causadas por el sustrato físico del universo,
ya que durante millones y millones de años solo había universo físico y
por ello de sus estructuras físicas debió de emerger primero la vida y
también la sensibilidad-conciencia con ella. La explicación actual de
la vida en la ciencia (biología) toca dos cuestiones fundamentales: las
causas del mecanicismo-determinista en que la vida manifiestamente
consiste y las causas de que en ella emergiera el extraño estado que
llamamos "sensibilidad-conciencia". Son dos cosas distintas. Si solo
tuviéramos la primera seríamos robots ciegos. Gracias a la segunda
somos seres responsables y constituimos el reino de la vida, diferente
del reino de la pura física. En la explicación de la vida, sobre todo
de las causas de la conciencia, se halla el germen de la explicación
del hombre como ser natural que ha nacido en la evolución autónoma del
universo. El hombre como ser natural autónomo será también uno de los
factores que se unirán al enigma del universo y permitirán la apertura
a la ambivalencia y oscuridad metafísica final del universo.
El hecho real de la vida lo constatamos empíricamente en los resultados
de la ciencia biológica y, además, la vida psíquica, desde la
sensibilidad-conciencia a las manifestaciones más complejas del
psiquismo humano, se describe en la fenomenología. Todo eso es el
explicandum científico, lo que debemos explicar por el conocimiento del
sistema de causas (explicans) que lo ha producido. Lo que la
fenomenología constata es, ciñéndonos a lo fundamental: la unidad de la
conciencia en sus funciones, la experiencia holística o de campo (verbi
gratia, el campo visual abierto al mundo externo o la experiencia
campal del propio cuerpo físico-biológico por la somatopercepción), y
la indeterminación de las acciones que en el hombre toman la forma de
libertad. El supuesto es que la aparición de estas propiedades
psíquicas se ha producido porque la materia lo ha hecho posible en la
evolución. Cabe, pues, tener la expectativa de que la ciencia física
nos suministre una idea de la realidad física que haga inteligible el
mundo de la vida. Sin embargo, no ha sido así durante mucho tiempo,
pues el reduccionismo difícilmente podía explicar el psiquismo
(impulsando a los filósofos a dividirse entre reduccionistas y
dualistas). Hoy en día, en cambio, por primera vez en la historia, la
ciencia se está acercando a una idea del mundo físico que permite
construir explicaciones verosímiles de cómo pudo producirse la
emergencia de la sensibilidad conciencia. La ciencia se acerca, por
tanto, a explicaciones de la unidad psicobiofísica verosímiles y
convincentes.
No son explicaciones concluidas y perfectas, sino tentativas
heurísticas bien construidas que permiten pensar que la ciencia está
hoy ya en la dirección de búsqueda correcta. Pero, al igual que en el
conocimiento de la materia y del universo, la ciencia no ha resuelto la
explicación de la vida, sino que ha iniciado la marcha hacia el enigma
que todavía constituye. No todos piensan igual, se da también una
proliferación de teorías y solo cabe decantarse críticamente por las
que aparecen más aceptables, sin poder hablar nunca de conocimientos
finales que se establezcan dogmáticamente. Nuestro conocimiento
científico actual sobre la vida, la sensibilidad-conciencia y la
emergencia del psiquismo humano será un factor esencial para entender
la imagen científica del mundo que debe fundar hoy una alternativa a la
antropología grecorromana.
Preámbulo: variedad de teorías. Antes de
comenzar debemos indicar que
la explicación científica que proponemos seguidamente se encuadra
dentro de lo que llamamos "emergentismo", o también "paradigma
emergentista-funcional-evolutivo", fundado en un reconocimiento del
papel causal de la sensibilidad-conciencia en el proceso evolutivo y en
el papel de las "redes neurales". Es lo que explicamos a continuación.
Esta teoría explicativa es hoy, a grandes rasgos, la más defendida por
escuelas y autores: Edelman, Damasio, Crick, Gazzaniga, Ramachandran,
Mountcastle, Searle, Penrose, etc. Predomina casi por completo en
ámbitos científicos como la neurología, medicina, biología y etología,
una psicología de base psicobiológica, etc. Sin embargo, debemos tener
en cuenta que el enfoque emergentista no es una verdad absoluta. Es
solo una conjetura de la ciencia, aunque sea la más consensuada y
probable. Existen otras teorías alternativas de corte científico que,
en general, responden a lo que podríamos llamar un "paradigma
mecanicista-conductista-computacional". Estas teorías se fundan en el
mecanicismo clásico (aplicación de la física reduccionista a las
ciencias biológicas y humanas), aunque hoy están enriquecidas por la
aplicación del modelo del ordenador (teoría computacional del hombre).
Al haber dos modelos básicos de ingeniería y lógica del computador
-serial y conexionista (o POP, parallel distributed processing)- la
interpretación computacional de la vida y del hombre tiene también dos
modelos, serial y conexionista. Dentro de este paradigma mecanicista
aparecen una variedad de matices teóricos que deben también
distinguirse: materialismo fisicalista, fisicalismo lógico, teoría de
la identidad o "identismo", epifenomenalismo identista, funcionalismos,
etc. Además, todo esto se complica porque hay que considerar la
existencia de dos posiciones teóricas básicas en la interpretación de
la naturaleza de los procesos sensitivo-perceptivos: el estructuralismo
(derivado de Helmholz) y la teoría de la percepción directa u "óptica
ecológica" (defendida por J. J. Gibson). Aquí no podemos, evidentemente
-por la extensión que supondría y por su complejidad mayor- afrontar
una discusión de estas teorías alternativas. Permítasenos decir que en
otros lugares hemos abordado la discusión pormenorizada de todas estas
teorías o paradigmas. Pero no debemos olvidarlas. Nuestro punto de
vista se limita al enfoque emergentista y, dentro de su propia lógica,
lo extendemos a la explicación de la génesis del conocimiento animal y
humano. Es el enfoque más ampliamente admitido en la ciencia actual y,
además, es el más coordinable con el pensamiento teológico.
5.1. Génesis biológica de la
sensibilidad-conciencia
Los organismos vivientes aparecen, incluso fenomenológicamente, como
una combinación funcionalmente balanceada entre determinación clásica y
eso que en general llamamos "sensibilidad-conciencia". Esta ha podido
emerger en los organismos porque probablemente han sido diseñados
evolutivamente para el aprovechamiento de ciertas propiedades
cuánticas. Serían el soporte físico causal que explicaría por qué los
organismos vivientes han ido más allá de las posibilidades de rigidez
clásica diferenciada y discontinua (mecánica) de sus cuerpos para
entrar en "resonancia" (usando el término propio de Gibson) con campos
holísticos de la realidad (su cuerpo y el mundo externo a través de los
sentidos). Pero la pregunta es: ¿cómo emergió la vida? ¿A qué lógica
responde la génesis y evolución de la vida?
Mecanicismo determinista clásico en la vida.
Como hemos visto el mundo
físico de los objetos que constituyen el mundo macroscópico se explica
por los principios de la mecánica clásica: un mundo de entidades
diferenciadas que permanecen en sí mismas como "islas", manteniendo con
otras entidades relaciones causa-efecto transmitidas en cadenas
deterministas. Los organismos vivientes debieron de comenzar -y así lo
conoce hoy la ciencia- como sistemas puramente físicos, sin efectos
holísticos, ciegos, pero de una alta capacidad mecánica apta para la
reduplicación. ¿Cómo? ¿Cuándo? Hay diversas hipótesis, como las de
Stuart Kauffman, por ejemplo. Lo que debemos establecer aquí es que
probablemente las primeras células u organismos unicelulares que
comenzaron a reduplicarse fueron solo sistemas clásicos con propiedades
cibernéticas o robóticas que se perfeccionaban poco a poco por la
lógica adaptativa clásica (recordemos los virus). Este proceso duró
quizá cientos de millones de años. La importancia de este determinismo
rígido y fiable es esencial para la estabilidad de nuestros cuerpos y
para la transmisión de la información a la especie (ADN). Un cuerpo
viviente es una extraordinaria y compleja maquinaria biológica que
funciona a la perfección que no debemos temer en calificar de
"mecánica"; pero con una precisión mecánica que cuenta con el caos, la
indeterminación, la estadística y la probabilidad para asegurar que
ciertas cosas sucedan como deben suceder para mantener el orden
correcto de la vida (verbi gratia, en la bioquímica del citoplasma de
la célula al producirse el ensamblaje de las proteínas, o en los
procesos del desarrollo embrionario).
Emergencia viviente de la sensibilidad. El
supuesto debe ser que en un
cierto momento del proceso evolutivo emergió una propiedad o cualidad
física real nueva que afectaba a la vida o al organismo de forma
holística (a su forma de supervivencia holística, esto es, como un todo
funcional unitario). Se trataba de la sensibilidad o "sentisciencia",
así denominada entre comillas por tratarse de un recurso primitivo. Lo
que resultó ser decisivo fue, por tanto, que esta propiedad fue
extraordinariamente eficaz para la supervivencia óptima; y esto solo
debió de comenzar a suceder cuando la "sentisciencia" fue capaz de
inducir efectos motores adaptativos. La conexión
sensibilidad-motricidad (estímulo-respuesta) fue esencial en la
dirección que comenzó a tomar la evolución. Si es correcto este
supuesto, la emergencia de esta "sentisciencia" debió de ir unida a
ciertos cambios estructurales en los organismos clásicos, de tal manera
que se formaran ciertos nichos o ámbitos donde pudieran suceder
fenómenos cuánticos holísticos de campo. A partir de ese momento la
evolución habría ido orientada a diseñar sistemas de coordinación cada
vez más compleja entre sensibilidad (dada en los nichos cuánticos) y
mecanismos deterministas clásicos en orden a una supervivencia eficaz
óptima. En este diseño estarían fundadas las raíces de la interacción
psicofísica (determinación/ indeterminación). ¿Cuándo y cómo se habrían
producido estos cambios estructurales que permitieron la formación de
estos "nichos cuánticos"? La respuesta mejor construida es hoy la
hipótesis Hameroff-Penrose (mencionada más adelante). En organismos
unicelulares avanzados la formación del citoesqueleto produjo en su
interior a su vez los microtúbulos con una variada gama de funciones
estructurales. Es probable que en aquellos microtúbulos se dieran
casualmente las condiciones para estos efectos cuánticos y que poco a
poco la sensibilidad emergente fuera utilizada como factor adaptativo.
En todo caso, parece que la hipótesis más congruente con el conjunto
del proceso evolutivo sería el supuesto de que, de una u otra manera,
la "sentisciencia" nació ya en el mundo unicelular. Entonces la vida,
como "todo" holístico, ya no sería solo mecánica para comenzar a ser
"sensitiva".
Pero, ¿por qué emergió la sensibilidad? La ciencia no puede hacer sino
establecer el postulado de que el sustrato constituyente del universo
tenía la propiedad ontológica de producirla (emergentismo). Esta
propiedad sería propia de toda materia, incluida la materia fermiónica
atrapada en las estructuras clásicas. Sin embargo, solo en ciertas
condiciones estructurales apropiadas (los efectos cuánticos de campo ya
mencionados y todavía existentes en el universo) podría manifestarse
como propiedad holística útil para el proceso adaptativo de los
organismos como sistema unitario. Cuando esta nueva propiedad emergida
comenzó a producirse y manifestó sus efectos holísticos en los
organismos, estos comenzaron a dejar de ser solo robots deterministas
para ir convirtiéndose en máquinas sintientes que balanceaban lo
mecánico con lo sentisciente. Es decir, en "seres vivientes". Estos
seres, en sus acciones adaptativas, ya no solo aportaban causalidad
clásica determinista sino también una causalidad más flexible y
oscilante surgida de la sensibilidad y, más adelante, de la conciencia.
La lógica de lo viviente. La expresión de
François Jacob nos sirve aquí
para resumir la lógica que ha guiado evolutivamente el diseño de los
organismos vivientes hasta llegar a la complejidad humana. Esta lógica
de la ciencia biológica ha sido siempre la coordinación balanceada
entre mecanismo determinista (robótica) en la vida y en los organismos
y, por otra parte, la sentisciencia; es decir, balance entre lo clásico
y lo cuántico, hasta acabar en el control de lo mecánico ejercido por
la sensibilidad-conciencia (que advertimos en el hombre). La
extraordinaria eficacia de este diseño se muestra terminalmente en la
especie humana. Para la vida ha sido (y es) tan esencial el
determinismo como el indeterminismo, el mundo clásico macroscópico
diferenciado como el mundo cuántico de efectos holísticos. La vida es
un equilibrio balanceado entre las dos cosas.
5.2. Teoría de engramas clásica
No pueden explicarse científicamente ni los organismos vivientes ni el
psiquismo sin considerarlos en gran parte como un sistema clásico. Este
sistema funcionaría a partir de una causalidad mecánico-determinista
clásica; esto solo sería "reduccionismo" cuando este tipo de causalidad
se considerara única y se exclusivizara. La teoría de engramas
representa lo que sabemos del sistema nervioso y de su producción de
las acciones adaptativas aplicando los principios explicativos
clásicos; aunque es verdad que a medida que nos acercamos a ciertas
dimensiones reducidísimas de los eventos estructurales y bioquímicos
intraneuronales solo serían aplicables estudios puramente cuánticos,
según el criterio ordinario en la ciencia física. Esta teoría de
engramas es un principio explicativo fundamental sobre el que trabaja
la neurología actual.
Qué es un engrama. El camino más apropiado
para entender qué es un
engrama es el estudio del "engrama de la imagen visual". El patrón de
luz se proyecta sobre la retina y esto produce la generación de la
actividad nerviosa habitual por absorción de los fotones en las
neuronas fotorreceptoras. Por transmisión sináptica la señal llega al
colículo superior y NGL para alcanzar por las radiaciones ópticas las
áreas visuales más modernas del córtex, V1, V2, V3,
V4, V5 y otras.
Sabemos que la producción de la sensación fenomenológica de "ver la
imagen visual" es el correlato psíquico consecuente a la
interactivación de un sistema complejo de neuronas por vía sináptica.
Este sistema complejo es el "engrama de la imagen". Por tanto, un
"engrama" (o patrón, pauta, canon, estructura, red, mapa, circuito,
etc.) es: la activación en red de un sistema de neuronas, producida por
efecto aferente de la excitación de las terminaciones del sistema
nervioso en el medio interno o externo, de tal manera que, mediando o
no un correlato psíquico, se incita la activación de engramas eferentes
que inducen a regulaciones automáticas del organismo (algunas también
conscientes), a la actividad motora adaptativa o a la actividad
psíquica. El engrama de la imagen produce un correlato psíquico; pero
esto es solo un caso especial, ya que no todo engrama produce
necesariamente efectos psíquicos (en el cerebro hay activaciones
inconscientes, sin efecto psíquico).
Engramas no-psíquicos: la trama inconsciente.
La mayor parte del
cerebro está formada por densas tramas engramáticas que, al activarse,
no producen efectos psíquicos. Una vez que en los animales
pluricelulares (cuando la vida se convirtió en "organismo") se
seleccionó evolutivamente un sistema de células (neuronas) para formar
el sistema nervioso, este se constituyó en un mecanismo para la
recepción de señales aferentes (que llegan al cerebro) que, por medio
de engramas activados, desencadenaba señales eferentes (que salen} para
el control funcional, regulador, térmico, bioquímico en general y motor
del organismo para su adaptación óptima al medio. Incluso la actividad
psíquica (control motriz, control del pensamiento, lenguaje, emociones,
etc.) está construida sobre una enorme trama de engramas que al
activarse no producen correlato psíquico (son inconscientes), pero
están en la base de la conciencia, de la misma manera que la cima
sobresaliente del iceberg (conciencia} está soportada por una inmensa
mole de hielo sumergido (inconsciente).
El sistema psíquico (sensibilidad-conciencia).
Esta teoría asume que la
sensibilidad-conciencia es un hecho real producido como correlato de
ciertas activaciones engramáticas especiales del sistema nervioso (ya
que hay engramas inconscientes). Hay engramas, pues, que producen
actividad psíquica (sensación corporal, visión, audición, emoción,
actividad pensante, etc.). Pero la activación de los engramas psíquicos
está sumergida en las estructuras engramáticas de lo inconsciente. En
otras palabras: la activación que produce lo psíquico no puede darse
sin el soporte e interacción con las redes inconscientes. Lo psíquico
va unido en último término a una especialización del sistema nervioso.
Pero esta teoría asume también que en animales unicelulares (ameba,
paramecio) existe también una "sentisciencia" que los presenta ya no
como entidades mecánicas sino como "vivientes" (vida sentiente).
El sistema sensibilidad-motricidad. El
beneficio evolutivo adaptativo
de la selección de neuronas para construir sistemas sensitivos (y esto
explica su contribución teleonómica} es la conexión de la
"sentisciencia" o sensación con respuestas motoras que controlan la
posición del organismo en el medio (por ejemplo, ante el frío-calor,
agresiones mecánicas, químicas o de cualquier otro tipo). De ahí que el
cerebro animal sea preferentemente, incluso en mamíferos superiores, un
sistema dedicado en su casi totalidad a producir "sensaciones"
(visuales, olfativas, propioceptivas, etc.), pero también a la conexión
de estas con la motricidad (respuesta adaptativa óptima).
Modularidad. La evolución de las redes
neurales se hizo a partir de
bucles o nódulos diferenciados que poco a poco evolucionaron hacia
sistemas sensitivos, organizados primero en módulos especiales del
sistema nervioso para terminar finalmente integrados en el sistema
centralizado de la conciencia. Módulo es, pues, el sistema de neuronas
comprometido en una determinada función (inconsciente o psíquica) ;
aquí nos referimos ahora a los módulos psíquicos (que incluyen, según
lo dicho, tramas inconscientes complejas). Son módulos especiales como,
por ejemplo, visión, propiocepción, audición, emoción, lectura
cognitiva de la sensación, pensamiento, lenguaje, etc. Los módulos
coordinan todas las etapas evolutivas del sistema nervioso: la visión,
por ejemplo, lleva desde las retinas, por el colículo superior y el
NGL, hasta las zonas corticales modernas; la memoria coordina la
recuperación de engramas en los diferentes módulos cerebrales desde el
hipocampo. El engrama de la imagen integra neuronas que abarcan toda la
historia evolutiva del cerebro.
Intermodularidad: sistemas neurales. Los
módulos han evolucionado hasta
coordinarse en un sistema integrado, holístico, de supervivencia
adaptativa en el medio. Así, por ejemplo, el sistema visual construye
la imagen del león por activación de un subsistema de neuronas del
módulo de la visión ante un patrón específico de luz sobre la retina
(el león). La "vía del qué" conecta la imagen con los lóbulos
temporales donde se produce la activación de engramas que permiten
evocar en la mente la "idea del león" (módulo de reconocimiento
cognitivo de la sensación). Igualmente se conecta con los módulos
semánticos y fonéticos del lenguaje cuando gritamos: ¡león! La conexión
con los módulos emocionales es entonces inmediata y sentimos miedo. El
sujeto psíquico recibe en paralelo estos "efectos psíquicos" porque el
engrama del sujeto (que une también subsistemas neuronales desde el
cerebro antiguo hasta el más moderno) está activo y dirige la
construcción en las zonas frontales y prefrontales de un plan de
reacción ante el león. La "vía del dónde" conecta la imagen con las
zonas parietales y permite un cálculo preciso de los movimientos ante
el león y el conocimiento del espacio físico para moverse de acuerdo
con los planes elaborados y controlados por el sujeto psíquico.
Registro y memoria: redes lógicas intramodulares e
intermodulares.
Veamos el ejemplo de la visión: hacemos un viaje a la India y las
impactantes imágenes se registran en una "carpeta" del módulo visual.
Las olvidamos, pero al cabo de dos meses evocamos el viaje a la India y
sus imágenes van surgiendo en nuestra mente conectando unas con otras
de forma interminable. Es evidente que existe un orden de registro y de
recuperación que está mediado por el hipocampo. Otro ejemplo:
construimos en nuestra mente en zonas frontales una densa trama de
engramas que nos permiten conocer, registrar y pensar sobre un cierto
tema; por ejemplo, el cristianismo. Si esta trama está lógicamente bien
construida podremos recuperarla bien y trabajar mentalmente sobre ella
con eficiencia. Este orden lógico "modular", además, está coordinado
con un orden superior intermodular que responde también a redes
precisas. Desconocemos la forma neural de construir estas redes
lógicas, aunque inferimos que deben de existir. Si las descubriéramos
sería un descubrimiento tan importante como el de la estructura
ordenada tridimensional de las cadenas de ADN. Suponemos que esta
lógica de orden tiene estrecha relación con el tiempo y con el
contenido, siempre apuntando a la supervivencia óptima por integración
funcional ele todo el sistema.
Darwinismo neural: el "núcleo dinámico" de Gerald
Edelman. Los límites
explicativos de la "teoría de engramas", así interpretada clásicamente,
se han alcanzado con las propuestas de Gerald Edelman, premio Nóbel de
Medicina y eminente teórico del psiquismo. La hipótesis del núcleo
dinámico es la imagen final de cómo funciona el cerebro y por qué se
produce la conciencia, en sus dos propiedades fenomenológicas básicas:
la unidad coordinada en paralelo de toda su actividad (unidad de la
conciencia) y la flexibilidad oscilante indetem1inada (el choice).
Pensemos en nuestra experiencia psíquica: nuestro yo consciente
coordina simultáneamente experiencias propioceptivas, visuales,
auditivas, táctiles, quinestésicas, etc., así como un pasado recordado
que afluye sobre el presente, una compleja autoimagen
(pasada-presente), densos sistemas de conocimiento, imaginación, ya
registrados, un estado emocional, etc., y todo ello conduce en la
dirección de una conducta bien dirigida y coordinada con nuestras
funciones motoras, aunque siempre cambiante y redireccionada según el
curso de los estímulos y el uso de la capacidad de elegir, degenerar
procesos y generar otros nuevos de entre el universo cuasiinfinito de
posibilidades funcionales de los engramas o mapeados clásicos
existentes en la mente. ¿Cómo es posible tal complejidad? Edelman
responde con la hipótesis del núcleo dinámico: aparecen en tiempo real,
por milisegundos, activaciones colectivas que se hacen y se rehacen
(generan y degeneran); son mapeados de diversos módulos con las bases
neuronales para las diferentes actividades psíquicas confluyentes por
complejos buses de activación y desactivación que los coordinan por
medio de entradas y reentradas multidireccionales (reentries). Estas
complejas relaciones de reentrada entre los módulos son el correlato
neurológico que soporta la actividad de la conciencia: tanto en su
unidad continua como en su informatividad cambiante (diversidad de
módulos y contenidos cambiantes). La densísima trama neuronal de
interconexión permite la coordinación armónica de todos los mapas o
engramas en tiempo real. La enorme densidad diversificada de engramas
permite, al mismo tiempo, la selección darwinista simultánea de los más
eficaces para cada estado; permite la elección y paso cambiante de unos
a otros de acuerdo con el funcionamiento holístico y molar del
organismo frente al medio. Las propuestas darwinistas de Edelman
(darwinismo neural) explican en parte quizá la complejidad clásica que
permite la unidad y la flexibilidad de las elecciones (choice), pero no
aborda los aspectos campales de la experiencia psíquica (verbi gratia,
en la visión o en la propiocepción). Edelman cree que su hipótesis del
núcleo dinámico basta para explicar la conciencia. Por ello las
hipótesis cuánticas son para él innecesarias, ya que la neurología
clásica en una teoría de engramas basta para explicar la unidad,
complejidad y variabilidad darwinista de la conciencia. Creemos que
esta teoría es admisible como tal (aunque no creemos que sea
suficiente) y que también es coordinable con el enfoque cuántico.
5.3. Neurología cuántica
La ciencia nos dice que la realidad física tiene dos manifestaciones
bidireccionalmente convertibles: los corpúsculos que producen los
cuerpos materiales y la radiación ondulatoria en un campo. Toda la
realidad física que constituye el universo responde a una misma
ontología y presenta propiedades similares. Pero la radiación inicial
de que nació el universo produjo dos tipos de corpúsculos: los
fermiones cuya función de onda los hacía difícilmente fusionables entre
sí, manteniendo su individualidad diferenciada en sus orbitales de
vibración; los bosones cuya función de onda los hacía fácilmente
diluibles en un campo unitario de vibración en que cada partícula
pierde su individualidad en estados de coherencia campal. Los fermiones
habrían producido el mundo de los objetos estables y diferenciados que
constituyen el mundo; los bosones estarían también presentes como
partículas o como sistemas de partículas en estados unitarios de
coherencia cuántica. Fermiones y bosones son la misma materia, pero
presentan propiedades diferenciales.
La neurología cuántica considera hoy que ambos tipos de realidad física
material son necesarios para explicar los organismos vivientes. El
mundo fermiónico es esencial para que se hayan producido los seres
vivos estables genética y hereditariamente. El mundo de los campos,
básico en la realidad física y más fácilmente constituible en la
materia bosónica (aunque no exclusivamente), sería un soporte físico
más apropiado para hallar la explicación biofísica de los fenómenos
psíquicos. En concreto: la neurología cuántica nace de la conjetura de
que propiedades cuánticas como coherencia cuántica, acción a distancia
(no localidad), superposición e indeterminación cuántica (entre otras
conocidas o no conocidas), podrían ser el fundamento o soporte físico
que hiciera efectiva para la supervivencia de los organismos la
propiedad "sensibilidad" que deberíamos atribuir como postulado al
sustrato primigenio (o "materia") de que está construido el universo.
Ahora bien, ¿cómo entender la implementación evolutiva de estos
principios cuánticos en los organismos y su coordinación integrada en
los cuerpos de materia fermiónica describibles por la causalidad
clásica?
En relación al fundamento cuántico de la conciencia no podemos hablar
sino de "conjeturas", porque de esto en definitiva se trata. En la
teoría de engramas clásica existe un respaldo experimental congruente:
conocemos, por ejemplo, qué pasa cuando aparecen lesiones en distintas
localizaciones de los sistemas sensitivos y los engramas que fundan
ciertas actividades psíquicas no pueden producirse. Alteraciones
perceptivas como visión ciega, agnosia visual, negligencia lateral o
anosognosia, miembro fantasma, así como las alteraciones de la visión o
de otros sentidos, son siempre congruentes con la teoría de engramas
clásica. La neurología cuántica asume todo el contenido de la teoría de
engramas y solo trata de ofrecer una explicación en un nivel de mayor
profundidad, el nivel de los fenómenos cuánticos que ocurren dentro de
las neuronas. Pero la neurología cuántica no cuenta hoy por hoy ni con
teorías definitivas ni con un cuerpo de evidencias experimentales que
le den carta de legitimidad incuestionable (aunque la experimentación
tampoco fuera nunca una prueba absoluta final, como sabemos por
epistemología). Cuenta, eso sí, con la congruencia lógica de las
teorías (ya de por sí altamente verosímiles y congruentes con la
fenomenología del psiquismo) y con numerosas evidencias o indicios
empíricos de que el psiquismo tiene relación con eventos cuánticos. Por
todo ello son conjeturas científicamente legítimas (porque especular y
teorizar es legítimo en la ciencia) y abiertas a su posible
contrastación experimental más rigurosa. Exponemos algunas de las
conjeturas existentes, siguiendo -a nuestra manera- un esquema
propuesto hace poco por Henri Stapp en el Cambridge Handbook for
Consciousness de 2007.
Primeras conjeturas de Von Neumann: el enfoque Von
Neumann-Stapp. Para
la escuela de Copenhague el sistema físico observado y el observador
debían separarse. Von Neumann entendió que el conocimiento producido
por la experimentación diseñada sobre ese sistema microfísico dependía
de la elección del observador. Este (su elección, el choice) era, pues,
una variable del mismo sistema físico. Esta elección oscilante del
observador no era explicable por el mecanicismo determinista de la
mecánica clásica. Para Von Neumann había que suponer que en el cerebro
se daban diversos engramas para impulsar diferentes acciones. ¿Cómo
elegir o activar los engramas más apropiados para cada acción en cada
contexto? Von Neumann entendió que la mecánica clásica no podía por vía
determinista justificar la elección de la activación neural debida
(favorable para el sujeto). La causalidad clásica (determinista) era,
pues, incompleta. Había que buscar el soporte físico apropiado para los
choices que se manifestaban en la esfera psíquica. Von Neumann intuyó
que las bases físicas que permitían estos choices debían
buscarse en la
esfera cuántica; a saber, en los "saltos cuánticos" de un estado a otro
(dentro de una pluralidad de posibilidades superpuestas) y en la
indeterminación de los estados cuánticos integrados en la misma
estructura de la realidad.
En la formulación Von Neumann-Stapp, la dinámica cuántica envolvería un
proceso tripartito: Choice, Causation y Chance.
En el primer momento,
la elección (choice) de parte del agente, induciendo la
activación de
un engrama preciso (template for action) de entre una pluralidad
de
posibilidades. En el segundo la causación en que el agente actúa sobre
el mundo mecano-clásico para producir la acción. En tercer lugar la
respuesta del mundo microfísico cuántico a la acción realizada sobre él
(la experimentación para la escuela de Copenhague). La respuesta
microfísica tampoco es determinista y no puede ser entendida por los
principios de la mecánica clásica. Estamos, pues, en una horquilla
entre indeterminación cuántica (agente) e indeterminación cuántica
(respuesta microfísica real). En medio un interface clásico. Este
enfoque entiende, por tanto, que el mundo microfísico y el mundo
psíquico se explican desde la misma ontología física: es la ontología
cuántica que permite la indeterminación, en el choice del agente y en
su efecto sobre la naturaleza. Se unifica así en la misma ontología al
sujeto-objeto, cosa que no había hecho la escuela de Copenhague.
Este esquema, según Von Neumann-Stapp, debería estar en la base de la
teoría neurológica: los actos volitivos deben explicarse desde los
procesos cuánticos (choice), entenderse cómo se traducen a
procesos
causales mecano-clásicos (causation) y cuáles son los efectos
finales
indeterminados causados en el mundo microfísico cuántico (chance).
Esto
sería, según Stapp, una forma moderna· de entender el concepto de
"idea-motor" de William James. La aplicación de estos principios se
muestra útil, según Stapp, en la explicación de temáticas neurológicas
como son, por ejemplo, el análisis de la atención por Pashler (1998) o
la discusión del célebre experimento de Libet. Sin embargo, supuesto
este criterio general de que el choice y la chance se producen por
salto cuántico desde un abanico previo de posibilidades (superpuestas),
¿cuándo y cómo podrían producirse estos saltos cuánticos? ¿Qué los
induciría y a qué lógica biofísica responderían? ¿Cómo y dónde se
producirían neuronalmente?
La hipótesis Hameroff-Penrose. Roger Penrose
ha rechazado que las
propiedades fenomenológicas del razonamiento matemático (verbi gratia,
el teorema de Gödel) pudieran explicarse desde el soporte físico de un
proceso computacional clásico. Por ello la explicación de la conciencia
ha sido buscada por Penrose en la vía cuántica. Si la actividad libre
de la conciencia en el choice entre diferentes posibilidades debía
fundarse en los saltos cuánticos que inclinen y controlen el paso de un
estado a otro, ¿qué proceso físico podría ser la clave que controlara
los saltos cuánticos entre posibilidades superpuestas? Penrose ha
argumentado a favor de que sería la "gravedad cuántica" la propiedad
física que mediaría (o impulsaría) para que se produjeran unos u otros
saltos cuánticos. Aquí no entramos más a fondo en comentarla, porque
tampoco pensamos que deba ser especialmente decisiva. Más importancia
tiene la hipótesis de la ubicación en los microtúbulos de la producción
de los efectos cuánticos de que dependería físicamente la emergencia de
la sensibilidad-conciencia como fenómeno holístico. Autores como Roger
Penrose (gravedad cuántica) y Stuart Hameroff (microtúbulos) han
convergido en la configuración de la hipótesis Hameroff-Penrose. Es una
hipótesis posible, sugerente, pero discutida.
Coherencia cuántica en microtúbulos y tubulinas.
En los organismos
unicelulares avanzados apareció una estructura para dar consistencia
llamada citoesqueleto que se llenó de estructuras filamentosas
denominadas microtúbulos. Entre las muchas funciones que los hicieron
útiles surgió la de constituir -en la hipótesis en cuestión- el
soporte físico cuántico para los fenómenos de sensibilidad-conciencia.
El microtúbulo es como un tubo cuyas paredes están formadas por los
dímeros de tubulina (imaginemos, como en una mazorca de maíz, que las
paredes están formadas como por "granos de maíz" o tubulinas). Cada
tubulina tiene un electrón que puede ocupar una de dos posiciones (es
una estructura dipolar semejante a la del agua). Hay, pues, tubulinas
tipo A y tipo B. El interior del microtúbulo sería un espacio cuasi
vacío, preservado del exterior por la estructura de tubulinas. La
hipótesis Hameroff-Penrose consistiría en esencia en suponer que en
estos microtúbulos se producirían estados de coherencia cuántica unidos
a estados semejantes de otros microtúbulos por un efecto de interacción
a distancia no-local (efectos EPR). Así, los microtúbulos de una
neurona conectarían por no-localidad con los de otras neuronas y de
esta manera aparecería un efecto holístico no-local entre grandes masas
de neuronas de diversas localizaciones, produciéndose así las diversas
modalidades de la experiencia psíquica. Las neuronas no involucradas en
una actividad psíquica tendrían sus microtúbulos en estado de
superposición cuántica. En el momento de activarse para formar parte
del engrama fundante de una actividad en tiempo real (ver, oír,
recordar imágenes, sentir emociones...) sus microtúbulos (o los que
estuvieran implicados en producir ese estado psíquico) sufrirían lo que
Hameroff-Penrose llaman la "reducción objetiva", o sea, el colapso del
sistema en superposición cuántica a una vibración coherente concreta.
Por ello, en el conjunto del cerebro (o de los módulos implicados en
una actividad) se produciría así la "reducción objetiva orquestada". En
la producción de esta reducción objetiva, según la opinión de Penrose,
que a su vez dependería de la posición del electrón oscilante de las
tubulinas, jugaría un papel determinante la gravedad cuántica. Para que
pudiera haber colapso debería haber antes un estado en coherencia
cuántica preservado frente al ambiente clásico circundante. Ahora bien,
no es fácil justificar que esta coherencia pueda producirse en las
condiciones del cerebro.
El cerebro como computador cuántico. Es sabido
que la implementación
física de los sistemas de computación construidos por el hombre se
fundan en algún sistema físico susceptible de tomar dos posiciones, A y
B (ceros y unos, o sistema binario para codificar la información). Es
evidente que las tubulinas tienen una estructura química susceptible de
adoptar dos estados y, por tanto, serían posibles qbits (soportes
cuánticos de información binaria). Pero, en nuestra opinión, para que
se pudiera hablar del cerebro como "computador cuántico" deberían
describirse también funciones algorítmicas que supusieran un
procesamiento de paquetes de información binaria. No parece que esto
sea lo que hace el cerebro, ni creemos en consecuencia que sea
apropiado hablar de "computador cuántico". En los microtúbulos
(tubulinas) no habría ni unidad central de proceso ni programas de
procesamiento.
Por otra parte, dados los supuestos de la hipótesis Hameroff-Penrose,
cabe estudiar la energía que consumirían los estados de coherencia
cuántica y el tiempo que deberían mantenerse para que el sujeto
consciente llegara a tener un efecto perceptivo. Esto ha llevado a
discutir la congruencia de los supuestos de la hipótesis
Hameroff-Penrose, ya que según el físico Tegmark (2000) la coherencia
cuántica dada por interacciones EPR en amplias zonas del cerebro se
perdería en una fracción de segundo tan reducida que no permitiría que
llegara a influir en la conciencia. Hameroff y Tuszinski (2002)
respondieron más tarde a esta objeción. En todo caso se plantea siempre
el problema del mantenimiento en el tiempo de la coherencia cuántica
sin que se produzca su decoherencia por influencia del medio ambiente
clásico circundante. Sin coherencia cuántica no podría haber
superposición, colapso y reducción objetiva. Otro problema ha sido
también la temperatura, ya que los estados de coherencia en la física
solo se forman a muy bajas temperaturas. Pero el cerebro está a
temperatura muy alta para que, en principio, pueda producirse
coherencia. No obstante, ya Frohlich (y el hermano biólogo de Penrose)
establecieron, antes de que naciera la hipótesis de la coherencia en
microtúbulos, la posibilidad de fenómenos de coherencia en tejidos
biológicos a temperaturas inusuales. Se sigue tratando, como se ve, de
un tema discutido.
Conciencia cuántica en David Bohm. Bohm ha
sido uno de los grandes
físicos del siglo XX, unido en gran parte a Einstein, sobre todo desde
que este se instaló en Princeton. Como Einstein, discutió la idea de
indeterminación en la mecánica cuántica y propuso su célebre teoría de
las "variables ocultas", siendo capaz de construir una teoría cuántica
alternativa a la escuela de Copenhague. Esta teoría, según Stapp,
elimina el indeterminismo cuántico y, por ello, elimina también la
posibilidad de que la elección libre, el choice y la chance, estuvieran
realmente fundados en una ontología indeterminista de la materia. A
nuestro entender, Stapp hace una lectura demasiado radical del
pensamiento de Bohm, ya que para otros muchos interpretes la
indeterminación tiene cabida también en la concepción cuántica de Bohm.
Este, además, propuso su teoría de que el universo podría concebirse
como un plegamiento (orden explícito) de un orden fundamental (orden
implícito); esta idea conectaría con el clásico éter, el vacío
cuántico, el fondo o mar de energía, y otros conceptos que se usaron y
se siguen usando en física para dar razón del ámbito del que surgen y
en el que se diluyen las vibraciones germinales del universo. Bohm
propuso una explicación holística del mundo físico, basada en la teoría
de los campos y relacionada con el orden implícito. La conciencia, en
los animales y en el hombre, instalada en las propiedades del cerebro,
realizaba la conexión con esas dimensiones holísticas del universo a
las que el organismo viviente accedía por mecanismos cuánticos de
conexión por acción a distancia (efectos EPR). El holismo y la
no-localidad fueron los principios en que se hizo fuerte la teoría de
la conciencia en Bohm. Sin embargo, el carácter especulativo,
filosófico, de difícil contrastación empírica, su relación algo
esotérica con el pensamiento hindú, han contribuido a que las
propuestas de Bohm sobre el psiquismo no hayan sido consideradas como
propuestas evaluables por los métodos habituales de la investigación
científica. Pero son ideas, sin duda nacidas de la ciencia, que están
ahí como intuiciones cualitativas de referencia.
Conclusión. En las ciencias biológicas y
humanas un capítulo
fundamental es la explicación de las causas que hacen posibles la vida
y los organismos; esta explicación es conocer las causas de la
existencia real de un cuerpo físico con las propiedades de la vida
(crecimiento, intercambio con el medio, movimiento, reproducción,
herencia, etc.). Los avances genéticos actuales (ADN) permiten explicar
nuestros cuerpos desde el desarrollo embriogenético. Esto significa que
la ciencia explica a grandes rasgos cómo el proceso evolutivo del mundo
físico produce estructuras físicas firmes y específicas (biológicas)
que, según las leyes del mundo físico (en principio tanto clásicas como
cuánticas), constituyen nuestros cuerpos. La biología es, pues, física:
una física específica; con rasgos propios específicos que diferencian
lo viviente de lo puramente físico. Pero la vida es, en último término,
"física específica", a saber, biofísica.
Por tanto, las ciencias biológicas y humanas tienen otro capítulo
esencial que también deben explicar: cómo y por qué ha sido producida,
desde el mismo mundo biofísico, la sensación-conciencia, evolucionada
más adelante hacia el desarrollo de la complejidad del psiquismo en su
conjunto. Hay que explicar por qué en la evolución ha surgido la
"sensación". Pero es muy importante entender una cosa: que explicar la
sensación no ha querido decir para la ciencia conocer por qué (la causa
ontológica profunda de que) la "materia" tenga la propiedad de poder
producir "sensación", o de no tenerla. No se trata de explicar por qué
hay conciencia o, más bien, no la hay. La ciencia simplemente considera
que para explicar lo que vemos (la vida) hay que postular que la
materia tiene "de hecho" la cualidad de producir sensación. Y el
problema de la ciencia consiste en la forma en que el mundo físico
produce las características fenomenológicas de la conciencia, tal como
las advertimos en nuestra autoexperiencia humana, y tal como inferimos
que también se producen en el mundo animal. Es decir, es el problema de
conocer el "soporte físico" que tenga las propiedades suficientes como
para poder producir la conciencia y sus propiedades fenomenológicas,
tal como de hecho se dan. En relación con esto han surgido los
argumentos que hemos discutido. Si el mundo físico real fuera solo el
mundo mecano-clásico, diferenciado y discontinuo, determinista y
mecánico, ¿cómo se explicaría la conciencia? Todo parece indicar que no
podría ser explicada (a no ser que se ignorara, para no tenerla que
explicar, y los seres vivos se redujeran a robots). Por ello nuestros
argumentos han ido en la línea de encontrar en la mecánica cuántica un
modo de entender el mundo físico, cuyas propiedades permiten explicar
en qué podría consistir el "soporte físico" apropiado para producir una
cosa real tan extraña como la conciencia, sus propiedades ontológicas y
su complejización en el proceso evolutivo. Una física reduccionista no
explica la conciencia; una física cuántica permite ofrecer hipótesis
que pudieran quizá explicarla. Y hoy se vive en la expectativa de que
así sea.
6. Sujeto psíquico y
razón humana
La explicación propuesta del psiquismo se funda en principios de la
ciencia física y en principios de la ciencia biológica. Al exponerlos
hemos abordado también la explicación del factor decisivo de la
experiencia fenomenológica del psiquismo: el hecho fáctico de la
sensación-percepción como tal. Nos hemos inclinado a rechazar el
"reduccionismo robótico" y a pensar, más bien, que la explicación más
congruente podría depender hoy de un abanico de conjeturas cuánticas a
las que, en estos últimos años, nos abrimos de forma creciente. Pero la
explicación que, al menos de momento, exponemos, debe completarse con
la referencia a otros principios explicativos derivados principalmente
de ciencias como la biología (etología), psicología, psicología
comparada, epistemología y antropología; y además todo ello en relación
interdisciplinar con los principios biofísicos relatados. Los
principios psíquicos que debemos presentar aquí son: el sujeto
psíquico, la génesis de los procesos cognitivos y de los procesos
psíquicos de la emergencia de la razón. Debemos observar que los
animales superiores son ya un "sujeto psíquico" que posee mecanismos
cognitivos como, entre otros, sensación, percepción, conciencia,
memoria, e incluso representación (dentro del límite de la mente
animal). En el psiquismo animal se halla la génesis evolutiva que por
complejización conduce al hombre, esto es, a la razón emocional
específica del hombre. La ciencia debe explicar este tránsito.
6.1. Sujeto psíquico
Función evolutiva del mecanismo
estimulación-respuesta. En el supuesto
en que nos movemos todo debió de comenzar por la conformación celular
de un estado biofísico de "sensación primigenia", sin sujeto, que
podríamos llamar "sentisciencia". En lógica evolutiva, la única razón
del desarrollo posterior de esa sentisciencia debió de ser su
contribución a la supervivencia óptima. Ahora bien, esta contribución
no podía alcanzarse sin que el "sentir" conectara con el sistema motor,
regulando así las respuestas adaptativas. La sensación se convirtió por
ello en el factor más eficaz para controlar el estado del medio y sus
efectos sobre el organismo (información), al mismo tiempo que
constituía también el sistema inmediato de conexión con las respuestas
adaptativas. De esta manera, el sistema estímulo (información) y
respuesta (conducta), o sea, la sensación (lo psíquico) y el
mecanicismo determinista (lo físico), estuvieron sometidos a un lento
proceso de evolución biofísica de organización sensorio-motriz,
construido por coordinación clásico-cuántica. Hemos visto algunas de
las propuestas realizadas: microtúbulos, campos fotónicos, el agua
Qibu-Yosue), la exocitosis, etc. Probablemente se desconocen hoy la
mayor parte de las interacciones clásico-cuánticas en que se funda la
sentisciencia viviente. En organismos pluricelulares hubo selecciones
de grupos de células que se especializaron en esta coordinación
estimulo-respuesta con efectos adaptativos holísticos: primeramente
debió de ser en nódulos independientes que se fueron integrando poco a
poco hasta constituir toda una variedad de sistemas nerviosos. Esta
integración se produjo en dos vías: la vía de la integración sensitiva
que desemboca en el sistema resultante que llamamos "conciencia"
(información) y la vía de las respuestas mecánico-deterministas al
medio "sentido" (conducta). La hipótesis evolutiva más obvia es que el
llamado "sujeto psíquico" emerge como resultado de esta coordinación
compleja entre el sistema sensitivo y el sistema motor.
La conciencia. Detrás de este concepto se
esconde uno de los temas
clásicos que han sido y siguen siendo discutidos repetidamente en
filosofía, psicología y neurología. ¿Qué es la conciencia? ¿Cómo se
produce y de qué activación o engrama neuronal depende? Se han
propuesto numerosas formas de entender el engrama de la conciencia (el
correlato neuronal clásico que produce la conciencia). No siempre han
sido coincidentes: Eccles, Crick, Ramachandran, Mountcastle, Gazzaniga,
etc. En el número de diciembre de 2007 de la edición española de
Investigación y Ciencia puede verse un ejemplo manifiesto de esta
discordancia en las opiniones de Christoff Koch y Susan Greensfield
sobre el correlato neuronal de la conciencia. Por nuestra parte
pensamos, dejándonos llevar por la lógica del supuesto emergentista en
que nos movemos, que la explicación de la conciencia debería darse en
conformidad con algunos principios explicativos.
1) En perspectiva fenomenológica la conciencia tiene dos rasgos
esenciales: la unidad integrada convergente de la actividad psíquica
(de la conciencia visual, auditiva, propioceptiva, del pensamiento,
imágenes, emociones, etc.) y su carácter campal u holístico ya
repetidamente mencionado (el campo propioceptivo o cuerpo, la visión
del ámbito espacial de la luz, etc.).
2) La lógica evolutiva está de acuerdo con esta unidad ya que debe
postularse su origen por integración holística de sistemas sensitivos
autónomos: es, pues, la resultante holística de los sistemas sensitivos
y psíquicos coordinados.
3) Por tanto, la activación o correlato neuronal que produce la
conciencia debe ser holístico e integrar numerosos módulos cerebrales
actuando al unísono en tiempo real (núcleo dinámico de Edelman).
Además, puesto que la integración comenzó en estadios del cerebro
antiguo, habrá estructuras neuronales que contribuyen a ella en
diversas zonas del cerebro, desde el antiguo al moderno: probablemente
zonas reticulares, el claustrum, las neuronas piramidales, los ganglios
basales, el córtex cingulado, localizaciones de lóbulos frontales y
prefrontales, etc. Por esta complejidad del "engrama de la conciencia"
es posible mantener la conciencia global aun en el caso de la lesión
localizada de algunos de los elementos normalmente integrados en la
conciencia (como se vio en el célebre episodio de Phineas Cage,
comentado por Damasio).
4) En todo caso, no puede aislarse el hecho fenomenológico de la
"conciencia de ser sujeto psíquico". La conciencia ha ido emergiendo en
paralelo con la integración sensitiva y con la integración consecuente
de las respuestas: este proceso ha producido poco a poco en paralelo la
emergencia del "sujeto psíquico" en sus diferentes estadios evolutivos.
Sin integrar en la "conciencia" a la "conciencia de ser sujeto"
difícilmente se podría hablar de "conciencia".
5) Es evidente que la conciencia depende de la activación específica de
un correlato neuronal clásico o engrama macroscópico de neuronas
activadas en conjunto (que probablemente goza de una flexibilidad y
amplitud adquirida por la secuencia temporal y estructural de su origen
evolutivo; verbi gratia, Phineas Cage). Quizá la unidad de la
conciencia pudiera explicarse en parte por la compleja interactivación
integrada en paralelo de módulos y engramas (Edelman). Pero la cualidad
campal de la experiencia fenomenológica exige, según lo explicado, la
recurrencia complementaria al sustrato cuántico, escondido tras el
correlato neuronal clásico.
Conciencia en Edelman y Damasio. Los autores
que a nuestro entender nos
permiten un análisis más acertado de la conciencia son Gerald Edelman y
Antonio R. Damasio. Edelman ha formulado el concepto de "núcleo
dinámico" de la conciencia que explica su unidad a través de la
multitud de entries y re-entries que fundan la interactivación paralela
de diferentes módulos y engramas en tiempo real. Damasio -usando el
concepto edelmaniano de cartografía neural del propio cuerpo- considera
que la conciencia ha nacido del proceso en que los organismos han ido
construyendo poco a poco una representación o cartografía neural que
les permite "sentirse", o sea, "sentir la propia entidad orgánica". El
primer paso hacia la conciencia de ser es el llamado por Damasio
protoser (construido en núcleos del tallo cerebral, el hipotálamo, el
córtex insular, los córtex conocidos como S2 y los córtex parietales
medios). Este protoser, coordinado con el efecto de los sentidos
primitivos, no supondría todavía ni sujeto psíquico ni mente. La
"conciencia central" se construiría desde el protoser cuando aparecen
las pautas neurales que hacen que el organismo comience a "sentir que
siente"; esto sería ya una sensación de "segundo orden". Los engramas
que producen la conciencia central, según Damasio, estarían en los
colículos superiores, toda la región del córtex cingulado, el tálamo y
algunos córtex prefrontales. La "conciencia ampliada" y la "conciencia
autobiográfica" supondrían ya la memoria y la percepción del tiempo. Lo
importante es advertir cómo, en la concepción de Damasio, la conciencia
surge de la sensación cartográfica del propio cuerpo que paso a paso va
construyendo la entidad que llamamos "sujeto psíquico".
El sujeto psíquico. Por "sujeto psíquico"
entendemos aquí la capacidad
de impulsar unas u otras acciones, con el control motor necesario, a
partir de la conciencia integrada del medio externo y del propio cuerpo
como sistema holístico que se dirige unitariamente. Así entendida, la
subjetualidad psíquica nace ya en el mundo animal: este siente el medio
externo y su propio cuerpo, sintiendo además su actuación motora
controlada desde un centro impulsor constituido por su capacidad de
reaccionar unitariamente. El animal superior, evidentemente, no tiene
un psiquismo apropiado para construir una reflexión sobre su condición
de sujeto (tal como hace el hombre), pero sí "siente" efectivamente su
actuación como sujeto. Un animal superior, un perro por ejemplo,
"siente" su condición de "sujeto", aunque no tenga una imagen racional
de su condición de tal. Pero el hombre es ya un "sujeto psíquico" que
hace una interpretación de su condición de sujeto desde el psiquismo
racional ya emergido. Sin embargo, antes de llegar a la subjetualidad
animal y humana, una serie de procesos anteriores la han anticipado
progresivamente. Recordemos a grandes rasgos estos momentos. 1) En los
automatismos primigenios (verbi gratia, en un paramecio) la
coordinación sentisciencia-motricidad es ya una estructura germinal de
subjetualidad (en cuanto impulsa las respuestas); esta forma de
respuesta se da en otros muchos organismos más complejos. 2) Al
ascender en la escala zoológica se producen, como hemos ya explicado,
dos procesos de integración: la sensitiva en la conciencia y la
reactiva en la coordinación de respuesta en función de esa nueva
integración sensitiva. Aparece aquí un sujeto holístico que "siente" su
cuerpo molar y "siente" también las respuestas integradas al medio.
Pero debemos conjeturar que en este estadio impera aún el
mecanicismo-determinista del automatismo. La conciencia de la
subjetualidad está ya ahí pero solo juega un papel "epifenoménico" (lo
que rige es solo el automatismo). 3) Pero al llegar al estadio
posterior de hipercomplejidad de los automatismos (en las señales y en
las respuestas) cabe conjeturar que se llegó a un estadio en que el
organismo tuvo que recurrir al "sujeto epifenoménico", que ya existía
pasivamente, para dotarlo de las nuevas funciones que supondrían la
génesis de sus efectos causales (comenzando entonces a cumplirse uno de
los supuestos básicos del emergentismo, a saber, la causalidad psíquica
descendente controladora de lo físicoquímico). Estas nuevas funciones,
ya presentes en los animales superiores, serían: inspección atentiva
del universo sensitivo en las diferentes modalidades y en su
integración; selección de contenidos sensitivos; selección e impulso
activo de unos u otros programas de respuesta. El nuevo protagonismo
del "sujeto psíquico", necesario para la adaptación óptima al medio de
organismos hipercomplejos, supondría la "ruptura del automatismo" y el
comienzo de la evolución psíquica que lleva ya directamente al hombre.
4) Estos nuevos procesos acabarían conduciendo a la organización del
sistema cognitivo superior en la especie humana y a la emergencia de la
razón. Es lo que comentamos seguidamente.
6.2. Génesis cognitiva: memoria y
representación
El sistema cognitivo superior nace ya en el momento en que aparece la
sensación más primigenia, e incluso en el aprendizaje adaptativo ciego
dado en la conformación de las estructuras biofísicas anteriores a la
"sentisciencia" (Riedl). Sin embargo, en el desarrollo desde la
sensación a las formas cognitivas superiores juega un papel esencial la
memoria: esta es el hilo conductor que nos lleva a construir el
psiquismo superior. La explicación que sigue, inspirada en las ideas de
Edelman, es, sin embargo, una conjetura: una propuesta teórica para dar
coherencia evolutiva a la génesis del conocimiento animal superior y de
la razón. Sin embargo, esta propuesta teórica o conjetura (congruente
con nuestra explicación orientada hacia el enfoque emergentista) no es
arbitraria. Tiene una gran cantidad de evidencias empíricas y teóricas
que nos hacen pensar que estas conjeturas describen lo que muy
verosímilmente aconteció realmente en el proceso evolutivo.
Memoria. La memoria es un recurso esencial
para que la sensación pueda
tener una función teleonómica (eficaz para la supervivencia). Incluso
en la conexión automática con que un paramecio dispara la respuesta
motriz ante una "sentisciencia" tiene que haber un cierto aprendizaje
de la conexión. El mismo aprendizaje va unido siempre al proceso de
memoria o registro estable de una cierta conexión. Ya en organismos más
desarrollados, con sistema nervioso, cabe postular también que los
"signos" que suscitan "respuestas" son en alguna manera aprendidos,
registrados; es decir, memorizados. Y ello supone que el cerebro más
antiguo fue ya construyendo funcionalmente ciertos mecanismos y
estructuras engramáticas que hacían posible el "registro" y
"reactualización" (memoria). Cuando un camaleón detecta en su campo
visual una mosca, esta se constituye en "signo" de la motorización de
caza porque el camaleón tiene en alguna manera registrado ese signo. La
memoria de animales superiores ha sido producida en conexión evolutiva
con esas formas rudimentarias de memoria que fueron construyendo los
mecanismos primitivos que estaban haciendo nacer el sistema cognitivo.
Memoria de actualización (remembered present).
El cerebro de organismos
animales es un cerebro sensitivo-motor, pero su utilidad depende de un
registro neurológico de estas conexiones automáticas. Al crecer el
cerebro aparecieron en mayor abundancia poblaciones neuronales
sobrantes que se utilizaron para ir construyendo el "cerebro de
conexión". Esto comenzó ya a pasar en las zonas temporales y permitió
el nacimiento de la memoria como remembered present, en el sentido
propuesto por Edelman. El proceso suponía tres elementos con base
neurológica: primero el registro de las experiencias en tiempo real (o
sea, de sus engramas correspondientes); segundo la capacidad de
reactivarlas o actualizarlas en un tiempo posterior sin la presencia de
la estimulación correspondiente en tiempo real (este "hacerse presente"
en la "mente" animal es lo que propiamente llamamos "recuerdo" o
"memoria"); tercero la conexión de unas experiencias con otras de tal
manera que la suscitación de una, bien en tiempo real, bien por
recuerdo, puede suscitar la activación de una cadena de conexiones y de
los engramas en que terminan. Así, una experiencia presente puede hacer
también presente por el recuerdo (remembered present) un conjunto de
registros anteriores construidos en la memoria.
Representación asociativa. La memoria de
actualización hace posible el
nacimiento de una función nueva de gran transcendencia: la
representación, que tiene inicialmente solo un fundamento asociativo.
Pongamos un ejemplo: un animal superior, el perro. En su mente ha
registrado una enorme cantidad de experiencias en tiempo real
referentes a su "amo" (yendo a pasear con él, dándole comida,
acariciándole...). De ahí que cuando lo percibe en un tiempo real
concreto un denso paquete de memoria asociativa anterior se actualiza
en su mente, se reavivan emociones y agita el rabo con vehemencia. El
animal no es un robot ciego, sino un sistema organizado de vivencia de
imágenes. El perro, por tanto, ha construido así en su mente numerosos
"paquetes representativos". Además ha establecido numerosas conexiones
entre ellos y es incluso capaz de realizar inferencias lógicas (en
realidad asociativas): ante ciertos signos el perro "sabe" que va a
producirse el "paseo" o la "comida" (es decir, se actualizan en su
mente imágenes del paseo o de la comida y reacciona emocionalmente). Es
una clara inferencia: si tales o cuales imágenes, entonces acontecerá
en el futuro tal o cual cosa (que se anticipa por el "recuerdo" en la
mente animal). El animal, en este sentido, tiene ya capacidad de
anticipar el futuro. Este proceso representativo es compatible con que
en conjunto la conducta del perro sea todavía determinista, o sea, solo
signitiva o instintiva (aunque ya con rasgos premonitorios de que
pronto aparecerá una ruptura evolutiva de la signitividad). Pero la
explicación de su conducta no es un condicionamiento ciego automático
(conductismo), sino una mecánica representacional asociativa de
imágenes que funciona tal como hemos expuesto. En realidad, los
mecanismos asociativos abarcan mucho más. Ciertos mecanismos de
conexión neuronal permiten la activación en cadena de series de
imágenes de distinta modalidad. Gran cantidad de entries y re-entries
permiten la interacción entre los engramas que registran la historia
del organismo en los diferentes sentidos. En la mente del animal va
apareciendo un orden lógico (que es un orden neuronal biofísico de
conexiones) que va creando poco a poco clases, categorías de eventos y
un orden temporal (para un animal como el perro, por ejemplo,
especularíamos con clases de imágenes conectadas con "hombres",
"comida", etc.). La mente, por tanto, se va ordenando y esto es crear
un orden de conexiones engramáticas. Al parecer, en esta densa trama de
asociaciones diversas que permiten crear la red engramática ordenada de
registro y su reactivación juegan un papel importante las funciones del
hipocampo (para la distribución de la memoria en cerebros antiguos) y
su coordinación con el córtex de conexión en los lóbulos temporales
(lectura cognitiva de las sensaciones).
Abstracción. La memoria de actualización, en
principio, tiende siempre
a reactualizar la imagen como tal (en su integridad). Sin embargo, dado
que el proceso de activación de un recuerdo no funciona neuronalmente
con precisión total, sino que es impreciso, selectivo e influido por la
categorización de los eventos, resulta que la memoria se activa
fragmentando las imágenes. Abstracción es el proceso en que la atención
perceptiva se centra en una selección de rasgos o contenidos de la
imagen percibida o del recuerdo de las imágenes. Así, la representación
de "clases" o "categorías" en la representación asociativa del mundo
animal supone siempre un proceso de abstracción. Podemos conjeturar,
por ejemplo, que, dado que el animal ha visto muchos "hombres" (tiene
diversas imágenes), un determinado olor suscitará la afluencia a su
mente de imágenes mezcladas, solapadas, enmascaradas unas en otras,
fragmentarias que contendrán aspectos abstraídos-seleccionados (verbi
gratia, tamaño) referentes a la clase de evento "hombre". Otra serie de
imágenes (verbi gratia, olfativas) conectarán con la clase "león" o
"hembra". No debemos extrañarnos de que en la mente animal tengan lugar
ya anticipadamente estos procesos abstractivos que más adelante se
perfeccionarán en la mente humana.
Imaginación. La selección y fragmentación en
la atención perceptiva y
en la memoria, tal como hemos explicado, es el fundamento para el
nacimiento de una nueva capacidad psíquica llamada comúnmente
imaginación (manipulación creativa de imágenes). La mente animal está
llena de imágenes registradas que pueden hacerse presentes a través de
los mecanismos de memoria (remembered present). Ahora bien, a impulsos
de la experiencia tenida en tiempo real y de la evocación de los
recuerdos, dado que estos son selectivos y fragmentarios, es posible
una combinatoria de rasgos abstractos, clases, categorías y fragmentos
produciendo una experiencia interior de imágenes -valga la
redundancia- "imaginadas", esto es, construidas por la combinatoria de
la misma mente. En el sueño -que ya es posible en la mente animal- esta
combinatoria imaginativa se activa con especial intensidad, junto con
la simple evocación de recuerdos no manipulados (aunque todo recuerdo,
como hoy sabemos, supone siempre, por su parte, una reconfiguración
activa creativa de lo que fue la sensación original en tiempo real).
Representación superior. El desarrollo de los
procesos de abstracción e
imaginación en la mente animal produce "paquetes representativos" que
no solo asocian imágenes recordadas sino que también incluyen imágenes
creadas por la abstracción y la imaginación. Nace así en la mente
animal un paquete de representaciones de orden superior, más creativo y
abstracto, cuyo desarrollo evolutivo conduce a la génesis de la mente
humana racional. Sin este previo funcionamiento protohumano de la mente
animal sería muy difícil, en efecto, explicar el nacimiento de la mente
humana. Es por otra parte claro que el control de estos paquetes
representativos, que llenan la mente animal, haga necesaria la
aparición de las funciones del "sujeto psíquico" con un nuevo
protagonismo causal que va más allá de su presencia puramente
epifenoménica, ya anteriormente aludida. En conexión con todo esto el
animal tiene también una "anticipación del futuro": es un "sistema
anticipatorio".
6.3. Emergencia de la razón
La explicación de la relación percepción-conocimiento, así como del
origen evolutivo del conocimiento desde procesos sensitivo-perceptivos
previos, puede abordarse en principio desde cada uno de los posibles
enfoques teóricos para explicar la conciencia. Por tanto, hay enfoques
dualistas, fisicalistas, identistas, computacionales, funcionalistas,
pampsiquistas, emergentistas, etc. En último término, como decíamos, es
posible un paradigma mecanicista-reduccionista computacional, pero
también un paradigma emergentista-evolutivo-funcional, dejando aparte
el enfoque dualista (que apenas es defendido en la ciencia). Cada uno
de estos enfoques supondría una forma consecuente de abordar, desde su
propia lógica, la explicación científica de la emergencia evolutiva de
la razón. Nuestra explicación del proceso de la génesis de la
sensibilidad-conciencia se funda en el enfoque emergentista. Nuestra
forma de explicar la emergencia y naturaleza de la razón será, pues,
conforme con este enfoque.
6.3.1. Teorías de la hominización cognitiva:
la teoría de la hiperformalización biológica
En el paradigma antiguo tuvo especial relevancia su teoría del hombre.
Era congruente con las tesis ontológicas del paradigma, pero siempre se
defendió la pertenencia del alma humana a una dimensión transcendente;
en alguna manera se mantuvo viva la tradición platónica griega de
considerar al hombre "parte del mundo del Ser". El alma humana era la
explicación de las acciones humanas y de su vida intelectual y emotiva.
El alma era la forma córporis que, como tal, poseía la inmortalidad. La
inmortalidad del alma humana se fundaba para santo Tomás en que no era
un alma corruptible compuesta de partes (como las otras presentes en el
mundo físico y orgánico), sino un alma especial, simple a la que por
naturaleza debía atribuirse la inmortalidad. Francisco Suárez, años
después, también sostuvo la excepción humana, atribuyendo al hombre un
alma inmortal y uniéndose así a la tradición imperante durante siglos
en el paradigma grecorromano. Sin embargo, frente a esta filosofía
ordinaria del hombre, la ciencia moderna ha construido una explicación
congruente del origen y naturaleza del psiquismo en que la constitución
psicobiofísica humana y la emergencia de la razón se explican como
proceso natural autónomo. Este cambio explicativo, hoy irreversible,
entra en conflicto con uno de los aspectos esenciales del paradigma
antiguo. Es una novedad explicativa tan radical que, en sentido
kuhniano, solo puede ser asumida por la teología, lógicamente en un
sistema congruente, abordando el cambio de paradigma que defendemos en
este ensayo.
La hominización es el tránsito, o emergencia evolutiva, desde el
psiquismo o conocimiento animal al humano. Se trata de conocer las
causas reales que han producido, primero, la emergencia del
conocimiento animal y, segundo, la del conocimiento humano. Los
procesos naturales previos de sensación-percepción-conciencia ofrecen
el marco desde el que abordar esta explicación. La pregunta decisiva
es, pues, esta: ¿cuáles son las causas de la hominización? Entroncando
con los presupuestos emergentistas (como teoría previa de la
conciencia) se han propuesto algunas teorías de la hominización. No son
teorías excluyentes sino, más bien, enfoques diferenciados que ponen de
manifiesto ciertos factores (causas) que probablemente debieron de
contribuir en conjunto, sistémicamente (todos juntos en interacción
causal), a la hominización; esto es, a la aparición del conocimiento
humano. Nos referimos a las siguientes teorías.
Inespecialización biológica (Gehlen). Esta
teoría del biólogo y
antropólogo alemán Arnold Gehlen ha constituido en Centroeuropa una
referencia constante durante el siglo XX y sigue siendo considerada por
muchos como la explicación más plausible. ¿Qué causas, según Gehlen,
han producido la hominización? La especie humana ha evolucionado hasta
convertirse en "animal inespecializado" biológicamente. Se ha perdido
la fuerte determinación de los instintos animales especializados y la
base biológica para ellos (por ejemplo la especialización de las fauces
de los depredadores). Y, en consecuencia, se ha producido la génesis
compensatoria de la inteligencia racional. Según esto, la inteligencia
y la razón humana, la cultura, habrían surgido como estrategia
evolutiva compensatoria ante, digamos, un error biológico; a saber, el
de la inespecialización.
Trabajo. La clásica teoría del trabajo ha sido
defendida, entre otros,
por el marxismo. La inteligencia racional, específicamente humana,
surgió como exigencia de la actividad laboral que los homínidos
emprendieron al alcanzar la posición erecta. Esta les permitió, en
efecto, sobrevivir por el trabajo usando las extremidades superiores
que habían quedado libres. El trabajo, resolver sus problemas y hallar
sus estrategias adecuadas, forzó evolutivamente la aparición de unas
funciones psíquicas nuevas que no había necesitado hasta entonces el
mundo animal. La exigencia de diseñar el trabajo forzó la aparición de
nuevos procesos psíquicos que denominamos "inteligencia humana"
(precedida por la aparición previa de una inteligencia animal). Fue la
emergencia evolutiva de la inteligencia y de la razón humanas.
Sociedad-lenguaje. La teoría socio-lingüística
ha sido la más común
entre los biólogos y antropólogos occidentales, aunque se puede
armonizar fácilmente con la teoría del trabajo. Fue defendida entre
otros muchos por el antropólogo sudafricano Tobias, por la familia
Leakey e incluso por Eccles. La formación del lenguaje, en el marco de
las relaciones de intercomunicación social en los grupos de los
primeros homínidos, produjo la aparición de la inteligencia y la razón
humanas. Así como el trabajo exigió la inteligencia, en paralelo, así
también la necesidad de comunicación social forzó también la emergencia
de las funciones inteligentes humanas. En ella entraron en juego los
factores de categorización, abstracción, etc., ya emergidas en la mente
animal. Se aduce que, en efecto, el cerebro animal no poseía todavía la
estructura y localizaciones necesarias para un lenguaje simbólico
complejo. Las condiciones aparecen poco a poco con la corticalización
creciente producida tras la posición erecta. Siempre se ha discutido en
qué tiempo se produjo la aparición del lenguaje articulado. Hoy la
opinión más fundada parece situar la aparición del lenguaje articulado
y simbólico en el horno sapiens, de cien a setenta mil años antes de
nosotros; se piensa también que quizá fue el lenguaje una de las causas
de la superioridad del horno sapiens sapiens sobre el horno
neandertalensis. El lenguaje y la exigencia creciente de
intercomunicación social fueron entonces las causas que forzaron
evolutivamente la hominización. En todo caso, debemos tener en cuenta
que la razón debió de aparecer mucho tiempo antes de que comenzara el
lenguaje articulado, tal como hoy lo conocemos; en ese tiempo muy
anterior el lenguaje -la intercomunicación del conocimiento y del
análisis de la realidad- debió de consistir en signos y sonidos,
semejantes al lenguaje animal, aunque de estructura probablemente más
compleja.
Adaptación biológica y conductual. La teoría
biológico-etológico-evolutiva de Konrad Lorenz y Rupert Riedl ha tenido
también un eco creciente en los últimos años. Tiene dos aspectos. Uno
es la biología del conocimiento de Riedl que muestra cómo el proceso
evolutivo ha hecho que la vida aprenda cuáles son las estructuras
biofísicas que mejor responden al ambiente físico externo. La evolución
se ha fundado así en mecanismos de aprendizaje y adaptación que Riedl
llama "aparato raciomorfo", por aparecer por estrategias semejantes a
las de la razón humana (ensayo y error). Son las mismas estrategias que
se constatan, como ha hecho el etólogo Lorenz, en la conducta animal.
Por ello la razón humana puede ser entendida como un desarrollo
complejo de los mismos mecanismos evolutivos y conductas animales, ya
aparecidos primero en la evolución bioquímica y después en el mundo
animal. Por consiguiente, para Riedl y Lorenz, la causa de la
hominización es la complejización creciente de los mismos mecanismos
adaptativos y de aprendizaje, presentes ya desde el comienzo de la
evolución física y biológica. Existe así una unidad lógica en todo el
proceso evolutivo. Así, para Lorenz el paso a la conducta cognitiva del
hombre, a la razón, se produce como resultado continuo de la evolución
de una serie de conductas que llamamos "protohumanas". En ellas
descubriríamos la explicación de muchos mecanismos funcionales
(animales) que alcanzan en el hombre un desarrollo superior.
Hiperformalización biológica. La teoría de la
hiperformalización
biológica, formulada por el filósofo Xavier Zubiri, es congruente con
las anteriores. Pero representa un sistema de hipótesis sobre aquellos
procesos más básicos y fundamentales, de naturaleza neurológica, que
probablemente produjeron la hominización. En nuestra opinión, esta
teoría toca con la mayor profundidad las probables causas neurológicas
-cambios del sistema nervioso- que produjeron evolutivamente nuevos
estados psíquicos que permitieron la transformación del conocimiento
animal en humano. Inspirándonos en Zubiri, pero ampliada e interpretada
por nosotros, exponemos seguidamente la teoría de la hiperformalización
biológica en armonía con la explicación emergentista que proponemos. La
hiperformalización zubiriana, en nuestra opinión, solo se entiende como
un desarrollo de la teoría emergentista más fundamental (hay que decir,
sin embargo, que Zubiri no usó nunca el término emergentismo). Es una
hipótesis sobre los cambios neurológicos que hicieron posible la
emergencia de la razón.
6.3.2. Fundamentos empíricos y teóricos de la
teoría de la hiperformalización
Esta teoría -al igual que las otras- es un macroconstructo hipotético,
una conjetura: un sistema complejo de suposiciones o hipótesis
propuesto por Zubiri que, si se hubieran cumplido, explicarían cómo se
ha producido la emergencia evolutiva del conocimiento humano. Pero,
estas hipótesis no son gratuitas, pues hay un conjunto de hechos
empíricos y teorías científicas que hacen altamente verosímil que las
cosas sucedieran realmente tal como las hipótesis de la teoría suponen.
Estos hechos y teorías previas ya han sido establecidos en disciplinas
científicas como la biología, neurología, epistemología, etología,
psicología, etc. Por tanto, enumeramos primero, brevemente, estos
fundamentos empíricos y teóricos. Después sintetizaremos qué supone la
teoría de la hiperformalización biológica para explicar la emergencia
de la razón humana.
1) La teoría de la hiperformalización biológica de Zubiri supone
básicamente la teoría emergentista. En ella, la función
teleonómica de
los procesos de sensación-percepción-conciencia (potenciados por la
constitución del sujeto psíquico y de la atención) es la eficacia
adaptativa dada en el registro de la información sobre el medio y en el
desencadenamiento de respuestas; es, en definitiva, la conexión
estímulo-respuesta. Este mecanismo explicativo de la conducta puede ser
mantenido hasta los animales superiores (conducta signitiva o también
"instintiva"). En estos psiquismos superiores comenzará a producirse
poco a poco la ruptura de la signitividad (es decir, la aparición de un
mecanismo de conducta que ya no es solo un automatismo instintivo).
2) La biología evolutiva muestra cómo se ha producido la
complejización
creciente del sistema nervioso y de los sistemas de sensación y
percepción, a medida que ascendemos en la escala zoológica que conduce
al hombre.
3) En etología se estudia la naturaleza funcional de la
conducta animal
en general por el método objetivo. Existen conductas apetitivas
(en que
el animal reacciona ante estímulos generados internamente; por ejemplo,
el hambre) y conductas consumativas (el animal reacciona ante
estímulos
externos que le permiten satisfacer inmediatamente sus impulsos). En
general la conducta es toda actividad animal que se genera
automáticamente en respuesta a ciertos signos o señales que hacen
referencia a futuros estados biológicos, evitando el displacer y
produciendo el placer. Es la conducta que llamamos signitiva o instintiva.
La conducta signitiva es un modo complejo de expresar la
función teleonómica (orientada al fin de la supervivencia óptima) de la
conciencia, antes mencionada como esencia del emergentismo: primero
detección de información (señales) y segundo desencadenamiento
automático de respuestas.
4) En etología se estudia también la forma en que el animal
manifiesta
una conducta objetiva. "Objeto" es toda constelación de
estímulos que
se presentan ante el animal con cierta independencia, autonomía, unidad
y frente a los cuales el animal reacciona también unitariamente. Hay,
pues una conducta objetiva cuando inferimos etológicamente que el
animal percibe objetos y reacciona unitariamente ante ellos,
considerándolos un todo. El animal superior tiene ya un universo rico
en objetos (por ejemplo, tal como un perro, integrado en la sociedad
humana, percibe a su "amo" o a "la casa"); esto no sucede así con los
animales inferiores (verbi gratia, un cangrejo de río) que solo sienten
estímulos puntuales de presión, frío, calor, roce, etc., y no inferimos
que perciban un universo de objetos.
5) Se constata, por tanto, una relación complejización-objetivación.
Es
decir, entre la complejización nerviosa y los sistemas perceptivos con
riqueza de objetivación dados en el psiquismo animal. Las conductas más
complejamente objetivas aparecen así en zonas de la escala zoológica
con sistemas nervioso-sensitivos también más complejos y desarrollados.
6) El estudio de los sistemas perceptuales los presenta como sistemas
de formalización. Los sentidos, en efecto, tal como son
estudiados por
la ciencia, son sistemas de formalización diseñados evolutivamente. Se
entiende por formalización la capacidad puramente biológica de
coordinar una gran cantidad de información sensible puntual, interior y
exterior, procesándola hasta producir la experiencia perceptiva
terminal organizada en unidades coherentes con independencia objetiva
(objetos). En la percepción visual, por ejemplo, la información retina!
de los diferentes puntos del espacio exterior se procesa
diferencialmente hasta producir por mecanismos inconscientes la
organización terminal de la imagen (que podría tener también un último
ajuste organizativo por los efectos gestálticos). En esta organización
terminal aparecen objetos claramente diferenciados, enfocados y
delimitados con el entorno preciso de sus líneas, sombreados, colores,
etc. Pero si el sistema biológico (neuronal) de procesamiento está
alterado -no formaliza bien-, entonces se altera también el efecto
final de organización de la imagen (es lo que pasa bajo la alteración
producida por drogas). Los objetos ya no aparecen precisos y nítidos;
solo una mezcla de colores difusos en que ya no es posible percibir los
contornos de las cosas, las distancias o sus precisas ubicaciones en el
espacio. Por tanto, si falla la formalización se distorsiona también la
percepción objetiva. Los sentidos, en la evolución animal, representan
la emergencia de una formalización creciente que descubre la existencia
de un mundo de objetos en que sobrevivir.
7) Se constata también en la escala zoológica una cierta relación
inversa entre los grados de formalización del sistema
perceptual y los
correspondientes niveles de signitividad de la conducta animal. Así, a
mucha formalización, poca signitividad; en cambio, para especies
animales que muestran conductas con respuestas altamente signitivas,
muy automáticas, detectamos escasos niveles de formalización.
8) El proceso evolutivo, además, ha producido animales en un estado que
denominamos de hipercomplejidad psíquica. Es un estado que se
describe
en estudios etológicos. El sistema de señales que el animal es capaz de
detectar (su etograma) es cada vez más complejo. Al mismo tiempo
aumenta también la complejidad y el número de los programas de
respuesta; la conducta de caza de un león, por ejemplo, es una conducta
altamente compleja, muy distinta del simplismo reactivo
automático-determinista de un paramecio o una ameba ante los estímulos
detectados en un medio acuoso. Esta complejidad hace cada vez más
difícil la conexión automática, signitiva o instintiva, de una cierta
señal (o conjunción de señales al mismo tiempo) con alguno de los
muchos programas de respuesta presentes en el repertorio de la conducta
animal. El animal inferior es así altamente automático o signitivo. El
animal superior, en cambio, con un psiquismo cada vez más
hipercomplejo, en repertorio de estímulos y programas de respuesta,
parece exigir una nueva función psíquica para "ponderar" el sistema
estímulos-respuestas. Esta función fuerza el protagonismo creciente del
"sujeto psíquico", tal como antes explicábamos. La aparición evolutiva
del sujeto, en efecto, está así en relación con el desencadenamiento de
respuestas; cuando estas exigen una actividad "ponderativa" se
complejiza así la función subjetual. Parecen existir, pues, unas
condiciones evolutivas que tenderían a producir una ruptura de la
signitividad en la conducta animal como exigencia de la eficacia en
la
supervivencia, por medio de una eficacia en la selección de señales y
respuestas en animales hipercomplejos. En animales domesticos, como el
perro, podemos observar en ocasiones este extraño estado, digamos, de
"perplejidad" producido por la hipercomplejidad psíquica. El animal se
halla en contextos estimulares en que confluyen señales en conjunto
desconcertantes. El animal parece entonces como inmóvil, perplejo, como
si ponderara a su manera qué debe hacer; es decir, cómo reaccionar, qué
programa aplicar, si morder, si ladrar o si escaparse con el rabo entre
piernas.
6.3.3. Hipótesis básicas de la teoría de la
hiperformalización
El núcleo fuerte de la teoría de la hiperformalización está constituido
por un sistema de hipótesis relacionadas entre sí que establecen
supuestos que, en caso de que hubieran sucedido, explicarían por qué se
produjo evolutivamente la emergencia de la razón humana. Es decir, lo
que la teoría supone o hipotetiza se refiere a qué pudo haber sucedido
para causar la emergencia del conocimiento racional humano. Podemos
resumirlo en tres paquetes de hipótesis lógicamente derivados e
interconectados.
A) Hiperformalización, hiperobjetivación, aprehensión de realidad.
En
el mundo animal se ha producido una cierta formalización que ha dado
lugar a un cierto grado de objetivación en la conducta. Se podría,
pues, hipotetizar que el hombre fuera un animal evolutivamente
especializado en un alto y específico grado de formalización. A esta
nueva forma de formalización podemos llamarla hiperformalización.
Y
esta formalización específica y más intensa propia del psiquismo humano
-hiperformalización- hubiera podido producir un modo más intenso,
específicamente humano, en la aprehensión perceptivo-objetiva de los
estímulos que podemos llamarlo hiperobjetivación. Por tanto, en
estado
de hiperobjetivación los objetos se percibirían con mayor nitidez e
intensidad, destacarían con más fuerza por sí mismos y atraerían más
atención del sujeto psíquico. Serían percibidos con más fuerza como
algo independiente, autónomo, unitario, permanente, estable,
consistente, suficiente, "suyo" (según el término clásico utilizado por
Zubiri)... A este modo específicamente humano en la percepción de los
objetos (a esta riqueza nueva en la percepción objetiva) podríamos
llamarlo "aprehensión sensible de realidad". Introducimos aquí el
término "realidad". Así, el hombre no percibiría ya puros estímulos o
señales signitivas (que desencadenan instintivamente las respuestas
automáticas en el mundo animal) sino que percibiría, o "aprehendería",
"realidades". Todo sería un proceso "semiente", o sea, una nueva manera
de formalizar sensaciones. El psiquismo humano comenzaría a tener un
estado nuevo, "contemplativo" de cosas, objetos, estímulos que están
ahí por sí mismos con su propio y específico contenido. Dejaría de
percibir "estímulos" (que suscitan puras reacciones automáticas) para
comenzar a percibir algo distinto, a saber, "realidades". El término
"realidad" designaría la forma específicamente humana de percibir los
objetos desde el estado neurológico de hiperformalización. En el hombre
se habría acabado de producir la "ruptura de la signitividad" (del
automatismo) imperante en el psiquismo animal (aunque esta ruptura
tendría precedentes en los estados protohumanos previos del psiquismo
animal, tal como antes hemos ido explicando). El hombre comenzaría a
preguntarse ya por el mundo en sí mismo, como real, a contemplarlo
curiosamente como "realidad" que está ahí y a interesarse por él, por
su forma de estar hecho, de estar ahí, y no solo ya como pura "señal"
para desencadenar automatismos instintivos.
Parece evidente que sería imposible esta hipótesis de la "aprehensión
de realidad" si la especie humana (los homínidos anteriores) no
hubieran ya desarrollado poco a poco en sus mentes procesos de
representación asociativa, de clasificación y categorización, de
abstracción y de imaginación que antes hemos comentado. El término
"realidad" designa una categorización abstracta de lo que tiene en
común todo aquello que se presenta ahí, "sentientemente", ante el
sujeto psíquico percibiente con un "de suyo", o sea, una entidad dada
(no imaginada), autónoma e independiente. El término "realidad"
designa, por tanto, el resultado de un proceso de representación
superior que produce nuevas funciones psíquicas que permiten la
emergencia consecuente de la razón.
B) Intelección de lo real como "estructura". Ahora bien, la
pregunta
que se plantea seguidamente es: ¿cómo se presenta lo real constituido
como "realidad" (es decir, como independiente, estable, consistente...)
ante el psiquismo hiperformalizado humano? Esta teoría establece
también la hipótesis de que el psiquismo humano en el estado de
hiperformalización, que "contempla" ya la realidad como tal, estaría en
condiciones psíquicas apropiadas para advertir (o sea, "darse cuenca",
"concienciar", construyendo una nueva "representación superior
abstracta") que la realidad es "real" como estructura. Una estructura,
como sabemos por matemáticas, es un conjunto de elementos conectado
entre sí por relaciones (operadores, proyectores) que producen una
unidad resultante. Lo visualizamos en la estructura de vigas de hierro
de una construcción, verbi gratia, un puente, conectadas
relacionalmente de forma unitaria y consistente. El concepto de
estructura es esencial en la ciencia. Ahora bien, generalizando, todo
lo real se presenta como "siendo real" de forma "estructural". Así, la
experiencia de la realidad de nuestro cuerpo, por ejemplo, es una
experiencia estructural: un conjunto de elementos conectados en la
unidad resultante. Por consiguiente, lo que la teoría de la
hiperformalización hipotetiza es que las condiciones de
hiperformalización habrían propiciado que el psiquismo humano, poco a
poco, tras aprehender ya las cosas como "realidad", llegara a entender
o advirtiera, cayera en la cuenta de (se representara) que "lo real es
real como estructura" (Zubiri diría, de acuerdo con su concepto de
inteligencia sentiente, que llegara a "inteligir sentientemente" que lo
real se "siente" como estructura). Es evidente, por lo anterior, que
estaríamos también hablando aquí de la hipótesis de que el psiquismo
humano se representaría abstractamente que las cosas reales lo son de
una forma tal que nosotros calificamos como "estructura".
C) La hipercomplejidad psíquica, la razón y el discurso estructural
sobre la realidad. En esta teoría, al mismo tiempo que lo anterior,
puede también hipotetizarse que el psiquismo humano (el homínido)
pertenecería a aquellos animales que habrían evolucionado a un estado
de hipercomplejidad psíquica. En esta situación, el psiquismo
humano
hipercomplejo habría inducido la emergencia de una nueva función del
sistema conciencia-sujeto: la ponderación reflexiva de los estímulos
como realidades para determinar la naturaleza de las respuestas
adaptativas a un medio progresivamente complejo. Ahora bien, al haber
evolucionado también el psiquismo humano hacia una representación de la
realidad como "estructura", esta nueva actividad psíquica ponderativa
sería ya un análisis de la "realidad" como "estructura". Para esta
nueva actividad la especie humana se habría visto forzada por evolución
a intensificar el nivel de complejidad de las funciones de
representación asociativa, clasificación, categorización, abstracción,
imaginación, representación superior, ya presentes, como veíamos, en el
psiquismo animal. Así, la evolución de la mente animal en los homínidos
preparó las condiciones que hicieron posible la emergencia de la razón
humana. Es decir, cuando la nueva actividad ponderativa del sujeto
psíquico se centra en torno a la "realidad como estructura" para
seleccionar (o construir por imaginación) las respuestas adaptativas
más eficaces adaptadas a la realidad de las cosas, nos hallamos ya
entonces ante el nacimiento evolutivo, ante el "orto" de la razón.
La
razón se entendería así, dentro de esta serie de conjeturas, como el
proceso de actividad psíquica que parte del análisis de los datos
perceptivos hasta construir representaciones de la realidad como
estructura. Es entonces cuando este análisis y representación de
estructuras permite a la razón ir desde lo que se ve (fenoménico) a lo
que no se ve (transfenoménico). La razón es así capaz de imaginar el
fondo profundo de las cosas, lo que está antes o más allá en el espacio
o en el tiempo, en el pasado o en el futuro. Pero lo transfenoménico es
siempre aquel conjunto de contenidos que, junto a lo fenoménico,
permiten entender la consistencia o suficiencia estructural de las
cosas reales. La estructura, pues, que hace a las cosas reales
consistentes está constituida por elementos reales, digamos, "visibles"
y "no visibles". Este discurso que penetra hacia el fondo de las cosas,
hacia su verdad última, es lo específico de la razón humana. En ello se
ha desbordado el mundo del comportamiento animal entrándose en una
nueva dimensión emergente que permite al hombre un modo de ser real
distinto, cualitativamente irreductible a los anteriores. El psiquismo
humano no es una forma de psiquismo animal: es un cambio cualitativo
que -aunque emergido en continuidad con el mundo animal- ha hecho
entrar a los seres vivientes en un nuevo modo de ser real que ya no es
solo animal. Es otra cosa, es "humano". Es un salto cualitativo o
emergente, dado en continuidad con lo anterior. En la ciencia es
precisamente donde la especie humana ha llevado a su máximo rigor el
proceso de este análisis estructural del mundo de los hechos para
tratar de llegar a la verdad última de la realidad del universo.
6.3.4. Valoración final: conexión evolutiva
percepción-conocimiento
El mundo físico real está constituido por entidades estructurales (el
hombre, un animal, un árbol, una piedra, el territorio físico, un
cuerpo celeste...). Estos objetos y contextos se presentan integrados
jerárquicamente en estructuras cada vez más amplias -sumergidas unas en
otras- que concluyen en la estructura del universo en su conjunto.
Parece lógico pensar que la información eficaz sobre ese mundo para
sobrevivir en él dependerá de la precisión con que un ser vivo sea
capaz de detectar la naturaleza estructural de los objetos y de
localizarlos espacio-temporalmente como unidades compactas. Esta parece
ser, en efecto, la función evolutiva de los sistemas perceptuales
desarrollados en los seres vivos. Su eficacia ha dependido de su
capacidad de reflejar (esto es, "hacer sentir") la estructura real del
espacio físico. Y para ello han debido diseñar evolutivamente potentes
sistemas de formalización: es decir, sistemas para relacionar la
información de diverso origen y naturaleza hasta producir efectos
sensibles que muestren las formas, objetos y estructuras ordenadas del
espacio. Así, la función de los sentidos es básicamente formalizar la
información (formalización = dar forma a la información como reflejo de
la estructura formalizada del espacio físico). La función
teleonómico-evolutiva de la formalización es desencadenar respuestas
congruentes, adaptadas a un mundo de estructuras y encaminarlas hacia
una supervivencia óptima. Puede admitirse, en conexión con esto, la
idea de Irvin Rock de que la percepción es un proceso inteligente
(recuérdese el título de la obra de Rock: The Logic of Perception).
Reinterpretando la idea de una lógica de la percepción desde el
emergentismo diríamos que el proceso perceptivo sería inteligente por
cuanto ha resuelto correctamente en la evolución todos los problemas
para acabar produciendo el reflejo sensitivo formalizado de un mundo
objetivo previamente formalizado por la evolución cósmica física
previviente. Para ello la evolución ha habilitado "estrategias
sensitivas": verbi gratia, el color; el color es solo una sensación, un
qualia psíquico, pero permite sentir con
seguridad, por isomorfismo
entre realidad e imagen, la estructura física real de los objetos y del
espacio.
Percepción y conocimiento. Desde esta
perspectiva entendemos que la
actividad del sistema conciencia-sujeto que llamamos conocimiento parte
de la percepción de un mundo formalizado. Este ha sido producido por
mecanismos puramente inconscientes de los sistemas perceptivos
(últimamente ajustados por los retoques finales inducidos por la
organización gestáltica). De la misma manera que percepción es
una presentación automática del mundo real en estructuras
formalizadas por
el procesamiento de los sistemas perceptivos (que producen un efecto
psíquico terminal o fenómeno isomórfico con el mundo real externo), así
igualmente el conocimiento construye una re-presentación
de la realidad
de esas estructuras percibidas. Por consiguiente, en esta
representación, el conocimiento incluye, por la razón, referencias
"construidas" (imaginadas) a contenidos transfenoménicos, no visibles,
que constituyen en profundidad las cosas reales presentes en la
percepción. Por ello, cuando el proceso de la percepción llega
evolutivamente a la madurez, y presenta ya un mundo real
suficientemente formalizado (hiperformalizado), es cuando la
conciencia-sujeto puede advertir su "realidad" y su "estructura",
generándose así la actividad psíquica (conocimiento) que tiende a
producir una nueva representación en la mente del contenido de la
estructura de la realidad. La percepción es así un proceso inicial de presentación
de estructuras naturales y el conocimiento es la
continuación de este proceso hasta lograr una representación
final de
todo lo que constituye últimamente esas estructuras reales, pasando de
lo fenoménico perceptivo a la esencia ontológica profunda de las cosas.
Por ello, la percepción presenta la estructura "en superficie"; el
conocimiento, por la razón, trata de representar la estructura
verdadera, en profundidad, de las cosas reales. El conocimiento
continua racionalmente la obra iniciada mecánicamente por la
percepción; a saber, la percepción nos hace sentir la estructura del
mundo real; el conocimiento construye una representación del contenido
real de la estructura del mundo para alcanzar en él una supervivencia
óptima. La especie humana sobrevive por su acción (praxis) orientada
por su representación racional de lo que el mundo es (teoría).
Conocimiento y ciencia. Según esto, en
consecuencia, todo conocimiento
es ya una representación acerca del mundo construida por la razón a
través de una crítica, análisis y síntesis de las estructuras y
contenidos fenoménicos presentes en las cosas reales. La ciencia no es
sino una forma racional, específica, más precisa, de hacer lo que ya
hace el conocimiento natural. La ciencia describe el mundo de los
hechos o experiencias empíricas (fenómenos) por metodologías precisas
(teoría de la base empírica). De los hechos o fenómenos saca aquellas
inferencias necesarias para entender la estructura real de las cosas;
la inferencia se funda en el análisis racional de las estructuras y
conduce a las inferencias en general, las hipótesis y las leyes (teoría
del cuerpo de inferencias deductivas). Todo ello lleva a construir una
representación científica unitaria de la realidad (en los llamados "constructos",
teorías, modelos y formalizaciones
científicas). Las
ciencias reales, por tanto, construyen representaciones sobre la
estructura de la realidad: sobre el universo físico (física de la
materia y del universo), sobre la vida (biología) y sobre el hombre
(ciencias humanas). Las ciencias formales, en cambio, imaginan
estructuras y formas abstractas que ayuden a las ciencias reales a
construir representaciones del mundo real como estructura (lo vemos en
la matemática, la lógica, la teoría de sistemas, la lingüística formal,
la moderna ingeniería forn1al de la computación, etc.). El supuesto
general que da sentido al conocimiento humano es que las cosas reales
percibidas son reales como "estructuras con sentido": como estructuras
constituidas por aquellos contenidos necesarios para mantener su
estabilidad y consistencia; es decir, para poder erguirse como
realidades que están ahí y se mantienen en el tiempo sin deshacerse. La
lógica del conocimiento natural, y científico, hacia esa búsqueda de
suficiencia responde a la lógica que ya se intuyó en la disputa griega
entre Parménides y Heráclito (mencionada en el capítulo anterior).
Sobre el alcance de esta búsqueda de "suficiencia" volveremos más
adelante.
7. La imagen
racional del mundo real en la Era de la Ciencia
Puesto que las secciones 2-6 de este capítulo pueden haber sido
difíciles para lectores no habituados a leer informes filosóficos y
científicos. Por ello, ofrecemos ahora una visión global más sencilla,
y con menos detalle, de cuanto hemos explicado. Responder de nuevo la
pregunta que está ya en el trasfondo de cuanto hemos dicho: ¿cuál es la
imagen racional del mundo real en la Era de la Ciencia? Tras la primera
navegación del pensamiento occidental en el ejercicio grecorromano de
la razón, la segunda navegación filosófica se orientó desde el
renacimiento/ilustración por el ejercicio de la razón científica. La
ciencia, desde los siglos XVI-XVII, suministró el marco y las
informaciones básicas que se establecieron como fundamento de la
filosofía moderna. Por ello, la Era de la Ciencia ha ido construyendo
desde entonces una nueva visión racional del mundo que se separó de la
vieja visión grecorromana. ¿En qué consiste esa nueva imagen del mundo
al comenzar el siglo XXI? ¿En qué se diferencia de la visión propia del
antiguo paradigma grecorromano?
Una visión científica, abierta a la filosofía.
La ciencia nace con la
intención de conocer el mundo y no pone límites a esta intencionalidad.
En principio, se orienta hasta los últimos fundamentos y contenidos del
universo real (materia, universo, vida y hombre). Ahora bien, junto a
su intencionalidad, la ciencia se orienta igualmente por una clara
opción metodológica: producir conocimiento solo por atenimiento
estricto al método científico (no queremos decir con esto que la
ciencia sea solo experimental, ni siquiera inductiva, ya que incluye
legítimamente la teorización que, en parte, es especulativa). La
ciencia se ha encontrado, pues, con que su proceso de producción
científica de conocimiento la ha llevado a quedar abierta a ámbitos,
estados de la realidad y preguntas que, aunque desearía poder
responder, no puede hacerlo si se atiene a las exigencias normativas
del método científico. La ciencia, pues, solo ha podido construir la
visión del mundo que era "construible" desde dentro de su propio
método. El hecho constatable es que las "preguntas sin respuesta
científica" se han referido siempre a lo antropológico, lo cultural y
lo histórico, a las cuestiones últimas y a la explicación final de las
cosas. Pero la ciencia no ha excluido, de forma absoluta, que con el
tiempo pudiera ella misma responder muchas de esas "preguntas sin
respuesta". Tampoco ha excluido nunca que algunas de esas "preguntas
sin respuesta científica" pudieran ser conocidas y discutidas desde
otros métodos de conocimiento humano, entre ellos el de la filosofía.
La ciencia, pues, está así abierta a la filosofía, tal como se ha visto
en la historia del pensamiento desde el renacimiento/ilustración: han
sido los filósofos quienes han llevado la reflexión sobre las
"preguntas sin respuesta científica" hasta sus últimas consecuencias
filosóficas. Han sido los científicos quienes, además, han entrado con
frecuencia (legítimamente) en ámbitos de especulación profundos, más
filosóficos que científicos, impulsados por enigmas últimos
inabordables hasta el momento por el método estricto de la ciencia
(experimental y teórico).
Una forma de entender el conocimiento. La
ciencia de los últimos cinco
siglos ha mantenido una forma muy precisa de entender qué es el
conocimiento científico. Se relaciona con la tradición sensista,
empirista, asociacionista y, por último, positivista, en los siglos XIX
y XX, y crítico-racionalista (popperiana) en la segunda mitad del siglo
XX. La ciencia nunca ha aceptado las propuestas del racionalismo,
incluyendo a Kant, ni la idea de conocimientos o principios funcionales
de la razón de naturaleza a priori. Ha entendido que la razón se ha
formado en la evolución -a posteriori- como consecuencia de las
sensaciones. La teoría del conocimiento científico en el
racionalismo-crítico popperiano nos dice que la razón, fundándose en
los hechos, realiza un proceso representativo de lo que es la realidad
empírica. Esta representación racional es "creativa" (es, digamos, una
imaginación creativa) referida siempre a los hechos y a las causas
profundas que los explican. La ciencia se construye sobre hipótesis
creativas que la razón propone para interpretar el mundo de los hechos
(fenómenos). Pero las hipótesis no son verdades absolutas, sino
"tentativas" que se deben seguir criticando y revisando sin cesar. La
ciencia actual (en física, química, biología, psicología, etc.) ha
construido representaciones o conceptos (conocimiento) que se
comprueban continuamente (nos son útiles y se comprueban, por ejemplo,
cada vez que se enciende un enchufe eléctrico o se controla por
monitores el funcionamiento de una central nuclear). Pero la ciencia,
al mismo tiempo, no puede nunca excluir la eventual necesidad de
cambiar de paradigma (en el sentido de Kuhn) y reformular las
representaciones básicas que hasta entonces se habían considerado
correctas, y se habían mostrado útiles para explicar, predecir e
intervenir los fenómenos naturales.
Una búsqueda abierta y crítica de la verdad.
Esta manera de entender
qué es el conocimiento humano depende de una postura inicial: que el
conocimiento se construye como una organización y un análisis de las
estructuras reales que se esconden detrás de los hechos fenoménicos y
que los explican. No es que la ciencia no pretenda conocer la "verdad";
pero es consciente también de que camina precariamente hacia ese
objetivo. Es una búsqueda abierta y crítica de la verdad; es consciente
de que hasta ahora no posee la verdad final y de que, en expresión de
Popper, deberá seguir abierta a una "búsqueda sin término". En la
exposición anterior hemos visto cómo tanto en el conocimiento de la
materia, como del universo, de la vida, de la sensibilidad-conciencia,
de la neurología y de la realidad humana, la ciencia no está nunca
constituida por una única teoría explicativa que se considere "la
verdad científica". En todos los campos hay problemas, preguntas,
teorías diversas y alternativas que pretenden constituir la
representación del mundo (sobre la materia, el universo, la vida y el
hombre) mejor fundada en las evidencias empíricas y mejor construida
teóricamente. La ciencia conoce sin duda muchas "verdades", pero no
podemos estar seguros de que no tengamos que corregirlas o matizarlas
en el futuro. Sin embargo, aunque constatamos esta enorme variedad de
problemas sin respuesta científica y de teorías alternativas, es
también correcto decir que en la ciencia se dibuja una imagen global
del tipo del universo en que habitamos y que responde a ciertos
perfiles consensuados.
Una visión de la materia. La ciencia entiende
que el universo está
hecho de "algo", de un sustrato primordial que llamamos "materia". El
problema básico es conocer qué es la materia. La historia del proceso
que ha llevado a la idea actual de la materia en la ciencia tiene dos
momentos principales. El primero es la mecánica clásica propuesta por
Newton. Si miramos en derredor el mundo macroscópico que nos rodea
vemos que todo está hecho de objetos o entidades físicas (que en su
profundidad son "materia" formada por unos enigmáticos "átomos"). Estos
objetos o entidades pueden describirse por análisis matemático
(dimensión, superficie, forma, volumen...) y sus interacciones permiten
medir ciertas "variables físicas" (como velocidad, tiempo, espacio,
dirección, fuerza, masa, peso, energía, trabajo, potencia...) cuya
relación responde a ciertas leyes matemáticas (ley de la gravitación
universal, por ejemplo). Pero la mecánica clásica se revisó y se
reformuló en la mecánica relativista de Einstein con un nuevo concepto
de gravedad y nuevas leyes que explicaban mejor las relaciones clásicas
entre los cuerpos macroscópico-clásicos en la tierra y los celestes. El
mundo clásico resultó un universo determinista. Un universo
preferentemente determinista y gravitatorio (aunque ya en nivel clásico
se tuvieron en cuenta los procesos de la "mecánica estadística" y del
caos).
El segundo momento que configura la idea actual de materia es la
mecánica cuántica. En ella se alcanza la explicación más profunda del
microcosmos (qué es la materia y qué son los átomos) y del hecho
conocido en el siglo XIX de que la realidad física no solo era la
materia y los átomos, sino "radiación" difundida en ámbitos, espacios o
campos físicos (como calor, luz, electromagnetismo). La mecánica
cuántica explica que la materia es, al mismo tiempo, algo ondulatorio
extendido en un campo y algo corpuscular (en conformidad con la idea
clásica de un átomo o una partícula). En realidad la radiación
ondulatoria se convierte (o "pliega") como corpúsculo y este puede
transformarse en radiación y energía (como ocurre en las explosiones
nucleares). La realidad física, por tanto, es "holística" (llena campos
físicos en el espacio-tiempo) y, además, es también diferenciada (son
los corpúsculos o entidades localizadas en un punto y en un tiempo,
diferenciados unos de otros sin poder coincidir en los mismos números
cuánticos según el principio de exclusión de Pauli). Pero, además, la
mecánica cuántica ha conocido que la materia microfísica (campo y
partícula) tiene leyes y propiedades que no vemos en interacciones del
mundo macroscópico (clásico) de la experiencia inmediata. Las
principales serían: indeterminación, coherencia y superposición
cuánticas, así como acción-a-distancia o causación no-local. En este
mundo cuántico las interacciones y las conexiones holísticas de la
materia son "extrañas", no responden a lo que vemos en el mundo
macroscópico. La ciencia actual no duda, sin embargo, de que la materia
tiene las propiedades descritas por la mecánica cuántica; pero la misma
ciencia es muy consciente de que es difícil imaginar el tipo de
realidad, la ontología física o naturaleza última que constituye la
materia. La materia es un gran enigma.
Una visión "formal" de la materia. Un supuesto
razonable para la
ciencia es que tanto las propiedades del mundo macroscópico (sobre todo
la mecánica relativista y la gravedad) como las del mundo microfísico
cuántico deberían ser consecuencia de ciertas propiedades primordiales
de la materia. De ellas debería producirse la aparición derivada de las
cuatro grandes fuerzas constatadas en la naturaleza: la gravitatoria,
la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil. Pues bien,
en los últimos treinta años, la ciencia ha construido una teoría,
llamada "teoría de cuerdas o supercuerdas", que imagina cómo deberían
ser aquellas "vibraciones primordiales" o "cuerdas" (situadas más allá
en el tiempo de lo que los físicos conocen como la Era de Planck) para
poder explicar desde ellas el nacimiento de los dos mundos que vemos en
nuestra experiencia: el mundo cuántico y el mundo clásico macroscópico.
Para ello, la teoría de cuerdas ha construido una portentosa
especulación de modelos matemáticos, puramente formales, que hasta el
momento son solo una especulación posible sin confirmación empírica
alguna (siendo incluso muy difícil pensar que pueda llegar a tenerla).
La mecánica cuántica constituye lo que se llama el "modelo estándar de
partículas", comúnmente aceptado y con respaldo empírico (aunque
todavía no pueda explicar muchas cosas); pero la nueva "teoría de
cuerdas", en contraste, es solo una especulación formal, cada vez más
discutida, aunque en el fondo sea posible (incluso hermosa
intelectualmente).
El hecho conclusivo es que nuestra idea científica de la materia
muestra la proliferación de teorías y su discusión. Es un conocimiento
en que se combinan lo empírico-experimental y la especulación
formal-matemática. Ambos aspectos tienen derecho a existir, en
conformidad con el método científico. Se conocen muchas cosas y se han
alcanzado descripciones de alta precisión, matemáticas y empíricas.
Pero los científicos saben que la naturaleza última de la materia sigue
siendo un enigma. Por ello, la idea de la materia no es cerrada o
dogmática, sino abierta y crítica. Es una búsqueda no concluida hacia
el desvelamiento de un enigma todavía abierto, sobre el que cabe
especular con teorías.
Una visión del universo. El universo es la
distribución y organización
de la materia en el espacio-tiempo. El conocimiento científico del
universo, fundado en argumentos empírico-experimentales, constituye hoy
el así llamado "modelo cosmológico estándar". No es un universo
estático con una distribución estable de materia. Es dinámico y
cambiante. Todo comenzó hace unos 14.000 millones de años con la
portentosa radiación expansiva de altísima temperatura y energía que
llamamos big bang (la gran explosión primordial). Muy poco después se
produjo probablemente un repentino aumento de volumen (gran inflación)
que explica la actual distribución de materia en el espacio y su forma
expansiva (no todos admiten la teoría inflacionaria). Pero, en todo
caso, a medida que se fue enfriando y expandiéndose, la radiación
ondulatoria produjo el plegamiento de "paquetes de energía" en
partículas. La radiación inicial y las partículas fueron la forma
primordial de una materia que respondía a las extrañas propiedades de
la mecánica cuántica. Muchas de estas partículas -llamadas bosónicas
(en honor a Bose)- podían realizar con facilidad la propiedad cuántica
llamada coherencia cuántica, formando entonces un todo unitario
indiferenciado "perdidas" en un nuevo estado vibratorio unificado (por
ejemplo, los fotones de la luz). La materia bosónica puede pasar de
estados de coherencia (holísticos, como es la luz) a estados de
decoherencia (de partículas diferenciadas, como son los fotones).
Sin embargo, en un cierto momento de la evolución del universo apareció
un tipo nuevo de partículas cuyo "paquete vibratorio de energía" (su
"función de onda") hacía, en cambio, difícil el cumplimiento de algunas
de las propiedades cuánticas (por ejemplo, la coherencia cuántica). La
mecánica cuántica nos dice que electrones, protones, neutrones -las
partículas llamadas fermiónicas (en honor a Fermi)- tienen una forma de
vibración (los físicos dicen una "función de onda") que hace difícil
que unas partículas entren en "coherencia" con otras formando sistemas
unitarios indiferenciados (tal como ocurre, por contraste, en la
materia bosónica). Por tanto, los fermiones se pegan y se repelen
formando las estructuras reales de materia que forman primero los
átomos y finalmente los complejos objetos del mundo macrofísico.
Gracias a este tipo de partículas (que se mantienen en sí mismas sin
disolver su individualidad en otras) existen objetos diferenciados
(piedras, planetas, un ser vivo...), sin que el universo se convierta
en algo así como un plasma de materia indiferenciado. Este tipo de
objetos diferenciados (cuerpos físicos o biológicos) constituyen, pues,
el mundo macroscópico (nuestro mundo habitable). Entre ellos aparecen
un conjunto de interacciones físicas que fueron conocidas y descritas
ya por la mecánica clásica de Newton. Pero las extrañas propiedades
cuánticas dejaron de cumplirse en las interacciones entre estos objetos
o entidades de materia fermiónica "atrapada" en las estructuras
macroscópicas clásicas. El mundo clásico respondió ya a otras leyes
mecánicas. Con la mecánica clásica aparecieron relaciones más mecánicas
y deterministas distintas de aquellas que regían en el mundo cuántico.
El "modelo cosmológico estándar" construye una imagen del pasado y del
futuro del universo, estableciendo hipótesis fundadas en argumentos
empíricos y experimentales. No es un conocimiento "absolutamente"
cierto; pero es lo que podemos decir hasta el momento de acuerdo con
los hechos, sin confundir lo que tiene fundamento empírico con lo
puramente posible (la especulación). Este modelo establece el supuesto
del big bang y la evolución de la radiación hasta la producción del
mundo de objetos clásicos fermiónicos, así como también el
mantenimiento y la producción renovada de estados de "materia bosónica"
(en estados o campos de coherencia holística). El equilibrio y dinámica
de las masas gravitatorias de este universo se describe según las
ecuaciones relativistas de Einstein. Es una evolución en que han ido
cumpliéndose unas condiciones muy precisas (que, en principio, podrían
no haberse dado) y que han hecho posible la aparición de la vida y del
hombre (universo antrópico). Por último, un universo que no parece
tener la masa suficiente para frenar el proceso de expansión indefinida
y que, por ello, probablemente acabará deshaciéndose en una "muerte
energética" futura, en que la energía acabará reabsorbida por un
"fondo" o "mar de energía" del universo (que los físicos llaman hoy
"vacío cuántico"), en el que también cabría suponer que se produjo
probablemente el big bang inicial que puso en movimiento la historia
del tiempo cósmico. Este modelo estándar, por tanto, explica el origen,
organización de la materia y fin del universo por los principios de una
"cosmología cuántica"; pero, al mismo tiempo, explica la distribución,
equilibrio y dinámica de la masa gravitatoria del universo por la
mecánica clásica, la teoría clásica de la relatividad y las ecuaciones
de Einstein.
El modelo estándar deja muchas "preguntas sin respuesta". No es, por
ello, un modelo perfectamente acabado. Esto explica que hayan sido
propuestas otras teorías especula ti vas que pueden tener partidarios
(y para ello dan argumentos), pero que, aunque sean posibles, no
parecen estar de acuerdo con los hechos y, además, no tienen en su
favor argumentos empírico-experimentales que las respalden. La teoría
del "estado estacionario" (un universo único que se hincha como un
globo y en el que se crea materia para mantener su densidad relativa)
tiene hoy muy pocos partidarios. La teoría del "universo acordeón"
de
Stephen Hawking (un universo único que se expande, se frena y se
contrae, yendo de un big bang a un big crunch en un
proceso oscilatorio
eterno) no parece conforme con nuestros datos sobre la actual masa
crítica del universo (la masa gravitatoria necesaria para que pudiera
frenarse la expansión del universo y para invertir lo que Hawking llama
la "línea del tiempo"). Este modelo tiene también otras dificultades
teóricas sobre sus posibilidades de automantenimiento eterno sin
degradación. La nueva teoría de los multiversos o multiuniversos
(se
postula la existencia de un "metauniverso" en el que habrían ido
produciéndose infinitos "universos burbuja"). Cada uno habría nacido de
un big bang y evolucionaría hasta su desaparición, tal como dice el
modelo estándar; uno de estos universos, entre un número infinito de
universos, respondería por azar a las condiciones antrópicas necesarias
para producir la vida y el hombre. Es una hipótesis teórica que se ha
apoyado también en la teoría de cuerdas, ya que los infinitos universos
podrían asumir distintos juegos de variables y valores contemplados en
ella.
De nuevo comprobamos cómo el resultado de la cosmología científica no
responde tampoco (al igual que nuestra idea de la materia) a una visión
definida y dogmática. La cosmología no es cerrada sino abierta. Existe
una amplia gama de resultados que deben admitirse (de momento) y que
son consensuados por la mayoría (modelo estándar). Es siempre legítimo
especular formalmente (los multiuniversos y la teoría de cuerdas); pero
no debemos confundir especulación y realidad (la ciencia no es
"racionalista"). Quedan, pues, muchas preguntas sin respuesta y son
posibles diferentes teorías que se proponen y son discutidas, dando
lugar a las preferencias explicativas de unos u otros.
Una visión mecano-clásica de la vida. La
ciencia biológica explica que
la vida no pudo existir desde siempre. Fue producida en un momento
preciso del espacio-tiempo. Debió de surgir del mundo físico anterior;
no hay alternativa. Ahora bien, el cuerpo físico-biológico (verbi
gratia, la primera célula), que respondía a propiedades esenciales de
la vida, se construyó evolutivamente a partir de la "materia
fermiónica"; es decir, materia organizada en objetos o entidades que
interactuaban y formaban sistemas en conformidad con las leyes de la
mecánica clásica. El mundo clásico es mecánico y determinista; así
también fue la vida que probablemente comenzó como un sistema
mecanicista-físico aunque con un diseño de naturaleza dinámica y
cibernética. Los conocimientos actuales en genética explican por la
teoría de los ácidos genéticos, el ADN-ARN, el rígido mecanicismo
determinista que hace posible la embriogénesis, las mutaciones
evolutivas, así como la estabilidad de la herencia y de los seres
vivos. La vida es en gran parte un sistema clásico (determinista,
aunque dejando un papel que, en ciertos sentidos, cumplen el
indeterminismo y el caos en esos sistemas clásicos). En el sistema
nervioso de los seres vivos, y en sus cerebros, rige también
sustancialmente este determinismo clásico. Las neuronas son sistemas
clásicos en que suceden eventos entre partículas fermiónicas
diferenciadas (electrones, iones, enlaces covalentes, electrones
compartidos, etc.). En el proceso evolutivo ha estado vigente la lógica
darwinista natural, complementada por la bioquímica genética y también
por el "darwinismo neural" de Edelman. En todo caso, una explicación
del mundo biológico limitada a su naturaleza mecano-clásica y
determinista (sistemas físico-biológicos dinámicos específicos
construidos solo por causalidad mecano-clásica) es conocida como
"reduccionista": su problema no es pretender que el fundamento de la
vida sea el mundo físico y que la vida responda a las leyes de la
física clásica, sino en "reducir" esta explicación física a un cierto
tipo de física, a saber, la física mecano-clásica de partículas y
objetos diferenciados, deterministas y mecánicos. La vida es sin duda
en gran parte un sistema clásico, mecánico y determinista. Pero no
solo: probablemente es un sistema cuántico que está haciendo uso de
propiedades cuánticas de la materia.
Una visión del mundo animal-humano:
sensibilidad-conciencia y razón. La
ciencia tiene el objetivo insoslayable de explicar los hechos
fenomenológicos. Por ello debe explicar nuestra experiencia
fenomenológica humana (en parte extendida también por inferencia al
mundo animal de forma progresiva en la escala zoológica). Esta
experiencia afecta a la unidad y armonía funcional de la conciencia, el
cierto indeterminismo y flexibilidad de la conducta animal (en el caso
humano la libertad) y el "holismo experiencial" (la sensación holística
de campos como el propio cuerpo o el campo de la visión por el que nos
"sentimos el mundo"). La imagen de "entidades diferenciadas" y
"deterministas" que es propia del reduccionismo biológico hace muy
difícil explicar tanto el holismo como la indeterminación
fenomenológica presente en la conducta de los seres vivos. De hecho, la
explicación reduccionista se ha reforzado en la actualidad al aplicarse
el modelo computacional para construir una teoría computacional de la
vida en que el sistema nervioso sería un ordenador y los seres vivos
robots, en los que la sensibilidad-conciencia no jugaría ningún papel
causal (es lo que se conoce como epifenomenalismo). Sin embargo, la
mayoría actual de biólogos y de neurólogos se ha rebelado ante esta
imagen robótica y ha tratado de llevar la neurología clásica a una
imagen "humanista" (no robótica) del ser humano. Es lo que vemos en
Edelman, Damasio, Ramachandran, entre otros muchos, desde un punto de
vista clásico. Pero la corriente científica más prometedora es, en
nuestra opinión, la que intenta hallar en la mecánica cuántica el
soporte físico apropiado (que el reduccionismo clásico no aporta) para
explicar la experiencia fenomenológica de los seres vivos. La mecánica
cuántica es una parte esencial de la ciencia que, en principio, la
ciencia no solo puede sino que debe tener en cuenta para explicar
cuáles son las estructuras físicas que producen algo tan extraño como
las propiedades psíquicas de la vida. Podría ser que, dentro de las
estructuras clásicas de la vida, la evolución hubiera conducido a la
emergencia de ciertos estados materiales de naturaleza cuántica
(probablemente instalados en el sistema neuronal) que podrían producir
"coherencia cuántica" y "acción a- distancia" (en relación con las
experiencias holísticas de campo, propiocepción y visión) y
"superposición" e "indeterminación" (en relación con la oscilación
indeterminada de la conducta y de la libertad). La ciencia moderna, por
tanto, trabaja hoy en explicar qué posibles propiedades cuánticas del
mundo físico, implementadas por la evolución dentro de la misma
estructura biológica clásica de los organismos, serían apropiadas para
entender cómo ha podido producirse algo tan extraño como el psiquismo
en los animales y en el hombre.
Por otra parte, supuesta la constitución estable de nuestro cuerpo
clásico y la emergencia de la sensibilidad-conciencia, la ciencia
moderna puede explicar más fácilmente cómo pudieron emerger
evolutivamente la razón y el sistema emocional humano. Poco a poco
apareció el "sujeto psíquico" animal, así como su control progresivo de
la sensación-percepción (sistema de información) y de las respuestas al
medio (sistema de respuestas). Algunos procesos psíquicos protohumanos
como representación, categorización, imaginación, abstracción...
anticiparon en el mundo animal la emergencia de la razón. Esta nació
cuando, en el curso de esta dinámica representativa, el animal humano
llegó a estar en las condiciones psíquicas apropiadas para representar
el mundo como "realidad" y entender que esta es real como "estructura".
El psiquismo humano comienza a actuar como "racional" cuando siente el
universo como realidad -constituida y existente establemente ante él-
que se mantiene real como "estructura". Este universo "real" debe ser
conocido por medio de la representación, construida en la mente, de las
estructuras que lo constituyen. La crítica de los fenómenos con la
finalidad de concebir aquellas estructuras profundas que permiten
entenderlos es el camino que lleva a la razón humana desde su
experiencia inmediata de las cosas a concebir en la mente la imagen de
la esencia profunda del mundo, más allá de nuestra experiencia
inmediata. A esto responden la ciencia y la filosofía.
Un mundo real monista, clásico y cuántico
(diferenciado y holista). Aun
dentro de las dudas, en la discusión entre teorías y preguntas sin
respuesta -en un proceso de conocimiento científico abierto y en
búsqueda- es hoy evidente que la ciencia concibe globalmente que en el
universo todo se ha producido por las propiedades ontológicas y
dinámicas de la materia que fue producida en el big bang con altísima
densidad y energía. La ciencia es así monista: todo se ha producido por
un principio único, la materia (un nombre que designa algo que todavía
no sabemos qué es realmente con toda precisión). Pero, aunque haya
todavía dudas sobre qué es la materia, el supuesto general aceptado por
todos es el principio monista. La materia responde a la ontología
descrita en la mecánica cuántica, pero -por estas mismas propiedades-
ha producido un cierto tipo de corpúsculos-onda (materia fermiónica)
que han permitido la organización del mundo de objetos y entidades
macroscópico-clásicas que vemos en el mundo de nuestra experiencia
ordinaria: es el mundo clásico diferenciado y básicamente determinado.
Pero existe otro tipo de materia (materia bosónica) en que se crean
campos holísticos (verbi gratia, la luz), en que las propiedades
cuánticas se cumplen íntegramente. Tanto la materia bosónica como los
posibles fenómenos cuánticos de campo conviven en nuestro universo con
el mundo clásico. Por ello, los seres vivientes podrían haber emergido
como una coordinación entre mundo clásico (el cuerpo) y mundo cuántico
(el mundo psíquico de la sensibilidad-conciencia).
Un mundo real evolutivo y abierto. La ciencia,
además, no nos describe
un universo estático, con una forma hecha que se mantiene en el tiempo.
Se trata de un universo dinámico que comienza en el big bang con una
inmensa energía expansiva. En él se produce una continua sucesión de
estados en los que se da una evolución (una transformación continua en
la que surgen ordenadamente nuevas configuraciones) que, por otra
parte, es "evolución abierta". Aunque el mundo macroscópico-clásico
(cuya formación ya hemos explicado) está hecho de objetos o cuerpos,
entidades diferenciadas, ciegas como tales sistemas (sin
sensibilidad-conciencia), sus interacciones mecanicistas y
deterministas causan procesos caóticos cuya evolución en el
espacio-tiempo no se puede predecir con seguridad. Por eso, incluso el
mundo clásico está "abierto" (no responde a una evolución futura
cerrada y definida). Las ciencias físicas lo estudian por medio de
técnicas matemáticas estadísticas y probabilísticas. El universo está
también "abierto" como resultado de las interacciones cuánticas
producidas en la materia todavía no "atrapada" en las estructuras del
mundo clásico (fermiónico). Por otra parte, desde el momento en que
aparecen los seres vivos (y en ellos tiene una función causal la
sensibilidad-conciencia) puede decirse también que -usando una
expresión de A. Riviere- esos extraños "objetos con mente" (seres
vivos) producen también efectos indeterminados (conducta). Esta
apertura del universo se hace más patente en el mundo humano, donde el
futuro dependerá de las elecciones libres (abiertas) del hombre y de la
sociedad. En consecuencia, para la ciencia, el universo clásico, el
cuántico, el biológico y el de la historia humana, son un "universo
abierto", en expresión ya clásica de Karl Popper.
Un mundo real ordenado finalmente. El universo
que conoce la ciencia en
sus diferentes disciplinas, según sus condiciones iniciales, es, como
acabamos de decir, un "universo abierto". Esto quiere decir que el
universo que nació en el big bang, una vez nacido (es decir, con las
"cartas ya echadas"), pudo haber evolucionado de una forma o de otra,
pudieron haber sucedido unas cosas u otras. Tanto en el universo
físico, en el biológico o en el humano. Si la radiación inicial dio
lugar al mundo fermiónico mecano-clásico que ha hecho posible los
cuerpos diferenciados; si se pudieron formar las complejas estructuras
atómicas y macromoleculares del mundo físico; si la química del carbono
hizo posible la formación de la vida que terminalmente produjo al ser
humano, todo esto sucedió porque en la evolución han ido produciéndose
una serie de condiciones (posibles, pero no necesarias ni únicas) que,
en conjunto, son la causa del orden observable en nuestro universo.
Orden significa que los estados sucedidos en la evolución
(deterministas, caóticos o indeterministas clásicos e indeterministas
cuánticos) tienen una lógica o coherencia en orden a un fin: un mundo
de objetos diferenciados en que algunos puedan ser vivientes y entre
los que ha emergido el hombre. Orden significa, pues, congruencia hacia
"algo": en este caso un mundo habitable. Es un orden evolutivo hacia la
habitabilidad. La constatación de este "orden viviente" u "orden
antrópico" es solo una evidencia científica que, como tal, no es
metafísica. Para explicarla se pueden proponer algunas hipótesis
científicas. La "congruencia hacia un fin" (el hombre) pudiera ser
resultado de un azar posible natural entre infinitos universos
"burbuja" (verbi gratia, los multiversos y la teoría de cuerdas). Pero
esta "congruencia" podría ser atribuida a un "diseño" que exigiría
hipótesis metafísicas sobre su autoría. Es, por tanto, una discusión
abierta en que la ciencia no puede decir nada (es una de las preguntas
sin respuesta científica) que nos obligan a discutirlas en un plano
metafísico o filosófico.
Un mundo real enigmático. La ciencia nos
ofrece, pues, una imagen del
universo, de la vida y del hombre que presenta perfiles definidos: un
universo monista, en una continua evolución, que genera un orden
estructurado hacia la vida y el hombre, que debe explicar con
suficiencia cuanto ha sido producido en su interior, que está "abierto"
en su evolución física y biológica, y en el que la selección de algunos
de los caminos abiertos dependerá de decisiones libres de los hombres.
Pero el universo tiene un perfil importante: es todavía enigmático
tanto en la explicación científica de aspectos de su evolución monista
(por ejemplo, el origen causal del orden físico-biológico y del
psiquismo con la sensibilidad-conciencia) como en la explicación de su
origen y evolución final (el enigma cosmológico). En conjunto, el
universo sigue siendo un gran enigma del que se saben muchas cosas
(perfiles definidos). Pero, en último término, la ciencia transmite la
visión del gran enigma del origen, constitución ontológica y destino
final del universo.
8. Metafísica de
la ciencia
Hemos presentado hasta ahora, por tanto, la imagen del universo, de la
vida y del hombre en la ciencia moderna. La búsqueda de una nueva
visión racional del mundo promovida en la llamada segunda gran
navegación del pensamiento occidental (la que comienza en el
Renacimiento) ha estado, pues, condicionada por el inmenso esfuerzo de
las ciencias por investigar qué es la realidad. Pero la ciencia -
condicionada esencialmente por su propio método de conocimiento no ha
llegado a conocer con seguridad la verdad última del universo. No es
que no quisiera llegar a ese conocimiento final (es decir, no queda
excluido de sus objetivos), pero es que, de hecho, al menos hasta el
momento, no ha llegado a la frontera final del conocimiento. La ciencia
deja así "preguntas sin respuesta" y vislumbra ámbitos y contenidos de
la realidad sobre los que no puede establecer un conocimiento según sus
propias posibilidades metódicas. La ciencia nos deja así abiertos, tal
como hemos explicado, a enigmas concretos y a un enigma final sobre la
naturaleza absoluta y metafísica de la realidad. La ciencia impulsa un
nuevo tipo de reflexión, metafísico o filosófico, fundado en sus
resultados.
Por consiguiente, la razón puede seguir haciendo conjeturas más allá de
las posibilidades de la ciencia. Pero la razón filosófica -que es, en
último término, la misma razón argumentativa que hace la ciencia- puede
seguir argumentando sobre los hechos. Puede atreverse a especular
conjeturando qué pudiera ser la explicación metafísica última de la
realidad. La especulación filosófica moderna -cosa que no sucedía con
la antigua especulación grecorromana- no solo puede sino que debe
atender a los hechos y teorías conocidos con todo rigor por las
ciencias modernas. En este sentido la ciencia es una ayuda formidable
para la filosofía porque le ofrece con toda precisión los datos básicos
del problema para la especulación filosófica. Repetimos: la filosofía
no se reduce a pensar sobre la ciencia (son posibles, el arte, la
literatura, la antropología humanística, la ética, la filosofía de la
historia, social o política, etc.). Pero la reflexión fundada en la
imagen científica de la realidad es el fundamento básico de la
filosofía. El que considera que la "filosofía de la ciencia" es un
rival que se opone a la "filosofía humanística", no ha entendido en
realidad de qué se trata.
Pues bien, la metafísica de la ciencia nos hace reflexionar sobre la
imagen última de la realidad que puede construirse a partir de los
datos ofrecidos por la ciencia. La ciencia no impone una metafísica,
que está más allá de lo posible para el método de la ciencia (cuando el
darwinismo científico, por ejemplo, se convierte en metafísica se
extralimita y se convierte en un uso espurio de la razón científica).
Pero, aun siendo así, la ciencia debe establecer los vectores que
orientan hacia un cierto tipo de especulación filosófica: hacia una
filosofía o metafísica construida desde la ciencia. La ciencia tiene un
tipo de especulación teórica que le es propia (verbi gratia, teoría de
cuerdas). Pero otras especulaciones no son apropiadas para la ciencia y
sí lo son para la filosofía. Es incluso la tarea propia de la filosofía
en el marco interdisciplinar del conocimiento y así debe ser visto con
simpatía por la ciencia misma.
Como explicamos con detalle seguidamente, las consecuencias metafísicas
de la ciencia están en conformidad con el hecho de que nos coloca ante
una imagen enigmática del universo. Este, visto por la ciencia, hace
posibles diversas hipótesis metafísicas. El universo, en otras
palabras, no nos impone una única verdad metafísica inevitable. Nos
ofrece datos ambiguos que hacen posible una u otra imagen metafísica
última. La libertad valorativa del hombre construye las hipótesis
posibles y se inclina a ellas racionalmente bajo la influencia de unos
u otros argumentos. Que la ciencia nos lleva a esta diversidad
interpretativa es un hecho evidente que puede comprobarse por medio del
estudio sociológico. Hay, de hecho, en nuestra sociedad quienes se
inclinan por metafísicas de la ciencia teístas, ateas o agnósticas. Si
esto pasa es porque puede pasar.
8.1. Puntos cruciales de la metafísica de la
ciencia
Si la ciencia ofreciera una imagen del universo, de la vida y del
hombre en que todo quedara explicado de forma "autosuficiente",
entonces la ciencia nos estaría diciendo que el universo que vemos es
así y posee en sí mismo una forma y contenidos que hacen inteligible su
existencia eterna y absoluta, sin necesidad de ningún tipo de
referencias externas que fundamenten su existencia. Pero el hecho es
que el universo en la ciencia presenta ciertos problemas que hacen
difícil construir esa imagen "autosuficiente". La ciencia, en efecto,
busca construir en principio un conocimiento del universo, y de todos
sus contenidos, en la forma de un sistema estructural autosuficiente.
La ciencia constata materia organizada de diversas formas, partículas,
átomos, moléculas, piedras, seres vivos, planetas, galaxias, etc., y
cree que todo ha surgido dentro de un proceso dinámico de inmensa
energía iniciado en el big bang. El supuesto es que ese conjunto de
elementos forma parte de una unidad interdependiente dinámica
(estructura) que debe ser autosuficiente para justificar su existencia.
Si no fuera autosuficiente ni habría llegado a existir, o habría ya
dejado de existir (lo que es lo mismo). Esta es, pues, la expectativa
inicial de la ciencia: la autosuficiencia del sistema real
(autosuficiencia como una estructura cósmica ya que de hecho el
universo es una "estructura real", es "real" como "estructura"). Este
objetivo natural de la razón humana en la ciencia (conocer la
autosuficiencia estructural de las cosas reales), sin embargo, se frena
ante ciertos problemas que han sido, y siguen siendo, objeto de
discusión. Son los puntos cruciales que hacen difícil entender cómo,
dónde y por qué el sistema natural de las cosas reales posee esta
"autosuficiencia" que la razón científica postula desde el principio
como un principio heurístico (o expectativa "de búsqueda"). Creemos que
los principales puntos cruciales, después abordados por la filosofía,
son tres:
El problema de la consistencia estable del universo. La ciencia llega a
sus límites de conocimiento ante el problema de la consistencia,
estabilidad, suficiencia del universo. La expectativa sería que la
razón permitiera conocer un universo consistente y estable en el
tiempo; es decir, autosuficiente en sí mismo (absoluto) en orden a su
propia realidad eterna. Sin embargo, los resultados de la ciencia no
hacen fácil entender esta autosuficiencia eterna. El problema ya se
plantea en el "modelo cosmológico estándar" (la idea del universo, en
principio, no especulativa, basada en las evidencias empíricas). El
modelo estándar deja muchas preguntas abiertas que son decisivas para
construir una imagen de la "autosuficiencia": qué había antes del big
bang, cuál será el final energético del universo, qué es el fondo de
energía o vacío cuántico en que se producen las fluctuaciones
energéticas de que depende el mundo físico visible, etc. Pero todo se
complica, más allá del modelo estándar, en la discusión especulativa
del big bang, y en otras teorías como el universo estacionario, el
universo de plasma, los multiversos o multiuniversos, el universo
oscilante, el universo de Smolin, o los universos especulativos
surgidos de la teoría de cuerdas en conexión con la teoría de
multiversos. La estabilidad final consistente, autosuficiente, absoluta
y eterna, del universo real dista mucho de estar definitivamente
resuelta. Es esta ambigüedad metafísica de la "autosuficiencia" del
universo la que dará pie a las diferentes cosmologías metafísicas de la
ciencia. El problema de cómo entender satisfactoriamente la
autosuficiencia absoluta del universo real es el principal problema
crucial en que la ciencia deja abiertas las preguntas metafísicas que
la filosofía intenta responder. El ateísmo argumentará la
autosuficiencia eterna del universo; el teísmo, en cambio, considerará
que el universo "insuficiente" nos remite a postular el fundamento de
una "suficiencia transcendente".
El problema del orden físico y biológico. La
ciencia llega también a
sus límites de conocimiento ante el problema de las causas que producen
el orden físico y biológico sufrido en la evolución dinámica del
universo. La ciencia, en efecto, construye teorías para explicar la
emergencia evolutiva del orden: en principio, las claves que debieran
explicar el orden físico-biológico serían: a) las propiedades naturales
de la ontología de la materia hacia la autoorganización y b) la clave
darwinista para explicar el origen de la complejidad por los pequeños
saltos adaptativos que producen "orden por acumulación" en el mundo
biológico. En realidad nos hallamos frente a otra de las grandes
"preguntas sin respuesta": cuáles han sido las causas naturales
explicativas del universo físico y biológico. Por causas entendemos
aquellas variables y valores que hacen posible no solo el orden físico,
sino también el biológico. Teniendo en cuenta lo antes explicado
podríamos plantearlo así: cuáles han sido las causas de un universo
"antrópico". No se trata de que las propiedades de la materia y la
lógica de su evolución no puedan explicar por sí mismas la aparición
del orden físico y biológico según una concepción monista antes
expuesta. Se trata de explicar las causas de que las propiedades de la
materia y las leyes de la evolución sean precisamente las que hacen
posible la aparición de un orden físico que evoluciona hacia un orden
biológico mucho más complejo. Así, las propiedades de la materia y las
leyes evolutivas, puestas ahí de principio, serían capaces de producir
con autonomía la generación del orden. Pero esas propiedades y leyes
podrían ser distintas: la materia y la evolución podrían ser distintas
y no haber producido orden, o al menos no haber producido este orden, o
el tipo de orden que hace posible la vida y el hombre. La ciencia
constata el orden existente y describe su evolución autónoma; pero la
ciencia no explica cuál es la causa de que el universo tenga
precisamente estas propiedades y leyes. Aquí es donde la ciencia,
cuando trata de exponer las causas que producen el orden físico y
biológico, llega también a numerosas "preguntas sin respuesta". El
problema planteado es argumentar la autosuficiencia del universo para
explicar por qué es precisamente un universo que produce el orden
físico y biológico. Por qué es un universo que tiene las propiedades
que de hecho tiene. Es el segundo problema crucial que proyecta la
ciencia hacia las preguntas metafísicas que la filosofía debe
responder. Ateísmo y teísmo coinciden hoy en admitir que el universo es
autónomo: está hecho de una materia que posee unas propiedades y leyes
que son explicación suficiente de su evolución en el tiempo (de los
contenidos producidos en la evolución). La cuestión es argumentar las
causas de que el universo tenga estas propiedades y leyes (en concreto:
por qué son "antrópicas"). Si el universo fuera único sería difícil
argumentar el origen de estas propiedades sin recurrir a un diseño (es
la posición teísta). En cambio, es posible hoy argumentar también que
el azar pudiera ser la causa, en el marco especulativo de la teoría de
multiversos (es la posición ateísta). La discusión está hoy abierta. El
fundamentalismo cristiano en América incluso negaría la autosuficiencia
del proceso evolutivo, reclamando la intervención divina en el nivel
que la escolástica clásica llamaría de las "causas segundas".
El problema de la ontología psicobiofísica de la
materia. La ciencia
llega a sus límites también ante el problema de la "ontología" real de
la materia que permite una explicación convincente de que en la
evolución se haya producido el mundo de la sensación animal y de la
conciencia; es decir, la realidad unitaria psicobiofísica. El hecho
natural asumido por la ciencia es que la sensibilidad-conciencia, el
psiquismo animal y el humano, y la razón, se han producido en la
evolución monista de la materia-universo. La diferenciación y el
holismo deben de tener su origen en la ontología de la materia y
podrían ser principios aptos para explicar la unidad psicobiofísica.
Tanto el mundo clásico macroscópico (verbi gratia, procesos genéticos)
como el mundo cuántico microfísico (indeterminación, coherencia,
superposición) explicarían en armonía la complejidad de la vida. Pero
cuando hoy la ciencia busca los últimos orígenes ontológicos de la
materia en la mecánica cuántica (pensemos incluso en la teoría de
cuerdas, aunque sea especulativa), queda referida a un fondo último
todavía extraño y no explicado con claridad, llámese "vacío cuántico",
"fondo de energía", "orden implícito", "geometría del espacio", etc.,
del que surgiría un universo capaz de construir diferencias (cuerpos) y
de abrir ámbitos de interacción holística (relacionados con la
sensación-conciencia). No obstante, el conocimiento de la ontología
final del universo está todavía sin resolver. Todavía no sabemos con
precisión cómo la materia produce la sensación-percepción-conciencia,
ni cómo puede emerger evolutivamente el mundo de los procesos
psíquicos. La ciencia tiene todavía "preguntas sin respuesta" cuando
intenta explicar nuestro mundo interior. Ahora bien, conocer qué es la
"mente animal y humana" y cómo se relaciona con el mundo psicobiofísico
sería un dato muy importante para que las preguntas sin respuesta
filosóficas en torno a la autosuficiencia del universo (consistente y
ordenado) pudieran ser discutidas. De ahí que el problema de la
ontología psicobiofísica de la materia sea también otro de los grandes
puntos cruciales (junto a los problemas de la estabilidad del universo
y de su naturaleza ordenada) que proyectan la ciencia
interdisciplinarmente hacia las preguntas metafísicas últimas que deben
ser asumidas por la filosofía. La discusión del problema está abierta.
El ateísmo era favorecido por el reduccionismo; sin embargo, las
tendencias holísticas no lo excluyen. En todo caso, el teísmo se haría
hoy más verosímil desde una idea holística del universo (unida a la
explicación cuántica de la conciencia): Dios se perfilaría como la
ontología última de ese fondo del universo que abarca todas las cosas,
en que todas se mueven y en que todas finalmente se disuelven (un fondo
ontológico que iría más allá del universo implícito de Bohm).
8.2. Conjeturas metafísico-filosóficas desde
la ciencia
Los resultados de la ciencia plantean, pues, problemas que no pueden
ser resueltos por aplicación rigurosa del método científico. Es
entonces cuando la ciencia se abre a su conexión con la filosofía; o
sea, de la filosofía de la ciencia o reflexión científico-filosófica.
Al ser esta más imprecisa, y más dependiente de la libertad del
individuo, la filosofía de la ciencia produce opiniones diversas que
reflejan la valoración libre y las certezas morales de las personas. En
último término, las conjeturas metafísicas son tres: ateísmo, teísmo y
agnosticismo.
Es verdad que estas tres posiciones filosófico-metafísicas no son
asumidas por los individuos solo como resultado del análisis
científico-filosófico. En esta toma de posición global ante el sentido
de la vida influyen otros factores: históricos, culturales,
existenciales, sociales, psicológicos, etc. Pero, como antes decíamos,
la argumentación científico-filosófica es sin duda importante: es la
decisiva para ciertas minorías intelectuales e influye en la sociedad
por su presencia difundida en la cultura de masas.
8.2.1. Hipótesis ateísta
El ateísmo es una posición inmediata que responde a la expectativa
general de la ciencia: nuestra conciencia atestigua que estamos en un
universo al que cabe atribuirle, en principio, la autosuficiencia. El
ateísmo propone argumentos para entenderla y hacerla verosímil. Estos
argumentos deben explicar por qué el universo es autosuficiente para
mantenerse de forma consistente y estable en el tiempo y producir todo
lo que contiene, incluyendo el orden físico y biológico, así como la
sensibilidad-conciencia y la razón humana.
A lo largo de la historia ha habido siempre autores ateístas, aunque en
la mayor parte de los casos sobre un fundamento filosófico. La verdad
es que el ateísmo (a excepción de los últimos siglos) no ha tenido
nunca amplio respaldo popular; incluso en la actualidad es muy
minoritario. El ateísmo moderno se ha argumentado filosóficamente pero
ha sido enriquecido por datos ofrecidos por la ciencia. Si alguien
dudara de la viabilidad conceptual del ateísmo basta con abrir los ojos
y observar lo que pasa en la sociedad moderna. La inferencia más obvia
es pensar que si el ateísmo existe es que la razón puede construirlo.
Sobre esto volveremos más adelante.
Argumentos de verosimilitud ateísta. Habría
tres fundamentales:
a) Un universo consistente, estable, autosuficiente. El
universo debe
estar fundado en un ámbito que siempre ha existido (ya que, si en algún
momento no hubiera existido, sería muy difícil entender su entrada en
la existencia desde la nada). Además, la naturaleza de la materia debe
poder explicar las propiedades físicas que la ciencia constata. El
"modelo cosmológico estándar" (puramente científico) plantea
dificultades serias a la explicación de la autosuficiencia del universo
cuando se pasa de la ciencia a la filosofía. Pero la filosofía ateísta
las supera por teorías alternativas y por especulación. Se procura
argumentar imágenes del universo que hagan más fácil entender su
autosuficiencia, aunque esto supone entrar en el terreno de la
"especulación científica"; posible pero pura especulación (por ejemplo,
las teorías de cuerdas y los multiversos). En esta línea se crítica la
hipótesis del big bang, y se defienden teorías no siempre congruentes
entre sí como son el modelo del estado estacionario, el universo de
plasma, los multiversos en sus diferentes variantes, el universo
oscilante, la conexión entre teoría de cuerdas y multiversos, etc.
Richard Dawkins habla de "darwinismo cosmológico" en el supuesto
teórico de los multiversos. Queremos insistir en que la especulación es
legítima en la ciencia hasta cierto punto (la ciencia no es solo
empírica sino teórica y esto supone especular). Por tanto, los autores
ateos han mostrado que entender la consistencia eterna de un universo
sin Dios es posible. Esto significa que la ciencia puede concebir,
según diversas hipótesis y teorías, la autosuficiencia del universo, su
consistencia y estabilidad dinámica en un tiempo eterno, sin fin. No
cabe excluirlo, al menos como teoría posible, aunque contenga elementos
especulativos.
b) Un universo que produce el orden físico y el
biológico-neurológico.
Las propiedades del orden físico-biológico y sus evidencias
"antrópicas" se explican dentro de la evolución de un universo
autosuficiente: a) por el azar dentro de inmensas masas de eventos
(multiversos); b) por las propiedades ontológicas de la materia que
llevan a su autoorganización dinámica; c) por la lógica darwinista de
adaptación acumulativa por cambios puntuales muy simples y su registro
bioquímico en el ADN (el clásico "azar y la necesidad" de Jacques
Monod). La explicación de que en un universo único (que respondiera al
estado estacionario, al universo de plasma, al universo oscilante) se
hayan producido las condiciones "antrópicas" no es fácil de argumentar.
En el caso de que solo existiera un universo y respondiera a las
propiedades del nuestro, sería muy extraño. Sin embargo, la teoría de
multiversos puede suponer que entre infinitos universos (que responden
a los diferentes juegos de valores previstos en la teoría de cuerdas)
hay uno, por azar, que responde precisamente a las propiedades y leyes
evolutivas coincidentes que hacen posible el orden físico y biológico.
En esta línea Richard Dawkins ha defendido la hipótesis especulativa de
una especie de "darwinismo cosmológico". En todo caso, es un hecho que
la argumentación filosófica sobre los resultados de la ciencia (aunque
en parte teórico-especulativos) permite concebir que la evolución del
universo autosuficiente ha producido el orden físico y
biológico-neurológico. El ateísmo establece con certeza que el universo
es autosuficiente en la producción de su orden interno (otros piensan
que no es algo cierto sino solo una hipótesis).
c) Un universo que produce la sensibilidad-conciencia y la razón
humana. El hecho de que la materia haya producido la
sensibilidad-conciencia no supone hacer inviable una imagen
autosuficiente del universo. El ateísmo sabe que debe explicar
científicamente por qué el mundo físico ha hecho posible la emergencia
de la sensibilidad-conciencia que culmina en el psiquismo superior
humano. Para ello puede asumir las hipótesis heurísticas que hoy se
están tanteando en la línea de que la "neurología cuántica" pudiera dar
razón del "soporte físico" de la conciencia. Para ello se debería
atribuir a la materia la propiedad ontológica de producir "conciencia"
cuando hubiera un sujeto psíquico (animal u hombre) afectado por la
sensación (capaz de "sentir" esa propiedad de la materia). Un universo
hecho de materia capaz de producir "sensación-conciencia" podría ser un
universo autosuficiente. En otras palabras: atribuir a la materia la
ontología necesaria para producir conciencia no excluiría la hipótesis
ateísta.
d) Otros argumentos. El ateísmo se funda también en otras
razones de
orden histórico, existencial, social, etc. Las llamadas "teorías de la
alienación" explican por qué los hombres -sin tener argumentos
racionales serios para ello- han producido la creencia en Dios y en la
religión. a) El Mal ha sido el mayor argumento esgrimido por el
ateísmo. La existencia del Mal, en todas sus facetas -enfermedades,
pobreza, guerras, violencias, sufrimiento animal (así lo pensaba
Darwin) y humano, etc.- no es compatible con la existencia de un Dios
creador que sería responsable de los absurdos y sin-sentidos producidos
en el universo. b) Los perfiles negativos de la creencia en Dios en las
sociedades humanas son magnificados por el ateísmo para mostrar que la
religión responde a intereses que juegan un papel perverso (evasión
ilusoria de la realidad, explotación social de las clases superiores,
causa de angustias y perversiones psicológicas, etc.). c) En muchos
autores que defienden el ateísmo se perciben también importantes
factores psicológicos: vemos un gran malestar y rencor ante la
posibilidad de un Dios que no responde a los problemas humanos y
permanece al margen de la llamada que el hombre le dirige en momentos
angustiosos de la vida; en otros se percibe una gran antipatía a las
personas y organizaciones que representan en la sociedad la idea de
Dios (antipatía anticlerical a lo religioso). Las prevenciones
psicológicas (que tienen un gran efecto subjetivo) inclinan a optar por
la posición teórica del ateísmo como una forma de represalia ante un
posible Dios (al que no se tolera su alejamiento del mundo) y unas
iglesias cuyo estilo no se soporta. d) Por ello, la negación de Dios es
vista como una liberación emancipatoria necesaria para que el hombre
sea adulto y responsable.
8.2.2. Hipótesis teísta
Por una parte, la posición teísta es más extraña porque, en principio,
solo hay experiencia inmediata del universo y no de Dios. Sin embargo,
socialmente la creencia en Dios es, por otra parte, lo más obvio,
puesto que la humanidad ha sido siempre, y continua siendo, casi en su
totalidad teísta. No es fácil, pues, rechazar lo que constituye una
constante social tan arraigada. Pero, en realidad, aunque el teísmo no
es inmediato (a Dios no lo vemos), debemos observar que tampoco el
ateísmo es inmediato (tampoco vemos metafísicamente que Dios no
exista). El ateísmo no es una evidencia; si lo fuera no habría teístas.
Tanto ateísmo como teísmo son una hipótesis metafísica sobre el
fundamento último de un universo enigmático. Como suele decirse con
sentido, tanto el teísmo como el ateísmo suponen una "fe filosófica",
una "creencia". Para el ateísmo es arriesgado negar lo que ha creído la
mayor parte de la humanidad; queda, por ello, existencialmente a la
"intemperie" y en desamparo hacia el futuro histórico (el futuro del
ateísmo no tiene esperanza). Para el teísmo, en cambio, es difícil
argumentar la existencia de una realidad que no vemos y, en último
término, es transcendente (el ateísmo, en alguna manera, se centra en
la absolutización de un mundo cuya existencia al menos constatamos).
Pero el teísmo pretende no quedar al margen de la razón científica y
busca razones para afirmar que el universo de la ciencia hace, al
menos, verosímil pensar en la existencia metafísica de Dios. Por tanto,
construye argumentos para justificar que, al menos, hay indicios
racionales científico-filosóficos de que la autosuficiencia del
universo debería fundarse en un ser divino. Desde el enfoque
grecorromano de la filosofía cristiana (la escolástica) se pretendía
"demostrar" la existencia de Dios (todo dependía de argumentos
metafísicos). Actualmente hay pensadores cristianos que siguen
"demostrando" la existencia de Dios; la escolástica sigue existiendo.
Sin embargo, la mayoría de quienes se hallan aún en el paradigma
grecorromano (por alguna de aquellas modificaciones ad hoc de que
hablábamos) defienden solo, sin radicalidad, que la razón
científico-filosófica hace verosímil la existencia de Dios. Por ello
hablan de una certeza moral libre de la existencia de Dios).
En consecuencia, la reflexión filosófica teísta sobre la imagen del
mundo en la ciencia moderna no pretende hoy "demostrar", sino más bien
"mostrar" que hay datos y teorías científicos que, sometidos a la
reflexión filosófica, permiten construir una hipótesis verosímil de que
la realidad pudiera tener fundamento en un Dios transcendente. Su
existencia entraría entonces en congruencia con la persistencia de la
experiencia religiosa a lo largo de la historia de la humanidad. La
religión histórica podría responder quizá a algo realmente existente
que no cabría excluir. El teísmo sería así una posible
metafísica-filosófica de la ciencia -cuya presencia social es
incuestionable- que puede presentar una recopilación de argumentos que
justifican esta hipótesis de verosimilitud.
Argumentos de verosimilitud teísta. A lo largo
de la historia el teísmo
ha construido filosóficamente muchos argumentos a favor de la
existencia de Dios. Modernamente, trata también de construirlos pero a
partir de la imagen de la materia-universo-vida y de la evolución
humana, como nos la ofrece la ciencia.
a) El universo debe fundarse en la Divinidad. La imagen de la
cosmología moderna, especialmente el modelo cosmológico estándar,
ofrece una visión del universo en que su autosuficiencia parece difícil
de entender. La hipótesis de una Divinidad creadora es para el teísmo
la explicación más verosímil en que fundar la consistencia, estabilidad
y suficiencia de un universo que comienza en el tiempo (la gran
explosión) y que previsiblemente acabará en una muerte energética y en
su disolución final. La hipótesis, pues, de que el fundamento del ser,
la verdadera realidad autosuficiente en sí misma y eterna, sea un ser
divino transcendente que -con intencionalidad- "crea" y "funda" el
universo visible en su fluir temporal finito es un supuesto defendible.
Es una explicación posible congruente con los datos empíricos
contenidos en el "modelo cosmológico estándar". En el teísmo se observa
que los argumentos más fuertes a favor de la autosuficiencia se fundan
en especulaciones (multiversos y teoría de cuerdas); pero las
evidencias empíricas reales ofrecen una imagen del universo inestable e
insuficiente. Por ello la hipótesis teísta es, al menos, verosímil (el
teísmo, por lo dicho, no busca "demostrar"). Además, como después se
explicará, autores teístas consideran que incluso podría justificarse
la hipótesis de Dios en el supuesto de los multiversos y de la teoría
de cuerdas. La idea de Dios como fundamento creador en que radica la
estabilidad y consistencia de un universo inestable es una hipótesis
límite (como también lo es la hipótesis ateísta) nacida de los
argumentos científico-filosóficos. Pero esta hipótesis no implica un
conocimiento de cómo sería esa realidad divina concebida en su misma
ontología; es inabarcable y misteriosa, aunque una hipótesis posible
(el ateísmo sería también una hipótesis límite abierta el enigma y
misterio último de la existencia de un universo autosuficiente). Pero
la idea de Dios así fundada en el teísmo debería contener solo aquellas
propiedades necesarias para que pudiera asumir la función de ser
"fundamento del ser del universo" (transcendencia, personalidad,
omnipotencia creadora, eternidad, necesidad, etc.). Pero, más allá de
estas propiedades de necesaria atribución, Dios sería un enigma
misterioso. El teísmo no pretende desvelar el enigma último de la
realidad divina.
b) El orden físico y biológico nacen de un diseño creador de Dios.
En
la actualidad los autores teístas siguen considerando también que el
universo en su conjunto, como sistema en que han sido producidos el
orden físico y biológico, permite vislumbrar, esto es, hacer
"verosímil" o probable (pero no "demostrar") que el universo, como
escenario congruente que conduce a la libertad humana, pudiera
responder a un diseño racional de la Divinidad. La filosofía teísta
actual entiende que Dios habría creado un universo "autónomo": con
propiedades y leyes de la materia dinámica que pueden producir por sí
mismas la evolución y emergencia de la organización compleja que
observamos, en lo físico, en lo biológico y en lo psíquico; o,
unitariamente, en la evolución psicobiofísica. Por tanto, el universo
es autosuficiente para explicar cómo nace una célula, como se diseñan
las leyes del desarrollo embrionario o la complejidad evolutiva del
sistema inmunitario o del sistema visual humano (se rechaza la idea de
un Dios-tapa-agujeros). El argumento que hace pensar en la
verosimilitud de la hipótesis teísta, construida desde el orden
natural, psicobiofísico, se construye sin negar esa autonomía
autosuficiente de la evolución del universo. Tiene un carácter global:
una reflexión sobre cómo ha sido diseñado el universo autónomo. Surge
al considerar cuáles pudieran ser las causas explicativas de que, en
conjunto, nuestro universo posea las propiedades de la materia y las
leyes evolutivas que le permiten con autonomía autosuficiente producir
el orden psicobiofísico real existente y su orientación "antrópica".
Este orden "cuasi racional" (congruente con un fin, inteligible por la
razón humana) hace verosímil la hipótesis de que pudiera estar causado
por el "diseño" racional de una Inteligencia Creadora; es decir, por un
diseño divino. Este enfoque no niega la autonomía del sistema; pero se
pregunta por las causas del diseño racional del mismo sistema natural,
sus propiedades y sus leyes (que, en un universo único, pudieran ser
otras y, sin embargo, en el nuestro son sorprendentemente
"antrópicas"). Esta hipótesis es posible y está en armonía con la
hipótesis anterior de que la consistencia y suficiencia del universo
pudieran también estar fundadas en la autosuficiencia de un
transcendente "fundamento divino del ser".
c) La ontología del universo hace congruente la ontología divina.
La
nueva ontología de la materia-universo-vida que combina la
diferenciación clásica de los objetos con el holismo cuántico, está
permitiendo poco a poco la progresiva superación del reduccionismo de
naturaleza mecanicista. Aparece una imagen cada vez más "verosímil" de
la ontología de Dios como fondo holístico del universo en que todo se
produce. El reduccionismo clásico de entidades físicas discontinuas
-que acababa "reduciendo" al hombre a un robot- era más cercano al
ateísmo. Pero la imagen moderna de un universo holístico hace cada vez
más "verosímil" que el fondo ontológico de la realidad fuera una
realidad divina (cuya ontología es sensible, conciencia, tal como se
manifiesta en la ontología "sensible" del universo viviente). Sería
aquel éter o sensorium divinitatis intuido ya por Newton. El holismo,
como antes decíamos, no impone el teísmo; es compatible con una
hipótesis atea. Pero también es verdad que hace más verosímil el
teísmo. La psicobiofísica actual es, ciertamente, mucho más apta para
entender cómo el mundo nace de la ontología divina y cómo el mundo, sin
ser Dios, está inmerso en la ontología divina que lo sustenta desde
dentro (el Dios en cuyo interior nos movemos, existimos y somos). De
acuerdo con esta nueva ontología holística (panenteísta), el teísmo
actual asumiría la superación del dualismo y se identificaría con la
lógica de los emergentismos, incluyendo la emergencia del psiquismo
humano, de la razón y de su especial apertura a la Divinidad. Esta
nueva antropología -congruente con la tradición religiosa, con la
ontología del universo y con la ontología divina- contribuiría a hacer
más verosímil la hipótesis de la Divinidad que abarca el universo y lo
contiene creativamente en su interior. El teísmo tendería a pensar que
el fondo de referencia "físico" que la ciencia necesita y nombra como sensorium
divinitatis (Newton), éter, vacío cuántico, fondo de energía,
universo implícito (Bohm), geometría del espacio... "apunta" a la
hipótesis metafísica de una dimensión profunda del universo que
constituye la ontología divina que se manifiesta en el mundo, la vida y
la sensibilidad-conciencia. La ciencia tiende hoy menos a la
materialización (reduccionismo) y más a la espiritualización (holismo).
El proceso de sensibilidad-conciencia abriría a la experiencia
espiritual de Dios.
Algunos autores -como George Ellis, o yo mismo- han considerado que el
universo diseñado por Dios es un "universo para la libertad". Para
Ellis esta perspectiva permite considerar que, si Dios hubiera diseñado
un universo que, al menos, permitiera construir la teoría de
multiversos, este diseño sería armónico con su intención de crear un
universo enigmático que no nos impone por razón una inevitable
"solución divina". Para Ellis la forma de entender el diseño de la
creación sería como un "diseño para la libertad". La racionalidad
divina en el diseño del sistema debería siempre entenderse desde esta
perspectiva. Esto es lo que ha formulado como el "principio antrópico
cristiano".
d) Otros argumentos. El teísmo presenta también otros
argumentos de
tipo histórico, experiencia!, social, etc. La filosofía no se reduce a
ciencia. El teísmo no se funda, por tanto, solo en argumentos
científico-filosóficos, aunque estos tengan importancia en la
consideración básica del problema y, además, hayan transcendido a la
sociedad-cultura a través de las religiones, de la literatura, del
cine, de medios de comunicación, etc.: a) La verosimilitud
científico-filosófica de que Dios pueda existir se hace más fuerte al
comprobar la persistencia de las religiones a lo largo de la historia.
b) Cabe destacar también que la "experiencia religiosa" se hace
entonces más "verosímil" al entrar en congruencia con la
"verosimilitud" científico-filosófica de la existencia de la Divinidad.
Es decir, la existencia real del Dios que la ciencia (y la filosofía)
hacen "verosímil" sería congruente con el hecho de la religiosidad
humana presente en la historia. Los hombres habrían intuido esta
verosimilitud en la base de sus creencias. c) La existencia del Mal es
también considerada y se justifica en las teologías de las diversas
religiones, aunque sin negar que persista siempre un "misterio" sobre
el designio divino en la creación. A pesar del Mal, sin embargo, la
creencia reafirma la confianza en que el "Misterio del Mal" tiene un
sentido justificable en Dios que se explica en las diversas teologías.
Las grandes religiones no han permanecido frías ante el problema del
Mal, sino que lo han pensado con gran profundidad (verbi gratia,
judaísmo, cristianismo o budismo) y han aportado soluciones que ofrecen
hipótesis sobre el porqué de la existencia del Mal en el plan divino
(verbi gratia, en el kerigma cristiano). d) Por otra parte, el teísmo
considera también que la creencia en Dios es un factor positivo que ha
ayudado a la civilización de mil maneras: fundando el orden moral,
dando esperanza y más seguridad a los seres humanos, más felicidad por
el amparo de Dios y la fe en un futuro mejor, etc. Es verdad que la
religión ha producido problemas sociales y psicológicos; pero en
conjunto la religión ha sido para los grupos humanos un factor de
estabilidad y de felicidad. Así como el ateísmo abre un futuro oscuro
sin esperanza, las religiones inspiran seguridad y confianza en la
felicidad final. El teísmo, por tanto, no cree que la religión sea pura
alienación sin fundamento racional (como dicen las teorías de la
alienación). Al contrario, las religiones podrían responder a intereses
humanos, pero, al mismo tiempo, a una intuición racional producida en
el conocimiento ordinario (que la ciencia y la filosofía habrían
confirmado) de que Dios podría ser la explicación final del universo.
8.2.3. Agnosticismo
Es la posición científico-filosófica más inmediata: puede decirse que
brota casi de los mismos datos del problema. Ante la imposibilidad de
hecho de que la ciencia resuelva con certeza ciertas cuestiones
últimas, metafísicas, por sus propios métodos y ante la enorme
complejidad de los problemas planteados a la reflexión
científico-filosófica, el agnosticismo declara su opción por la
ausencia de respuesta; se trata así de un incompromiso filosófico. El
agnosticismo no sabe qué decir sobre la forma última en que el universo
es autosuficiente: su posición filosófica consiste precisamente en
esto, en dictaminar la imposibilidad de responder. El agnóstico no
quiere comprometerse personalmente. Así, el hecho de que el
agnosticismo exista en la sociedad (es la posición mayoritaria entre
los intelectuales no creyentes) quiere decir que los agnósticos
reconocen que tanto el teísmo como el ateísmo tienen, en alguna manera,
argumentos a su favor. Es decir, que tanto teísmo como ateísmo son
posibles, son hipótesis viables ante un universo enigmático que no
pueden imponerse. El agnosticismo nos dice, en el fondo, que ni el
teísmo ni el ateísmo debieran pretender ser filosóficamente
"dogmáticos".
Argumentos a favor del agnosticismo. A) Es una
posición coherente ante
un problema metafísico de difícil solución. B) Es una forma de
mantenerse dentro de los límites estrictos de la ciencia, sin
aventurarse en los compromisos de naturaleza filosófica. C) Respeta
igualmente al ateísmo y al teísmo, al darles un margen de probabilidad
(ya que, si no se la diera a ambos, ya no estaríamos en el agnosticismo
sino en el teísmo o en el ateísmo). D) Por ello es más cómodo
socialmente: es la posición menos comprometida y respetuosa con la
polémica entre teísmo y ateísmo. E) Mantiene la coherencia personal
porque la sincera valoración de la dificultad del problema justifica
moralmente que se asuma libremente la posición agnóstica. Es resultado
de la honestidad intelectual que produce una valoración personal y
libre posible.
Ateísmo y agnosticismo desde la sociología. La
sociología ha
investigado con frecuencia los niveles de increencia entre los
científicos y en la población en general. Es posible incluso que haya
agnósticos desde el punto de vista de la razón científico-filosófica
que, existencialmente, se declaren ateos o creyentes. Muchas
estadísticas responden a la pregunta: ¿es usted creyente? ¿cree en
Dios? ¿cree que Dios existe? Obviamente a estas preguntas tanto los
ateos como los agnósticos responden que no. Pero probablemente el
porcentaje de "agnósticos" (y en el nivel popular lo que se llama
"indiferentes") es hoy en día mucho más alto que el de ateos
propiamente dichos. Esto es explicable porque en realidad el ateísmo es
una creencia, una fe, una forma "no religiosa" de compromiso metafísico
(cuasirreligioso). Es chocante que quienes no aceptan las "creencias
religiosas" (porque no les gustan las "creencias" y las desprecien)
acaben en una "creencia atea". El agnosticismo está por ello mucho más
extendido socialmente entre los intelectuales, ya que sin duda es una
posición "intelectualmente" más "fina". Sin embargo, al valorar los
niveles de ateísmo en estudios sociológicos se introduce dentro del
paquete de ateísmo el porcentaje mucho más amplio del agnosticismo.
Pero en realidad ateísmo no es lo mismo que agnosticismo. Son cosas muy
distintas.
No existe un tribunal de apelación sobre
probabilidad metafísica. El
hecho social expuesto es que el razonamiento filosófico sobre la imagen
del universo en la ciencia conduce a tres posiciones en "metafísica de
la ciencia": ateísmo, teísmo y agnosticismo. Que esto es así puede
comprobarse sociológicamente, ya que, en efecto, existen ateos, teístas
y agnósticos. Lo que sabemos es, pues, que estas tres posiciones
metafísicas están posibilitadas por la imagen del mundo en la ciencia y
que, de hecho, existen. Hay quienes saben argumentar su posición
personal; pero la realidad es que la mayoría de teístas, ateístas y
agnósticos no tienen formación personal profunda para argumentarla. La
incultura está muy extendida y afecta a todos por igual. Hay, pues,
ateos, teístas y agnósticos. Pero, ¿en qué proporciones? La respuesta
no puede ser precisa y depende de estudios sociológico-estadísticos;
las posiciones teístas son absolutamente mayoritarias, aunque el bloque
ateísmo-agnosticismo (también el indiferentismo popular) ha ido
creciendo en los últimos siglos (en mayor proporción entre
intelectuales y científicos). Pero debemos hacer la observación de que
los estudios son siempre "sincrónicos" (descripción del estado de
opinión solo en un punto del tiempo). Cuentan entonces a favor del
ateísmo quienes lo entienden como una forma de sentirse emancipado en
el momento de mayor vitalidad (juventud); como una protesta ante los
criterios morales rigurosos de las iglesias; o como forma de manifestar
los sentimientos anticlericales, en ocasiones muy pasionales. Sin
embargo, la consideración "diacrónica" de las cosas (en su evolución en
el tiempo) parece mostrar que, por lo general, la casi totalidad de las
personas religiosas mantienen su religiosidad hasta el final de sus
vidas. En cambio, la experiencia muestra que gran parte de los no
creyentes (que contaron como tales en las estadísticas sincrónicas)
acaban sus vidas, sin embargo, aceptando las creencias religiosas. Lo
manifiesten externamente o no; es decir, aunque sea solo una
religiosidad final aparecida en el fuero moral interno de su conciencia.
Todo esto está evidentemente relacionado con la crisis de la religión
que ya comentamos (capítulo I). Pero, ¿cuál de las tres posiciones
metafísicas es más probable? ¿Cuál es mejor y está mejor construida o
argumentada? Creemos que estas preguntas -a las que tanta pasión dedica
R. Dawkins- son al menos ingenuas. Es evidente que el ateo, el teísta y
el agnóstico lo son porque, según su valoración racional libre,
personal e intransferible, se han inclinado hacia esta metafísica. Es
decir, porque cada uno ha considerado en su caso que su posición tiene
más probabilidad, estando mejor construida y argumentada. No tiene,
pues, sentido insistir en dictaminar que su posición es la mejor y la
más probable, tal como hace con toda ingenuidad Dawkins. No existe ni
es posible un tribunal de apelación racional científico-filosófico que
pueda dictaminar con objetividad -desde arriba- qué posición es la más
probable; y, mucho menos, la correcta o verdadera. Esto iría en contra
de todos los principios epistemológicos hoy admitidos. Por descontado,
es claro que el tribunal nunca estará presidido por Richard Dawkins o
por Daniel Dennett. Lo único con cierta objetividad es que la mayoría
de la humanidad ha sido, y sigue siendo, teísta (y religiosa); que en
la actualidad ha ido creciendo en el mundo desarrollado el bloque
ateísmo-agnosticismo- indiferentismo; que entre filósofos y científicos
hay quienes son teístas, otros son agnósticos y algunos menos ateos.
Este es el único hecho. La disquisición sobre si resulta que los ateos
son los más listos y los mejores forma parte de lo esperpéntico, como
en general es el ateísmo de Dawkins. Hay, sin duda, un ateísmo serio y
honesto que aquí respetamos; pero no es ciertamente el ateísmo del
señor Dawkins.
8.3. Suficiencia y necesidad en el discurso
científico-filosófico
Realidad, ser, hechos, suficiencia,
autosuficiencia, absolutez. Por
tanto, ¿qué lógica científico-filosófica conduce a las hipótesis
agnóstica, ateísta y teísta? No puede ser otra que la lógica de la
razón natural. La razón humana constata como hecho (evidencia empírica)
una realidad que existe en el espacio-tiempo (que incluye al
mismo
hombre). La inferencia básica de la razón (que da sentido al
conocimiento y a la ciencia) es: si algo es realidad existente (está
ahí) es porque "puede existir" (interpretando la sentencia clásica
podríamos decir: ex facto ad posse valet illatio). Por tanto,
en alguna
manera (que debe intentarse conocer) la realidad existente debe estar
instalada en un ámbito de suficiencia o absolutez (absolutez =
suficiencia en orden a ser real). Dado que el universo es lo que
inmediatamente constatan nuestros sentidos, la hipótesis de partida
para la razón es que el universo debe de ser autosuficiente. La marcha
de la razón, tanto en la filosofía como en la ciencia moderna, se
encamina siempre hacia la búsqueda de conocimientos para entender cómo
y por qué la realidad existente está instalada en un ámbito de
autosuficiencia o absolutez (suficiencia en orden a explicar por qué se
mantiene la existencia de la realidad que se constata como un hecho
impuesto de experiencia).
Un universo de enigmática "autosuficiencia".
Una conclusión inevitable
para la reflexión científico-filosófica actual es que nos hallamos
dentro de un universo en extremo enigmático: y precisamente porque no
es fácil entender dónde puede hallarse su "autosuficiencia". Postulamos
su autosuficiencia, pero una vez que intentamos entenderla, de acuerdo
con los hechos y las teorías científicas, sometidas a la reflexión
filosófica, su autosuficiencia es difícil de entender. Por esto
aparecen las posiciones metafísicas del agnosticismo, ateísmo y teísmo
que, en el fondo, son maneras contrapuestas de entender y resolver el
problema de la autosuficiencia. Esta diversidad de interpretaciones
(puesto que de hecho se dan en la sociedad) muestran el enigma
metafísico del universo. En todo caso queremos insistir en que el
primer problema básico en que comienza el itinerario de la razón, tanto
en la filosofía como en la ciencia, es resolver el problema de la
autosuficiencia (no la necesidad).
Necesidad. La filosofía teísta clásica
planteó, en efecto, el problema
de la necesidad; así en autores como Leibniz o en la metafísica clásica
escolástica. Sin embargo, la reflexión científico-filosófica, según lo
dicho, discurre primero en busca de la autosuficiencia. Para ello puede
construir dos hipótesis oscuras ya antes explicadas: un puro mundo sin
Dios (ateísmo) y un Dios transcendente (teísmo). Una u otra debe ser
verdadera (no las dos al mismo tiempo): pero ambas son en el fondo
oscuras. Tanto a una como a otra hipótesis, si fueran verdaderas,
deberíamos atribuirles por "postulación" la necesidad (en el sentido de
que, si dejaran de existir, Dios o el universo, en el pasado, en el
presente o en el futuro, ya no tendría explicación su existencia). Por
tanto, ahora existen y, por ello, deben seguir existiendo con necesidad
(no tiene sentido pensar que en algún momento presente, pasado o
futuro, dejaran de existir). De la "nada" no podría producirse "algo".
La necesidad, por tanto, puede atribuirse a Dios o al puro mundo. La
atribución metafísica de necesidad se deriva de la existencia
autosuficiente. Pero, ¿a quién debe atribuirse? Depende de un discurso
previo que versa sobre la autosuficiencia. Si la suficiencia del mundo
debe fundarse en la "autosuficiencia divina", entonces deberemos
también postular que Dios sea necesario. Si el universo puede
entenderse como autosuficiente (tal como hace la hipótesis ateísta),
entonces se deberá atribuir al universo la eterna necesidad. El
discurso sobre la necesidad es posterior al discurso sobre la
suficiencia: no es un discurso a priori sino post factum.
Sin embargo, preguntas (derivadas de la pregunta de Leibniz repetida
por otros filósofos) como, ¿por qué existe algo y no más bien la nada?
¿Por qué existe el universo o más bien no existe? ¿Por qué existe Dios
o más bien no existe? son preguntas sin respuesta
científico-filosófica. La razón solo puede partir de los hechos, buscar
su autosuficiencia y postular la necesidad, bien del universo, bien de
Dios (según se entienda la autosuficiencia). Es importante hacer estas
observaciones porque la metafísica grecorromana clásica abundó en
considerar a Dios como el único Ser al que podemos atribuirle la
necesidad. Incluso se hizo una definición de Dios como aquel que
"existe necesariamente", aquel que no puede existir o no existir, sino
que existe por necesidad. Hay filósofos escolásticos que admiten que el
universo pudiera ser descrito por la ciencia como autosuficiente, pero
de inmediato añaden, para asegurar que solo se explicaría racionalmente
por el supuesto divino: sin embargo, al universo no le podríamos
atribuir la necesidad, y por tanto solo Dios podría ser necesario.
Debemos declarar con toda fuerza que esta manera de pensar es ajena a
la lógica de la racionalidad moderna, filosófica y científica.
Ante factum -haciendo la ficción de una
imposible valoración a priori-
no es posible argumentar sobre la necesidad. Para la razón la única
argumentación posible sobre la necesidad es post factum. No
podemos
elucubrar sobre si Dios, o el universo, "necesariamente" debieran
existir a priori. No podemos elucubrar sobre por qué existe algo y no,
más bien, la nada. El hecho es que algo existe y debemos aceptarlo, sin
elucubrar sobre por qué existe el universo o más bien no existe. El
hecho, el factum, es que el universo existe y, solo desde esta
evidencia empírica, fenomenológica, y condicionada por ella, la razón
humana trata de conocer dónde y cómo este universo se fundamenta en una
autosuficiencia que se le debe atribuir en principio (si de hecho
existe es que puede existir). Y una vez que, post factum, se
argumenta
cómo entender la autosuficiencia de lo que de hecho existe (si la
autosuficiencia puede atribuirse a un puro mundo o a un Dios
transcendente, fundamento autosuficiente del Ser) es cuando también, en
consecuencia, debe atribuirse la necesidad al puro mundo o a Dios.
9. El universo
descrito por la ciencia como creación divina
A lo largo de este capítulo hemos descrito cuál es la imagen del
universo, de la vida y del hombre, que resulta de la producción de
conocimiento en las ciencias, según su metodología propia. Hemos
presentado también las hipótesis metafísicas a que conduce la reflexión
científico-filosófica. Esta nueva imagen del universo supone un cambio
sustancial -de no poca importancia- en relación al pensamiento
grecorromano. Ha llegado, pues, el momento de hacer resaltar ciertos
perfiles del universo en la Era de la Ciencia para compararlos con los
del paradigma grecorromano. Ha llegado el momento de entender las
diferencias.
Debemos insistir previamente en la importancia que esto tiene para
juzgar hasta qué punto es hoy necesario el cambio de paradigma
interpretativo en la explicación del cristianismo ante la cultura
contemporánea. No se trata solo de juegos de palabras artificiosos, o
de solo cuestiones concretas que podamos resolver con modificaciones
puntuales ad hoc, que en el fondo no afectarían a la pretendida validez
de un paradigma grecorromano (que podría seguir siendo defendido). Pero
insistimos: la ciencia moderna ha producido una imagen nueva del
universo, de la vida y del hombre, que difiere sustancialmente del
antiguo paradigma grecorromano. La incompatibilidad de ambos paradigmas
hace que no basten ya meros cambios ad hoc o estrategias que camuflen
la apariencia de que sigue siendo válido lo que no es ya en realidad
sino pura historia.
Pero, además, debemos entender también algo no menos importante: que la
nueva imagen del universo, de la vida y del hombre, implica una nueva
idea del diseño divino en la creación. El paradigma grecorromano
describió la realidad y la consecuencia fue: la razón nos muestra el
tipo de creación diseñada por Dios y cómo desde la obra creadora puede
interpretarse el kerigma cristiano (la forma en que el kerigma entra en
coherencia con la creación descrita por la razón grecorromana, creación
hecha por el mismo Dios que revela el kerigma). Ahora bien, si la
evolución de la razón moderna nos sitúa en una nueva imagen de la
realidad, entonces (ya que la filosofía grecorromana no era una verdad
absoluta) nos hallamos en mejor situación histórica para entender qué
es realmente el universo creado por Dios y cuáles son las condiciones
de la vida humana en su interior. Lo que esta nueva imagen proporciona
son nuevos presupuestos para entender cómo ha diseñado Dios su obra
creadora. En otras palabras, cuáles son las leyes de la naturaleza
creada por Dios en su plan de salvación. Nos hallamos en posición
adecuada para hacer la nueva lectura de la "ley natural", y también de
la "ley divina", del "orden" establecido por Dios en la creación.
9.1. Perfiles de contraste con el paradigma
grecorromano
Los contrastes con el paradigma grecorromano se refieren a las
tendencias generales de este, tal como fueron argumentadas en su
momento. Aquí debemos ceñirnos a estas tendencias. En todo caso es
necesario entender el verdadero alcance, la novedad en muchos sentidos,
de la visión del universo que ha sido abierta por los conocimientos
producidos por la ciencia, y que se ha extendido también a la filosofía
moderna.
Incertidumbre y borrosidad cognitiva (frente a
patencia de la verdad).
Por una parte la ciencia ha sido producida por un ejercicio de la razón
regulado por una cierta teoría del conocimiento (epistemología). Por
otra, los conocimientos producidos por la ciencia (por ejemplo
psicología cognitiva y neurología) han confirmado una cierta manera de
entender el conocimiento y la epistemología científica. Tal como hemos
expuesto, la razón humana ha surgido del proceso evolutivo y depende de
la experiencia de los hechos empíricos por los sentidos. La verdad
esencial de las cosas no es patente y la razón humana debe construir
"conjeturas" sobre el mundo. Existen sin duda conocimientos estables,
pero la razón produce en muchos casos cruciales un conocimiento
"borroso" y está abierta a grandes incertidumbres. La ciencia ha
influido decisivamente (por ejemplo, en Popper) para hacer de nuestra
cultura una cultura crítica e ilustrada que sabe que el conocimiento es
borroso e interpretativo, que deja abiertas otras posibilidades
hipotéticas, que no es nunca la última palabra y que debe revisarse
continuamente. Ante las incertidumbres cognitivas es la libertad humana
la que se inclina a unas u otras hipótesis. Esta libertad debe ser
siempre respetada y es el fundamento de lo que se llama "tolerancia".
No es que se "tolere" que haya diversas respuestas a las preguntas
propuestas, sino que se "respetan" porque se sabe que el mundo es un
enigma y el hombre hace un uso legítimo de su libertad cuando se
inclina a unas u otras propuestas de conocimiento sobre el mundo. Por
ello mismo defender la corrección de una hipótesis o conjetura
cognitiva es al mismo tiempo aceptar que no se posee la verdad, sino
que se defiende solo una interpretación que se considera
provisionalmente correcta, pero que no cierra la continua búsqueda
abierta de la verdad. Nos guste o no, la idea borrosa del conocimiento
es patrimonio de nuestra cultura y no puede ignorarse.
Frente a este talante crítico de la idea moderna del conocimiento, el
mundo grecorromano tuvo siempre la tendencia a confiar en la capacidad
del conocer la verdad. El conocimiento se vio como un instrumento apto
para conocer qué es el mundo. Era posible errar pero las
argumentaciones rectas acaban por imponer la verdad. Así, la teoría
abstractiva del conocimiento nacida en la escuela griega de Platón y
Aristóteles pasó a la escolástica como fundamento de la forma de
conocer el mundo que imponía el recto uso de la razón. Antes se ha
explicado ampliamente.
Pero debemos hacer dos observaciones.
a) Convicción crítica versus Relativismo. La filosofía y
teología
clásica cristiana en el paradigma grecorromano acusó (y sigue acusando
hoy) con frecuencia de "relativismo" a la cultura moderna. En mi
opinión el reconocimiento de la "incertidumbre" y de la "borrosidad
cognitiva" (como elemento esencial de la cultura crítica e ilustrada de
nuestro tiempo) no debe confundirse con "relativismo". Reconocer la
inseguridad con que la razón humana se acerca a la Verdad no es negar
que la Verdad exista; ni siquiera es negar que de hecho nos acerquemos
con relativa seguridad a esa Verdad. Cuando el hombre moderno defiende
una hipótesis de conocimiento, aunque está abierto a criticarla y a
cambiarla, se mantiene en ella con honestidad excluyendo otras: está
pues firme en su convicción y no acepta con relativismo cualquier
hipótesis. No todo es lo mismo. No todo le parece igual, ya que analiza
y critica con la razón, discierne y escoge con firmeza lo que le parece
correcto. Y se compromete con ello. En este sentido, el criticismo
racional moderno no es "relativista", sino serio y comprometido en su
búsqueda sin término. Dudar con criticismo sobre nuestra posesión
racional de la Verdad no es, pues, relativismo.
b) Borrosidad natural y seguridad sobrenatural. Debe entenderse
también
que hablar de incertidumbre y borrosidad en el conocimiento se refiere
solo al conocimiento natural, siempre conectado con el uso de la razón
(no solo en la ciencia, sino en la filosofía y en el conocimiento
natural). Pero, puesto que en este ensayo hablarnos de teología,
debernos observar de antemano que en el cristianismo se afirma la
presencia del Espíritu de Dios en el interior del espíritu humano como
"testimonio de la Verdad" (véase capítulo II). Este testimonio ha sido
entendido como un testimonio sobrenatural o místico. No es asequible
por ello al conocimiento natural y no es ni ciencia ni filosofía. Aquí
hablarnos de las posibilidades de la razón natural y, en este sentido,
decimos que está inmersa en la incertidumbre y en la borrosidad. Por
ello, el cristiano (en general, el hombre religioso) puede tener una
seguridad o certeza "subjetiva" de la realidad divina (derivada del
testimonio interior del Espíritu) y, sin embargo, moverse solo con
"borrosa inseguridad" por los recursos de su razón natural.
En todo caso, la cultura moderna en la Era de la Ciencia se construye
desde una idea borrosa del conocimiento: es una cultura crítica e
ilustrada que funda la tolerancia y el respeto ante las alternativas de
conocimiento surgidas en la vida ordinaria, en la filosofía, en la
ciencia e incluso en la filosofía política. Estas dosis de inseguridad
en el conocimiento son una tendencia básica muy distinta de la
confianza en una "patencia de la verdad" en el paradigma grecorromano.
La seguridad en el conocimiento llevó a las muestras de "intolerancia"
en el pasado; la inseguridad crítica, en cambio, funda la "tolerancia"
moderna.
Ambivalencia metafísica de la realidad (frente a
teocentrismo). Una de
las principales consecuencias de esta incertidumbre cognitiva es la
ambivalencia de posibilidades en la interpretación metafísica del
universo, habida cuenta de los resultados de la ciencia. El universo es
enigmático: con los datos de que dispone la razón natural la verdad
última, metafísica, del universo que nos ha producido es un gran
enigma. Como hemos visto, los resultados de la ciencia en la cultura
moderna han hecho posible las hipótesis metafísicas teísta, ateísta
agnóstica. El universo es un enigma porque es siempre borroso para la
crítica de la razón científico-filosófica. La dimensión social de esta
ambivalencia es grande en la sociedad y en la cultura moderna. Se tiene
socialmente la sensación de enigma profundo que se comprueba por la
diversidad de posiciones metafísicas que unos y otros defienden. Hay
teístas (religiosos o no), ateos, agnósticos, así como multitud de
ideologías metafísico-religiosas. Este hecho se percibe de inmediato en
las sociedades modernas; es una de las características de la cultura
actual. Se vive palpando "socialmente" esta "ambivalencia metafísica de
la realidad" que se ha venido imponiendo poco a poco desde el
renacimiento, apoyada por los resultados de la ciencia moderna. Todos
saben hoy que no hay una "patencia metafísica" y esto se comprueba por
el pluralismo ideológico.
Frente a esta sensación de enigma, el paradigma greco -romano
presentaba un teocentrismo fundado en la persuasión de que el hombre,
que ejerce su razón natural correctamente, queda instalado en el
reconocimiento de la existencia de Dios. Este teocentrismo era una
consecuencia de la confianza grecorromana en la capacidad de la razón
natural para acceder al reconocimiento de la "patencia de la Verdad".
La razón es apta para alcanzar la Verdad y esta se identifica con la
Verdad de Dios. El hombre queda así instalado en un horizonte
"teocéntrico". El hombre natural del paradigma grecorromano estaba
instalado en la certeza natural de la existencia de Dios como
fundamento del universo. Pero, aun así, la teología clásica afirmaba
que Dios es un "misterio" (en su ontología y en sus designios).
Conocemos que Dios existe con certeza metafísica, aunque su ousía
(naturaleza) sea un misterio profundo. En cambio, la incertidumbre
metafísica moderna va más allá: afirma incluso que la existencia de
Dios tiene hipótesis alternativas en un universo enigmático. La razón
puede construir la hipótesis de que Dios exista, pero no con absoluta
certeza, ya que el universo enigmático y borroso permite también la
hipótesis alternativa del ateísmo. Podría ser, para la razón natural,
que Dios, en último término, no existiera. La amplitud del enigma
afecta, pues, a la existencia de Dios, no solo a su condición de
"misterio". De ahí que, por esta ambivalencia metafísica, la "sensación
de enigma" frente a la "patencia de la verdad", sea uno de los perfiles
más característicos de la cultura moderna en la Era de la Ciencia.
Monismo ontológico (frente a dualismo u ontología
grecorromana). Es un
hecho que el paradigma grecorromano del cristianismo hizo uso de las
filosofías de Platón, Aristóteles, así como de un conjunto variado de
otras influencias en la época patrística, principalmente tomadas de las
corrientes neoplatónicas. En conjunto la ontología que se asumió fue
dualista, desde el modelo preferente de Platón y Aristóteles (el
estoicismo, como dijimos, influyó más en la ética que en la ontología).
Esta manera de pensar pasó a la escolástica y, por el peso de los
siglos, ha llegado a estar presente en el conocimiento y lenguaje
ordinario de la cultura cristiana popular de los últimos siglos. El
dualismo escolástico está en la teología y ha determinado la idea
cristiana de la forma en que Dios ha creado la ontología real del
universo. En cambio, la nueva imagen del universo, de la vida y del
hombre en la Era de la Ciencia ha respondido a un modelo "monista" de
la ontología del universo, muy distinto del que era habitual en la
clave "dualista" anterior. La historia natural del universo nace con la
aparición de la materia; esta evoluciona hasta producir los cuerpos
naturales y posibilitar la emergencia de la vida. La vida no es sino
una forma de organización de la materia. De ella emerge la sensibilidad
primigenia que, al hacerse más y más compleja, deriva a la conciencia
animal superior y a la constitución del sujeto psíquico. Esta unidad
psicobiofísica de la evolución no está aún, como veíamos, perfectamente
explicada. Pero la ciencia está situada en un enfoque "monista" que ha
trazado un perfil del proceso evolutivo que se completará en las
próximas décadas. Podríamos decir incluso que la imagen de la profunda
unidad ontológica del universo no solo es monista sino incluso
holística. La realidad material produce campos "holísticos" a los que
probablemente se debe atribuir la explicación del psiquismo animal y
humano (la sensibilidad-conciencia).
En conjunto, por tanto, la imagen de lo real en la Era de la Ciencia es
muy distinta de la ontología del paradigma "dualista" grecorromano.
Esto no quiere decir que el antiguo paradigma no tuviera aproximaciones
valiosas que hayan resultado útiles y que puedan ser hoy asumidas. Pero
no es posible mantener el mismo paradigma mediante correcciones
puntuales ad hoc. La imagen moderna simplemente ha arrollado por
completo al mundo antiguo, desbordando por una aportación masiva de
conocimiento sus balbucientes intuiciones. No tiene ya sentido intentar
siempre argumentar que lo nuevo "encaja" en el paradigma de antes.
Simplemente hay que considerar el paradigma antiguo superado y aceptar
la nueva imagen de la realidad en la Era de la Ciencia para construir
desde ella.
Dinamismo evolutivo abierto (frente a naturaleza
cerrada). El paradigma
antiguo sostuvo siempre un entendimiento filosófico de la naturaleza
como un estado constructo (en el sentido de un sistema creado con una
forma definida y estable que permanece en sí misma sin transformarse
sustancialmente). El ente natural desarrolla ciertas potencialidades
activas y se mueve, recorre ciclos, que, sin embargo, responden siempre
al orden establecido establemente en el tiempo. En la metafísica
cristiana grecoescolástica tuvo más presencia Parménides que Heráclito.
Pero, frente al "esencialismo estable", la ciencia moderna presenta una
imagen radicalmente dinámica, evolutiva y abierta del universo. El
universo ha llegado hasta donde ahora está por selección de ciertas
"vías evolutivas" que pudieron no haberse elegido. Hubieran sido
posibles otros estados resultantes. El universo de la ciencia no es el
universo determinista del Demonio de Laplace. Tanto para la mecánica
clásica como cuántica el universo es indeterminado. Popper acuñó el
término de "universo abierto" como forma adecuada para describir la
realidad. Podría decirse, por tanto, que el universo no está "hecho"
(ni funciona por repetición de ciclos estables), sino que "se hace" de
forma abierta e indeterminada. Es evidente, junto a esto, que la
ciencia sabe también que la materia tiene propiedades y leyes
consecuentes (no cerradas a su evolución) que, en alguna manera,
delimitan el ámbito posible de la evolución dinámica del universo. Al
decir que el universo es dinámico, evolutivo y abierto no se afirma que
todo sea posible. El abanico de posibilidades no es infinito. Sin
embargo, dentro de un marco de oscilaciones posibles (dependientes de
la naturaleza de la materia), el universo dinámico está realmente
indeterminado y está abierto en su futuro. Es un "devenir abierto".
Dinamismo creativo de la acción humana (frente a
obediencia natural).
En este universo dinámico-evolutivo abierto, la acción humana gobernada
por la razón juega un papel igualmente creativo y abierto. La
naturaleza está abierta y está creando su propia realidad al elegir
posibilidades que podrían darse o no. La acción humana es igualmente
creativa en el sentido de que puede controlar y dirigir la naturaleza
hacia ciertas posibilidades naturales. El paradigma grecorromano
concebía la acción humana en la forma de una "obediencia natural": un
atenimiento y gestión de una naturaleza ya "hecha" que solo hasta
cierto punto podemos manipular. Debe obedecerse a una naturaleza que
posee ya una "ley natural" estable creada por Dios que el hombre no
puede alterar. En cambio, la imagen de la naturaleza y del hombre en la
Era de la Ciencia nos presenta un universo lleno de posibilidades
abiertas a la manipulación humana por la razón. La tecnología moderna
abre campos impresionantes de control físico en áreas como la energía o
la comunicación fundada en la intervención cósmica de los campos de
ondas. La biología y la medicina, la genética, abren también campos
tecnológicos de intervención, manipulación y control de la naturaleza
biológica, animal e incluso humana. Estamos en vías de que el hombre
pueda "hacerse" a sí mismo por diseño, interviniendo sobre los procesos
básicos de la vida. Sin entrar en los problemas éticos que todo esto
plantea (sobre todo al analizarse desde los presupuestos del paradigma
grecorromano), queremos insistir en que la ciencia nos presenta una
imagen del universo, de la vida y del hombre en que todo esto es
posible. La realidad permite de hecho un dinamismo creativo de la
acción humana en que el hombre pasa a dirigir el mismo dinamismo
evolutivo abierto de la naturaleza.
Configuración libre del sentido metafísico (frente
a obediencia
metafísica religiocéntrica). El paradigma grecorromano condujo
hacia
una filosofía en que la razón constataba una "patencia de la Verdad"
que se identificaba con Dios y que fundaba un "sentido religiocéntrico
de la vida". En cambio, la realidad, tal como se entiende en la Era de
la Ciencia, es "metafísicamente borrosa", como acabamos de explicar, en
una sociedad ilustrada y crítica, tolerante y respetuosa ante el
pluralismo cosmovisional. Esto significa que la nueva imagen impone el
hecho de que el hombre es racionalmente libre en la configuración del
sentido metafísico último de su existencia. Esta libertad manifiesta la
creatividad de la acción humana. La realidad borrosa no le impone
racionalmente una metafísica, ya que esta debe ser asumida por un
compromiso personal de cada individuo. La realidad no exige la
obediencia a una construcción racional que impone a Dios y una
metafísica religiocéntrica. Lo metafísico es en cada hombre la elección
libre de una posibilidad concreta entre un conjunto de alternativas
abiertas.
Neutralidad metafísico-religiosa del orden
socio-político (frente a la
razón teocrática). Una consecuencia lógica del teocentrismo clásico
justificaba que el orden socio-político derivara de la idea de Dios y
respondiera, por tanto, a una concepción teocrática de la sociedad y de
la política. Lo hemos visto antes con mayor detalle histórico. Solo
bajo la presión del humanismo renacentista y de la configuración del
orden socio-político de la modernidad, el paradigma grecorromano fue
renunciando por decisiones pragmáticas ad hoc al lugar privilegiado que
llegó a alcanzar en el orden teocrático antiguo. Sin embargo, la
neutralidad metafísico-religiosa del orden socio-político ha sido la
consecuencia inevitable de una Era de la Ciencia en que la
configuración metafísica del sentido de la vida se veía como una
decisión libre de los ciudadanos. La cultura moderna ha aplicado esta
"borrosidad cognitiva" a la sociología y a la filosofía política en
general. La sociedad política no solo se funda en la "borrosidad
metafísica", sino en la "borrosidad misma de las propuestas políticas"
que deben ser abiertas y críticas en el seno de un orden democrático
que las discute y pondera.
Libertad creativa (frente a libertad racionalista).
La idea de libertad
en la Era de la Ciencia, de acuerdo con todo esto, es distinta de la
idea de la libertad en el paradigma grecorromano. Este era
racionalista: la Verdad se impone a la razón que queda iluminada por su
resplandor. El orden creado hace patente la Verdad; sin embargo, el
hombre es libre para asumirla y puede llevarse al error. El error es un
privilegio de la libertad; pero el hombre que yerra se enfrenta a la
patencia de la Verdad. La libertad fue, pues, para el paradigma
grecorromano una "libertad racionalista" (similar a la idea de la
verdad en otras escuelas de corte racionalista como ilustración, Hegel,
marxismo, objetivismo positivista). El hombre es libre para
autointegrarse racionalmente en la Verdad; puede errar, pero al hacerlo
se sale de lo humana y racionalmente correcto. En cambio, en la Era de
la Ciencia aparece una idea de libertad más amplia y radical: el hombre
vive en un universo borroso, enigmático en muchos sentidos, y debe por
ello usar la razón para elegir libremente de entre sus posibilidades y
crear la realidad futura. El universo no está hecho sino que se hace
por su libre creatividad (la indeterminación ontológica popperiana que
le condujo a la idea del "universo abierto") que abre caminos en una
dirección u otra. Esta libertad creativa cósmica, cuando el hombre se
integra activamente en ella, le hace configurar, libre y creativamente,
un marco metafísico para dar sentido a su vida.
9.2. La nueva ley natural iluminada por la Era
de la Ciencia
El paradigma grecorromano no es el kerigma cristiano. Es solo una de
las interpretaciones posibles. Pero en la doctrina de Jesús transmitida
en el kerigma se contenía ya ciertamente la revelación de un Dios
creador del universo según un designio orientado a ofrecer al hombre
libre la participación en la vida divina (capítulo segundo). Dios ha
creado el universo imponiéndole "leyes" o formas de ser que constituyen
su naturaleza: lo ha hecho de un cierto modo de acuerdo con su eterno
designio. Jesús no hizo filosofía o teoría física sobre la realidad,
pero es verdad que su doctrina contiene afirmaciones importantes acerca
de las leyes de la creación en tanto en cuanto se implican en el
mensaje de salvación: por ejemplo, el anuncio de que universo hace al
hombre libre ante Dios, que el hombre mundano puede pecar y que la
creación ha sido sometida al pecado por la libertad pecadora del
hombre, son contenidos kerigmáticos que implican una forma de ser de la
creación para hacerlo posible. Ahora bien, el modo de entender la "ley"
o "leyes naturales" creadas por Dios en orden a la salvación depende de
la razón natural, ya que solo ella puede conocerlas en su forma real;
es decir, se necesita una interpretación dependiente de cómo la razón
entiende el mundo real creado por Dios. La razón debe por ello
describir cómo es de hecho el mundo real creado por Dios de acuerdo con
los conocimientos que han sido producidos por la modernidad (a los que
cabe atribuir de principio una mayor corrección) y, en consecuencia,
iluminar un nuevo entendimiento más preciso de la "ley natural"
establecida por Dios en la creación. El supuesto cristiano es que entre
el Dios que se revela en Cristo, presente en el kerigma, y el Dios que
crea un mundo, que puede ser conocido por la razón humana, no debe
existir contradicción. La iluminación bidireccional entre el kerigma y
el conocimiento racional se entendió como la esencia de la teología
cristiana.
La ley natural en el paradigma grecorromano.
Dios habla en Jesús y
habla también en la creación, en la naturaleza humana. De ahí que la
teología de los primeros siglos se orientara hacia el logos de la
cultura grecorromana. No era posible aislarse en una pura proclamación
del kerigma sin interpretación. El mismo kerigma inicial -incluso las
palabras de Jesús- estaban inmersas en la cultura hebrea. De ahí que la
iglesia cristiana emprendiera el camino arriesgado de afrontar la
historia, proclamando el kerigma desde la cultura, en la confianza de
que la historia caminaba hacia el conocimiento cada vez más correcto de
la creación. Por ello se pasó de la cultura hebrea a la cultura
grecorromana como criterio hermenéutico. En este camino racional
abierto la iglesia se sintió segura porque Dios, además, la "asistía"
en el proceso de reinterpretación de la palabra de Jesús. La ley de
Dios en la creación se interpretó entonces por medio de la razón
grecorromana. La naturaleza creada por Dios manifestaba la ley natural
o ley divina. ¿Cómo entenderla? El contenido del kerigma condicionaba
ya una manera de entender las propiedades del mundo creado (verbi
gratia, que hacía posible el pecado). Pero la razón grecorromana
estableció el marco hermenéutico general. El hombre conocía por la
razón con certeza metafísica absoluta la existencia de Dios
(teocentrismo) que, por ello, constituía el punto de referencia
esencial de toda existencia humana (religiocentrismo) y de la
organización del orden social y político (teocratismo), como soberano
universal y origen de toda autoridad. El Dios creador había producido
un universo "hecho” de forma definida, constante, que se mantenía desde
el instante creador. El hombre, orientado por la razón que Dios mismo
le había entregado, debía ser auténtico, fiel a su propio ser en la
naturaleza. Al descubrir por la razón la naturaleza creada (su propio
ser y el ser del mundo objetivo), su autenticidad, urgida por la
conciencia moral, instaba a la fidelidad al modo de ser estable de la
naturaleza creada. El ser de las cosas se convertía así en ley natural
(el modo de ser natural de las cosas) que reflejaba una ley divina
superior, ya que Dios era el autor que creaba la naturaleza. No era
humano, por tanto, ir en contra de la naturaleza: hacerlo era
contravenir la ley natural y también la ley divina. La urgencia de la
ley natural, o ley divina, y el sobreañadido para los cristianos de la
ley divina positiva de la revelación, era el origen de la ley moral del
hombre y de las sociedades humanas.
El principio de que el conocimiento de la ley natural se alcanzaba
primero por la razón natural (que era también el origen del orden
social y político), en armonía con autores anteriores de la patrística,
tuvo en la escolástica, de santo Tomás y de Suárez, su asentamiento
definitivo en el paradigma. Ahora bien, ¿qué conocía la razón natural
en el orden creado? Conocía el mundo descrito por la cultura griega,
tal como era asimilado por el paradigma grecorromano en el
cristianismo. Era un universo creado por Dios de ontología dualista, de
materias y formas irreductibles; un mundo estable, construido de una
vez por todas al modo aristotélico, que no se explicaba sino por
referencia a un ser divino fundante y legislador natural de las
conductas humanas. Si la ley natural era la forma del mundo creado y
esta era la que describía la filosofía grecorromana, entonces era
evidente que la ley natural divina era la ley del paradigma antiguo.
Debía ser así inevitablemente porque el contenido preciso de la ley
natural (ley divina) solo se tematizaba reflexivamente por la razón y
esta era el paradigma grecorromano. La afirmación, en perfecta
conformidad con el kerigma, de que existía una ley natural (reflejo de
la creación divina) fue, pues, entendida desde una hermenéutica
grecorromana: no había duda, en lógica cristiana, de que la obra
creadora de Dios imponía una ley natural sobre el hombre, pero era
cuestionable que fuera la ley natural entendida por la hermenéutica
grecorromana.
La ley natural en un universo borroso. Lo que
precisamente nos ha hecho
entender la imagen del universo en la Era de la Ciencia, aportada por
la cultura de la modernidad, es que la descripción del universo griego
no era correcta y, en consecuencia, que la ley natural impresa por Dios
en la creación no es tal como se había entendido en la hermenéutica
antigua. En la modernidad, en efecto, se ha configurado una nueva
imagen de la realidad, que, aunque no sea todavía la última palabra en
la evolución del conocimiento, sí es probablemente un acceso más
preciso a la naturaleza del mundo creado que la propuesta en el
paradigma antiguo. Por consiguiente, esto tiene una consecuencia
inmediata: el mundo real creado por Dios responde a las características
manifiestas en la nueva imagen de la ciencia. No hay razón para
absolutizar como cierto el conocimiento antiguo, ni para cerrarse a los
nuevos conocimientos porque estos, en principio, deberían ser conformes
con el kerigma y permitirnos una profundización teológica en su
contenido. Pero, ¿cuál es entonces la nueva imagen de lo real en la
modernidad? Acabamos de explicarla: un mundo monista hecho de una
ontología unitaria que nace en un momento del tiempo con unas leyes
precisas y que evoluciona hasta el mundo de hoy; un universo, pues, con
evolución abierta, autónoma, no determinada, cuyo futuro no está
cerrado, sino que depende de la elección del camino; es así un universo
cocreador de sí mismo en que el hombre no tiene predeterminadas o
impuestas sus opciones metafísicas, o sea, lo que debe ser el sentido
último de su existencia porque lo real es enigmático, ambivalente,
oscuro, borroso, el conocimiento no permite certezas absolutas cerradas
y la vida humana, personal y colectiva, depende de la configuración
creativa del sentido metafísico de la existencia. Es una forma de ver
el universo, la vida, el hombre y el conocimiento, que coloca la
historia ante el enigma final de las cosas, en lo metafísico último y
en muchas situaciones intermedias concretas. La Era de la Ciencia, por
tanto, emplaza a decidir creativamente la vida personal y colectiva de
los hombres en un universo abierto y enigmático. La ley natural no
desaparece, pero debe ser reinterpretada.
La razón humana y su instalación en la Ley Natural.
Sin embargo,
debemos hacer todavía alguna observación epistemológica importante para
distinguir que el nuevo entendimiento de la ley natural en este
universo abierto, dinámico y borroso, aun siendo la ley natural
establecida para la libertad y la autocreación humana, no equivale a lo
que se conoce como relativismo, sino que funda la instalación de la
persona y de las sociedades, civiles y religiosas, en un sistema de
valores firme. El hombre, visto en el universo entendido por la
modernidad, ejerce su razón natural y por ello comprende que está en un
universo abierto, que su misma naturaleza humana es abierta y que
depende de sus propias opciones creativas y libres. Pero la razón le
prescribe qué tiene sentido para "hacerse creativamente" en relación a
la naturaleza dinámica del universo y en relación a su propia
naturaleza humana dinámica y abierta. La naturaleza, dinámica, es una
instancia objetiva que vincula a la razón humana en la configuración de
sus diseños creativos. Por la razón el hombre actúa creativamente hacia
el Bien y evita la realización del Mal. Así, por ejemplo, la acción
humana en el control de la dinámica abierta de la naturaleza no puede
conducirla a su muerte o al deterioro sino a la plenitud (moral
ecológica); la acción humana no puede orientar la propia vida personal
hacia la muerte o al deterioro sino a la plenitud integral de la vida
(moral individual); la acción humana no puede producir en relación a
los "otros" la muerte o el deterioro, sino la vida en la plenitud de
comunión-existencial (moral social). De ahí que la creatividad libre
del hombre en un universo abierto no equivalga a considerarse una
arbitraria "medida de todas las cosas" (aplicando con imprecisión aquí
la sentencia atribuida al gran sofista Protágoras de Abdera), ya que la
creatividad está sometida a la razón que descubre el logos de la
evolución del universo dinámico y objetivo. La naturaleza cósmica y
humana, dinámica y abierta, descubierta en la modernidad, manifiesta un
logos, una racionalidad (intuida ya por Heráclito), a la que debe
someterse la razón del hombre, si quiere ser auténtico, fiel a sí mismo
en los procesos creativos (como se ve actualmente en la discusión de la
razón moral en la tecnociencia y en la bioética). Es la nueva Ley
Natural que la razón descubre en la modernidad, pero que es distinta de
la Ley Natural que se describió en el paradigma antiguo.
a) Decir, en efecto, que el universo es dinámico, abierto, hecho por
Dios para ser cocreador evolutivo de sí mismo, no quiere decir que este
universo no tenga un contenido ontológico definido. Las leyes y
propiedades de la materia, del universo, de los seres vivos y del
hombre son las que son y no pueden dejar de serlo, aunque sea verdad
que hacen posible ese universo dinámico, evolutivo y abierto. Tiene
sentido decir que esta ontología dinámica del universo, por su
contenido propio, debe inducir en el hombre una cierta forma lógica de
congruencia en ese universo (ley natural). La naturaleza es el punto de
referencia que para el hombre es siempre vinculante.
b) El ser humano racional, en consecuencia, emergido evolutivamente tal
como explica la ciencia (ver lo antes expuesto), debe adaptar su
conducta a su "verdad" como "ser en el universo" por el uso de la
razón. Por ello, la razón: a) debe someterse al contenido de su propio
ser objetivo y de la naturaleza objetiva (el universo físico, la vida y
la condición de hombre) para entender cómo debe ser el "sentido de su
vida" natural; pero, además, b) este entendimiento depende de una
actividad cognitiva que, tal como se explica desde la ciencia, es
siempre una construcción de la razón que está influida por la
inevitable borrosidad con que se presenta ante ella objetivamente ese
universo dinámico y por la libertad en la valoración racional
individual que puede inclinarse a unos constructos u otros. El
conocimiento, por tanto, es borroso, no se construye sobre una
"patencia de la Verdad" (como consideraba el paradigma antiguo) y
pensar así se funda en la epistemología que nace en la visión
científica de la modernidad, tal como se ha expuesto ampliamente.
c) Por consiguiente, el origen de la moral y de la ética es también,
desde la imagen de lo real en la Era de la Ciencia, la razón que
pondera la forma en que está hecha la naturaleza objetiva y lo que debe
ser la existencia auténtica del hombre en ella. Es lo mismo que también
dijeron santo Tomás y Suárez, al igual que otros muchos santos Padres.
Por ello, la forma en que la naturaleza influye en la razón como "ley
natural" que debe regir las acciones humanas no es "determinista" o
"automática" porque depende del ejercicio de la razón. En el paradigma
antiguo este ejercicio dependía de una "patencia de la Verdad" (ante
todo del teocentrismo) y de una epistemología racionalista de corte
garantista (capítulo III). Sin embargo, en la moderna imagen
científico-filosófica de la naturaleza y del hombre, tal como hemos
argumentado, el ·ejercicio de la razón es inestable y menos firme (no
le es "patente" la Verdad sino que constata la borrosidad natural que
obliga a conjeturar sobre la verdad y las acciones por medio de la
razón). En el paradigma antiguo se defendía la libertad en sentido
racionalista: el hombre era libre para asumir o no asumir la patencia
de la Verdad, pero si no la asumía se instalaba en el error. En el
paradigma moderno el hombre puede situarse en conjeturas alternativas
en función de los argumentos que le permitan concebirlas (argumentos a
los que, en principio, cabe atribuir honestidad subjetiva). Por
consiguiente, el paradigma moderno no juega con el binomio
verdad/error, sino con "diversidad de conjeturas" que gozan, en
principio, del mismo derecho (ya que el universo es borroso en su
verdad última y en muchas de sus verdades intermedias).
d) Para el paradigma antiguo, por la patencia de la Verdad, la
naturaleza (la ley natural) imponía a la razón firme y establemente -a
lo largo de las épocas- los dictámenes morales que tenían un carácter
universal (creando la conciencia moral). Pero el paradigma moderno
entiende que, por la borrosidad de la naturaleza ante la razón, los
juicios morales son emitidos por el hombre en función del equilibrio
balanceado entre la naturaleza objetiva (que aunque sea dinámica, según
lo dicho, tiene su ontología propia objetiva e induce ciertas acciones
universales) y las inclinaciones libres del ejercicio personal e
intransferible de la razón.
e) Es precisamente esta borrosidad metafísica de la realidad,
argumentada a lo largo de este capítulo, la que hace posible tanto la
conjetura metafísica teísta como la ateísta. Por tanto, al hombre
moderno no le es "patente" la verdad de Dios impuesta al ejercicio de
la razón, aunque con su capacidad racional libre puede aceptar la
conjetura metafísica teísta y ponderar los argumentos que la hacen
verosímil. Es entonces cuando para el teísta la forma de estar hecho el
mundo se entiende como creación divina, y la ley natural se convierte
en ley divina (y si además se es cristiano entra entonces en
consideración la ley divina positiva de la revelación, el kerigma).
Pero esto no es así necesariamente para todos los hombres, ya que la
naturaleza hace posible la libre conjetura racional metafísica ateísta
(o agnóstica). Para estos hombres la única fuente de los dictámenes
morales es la pura razón natural que, inevitablemente, según lo dicho,
no solo está sometida a la ontología objetiva natural, sino también a
la subjetividad libre de los dictámenes morales (con la borrosidad que
esto conlleva). De hecho, la sociedad moderna se ha construido desde
los últimos siglos sobre los principios éticos y socio-políticos de la
razón puramente natural (tal como puede seguirse desde diversas
perspectivas a lo largo de este ensayo).
f) En lo dicho, pues, se distinguen dos planos: el plano de la
ontología objetiva de la naturaleza que, como ley natural, mueve a la
razón moral a ciertas formas de entender el comportamiento auténtico
(moral objetiva) y el plano de la apropiación racional, libre y
subjetiva, del sentido de las acciones (moral subjetiva). Ahora bien,
la pregunta es: ¿quién puede establecer el contenido de la moral
objetiva de la naturaleza? Si hay disputas sobre ello, ¿existe un
tribunal de apelación que dictamine quién ha descrito correctamente la
ley natural? Para la manera de ver el mundo en el paradigma antiguo
existía una patencia de la Verdad que resolvía el problema: era la que
se había descrito en el paradigma grecorromano y había sido consensuada
durante siglos. Pero para la imagen de la realidad en la modernidad es
inevitable admitir que la subjetividad, personal y comunitaria, podrá
hacer su propia lectura de la ley natural. Sin embargo, si la historia
mostrara constancia y consenso cuasiuniversal, o mayoritariamente
extendido en la sociedad, en relación a ciertos dictámenes morales, se
podría entonces inferir quizá que fueran manifestación de la moral
objetiva (ley natural objetiva). Pero incluso en este caso podría haber
individuos disidentes que presentaran argumentaciones alternativas para
justificar sus acciones. Cabe recordar que la moral del paradigma
antiguo, aunque estaba fundada en la patencia objetiva de la Verdad de
las acciones (ley natural), reconocía siempre la existencia de la
dimensión de la "moral subjetiva" que, por ignorancia o error, matizaba
el atribuir responsabilidad.
g) Quizá un caso concreto nos ayude a ponderar estas ideas. Santo Tomás
y Suárez reconocieron ya que muchos contenidos de la ley natural se han
transmitido al hombre desde los instintos animales. Por ejemplo, el
instinto por la vida. Así, el principio "no matar" o "respetar la vida"
parece una exigencia capital de la ley natural que prescribe qué son el
bien y el mal para uno mismo y para los demás. Es un principio válido
para la ley natural vista en el paradigma antiguo, pero también es
considerable para el paradigma moderno por la constancia y firmeza de
la defensa de la vida constatada en la historia, hasta el punto de que
se manifiesta en las mismas leyes positivas de los estados modernos. La
"defensa de la vida" podría entenderse como impuesta por el instinto
por la vida, así como por la pertenencia del individuo a la "vida" de
la especie que debe preservarse dinámicamente y por el ejercicio de la
razón moral. Pero la prevalencia de la "moral subjetiva" sobre la "ley
moral objetiva del no-matar" se muestra al considerar las
argumentaciones que, en el pasado y en el presente, han justificado
socialmente acciones como asesinatos, penas de muerte, guerras,
genocidios, abortos, eutanasia, etc. El paradigma antiguo consideraría
que estas acciones contravienen el dictamen de la ley natural cuya
patencia en la razón de todos los individuos se postula; por tanto,
estos obrarían así solo por error o por la pasión cegadora de las
circunstancias concurrentes (y por ello, al valorar su "moralidad
subjetiva", habría quizá atenuantes). La "patencia" de este principio
no estuvo en realidad muy clara incluso para los moralistas antiguos
cuando, por medio de sus discusiones racionales, trataron de
justificar, o no, casos especiales como la "pena de muerte justa" o las
"guerras justas". Por otra parte, además, el paradigma antiguo se
sentiría conocedor y defensor de los principios de la ley natural
objetiva, fundamento de la "moral objetiva" que prescribe "no matar" a
la especie humana.
h) Pero, frente a esta manera de ver, la imagen de la realidad en la
Era de la Ciencia y de su forma de entender cómo la realidad se
constituye en ley natural ante la razón humana, es más borrosa y
matizada. Es verdad que la modernidad admitiría que la ontología
dinámica objetiva del universo funda una "ley natural objetiva". Pero
su contenido no tiene una "patencia universal" ante la razón de todos
los individuos porque estos, en un universo borroso, deben apropiarse
la "moral objetiva" por el ejercicio de una razón que no puede dejar de
ser siempre "subjetiva" (una conjetura o constructo personal y
colectivo). Es, pues, un hecho que la constancia, el consenso
universal, sobre la prescripción moral "no matar" la muestra como un
principio de la ley natural y ha sido también aceptada en la
legislación de los estados modernos (en la misma línea asumida antes
por el paradigma antiguo). Sin embargo, ahí están las complejas
argumentaciones que individuos, y grupos numerosos, han esgrimido para
justificar que la prescripción natural "no matar" no está vigente en
casos de pena de muerte, guerras, violencia institucional o política,
en la razón de estado, en el aborto, etc. En estas circunstancias, la
modernidad (o sea, el estado moderno) que ha establecido ya leyes en
"defensa de la vida", ¿qué puede hacer? No posee (como sí poseía el
paradigma antiguo) un manual de la "ley moral objetiva" indiscutible y
absoluto, ya que, como antes decíamos, no existe un tribunal de
apelación que pudiera proporcionárselo. ¿Qué puede entonces hacer? Pues
hace lo que vemos que hacen los estados modernos: trampear como pueden
con la diversidad de opiniones subjetivas en un mundo borroso,
aceptando o no, en mayor o menor grado, de una forma u otra, penas de
muerte, guerras o abortos, bajo la presión de la opinión pública
organizada. De ahí que aparezcan entonces, en unos y otros y por
diferentes causas, angustiosos problemas de conciencia al constatar que
la sociedad en que se vive no parece obrar en congruencia con las
exigencias de la ley natural que nos prescribe "no matar" o, según la
moral subjetiva que se considera reflejo de la razón, con cualesquiera
otros principios o valores.
i) Por consiguiente, la forma de entender el acceso subjetivo, personal
y social, a la ley natural objetiva (fundada en la ontología real
definida de un universo dinámico), tal como se entiende como
consecuencia de la idea del hombre en la Era de la Ciencia, no puede
dejar de depender de la precariedad del acceso cognitivo a una realidad
borrosa. Pero esto no quiere decir, por ejemplo, que si Pedro dice A y
Juan dice B, que A y B sean verdad. Primero porque quizá Pedro o Juan
hayan tenido una formulación subjetiva insuficiente de lo que piden las
condiciones naturales de la moral objetiva y esto además pueda
justificarse por el consenso social mayoritario, establecido por la
tradición. Sin embargo, esto tampoco significa que la ley moral sea
resultado de un consenso (verdad como consenso), ni siquiera
democrático. En la historia constatamos consensos sociales mayoritarios
que produjeron actuaciones que en la historia posterior han sido
considerados mayoritariamente como transgresiones graves de las
exigencias morales de la naturaleza humana (piénsese en la Alemania
Nazi o en el marxismo totalitario). Que el universo sea borroso no
quiere decir que las personas y los grupos sociales (verbi gratia, los
cristianos, creyentes o no creyentes) no puedan crear sus convicciones
firmes (no relativistas), que se comprometan establemente con ellas y
que traten de ampliar el consenso social en su apoyo. Así los
cristianos deben promover el entendimiento racional filosófico de la
ley natural propio de su tradición filosófica, renovada en la
modernidad y enriquecida por el asentimiento final a la doctrina de
Jesús transmitida en el kerigma, pero siempre sin dar la impresión de
que se sigue argumentando desde dentro del paradigma grecorromano y de
su epistemología, ajena al espíritu de la modernidad.
j) En consecuencia, recapitulando lo dicho, el universo autónomo,
abierto y evolutivo, que la Era de la Ciencia en la modernidad describe
y que debemos inclinarnos a aceptar, si no queremos estar "fuera de
nuestro tiempo", ¿qué tipo de ley natural impone y a qué forma lleva de
entender la moralidad que rige la conducta humana?
j1) El reconocimiento de un universo autónomo, abierto y evolutivo,
distinto del universo "hecho" del paradigma antiguo, impone al hombre
unas condiciones objetivas dinámicas pero que son también definidas (ya
el cosmos evolutivo de Heráclito tenía un logos). Muchas de
estas
condiciones objetivas coinciden con las que fueron descritas en el
paradigma antiguo. Estas condiciones han producido ya los impulsos
tendenciales en las especies animales (y en el hombre). Pero, al
aparecer la razón en la especie humana, debe esta asumir la
responsabilidad de descubrir los principios del comportamiento
adecuados a las "condiciones objetivas naturales" (ley natural), aun
estando bajo la influencia biológica ancestral de los instintos
animales. Al introducirse la razón como factor configurador del
comportamiento, en la especie humana desaparece, pues, un determinismo
que imponga a la mente humana un diseño de conducta fijo: la moral (el
reconocimiento de la ley natural) es un producto creativo de la razón
bajo la necesidad de adecuación a las "condiciones objetivas" que son
el criterio al que la razón debe naturalmente someterse.
A) El
paradigma antiguo confería a estas "condiciones objetivas" un carácter
de patencia y de estabilidad (por ser un universo "hecho") pero, como
se ve en santo Tomás o en Suárez, los principios del comportamiento
nacían del ejercicio de la razón. Un resultado básico de este uso de la
razón, para el paradigma antiguo, era el teocentrismo que el universo
imponía a la razón.
B) El paradigma de la modernidad no niega, aun
siendo el universo dinámico, evolutivo y abierto, que este posea unas
"condiciones objetivas" (o sea, una ley natural) que impulsen la razón
a descubrirlas y que coincidan con muchas de las "condiciones
objetivas" que la razón descubría en el paradigma antiguo (verbi
gratia, el aludido principio "defensa de la vida", asentado ya en los
instintos animales).
C) No obstante, el paradigma moderno insiste en
varios matices importantes.
Primero, que las "condiciones objetivas"
pueden ser en algunas ocasiones fácilmente entendibles por la razón
(digamos incluso más o menos "patentes", verbi gratia, el principio
"defender la vida").
Segundo, que estas "condiciones objetivas"
del
universo dinámico son en muchos casos "borrosas" en el sentido en que
hoy debe entenderse esta borrosidad desde la epistemología moderna y ha
sido argumentado en este capítulo.
Tercero, que el ejercicio de la
razón ante estas circunstancias objetivas es siempre subjetivo y
depende de las decisiones racionales tomadas por cada individuo
concreto, aunque este se halle bajo la influencia de los sistemas
morales de la sociedad, de la cultura y de las religiones.
Cuarto, que
al no ser el universo "hecho", con ciclos de movimiento regulares, sino
"abierto", cocreador de sí mismo con participación cocreadora del
hombre, según el diseño creador de Dios, van emergiendo estados y
situaciones nuevas que exigen continuas adaptaciones de la razón moral.
Quinto que todo ello nos hace entender que
Dios ha producido
"condiciones objetivas" (una ley natural) que imponen al hombre el
ejercicio de un razonamiento moral creativo.
D) En este sentido el
paradigma de la modernidad no niega la existencia de una ley natural
sino que nos obliga a reformularla, enriqueciéndola y superando la
versión antigua de la ley natural. Desde la modernidad, la ley natural
querida por Dios es la que instala al hombre en un universo que tiene
condiciones objetivas definidas, pero que también presenta borrosidades
profundas, cambios de estado y oscilaciones ante diversidad de
direcciones evolutivas en las que el hombre debe contribuir
creativamente. De ahí nuestra defensa de que la ley natural, entendida
desde la modernidad, sea el orden natural que hace al hombre cocreador
de su futuro mediante el uso de la razón que pondera las "condiciones
objetivas" de la naturaleza: es la ley natural de la libertad que
instala al hombre en su verdadera dignidad. Ha sido, pues, la
modernidad la ocasión histórica para conocer el verdadero alcance de la
ley natural establecida por Dios para la dignidad libre y personal del
hombre.
j2) Como puede verse en los argumentos de este capítulo, un aspecto
importante de esta borrosidad que Dios ha querido plasmar en la
naturaleza creada (al ser ponderada por la razón natural) es la
"borrosidad metafísica". Por ello entiende el hombre los argumentos que
hacen racionalmente verosímil la existencia de Dios, pero también los
que hacen posible una explicación puramente mundana, sin Dios, del
universo (pensemos que ya la teología clásica nunca pretendió que
pudiera "demostrarse" la existencia de Dios, sino solo la verosimilitud
racional que condujera a lo que se llamaba una "certeza moral libre",
siendo esto lo que quiso decir el concilio Vaticano I, según sus
intérpretes). Por ello, al considerar la ley natural, el teísta
entenderá que el esfuerzo de su razón por adaptarse a ella es una
respuesta a la ley divina (puesto que para el creyente la naturaleza
tiene en Dios su fundamento). En cambio, para el ateo o el agnóstico el
esfuerzo racional por adaptarse a la ley natural (o condiciones
objetivas de la naturaleza) se funda en la exigencia moral de la
autenticidad humana. Es decir, el fundamento de la moral para el teísta
es la ley natural que se entiende como ley divina (la voluntad del Dios
creador), pero para el ateo o el agnóstico es la pura ley natural que
expresa la integración racional auténtica en la naturaleza. A esto
responde, sin lugar a dudas, lo que vemos en la sociedad de nuestros
días.
j3) El pensamiento filosófico propuso desde antiguo los principios del
comportamiento exigidos por las condiciones objetivas de la naturaleza
(ley natural) en el marco de la razón ético-moral. Lo mismo ha pasado
en las más diversas tradiciones culturales. No se ha tratado de la
lectura objetiva de una "patencia objetiva" igual para todos en todo,
sino de una "construcción racional" que explica que no solo haya habido
grandes coincidencias universales (verbi gratia, el principio "defensa
de la vida"), sino también la variedad de enfoques que constata la
historia. La filosofía de la modernidad ha asumido muchos de estos
principios morales tradicionales, integrados en su nueva visión del
universo, ha producido otros y se han fundado las bases de la moralidad
popular, del derecho en general, de los derechos humanos y de la
democracia, asumidos en las legislaciones de los estados de la
modernidad. Con frecuencia aparecen propuestas de reforma de estos
"consensos morales" de las sociedades modernas que promueven cambios
legislativos que producen procesos de deliberación social orientados
por la razón. En otras circunstancias, el carácter abierto y cocreador
del universo, con la participación cocreativa del hombre, configura
nuevas situaciones en que la sociedad debe configurar creativamente por
el ejercicio de la razón nuevos criterios morales que reflejen la ley
natural y la consecuente autenticidad humana; es lo que pasa, por
ejemplo, en la bioética o en la tecnoética en general.
j4) El cristianismo ha visto la ley natural en dos perspectivas: la
filosófico natural (que se funda en la razón) y la religiosa o creyente
(fundada en la adhesión al kerigma). Ambas se enriquecen mutuamente. En
la perspectiva filosófica el cristianismo se fundó en la ley natural
entendida en el paradigma grecorromano. Pero, tal como hemos
argumentado, el pensamiento de la modernidad ofrece una imagen más
correcta del universo creado por Dios y, por ello, nuestra propuesta es
que el cristianismo debe reformular la ley natural en los términos
expuestos, ya que solo así se hará inteligible a la modernidad. Esta
reformulación asume gran parte de los principios de la ley natural que
fueron formulados en el paradigma antiguo, pero introduce otros nuevos.
El kerigma cristiano no es una filosofía, pero la doctrina de Jesús
contiene una gran riqueza de principios de comportamiento para aquellos
que la aceptan. El kerigma se ha visto siempre en la iglesia cristiana
como una guía que confiere seguridad a los principios morales. Así, el
cristianismo proclama ante la sociedad su entendimiento de los
principios de la ley natural apoyado en su tradición filosófica, en su
reformulación en la modernidad y en el kerigma esencial de sus
creencias religiosas. Esca proclamación debe dirigirse obviamente a los
creyentes cristianos, pero también a la sociedad civil -puesto que la
ley natural afecta a todos-, entendiendo esta proclamación como un
servicio al hombre y a la sociedad por cuanto promueve la fidelidad a
la autenticidad moral adecuada a la naturaleza objetiva. Los
cristianos, en esta promoción de la ley natural y de los principios
morales, se unen a las tradiciones filosóficas, sociales y políticas,
para contribuir a la autenticidad humana.
El cambio epistemológico sustancial de la
modernidad y la ley natural.
Por lo dicho en este capítulo entendemos que para la epistemología
moderna no hay una "patencia de la Verdad", ya que el conocimiento,
personal y social, discurre en hipótesis por un método crítico
necesario en un "universo abierto", objetiva y subjetivamente
"borroso". El resultado de la ciencia, como hemos visto, debe siempre
entenderse como aproximación provisoria a una verdad última borrosa y a
los conocimientos intermedios (científicos, filosóficos, morales o
políticos) en coyunturas igualmente borrosas. Esta borrosidad se
extiende al conocimiento ordinario y al filosófico. Por ello, la ley
natural, de acuerdo con lo explicado, debe entenderse desde la
modernidad como también sometida a esta misma borrosidad. Esto explica
las discusiones morales de la sociedad moderna. Sin embargo esto no
significa que la sociedad moderna no tenga persuasiones firmes,
estables y consensos que se manifiestan en la ciencia, en las
costumbres, en las tradiciones culturales, morales, religiosas y
filosóficas o incluso en las legislaciones de los estados; aun siendo
así, insistimos, la borrosidad y la revisión de estos principios puede
surgir en cualquier momento porque el uso de la razón es abierto como
también lo es la ontología del universo. Somos muy conscientes de que
este cambio sustancial en lo epistemológico puede sumir en la confusión
a quienes se han identificado con el paradigma antiguo. Es evidente que
sentirán que ya no existe una "instancia universal absoluta e inmutable
de la ley natural" y que se ha perdido aquella instancia final segura
que el paradigma antiguo conocía y administraba, controlando las
andanzas de la modernidad. Se dirá que entonces "el hombre es la medida
de todas las cosas" (que caemos en algo así como la sofística griega) y
que no existe un punto de referencia racional absoluto para juzgar las
acciones (cosa que no es así como hemos visto).
Sin embargo, ante la realidad de los hechos no caben ni las añoranzas
ni los deseos de seguir en aquel "racionalismo cristiano" que nos
instalaba siempre en la "seguridad racional". Las cosas son como son y
en este capítulo tenemos la información básica para reconstruir la
imagen de lo real en la Era de la Ciencia que nos lleva a una idea
borrosa del universo y del conocimiento humano, ya muy lejos de aquella
"patencia de la Verdad" que caracterizó en otros tiempos al paradigma
antiguo. La modernidad ha constatado esta borrosidad enigmática del
universo porque se la impone el conocimiento científico-filosófico de
cómo es la realidad en que de hecho vivimos. Pero esto no es
"relativismo" en el sentido en que todos estamos conformes en rechazar:
el hombre, según lo dicho, construye su conocimiento sobre el mundo y
su ideología, comprometiéndose firmemente en ello, a partir de procesos
racionales objetivos. No todo es "lo mismo". La sociedad moderna es
consciente de la borrosidad última, pero crea amplios consensos que
fundan las complejas legislaciones civiles, así como las convicciones
personales y sociales en el ámbito civil y religioso. Amplios consensos
sobre las conductas que impone el logos de una realidad dinámica (ley
natural). Admitir que el universo es, dentro de los matices señalados
en este capítulo, "borroso" no significa incurrir en "relativismo"
moral, aunque implica ciertamente la conciencia humilde de la
precariedad humana en todo, incluido el conocimiento.
Por ello, vivir en la modernidad parece suponer aceptar esta nueva
forma de pensar fundada en un conocimiento más profundo del mundo
natural creado por Dios. Todo parece indicar que Dios mismo nos ha
querido hacer cargar con la "incertidumbre" de nuestra existencia. Pero
abandonar el "fundamentalismo racionalista" del paradigma antiguo,
aunque sea penoso y nos llene de confusión (la historia es el "camino
de la duda y de la desesperación", como decía Hegel en la Fenomenología)
no nos creará un problema en la hermenéutica moderna del
cristianismo, sino todo lo contrario (como veremos en el capítulo
siguiente). El cristianismo deberá aprender a "moverse dentro de la
epistemología de la modernidad".
Pongamos un ejemplo, en conexión con la prescripción moral "no matarás"
que ya antes mencionamos. Es explicable que los cristianos sientan el
malestar moral (y hasta incluso la vergüenza) de vivir en una sociedad
que gestiona laxamente la defensa de la vida en las penas de muerte,
las guerras, los abortos... Pero, si se entiende la lógica de la
modernidad, no tiene sentido levantar la voz con la arrogancia de quien
se atribuye a sí mismo ser único interprete legítimo de una ley natural
absoluta y universal que está patente para todos por igual (como si el
paradigma antiguo todavía estuviera vigente). Ley natural absoluta que,
por cierto, la modernidad no reconoce porque solo debe atender a
"morales racionales" que se presentan con sus complejos discursos
justificativos. Por ello, el único camino para defender la vida en la
cultura de la modernidad es profundizar, divulgar socialmente y crear
un creciente consenso sobre el discurso natural objetivo que haga
evidente que la sociedad no será auténtica hasta que gestione una
política comprometida con la defensa integral de la vida en todas sus
manifestaciones. Es posible, pues, que el juicio subjetivo de los
cristianos considere que quienes no defienden la vida lo hacen por
intereses deshonestos o por el egoísmo. Es posible que sea así. Pero
este juicio no pueden esgrimirlo como un hecho absoluto, ni por razón
de su juicio subjetivo (como cristianos) ni por razón de una pretendida
patencia universal de la verdad que no es admitida por la sociedad
moderna. Por ello, deben respetar y tolerar que exista la discrepancia
en un universo borroso en que, para juzgar la moralidad de las acciones
humanas, se proponen legítimamente discursos alternativos que responden
a la complejidad racional de la naturaleza y de las situaciones
humanas. Quizá parezca a algunos que ciertos discursos no sean
congruentes con la "moral objetiva" que se funda en la naturaleza; pero
es inevitable respetarlos porque el hombre tiene la legitimidad para
ejercer subjetivamente la razón y para promover sobre ello consensos
sociales. Este respeto, sin embargo, no priva a los cristianos para que
proclamen, argumenten, defiendan y amplíen el consenso que permita que
la sociedad civil, creyente o no, se comprometa en una política en
defensa integral de la vida, y de su entendimiento de la ley natural
objetiva, buscando para ello el consenso con las organizaciones civiles
que asumen también la larga tradición moral de la humanidad.
La ley natural en la Era de la Ciencia. ¿Qué
es entonces la ley
natural! Es el régimen natural impuesto por Dios objetivamente en la
creación que puede ser reflejado por la razón, mediante un uso personal
y colectivo (que incluye necesariamente las dosis de "subjetividad"
explicadas). Este régimen prescribe muchas actuaciones concretas como,
por ejemplo, "no matarás" (que fueron ya defendidas en el paradigma
antiguo y son también actualizadas en el paradigma moderno). No
obstante, la nueva imagen de la realidad en la Era de la Ciencia impone
a la modernidad, al ser "leída desde la fe cristiana", una visión
global del tipo de creación que Dios ha querido instaurar y el tipo de
ley natural que es congruente con ella. El universo dinámico objetivo
es el que ha impulsado las tendencias lógicas de las acciones humanas
(ley natural); pero en gran parte el universo está abierto, está
"haciéndose a sí mismo" y la razón humana debe participar en este
proceso (la razón debe dirigir la evolución abierta). La nueva imagen
de lo real dice que Dios no ha querido crear un mundo para ser
"obedecido" (el atenimiento a una realidad "hecha", de una vez por
todas, que impone inevitablemente la pauta del ser, al estilo del
cosmos aristotélico), sino un universo para ser cocreado por el hombre
autónomo y dueño de su destino, incluso en la orientación metafísica de
la vida. La realidad creada por Dios impone al hombre ser libre y
creativo haciendo uso de su razón subjetiva en el conocimiento del
orden objetivo. Esto es lo que el Dios de la creación ha querido, si
nos atenemos al conocimiento del mundo real que describe la ciencia en
la modernidad. Dios ha creado el enigma, la unidad ontológica de un
universo borroso, la autonomía del proceso cósmico, la evolución física
y la biológica, la indeterminación y la apertura, la vida en su
espontaneidad, la precariedad del conocimiento, y, en lo fundamental,
la ambivalencia metafísica de un universo que podría entenderse como
puro mundo natural sin Dios o como fundado en una Divinidad
transcendente. Dios ha instalado al hombre en un escenario natural
borroso que le impone ser él mismo en el ejercicio de su libertad y de
su creatividad: en las decisiones metafísicas últimas y en otras muchas
decisiones intermedias. El universo creado no instala al hombre en una
"patencia de la Verdad" que le confiera una seguridad absoluta, sino
que le emplaza a construir su propia Verdad por el uso inevitable de la
razón y a comprometerse con ella en todas las dimensiones de la vida,
personal y comunitariamente. La ley natural, vista desde la modernidad,
es así la ley de la creatividad y de la libertad, de la creatividad
libre del hombre. La ley impuesta por el Dios de la creación -la ley
divina en que resplandece su Amor- es la ley de la libertad y de la
creatividad.
Sin embargo, esta nueva imagen de lo real en la Era de la Ciencia, la
nueva comprensión de la naturaleza de la ley natural, del tipo de
universo que realmente ha sido creado por Dios, ¿hace posible una
hermenéutica del kerigma cristiano? En este ensayo defendemos que es
posible. Pero no solo esto, ya que defendemos incluso algo más: que nos
lleva a una hermenéutica más profunda del kerigma en que resplandece
con nueva fuerza la congruencia de la Voz del Dios de la Creación con
la Voz del Dios de la Revelación. Esta nueva hermenéutica es la que
configura el nuevo paradigma de la modernidad en el
cristianismo.
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